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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 17: Reconocimiento póstumo.

Capítulo 17: Reconocimiento póstumo.

20 de junio de 2049, Argentina.

La alarma de mi celular sobre la mesita de luz me estaba taladrando la cabeza hasta que por fin mi dedo llegó a deslizar el botón de apagado. Me estiré, pegando un bostezo que podría haber despertado a cualquiera en la habitación, pero por suerte no compartía habitación con nadie.

"Domingo y yo despertándome a la mañana... En realidad, son las once y media”.

Me estiré un poquito más antes de buscar la ropa para cambiarme.

Seguro que los demás siguen durmiendo, salvo mi padre, todos somos unos dormilones y trasnochadores.

Mi ropero no era muy grande, tenía dos puertas en la parte superior donde yo guardaba buzos, remeras y demás. Del medio hacia abajo tenía cuatro cajones deslizables, dos para pantalones y dos para ropa interior y medias.

"A ver..."

Tampoco es como si tuviera mucha ropa, pero al final elegí un jean celeste y una remera mangas largas de color gris. Por más que seguramente pase todo el día en casa, me gusta estar siempre bien vestido y presentable. En contraparte, mi hermana menor suele andar más desarreglada para andar en casa, algo raro para una señorita viviendo su plena adolescencia a los quince años.

Me puse las zapatillas y salí de mi habitación para llegar al baño, por suerte no había nadie, así que pasé de una. Me lavé la cara con mi gel especial para pieles grasosas, el cual ya llevo usando hace como tres años, cuando por fin pude curar mi acné gracias a un tratamiento especial con pastillas.

Me quedé un ratito viéndome al espejo, que estaba ubicado contra la pared y por encima del lavabo, y me sequé la cara. Amo mi toalla color verde manzana a pesar de que mi color favorito es el naranja.

Me peiné un poco mi cabello negro con las manos y salí en dirección a la cocina-comedor.

Nuestra casa no es muy grande ni muy pequeña, lo justo como para que vivan cómodamente cuatro personas, tiene tres habitaciones, un baño, la cocina-comedor, un patio pequeño y el garaje.

A mí me encanta.

El olor del café me llegó antes de que pudiera ver a mi padre, Leo, sentado en la mesa cosiendo algunas medias de tela, como siempre hacía los domingos por la mañana. Estaba vestido con un suéter verde oscuro y un jean negro.

A sus cuarenta y nueve años ya usa lentes para algunas cosas en particular, como leer o tejer.

Él me miró con sus ojos negros, iguales a los míos, y dejó las cosas en la silla siguiente a la suya.

"¡Buenos días, campeón!"

"Hola, papi", dije mientras pasaba a su lado, poniendo una mano en su hombro.

"Ya va siendo hora de que te comprés unas medias nuevas, ¿no?"

"Y vos ya va siendo hora de que te empieces a despertar más temprano, ¿no?" Retrucó mientras se reía.

"Por cierto, ya puse la pava".

"Uh, pero si hoy es domingo. Justo hoy no me podés decir nada".

Mientras tanto fui sacando mi taza blanca con patrones de círculos, la azúcar, leche en polvo y un saquito de té.

"Ya está, ya está. ¿Por qué no vas a preguntarle a tu hermana si quiere que le prepares el desayuno?"

"Na, si nunca se despierta a esta hora", respondí mientras ponía dos cucharadas de azúcar, una de leche en polvo y luego el agua caliente.

Él se sacó los lentes y los puso sobre la mesa, luego se acomodó hacia atrás su pelo corto y negro. Siempre admiré su cabello, no tiene canas ni pérdida de pelo por ningún lado.

"Entonces voy yo, no puede ser que las dos mujeres de la casa se quieran despertar a estas horas".

"Cuidado, ¡eh!"

"Hoy se suponía que íbamos a salir un rato en familia. Tiene que despertarse".

"Bueno, dale. Yo voy tomando mientras".

Papá ha trabajado toda su vida, incluso desde que era menor de edad. Él y su familia vivían en un pueblo no muy lejos de la ciudad. Es por eso que le gusta ser responsable y también sabe hacer un montón de cosas para el mantenimiento de la casa, la cual no es nuestra, pero en el contrato de alquiler, el dueño decidió darnos un precio accesible porque casi no lo molestamos.

Con el té con leche hecho, busqué un poco de pan, algunas galletitas surtidas que quedaron de ayer y me senté en la mesa a tomar el desayuno, esperando a ver si los demás venían a desayunar.

Al final alguien llegó a la cocina, pero no era un humano, sino que era el gato persa de mi hermana. Un Himalaya de pelo blanco y gris.

