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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 43: A cultivar la tierra.

Capítulo 43: A cultivar la tierra.

La baya en mi mano era pequeña, del tamaño de una cereza, y su superficie rojiza brillaba con una capa de humedad que parecía un rocío perpetuo.

Todos estaban atentos mientras me miraban sacar un muy pequeño cuchillo de piedra que llevaba guardado en mi bolsita de hojas que colgaba a un costado de mi ropa. Lo había hecho hace poco para aprovechar el espacio vacío.

“Ahora voy a mostrarles algo interesante. Presten atención porque esta es la clave de todo lo que estamos haciendo acá”.

Usé el cuchillo y, con cuidado, corté la baya por la mitad. La pulpa era translúcida, casi como un gel, y en el centro se veía la semilla: dura, redonda y de un color marrón oscuro.

Todos se acercaron un poco más, pero todavía sin decir nada.

“Esa cosita dura en el medio es la semilla”, dije, levantándola con cuidado para que la vieran.

“Esto es, literalmente... Bueno, supongamos que es el hijo de la planta. Si la plantamos en la tierra, le damos agua, sol y tiempo, eventualmente crecerá y se convertirá en una planta nueva, igual a la que dio esta fruta”.

Y entonces surgió la primera duda. Tariq fue el que comenzó a hablar mientras me quitaba la semilla de mis dedos.

"¿Y qué tan seguro estás de que esto funciona?"

“Buena pregunta, Tariq”, respondí, manteniendo un tono tranquilo.

"Te voy a demostrar cómo funciona. Pero primero, necesitamos entender que las plantas no son como nosotros, no se mueven ni hablan, pero viven y necesitan cuidados para crecer”.

Aya levantó un poco una de sus manos, sus largas uñas blancas reluciendo bajo la luz del sol.

“¿Cómo las cuidamos, Luciano? Si no se mueven, ¿cómo sabemos qué necesitan?”

“Bueno, las plantas necesitan cosas básicas. Piensen en ellas como una familia. Primero, necesitan una casa, que es la tierra. Es por eso que rompemos y preparamos el suelo. Segundo, necesitan comida, que es el agua. Las raíces, que son como los pies de la semilla, la beben desde abajo, como si estuvieran tomando sorbos. Y tercero, necesitan luz, que viene del sol. Es como su energía”.

“Entonces, ¿la tierra, el agua y el sol son como una madre, un padre y un amigo para ellas?”

Esa analogía era perfecta.

“Exacto, Aya. Lo explicaste mejor que yo. Cada parte de lo que hacemos aquí es para que las plantas tengan su familia lista para ayudarlas a crecer fuertes”.

"Mirella se pondría feliz al escuchar todo esto".

"Sí..."

Rin, que hasta ahora se había mantenido callado, se apoyó un poco más sobre el mango del azadón, claramente curioso.

"¿Cómo sabes todo eso, Luciano? Lo dices como si lo hubieras visto todo antes".

Su pregunta no me agarró desprevenido. De hecho, últimamente tengo en cuenta que este tipo de preguntas pueden llegar a surgir, así que tengo una historia inventada para cada cosa nueva.

"Bueno, no es que sea un experto ni nada", empecé, tratando de sonar casual.

"Pero hace tiempo, cuando estaba explorando con Mirella, pasó algo que me dejó pensando".

La mirada de Rin era expectante, como si intentara analizar si mi historia era real.

No sé por qué, pero me senté con las piernas cruzadas sobre el suelo, como si ese gesto me ayudara a generar más confianza.

"Resulta que un día estaba comiendo una fruta en el bosque... una mandarina que estaba especialmente jugosa".

Me incliné un poco hacia adelante, bajando la voz como si fuera a contar un secreto.

"Mientras caminaba", hice el movimiento de avanzar con dos dedos de la mano, "se me cayó una de las semillas sin darme cuenta. No le presté atención y seguí mi camino, obviamente".

Me levanté, intentando desviar un poco la atención con mis movimientos.

"Después de un tiempo, cuando pasé por ese mismo lugar mucho tiempo más tarde, me encontré con un árbol pequeño. Pensé que era solo una coincidencia, pero cuando me acerqué, vi que tenía el mismo tipo de frutas. Ahí fue cuando me di cuenta: la semilla que había dejado atrás había crecido y se había convertido en ese árbol".

