La despedida con Sariah fue más rápida de lo que esperaba, ni siquiera nos despedimos adecuadamente. Ella estaba actuando extraño, extraño para cómo se estimaba que una diosa debía comportarse.
Ya hasta me habían dado ganas de quedarme un ratito más, qué se le va a hacer...
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, escuché una voz, claramente era la de Aya.
"...Tres a lo largo de la cueva y una en la entrada al santuario".
Mis pies estaban en el agua... Ah, claro, el arroyo. Lo importante es mantener la calma. La sensación en los dedos es fea, pero no tan dolorosa como para evitar que mantenga mi fachada.
"Gracias, Aya. Ya debo irme".
Me levanté rápidamente, intentando que mis pies le dieran la espalda a Aya.
Sabía que en unos instantes aparecería el pez misterioso. La idea era evitar la totalidad de esos acontecimientos extraños.
"¿Me acompañás, Mirella? Vos andá alumbrando delante mío", dije, comenzando a caminar rumbo a la entrada de la cueva.
"¿Eh? Pero si recién llegamos. ¿Por qué tienes tanta prisa?".
"Es que me preocupa mi familia, pensé que no sería muy bueno dejarlos solos".
"Claro, Luciano. ¡Si es por eso, entonces deberíamos ir!"
Sus alas zumbaban mientras se adelantaba rápidamente
A todo esto, Aya seguía sentada al borde del arroyo, sin decir ni una palabra. La miré por encima de mi hombro antes de darle la advertencia.
"Aya, ¿sabías que hay unos bichos pequeños de color negro que te dan mala suerte si te tocan? Ten cuidado o podrías pasar un mal día".
Ella miró a los costados antes de hablar.
"Nunca había escuchado algo como eso, pero gracias igual... Supongo".
Todavía es de día, eso significa que aún no puedo ver las edades de los demás. Si es que no existen más limitaciones que ella no me haya dicho.
Siendo totalmente honesto, no fueron pedidos tan importantes los que le hice a mi diosa, si bien no quise sobrepasarme, tal vez debería haber pedido cosas más importantes. Supongo que se verá con el tiempo.
Debo liberar a la segunda criatura mágica de la piedra, así ya tengo asegurado un favor para la próxima vez que nos veamos, aunque si no nos vemos nunca más, significaría que lo hice mejor de lo esperado y no volví a morir.
El recorrido de la enorme cueva volvía a ser cansador bajo la luz de Mirella, me fatigaba mental y físicamente, más sabiendo que este fue mi horrible lecho de muerte hace relativamente unos minutos.
Son cosas que no se pueden olvidar tan fácilmente, ni siquiera con la compañía de una diosa. La sensación de estar a punto de morir no va a desaparecer, esas son cosas que quedan grabadas de por vida.
Tomé un sorbito del agua mágica a la pasada, sin que Mirella se diera cuenta. Ahora mis dos pies están igual de deformes, con la piel cubriendo a la perfección donde antes hubo uñas.
"Mirella, quiero que cuando lleguemos al santuario vos te vuelvas con Aya. Existe la posibilidad de que los hombres pájaros vuelvan a atacar, ya sabés lo que ellos buscan de nosotros".
Desde lejos se escuchaban los quejidos de Rundia, ya estábamos cerca de llegar al santuario.
"Está bien, me encargaré de proteger el lugar, Luciano".
"Gracias... Te agradezco todo lo que haces por mí y los demás. Sos en la que más confío".
"Yo también confío mucho en ti".
"No, yo confío más en ti. Además, ¿por qué confiarías tanto en un niño?"
Ella se detuvo en el aire, justo a mi altura, la esfera en el aire siguiendo su mismo movimiento.
"Entonces no molestará que haga esto", dijo y me dio un suave beso en la mejilla derecha.
Luego me miró a los ojos y se alejó volando rápidamente por donde habíamos venido.
"¡E-Espera, Mirella!"
Mi mano extendida quedó suspendida en medio de la oscuridad. Eso fue... inesperado. Sé que Mirella suele tener reacciones impulsivas, pero no para dar este tipo de afecto.
