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28 - Marqués

Arturo tomó una profunda bocanada de aire, sintiendo cómo su cuerpo continuaba temblando ligeramente mientras observaba el mueble más importante de su hogar. Fue en ese preciso instante cuando el joven no pudo contener más las emociones que lo abrumaban y se dejó llevar por un torrente de lágrimas desesperadas. Aparentemente, lo que había contemplado en el espejo lo había destrozado por dentro.

Número de puesto 5500

—Vamos, Arturo, ¡no todo está perdido!—Exclamó el conejo mientras movía sus orejas en señal de ánimo; era evidente que le importaba el bienestar del chico y quería ofrecerle consuelo en ese momento de angustia. Mientras tanto, daba instrucciones a las mascotas para que se acercaran y reconfortaran al niño.

Copito, con sus ojos llenos de ternura y comprensión, se aproximó a Arturo. Con su mirada hipnotizante, logró calmar un poco la tormenta emocional que asediaba al niño, permitiendo que pudiera expresar el pensamiento que lo torturaba en voz alta:

—¿Cómo es posible que me haya ido tan mal? ¡Tenía un milenio de ventaja! ¡Un milenio completo! ¡La última vez, obtuvimos un puesto altísimo y sacamos como ocho monedas de oro de ese número de puesto!

Arturo estaba desahogando su frustración, pero el conejo decidió hablar con serenidad, tratando de bajar al niño a la realidad:

—Estás subestimando a tus compañeros, Arturo. Hay chicos que nunca dudaron de su capacidad para aprobar el gran examen. Todos sus esfuerzos y planes se centraron en su futuro. Tú apenas tuviste dos semanas extras para prepararte, mientras que los monstruos con los que competiste nacieron con la certeza de que aprobarían el gran examen. Durante dieciocho años, su única preocupación fue cuán alto llegarían en este mundo. Sus esfuerzos y planes siempre estuvieron orientados hacia ese objetivo. En contraste, toda tu infancia se vio ocupada por una lucha desesperada por tratar de aprobar el gran examen.

Arturo, abrumado por el enojo y la envidia que lo carcomía por dentro, exclamó con rabia:

—¡Pero cómo puede haber más de 5500 monstruos! ¡No puedo tolerar semejante salvajada! ¿Cómo es posible que estos magos lograran tener más logros que yo? ¡Son unos enfermos! ¿Cuántas monedas de oro acumularon? ¡Yo conseguí casi cuatro veces más monedas que la que obtiene cualquier otro estudiante!

Pompón no respondió, se encontró en una situación en la que no pudo ofrecer consuelo a Arturo debido al temor de que su enojo y frustración siguieran escalando hasta hacerlo perder la cabeza. Fue Anteojito quien, con más brusquedad de lo deseado, reaccionó de forma inesperada. Le propinó un fuerte golpe a Arturo, que hizo que este perdiera el equilibrio y cayera al suelo, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de dolor.

—¡Por qué mierda hiciste eso!—Arturo gritó en un arranque de ira y confusión. Sin embargo, pronto notó que Anteojitos, de manera rítmica y casi hipnótica, estaba subiendo y bajando en el aire, mientras echaba miradas intermitentes al espejo. Parecía como si le estuviera gritando a Arturo que este estaba pasando por alto algo de vital importancia.

—No entiendo lo que me estás diciendo... —Arturo murmuró con cierto enojo y cautela, aumentando aún más la ansiedad del inquietante ojo volador.

Pese a ello, Pompón captó la clave del misterioso comportamiento de Anteojitos y, en un arrebato de emoción, saltó histéricamente mientras emitía chillidos:

—¡Arturo, tenemos que fijarnos en el total de aprobados! ¡El total de estudiantes que participan en las contrataciones es la clave!

Las palabras de Pompón resonaron en la mente de Arturo, quien se reincorporó abruptamente desde el suelo, su expresión de desconcierto fue reemplazada por la comprensión repentina. Recordó que el éxito o fracaso de las asignaciones no dependía únicamente de su desempeño individual, sino del número de estudiantes que habían aprobado el gran examen.

Mirando su reflejo en el espejo, el niño gritó con desesperación, como si sus palabras contuviera la última llama de su esperanza:

—¡Muéstrame las ofertas recibidas!

Inmediatamente, una gruesa columna de notificaciones llenó la superficie del espejo, extendiéndose desde la parte superior hasta el infinito y más allá:

Cantidad de ofertas pendientes por leer 144556 / 144556 ¡Has recibido una nueva oferta! ¡Has recibido una nueva oferta! ¡Has recibido una nueva oferta! ¡Has recibido una nueva oferta! ¡Has recibido una nueva oferta! ¡Has recibido una nueva oferta! (La lista de notificaciones continuaba y continuaba)

—Por los dioses, ¿cómo es posible que el número de aprobados sea tan alto? —Murmuró Pompón, mirando el espejo con escepticismo.

Arturo, entusiasmado por la perspectiva que se presentaba, exclamó con fervor:

—¡Podremos sacar muchísimo de esto!

—Puede ser... —Murmuró Pompón, pensativo—Nosotros completamos la inspección de manera apresurada, pero aún queda mucha gente por hacerlo. Por lo que es posible que el número final de aprobados sea ridículamente alto.

Lleno de alegría ante las posibilidades que se abrían, Arturo planteó:

—¿Dónde deberíamos enfocarnos? Con tantas ofertas, seguramente podremos encontrar algo valioso entre el mar de ofertas basura.