Hice una pausa para darle dramatismo, observando sus reacciones. Tariq miraba hacia el bosque como si intentara imaginarse el proceso, mientras que Aya parecía completamente encantada con la historia. Rin, por su parte, aún estaba apoyado con las manos sobre el azadón, claramente analizando cada palabra.

"Así que, técnicamente, no hay mucho más que eso", añadí, tratando de sonar humilde.

"Pero vi que funcionaba. Y si un árbol puede crecer de esa forma, estoy seguro de que podemos hacerlo con otras plantas también, como la roclora".

Rin finalmente asintió, aunque parecía seguir un poco escéptico.

"Hmm. Supongo que tiene sentido. Aunque parece que se necesita mucha paciencia".

"Sí. Cultivar cosas no es rápido, pero vale la pena. Imaginate tener comida a mano sin tener que ir a buscar lejos. Podría cambiar muchas cosas".

Aya señaló el suelo bajo nuestros pies.

"¿Entonces vamos a poner la semilla?"

De pronto, Tariq la tiró al suelo.

"Listo".

Sacudí las manos de un lado a otro.

"No, no, no. Recuerden que primero hay que preparar el suelo".

"Ahhh..."

"Para eso los traje acá. Ustedes son los que más me pueden ayudar con su fuerza física".

Tomé uno de los tres azadones.

"Esto se hace... ¡Así!" Elevé mi tono de voz cuando clavé el filo contra la tierra, llevándose un poco de pasto consigo.

"Bueno, más o menos es la idea... Hay que romper todo el suelo de esa forma".

Tomé el azadón más firme esta vez y comencé a romper la tierra con movimientos controlados y no muy fuertes. La herramienta funcionaba sorprendentemente bien; la tierra húmeda se deshacía con relativa facilidad, dejando un terreno más uniforme. Los demás me miraban con atención, y después de un par de golpes, Rin tomó su propio azadón y comenzó a imitar mis movimientos. Su técnica era más brusca, pero eficiente.

"Eso es, papá. No te preocupes si no es perfecto. Lo importante es que el suelo quede suelto".

Tariq también se unió. Cada vez que golpeaba el suelo, miraba alrededor como si esperara que algo interesante ocurriera de inmediato.

Aya, en cambio, estaba más interesada en el rastrillo.

"¿Puedo usar esto?" Preguntó, ya sosteniéndolo con ambas manos.

"Eso va al último, primero usá esto".

Le entregué mi azadón en intercambio por el rastrillo.

Aya tomó el azadón con firmeza, como si temiera que la herramienta se le escapara de las manos.

Ella comenzó a trabajar con movimientos delicados, casi elegantes, aunque no tan efectivos como los de Rin o Tariq. Su yukata blanco se agitaba ligeramente mientras levantaba y bajaba el azadón, y su expresión era de concentración absoluta.

“¿Así está bien?” Preguntó, levantando la vista hacia mí con un ligero movimiento de sus orejas blancas.

"Estás mejorando, pero no tengas miedo de golpear más fuerte. Esto no se trata de ser sutil, Aya. Necesitamos que la tierra se rompa bien".

"Lo intentaré, pero no sé si tengo la fuerza suficiente para esto..."

¿Que no va a tener fuerza suficiente? Pfff... No se da cuenta de que es la más fuerte del grupo.

"Imaginate que en este momento los gnomos están ahí abajo y vos tenés la oportunidad de..."

De pronto ella levantó la herramienta hacia arriba y la bajó con todo. El golpe fue tan fuerte que toda la tierra blanda saltó contra ella.

"Creo que Aya se pasó un poquito", comentó Rin.

Sus orejas blancas se hicieron hacia atrás, y sus labios se curvaron en una sonrisa.

"Eso estuvo mejor, ¿no?" Dijo mientras se limpiaba con el dorso de la mano un poco de barro que había salpicado en su mejilla. Su yukata blanco ya no estaba tan impecable; tenía manchas de tierra húmeda junto con pasto en las mangas y en el dobladillo.