El beso, inesperado y rápido, todavía lo sentía ardiendo en mi piel. Quería decirle algo más, algo que aclarara lo que estaba sucediendo entre nosotros, pero ¿qué podría decir? ¿Qué sabía realmente de estas emociones que me estaban invadiendo? No era exactamente el mismo Luciano de antes de morir hace un rato, eso estaba claro. Ahora me encontraba aturdido por la súbita intensidad de todo lo que me rodeaba, desde Sariah con sus oscuros deseos hasta Mirella, siempre tan cercana y protectora, pero ahora también confusa.
'Debes tener un hijo no humano' fueron las palabras que pasaron por mi mente. No... todavía no tengo que pensar en esa promesa ¡Ay, Mirella!
Pero no pude evitar seguir pensando. Yo soy un humano, limitado por los errores de mi vida pasada y las cargas de la presente. Ella, un ser mágico, tal vez inmortal, con una lealtad inquebrantable hacia mí. Su lealtad era una bendición, pero también un peso. ¿Era justo para ella estar tan ligada a mí? Mirella no sabía todo sobre mi vida anterior, sobre mis debilidades, sobre mis deseos. ¿Y qué pasaría si lo supiera? ¿Seguiría confiando en mí con la misma devoción?
Sacudí la cabeza y me golpeé los cachetes para despejar mi mente, pero lo que realmente no estaba despejado era el camino, no veía casi nada ahora que Mirella se fue.
A paso lento seguí el rastro del agua en el suelo hasta por fin llegar a la estrecha entrada que dejaba pasar algo de luz desde dentro. Me asomé para asegurarme de que estuviera todo bien.
Al parecer el bebé todavía no nació, voy a esperar acá afuera mientras busco alguna solución para mis pies.
'Rundia, tienes que empujar', 'solo un poco más', 'ya casi' eran algunas de las molestas frases que se escuchaban del otro lado de la pared y que no me dejaban pensar con claridad.
¿Tal vez unas uñas postizas? No sé cuál material sería el mejor, aunque tampoco es como si hubiera mucha variedad de recursos para elegir.
Probé con la piedra y la verdad es que se veía horrible por más que la moldeara bien lisa, el color gris no pegaba con mi piel blanca y resaltaba todavía más la falta de uñas.
A ver... Ya sé, el color de los corales es bastante parecido al color de una uña. Debo aprovechar este momento de distracción para sacarle esas cosas a mamá.
En realidad no son corales, sino que son conchas de mar, pero siempre le hallé un doble sentido a la palabra... Las costumbres argentinas nunca se pierden. Mejor voy a llamarlas por su nombre: conchas de mar.
Pasé por el umbral del santuario con los ojos mirando hacia el techo.
"Permiiiiiiiso", dije, como si entrar en medio de un parto fuera lo más normal del mundo.
De igual manera, nadie puso ni un mínimo interés en mí, así que no hablar hubiera sido lo mismo.
Caminé apresuradamente hacía la esquina donde descansaban las 'ofrendas' para el dios Adán de parte de mi madre.
En un abrir y cerrar de ojos ya tenía las diez uñas en mi poder, perfectamente delineadas en un color blanco tirando a salmón. ¿Cuánto durarían estas uñas artificiales unidas con magia a mi piel? No lo sé, pero todo sea por mantener mi enorme secreto.
Me levanté, probando las conchas ya adheridas en mis dedos. El trabajo no era perfecto, pero podría engañar a los demás. Me quedé unos momentos más observando cómo encajaban y cómo mis pies, aunque deformes, ahora parecían más... normales. Lo suficiente como para no levantar sospechas, al menos por ahora.
La verdad es que todavía siento una sensación extraña al pensar que solo Mirella se dio cuenta de mi falta de uñas, en la... línea temporal anterior, ella lo mencionó mientras íbamos por la cueva, pero ahora eso cambió por un beso en la mejilla. Me pregunto qué tantas cosas podré cambiar si Sariah vuelve el tiempo lo suficiente como para poder cambiar un suceso importante.
Líneas temporales... vaya uno a saber si realmente es así, digo, tal vez en esa línea temporal yo sigo muerto y vuelvo a... ¿vivir? No, no tiene sentido, sino se haría una enorme mezcla de almas por todos lados, ¿no? Ni yo mismo me entiendo, mejor no pensar en eso y tomarlo como que ella simplemente retrocede el tiempo y ya.