Pompón, con un ligero carraspeo para corregir su desliz verbal, respondió con determinación:

—Busquemos reliquias... Quiero decir, monedas de oro. Luego, podremos explorar si hay objetos interesantes, como canicas, tarjetas de aventura y demás. Pero, por si acaso, dediquemos algunas horas simplemente a inspeccionar qué objetos ofrecen los estudiantes y cuáles son los precios habituales. Es muy probable que hayan cambiado considerablemente desde la última vez.

La conversación entre Pompón y Arturo continuó a medida que se adentraban en el horizonte de posibilidades que se les presentaba dado el asombroso número de estudiantes aprobados.

Tras dedicar unas cuantas horas a explorar este inusual mercado, Arturo ya había adquirido el conocimiento necesario para discernir entre las estafas y las ofertas “genuinas”.

En este mundo competitivo, era un hecho que la todas las personas buscaban aprovecharse de los demás y los intentos de estafa eran prácticamente todo lo que se podía ver en este mercado, por lo que Arturo había descubierto la clave del comercio en este entorno: en primer lugar, debía aprender a darle vuelta a la situación a su favor y seguir la corriente del mundo, es decir, estafar a los estudiantes incautos. Luego, debía tratar de evitar minimizar las pérdidas cuando aceptaba ser estafado a cambio de obtener algo que le llamaba la atención, y por último, debía desconfiar de las ofertas que parecían “justas”, ya que esas eran las estafas más sofisticadas y donde generalmente se perdía más.

Consciente de que en este mar de tiburones pocos ganaban y muchos perdían, Arturo nadaba hábilmente entre las ofertas, seleccionando a las pocas presas que eran fáciles de engañar y, al mismo tiempo, aceptando ser engañado cuando encontraba algo que realmente le interesaba. Las horas pasaban sin cesar, y dada la abrumadora cantidad de estudiantes aprobados, el niño no podía darse el lujo de tomar un respiro. La mayoría de sus futuras ganancias dependerían de su habilidad para sacar provecho de su número de puesto, por lo que cada segundo contaba en esta tarea desafiante.

Sin embargo, Arturo contaba con tres grandes aliados en esta ocasión, lo cual marcaba una diferencia notable respecto a su anterior experiencia. En primer lugar, tenía a muchas más mascotas y un curador que lo asistían en el comercio. La segunda ventaja era que poseía un cuerpo joven y lleno de energía, lo que le permitía mantenerse enfocado y alerta durante largos períodos. La tercera y quizás más importante ventaja era su arma secreta: ¡El poder del azúcar!

Pasar un día completo concentrado en una tarea podría parecer una hazaña imposible, pero con sus reservas de libros de chocolate y páginas de caramelo, la tarea se volvía considerablemente más llevadera.

No obstante, la vida no siempre es un camino lleno de ventajas, y un gran problema que no había surgido en la anterior ocasión había aparecido: ¡La mente, los deseos y la perspectiva de Arturo estaban completamente distorsionados!

En principio, este problema era una falla fatal. Sin embargo, Pompón logró evitar que el niño cometiera tonterías que le costaran tirar todo su esfuerzo a la basura. En muchas ocasiones, el conejo tuvo que intervenir, cambiar las ofertas en el último momento o fingir que el otro estudiante no las había aceptado, protegiendo así al niño que ya no miraba el mundo de la misma forma que lo hacían los demás miembros de su raza.

La tarea fue difícil, y lo más complicado era distinguir cuándo los demás se aprovechaban de la situación de Arturo y cuándo era la voluntad de Arturo la que actuaba por su cuenta y lo llevaba a ser estafado.

Para hacer las cosas más complicadas, la mentalidad de Arturo era otra y ya no tenía la mente de un muchacho de dieciocho años. Por lo que incluso en sus momentos de lucidez y coherencia con el mundo que lo rodeaba, el niño seguía siendo un niño. Si bien tenía destellos y pensamientos adultos, muchos de esos pensamientos se debían a que la cruel infancia de los dos “Arturos” los había forzado a madurar antes de tiempo. No obstante, era innegable y notorio que un niño que fingía tener la mentalidad de un adulto seguía tomando decisiones que solo un niño tomaría y que a un adulto ni siquiera se le pasarían por la cabeza.

Pompón no quería ir en contra de los deseos de Arturo, ya que a veces estaba bien pagar mucho por alguna tontería que te gustaba. Pero lo cierto es que la irracionalidad de Arturo hacía que fuera muy complicado distinguir cuándo el chico deseaba algo por insistencia de las ofertas de otras personas y cuándo lo hacía porque realmente quería satisfacer un deseo personal. De todas formas, el comercio prosiguió y lentamente el número de puestos en posesión de Arturo se fue reduciendo, mientras las “ganancias” se acumulaban.

Finalmente, el día de las inspecciones llegó a su fin y comenzaron las contrataciones. No obstante, aún había estudiantes que negociaban cambios en sus números de puesto, y Arturo no dudó en aprovechar la oportunidad para obtener lo que pudiera de aquellos que deseaban mejorar sus números de puesto a último momento, ya que este número se había vuelto completamente inútil debido a los eventos que ocurrirían a lo largo de este día.