"Mejor que antes, eso seguro", respondí, intentando contener una sonrisa.

"Aunque creo que ahora la tierra está más en tu ropa que en el suelo".

"¡Eso no importa!"

Aya levantó el mentón, inflando ligeramente el pecho.

"Si romper la tierra de esta manera es lo que se necesita, seguiré haciéndolo. ¡Me acostumbraré!"

¿Se emocionó o se enojó por el ejemplo que puse?

"Está bien, sigan trabajando duro".

Me quedé apoyado con el mentón sobre el mango del rastrillo.

El sol estaba alto en el cielo, y el calor empezaba a hacerse sentir. La luz se reflejaba en la piel blanca de Aya y en su cabello, haciendo que pareciera brillar. El sudor le perlaba la frente, y el yukata comenzaba a pegarse a su figura. Pero ella no se detuvo.

"Luciano, ¿qué miras?" Su voz me sacó de mis pensamientos.

Me di cuenta de que había estado observándola fijamente, quizás por demasiado tiempo.

"Solo me aseguro de que no te vayas a rendir. Aunque parece que vas a necesitar un baño después de esto".

Ella se detuvo un momento, apoyando el azadón en el suelo, y me miró directamente.

"No me voy a rendir. Puedo con esto, aunque me ensucie todo el cuerpo. ¿O acaso dudas de mí?"

"No, no dudo. Pero tampoco me sorprendería que terminaras cubriéndote de tierra de pies a cabeza a este ritmo", bromeé.

"Entonces, cuando termine de usar el azzz... azadad..." Se trabó.

"Simplemente me lavaré en el arroyo. No será la primera vez que me ensucio tanto".

Volvió a levantar la herramienta primitiva con renovado entusiasmo.

"Se dice azadón".

"Sí, eso..."

Mientras tanto, me puse a sacar algunas semillas de las bayas.

Al rato, Rin se tomó un descanso y se puso a mi lado.

"Luciano, ¿no crees que esta sería una buena cosa para salir a recolectar comida?"

¿Acaso él estaba comenzando a verle una segunda utilidad a las cosas?

"¿Y exactamente cómo te la imaginás usándola?"

"Bueno, eh... Me imagino que podría llegar a romper cosas, como las ramas donde están las mandarinas".

Je.

"Entonces hacelo".

"¿Entonces esta cosa es mía ahora?"

"Sí".

"¿Y puedo probar eso ahora?"

"No, porque no terminamos".

"Lo haré después. Iré con Rundia".

"¡Creo que ya casi terminamos esta parte!" Exclamó Tariq, enderezándose con una mueca de satisfacción y secándose la frente con el brazo.

"Muy bien, Tariq", contestó Rn mientras se acercaba a ver el terreno.

"Parece que ya está".

"Luciano", dijo Aya de repente, levantando la vista hacia mí luego de haber clavado el filo del azadón contra la tierra arrasada.

"¿Qué sigue después de esto? ¿Hay más cosas mágicas que nos enseñes a usar?"

"Primero, Aya, no son mágicas solo por haberlas creado con magia. Y segundo, después de romper la tierra, tenemos que quitar el pasto sobrante y nivelar el suelo. Para eso se usa esto".

Levanté el rastrillo que estaba apoyado contra mi pierna y lo giré para mostrárselo.

"Rast... rasti..."

Aya entrecerró los ojos, luchando con la palabra.

Por alguna razón, a ella le costaba pronunciar una palabra nueva por primera vez a pesar de tener una buena memoria.

"Rastrillo", la corregí, intentando mantenerme serio.

"Eso mismo. ¿Cómo funciona?"

"Fácil", respondí mientras le hacía señas para que se acercara.

"Sostenelo de esta forma, con ambas manos, y lo arrastrás por el suelo hacia vos. La idea es que juntes lo que sobra, como el pasto o las piedras, y al mismo tiempo, nivelás la tierra para que quede más lisa".

Aya dejó el azadón con cuidado y se colocó frente a mí. Tomó el rastrillo, imitando mis movimientos mientras yo le mostraba cómo usarlo. Sus manos eran firmes, pero había algo torpe en sus gestos, como si la herramienta estuviera en conflicto con su elegancia natural.