Y entonces ahí estaba yo, parado en un rincón, con mis nuevas uñas de concha de mar, sintiéndome completamente tonto. No había magia que pudiera usar para ayudar en esta situación, no había conocimiento de mi vida pasada que pudiera aplicar. Todo lo que podía hacer era esperar.
Finalmente, el sonido de un pequeño llanto rompió la tensión en el aire. El bebé había nacido. No era un llanto fuerte ni estridente, sino un sonido raro y frágil.
El sonido del bebé se hizo eco en cada rincón del santuario, y por un breve momento, mi corazón se aceleró, y una oleada de alivio y asombro me invadió mientras el nuevo integrante de la familia llenó el santuario con un sentimiento de alegría, al menos para mí.
Si había alguna cosa que me faltaba vivir en mis tantos años, era presenciar un parto en un contexto prehistórico y pensando en líneas temporales y uñas postizas.
"¡Es una niña!" Dijo Anya sosteniéndola en sus brazos y llevándola hacia Rundia.
¿En serio? Tener una hermana menor me pone muy contento, me hace acordar a mi vida anterior. De hecho, creo que hasta la diferencia de edad coincide, unos cinco años. como Agustina... espero que su vida siga bien. ¿Qué estaría haciendo ahora? Si supiera que estoy aquí, reencarnado, lidiando con diosas y criaturas mágicas, ¿se preocuparía por mí? Esa vieja sensación de nostalgia me golpeó en el pecho. Quería saber cómo le iba, si había seguido adelante sin mí. O quizás era mejor que nunca supiera de mi existencia en este lugar.
Mamá, exhausta, extendió los brazos para recibir a la recién nacida. Anya le entregó con cuidado a la pequeña y el brillo en los ojos de Rundia lo decía todo: una mezcla de amor incondicional y alivio.
Me acerqué a la escena, haciéndome el niño inocente mientras me ubicaba al lado de Samira.
"Mamá, ¿ella es mi hermanita?"
"Si... hijo. Ella es tu hermana, su nombre será Lucía, ¿te gusta? Es como el tuyo, Luciano".
De pronto, Lucía hizo un movimiento brusco y me miró al escuchar mi nombre, ¿acaso entendió lo que mamá decía?
Lucía... Luciano... Qué lindo nombre, me gusta. Me encanta.
"Es un nombre muy bonito", dije acercándome a ella.
Papá me puso una mano en el hombro. "Ahora debes ser un buen hermano mayor, no lo olvides".
"Sí, papá. Voy a cuidar de Lucía y enseñarle muchas cosas".
Mientras observaba a Lucía, sentí un peso sobre mí. La responsabilidad, el hecho de que ahora tenía una hermana que dependería de nosotros, que crecería en este mundo con todas sus dificultades. ¿Y yo? ¿Qué ejemplo podría darle? Claro, tenía el conocimiento de un mundo avanzado, pero aquí las reglas eran diferentes, el peligro acechaba en cada esquina. No podía simplemente protegerla con ideas o ciencia, la magia, las criaturas, los hombres pájaros, todo eso era real y letal.
La observé mejor, ella tiene el pelo castaño, tal vez un poco más oscuro que el mío, era como el de mamá. Le acaricié la cabecita, moviendo sus pocos mechones de pelo.
Sus ojos estaban bastante abiertos, al parecer son de color negro, pero creo que con el tiempo pueden llegar a cambiar.
Su calma al tomar del pecho de Rundia me hizo acordar a cuando yo reencarné en este mundo, aunque su mirada era un poco inquietante, porque solo me miraba a mí.
En el supuesto caso de que sea una reencarnación, debo buscar pistas y mantenerme al lado de ella.
"¿Está todo bien, Luciano?"
"Tu hijo debe estar muy emocionado por tener una hermana, ¿eh, Rundia? Tienes dos hijos hermosos y saludables".
"Ah, sí... Es que Lucía es muy linda. Se parece a vos, mamá".
Samira se acercó tímidamente al lado de la camilla primitiva.
"¡Es muy linda! Menos mal que todo salió bien".