Cuando Arturo finalmente logró exprimir a fondo su número de puesto, ya habían pasado varias horas desde el inicio de las contrataciones. El organizador del evento hace tiempo había comenzado a amenazar con sancionar a aquellos que no se apresuraran a asistir a la gran plaza. Pese a que estas insistencias eran tomadas como una especie de broma cruel por parte de Arturo. No obstante, su curador pensaba de otra manera:

—¡Es hora de movernos, Arturo!—Exclamó con urgencia—Tenemos que dirigirnos al mercado para vender los regalos sorpresa a cambio de monedas de oro y adquirir todos los objetos que necesitamos para ganar los trofeos. Es lamentable que el profesor nunca nos haya entregado los últimos diez trofeos que prometió, pero eso ya es cosa del pasado. Ahora debemos actuar con rapidez. Si te demoras más, me temo que me veré obligado a teletransportarte de regreso a tu dormitorio cuando estés en el medio de las compras. Luego, me forzarán a impedirte visitar cualquier lugar que no sea la gran plaza, y finalmente, me veré obligado a enviarte directamente a la gran plaza.

—¿No puedes evitar que te obliguen a hacer todo eso? ¿Cómo lo hizo tu amigo Colmillitos entonces?—Preguntó Arturo, con una expresión inquisitiva.

Pompón respondió:

—Supongo que mi “amigo” Colmillitos hizo algunos tratos oscuros con entidades desconocidas para conseguirlo. Yo, por otro lado, ni siquiera he sobornado al conejo encargado de las contrataciones, por lo que dudo que me brinde el mismo trato que a Colmillitos.

—Uh, me deberías haber dicho eso antes, ¡Apresurémonos!—Gritó el niño.

Arturo agarró un puñado de reliquias que había acumulado con la venta de su número de puesto y los tres regalos que había obtenido y renombrado. Uno de ellos provenía de la gran fiesta en el salón abandonado por el tiempo, y los otros dos los había adquirido de la niñera.

El tiempo corría en su contra, y el cansancio comenzaba a mermar sus fuerzas, por lo que Arturo no podía permitirse organizar su inventario y las recientes adquisiciones en este momento. Sin embargo, esta prisa le hizo olvidar que durante las inspecciones había obtenido otros dos regalos por parte de Flora.

Con todo listo para esta última aventura antes de las gloriosas contrataciones, Arturo se acercó al espejo de su habitación. Y consciente de que el tiempo no esperaría a que completara sus planes, pronunció las siguientes palabras mágicas con determinación:

> “En una plaza bulliciosa y abierta, donde los secretos y bienes son la oferta. Buscas productos, frescos y variados, dime, buen viajero, ¿dónde has llegado?”

Tras pronunciar las palabras mágicas, el mercado comenzó a materializarse ante los ojos de Arturo a través del reflejo en el espejo. Afortunadamente, el lugar seguía lleno de comerciantes y estudiantes que corrían apresurados, realizando compras de último momento con las reliquias que habían obtenido tras comerciar con otros estudiantes.

Arturo no perdió un segundo y atravesó el umbral de su espejo. Mientras avanzaba por el mercado, Arturo evitó las miradas perplejas de los otros estudiantes que no comprendían qué hacía un niño en este sitio, y se apresuró para encontrar al comerciante dispuesto a comprar los regalos que había adquirido.

Por su parte, Anteojitos, con su habilidad para la telequinesis, hacía levitar los regalos y los llevaba hacia el comerciante. Copito y Pimpón saltaban unos pasos adelante, como si estuvieran tratando de apresurar a Arturo para que corriera más rápido. Mientras que Tentaculin se había quedado en el hogar junto al gusano gigante, aparentemente no gustándole la idea de ir a un lugar con tantas personas.

Cabe destacar que la previa investigación del mercado que Arturo había realizado junto a su curador cuando compró los artículos para generar alimentos desempeñó un papel esencial en la ejecución de esta tarea. Sin ese paso previo, Arturo habría perdido mucho tiempo valioso buscando a los comerciantes adecuados.

Tras unos pocos minutos corriendo, Arturo siguió a Copito y a Pompón hasta llegar al comerciante que compraba regalos a cambio de reliquias. Este comerciante parecía especializado en la venta de cajas sorpresa y objetos desconocidos, lo que le confería un aire de misterio.

Arturo avanzó con determinación en dirección al misterioso comerciante, cuyos múltiples tentáculos ondeaban en un baile hipnótico. Su aspecto extraño y desconcertante no pasó desapercibido para Arturo, quien, a pesar de su fatiga y falta de sueño, se esforzó por entablar una conversación.

—Hola... quiero venderte… tres…..tres regalos…—Dijo Arturo con esfuerzo, mientras luchaba por regular su respiración. Había estado despierto durante horas y se había sumergido en una ingesta excesiva de azúcar, lo que había llevado su estado de salud al borde de la miseria.

Con sus tentáculos ondeando en el aire con emoción, el comerciante parecía analizar a Arturo con ojos inescrutables. Curiosamente, su voz resonó en la mente de Arturo sin necesidad de palabras audibles.

—Tres regalos, dices… —El comerciante respondió telepáticamente. Su presencia era abrumadora, y Arturo podía sentir cómo su mente era escrutada minuciosamente.

—Sí, quiero venderte… Tres regalos que he adquirido durante mis aventuras—Arturo confirmó, tratando de mantener la concentración a pesar de su agotamiento.