Me miraba con sus ojos entrecerrados mientras se sentaba perfectamente con sus cuatro patas sobre la silla de mi izquierda.

"¡Hola Fufi!"

"¿Fufi...?" A pesar de que la llamé por su nombre, algo me parecía extraño.

"No, no, Fifí era. Igualmente, los dos nombres son igual de feos".

El gato levantó una de sus patas delanteras, como si quisiera decirme algo, pero en su lugar, simplemente dejó escapar un maullido suave, casi inaudible y se empezó a lamer esa pata. Fifí... El nombre no me convencía, pero era mejor que nada.

Mientras daba un sorbo a mi té, Fifí se acurrucó en la silla, enrollando su esponjoso cuerpo blanco y cerrando los ojos como si ya fuera su hora de la siesta, a pesar de que apenas llegaba.

"Tranquilo amigo, no te duermas que ahora te voy a dar tu comida", dije, pero justo cuando me estaba por levantar, volvió Leo.

Parecía tener un gesto de desilusión en la cara al caminar hacia la mesa.

"No hay caso, sigue sin levantarse. Seguro que se quedará dormida hasta la tarde".

"Te lo dije... ¿Podrías traerle la vasija con comida a Fifí? Es que creo que tiene hambre".

"Sí, lo que pasa es que tu hermana se levanta tan tarde que ni comida le da al gato", dijo y trajo la comida de la bajo mesada.

"¿Y la mami?"

"Está en el baño, dice que ya viene".

Fifí se bajó de la silla de un salto y se puso a comer su comida balanceada que papá le había puesto.

Estaba tomando el último sorbo hasta que mi padre volvió a hablar.

"Mientras tanto voy a ponerme a revisar las cosas que tengo que hacer hoy. Si tu hermana se despierta, decile que venga a desayunar. No le conviene saltarse las comidas y después comerse algo recalentado de ayer".

"Si, dale. Yo me voy a quedar acá esperándolas a las dos".

Agarró el par de medias, hilos y demás y se fue al patio.

Una vez que terminé, busqué mi celular en la pieza y volví a la cocina, poniéndome a tontear un rato al probar una inteligencia artificial de chat. Siempre me gustaron los avances tecnológicos y jugar con estas herramientas. Bueno, no por nada estoy en la carrera de ingeniería en sistemas...

A los minutos llegó Carolina, mi madre.

"Hola, hijo. ¿Ya desayunaste?"

Se la veía bien arreglada y maquillada, como si estuviera por salir en un rato. Ella es una mujer apenas más baja que papá, con el cabello negro, lacio y suelto que le llega hasta los hombros. Ella siempre fue de tener una piel muy blanca, pero con el tiempo empezó a querer verse bronceada.

Hoy estaba vestida con una camisa blanca con rayas negras y un jean azul bien oscuro.

"Hola, mami. Sí, ya hace un ratito que terminé de desayunar, pero como no sabía si ibas a venir no te hice nada para vos".

"Está bien, no te preocupes. Ya me preparo algo rápido", dijo mamá con una sonrisa mientras se dirigía a la alacena para sacar un tazón y un paquete de cereales.

"Vos no tenés planes para hoy, ¿no? No vas a salir, ¿no?"

"Eh... Si ya sabés que casi que no salgo yo".

Ella echó un poco de yogurt líquido en el tazón y comenzó a mezclar los cereales con una cuchara.

"Cuando yo tenía tu edad, no paraba de salir de casa los fines de semana".

"Claro, pero yo soy un chico de casa", respondí con una sonrisa ladeada, mientras miraba a mi mamá preparar su desayuno.

La verdad es que, por más que siempre me tiren indirectas para que salga más, nunca me sentí tan cómodo afuera como adentro. Además, no es que tenga muchos amigos con quienes compartir el fin de semana.

"Pero es divertido salir, hay que vivir la juventud".

"Eso ya lo sé, pero la verdad es que no me llama mucho la atención salir así nomás. Además, los fines de semana son para descansar un poco, ¿no?"

"Me parece que vos estás esperando que alguien especial te invite a salir. Alguna chinita".

Hizo una risita, sabiendo que yo no era alguien que se metiera fácilmente en ese tipo de relaciones.

"Si te haces rogar no vas a tener a nadie, eh".

La conversación incómoda fue interrumpida por el sonido de pasos pesados en el pasillo. Era mi hermana menor, con su cabello negro despeinado y los ojos medio cerrados. Como si hubiera peleado con la almohada durante toda la noche.

