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El pibe isekai [Español/Spanish]
Relatos absurdos: Luciano el avaro.

Relatos absurdos: Luciano el avaro.

El día comenzó como cualquier otro en este mundo extraño que ahora llamaba mi mundo. El sol apenas se asomaba por el horizonte del océano, la brisa del mar acariciaba mi hermoso cabello, los pájaros cantaban... No, mentira, en este lugar no había pájaros.

Lo importante era que este día no era uno cualquiera para mí. Este día, mi avaricia despertó.

Había estado pensando en lo que vi hace mucho tiempo, cuando un reflejo fugaz en el arroyo me cegó mientras estaba lavando un plato de piedra que había creado. Era oro. Oro puro, brillando como el sol.

Y sí, hoy sentí que era el momento en el que tocaba ir a por ellos. También tengo un trozo de oro en mi bolsillo, el cual todavía no sé en qué usarl... ¡No! ¡Quiero todo el oro del lugar!

¿Y si eran cientos de pepitas? No... ¿Y si eran miles? Solo un tonto dejaría seguir pasando semejante oportunidad, ¿no? Así que tomé una decisión cuestionable: ir solo a recolectarlo, sin decirle nada a nadie. Ni a Lucía.

Con un balde en mano y mi herramienta más valiosa, la magia que Sariah me había regalado, me adentré en el bosque, directo al arroyo. Mientras caminaba, la idea de ese oro llenaba mi mente. No era solo oro, era el inicio de algo más grande. ¿Qué podría hacer con él? Comprar... No, espera. Nadie usaba oro como moneda aquí. Pero eso no importaba. Lo que importaba era que tendría algo mío. Todo ese oro sería para mí y para mis creaciones.

Al llegar al arroyo, me encontré con una escena tan hermosa como tentadora. Las partículas doradas flotaban en el agua, destellando bajo la luz del sol. Era como si el arroyo me hablara, susurrando: "Luciano, este oro te pertenece. Hazlo tuyo".

¡Seguro que eso era lo que Lucía hubiera escuchado!

"Bueno, no voy a contradecir a un arroyo mágico", dije, riéndome de mi propia broma mientras sumergía el balde, que tenía unos huequitos en el fondo.

Pasaron horas. Saqué baldes y baldes de pepitas doradas, amontonándolas en una pila que brillaba tanto que me hacía entrecerrar los ojos. Usé magia para consolidarlas en un lingote y luego lo miré con una sonrisa un tanto maníaca. Pero algo en mí no estaba satisfecho. Quería más. Más oro, sí, pero también más cosas. Algo dentro de mí decía: Esto no es suficiente. Podrías hacer tanto más con esto.

Entonces se me ocurrió una idea.

"¿Y si hago algo útil? Algo del viejo mundo, como un... celular".

Fue una idea absurda, lo admito. Pero tenía magia, oro y tiempo. ¿Por qué no?

Primero moldeé una carcasa brillante, completamente dorada. Le di forma a los botones, una pantalla plana y hasta un pequeño orificio para lo que sería la cámara. Era perfecto. Bueno, visualmente perfecto.

"¡Hola, sí! Luciano acá, reportándome desde otro mundo", dije, sosteniendo mi falso celular como si estuviera en una videollamada.

"¿Cómo está todo por casa? ¿Siguen los cortes de luz? ¡Qué estúpidos! Acá con la magia de luz de mi hadita me la paso diez puntos".

Me reí solo de mi propia ocurrencia y continué.

"¿Qué dijiste? ¿Que por qué todavía no inventé la electricidad? ¿Me estás cargando, amigo? ¿Sabés lo que es armar un circuito cuando la herramienta más avanzada que posee este mundo es una piedra puntiaguda? Encima, acá la gente no entiende el concepto de un interruptor. ¡Para eso la uso a Mirella y listo!"

Me levanté del suelo, caminando de un lado a otro con el celular ahora pegado a mi oreja. Esto ya era personal.

"¿Qué me decís? ¿Que los gnomos ya hicieron todo un sistema de túneles subterráneos y pretenden armar un sistema de energía nuclear a través de la extracción indiscriminada de uranio, monopolizando así los recursos gracias a su desquiciado trabajo en equipo? Estás loco, amigo. Encima, el oro lo estoy sacando yo solito del arroyo. ¡Del arroyo, papá! ¿Sabés lo que me tardé en juntar estas pepitas? Vos porque allá lo tenés fácil, con tus monedas virtuales y no sé qué otras mierdas más".