"¿Así está bien?" Preguntó después de un par de intentos, girándose para mirarme.

"Vas bien, pero movelo con más fluidez, no lo levantes tanto del suelo".

Me coloqué a su lado y agarré el mango junto a sus manos para guiarla.

"Mirá, hacelo así..."

Aya asintió y sus orejas se movieron ligeramente hacia los costados.

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Ella siguió mis indicaciones, esta vez con más precisión. Poco a poco, el suelo comenzó a lucir más limpio y parejo.

"Estas cosas son geniales", comentó Tariq mientras quitaba el azadón que Aya había dejado clavado.

"¡Ya entiendo!" Exclamó la mujer zorro y me apartó con suavidad para seguir haciéndolo sola.

"Esto es incluso más fácil que el azadón".

Cuando finalmente terminamos, el área lucía mucho mejor. Habíamos removido las malas hierbas y el suelo estaba listo para plantar lo que fuera que decidiera crecer ahí.

Aya dejó el rastrillo tirado en el piso y se sacudió las manos. Su yukata estaba completamente cubierto de tierra, y un pedazo de pasto había quedado atrapado en su cabello blanco.

"Voy a lavarme al arroyo", anunció, sacudiéndose un poco más.

"¿Pero no vas a quedarte para poner las semillas?"

"¡Ah, cierto!"

Recogí las semillas que había estado separando: cinco de las rojas y cinco de las moradas.

"Miren, sé que les debe parecer un poco absurdo el querer tener bayas que dicen no ser comestibles, pero, como siempre les digo, hay una segunda utilidad para todas las cosas".

"¿Quieres copiar a los... gnomos?" Preguntó Aya con un tono no muy amigable.

"Sí", respondí y miré a los otros dos.

"Los gnomos nos mostraron que ellos usan el jugo de las bayas para darle color a las cosas. Por ejemplo, ellos le dieron color a parte de su ropa de color rojo. Eso se llama pintar... Me lo dijeron ellos".

Antes de que pudiera responder, Aya se dio media vuelta. Sus colas blancas se movían de manera errática.

"Creo que será mejor que me vaya al arroyo".

"Pero Aya..."

Su andar fue tan rápido que ya se había metido al bosque antes de que pudiera formar una frase.

"¿Hay algún problema con ella?" Preguntó Rin.

"Me equivoqué al hablar sobre los gnomos. A ella no le cae bien".

"Ah, los gnomos... Hace mucho tiempo que no los veo".

"Ellos destruyeron la cueva de mi familia", acotó Tariq.

"Eso me dijeron mis hermanos".

"Sí... Los gnomos tuvieron un momento donde eran un poco molestos".

Nos quedamos unos segundos en silencio en donde yo no sabía si ir a buscar a Aya o seguir.

"Pero no se preocupen por eso ahora, vamos a ponernos con las semillas".

Las sostuve en mis manos unos segundos antes de repartirlas entre Rin y Tariq. La tensión en el ambiente por la reacción de Aya todavía estaba presente, pero traté de enfocarme en la tarea.

"Vamos a hacer esto bien", dije, señalando el terreno ya limpio.

"Las semillas para las bayas rojas, que son las que tenés vos, papá, las plantamos en esta fila de acá, y las moradas en la siguiente, dejando algo de espacio entre cada semilla. No queremos que se estorben cuando crezcan".

Tariq asintió, inclinándose hacia adelante con una sonrisa ansiosa.

"¿Cuánto espacio dejamos entre una y otra?"

"Unos dos pasos entre cada una deberían ser suficientes. Después, las cubrimos con tierra".

Rin examinó las semillas que le había entregado, rodándolas entre sus dedos con cuidado.

"¿Y estas bayas… cuánto tiempo tardarán en crecer?"

"Perdón, pero no tengo idea de eso".

"Ah... No hay problema".

Me agaché al costado de la tierra que habíamos preparado.

"Hagan un huequito en el suelo con un dedo y pongan la semilla dentro", dije mientras seguía los pasos de mis palabras.

Tariq empezó a imitarme, usando sus dedos para cavar en la fila asignada a las semillas de las bayas moradas. Luego dio dos pasos e hizo otro hueco en el suelo.