Entró a la sala arrastrando los pies, como siempre lo hacía cuando recién se levantaba. Llevaba una remera gigante, una de esas que parecían más un vestido de lo grande que le quedaba. Era de color azul oscuro, con algunas letras estampadas que ya estaban medio resquebrajadas de tanto uso y lavado. Combinaba ese 'look' con un pantalón de algodón gris que apenas le cubría los tobillos.

"Hola, Agus".

"Buen día, dormilona", dijo mamá.

"¿Querés que te prepare algo para desayunar?"

"Ah... Hola. Sí, mami, tengo hambre. Gracias".

Mientras mamá volvía a concentrarse en preparar otro desayuno, yo me quedé mirando a Agus. Se notaba que acababa de despertar y, como siempre, me sorprendía lo poco que le importaba su apariencia en casa. Si fuera yo, no me sentiría bien yendo por ahí tan desarreglado, pero ella parecía estar en su zona de confort, sin darle mucha importancia. Envidiaba un poco esa capacidad que tenía para ser tan despreocupada.

Se sentó al lado de mi madre mientras se acomodaba el flequillo hacia abajo, luego miró su taza de yogurt y cereales sobre la mesa.

"¡Hey! Me decís dormilona y vos también recién te despertás", contestó, como si recién se hubiera dado cuenta de lo que le dijeron un minuto atrás.

Mamá le sonrió con ternura.

"Es domingo, hija. Todos estamos un poco más relajados", dijo mientras vertía más yogurt en un tazón y se lo pasaba.

"Acá tenés. Desayuná tranquila".

"Ah... Yogurt", murmuró Agustina, luego tomó el tazón y comenzó a comer lentamente, sus movimientos todavía pesados por el sueño. Aunque en parte parecía que no le convencía el desayuno.

Mientras tanto, mamá se acomodó en la silla frente a derecha.

"Entonces, ¿cómo va la facultad? ¿Ya esta semana terminás las clases?"

"Ah, sí... Después hay que ver si rindo algún examen final, todo depende de esta semana".

El momento me hizo empezar a sentirme aburrido y molesto. No sé el porqué, pero de repente ya no tenía ganas de hablar con ellas, quería irme... de casa.

Mamá asintió mientras se limpiaba con una servilleta el yogurt sobrante en los labios.

"Espero que todo salga bien. Es un año muy importante para vos. Yo mañana también termino de dar clases hasta después de las vacaciones de invierno".

Mamá trabaja como profesora de música en una escuela secundaria de por acá cerca en el turno tarde, debe ser por eso que no le importa levantarse un poco tarde, está acostumbrada a ese horario desde hace muchos años ya.

"Ya te deben tener cansados los pendejos esos, ¿no?"

"Ni te imaginás".

Hizo una sonrisa cansada.

"Algunos parecen no tener idea de lo que significa responsabilidad. Pero, en fin, me encanta lo que hago, así que siempre me las arreglo para sobrellevarlo".

"Pero la mami es re buena dando clases, un montón de alumnos la quieren", acotó Agustina.

Claro, ella también asistía al mismo colegio. Recuerdo que cuando ella ingresó a primer año, a mí ya me tocaba el último año de clases. Los dos hemos sido excelentes alumnos.

"Sí, hija, pero ya sabés que siempre hay un grupito de tres o cuatro varones que no paran de molestar".

"Ah... Sí, tenés razón. Además, a muchos no les gusta esa materia. ¿Por qué no das clases en otro lugar que no sea un colegio?"

"Es que acá me queda super cómodo".

"Bah... seguro es porque me querés vigilar".

Por alguna razón, seguí sintiendo muchas ganas de salir por la puerta principal de la casa, es como si alguien me estuviera llamando del otro lado, alguien muy poderoso.

Instintivamente, me levanté de la silla y fui a buscar las llaves de la casa.

Mientras agarraba el manojo de llaves que estaban colgadas en un adorno de madera contra la pared, una sensación inusual me invadió, como si una fuerza invisible estuviera tirando de mi brazo.

La idea de salir de casa se hacía más y más irresistible, como si tuviera mi comida favorita servida en frente de mi cara, como si una hermosa mujer me invitara a su cama, como si...

"Hijo, ¿no dijiste que no tenías planes para salir hoy?" Se escuchó de fondo, pero no le presté atención, mi deber era abrir la puerta. Mi vida dependía de ello en este momento.

Puse la llave y la giré dos veces, pero mi hermana me agarró el brazo antes de que pudiera abrirla.

"¿No ves que la mami te está hablando?"

Su mano en mi brazo me hizo hervir de ira, pero me contuve o terminaría arruinando mi misión.