Los tentáculos del comerciante se movieron en una danza etérea mientras se acercaba a inspeccionar los regalos de Arturo. Sin mediar palabras, comenzó a explorar los regalos detenidamente con sus apéndices, como si estuviera buscando algo más allá de su apariencia externa. Las cuales eran fácilmente identificables, dado que todos los regalos eran una caja con un forro de diferentes colores y un llamativo moño en la parte superior.

El silencio en el puesto del comerciante parecía eterno, y Arturo sentía la tensión en el aire mientras esperaba la evaluación del misterioso ser. Por fin, el comerciante habló telepáticamente:

—Estos regalos... son curiosos. Ocultan secretos y promesas en su interior. ¿Qué deseas obtener a cambio, joven Arturo? Las reliquias son solo el comienzo de las posibilidades que puedo darte.

Arturo, aunque fatigado y al borde de la extenuación, mantuvo la lucidez suficiente para responder:

—Solo busco las monedas de oro. Las promesas ocultas en estos regalos pueden ser tuyas.

—Es decir, mi protegido y yo solo aceptaremos tres reliquias tan relucientes como monedas de oro…—Corrigió rápidamente Pompón, asegurándose de que el trato saliera bien.

El comerciante, cuyos tentáculos seguían danzando de manera hipnótica, asintió de manera imperceptible:

—Entiendo los deseos de Arturo. Aceptaré tus regalos a cambio de las reliquias que ansías, y te brindaré la oportunidad de explorar las ofertas misteriosas que tengo para ti. Pero ten en cuenta que el verdadero precio de estos regalos es más alto de lo que puedo ofrecerte, y las promesas que custodian pueden llevarte por caminos impredecibles.

Consciente de que no era prudente hacer una apuesta que costará una reliquia, Arturo asintió con determinación:

—Estoy dispuesto a aceptar el riesgo de perder ese destino. Necesito las monedas de oro para ser un mejor mago. La última vez que abrí un regalo solo era un juego nuevo de túnicas negras, no puedo permitirme apostar una moneda sabiendo que puedo ganar algo completamente inútil.

A case of content theft: this narrative is not rightfully on Amazon; if you spot it, report the violation.

El comerciante aceptó los regalos de Arturo con sus tentáculos, y la transacción se llevó a cabo sin necesidad de palabras audibles. A cambio, le entregó tres reliquias, las cuales eran tres brillantes caracolas de mar.

Arturo guardó las reliquias en la bolsa negra y agradeció al comerciante antes de retirarse. Sabía que el contenido de estos regalos podía cambiarle la vida, pero también tenía absoluta certeza de que tres monedas de oro eran mejor que tres objetos inútiles. Con pasos decididos, el niño continuó su búsqueda en el bullicioso mercado en busca de las herramientas que necesitaría para destacar en la competencia desafiante de las contrataciones… “Cuando fuera que realmente la fuera a realizar”…

Después de unos minutos de búsqueda, Arturo identificó una tienda especializada en vinos exóticos. La manta que simulaba ser una “tienda” estaba decorada con luces titilantes y botellas de vino de todas las formas y tamaños alineadas en pequeñas estanterías relucientes. Un comerciante con una barba falsa y un sombrero extravagante estaba custodiando el puesto, esperando para atender a los clientes.

Arturo se acercó a esta manta con determinación y saludó al comerciante:

—Buenas tardes, busco un vino exótico. ¿Tienes algo que sea realmente único y especial? Busco un buen vino, uno como para pagarle un soborno a mi futuro jefe.

El comerciante, con una inexistente sonrisa de satisfacción, respondió:

—¡Claro que sí, niño! Tengo una selección de vinos exquisitos de diferentes rincones del mundo. Permíteme mostrarte alguno de mis tesoros.

El comerciante comenzó a sacar botellas de vino de lugares tan lejanos como las montañas nevadas de Fanfarrona y las llanuras doradas de Serapiona. Cada botella parecía una obra de arte por sí sola, con etiquetas elegantes y diseños únicos. Arturo quedó impresionado por la variedad y la calidad de los vinos que se le presentaban.

Finalmente, el comerciante mostró una botella con un líquido carmesí y destellos dorados.

—Este es el “Néctar de las Estrellas”, un vino excepcionalmente raro de los viñedos de Gastralgia. Cada sorbo es como un viaje a través de las constelaciones. ¿Qué te parece, Arturo?

El niño quedó maravillado por la descripción y la apariencia del vino. Sabía que esta botella sería un buen soborno, y no dudó en comprarlo:

—La quiero, por favor.

Tras una transacción que implicó el intercambio de una de las tres reliquias que había ganado, Arturo vió como el comerciante mandaba el “Néctar de las Estrellas” directamente a su inventario.

Con el vino obtenido solo quedaba verificar si el cofre lleno de monedas de oro que debía comprar era más chico que la bolsa llena de monedas de oro que había ganado en el casino, y tras comprobar que ambos objetos tenían un tamaño similar, todos los objetos necesarios para ganar los trofeos habían sido comprados. Con su objetivo principal cumplido, el niño decidió explorar un poco más el mercado antes de dirigirse a su próximo destino.

A medida que recorría el mercado, Arturo recordó que no podría volver a venir a este lugar durante todo un año, por lo que decidió aprovechar la ocasión para realizar algunas compras de último momento que podrían resultar útiles en el futuro.

