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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 49: Cómo pasa el tiempo.

Capítulo 49: Cómo pasa el tiempo.

Han pasado tres días desde que Forn se desmayó luego de encantar la cadena de oro. Acabamos de desayunar unas frutas y en este momento estoy en mi cuarto, haciendo algo que nunca pensé que terminaría haciendo: peinar las colas de Aya.

Esto sucedió después de varios idas y vueltas con Mirella, con ella reclamando que, si nosotros también usábamos peines, entonces no iba a ser un gran regalo especial. Lo bueno es que terminó entendiendo que era algo bueno para todos, así que... Bueno, en este momento me encuentro peinando las cinco colas de Aya.

No es que yo me hubiera ofertado o algo así, sino que ella, cuando empezó a intentarlo, no llegaba a peinar desde el comienzo, así que me pidió ese favor.

Aya estaba sentada en la cama, dándome la espalda mientras yo sostenía el segundo, y más grande, peine dorado en una mano, y en la otra mantenía una de sus colas quieta. Las colas de esta raza, que se llamaba zorro místico, eran algo que todavía no entendía del todo. Su pelaje blanco y suave era hipnotizante, pero también intimidante. Peinarlas requería paciencia, pero sobre todo fuerza para atravesar los nudos.

Mirella, como era de esperarse, no perdió la oportunidad de observar todo desde la mesita de luz. Estaba sentada, con las piernas cruzadas, mirándome sonriente. Había algo en su mirada que me decía que estaba disfrutando de verme en esta posición y no se arrepentía de habernos dejado hacer otro peine más.

Aya inclinó un poco el torso hacia adelante, dejando que su espalda se arquease 'ligeramente'. Cuando los dientes del peine rozaron la piel en la base de sus colas, noté cómo sus orejas se movieron ligeramente hacia los costados, un gesto que no pude evitar interpretar como una reacción instintiva. Sus otras tres colas se movían de forma independiente, como si quisieran decidir cuál era la siguiente en ser atendida, lo que ralentizaba el proceso.

El movimiento de su espalda empezó a llamarme más la atención. Era sutil, pero cada vez que el peine pasaba por algún punto supuestamente sensible, ella parecía tensarse levemente, arqueando más la columna y empujando un poco su trasero hacia afuera. Esto me dejó pensativo, porque estaba empezando a deducir que el toque en esa zona le hacía excitar un poco.

Era imposible no pensar en los gatos y cómo reaccionaban cuando los acariciabas cerca de la base de la cola. Pero Aya no era un gato; era un zorro místico, y hasta ahora no sabía mucho sobre cómo funcionaban esos reflejos en su especie, o si los zorros comunes también compartían con los gatos esa reacción.

Ah... Todavía me acuerdo de Fifí; ese gato persa era muy tierno y dócil.

Mientras tanto, Mirella soltó una risita discreta.

"Vaya, Luciano. Pensé que tu magia era para crear cosas más importantes, pero parece que a veces puedes llegar a inventar cosas interesantes".

"Mirella, ¿por qué siento que te estás queriendo burlar de alguna manera?"

"Yo creo que piensas mal, Luciano. Yo soy una hadita bien portada".

Aya giró ligeramente la cabeza hacia mí, con una de sus largas orejas moviéndose hacia un lado.

"¿Está todo bien, Luciano? Si esto es demasiado trabajo, puedo intentar hacerlo yo misma otra vez".

"No, no te preocupes. Estoy bien".

Aclaré mi garganta, sintiéndome un poco culpable por haberme distraído por un comentario tonto de Mirella.

Llegó un momento en que las bolas de pelos que sacaba se iban acumulando en el piso en una más grande. En este momento estaba haciendo un trabajo que no se había hecho en años.

Mirella, desde su trono improvisado en la mesita de luz, no tardó mucho en hacer otro comentario sarcástico.

"Oye, Aya, ¿te está gustando o te estás aguantando las ganas de decir que Luciano lo hace pésimo?"