"Eres muy valiente, Samira. Gracias por ayudarnos", dijo Anya con una sonrisa
"No... en realidad no hice mucho".
Mamá le devolvió la sonrisa a Samira, quien pareció relajarse un poco ante el reconocimiento.
"Sí, gracias a todos ustedes. No sé qué hubiera hecho sin su ayuda".
Acunó a Lucía con cuidado mientras la pequeña seguía alimentándose con tranquilidad.
"Voy a acomodarte un poco esto, mamá".
Puse las manos en la parte donde antes reposaba su cabeza y moldeé un poco la piedra utilizando magia, elevándola para formar una especie de respaldar. Así ella iba a estar más cómoda al sentarse.
"¿Así te parece bien?"
"Ah, sí. Gracias, Luciano. Eres muy atento".
"La magia, eh..." Murmuró papá mientras le acomodaba la almohada contra la cabeza de Rundia y el respaldar de piedra.
Al rato llegaron al santuario todos los demás, que se quedaron impresionados con mi pequeña hermana, salvo Aya, que simplemente felicitó a mi mamá e intentó no involucrarse mucho en el asunto. Esto reafirmaba que ella no estaba muy a gusto con la situación o no le gustaban los bebés.
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Cruzamos algunas miradas con Mirella, pero ella parecía no prestarme mucha atención, estaba demasiado embelesada con la pequeña, la cual la miraba muy intensamente, al igual que a Aya.
¿Tal vez malinterpreté las cosas?
Anya, por otro lado, estaba radiante. Siempre me había parecido una mujer fuerte, pero verla así, con una sonrisa genuina mientras ayudaba a mi madre, me hacía apreciarla de una manera distinta. No pude evitar sentir cierta conexión entre nosotros, sabiendo que había estado al lado de mamá durante todo este proceso. Me pregunto si a ella le gustaría tener otro hijo.
Tarún, aunque era un niño, estaba en una edad en la que comenzaba a entender cosas, y me pregunté cómo le afectaría tener a Lucía como nueva figura en nuestras vidas.
Samira estaba visiblemente emocionada, aunque su timidez la mantenía un poco apartada del resto. La forma en que miraba a Lucía, con una mezcla de fascinación y temor, me hizo sonreír. Me recordaba a mí mismo cuando era pequeño, intentando comprender un mundo lleno de cosas que no podía controlar. Samira siempre había sido una niña más reservada, pero hoy se la veía con una chispa de curiosidad que no podía disimular.
Bueno, en realidad las gemelas ya no serían niñas, ya serían más como unas adolescentes
Suminia también andaba por ahí, intentando colarse entre los demás para observar mejora mi hermanita. Se notaba que estaba muy contenta
El nacimiento de Lucía trajo un aire nuevo al santuario, una mezcla de euforia, alivio y cansancio que impregnaba el ambiente, pero para mí traía muchas incógnitas. A pesar de la atención concentrada en la recién llegada, mi mente seguía divagando en lo que podría significar este nuevo miembro de la familia. ¿Era posible que Lucía también fuera una reencarnada? Si ese fuera el caso, ¿qué propósito tendría su llegada?
Es que su semblante me hace acordar a cuando yo fingía ser un recién nacido, es calmada, mira para todos lados y casi no llora. Tal vez una persona normal no se daría cuenta de esos detalles, pero para mí... Tengo que seguir investigando, esto también coincide con que Sariah me hizo esperar para aceptarme en su espacio inter dimensional, lo que me hace preguntar si estaba impidiendo que nos conociéramos.
Pero sería muy obvio, ¿no? Claramente Sariah no me diría que estaba haciendo tiempo, ella ya debería haber sabido que yo estaba a punto de morir, porque pasaron varios minutos entre la picadura y el fallecimiento. Es como si estuviera en medio de su pequeño juego mental.
"¿Eh? ¿Y eso?" Murmuré, vendo que las sombras de todos se veían diferentes ¿Esos son números?
En este preciso momento, sombras de las personas a mi alrededor proyectaban números. Eran sutiles, apenas visibles dentro del contorno de sus formas sobre el suelo, pero ahí estaban.