Mientras meditaba entre las opciones, Arturo sintió que era sensato volver a visitar nuevamente al comerciante de Puffins, un ser al que había estado ignorando durante más de mil años debido a los giros que había pegado su vida. Sin embargo, ahora era una buena oportunidad y Arturo tenía un buen puñado de reliquias para gastar, por lo que quería ver si el comerciante de Puffins tenía algún objeto nuevo que pudiera ser de utilidad.

La tienda de Puffins seguía siendo una manta extraña y colorida, con una variedad de jaulas exóticas exhibidas a su alrededor. Arturo se acercó y fue recibido por el comerciante.

—¡Arturo, mi amigo!—Exclamó el comerciante con entusiasmo—¡Hace mucho tiempo que no venías a visitarme! ¿En qué puedo ayudarte hoy?

Arturo sonrió, recordando las conversaciones con el comerciante que había tenido unos cuantos “años” atrás.

—Es cierto, ha pasado mucho tiempo, Marqués. Tengo algunas monedas de oro que estoy dispuesto a gastar. ¿Tienes algo especial para mí?

El comerciante miró a Arturo con un visible aturdimiento, evidentemente su nombre no era Marqués, y Arturo no poseía la habilidad para conocer su nombre real. Sin embargo, la memoria del comerciante era asombrosa, y recordaba con especial afecto a este estudiante que había invertido más de una reliquia en su tienda en el pasado. Con una sonrisa de reconocimiento, “Marqués” asintió y le entregó un libro que detallaba los artículos disponibles para la compra, permitiéndole a Arturo explorar la no tan vasta colección de objetos que tenía para ofrecer.

Nuevamente, Arturo se encontró con los cuatro objetos que había adquirido en el pasado, pero para su sorpresa, notó que había dos páginas adicionales en el libro. Esto significaba que había dos objetos más disponibles en la tienda, uno de ellos era una canica roja. Sin embargo, esta canica no se parecía en nada a las que solían utilizarse para modificar el hogar, ya que no tenía un martillo inscrito en su superficie. La otra página del libro mostraba una simple roca de color negro, cuya utilidad era un misterio para Arturo.

—¿Para qué sirven estos dos nuevos objetos? ¿Por qué no estaban en tu tienda antes, Marqués? ¿Los trajiste de tierras lejanas?—Preguntó Arturo con evidente alegría al descubrir que había objetos nuevos disponibles.

—Sinceramente, pensé que no habría nada nuevo en esta tienda…—Dijo Pompón rascándose la cabeza con su patita como si se hubiera equivocado groseramente—Lo mejor es ignorar a este estafador, Arturo. “Marqués” es un comerciante poco confiable, no deberías comerciar con él.

Pompón no estaba contento con la idea de visitar a este comerciante y, de hecho, cuando Arturo aún mantenía su “cordura”, había logrado convencerlo de que no viniera a esta tienda. La situación había cambiado, en el mercado había comerciantes más honestos de los cuales se podía obtener comida y depender de la pequeña comida generada por los minihumanos para alimentar a un adulto era una pésima idea.

Sin embargo, el joven de ojos rojos demostraba ser mucho más obstinado y difícil de influenciar que el dócil jorobado, por lo que durante el camino había ignorado las insistentes y no tan sutiles advertencias que su curador le había dado.

Por su parte, el misterioso comerciante parecía disfrutar de la intriga y la expectación que rodeaban a los nuevos objetos en su tienda. Sus tentáculos se movían de forma enigmática mientras Arturo examinaba las páginas de la canica roja y la misteriosa roca negra.

—Ah, querido cliente, te has topado con verdaderos tesoros—Dijo Marqués con una voz suave y melódica que, aunque atractiva, no ocultaba el aire de misterio que lo rodeaba.

Arturo, impulsado por su curiosidad, decidió ignorar la advertencia del conejo y preguntó:

—¿Puedes contarme más acerca de estos dos nuevos objetos, Marqués? ¿Qué hacen exactamente?

Marqués asintió con una expresión aún más enigmática y comenzó a explicar con una entonación persuasiva:

—La canica roja que ves aquí es un artefacto mágico de gran poder. Puede convocar el poder de la luna de sangre y de tal forma creará un hermoso espectáculo para Copito. También puede proporcionar calor en situaciones de frío extremo, y generar un ambiente hermoso para los puffins. La canica es ideal para que Copito decida revelarte su habilidad secreta.

Arturo observó asombrado la página que describía la canica roja e imaginó las infinitas posibilidades que este misterioso objeto ofrecía. Mientras que, por su parte, Pompón estaba preocupado; el comerciante aparentemente tenía el poder de para saber los nombres de sus clientes y era muy persuasivo, lo cual no era nada bueno, dado que la mente de Arturo le asignaría más peso a este ser y sería complicado evitar que lo estafen.

Sin embargo, el niño no compartía los pensamientos de su curador, y como todavía tenía dudas acerca de la roca negra, preguntó con una mirada inquisitiva:

—Y, ¿qué hay de esta roca negra? ¿Cuál es su utilidad?

Marqués levantó una roca negra similar a la representada en el libro con sus tentáculos y la sostuvo frente a Arturo, como si estuviera revelando un tesoro oculto:

—Esta roca aparentemente común es en realidad un dispositivo de transmutación. Puede transformar objetos no mágicos en algo extraordinario. Por ejemplo, podrías convertir una simple rama en una espada afilada, o un trozo de tela en una capa que te conceda el poder de la invisibilidad. Es una herramienta versátil que ampliará las posibilidades de Copito a la hora de jugar con su entorno.

