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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 33: El primer paso para nuestra casa.

Capítulo 33: El primer paso para nuestra casa.

"¡Luciano es increíble!"

"¡Vamos, tú puedes!"

Las palabras de aliento no paraban de llegar de parte de las dos gemelas. El problema era que yo estaba totalmente asqueado mientras usaba mi magia para separar la piel de los dos conejos que ellas habían traído. Sí, yo mismo me ofrecí a hacerlo para no desperdiciar el material y que saliera lo más prolijo posible, y de paso quedar como alguien asombroso ante las atentas miradas de todos.

"Entonces... ¿Para qué es eso?" Preguntó Rin mientras se arrodillaba al lado mío.

"Las chicas me pidieron que les creara algo de ropa para los pies, porque ya no querían seguir lastimándoselos y tener que tomar del agua mágica para sanarse".

"¿En serio? Nunca habíamos pensado en algo así, es asombroso. Cuando era niño siempre era una molestia el dolor en los pies, pero poco a poco, al crecer, se me fue pasando hasta que tomé de esa agua y me empezaron a doler de nuevo".

"Claro..." Dije mientras me concentraba en terminar de sacar la piel del último conejo, el de color blanco.

"¡Yo quiero ese!" Gritó Samira apenas salió el último trozo, tirándose al suelo para verlo de cerca.

Sus ojos parecían dos estrellas.

No pasó un instante hasta que su hermana, que tenía una actitud completamente renovada, también se abalanzara para no perder terreno.

"Samira, yo voy primero porque fue mi idea, ¿sabes?"

"¡Ay, Sumi! Tú siempre quieres acapararte todo primero, lo mismo mi hiciste con la pulma".

"Pluma se dice", corregí de inmediato

"Bueno... eso".

"Yo no tengo la culpa de ser siempre la primera".

"Tranquilas, chicas", intervino Rundia, poniendo una mano en el hombro de cada una.

"Luciano va a hacerle las cosas a las dos, no importa quién va primero, ¿sí?"

"Está bien..." Respondieron al unísono.

"Ya vengo, voy a lavar estas pieles rápidamente en el agua", murmuré, levantándome de la tarea que ya había estado realizando. No podía perder tiempo y sabía que el lugar ideal para lavarlas era el agua salada de la playa.

Corrí hacia la orilla, dejando atrás las voces de la cueva y de las gemelas, que ya empezaban a pelear por quién recibiría el primer par de 'zapatillas'. Estaba claro que lo que para mí era una tarea sencilla, para ellas se convertía en todo un evento, un juego incluso.

Al llegar a la orilla metí los pies en el agua. El agua fría me dio una sensación refrescante, aunque la idea de ensuciarla con las pieles no me convencía del todo. Aun así, era lo más práctico.

Comencé a frotar las pieles bajo el agua, asegurándome de quitar cualquier resto de suciedad y sangre. El agua se movía lentamente, pero las olas seguían tocando suavemente mis piernas, casi como si estuviera en una especie de trance mientras me concentraba en lo que hacía. No era la forma más avanzada de trabajar con pieles, pero si tenía que usar lo que había en este mundo, aprendería de la manera más práctica posible.

Pensar que acá será el lugar en donde irá nuestra casa... Bueno, todavía tengo que hablar con los demás.

Al final terminé de limpiar las pieles, las dejé en la arena para que se secaran un poco y justo en ese momento, Mirella llegó volando.

"Luciano, ¿yo también puedo tener de esas cosas que van a ir en los pies de Samira y Suminia?"

Hice un sonido de duda antes de contestar.

"No sé... Me parece que no te hace falta, porque vos siempre estás volando".

Su cara demostraba que claramente mis palabras no la habían convencido. Me tocaba decir la verdad, un calzado tan primitivo como el que iba a crear no combinaría para nada con su vestuario actual.

"Es que así te ves linda. No te hace falta nada más".

"¿En serio?" Preguntó mientras se posaba al lado de las pieles.