"Agustina, no me molestes o voy a tener que contarle a ella sobre tu noviecito de clases".

La amenaza pareció hacer que Agustina soltara mi brazo de inmediato. La vi dar un paso atrás, con sus ojos abriéndose de par en par, claramente sorprendida por la mención y por la forma en la que lo dije.

Mamá dio un salto de la silla y empezó a caminar hacia nosotros.

"¡Agustina! ¡Explicame ya eso que dijo tu hermano!"

Aproveché rápidamente la oportunidad y abrí la puerta bajando el picaporte, sintiendo que la fuerza invisible que me había estado llamando estaba del otro lado.

Por dentro marrón y por fuera blanca, al parecer así era la puerta. Pero en ese nuevo lugar apenas se podía ver algo, porque la inmensa potencia del sol me cegó los ojos. Sin embargo, avancé y cerré la puerta detrás mía.

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"Ah... ¿no es el sol?" Murmuré, aunque no sé si realmente llegaron a salir mis palabras, porque me era difícil hablar al notar la enorme aura que irradiaba el lugar y al mismo tiempo oprimía mi pecho.

"Lo siento mucho, pero tuve que hacer algo de tiempo antes de dejarte entrar", eso es lo que dijo la hermosa mujer de cabello y ojos rojos. En realidad, todo, menos su piel, era rojo: su vestido, sus labios, sus cejas, su corazón...

Ella se acercó majestuosamente y tocó mi cabeza. De pronto en ese momento mi mente volvió a funcionar con normalidad.

"Ah... Ya veo", volví a murmurar al aire.

Sí, Sarah había jugado muy sucio. Todo lo de antes fue una tonta ilusión.

Todo lo que había sentido en los últimos minutos, las pequeñas molestias, el enfado que crecía en mi interior, las ganas casi desesperadas de salir de casa, todo se desvaneció. La realidad se desmoronaba a mi alrededor. No era más que una ilusión, una mentira creada para mantenerme atrapado en una especie de rutina que ni siquiera existía. En realidad, si existía, solo que es parte de mi pasado, algo que ya había olvidado.

"Vamos, Luciano, hay mucho de qué hablar. Todavía recuerdas que moriste, ¿no?"

Me quedé paralizado, y por un instante, no pude responder a lo que ella decía. Mis pensamientos volaban a una velocidad vertiginosa mientras intentaba conectar los puntos: mi mamá, mi hermana, el desayuno, la conversación casual... todo tan normal, tan cotidiano, tan real. Pero en este momento era una farsa. No había desayuno, ni casa, ni siquiera Agustina. Sentí una punzada en el pecho, una mezcla de confusión, dolor y rabia.

"Luciano, ¿estás llorando?"

Intenté contenerlo, pero era inútil. Era como si algo se hubiera roto dentro de mí. Y entonces, sin más, el llanto me sobrevino. No era solo una lágrima solitaria, era un torrente incontrolable que parecía venir desde lo más profundo de mi alma.

Me di la vuelta y abrí esa maldita puerta, pero cuando solté el picaporte, salió volando por el aire, dejando ver el ambiente desolado que vi la primera vez que llegué acá, ese paisaje obsoleto poblado por nubes blancas como piso y planetas lejanos en el fondo.

Me apoyé contra lo que era el marco de la puerta mientras las lágrimas caían sin control. Estaba completamente indefenso ante la verdad, y la única cosa que podía hacer era llorar. Mis hombros temblaban violentamente, y mi respiración se volvía errática. El dolor era como un cuchillo clavado en mi pecho, que no dejaba de girar y profundizarse más. No podía creer lo que Sariah había hecho. Todo lo que creía conocer, todo lo que sentía, se desmoronaba a mi alrededor, y yo no tenía manera de detenerlo. Era como si la tierra misma me tragara y no pudiera luchar contra ello.

Ella puso una mano en mi hombro, demostrando una elegancia que nunca antes había visto en ella. Pero al mismo tiempo sentí como si se me estuvieran transmitiendo muchas emociones diferentes al mismo tiempo.

"¡No era real!" Grité, el sonido de mi propia voz se desintegraba en un sollozo ahogado

"¡Nada era real!"

Giré la vista y la volví a ver. Esta vez su vestido no tenía mangas, sino que eran dos tiras que pasaban por encima de sus hombros. Era largo, ceñido y con un ligero escote que demostraba que sus pechos eran del tamaño ideal. No sé por qué mis ojos se desviaron hacia ese lugar, pero de alguna manera sentí que tal vez eso curaría mi tristeza.

"¿Por qué?" Logré articular entre lágrimas, sin poder mirarla a los ojos.