La risa empezó a ganarme, pero no podía detener el show. Miré el celular como si estuviera leyendo algo en una pantalla.

"Ah, mirá, ahora me mandaste un mensaje de texto. 'Luciano, sos un desastre, así nunca vas a avanzar. Al menos acostate con alguna de tus amigas, así dejás de ser un virg...'.

Bueno, creo que no hace falta seguir leyendo esas palabras de aliento. Qué bueno que del otro lado del universo tengo a un fan tan dedicado, ¿no? ¿Por qué no me mandás un tutorial de YouTube mientras estás? Oh, cierto, no tengo internet porque no le cargué crédito, qué lástima. Pero vos seguí pidiéndome cosas imposibles, dale".

Después del celular, mi ambición subió de nivel.

"Necesito un micrófono", dije en voz alta, como si ahora realmente alguien me estuviera escuchando. Con el oro del celular y un poco de magia, armé un micrófono dorado con una base sólida. Era un desastre no funcional: no amplificaba nada, pero reflejaba mi rostro con un brillo espectacular.

"¡Buenas noches, público! Acá Luciano, en vivo desde… bueno, un lugar donde no tenemos ni pan ni mate, pero miren este micrófono de lujo".

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Hice mi mejor imitación de un locutor de radio, entrevistando a… nada. Usé voces para inventar personajes argentinos:

"‘Luciano, contame, ¿cómo es eso de vivir en otro mundo?’"

"Bueno, Facu, te cuento que acá la inflación no existe, pero tampoco hay empanadas, así que estoy sufriendo. Aunque estoy desarrollando tecnología mágica, ¿viste? Mirá este micrófono".

"¡Luciano, me encanta tu micrófono!"

"¿Cuál? ¿El de oro o el de carne?"

El público rio ante semejante chiste.

"¡¿Qué me dijiste, flaco?!"

"Y si sos re goloso, Facu. Todo el barrio lo dice, hasta Marcelo".

"¿Qué Marcelo?"

"Agachate y conocelo".

"¡Te voy a romper la cara de una piña!"

La decadencia ya había llegado rápidamente.

"Esto no es suficiente", dije mirando el suelo después de que cancelaran en vivo el programa.

Necesitaba más cosas inútiles. Construí una computadora portátil de oro sólido. No tenía teclas funcionales ni pantalla que mostrara nada, pero tenía un diseño impecable.

¡Quiero más!

Me acerqué a un pequeño trozo de oro, pensando que, tal vez, si usaba la magia correctamente, podría hacer que el televisor apareciera de la nada. Estaba tan metido en mi locura que no me di cuenta de lo mucho que había cambiado. Estaba perdiendo la noción del tiempo, de la realidad. Mi único objetivo era seguir creando.

"Facu, la puta madre... Nos cerraron el programa", dije mientras ponía una mano en mi frente.

"Y si te fuiste a la mierda", replicó él en mi cabeza.

"Ya sé, pero... Necesito algo para grabar un video de eso y enviarlo a la Tierra".

"¿Qué video?"

"El de tu... ¿Hasta cuándo te vas a regalar así?"

"¡Sos un estúpido, Luciano! No me vengas con eso, ya basta, ¡me estás cansando! ¿No te das cuenta de que te estás volviendo loco con todo esto? Es patético. Estás perdiendo el rumbo. ¿Dónde está el Luciano que conocía? El que tenía las ideas claras, el que lideraba... ¿Este es tu legado? ¿Un mundo de oro y fantasías inútiles?"

Entonces le corté el audio.

Tomé la netbook entre mis manos, convirtiéndola en dos lingotes de oro no tan grandes. Luego saqué el pedazo de oro que tenía en mi bolsita y lo uní a lo demás, también usando magia.

Me miré en el reflejo del tan preciado metal. ¿De qué me estaba riendo? ¿Qué había hecho con mi vida? Pero no podía parar. Necesitaba más. La necesidad de crear, de tener algo más tangible que el oro... Era como una adicción.