Cuando terminamos de plantar las semillas, me enderecé y sacudí las manos para quitarme la tierra. Tariq y Rin estaban agachados, terminando de tapar las semillas por encima. El terreno empezaba a tomar forma, y no pude evitar sentir una leve satisfacción al ver lo que habíamos hecho. Aunque esto no era más que el inicio, y era muy pequeño, al menos era un paso hacia un futuro más organizado para nosotros.

"Bien, creo que eso es todo por hoy", dije mientras observaba el trabajo terminado.

"Solo queda esperar a ver si estas cosas deciden crecer".

Tariq se veía algo dubitativo.

"¿No falta por hacer algo más?"

"Sí, el agua, pero la tierra ya está bastante húmeda como para que la mojemos más".

"¿Y eso sería malo?"

"Sí".

"¿Y no vamos a poner semillas de mandarina?" Preguntó Rin.

"Es una opción, pero como crecen en árboles, sería un poco complicado. Por el espacio digo".

"Está bien. Yo voy a buscar a Rundia, así pruebo eso que te dije".

Tomando el azadón entre sus manos, pasó por mi lado.

"¿Tú qué vas a hacer?"

"Voy a ver que Aya no se haya enfadado conmigo".

"Pero ella siempre nos dice que se lava sola".

"Pero esto es algo importante. Solo vamos a hablar y aclarar las cosas".

Lo bueno era que en este mundo a la gente no le importaba si la veían desnuda o no.

"Está bien, pero no estés tanto tiempo solo, ¿sí?"

"Sí, papá".

Me despedí de Tariq, acomodé un poco las tres herramientas que quedaron junto al recipiente de arcilla y tomé el mismo camino que Aya.

Había sentido su reacción cuando hablé de los gnomos, cómo su rostro había cambiado, tenso y distante. Algo en mi interior me decía que no podía dejar esto así. Tenía que asegurarme de que estuviera bien, aunque no tuviera idea de cómo abordarla.

Aya tenía un oído fino y un olfato mucho más desarrollado que cualquiera de nosotros. No había forma de que no supiera que me acercaba.

Entonces la vi de espaldas a mí, sentada con las piernas sobre el agua del arroyo. Su yukata, siempre impecable y ajustado, colgaba de una rama cercana, dejando su cuerpo completamente desnudo bajo la luz tenue que se filtraba entre las hojas.

Era la primera vez que veía toda su piel al descubierto, tan pálida y lisa, como si fuera de porcelana. Las cinco colas que normalmente adornaban su figura ni siquiera se movían.

"Luciano", dijo, sin siquiera voltear. Su voz era tranquila, casi como si hubiera estado esperándome.

"Perdón por venir a molestarte. No quería que estés enojada conmigo", respondí mientras avanzaba hacia ella a través de la hierba alta.

Aya se giró ligeramente, lo suficiente para que pudiera ver el perfil de su rostro. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios.

"Con tu aroma, es imposible no saberlo...

Y no estoy enojada contigo".

Me arrodillé a unos metros detrás de ella, poniendo mis manos cerradas sobre mis muslos.

"¿Entonces estás enojada con los gnomos?"

Las gotas de agua en su piel brillaban a la luz del sol, resbalando lentamente por su espalda.

"Un poco sí. Aunque bueno, esa es solo una parte de lo que me hizo estar molesta".

Aya se giró completamente hacia mí, aunque sus colas hicieron un movimiento rápido, cubriendo estratégicamente partes de su cuerpo.

"Cada vez que recuerdo el santuario, me acuerdo de lo sola que estaba en ese tiempo".

¿Entonces no tiene tan buenos recuerdos de ese lugar?

"Lo entiendo", respondí, mi voz más baja de lo habitual.

"Debió ser muy difícil para vos estar ahí todo ese tiempo... sola".

Aya suspiró, alzando una mano para apartar un mechón de su cabello blanco que caía sobre su rostro.

"Ahí vienen Mirella y las demás..." Comenzó diciendo, señalando a su derecha.

"Por favor, no quiero que me vean así".

"Está bien", respondí mientras me levantaba rápidamente.

"Por cierto, no quiero que pienses que vine a espiarte".