Aya soltó una risita suave, pero no respondió de inmediato. En cambio, giró apenas un poco la cabeza para mirarme de reojo.

"En realidad, está haciéndolo bastante bien. Es... relajante".

Su tono era sereno, pero noté un leve rubor en sus mejillas. Aunque tal vez solo era el efecto de la luz.

Era curioso tener a Aya en este estado, aunque tenía claro que no debía aprovecharme de eso para no terminar molestándola. No vaya a ser cosa que sus instintos animales se activen y piense que la estoy invitando a procrear.

Justo cuando parecía que ya estaba por acabar, se empezó a escuchar un ruido desde afuera de la casa, una especie de "gyaaaa" agudo y repetido varias veces, haciéndose cada vez más cercano. Parecía ser de un animal... ¿Fufi? Creo haberlo escuchado gritar así antes.

Cuando me acerqué a la ventana, dejando antes el peine en la mesita de luz, vi que estaba ahí fuera, volviendo a gritarme de esa forma.

"¡Hey, despertó Forn!" Grité y salí corriendo por la casa hasta llegar fuera, donde Fufi ya esperaba frente a la puerta.

"¡Vamos a la cueva!"

Salí disparado hacia el bosque, siguiendo a Fufi mientras él corría como un loco en dirección a la cueva.

"¡Aya, Mirella! ¡Vamos!" Grité, apenas sin detenerme.

Detrás de mí ya estaba Aya, con su yukata ondeando levemente, y Mirella, que había optado por volar a mi lado. Parecía que nadie más en la casa había escuchado mis gritos o simplemente decidieron ignorarlos. Tal vez estaban en sus habitaciones, ocupados con sus propias cosas, o quizás simplemente no quisieron ver a Forn, ya que hoy era día de descanso.

"¿Crees que Forn estará bien?" Preguntó Mirella.

"Eso espero", respondí, esquivando una rama baja.

"Si se despertó... significa que su magia lo hace dormir por tres noches, más o menos".

Al llegar, vi que los gnomos parecían estar festejando.

Varios de ellos caminaban en círculos, otros levantaban ramas pequeñas y algunos simplemente daban saltos de alegría. El ambiente era completamente opuesto al silencio pesado que había reinado en estos últimos días.

Por contraparte, la pareja de Fufi estaba tranquila y recostada alimentando a sus cachorros, que ya no parecían ser tan cachorros, la verdad.

Cuando Forn me vio, sonrió ampliamente y levantó una mano en señal de saludo. Él estaba sentado, apoyando la espalda contra la pared rocosa.

"¡Luciano! ¿Vienes a unirte a la celebración?" Dijo con su voz ronca pero cálida.

"¡Forn!" Le respondí, acercándome rápidamente.

"Es bueno verte despierto. Estábamos todos preocupados por ti, hasta gente que todavía no conoces".

Forn soltó una risa breve, aunque se notaba que aún estaba un poco cansado.

"Ah, los gnomos somos más duros de lo que parecemos. Solo necesitaba... un pequeño descanso".

Mirella se acercó y se paró en el suelo, frente a él.

"Hola, Forn. ¿Estás bien?"

Él abrió muy grandes los ojos, aparentemente sorprendido por algo.

"¡Mirella, estás más grande! ¡Yo debería preguntarte si estás bien!"

"Luciano me revisó y dijo que estoy bien. Solamente tomo agua mágica para crecer".

El sombrerudo no lo podía creer; cruzó una mirada conmigo, tal vez pidiendo una explicación más detallada.

"Es cierto lo que dice. Pero al parecer solo sucede ese efecto con ella".

"Ya veo... Te felicito, Mirella".

"¡Gracias!"

A todo esto, Aya se quedó en la entrada de la cueva.

Lo miré fijamente por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas para lo que quería decirle, lo importante. Finalmente, decidí ir al grano.