Dos... No, veintidós y diez. Esos eran los dos números que parecieran ser parte de la sombra de papá, en ese orden y escritos en un tono grisáceo, casi como si quisieran mezclarse entre el oscuro negro de las sombras que se formaban gracias a la bola de luz de Mirella.
Entre los dos números solo hay un espacio, ¿será su edad? Es posible que ya sea de noche, tal y como lo dijo Sariah.
Veintidós años y diez meses entonces, esa era la edad de mi padre, tan joven y con dos hijos... La de mamá por ahora no la quiero ni ver, ella parece aún más joven que él.
Bueno, aunque quisiera verla, no podría porque está durmiendo sentada en el mismo lugar donde tuvo el parto, y la esfera de luz de Mirella está justo encima.
A ver la mía... Miré por entre mis piernas, por los dos costados de mi cuerpo, pero nada.
Es cierto, Sariah dijo que necesitaba ayuda de alguien más, pero no sé si todavía conozco a esa persona o ser mágico que me ayude a leer mi edad. Yo calculo que tengo alrededor de cinco años, debería ver la edad de Tarún, que se supone es un poco más mayor que yo. Eso lo supe cuando lo dijeron mis padres, cuando yo empecé a caminar.
Mirella, que estuvo todo el tiempo prestándole atención a la pequeña, se acercó volando.
"¿Qué estás viendo, Luciano?" Dijo y se detuvo en el suelo a mirar mis pies. Estaba bastante claro que ella tenía un ojo especial en mí, tarde o temprano termina notando esos detalles que me gustaría ocultar.
Al final no dijo nada y volvió a sobrevolar el aire, esperando mi respuesta.
"Bueno, eh... Solo estaba viendo un poco el lugar, para ver si puedo crear nuevas cosas con mi magia, como el lugar donde está mi mamá
¿Te gusta que cree cosas con magia?"
"¡Sí! Me gustan las cosas que haces, como este anillo", dijo, acercando su mano derecha hasta ponerla en frente de mis ojos.
Por primera vez intenté buscar algo atractivo en ella, en su físico, pero la diferencia de tamaños me tira abajo.
Ella es una rubia de ojos verdes, flaca, de piel blanca y unas alitas que la hacen ver exótica. Es tal vez el tipo de mujer ideal para la mayoría de los hombres. También es alegre, fuerte, de buen humor y dedica todo su tiempo para mí.
Al principio, solo veía a una criatura mágica más, como parte de este mundo que aún intentaba entender, pero ahora… ¿las cosas eran diferentes? Su lealtad inquebrantable y su presencia constante a mi lado habían hecho que me acostumbrara tanto a ella que ya no la veía simplemente como un hada más.
La culpa la tiene Sariah, esa promesa...
Mirella notó mi mirada y, con una sonrisa, giró en el aire, mostrando sus alas resplandecientes bajo la luz del santuario.
"¿Por qué me miras así, Luciano? ¿Te gusta lo que ves?" Preguntó con un tono juguetón, sabiendo que había captado mi atención de alguna manera.
Era una chica lista, después de todo, y aunque tratara de disimularlo, siempre notaba cuando algo me inquietaba. Y en ese momento, había demasiadas cosas rondando mi cabeza.
Debo mantener la compostura...
"Bueno, estaba pensando otras cosas que podría regalarte".
"¿En serio hay más cosas? ¡qué bueno! Me encantaría saber qué más puedes crear".
A veces me sentía culpable por no ser completamente honesto con ella, pero había cosas que no podía o no quería compartir. Como lo que acababa de descubrir sobre las sombras. Aún estaba procesándolo, y no sabía si debía mencionarlo. Además, ¿qué podría hacer ella con esa información?
Mirella... quince años y dos meses. Si, finalmente pude leer la letra pequeña que estaba en su sombra. Supongo que esto cuenta desde que la diosa la creó, también contando el tiempo que su cuerpo estuvo encerrado en las piedras. O sea, Mirella me saca como diez años, increíble.
Me senté un ratito en el piso, intentando divisar más números.
La pequeña Lucía seguía mirando alrededor con esos ojos grandes y llenos de curiosidad, pero en un instante, su atención se centró en mí. Sus ojos, aunque de un recién nacido, parecían entender más de lo que deberían. A pesar de que mamá dormía en una posición algo incómoda, ella seguía despierta entre sus brazos, observando el lugar.