"Claro que no".

"Nos vemos más tarde".

Me acerqué a la dirección que Aya había señalado, procurando hacer ruido para que Mirella y las gemelas notaran mi presencia antes de llegar al arroyo. Al verlas aproximarse, levanté una mano en señal de saludo y me dirigí hacia ellas con una sonrisa.

"¡Hola! ¿Cómo están? Justo venía a buscarlas", improvisé, intentando desviar su atención.

Mirella me miró con curiosidad.

"¿Ah, sí? ¿Para qué?"

"Quiero mostrarles cómo plantamos las semillas".

"¿Eso que querías hacer sin mí?"

"Vamos, Mirella..."

"¡Era una broma!"

Se puso a reír forzadamente mientras las gemelas la miraban con cara extraña.

Lo bueno es que después de eso Aya volvió a la normalidad.

***

Los días siguientes transcurrieron con una rutina que, aunque algo monótona, nos brindaba una sensación de estabilidad.

El primer mes, la pequeña huerta que habíamos iniciado comenzó a mostrar signos de vida. Las primeras semanas fueron de incertidumbre, pero pronto vimos brotes verdes asomando tímidamente a través de la tierra oscura.

Cada mañana, después de desayunar algunas frutas con los demás, me dirigía a la huerta para inspeccionar el progreso. Observaba cómo las plantas crecían, algunas más rápido que otras, y tomaba nota mental de sus avances. La satisfacción de verlas desarrollarse era indescriptible; en medio de la adversidad, habíamos logrado crear algo con nuestras propias manos.

Mandé a Tariq, Rin, Rundia y Mirella a buscar más cosas por los alrededores, especialmente semillas o frutos a los cuales no hayan prestado atención antes. Hasta ahora no habían traído nada diferente, pero el simple hecho de explorar de ese modo nos mantenía activos.

Poco después, el segundo grupo de investigación fue formado por Anya y Aya, las cuales sí tuvieron éxito. No me sorprendió, ya que Anya era de las que más conocía cómo moverse por esta zona.

Lo que encontraron fueron tomates, pero no de esos que tienen forma aplastada como una mandarina, sino que estos eran los ovalados, los tomates perita.

Después de examinarlos con cuidado y probar un pequeño mordisco, confirmé que eran comestibles, como en mi anterior mundo.

“Vamos a plantar estas semillas también. Podrían ser nuestra primera gran adición”.

Cómo me encantaría tener sal...

Samira y Suminia los estaban tocando con un dedo. Ellas no participaban tanto de las plantaciones, ya que solían estar cazando, pero les llamaba mucho la atención el tener nuevas comidas.

Todavía recuerdo que hace unos años ellas excavaban la tierra en busca de lombrices.

"Yo una vez vi algo así, pero pensé que eran las bayas rojas", comentó Samira.

Esta vez le tocó a Aya plantar las semillas de tomate. Decidimos que empezar con diez era mejor.

***

El tiempo pasó rápido, y las plantas comenzaron a mostrar los primeros signos de vida al segundo mes. Los arbustos de bayas crecían robustos y erguidos, como si quisieran imitar a un pino. Era un espectáculo esperanzador. Las bayas, parecían más cercanas a convertirse en una realidad que a un simple experimento. Sin embargo, los tomates... bueno, ellos aún se resistían. No había señales de brotes, y cada vez que revisaba la parcela, me encontraba con la misma tierra desnuda y aparentemente inmóvil.

Suspiré, mirando el lugar donde los había sembrado. ¿Habré hecho algo mal? Me pregunté mientras revolvía la tierra ligeramente con un palo para airearla un poco. A pesar de mis conocimientos del viejo mundo, la práctica aquí era una historia diferente.

Fue entonces cuando Rin se me acercó, con el azadón al hombro.

"Luciano, creo que el azadón no sirve para recolectar frutas. Ya intenté muchas veces, pero termino haciendo un desastre y algunas mandarinas se rompen".

A pesar de que no pensaba que en este momento me dijera eso, me hizo acordar que todavía no había empezado a hacerles crear sus propias herramientas primitivas.

"Papá, tal vez necesites una cosa diferente para eso. No te preocupes, ya voy a ver qué hago".