Arturo quedó impresionado por las explicaciones de Marqués. Estos objetos parecían realmente asombrosos y útiles, especialmente para Copito. Sin embargo, Pompón seguía siendo escéptico y no dudó en expresar sus preocupaciones:

—No te dejes engañar, Arturo. Este comerciante tiene el historial de un estafador. Sus objetos pueden parecer asombrosos, pero ¿qué garantía tienes de que funcionarán como él dice?

Arturo se encontraba en una encrucijada. Por un lado, estaba emocionado por las posibilidades que ofrecían estos objetos mágicos para ayudar a Copito en sus aventuras. Por otro lado, la advertencia de Pompón no debía ser tomada a la ligera. El niño debía decidir cuidadosamente si tomar el riesgo de adquirir estos objetos o no, sabiendo que su elección podría tener un impacto significativo en su próxima asistencia a las contrataciones.

No obstante, después de meditarlo unos pocos segundos, el niño estaba decidido a conseguir los objetos y hacer que su fiel mascota, Copito, se beneficiará de ellos. Entendía que había un riesgo involucrado y que el costo de adquisición de estas dos monedas de oro era enorme, pero desde el fondo de su corazón creía que valía la pena.

—Compremos los objetos, Pompón. Estoy seguro de que estos objetos pueden ayudarnos. Copito los necesita para liberarse de sus ataduras mortales y así poder finalmente convertirse en un dios nuevamente—Dijo Arturo con determinación.

Pompón no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Temía que Arturo estuviera tomando una decisión impulsiva y que los objetos de Marqués resultaran ser más un engaño que una bendición. Se mantuvo firme en su posición:

—No, Arturo, no deberíamos confiar en este comerciante. Ya te estafo en el pasado, y no debemos arriesgarnos a perder más monedas de oro por objetos que podrían ser inútiles o peligrosos. ¡Si bien has ganado muchas monedas, está mal dejarse estafar!

Sintiendo una mezcla de enojo y determinación, Arturo no pudo evitar desahogarse:

—¡Pero Copito me salvó de ser un monstruo por toda la eternidad! ¡Juré que lo ayudaría a completar su transformación! ¡Tú no entiendes nada, Pompón! ¿Acaso recuerdas cuando estabas enfermo y propusiste enfermarme a mí para lograr curarte? ¡Porque yo sí lo recuerdo! ¡Pasó hace unos pocos días, conejo malagradecido! Luego de años ayudándote, me usaste de cordero de sacrificio para salvar tu pomposo trasero. ¡Ahora quiero ayudar a Copito y tu codicia por las monedas de oro, nuevamente te está nublando el juicio!

Si bien la mente de Arturo se había quemado y ahora era popurri de divagaciones, Pompón logró interpretar las palabras de su protegido, provocando que se sintiera culpable por el sufrimiento que Arturo había experimentado a causa de su error. La inseguridad y la preocupación por el bienestar de Arturo lo invadieron. Aunque seguía siendo escéptico respecto a Marqués, el conejo comenzó a ceder bajo la presión de Arturo y su propia culpa:

—Está bien, Arturo, compra los objetos si eso es lo que realmente deseas. Pero por favor, ten mucho cuidado y no confíes demasiado en estos comerciantes. No sabemos cuáles son los límites de su codicia.

Arturo sonrió, agradecido por la comprensión de Pompón. Sabía que había obtenido lo que quería, pero también entendía las preocupaciones de su compañero. Tomó las reliquias necesarias y realizó la compra de la canica roja y la roca negra.

Por su parte, Marqués observaba la situación con una expresión imperturbable, como si supiera que su reputación no inspiraba confianza, pero aun así lograba persuadir a sus clientes.

—Has hecho bien en comprar mis objetos, Arturo. Mi instinto de comerciante me dice que volveremos a vernos, y cuando eso ocurra, estos objetos ya no estarán a la venta...—Dijo Marqués, desviando su mirada hacia los dos comerciantes que trabajaban ociosamente a su lado, como si buscará comprobar que estuvieran haciendo caso omiso de su conversación.

Arturo, intrigado, preguntó—Oh, ¿por qué estos objetos ya no estarán disponibles, Marqués?

Marqués, con un tono enigmático, respondió mientras observaba las pinturas en las paredes de la habitación, donde se dibujaba de manera infantil un cielo nocturno con una luna roja:

—Muchos de los objetos que ves en el mercado están vinculados a la luna de sangre. Cuando finalmente desaparezca, los objetos disponibles cambiarán.

Arturo, reflexionando sobre esta información, preguntó—¿La luna de sangre es la que les facilita abastecerse de nuevos objetos?

Marqués asintió mientras movía sus tentáculos con alegría:

—Sí, es sorprendente que no lo supieras, pero efectivamente eso es lo que ocurre, es una de las sinergias que tiene este lugar. Pero bueno, eso no importa. Lo que importa es que puedo decir que todas mis transacciones están concluidas, y que finalmente comienza mi viaje de regreso a casa.

Arturo, con sinceridad, expresó su agradecimiento:

—Espero que tengas un agradable viaje de regreso, me imagino que debe ser una larga travesía, aunque me alegra que hayas venido a la academia, Marqués. Sin tu ayuda, Copito no sería tan feliz.

Marqués respondió con gratitud:

—Oh, chico, yo te debo agradecer a ti. Han pasado milenios desde que un estudiante me compra tantos objetos. Casi todos creen que soy un estafador, pero el tiempo siempre termina dándome la razón.