"¿Entonces así estoy bien?"

"Sí".

Ella comenzó a tocar el pelaje, haciendo suaves risitas.

"¿Y qué va a pasar con la casa? ¿Hace falta que traiga más hojas y ramas?"

"Ahora vamos a hablar sobre la casa, así que después de eso vas a saber qué hacer. Pero te adelantaré una cosa: la vamos a construir acá, en la playa".

"¡Eso es increíble! No sé cómo es una casa, pero este lugar me gusta".

De un momento a otro se puso a dar vueltas en el aire.

"Vamos, ahora hago esto para las chicas y hablamos entre todos".

"Está bien", respondió y desapareció entre los árboles, sin darme tiempo a alcanzarla.

Me adentré en el bosque rápidamente, con las pieles más o menos secas en la mano. Mientras me acercaba a la cueva, pensé en cómo iba a hacer que todo esto funcionara. Samira y Suminia ya estaban charlando entre ellas, y aunque la situación parecía tranquila, pude notar en sus miradas lo competitivas que podían ser. A veces era curioso cómo algo tan simple como una prenda de vestir podía desencadenar tantas emociones. Al fin y al cabo solo eran dos niñas de casi trece años.

¿Qué tan distinto sería su comportamiento si tuviéramos una mejor forma de comunicarnos? O al menos que ellas algún día supieran lo de mi vida pasada.

No sé si alguna vez me llegué a acostumbrar a este mundo, pero de alguna manera, estaba logrando avanzar de a poco.

Luego de esto no pienso parar, ahora sí voy a ir a lo grande

"Bueno, chicas, ya que están tan emocionadas, vamos a ponernos serios con esto", dije, sonriendo con algo de ironía en la voz.

"Samira, esta piel blanca será para tu calzado, y Suminia, la marrón será para vos".

"¿Calzado?" Se preguntó Samira.

"Ah, sí. Así llamé a la ropa que va en los pies".

Ambas se miraron con una especie de desafío y confusión en sus ojos. Sin embargo, antes de que pudieran empezar a pelearse por algo más, me concentré en la tarea.

La idea era sencilla: crear algo funcional, pero que también fuera cómodo. Usando mis habilidades con la magia, me sentí ligeramente ansioso. A veces la magia no siempre salía como uno esperaba, y, en un pasado, había fallado en tareas simples. Pero esta vez era distinto. Si bien la magia no siempre daba resultados perfectos, se me daba bastante bien crear soluciones primitivas.

Estiré las manos hacia la piel blanca, extendiendo mi magia sobre ella, como un toque suave que se fundía con la textura de la carne. La magia comenzó a girar lentamente alrededor de la piel, deformándola de manera que se transformara en algo funcional. El proceso fue rápido, al menos por ahora, y el resultado no tardó en ser evidente.

Cuando ya tenía algo que se parecía a unos mocasines, me arrodillé frente a Samira y estiré una mano.

"¿Me permitirías tu pie, Sami?"

Apenas alcé la mirada, vi la mirada asesina en Suminia, que se había puesto bien al lado de su hermana.

Mierda, había olvidado lo que dijo antes... No pasa nada, ya va a ponerse contenta.

"C-Claro", murmuró Samira, levantando su pie izquierdo hasta apoyarlo sobre mi mano.

Introduje el calzado primitivo en su pequeño pie y quedó relativamente bien. Ahora solo faltaba terminar los detalles, como darle un buen ajuste para que no quedara flojo o incómodo.

Usé mi magia para que se adaptara perfectamente a la figura de su pie y lo solté.

"Ahora dame el otro pie".

Ella asintió y el proceso se volvió a repetir bajo la atenta mirada de todos. Porque sí, hoy estaba hasta Tarún.

"Listo, ya está", dije, satisfecho con el resultado.

"Ahora no te muevas hasta que yo lo diga, ¿sí?"

"Sí, me quedaré quieta".