"Forn, perdón por pedirte que respondas ahora, pero hay una pregunta que me está carcomiendo... ¿Estás dispuesto a seguir utilizando tu magia de encantamientos? Sé que cada vez que lo hacés, terminás quedándote inconsciente por días, y no quiero pedirte algo que no estés dispuesto a hacer".

Los gnomos que estaban alrededor detuvieron su celebración por un momento y giraron la cabeza hacia Forn, esperando su respuesta. Él se tomó unos segundos para reflexionar, apoyando una mano en su abultada barba y mirando al techo de la cueva.

"Luciano... Luego de hablar contigo, finalmente lo entendí. La magia de encantamientos es parte de quién soy. No es solo una habilidad, es mi forma de ser, lo que me conecta con mi gente y conmigo mismo. Si mi magia puede ayudar a construir algo más grande, algo que beneficie a todos, entonces estoy dispuesto a soportar el costo. Aun así..."

Hizo una pausa, su mirada volviéndose un poco más seria.

"Necesito tu palabra de que usarás lo que encantemos para el propósito que me dijiste, el de derrotar al Rey Demonio".

Sus palabras me golpearon con fuerza. La seriedad en sus ojos, la convicción en su voz, me recordaron la responsabilidad que tenía con él y con los demás. A esto se le sumaba que él me tenía miedo, o respeto, por albergar demasiado poder en mi interior. Para él debe ser raro ver a un humano niño con un poder que ni él puede entender.

Me puse en cuclillas, para así estar a la misma altura.

"Así será, Forn. Utilizaré tu poder adecuadamente para así ser más fuertes. Te agradezco mucho que hayas decidido colaborar con nosotros.

Por ahora Aya es la dueña del collar; yo se lo regalé. Espero que te parezca bien".

"Aya, ya veo..." Murmuró, moviendo la vista hacia ella.

"Me gustaría tener un momento a solas con ella, para hablar".

"Me parece perfecto", respondí, poniendo una mano en su pequeño hombro.

"Entonces yo me iré con Mirella... Por cierto, ahora sos libre de vivir en donde te parezca mejor. Por lo pronto, esta cueva está protegida por dos barreras de Aya, así que es uno de los lugares más seguros en donde podés quedarte.

Si no, podés volver a donde estaban antes. Vos avisame".

"Está bien, Luciano. Estaremos en contacto.

Luego me gustaría conocer a la gente que vive contigo".

"Bueno. Podés visitarnos cuando quieras. Estamos en la salida del bosque. Los otros gnomos saben dónde es".

Con esas palabras me levanté.

"Chau, Forn. Nos vemos pronto".

"Adiós, Luciano. Adiós, Mirella".

"¡Chau, Forn!"

Al pasar al lado de Aya, no me quedó otra que decirle algunas palabras.

"Aya, te esperamos en casa. Voy a ir recogiendo los pelos que quedaron por ahí".

Su cara era demasiado seria en comparación con cómo la había visto minutos atrás.

"Está bien... Supongo que voy a tener que hablar adecuadamente con los gnomos".

"Con calma, por favor", susurré antes de pasar por la salida.

Si bien Aya es una de las personas que suelen mantener la calma durante una conversación, a veces reacciona medio raro cuando uno le pregunta sobre su pasado, así que espero que Forn no le pregunte por qué se adueñó de una parte de su casa y la llamó santuario.

A todo esto, lo que entendí sobre el hogar subterráneo de Forn fue que ellos mismos excavaron una cueva normal y la transformaron en una enorme que tiene mucha profundidad y una sala espaciosa al final. Eso mismo lo hicieron dos veces, primero con la cueva que es el desvío del arroyo y luego con la cueva que es el final del arroyo.

Una vez que ellos terminaron destruyendo el lugar que llamábamos santuario, se ve que crearon ese pasadizo que conecta las dos salas.

Lo que no tengo idea es cuánto tiempo pasó desde que encerraron a Forn hasta que lo liberamos... Es una lástima que nadie de acá sepa lo de meses y años.