"Está bien", respondió mientras dejaba la herramienta en el suelo.

"¿Y cómo van los tomates? Estaban ricos los que comimos".

"Se ve que les falta un poco de tiempo".

"Bueno, avísame si necesitas más ayuda con eso... Últimamente tengo bastante tiempo libre".

"Sí, yo te aviso cualquier cosa".

Hoy debía enseñar a Tariq a fabricar armas primitivas. No podía postergarlo más. En un mundo como este, depender exclusivamente de herramientas hechas por mí no era suficiente. Necesitábamos algo más... primitivo, algo que saliera hecho de sus propias manos, como los recipientes hechos de arcilla.

Por cierto, mi mamá se puso a crear floreros de arcilla que puso en su cuarto. Le dije que podríamos pintarlo con las bayas y ella me dijo que lo hagamos juntos, así que tengo eso pendiente.

Esa misma tarde, junto a Mirella, fui a buscar a Tariq. Lo encontré sentado en la costa, limpiando unas pieles. Su mirada era distante, como si estuviera perdido en sus propios pensamientos. Me acerqué con un saludo.

"Tariq, ¿tenés un momento?"

Él levantó la vista, parpadeando un par de veces antes de asentir.

"Claro, ¿qué necesitas, Luciano?"

Él se quedó mirando las tres cosas que traía en mi mano.

Mientras Mirella se puso a flotar sobre el agua, me senté junto a mi vecino.

"Pensé que tal vez te gustaría empezar a crear cosas para cazar. Como las que yo hago con magia".

"¿Con arcilla?"

"¡Claro que no!" Gritó Mirella mientras se reía y nos tiraba algunas gotitas de agua con sus pies.

"¿Y entonces cómo las voy a hacer?"

Él dejó las pieles a un lado.

"Con madera, piedra y enredaderas", respondí.

"Quiero que aprendamos todos a fabricar un hacha. Esto", le mostré una piedra que había traído junto a mí, "será el filo. Solo necesitamos un buen palo como este", le mostré un palo grueso que traía en mi otra mano, "y más o menos estaría listo, terminando en algo parecido a esto".

Uní las dos cosas con magia, formando un hacha.

"Un hacha sirve para cortar cosas... Como madera, principalmente".

Sin pedir permiso, él la tomó del mango.

"¿No era para cazar?"

"También podés cortar carne".

"Pero no parece muy grande".

"¡Solo hazle caso!" Volvió a gritar Mirella.

"Bueno, supongo que ustedes tienen razón. Por lo general, las cosas que Luciano hace salen bien", respondió mientras me la devolvía.

Con una sonrisa de complicidad, desarmé el hacha que había formado con magia. La piedra cayó al suelo, mientras que el palo quedó desnudo en mis manos. Era importante que Tariq aprendiera desde cero, sin depender de mis habilidades mágicas.

Luego, él expandiría sus conocimientos hacia los demás.

“Vamos a hacerlo como se debe”, dije, recogiendo la piedra.

“Lo primero que hay que hacer es elegir una piedra con punta, como esta. Tiene que ser resistente, no cualquier piedra sirve”, expliqué, sosteniendo la piedra frente a él.

“Después, el palo debe ser grueso, pero lo suficientemente ligero para manejarlo sin problemas. Este que traje funciona bien".

Él lo examinó, pasándolo de una mano a otra, como si intentara sentir su peso y equilibrio. Asintió lentamente.

“¿Y luego qué?” Preguntó y me lo devolvió.

"Tenemos que meter la parte con punta de la piedra contra el palo", contesté mientras señalaba la parte puntiaguda de la piedra.

Puse el palo en la arena y lo sostuve con mis dos pies, uno de cada lado. Luego de eso pensé en empotrarla con toda contra el palo, pero sería un poco peligroso para que los demás lo replicaran, así que con magia extraje un poco de piedra de debajo del suelo.

"¡Wow!" Exclamó Mirella.

"¿Cierto que Luciano es increíble, Tariq?"

"Uhmmm..."

"¡Di que sí!"

"Bueno, es que todavía no lo vi cazar".