Tras decir esas palabras, Marqués dio una pausa dramática y miró cómo los dos comerciantes a su alrededor lo ignoraban, tras lo cual ofreció un consejo con un aire misterioso, como si lo que revelará fuera una información sumamente delicada:

—Permíteme darte un buen consejo, Arturo. Hay un comerciante que solo puede ser visitado en este momento, es el marinero que nos llevará de regreso a nuestras tierras. Lo identificarás fácilmente, está rodeado de otros estudiantes. No estaría mal comprar lo que todos están adquiriendo y observar qué comerciantes son consultados con frecuencia en este momento. Incluso si no sabes exactamente lo que estás comprando, el hecho de que todos lo deseen sugiere que es útil. ¿No es así, conejo?

Pompón, aún resentido con Marqués, murmuró con enojo, sin ocultar su desconfianza y resentimiento hacia el estafador:

—Sí, ese es un consejo noble, de alguien para nada noble…

Siguiendo el consejo de “Marqués”, Arturo se aventuró por el mercado, investigando lo que los otros estudiantes de la academia estaban comprando. Su principal objetivo era encontrar al misterioso comerciante que solo estaba disponible cuando la caravana de mercaderes estaba a punto de marcharse.

No tuvo que buscar demasiado, ya que la manta de este comerciante estaba repleta de alumnos que esperaban ansiosamente su turno para ser atendidos. Había al menos unas 60 personas rodeándolo, lo que hacía complicado discernir qué objetos exactamente estaba vendiendo.

—¿Tendremos tiempo para esperar a que esta cola se disipe?—Preguntó Arturo con dudas. Aunque el comerciante trabajaba rápidamente, la multitud de personas a su alrededor era abrumadora.

El siempre calmado y estratégico Pompón respondió:

—Tendremos tiempo, pero solo si tenemos la paciencia y ganas de llegar últimos. Te recomendaría que vayas viendo si hay otro comerciante concurrido, de esa manera podrías adquirir objetos interesantes. Mientras tanto, yo subiré arriba de Anteojitos y espiaré desde el cielo qué es lo que están comprando estos chicos.

—Excelente idea, Pompón—Respondió Arturo, abandonando la inútil espera en la cola y explorando otros puestos del mercado. En su mente, las “monedas de oro” servían principalmente para adquirir objetos útiles en este lugar, por lo que era sensato “quemarlas” antes de que los comerciantes desaparecieran.

El bullicioso mercado continuaba ofreciendo una gran variedad de objetos mágicos y curiosos, y Arturo aprovechaba su tiempo explorando sus posibilidades. A medida que paseaba por los coloridos puestos, observaba detenidamente los objetos y se detenía ocasionalmente para adquirir aquellos que muchas personas compraban, pese a que su utilidad era un misterio para él en estos momentos.

A lo largo de su recorrido por el mercado, Arturo notó que la multitud que rodeaba al misterioso comerciante parecía disminuir gradualmente. La paciencia de los estudiantes tenía un límite, y muchos, al no estar dispuestos a esperar por más tiempo, se dirigían de regreso a sus hogares, listos para hacer los últimos preparativos para embarcarse en las contrataciones. Esto le dio a Arturo la oportunidad de acercarse al misterioso comerciante sin tener que esperar en la larga cola que antiguamente lo rodeaba.

Con cautela y sin querer interrumpir a los demás estudiantes, Arturo se acercó al comerciante, quien parecía sumido en su propio mundo mientras atendía a los clientes restantes.

Tras notar que Arturo había vuelto a aparecer, Pompón se dirigió hacia Anteojitos, y le indicó que descendiera y lo acercara al niño.

—¿Ya descubriste qué objetos necesitamos comprar?—Preguntó Arturo con un toque de incertidumbre en su voz.

Pompón, pensativo, respondió—Sí, necesitamos 4 monedas de oro. ¿Tienes las suficientes, o debo volver a casa a buscar más?

El conejo recordaba que Arturo había tomado algunas reliquias de su inventario, pero no todas, ya que era complicado encontrarlas entre la gran cantidad de objetos que había adquirido durante el intercambio de número de puesto.

Arturo, con una expresión dubitativa, sacó la bolsa negra que contenía las “monedas de oro” y respondió—Solo me quedan dos... —Mostró las monedas al conejo, consciente de que no tenía suficiente para comprar todos los objetos necesarios.

—Bien, en ese caso, regresaré por más. No pierdas nuestro turno alejándote del comerciante. Tenemos que comprar el cofre lleno de corales, la botella con el mensaje, la gaviota muerta y la bala de cañón—Las palabras del conejo eran precisas y demostraban que había investigado minuciosamente lo que necesitaban.

Con esa tarea en mente, Pompón desapareció de la vista de Arturo y se embarcó en su viaje de vuelta hacia su hogar, donde se encontraban las reliquias adicionales necesarias para completar la transacción.

Mientras tanto, Arturo se quedó solo frente al misterioso comerciante, con una mezcla de impaciencia y ansiedad. Esperaba con ansias la vuelta de Pompón, consciente de que cada minuto que pasaba los acercaba más al momento en que la caravana de comerciantes emprendería su viaje de regreso a sus tierras, y no podía permitirse perder la oportunidad de comprar los objetos aparentemente esenciales para su futura vida como adulto.