Entonces creé a un mini Facu de oro. Sin embargo, él se veía... Se veía...

No lo reconocí, él no era nadie en mi vida. Ni en esta ni en la anterior.

Fue en ese momento que me di cuenta de que esto no estaba bien. Estaba delirando por algo que no tenía el valor que yo esperaba.

Entonces lo volví a convertir en dos lingotes.

El día estaba terminando, y yo, el gran creador de cosas inútiles, me encontraba sentado junto al arroyo. El sol comenzaba a hundirse en alguna parte de este universo, tiñendo el agua de un dorado que me recordaba al fruto de mi avaricia. A mi lado, los lingotes de oro relucían, inmutables, como si se burlaran de mí.

Me pasé la mano por el cabello, despeinándolo más de lo habitual. Mi reflejo en el agua me devolvió una mirada cansada, casi desconocida. ¿En qué momento me había convertido en esto?

"¿Qué estoy haciendo?" Dije en voz alta, esperando que el arroyo y su agua mágica respondieran con alguna revelación, aunque sabía que no lo harían.

"¿Desde cuándo soy tan... superficial?"

Miré los lingotes a mi lado, una y otra vez, hasta que caí en la realidad. Era ridículo. Había pasado horas de mi vida acumulando algo que aquí no tenía valor alguno, moldeando objetos que no tenían sentido, buscando recrear un mundo que ya no existía para mí. Peor aún, un mundo que me había dejado atrás.

Pensé en la Tierra. Mi Argentina querida, con su caos, su humor absurdo, su olor a comida. Extrañaba todo eso, sí, pero… ¿Qué estaba haciendo? Intentar replicarlo aquí era como tratar de atrapar humo con las manos. Este no era mi viejo mundo, y nunca lo sería a pesar de que mi misión era hacerlo avanzar de alguna forma.

El arroyo seguía murmurando suavemente, su corriente interminable llevando consigo hojas y pequeños fragmentos de ramas. Era un recordatorio de que la vida seguía avanzando, sin importar cuánto tratara de aferrarme al pasado.

Apoyé los codos en las rodillas y me sostuve la cabeza con las manos. ¿Por qué en este momento me costaba tanto dejar ir lo que ya no estaba? Mi vieja vida estaba llena de momentos buenos y malos, pero al final, había terminado. Acá tenía una segunda oportunidad, un nuevo comienzo, y, sin embargo, seguía arrastrando cadenas invisibles.

Debía parar.

Debía dejar de pensar en lo que no podía recuperar y centrarme en lo que sí tenía: un nuevo mundo lleno de posibilidades. Personas que confiaban en mí, que me seguían. Un futuro que aún podía construir... No con un metal que en este momento era inútil, sino con acciones que realmente importaran.

Entonces me levanté y los tomé entre mis manos, llevándolos conmigo de vuelta a mi casa de madera.

Saliendo del bosque, me encontré con la puerta principal en frente de mí. Estaba ahí, tan sola, tan solitaria. En este momento era como yo.

Entonces la abrí; sabía que no había nadie. Hoy estaban todos fuera con el tema de la arcilla y la recolección de comida.

Seguí caminando hasta llegar a mi habitación, que en este momento tenía la puerta abierta para que no se atrapara tanto el calor dentro.

El lugar estaba tan vacío como yo por dentro, pero eso no importaba ahora, así que me acerqué a la cama en donde dormíamos Mirella y yo, que estaba a la izquierda de la de Aya, y me agaché, poniéndolos debajo.

¿Para qué iban a servirme esos dos trozos de metal dorado en un momento como este? No tenía ni idea. Sin embargo, sí tenía algo claro: debía guardarlos y no tocarlos muy seguido para no volver a tener un episodio como el de hoy.

Tal vez, y tan solo tal vez, en alguna parte de este loco mundo pueda haber un lugar donde el oro sí tenga el valor que mi mente sigue pensando que tiene. Si algún día llego a ese lugar, festejaré como nunca, y posiblemente terminaría siendo alguien muy rico, alguien que pueda darse muchos gustos a través del sistema capitalista.

A veces es bueno soñar, ¿no?

Algún día de estos me pondré a hacer otra mini estatua, como la que quise hacer hace unos minutos. Creo que podría ayudarme a afinar mi magia y despejar mi mente.