Aya... Ahora que lo pienso, algo en la conversación con Forn me había dejado inquieto. Aunque confiaba en él, había algo que todavía no cuadraba: ¿por qué y cómo usó esa magia de control mental conmigo cuando lo liberé? Bueno, yo le llamo control mental, pero realmente no sé por qué yo decía cosas que no quería decir.

Fue una decisión peligrosa por parte de él, incluso insensata, considerando que no sabía exactamente cómo iba a reaccionar.

Mirella, al parecer, se dio cuenta de que estaba perdido en mis pensamientos, porque voló más cerca y me dio un golpecito en la cabeza con su diminuto dedo.

"¡Oye, Luciano! ¿Por qué estás tan callado? Normalmente no pararías de hablar después de hacer cosas tan importantes".

"¿Tan importantes como peinar las colas de Aya? Ja", respondí distendidamente, intentando no meterla en mis propios pensamientos.

"Que Aya tan tonta... Aprovechándose de que eres un niño bueno".

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Me limité a seguir caminando mientras ella volaba alegremente.

De pronto, recordé cómo, en nuestra extensa charla, Forn mencionó que lo hizo para demostrarme algo. Algo relacionado con Aya o Mirella, aunque no quiso decirme exactamente qué. Era extraño, casi irritante. Si él sabía algo sobre una de ellas, ¿por qué no podía decírmelo directamente? ¿Qué era tan importante como para mantenerlo en secreto?

No sé si me perdí de algún detalle, o no escuché bien sus palabras, pero realmente creo que él hablaba de Aya.

Han pasado más o menos cuatro años desde que la conocí en aquella cueva. Desde el principio, Aya había sido una presencia tranquila y reconfortante, alguien que me había ayudado a comenzar con el tema de la magia. Había momentos en los que me olvidaba de lo poderosa que era, tanto por su magia como por su presencia.

¿Y si había algo en su pasado que yo no sabía? Yo creo que, en todos estos años, Aya nunca había hecho nada que no fuera para ayudarme o protegerme. Siempre estuvo a mi lado, incluso cuando yo tomaba decisiones cuestionables.

Ahora que lo pienso, si ella ya está en sus cuarenta, ¿dónde carajos vivía antes de apropiarse de ese lugar? ¿Por qué nadie de los que conozco sabía de su existencia? Había algo en el tiempo en que se desarrollaban los hechos que me hacía confundir.

Aunque... ¿De verdad importaba si me estaba ocultando algo?

Después de todo, yo también tengo secretos. El mayor de todos era que no pertenecía a este mundo, que era un reencarnado con recuerdos de una vida completamente diferente y los utilizaba para fingir que soy inteligente. Nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a Mirella o a mis padres en esta vida. Si yo tenía derecho a mis secretos, ¿por qué no iba a tener ella los suyos, si no me hacen daño?

Sacudí la cabeza, intentando despejarme. Tal vez estaba pensando demasiado en todo esto. Forn era un buen tipo, pero también era críptico a veces. Quizás solo quería darme una lección sobre la confianza o algo por el estilo. De todas formas, no iba a presionar a Aya para que me contara algo si no estaba lista.

***

Han pasado seis meses desde que Forn se recuperó y decidió seguir viviendo con los gnomos en la cueva protegida con Aya, en la que nosotros vivíamos antes. Durante este tiempo pasaron cosas interesantes.

Primero que nada, me convertí en el peluquero oficial de Aya. No es un gran logro, pero al menos suma para el currículum... No, mentira.

Simplemente, accedí porque así pasaba un poco el tiempo con ella y de paso la ayudaba con algo que ahora parecía importarle mucho.

Ahora pasemos a lo importante: Fausto y su familia finalmente aceptaron la invitación y vinieron a ver cómo vivíamos. Fue a los pocos días de que se lo dije, a la semana, más o menos. Al principio se sorprendían bastante con la casa y su interior. No podían creer que estuviera separada por secciones y que tuviéramos camas y adornos.