"Luciano, ¿qué estás haciendo ahí tirado?" Preguntó papá acercándose. Lo vi desde mi posición, su rostro relajado, aunque con ese tono serio que solía mantener.
A pesar de todo lo del parto, le estaba dando de su tiempo a sus dos hijos.
"Nada... solo descansando un poco", respondí, tratando de no parecer demasiado pensativo.
"Estaba pensando en que tal vez mañana nos podrías acompañar a recolectar comida. Ya sabes, te hemos mantenido mucho tiempo acá dentro".
"¿En serio? Eso me encantaría".
"¡Sí! Luciano nos va a acompañar", acotó Mirella, mientras se hacía espacio en mi regazo.
"Te quería pedir perdón nuevamente. Por no poder darte una vida más tranquila, hijo".
"No pasa nada, papá. Para mí lo importante es que estemos todos bien y a salvo".
"Ese es el problema... No deberías ser tú quien piense de ese modo, solo deberías disfrutar de tu niñez y ser feliz jugando con los demás.
Siendo sincero, no pude criarte como pensé que lo haría aquel día en el que naciste. Las cosas cambiaron... Creo que yo también cambié, porque, aunque suene extraño, tú me has enseñado más cosas que yo a ti".
Esas palabras de mi padre me golpearon más fuerte de lo que esperaba. No me había dado cuenta de lo mucho que él cargaba sobre sus hombros, pensando que debía protegernos a todos y, al mismo tiempo, sintiéndose culpable por no poder darme una vida más normal. Y, sin embargo, aquí estábamos, ambos navegando este mundo juntos mientras yo pensaba en ser el único que debía protegerlos a todos.
"Papá..." Comencé, pero las palabras se me trabaron en la garganta. "Yo..."
"Luciano", continuó papá, cortando mi balbuceo.
"No tienes que responder ahora. Solo quería que lo supieras. Siempre he intentado ser el padre que merecías, pero sé que he fallado en muchas cosas. Tu madre y yo... tuvimos que aprender sobre la marcha, y a veces... me pregunto si tomamos las decisiones correctas".
"Papá, has hecho más de lo que crees", respondí finalmente, tratando de mantener la voz firme.
"Todo lo que hemos pasado... ha sido por una razón, lo sé. Y aunque a veces no lo parezca, estoy agradecido por todo lo que has hecho. No te preocupes por mí. Estoy bien".
El asintió mientras se acomodaba en el suelo.
"Estaba pensando que mejor saldrás en el siguiente día, creo que mañana todavía no, es mejor que te quedes con tu madre. ¿Te parece bien así?"
"Por supuesto", respondí, tratando de imitar su tono más ligero.
"¡Yo también me quedaré!" Gritó de emoción Mirella.
"Bueno, entonces ustedes dos serán los encargados de mañana cuidar de Rundia y Lucía, ¿sí?"
"¡Entendido! Luciano y yo nos portaremos bien".
"Así, es, déjanoslo a nosotros".
El tono de papá, la manera en que hablaba sobre el pasado y el futuro, me hizo pensar en todas las cosas que no sabía de nuestra historia familiar. Había algo ahí, una sombra que nunca había explorado del todo.
"Papá", comencé, esta vez con más seriedad.
"Nunca te lo he preguntado antes, pero... ¿tenemos más familia? Nunca vi a nadie más que ustedes dos".
La pregunta pareció tomarlo por sorpresa. Él frunció el ceño ligeramente, bajando la mirada al suelo como si estuviera decidiendo cómo responder. El silencio se extendió unos segundos, pero en ese breve lapso pude notar que algo lo incomodaba. Me preparé para escuchar una historia que tal vez no estaba listo para oír.
"Mis padres... bueno, ya no están vivos, Luciano", comenzó con un tono más apagado.
"Ellos fallecieron cuando yo era muy joven. Es por eso que no los has conocido, ni hablé mucho de ellos. Mi padre murió cuando yo era niño, como tú ahora.
Mi mamá murió tiempo después, pero ya en ese momento yo estaba junto a Rundia, así que ella y sus padres me ayudaron en el momento".