"¿Por qué me hiciste esto?"

"Lo siento mucho, Luciano. Hablemos sobre esto más tranquilos".

Me tomó de mi pequeña mano y me llevó hasta el centro de lo que era la única sala del lugar.

Entre lágrimas, logré ver que había un profundo blanco en las paredes, dos sofás blancos uno al frente del otro, unas ventanas grandes y algunos almohadones coloridos tirados por el piso.

No es que siempre el lugar hubiera sido así, las dos veces anteriores que vine se veía más poblado de cosas, había estanterías, libros, cuadros y demás. eso sí, la estructura se caía a pedazos.

En este momento las paredes estaban impecables, pero no había techo. ¿Será que tiene que mantener una especie de equilibrio?

"¿Te sientes mejor?" Preguntó mientras se sentaba en uno de los sofás y me agarraba por las axilas para ponerme sobre su regazo.

"No... Sariah... Yo quiero a mi familia..." Respondí en un susurro casi inaudible, y entonces, sin previo aviso, rompí a llorar de nuevo, esta vez con más fuerza que antes.

Mis manos se aferraron a su vestido, mis dedos hundiéndose en la tela mientras las lágrimas caían sin cesar. Mi cabeza se apoyó en su pecho, y aunque sentía su respiración constante y su calma exterior, no podía dejar de sentir el abismo en mi interior.

"Shhh... está bien... estoy aquí", susurró Sariah, mientras sus manos, cálidas y reconfortantes, acariciaban mi cabello castaño. Sus dedos trazaban líneas suaves sobre mi cabeza, una y otra vez, con una ternura inesperada.

Mi cuerpo temblaba incontrolablemente mientras sollozaba contra ella. No sabía si estaba llorando por la pérdida de mi anterior vida, o por el hecho de que me sentía completamente solo en este mundo, atrapado en una espiral de incertidumbre. Tal vez era por ambas cosas. O tal vez era el peso de todas las vidas que había dejado atrás, todo lo que había olvidado... todo lo que ahora parecía tan distante.

"Esto... todo esto... no es justo", murmuré entre sollozos, mi voz quebrada.

"No es justo lo que me has hecho. No es justo que me trajeras a el día anterior a mi muerte".

"Lo sé", respondió ella suavemente, continuando con sus caricias, sus dedos ahora trazando patrones sobre mi espalda.

"No es justo. Pero fue la única forma que se me ocurrió de hacer tiempo".

¿Nos podemos quedar así por un tiempo?"

"Todo el tiempo que necesites, mi pequeño. Deja que tu diosa te consienta".

Por un instante... solo por un instante, Sariah se sintió como mi tercera madre.

No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que en un momento determinado abrí los ojos, me había dormido.

Cuando desperté, mi cabeza seguía apoyada en sus pechos, pero el ambiente ya no se sentía tan opresivo.

"Sí... recuerdo que morí", respondí a su pregunta inicial, viendo como la realidad de mi situación comenzaba a asentarse.

"Entonces ya podemos hablar".

Sarah movió mi cuerpo hacia el suelo y me condujo con firmeza, pero sin prisa, al sofá del frente. Soltó mi pequeña mano y se volvió a sentar en el otro, sus movimientos eran fluidos y deliberados, como si cada gesto estuviera calculado a propósito para proyectar una mezcla de autoridad y encanto hacia mí.

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Tal vez lo de antes era un pequeño castigo por mi absurda muerte. No importa, ya está.

Es bueno saber que la última vez que nos vimos utilicé uno de mis pedidos para hacer que ella no pueda leer mis pensamientos, eso me hace sentir un poco más tranquilo.

"Después de todo nadie puede escapar del pasado, ¿no?" Acoté.

Ella cruzó las piernas, aun dejando su pie izquierdo descalzo sobre el suelo, ahí pude ver que su vestido tenía un corte en vertical al lado de la pierna. Luego puso sus manos entrelazadas sobre su regazo.

"Hubo cosas extrañas en el ambiente, pero al solo prestarte atención a ti, no pude detectar bien qué es lo que era esa cosa".

Estaba claro que cambió de tema.

Yo también noté cosas raras, más que todo en el pez que me miraba sin ningún sentido. Y a esas hormigas parecía que nadie las había visto antes.

"Este... ¿Puedo decir algo? Creo que cada vez se me hace más difícil vivir en tu mundo, digo... No tuvo mucho sentido lo que sucedió".

"Eso es porque eres un niño, ¡mírate!", dijo, señalándome.