Poco a poco le fuimos enseñando las cosas que le servirían para la supervivencia, como hacer hachas y lanzas, afilar las piedras, plantar, hervir agua y demás.

Nos visitaban más o menos cada tres días, hasta que un día vinieron solo Dana y Fausto; querían hablar seriamente.

La cuestión es que parece que habían hablado bastante con Yume y Tariq, concluyendo en que ellos también querían una casa, para así poder comenzar con las plantaciones.

Literalmente, se dieron cuenta de que en las cuevas no iban por el buen camino. Solo les hizo falta ver lo bien que vivíamos nosotros para romper con ese pensamiento primitivo de seguir viviendo en las cuevas.

Pero claro, también tuvieron que entender que esto de hacer una casa completa no era algo que surgía así de la nada, sino que requería trabajo, tiempo y mucho esfuerzo en conjunto. Es por eso que tuve que poner varios puntos en los que ellos nos 'pagarían' de alguna forma.

El punto principal fue que ellos estaban obligados a expandir estos nuevos conocimientos a las demás personas que vivieran en la selva. Si bien el encargado era Tariq, vi que no estaba funcionando mucho por el problema de la distancia que había entre nosotros.

Ellos decían tener un arroyo cercano, así que les pedí que buscaran arcilla ahí, y efectivamente la había, lo que provocó que empezaran por ese punto.

El segundo punto era que nos trajeran comida. Cualquiera, la que sea. Hasta se pusieron a cazar peces en el agua del océano con una lanza que ya habían construido ellos mismos.

Me decidí por elegir un lugar fácil de construir y que no tuviéramos que mover tanto los troncos: el claro en el bosque.

Sí, sé que cuando buscábamos lugares para nuestra casa, dije que este iba a ser un lugar difícil para construir porque no encontraba piedra bajo el suelo para hacer la base, pero ahora que poco a poco he estado mejorando mi rango de alcance con la magia, pude encontrar piedra más abajo de lo que llegaba antes.

La construcción fue relativamente fácil, ya que me dispuse a cortar todos los árboles que formaban el perímetro del círculo imaginario que formaba el claro, y así todos caían hacia el centro.

Cocina-comedor, baño, un pasillo y dos habitaciones, así terminó siendo la casita, igualita a la de Tariq. También les dejé construidas las camas, la mesa y las sillas. Lo demás dependería de ellos o de cómo avanzaran.

Me dio un poco de pena al momento de mostrarles cómo quedó todo, porque la mujer se largó a llorar desconsoladamente y se tiró al suelo, aferrándose a mis pies. Por un momento hasta pensé que iba a besarlos, pero por suerte eso no sucedió.

Les expliqué que no debían tenerme un aprecio tan grande como ese, porque la casa fue fruto de ambos esfuerzos, como si fuera un intercambio de favores, donde ambas partes pusieron lo que podían y sabían para ayudar al otro.

Y así fue como tuvimos nuevos vecinos... Por cierto, mis padres se hicieron muy amigos de ellos.

Volviendo al tema de Forn, decidimos que él encataría una cosa por mes. Bueno, en realidad no se lo dije explícitamente así, sino que le expliqué que yo le avisaría cuándo hacerlo.

El primer encantamiento fue el anillo de zafiro de Mirella, con protección contra el fuego. El segundo, mi anillo de zafiro, también con protección contra el fuego. El tercero fue una prueba de una pulsera de oro con protección contra las maldiciones, la cual guardamos en la mesita de luz por si las dudas.

Como se estaba volviendo un poco monótona la cosa, y no valía mucho la pena que Forn estuviera inconsciente solo para seguir acumulando encantamientos un tanto absurdos, al cuarto mes le pedí que me leyera el cuerpo por completo.

Sé que era un poco arriesgado, ya que no sabía si él, de alguna manera, podría llegar a meterse en mi mente de nuevo y buscar entre mis recuerdos o algo así. Aun así, me arriesgué y lo tuve sosteniendo mi mano por unos minutos.