"Lo siento, papá. No sabía que habías pasado por algo así", dije finalmente, con un tono más suave.
"¿Entonces mamá si tiene a sus padres?".
"Supongo que todavía siguen vivos. Solo que hubo una discusión cuando Rundia les dijo que estaba embarazada... Bueno, ahí los dos nos vinimos a vivir a esa cueva por recomendación de Anya. Yo no estoy enojado con ellos, así fue su forma de decirnos que debíamos ser responsables y así es como suele ser en la mayoría de familias".
"Entiendo... Gracias por contarme todo eso, papá".
Nunca había pensado mucho en mis abuelos. En realidad, nunca tuve una referencia directa de lo que era una familia extendida. Para mí, siempre habían sido mi madre, mi padre y, en los últimos años, las personas que se fueron uniendo a nuestro pequeño grupo. Pero al escuchar a papá hablar de su propia experiencia, de la pérdida de sus padres y de la familia de mi madre, algo dentro de mí se removió. Era extraño pensar que tenía abuelos, personas que, en teoría, deberían ser parte de mi vida, pero que habían desaparecido de la misma antes de que yo naciera.
Me quedé en silencio por unos momentos, procesando lo que me acababa de decir. Si mi madre y mi padre se habían independizado tan jóvenes, significaba que mis abuelos, al menos los de mi lado materno, no debían ser tan viejos. Quizá, calculando los años, debían tener algo así como treinta o cuarenta años en este mundo. Era raro imaginar a alguien tan joven siendo llamado 'abuelo' o 'abuela', pero claro, las cosas en este mundo funcionaban de manera diferente. Aquí, las responsabilidades llegaban rápido, y la vida no siempre ofrecía espacio para una juventud prolongada.
"El padre de Rundia es bastante fuerte, ¿sabes? Siempre me pareció alguien increíble".
"Ya veo... Ojalá algún día pueda conocerlo".
Él rio suavemente.
"Tu madre no es alguien que perdone fácilmente, ¡eh! Yo por las dudas te lo advierto".
Con esas últimas palabras, se levantó y se fue a ver a su hija.
No sabía si lo decía en broma o si había algo más detrás. A pesar de todo, siempre había visto a mamá como una persona alegre y bondadosa.
Tal vez esa situación con sus padres era más profunda de lo que parecía, pero no quería presionarla. De todos modos, el mundo en el que vivíamos no daba espacio para esos lujos emocionales. Cada día era una lucha por sobrevivir y encontrar sentido en este lugar tan diferente a la Tierra.
***
El día siguiente se desarrolló normalmente, porque la presencia serena de Lucía no provocaba ningún inconveniente para los demás del grupo. Rin, Aya, Anya, Samira y Suminia salieron a recolectar comida y recursos y Mirella se quedó dentro del santuario, yendo y viniendo por la enorme cueva. Hoy se tomó muy en serio lo de proteger a los demás, especialmente por mi hermana.
Realmente no hicimos nada importante en ese transcurso de tiempo, solo hablamos con Mirella y algunas palabras con Tarún y mi madre.
Luego todos volvieron sanos y salvos, junto a los números en sus sombras. Al parecer el sol se había ocultado.
Si esta 'noche' se desarrollaba en una época moderna, los demás hubieran pensado que soy un depravado, porque me la pasé detrás de todos intentando mirar las malditas edades escritas en sus sombras. Porque si gasté un deseo en este, al menos debo hacer que valga la pena.
¿Quién podría culparme? Era como si de repente tuviera acceso a un libro abierto de la vida de cada uno. Bueno, aunque las edades no lo revelan todo, pero sí ofrecen una pequeña ventana al tiempo que cada uno ha pasado en este mundo.
Tarún fue el primer objetivo. Lo encontré en el agua al borde de la entrada al santuario, salpicando el agua con las manos mientras jugaba con las gemelas. Me acerqué con cautela, observando su sombra que apenas era proyectada en la piedra húmeda. La misma escritura grisácea se mostró, señalando el número cinco y al lado otro cinco.
"Qué nos estás mirando tanto, ¿eh?"
Y apareció el primer obstáculo, Suminia. A pesar de eso, hablé como si no hubiera escuchado nada.
"¿Puedo jugar con ustedes, chicos?"