Miré hacia abajo, estaba vestido con la ropa de hace unos minutos, pero ahora me quedaba enorme. Estaba seguro que antes que me lo dijera no tenía esta ropa, sino la ropa primitiva hecha de pieles de animales que solo cubría mis partes nobles. "¿Por qué tengo esta ropa todavía?"

"¡Para que te des cuenta de lo que te falta crecer! Hazte un hombre de verdad y recién podrás hablar de sobrevivir." Su tono se había elevado, pero no lo hacía de una forma que me diera miedo.

"Pero bueno... por ahora solo concéntrate en pensar cuáles serán tus pedidos, eso te servirá para hacerte más fuerte y sabio. Para serte sincera, has hecho todo perfecto".

Antes de seguir hablando, se levantó del sofá y se paró enfrente mío, con la mano izquierda sobre su cintura y la otra extendida.

"Aprendiste a usar magia, encontraste a otro ser mágico, conformaste un grupo bastante grande y pudiste manejarlo relativamente bien, creaste algunas cosas nuevas, solo que... necesito más de eso.

También te enfrentaste a algunos enemigos y saliste bien parado, descubriste los secretos de las partículas mágicas, descubriste los efectos del agua mágica, completaste tu primer pacto, y un montón de otras cosas. Es por eso que te otorgo tres pedidos".

"Bueno, gracias. Es bueno saber que piensas que estoy haciendo las cosas bien. Sobre los pedidos... no estuve pensando en eso, ¿realmente se puede pedir cualquier cosa?"

Ella apuntó su dedo índice hacia mí y de pronto volví a tener la ropa de siempre, la del Luciano del mundo mágico.

"Mira, eso que acabo de hacer me consumió una diminuta fracción de mi poder. Por lo que, si me hubieras pedido hacer eso, te lo hubiera aceptado enseguida. ¿Entiendes a lo que quiero llegar?"

"Ya veo... entonces no debería pedir algo que sea complicado."

Era razonable, porque si pudiera pedir algo fuera de lugar, pediría ser inmortal o cosas así.

Solo tengo claro un pedido, ¿pero y los otros dos? No sé qué pasaría si pido algo desconsiderado y ella lo rechaza, ¿contaría como pedido usado? A partir de ahora no puedo preguntarle nada.

Miré hacia arriba, las estrellas y los planetas lejanos combinaban en una vista hermosa para cualquiera que la observara. Este lugar es tan tranquilo que me dan ganas de quedarme por toda la eternidad.

Luego ahí estaba Sariah, con su imponente presencia, cada vez que nos encontramos la veo más y más linda a pesar de que a veces me hace sentir emociones extrañas. Es bueno saber que ya no puede leer mis pensamientos en este momento, la otra vez fue un poco vergonzoso.

Su mirada no se despegaba de mí, y en este momento era bastante seria.

"Bueno, la última vez la pasé bastante mal con lo de las uñas... ya debes acordarte de eso".

Sin mediar palabra y sin que yo pidiera el favor de forma directa, ella chasqueó los dedos.

"Listo, nunca más te dolerá el cuerpo mientras estés aquí, en este espacio inter dimensional. Primer pedido concedido", dijo de manera rápida, como si tuviera el tiempo contado.

Me quedé igual de pensativo que antes, la verdad es que al primer favor ya lo había pensado en el momento en el que ella arrancó mis cinco uñas del pie izquierdo, y tampoco quiero desperdiciar los demás en tonterías. Debe ser algo que me sirva para toda la vida.

Ella se acercó y se sentó a mi izquierda.

"¿En qué piensas, Luciano? Sé que esto te tomó de imprevisto y que pensabas tener una vida más larga, pero... sé que eres fuerte mentalmente, he escuchado todos tus pensamientos y también he visto cada uno de tus movimientos. Lo sé absolutamente todo. Así que recuerda que tienes a una diosa de tu lado, ¿sí?"

"Mi diosa..." Se me iluminaron los ojos al oír sus palabras. Si bien siempre lo supe a eso, escucharlo desde su propia voz era increíble.

Sariah agarró con suavidad mi mano y la llevó hasta apoyarla contra su muslo, justo donde el vestido se partía a la mitad.

"Vamos, debes decidirte..." Su tono era más calmado y endulzaba mis oídos, pero sin llegar a ser seductor.

Su cabello rojo caía en suaves ondas alrededor de su rostro, enmarcándolo como un fuego que rodea una joya preciosa. Era un contraste tan llamativo con la blancura de su piel que parecía casi sobrenatural, como si el cabello mismo estuviera hecho de hilos de fuego, reforzando esa imagen de perfección irreal.