Antes de que Mirella le respondiera, hice ruido golpeando varias veces una piedra contra la otra, para así clavarla contra el palo.

"Listo... Debería quedar algo así".

"A ver..."

Tariq quiso sacarme el hacha, pero la sostuve fuertemente.

“Esperate, todavía no está. Luego de esto viene la parte importante: asegurarse de que la piedra quede fija al palo. Usamos enredaderas para eso. Mirá, hay que enrollarlas en forma de ‘X’ alrededor de la unión”.

Tomé del suelo una de las enredaderas que había traído.

“Hay que tensarla bien, porque si queda floja, se va a desprender en el primer golpe”.

"¿Qué es equis?"

Mierda, no me había dado cuenta de eso. Al menos ahora sé que no saben las letras.

"Eh... Es una forma de decir que tengo yo".

"¿Y cómo se hace? Quiero que lo hagas tú primero para verlo".

"Así, mirá".

Comencé a pasar la enredadera por las esquinas opuestas que se formaban entre piedra y madera. Luego de varias vueltas, la corté con los dientes y volví a hacer lo mismo con el otro lado, quedando los dos tramos de enredaderas en perpendicular.

"Listo. Ahora es tu turno de probarla".

"¿Y para qué era que servía?"

"Para cortar cosas. Ahora podríamos probar con madera".

"Está bien".

Tariq tomó el hacha con cierta curiosidad, girándola entre sus manos para examinarla.

Se paró, dejando atrás las pieles que estaba limpiando antes de que llegáramos, y se enfocó en un árbol cercano. Caminó hacia él y eligió una rama baja y seca como objetivo.

"¿Crees que esto aguante?" Preguntó, colocando el filo de la piedra contra la madera.

"¿Y así está bien?"

"Debería. Dale con confianza que así está bien".

"¡Vamos!" Apoyó Mirella.

Él respiró profundo y alzó el hacha sobre su hombro. Con un movimiento decidido, la hizo descender hacia la rama. El impacto produjo un ruido, y aunque no la cortó por completo en el primer golpe, la madera mostró una hendidura clara. Tariq sonrió por primera vez en todo el rato.

"¡Funciona!" Exclamó, golpeando de nuevo. Esta vez, la rama cedió y cayó al suelo.

"¿Viste? No necesitás magia para crear herramientas útiles".

"¡Luciano es el mejor!"

Tariq asintió, mirando el hacha con un brillo nuevo en los ojos.

"Esto podría cambiar mucho. Si hago más, podríamos usarlas para otras cosas, como cazar... Como tú dijiste".

"Exacto. Pero quiero que intentes hacer una por tu cuenta. Tomate el tiempo que necesites y probá con distintas piedras y palos. Si necesitás ayuda, pedime".

"Lo intentaré".

Antes de irme, no pude evitar soltar una pequeña broma.

"Ah, y otra cosa. Esa barba te hace parecer más viejo de lo que sos. Quizás deberías hablar con mi padre para que te muestre cómo cortarte los pelos".

Él se señaló el mentón.

"¿Hablas de esto?"

"Obvio que sí. Te queda muy mal".

"Ah..."

Nos despedimos y, mientras él se alejaba con la intención de volver a la orilla, junto a Mirella partimos rumbo a casa. La tranquilidad del lugar me invadía, pero había algo...

Fue entonces cuando lo sentí.

El tiempo pareció detenerse. Cada sonido, cada movimiento, incluso el viento que soplaba levemente, quedó suspendido en el aire como si alguien hubiera pulsado un botón de pausa en el universo. Mis pies estaban fijos en el suelo... No, todavía tenía uno en el aire.

De repente, todo comenzó a rebobinarse. Los movimientos que había hecho Tariq para cortar la madera, lo que hice al atar la enredadera... Todo retrocedió, todo. Mis manos repitieron las acciones al revés con una precisión inquietante. La conversación con Tariq se deshizo como si nunca hubiera ocurrido.

Cuando el tiempo volvió a avanzar con normalidad, estaba sentado exactamente en el momento en que había comenzado a atar el hacha.

Un nudo se formó en mi estómago. Sabía lo que significaba.

¿Quién había muerto? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cómo?

¿L-Lucía...? ¡Mi mamá!