Cuando finalmente me soltó, dijo que había podido comprender un poco mejor mi magia, así que le pedí que probara de encantar algún anillo con un potenciador de mi misma magia.

Él dudó un poco, pero finalmente sacó un pequeño trozo de rubí del bolsillo de su pantalón y yo le creé el anillo con mi magia lo más fino posible para no acabarme todo el mineral. Luego lo encantó y se desmayó, como siempre.

Coloqué el anillo en el dedo anular de mi mano derecha, justo delante del anillo de zafiro.

Al apoyar la mano en la piedra de la cueva, pude notar al instante que algo había cambiado, porque cualquier cosa que pensaba en crear se moldeaba al instante. Todo surgía al momento, no importaba si era algo complicado como un... Bueno, probé de hacer un peine bastante largo.

Lo importante es que, al seguir probando, era como si mi mente y la magia estuvieran completamente sincronizadas en tiempo real.

Al quinto mes, encantamos el anillo de zafiro de Aya para potenciar su magia de defensa, haciendo que pueda poner más barreras de las que antes podía retener.

Hace unos días le tocó a Mirella, con un anillo hecho de rubí igual que el mío. Al principio no nos dimos cuenta del todo qué le estaba mejorando de su magia, pero al tiempo nos dimos cuenta de que sus rayos de luz duraban un poco más en el aire, como si se esfumaran de a poco. Esto hizo que se le ocurriera una idea a Mirella, que empezó a 'dibujar' en el aire con sus destellos. Lo de dibujar es relativo, ya que solo hacía líneas con su dedo y estas quedaban como por cinco segundos hasta que desaparecían gradualmente.

No sé si nos sirve mucho esa nueva habilidad, pero es divertido verla hacer eso.

Bueno, todo lo que acabo de contar anteriormente se queda chico en comparación con lo que acaba de llegar a mis manos. Algo que Mirella, Suminia y Samira lograron encontrar luego de varios días de exploración en la selva...

Es que esto es realmente increíble...

"¿Estás llorando, Luciano?" Preguntó Mirella, inclinándose hacia mí con su típica sonrisa burlona.

Me pasé la mano por la cara, tratando de disimular. Pero no podía. Era demasiado. Los ojos se me llenaban de lágrimas. Esto no puede ser real. Esto es un sueño.

"¿Es en serio? ¿En serio estás llorando por esto?" Añadió Suminia.

"Se me caen las lágrimas, hermana".

"¡Que yo no soy tu hermana!"

Ahí, sobre mis manos, descansaba... una piña. Sí, una piña. Perfecta, con su corona de hojas verdes y su cáscara amarilla llena de texturas familiares.

"¡La piña es mi fruta favorita!"

Samira y Suminia se miraron entre ellas, como si no entendieran por qué me había vuelto loco, mientras Mirella se echaba a reír.

"¿Entonces ya la habías comido antes?" Preguntó Samira, pero inmediatamente hice esfumar esa pregunta al empezar a abrazarlas una por una.

Primero a Mirella, quien soltó una risita y me devolvió el abrazo con sus pequeños brazos. Después a Samira, quien se quedó quieta por un momento antes de reír y corresponderme. Finalmente, Suminia. Ella, por supuesto, intentó resistirse cuando me acerqué, pero no la solté hasta que suspiró y me dio unas palmaditas en la espalda, incómoda pero derrotada.

"¡Son las mejores!" Exclamé, ahora besándolas a cada una en la mejilla.

Sí, incluso a Suminia, quien inmediatamente se puso roja y me empujó suavemente.

"¡Ya, basta!" Protestó, cubriéndose la cara con su cabello, como siempre hacía cuando estaba avergonzada.

"¡Es solo una comida!"

"No puedo creerlo... Jamás pensé que encontrarían algo así en la selva. ¿Cómo lo hicieron?"