"Ahora que lo pienso", comencé diciendo mientras mis dedos jugueteaban con el borde de su tela roja. "Creo que siempre quise saber las edades exactas de mi familia y compañeros... ¿Crees que habría alguna forma de que pueda saberlas? También quiero agregar que sería de la forma en que se usa en el planeta Tierra, con años, meses y eso."

"Mmm... es una petición muy interesante, Luciano. Pero viniendo de ti ya nada me sorprende, eres tan extraño... Pero debes saber que tendrá sus limitaciones, no puedo gastar mucho poder en este momento. Espero que lo entiendas".

Luego de hablar, movió lentamente su mano derecha hasta colocarla sobre mi cabeza.

"Listo, ahora tienes dos pelos de color rojo. Bueno, en realidad solo alargué el que tenías anteriormente, pasando por debajo de tu piel y saliendo por otro lado".

Acarició mi cabecita antes de seguir. "Pero no te preocupes, al ser el mismo pelo, no hace falta que los demás lo vuelvan a toca, sé que eso te ha molestado bastante".

"Gracias. ¿Crees que se nota demasiado? Hasta ahora nadie me ha dicho nada de mi pelo rojo".

"Tener el cabello castaño es bastante conveniente, pero no es una coincidencia".

"Ah..."

Hablar con Sariah es todo un misterio, porque a veces dice cosas que las deja a medio terminar o no responde del todo lo que quiero saber. Es posible que lo haga a propósito. Me gusta que sea así... Eh, creo que una ventana desapareció de repente... ¿o no había vidrio ahí antes? Pero si estaba a su derecha...

"Ah, por cierto, ¿cuáles son las limitaciones?" Pregunté, aún sin despegar mi mano sobre su pierna.

Ella dejó de acariciarme y puso su mano derecha sobre la mía.

"Solo podrás verlo de noche y mientras tengas partículas mágicas en tu cuerpo. Y sobre cómo ver tu edad... tendrás que recibir un poco de ayuda externa", dijo y se río suavemente tapándose la boca.

Estaba claro que había algo más en sus palabras, como si me estuviera instando a realizar un paso más para lograr obtener todo lo que buscaba. No sé quién me podría ayudar... no importa, ya lo voy a averiguar.

"Gracias, mi diosa. Ahora le pido mi tercer y último deseo", dije, levantándome para luego arrodillarme frente a ella.

"Por favor, le pido su permiso para exterminar a los hombres pájaro".

¿Fui demasiado lejos? Simplemente dije lo que pensaba, pero... no, estuve mal. ¿Me dejé llevar porque me estuvo consintiendo? ¡Ya... ya no hay vuelta atrás! Voy a recibir el castigo de una diosa por pasar mis límites. ¡Pero es que esos malditos hombres pájaro!

Cerré los ojos, tenía miedo de su respuesta.

"Repítelo de nuevo", las palabras resonaron suavemente en el aire estancado.

Me esforcé por mantener mi voz firme mientras repetía,

"Por favor, le pido su permiso... para exterminar a los hombres pájaro".

Ya no había escapatoria, no podía dudar de mis palabras.

Al abrir los ojos y levantar la cabeza, lo primero que vi fueron los labios de Sariah curvándose en una sonrisa que querían alcanzar sus ojos.

Su nariz era pequeña y perfilada, mientras que sus labios, perfectamente delineados, se curvaban en una sonrisa que, aunque sutil, mostraba una peligrosa mezcla de aprobación y una oscura satisfacción. ¿O era desprecio? Esa sonrisa era tan marcada que parecía que solo existía para aquellos lo suficientemente cercanos como para notarla, y en ese momento, estaba seguro de que estaba dirigida solo a mí.

Sariah se inclinó ligeramente hacia adelante, acercando su rostro al mío, y pude ver de cerca cómo sus ojos destellaban con un brillo peligroso, uno que me hizo sentir pequeño y vulnerable bajo su escrutinio. Su mano se deslizó lentamente por mi mejilla de arriba a abajo.

Sus labios se entreabrieron para hablar, pero antes de que lo hiciera, se quedó en silencio, observándome unos instantes más. Era como si estuviera disfrutando de mi incomodidad, como si se estuviera alimentando de la tensión antes de decidir sus palabras.

"Luciano..." Su voz era un susurro, aunque nadie más pudiera escucharnos, "me sorprende tu deseo, y debo admitir que admiro tu ambición."

Su mano, que había estado descansando en mi mejilla, se deslizó hacia mi mentón, levantándolo ligeramente para que nuestros ojos se encontraran mejor.

"Pero... ¿sabes realmente lo que implica esa decisión?"