Luego de esas palabras, sentí sus dedos del pie moviéndose aceleradamente dentro del calzado. Me pregunto cómo se sentirán por dentro.

Yo también me voy a hacer unos cuando consigamos más pieles.

Estaba claro que Samira estaba disfrutando del proceso, como si todo esto fuera parte de una pequeña aventura. Suminia, por otro lado, observaba desde el costado, con esa mirada crítica que tan bien le conocía. Pero, por alguna razón, no me sentía incómodo. Al contrario, había algo reconfortante en este momento, como si estuviera creando algo tangible para cada uno de ellos, aunque fuera un par de simples... mocasines. Al fin y al cabo, las pequeñas cosas también contaban, ¿no?

Antes de que pidiera el pie de Suminia, Tarún intervino, agachándose a mi lado y señalando los pies de Samira.

"¿Cómo se llaman esas cosas?"

"Antes lo dije, es un calzado. Todavía no están terminados y pueden seguir mejorándose".

"¿Yo también puedo tener un calzado?"

"Si conseguimos las suficientes pieles y las chicas dicen que les parece cómodo, entonces puedo hacer para todos", respondí, haciendo unas miradas rápidas hacía Suminia y Rin.

Rin se acercó rápidamente.

"Claro que vamos a conseguir todo. Solo déjanoslo a nosotros y tú encárgate de hacernos esas cosas".

¡Qué entusiasmo, hombre! Quién diría que ahora se entregara tanto por la magia, porque tiempo atrás...

"Gracias, papá. Confío en todos ustedes para que entre todos podamos mejorar nuestra forma de vivir".

Casi instantáneamente, Rundia se abalanzó contra mí, abrazándose fuertemente y refregando su cara contra la mía.

"Hijo mío... Estás creciendo tan rápido".

Realmente, el de Rundia me tomó por sorpresa. Sentí su cálido cuerpo presionando contra el mío, y por un momento, no supe si debería intentar apartarla o quedarme ahí. Su cariño era genuino, como siempre, pero esta vez me hizo pensar un poco más. Su rostro se hundió en el mío, y pude notar que sus ojos brillaban con el orgullo que solo una madre puede sentir hacia su hijo. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, y eso me golpeó de manera inesperada.

"Te quiero tanto, hijo", murmuró, casi como si sus palabras estuvieran destinadas solo para que yo las escuchara..

Su voz temblaba, y aunque trató de esconderlo, el pequeño suspiro que soltó lo decía todo.

Estaba tan seguro de mi futuro, de nuestra vida juntos, que a veces olvidaba lo que realmente yo significaba para ella.

Tragué saliva, sin saber si debía decir algo. El contacto físico se alargó, y me di cuenta de que ni siquiera me molestaba. La verdad es que sentía una calidez reconfortante al estar cerca de ella, como si algo dentro de mí se calmara.

La gente como Rundia, tan llena de amor, no se encontraba todos los días. Y aunque no entendía del todo cómo se había transformado nuestra relación luego de lo de Lucía, no podía evitar sentirme agradecido por tenerla cerca.

"Soy afortunado de tenerlos a todos ustedes", murmuré.

Cuando me separó un poco para mirarme, le sonreí.

Sus ojos se suavizaron y, a pesar de que aún estaba emocionada, sus labios formaron una pequeña sonrisa.

Había algo tan sencillo y puro en lo que estábamos construyendo aquí, y me sentía como si todo fuera parte de un proceso natural.

"Gracias... por todo lo que haces", agregó Rundia, antes de que sus lágrimas se desbordaran un poco y tuviera que apartarse un poco, avergonzada.

"Está bien", respondí, levantando una mano hacia su rostro para secar algunas de las lágrimas que se deslizaban por su mejilla.

"Lo hacemos entre todos, ¿no?"

Ella asintió con la cabeza, sin soltarme. Si había algo que realmente me movía en este mundo, era ver a las personas que me importaban a salvo y felices. Y aunque no todo era perfecto, de alguna manera, estaba haciendo que esto funcionara. Estaba construyendo un futuro, aunque todavía no sabía exactamente qué forma tendría.