"Fue idea de Mirella", admitió Samira, señalándola.

"Yo solo les dije que olía algo raro por esa parte del bosque", respondió la heroína del día.

"¡Esos sentidos mágicos nunca fallan!"

"Bueno, casi nos muerde una serpiente intentando sacar todas esas cosas", murmuró Suminia.

"Detalles, detalles..."

Mirella agitó la mano como si no tuviera importancia.

"Ahora podemos plantarla, hacer crecer más piñas, ¡llenar la huerta con algo que no sea solo tomates, acelga y bayas que no se pueden comer!

Espera... ¿Por qué carajos no empezamos a plantar papayas todavía?

***

Saltemos otros seis meses, ahora con nueve años recién cumplidos.

Al día de encontrar aquella piña milagrosa, decidimos que lo mejor sería cultivarla. No quería que ese fruto fuera el único que tuviera la oportunidad de ver en este mundo. Así que, después de discutirlo un poco entre todos, y convencer a Suminia de que la piña era la mejor fruta del mundo, plantamos veinte de ellas en la huerta. Ya puestos, también añadimos veinte papayas.

Madre mía, cómo disfrutamos esas piñas... Ese juguito que tienen...

Mirella se volvió nuestra regadora oficial, ya que le creé una regadera pequeña de madera, recubierta por dentro con hojas para evitar que el agua dañara la madera. Con su capacidad de volar, se movía entre las plantas con una facilidad envidiable, lanzando el agua desde las alturas. Era un espectáculo verla trabajar, tan llena de energía y entusiasmo.

Pasaron estos seis meses, y las papayas comenzaron a mostrar pequeños frutos. Aún verdes y demasiado duros como para siquiera pensar en comerlos, pero ahí estaban, promesas de comida futura. Las piñas, sin embargo, no parecían avanzar mucho. Seguían siendo un montón de hojas verdes sobre la tierra. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban para dar fruto, pero comenzaba a preocuparme que quizás hubiera algo que estábamos haciendo mal. ¿Más agua? ¿Menos? ¿Otra ubicación? No sabía nada de agricultura profesional en mi vida anterior, y ahora ese desconocimiento me pesaba.

Al menos, ahora tenía idea de qué frutas crecían en un clima tropical como en el que nos encontramos.

Mientras todo esto ocurría, había algo más que empezaba a rondar en mi cabeza. Cada noche yo tenía la oportunidad de leer las sombras de todos. La verdad es que la mayoría de las veces no había nada destacable, por eso no le daba mucha importancia, pero cuando leí las sombras de Samira y Suminia, algo me hizo pensar.

Están a solo un mes de cumplir diecisiete años.

En este mundo primitivo, diecisiete años ya era suficiente edad para que la gente comenzara a pensar en formar una familia. Anya y Rundia habían tenido hijos a edades más tempranas que esa. Hasta Dana, que actualmente tiene cuarenta, tiene de hija a Yume, de veintitrés años. La idea me inquietaba profundamente. Samira era amable y dulce, mientras que Suminia, a pesar de su carácter fuerte y a veces difícil, tenía una sensibilidad oculta que solo mostraba en contadas ocasiones. Eran tan jóvenes todavía, al menos desde mi perspectiva, pero este mundo no compartía mi forma de pensar.

Lo peor de todo es que no conozco a ningún chico de su edad. Los pocos humanos que viven relativamente cerca, como los dos hermanos de Tariq, son adultos ya mayores, todos por encima de los 20 años, y no me hacía ninguna gracia la idea de que alguien mucho mayor se interesara en ellas.

Esto se sentía como un recordatorio de lo rápido que estaba avanzando el tiempo. Apenas hace unos años eran unas niñas que corrían y jugaban junto a una pequeña Mirella, y ahora estaban tan grandes, casi de la altura de Rundia.

Tal vez estoy exagerando un poco... Bueno, no sé. El menor de la familia de Tariq, Abel, creo que tenía veinte.