"Claro, Luciano. ¡Juguemos todos juntos!"
Obviamente la que respondía tan alegre y amigable no era la gemela malvada, era Tarún.
"Gracias, mejor amigo", dije y me uní al juego de tirarnos agua.
Qué interesante es saber que ellos no ven las partículas mágicas que rodean al agua, porque yo ahora las veo revoloteando por todos lados.
Suminia soltó un bufido, volviendo la vista al agua mientras seguía chapoteando.
"Haz lo que quieras, no me importa", dijo con un tono indiferente.
No era sorpresa que ella fuera la más difícil de impresionar, siempre manteniendo esa actitud fría y distante, especialmente hacia mí.
Entre gota y gota de agua que caía sin querer en mi boca, noté que mis uñas postizas se desprendían de mi piel. Al parecer la piel se regeneraba, aunque el cambio sea mínimo.
Nadie pareció darse cuenta, lo malo es que después tendré que recogerlas.
¡Queda prohibido el consumo de agua mágica!
Samira, doce años y once meses. Eso es lo que marcaba su sombra, obviamente la de su hermana gemela era la misma. Prácticamente trece años
De pronto se empezaron a escuchar murmullos dentro del santuario.
"¿Dónde está Luciano?" Fue la principal pregunta que se repetía
Aya pasó rápidamente el estrecho pasaje del santuario.
"¡Luciano, se rompió una de mis barreras!"
A ver su sombra... Wow. Treinta y nueve años y seis meses. Parecía mayor, pero no creía que tanto... Casi toda una cuarentona la zorro místico. ¿Esta mujer no es madre todavía? Se mantiene bastante bien.
" ¡¿Luciano, me estás escuchando?!"
Cuando noté la preocupación en la voz de Aya, inmediatamente levanté la mirada, notando que sus orejas estaban más puntiagudas de lo normal.
"Sí, sí. ¿Qué pasó?"
La respiración de Aya era agitada y su expresión algo tensa. A pesar de su apariencia elegante, era evidente que algo la tenía realmente preocupada. Sus colas se agitaban de un lado a otro.
"Una de mis barreras mágicas se rompió. Y... no fue una ruptura natural. Alguien o algo la forzó desde fuera".
Los dos nos quedamos mirando con caras desconcertadas, pero no porque yo no supiera qué decir, sino que la boca de Aya se abría y cerraba nerviosamente. Algo le faltaba por decir.
Si se rompió una de las cuatro barreras... ¿Esto significa que los hombres pájaros finalmente decidieron actuar?
Aya finalmente tomó aire antes de soltar todas las palabras juntas.
"L-Lu-Luciano... ¡Es porque no te hice caso! Tú me dijiste que no me dejara tocar por esos bichos negros porque me darían mala suerte, ¡pero yo no me moví y terminaron chocando contra mi pierna!"
La confesión de Aya me tomó completamente por sorpresa. Mi mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar mientras ella seguía nerviosa, con las orejas más erguidas de lo normal y sus colas moviéndose como si estuviera desesperada por una solución.
Todos los demás se asomaron por la entrada del santuario, hasta mi mamá vino mientras cargaba a Lucía.
"¿En serio? Pero ahora no te duele la pierna, ¿verdad?" Pregunté
"No".
Pero Aya no está muerta, entonces no le picaron.
"Ah... entonces no pasa nada. Además, el que se rompa una barrera no sería solo mala suerte para ti, sino que afecta a todos.
Ahora a lo importante, reagrupémonos dentro del santuario".
Intenté mantener un tono calmado para mantener tranquilo al grupo. Si bien la situación no era crítica en este preciso instante, había algo de dudas en mí.
¿Entonces pueden caminar por el agua? Se suponía que no, pero solo era de palabra. A estas alturas debo considerar que todo es posible.
Aya dejó de mover sus colas y se acomodó un poco el rostro antes de asentir y darse la vuelta.
"Re... regruap... ¿Qué es eso?" Preguntó inocentemente Tarún.
"Lo que quiero decir es que tenemos que hablar, vamos todos adentro".
Esperé a que los niños pasaran hasta que de repente Aya volvió a gritar.
"¡Rompieron la segunda barrera!"