Tras unos segundos, Rundia se apartó de mí, soltando una pequeña risa nerviosa y limpiándose los ojos.

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Anya se acercó, refregándole sus manos sobre el hombro.

"A veces los niños crecen muy rápido, ¿no?"

Por un momento, sentí que era una indirecta para que parara de realizar tantas cosas nuevas, pero ya no había forma de detenerme. De cierta manera, ya me cansé de seguir fingiendo, necesito mejorar nuestra calidad de vida. Además, no quiero arrepentirme si es que llegara a pasarle algo a alguno de nosotros.

Volví a mirar a la gemela descalza. A pesar de haberla hecho esperar, no parecía haber molesta en su mirada.

"Ahora sí voy a hacerte tu calzado. Perdón por la demora".

"No... No pasa nada".

Rápidamente volví a hacer lo mismo que con la piel blanca.

Una vez que ya tenía los dos calzados primitivos, le pedí su pie.

"¿Me permitirías?" Pregunté, aunque sonaba más como un muchacho pidiéndole un baile a una joven doncella.

Sin contestar, ella puso su áspero pie sobre la palma de mi mano.

"Muchas gracias, Sumi".

No me gustaba rebajarme a ser sumiso, pero por ahora era la única forma de seguir llevando esta buena relación. Una vez que nos entendamos mejor ya volveré a ser el mismo de siempre.

Mientras trabajaba en ajustarlo al tamaño de sus pies, noté que la cueva estaba demasiado silenciosa. Solo se escuchaba un poco la nariz de Rundia intentando ocultar el típico moco aguado que sale al llorar y el sonido de, también, la nariz de Aya inhalando y exhalando rápidamente, seguro olfateaba mi aroma, como siempre.

"Ya está listo, pero todavía no se muevan, eh. Falta una última cosa".

Tomé algunas ramas secas cercanas que había dejado Samira y las junté usando magia. La madera serviría como una especie de estructura que daría soporte adicional, pero, al tocarlas, supe que la elección no había sido la más adecuada. La madera no parecía tener la resistencia que necesitaba.

¿Será que las ramas son más viejas o secas a comparación de la madera de un tronco?

A pesar de eso, debía asegurarme, así que terminé de formar la suela de la zapatilla. Tenía una forma que me hacía acordar a las sandalias japonesas, esas que son de madera y tienen como dos rectángulos sobresalientes hacia abajo. Pero esta no era tan similar, porque las partes sobresalientes de la suela eran más parecidas al interior de un cartón corrugado. Con varias partes en forma de 'U'.

Fruncí el ceño mientras evaluaba la textura y dureza de la madera, no tenía lo que quería. Podía sentir que no era suficiente, no de la forma que lo necesitaba. Necesitábamos algo más resistente. No podía dejar que esto fuera solo una solución provisional. No quería que las chicas tuviera que estar reemplazando sus zapatos cada poco tiempo.

Agarré la supuesta suela y la golpeé contra el suelo, rompiéndose una punta. Al golpe siguiente se partió a la mitad.

Hubo algunos murmullos mientras lo hacía, hasta que Mirella se acercó de inmediato.

"¿Qué estás haciendo?"

"Ah, disculpen. Es una prueba para ver si resistía, porque esto va a ser lo que va en la parte de abajo del calzado, lo que va a chocar contra el suelo".

"Entonces no resistió".

"Sí, esto no va a funcionar", respondí en voz baja.

"Es mejor conseguir una madera en mejor estado. Voy a ver qué tal la de los árboles".

Me giré hacia un árbol cercano que había en la entrada de la cueva, buscando la pieza de madera adecuada. Observé la corteza gruesa y, por alguna razón, sonreí. La toqué con las manos y comencé a sacar un trozo. Era más dura, más sólida... En un momento a otro, ya tenía las cuatro suelas.