El otro día estuvo por acá, porque últimamente han estado visitándonos para seguir aprendiendo sobre las cosas que nosotros hacemos. La madre de los chicos se llama Yara, y el padre, Rómulo, pero todavía no se ha presentado formalmente. Vaya a saber qué es lo que pensará de mí y de mi familia.

Los que todavía no han aparecido son mis abuelos. ¿Tendré que ir a buscarlos yo mismo?

A todo esto, hemos dejado descansar a Forn y no le hemos pedido que encante nada más, así que decidió volver a sus pasadizos subterráneos junto a sus gnomos.

Le prometí que pronto iría a visitarlo para que excaváramos juntos en búsqueda de minerales. Eso también me ayudaría a mejorar mi detección de materiales con magia.

Eso sí, no sé si cumpliré con mi palabra, porque se me hace un poco complicado respirar en esos espacios tan cerrados. Ya veré qué hago.

Por último, tengo un secreto que contar: estoy guardando en una bolsa hecha de hojas las bolas de pelo que quedan cuando peino las colas de Aya. Me parece que podrían llegar a servir para hacer ropa...

Es una idea rara y loca, pero en un mundo tan primitivo como este, cualquier cosa puede tener una utilidad.

***

Hoy es mi cumpleaños número diez.

Han sido diez años en los que he cambiado más de lo que hubiera creído posible. Y este año, he decidido darme un autorregalo: una expedición completa para explorar este territorio que yo supongo que es una isla tropical.

También quiero confirmar qué sucede con ese volcán donde dicen que habita el Rey Demonio. Si voy a liderar y proteger a mi familia en este mundo, necesito saber con certeza qué tenemos a nuestro alrededor.

Pero claro, no puedo irme así como así. Necesito una excusa para que mis padres no crean que estoy por hacer algo peligroso. Por eso, reuní a Rin y Rundia antes del desayuno. Bueno, más que reunir, fui a su habitación.

Ellos estaban recién despiertos, todavía sentados sobre su cama doble. Agarrarlos así medio dormidos era una buena estrategia de mi parte.

Si había otra cosa buena, era que Lucía estaba durmiendo.

"Voy a salir un par de días a buscar nuevas frutas para plantar en la huerta".

Rundia alzó sus dos cejas.

"¿En serio, hijo? No pensé que podría llegar a haber tanta comida diferente".

"Es por eso que hay que explorar un poco más, porque, como ya hemos visto, puede haber diferentes tipos de comida por cualquier lado.

Estaré bien porque Mirella vendrá conmigo, y saben que ella puede volar y ver desde arriba si hay algo raro".

Rin parecía menos convencido, aunque no dijo nada de inmediato. De hecho, se quedaron mirando entre los dos, algo desconcertados.

Aproveché ese momento para irme.

"Bueeeeeno, chaaaaau", dije, apresurando el paso.

La situación fue un tanto absurda. Hasta parecía que mis padres de a poco se estaban volviendo algo sumisos ante lo que yo decía.

De todos modos, si me hubieran detenido, hubiera puesto una excusa más desarrollada.

Durante los días previos, había estado trabajando en algo que ahora me sería indispensable: unas mochilas tipo saco hechas de piel de serpiente.

Aparte de eso, reemplacé mi bolsita que colgaba sobre mi ropa por una pequeña cantimplora hecha de piel de serpiente y que contiene agua mágica.

Tomé una lanza que guardé debajo de mi cama y, junto a Mirella, nos dirigimos hacia la salida de casa, pero justo ahí se encontraba el último obstáculo: Aya.

"¿Y por qué no puedo ir yo también?" Preguntó, con un tono tan frío que parecía que estuviera por ponernos una barrera mágica para que no salgamos.

"Ustedes dos no estarán pensando en ir a luchar contra ya sabemos quién, ¿no?"

¿Me parece a mí o Aya está tomando demasiada confianza conmigo en este último tiempo?

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