Luego ella se paró, caminando lentamente sin rumbo con sus pies descalzos y dejándome mirando al sofá.

"Veamos... Debo decir que tienes varias razones para querer que los hombres pájaros, como tú los llamas, desaparezcan.

A ver, ellos te han acosado, secuestraron a tu familia, quisieron matar al futuro integrante de tu familia y no aceptaron arreglar las cosas verbalmente.

Entiendo... así que ellos son defectuosos. Creé a un ser repugnante".

"No... no quise decir eso, es solo que ellos también quieren matarnos..."

"¿Sabes? Por ahí había leído que estas cosas se dejan a juzgar ante la ira de dios".

Hubo un silencio de mi parte. No contesté.

"Voy a aceptar tu pedido, pero también cumplirás un pedido para mí. En realidad, no es un pedido como tal, sino que quiero que me hagas una promesa. Y quiero que sepas que no puedes romper una promesa con una diosa.

Bueno, en fin, debes prometerme que en algún momento de tu vida tendrás descendencia no humana, o sea, debes relacionarte con una criatura mágica. Hacer eso nos garantizará mantener tu poder mágico.

También puedes tomarlo como una forma de repoblar el mundo, si es que al final terminas matando a los hombres pájaros, claro".

Sariah dejó la intensidad colgando en el aire, como si esperara que imaginara el resto en mi cabeza. El eco de sus palabras reverberaba en mi mente, dejándome aturdido. ¿Descendencia con una criatura mágica? ¿Mantener mi poder a través de una promesa tan... extraña?

Bueno, promesa no era algo complicado de cumplir, de hecho, aunque ella no lo hubiera dicho, creo que lo mismo iba a terminar haciendo. Los seres mágicos son algo exótico, y eso me encanta de ellos. Tampoco es como si hubiera conocido muchas chicas no humanas, pero si, voy a cumplir la promesa. Después existen muchas variantes, como la posibilidad de que este cuerpo sea infértil, pero eso sería algo muy raro. También, que la genética se termine manteniendo humana, pero creo que, al yo poder usar magia, las probabilidades de que tenga un hijo no humano aumentan. Todo es una teoría por ahora, y no sé si hay algo más oculto en su pedido.

"Lo prometo, tendré un hijo no humano junto a otro ser mágico y me aseguraré de honrarla. Muchas gracias".

"Entonces asegúrate de cuidar bien a tu amiguito de abajo, no creo que quieras sorpresas.

Vamos, ahora dime cual va a ser tu paga, supongo que las otras uñas de los pies, ¿no?"

Me levanté del suelo y me volví a sentar en el sofá.

"Sí... Que sean las cinco uñas de mi pie derecho".

Esta vez el sofá no cambió a algo más tétrico, sino que todo se mantuvo normal. Ella se acercó mientras creaba de la nada una pinza en su mano derecha, luego se arrodilló frente a mí.

La pinza era relativamente pequeña y simple, más que la vez anterior, y tenía un mango rojo.

Tomó mi pie con delicadeza, aunque el acto era simple, estaba cargado de una tensión palpable. Sentí el frío de su piel contrastando con el calor de mi cuerpo.

"Esta será la última vez que uses las uñas de tus pies como pago, que triste".

Entonces la pinza se acercó a la uña del dedo gordo. La escena me hizo cerrar los ojos y apretar los dientes, pero al pasar los segundos no sentía nada. Ahí fue cuando recordé mi primer pedido, ella lo había cumplido al pie de la letra.

Al abrir los ojos, la vi con el rostro junto a mi dedo, ella estiró su lengua para lamer una gota de sangre que se escapaba de la piel herida. Había algo en su gesto, algo que iba más allá de la simple formalidad del acto. Como si en ese momento yo fuera el que mandaba.

Extrajo una uña tras otra, sus dedos se deslizaban sobre mi piel, dejando un rastro de una energía casi eléctrica, una sensación no del todo desagradable, aunque sí perturbadora. Su respiración era calmada, pero podía sentirla tan cerca de mí que era imposible ignorar lo íntimo de la situación.

Cuando terminó, Sariah se quedó un momento en esa posición, observando mi pie, como si estuviera admirando su obra. Luego levantó la vista, encontrando la mía de nuevo.

"Adiós".

Y a pesar de todo, no pude evitar sentirme atraído hacia ella, hacia ese poder que emanaba de cada poro de su ser. Era fascinante y aterrador en igual medida, pero había algo en esa oscuridad, en esa belleza perfecta e inalcanzable, que me hacía querer más.

Pero ahora... ahora tocaba volver a la realidad.