Mientras esperaba, Arturo observó con impaciencia como cada vez había menos estudiantes caminando por el mercado. Tratando de contener sus nervios, Arturo dejó de concentrarse en los estudiantes que desaparecían de la plaza y miró con atención al mercader con el cual comerciaría en unos minutos.

El dichoso comerciante que era visitado por numerosos estudiantes era un mercader bastante común, con tentáculos y una apariencia que se confundía con la de los demás comerciantes del mercado, no obstante sobre su manta había una colección de objetos únicos que parecían haber sido rescatados de un naufragio. Arturo observó con curiosidad cada uno de los objetos que este singular vendedor ofrecía.

Había un cofre lleno de corales marinos que se destacaba gracias a que sus colores vibrantes se mantenían visibles a pesar del tiempo pasado en el fondo del océano. Al lado se encontraba una botella de cristal dentro de la cual había un mensaje cuidadosamente enrollado. El esqueleto de una gaviota muerta estaba dispuesto en una posición intrigante sobre la manta, como si hubiera sido parte de un ritual antiguo. También había una bala de cañón, una pieza de metal pesado con una historia desconocida.

Además de estos 4 objetos, el comerciante vendía un ancla y una espada oxidada, y si bien los 6 objetos parecían escasos para la muchedumbre de estudiantes que visitaba este puesto, lo cierto es que cada vez que se vendía uno de los objetos, este desaparecía de la manta y otro idéntico aparecía en su lugar. Por lo que siempre había objetos disponibles si uno tenía reliquias que gastar.

Por suerte, el comerciante no era insistente, y cuando únicamente quedaron él y Arturo, no presionó al joven para que hiciera una compra. En su lugar, se relajó cómodamente en su puesto, observando con satisfacción cómo los pocos estudiantes restantes finalizaban sus compras. La atmósfera se tornó más relajada y permitió que Arturo esperará tranquilamente la llegada de Pompón con las monedas de oro restantes.

Fue en ese momento que Pompón comenzó a materializarse con la bolsa negra entre sus patitas, Arturo sintió un alivio inmenso al ver a su amigo regresar a tiempo.

Con las monedas necesarias en sus manos, se sintió más confiado y decidido a comprar los objetos que el misterioso comerciante ofrecía.

—Hola, ¿estás dispuesto a atender a un estudiante más?—Preguntó Arturo de manera cortés.

El comerciante, que había estado enfocado en la nada misma, finalmente se volvió hacia Arturo. Tenía una expresión serena y misteriosa, sus inexistentes ojos parecían tener un brillo especial:

—Por supuesto, mocoso. ¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy interesado en adquirir el cofre, la botella, la bala y el esqueleto. ¿Puedes decirme para qué sirven?

El comerciante, que parecía tener una actitud notablemente diferente a la de los demás, respondió con un tono cansado:

—No, ya estoy muy fatigado. Puedo vendértelos, pero no me pidas que te explique qué hacen. Ya hay demasiados rumores. Solo adquiere los objetos y descúbrelo por ti mismo después de comprarlos. O simplemente no los compres…

Arturo asintió, comprendiendo que la situación de este “comerciante” era única y que el misterio que rodeaba a sus objetos agregaba más intriga al mercado. Con determinación, dijo:

—Está bien, entonces dame los cuatro objetos que mencioné.

Arturo entregó las “monedas de oro” necesarias al comerciante, sabiendo que aunque no tenía idea de para qué servían estos objetos, la desesperación de los estudiantes por adquirirlos hablaba de su valor. Además, todos los estudiantes que habían aparecido en el mercado a estas horas de las contrataciones tenían un aire misterioso, como si fueran los lobos ocultos entre la manada de ovejas.

El comerciante asintió mientras tomaba las cuatro reliquias, parecía satisfecho con la transacción. No obstante, antes de despedirse, Arturo tenía una última pregunta en mente:

—Dime, ¿por qué esta caravana de comerciantes solo ofrece sus productos especiales cuando aparece la luna de sangre? ¿Tiene algún significado especial? ¿Acaso los consiguen de alguna otra entidad que solo aparece con este evento? Me dijeron que era una “sinergia”, pero no entiendo del todo como funciona esta magia.

El comerciante miró al dibujo de la luna de sangre que se alzaba en la pared del mercado:

—La luna de sangre es un momento especial en nuestro mundo. Actúa como un catalizador de la magia, desbloqueando objetos y poderes que de otro modo permanecerían ocultos. Es un fenómeno raro, pero cuando ocurre, los comerciantes aprovechan la oportunidad para ofrecer mercancías únicas a los estudiantes. Es un equilibrio delicado entre la magia y el comercio. De todas formas, los por qué o los cómo, son preguntas cuyas respuestas no valen nada. Lo importante es saber que el evento ocurre. Hace mucho no me preguntaban esa pregunta, la gente de tu raza se acostumbró “demasiado rápido” a la presencia de la luna de sangre.

Arturo asintió, agradecido por la explicación, si bien la explicación terminó siendo igual de escasa, aún logró captar el mensaje de que la gente que trabajaba con los magos solía ignorar los motivos y se concentraba más en los hechos.

Sin nada más que hacer, el niño se retiró del mercado, podría comprar más cosas, pero lo mejor era no arriesgarse a comprar basura, y si lo demás estudiantes no se desesperaban por esos objetos, entonces él tampoco debía desesperarse. Además, tampoco era buena idea seguir alargando la asistencia a las contrataciones.