Me acerqué a las gemelas y volví a pedirle sus pies, uniendo la piel y pelaje de conejo con mis creaciones de madera.

"¡Listo!" Grité al finalizar

"¡Perfecto! ¡Esto es genial!", exclamó Samira, saltando de un lado a otro.

"Aunque sí debo decir que es un poco incómodo el interior, se siente raro".

Suminia también se acomodó rápidamente, aunque con un enfoque más preciso. Aparentemente había aprendido a ser más cuidadosa con las cosas que hacíamos juntos, siempre con una actitud un poco más seria.

"Esto no está tan mal", dijo, con una ligera sonrisa en su rostro.

"Pensé que sería algo más incómodo tener madera debajo, pero ahora siento que hasta podría correr con esto".

"Bien, bien, me alegra que les guste. Ya veremos si le hago algunos cambios para que sea más cómodo por dentro".

Miré a las gemelas, ambas probando los nuevos zapatos en la roca de la cueva. Samira seguía brincando, riendo como si hubiera descubierto un juguete nuevo, mientras que Suminia se movía con una precisión casi estudiada, midiendo cada paso con una concentración que solo ella podía tener. Creo que ella lo veía más como algo que le ayudaría a cazar mejor.

De pronto, noté a Aya acercándose con ese andar sereno suyo. Sus ojos anaranjados, que me encantaban, se fijaron en mí.

“Luciano, cada vez haces cosas más impresionantes, ¿te lo han dicho antes?” Comentó con una leve sonrisa curvando sus labios. Podía ver un atisbo de travesura en sus ojos.

“Bueno, supongo que... algunas veces”, respondí, encogiéndome de hombros. No me gustaba presumir, pero no pude evitar sentirme un poco inflado de orgullo al ver el resultado de mi trabajo.

"Ya te voy a hacer unos a vos también, no te preocupes".

"Claro", respondió, soltando una risita.

Entonces, un pensamiento me cruzó la mente como un rayo. Este mundo, con todos sus desafíos y peligros, también tenía momentos como este, donde solo existía la sensación de que estábamos avanzando. ¿Cuántos momentos como este había tenido en mi vida pasada? ¿Había perdido la cuenta o simplemente nunca los había tenido de verdad?

Es momento de hablar de la casa.

"¡Escuchen todos!" Grité, interrumpiendo con la tranquilidad que se acentuaba en nuestro hogar.

"¡Nuestro nuevo hogar será construido en la playa, sobre la arena!"

Tarún, que hasta ahora había estado escuchando con ojos curiosos, saltó y corrió hacia Anya, su madre, con una energía desbordante.

"¡La playa, mamá! ¡Vamos a vivir en la playa!" Gritó, con los ojos negros abiertos de par en par y una sonrisa que no podía contener.

Anya, a su lado, se rio, contagiada por la felicidad de su hijo. Vi el destello de aprobación en su cara.

"Será un lugar hermoso para vivir, y... bueno, es lo que nosotros queríamos", comentó, su voz era más maternal de lo común

De las gemelas, Samira fue la primera en reaccionar, su sonrisa se amplió mientras miraba a su hermana con emoción compartida. Su cabello negro se movió en suaves ondas mientras saltaba hacia mí y tomaba mis manos, con los ojos brillando de alegría.

"¿De verdad vamos a vivir en la playa, Luciano? ¡Eso es increíble! No puedo esperar a ver el agua todos los días".

Suminia, aunque más reservada, no pudo evitar que sus labios se curvaran en una leve sonrisa.

"Es una buena idea. La arena es suave y... bueno, es mejor que la roca", dijo, su tono indicando que ya había aceptado la idea de vivir donde yo estuviera.

Era obvio que ellas iban a aceptar. Su lealtad hacia mí, aunque no explícita, se sentía en el aire.

Sin embargo, Rin, de brazos cruzados y con el ceño fruncido, tomó un paso adelante.

"¿No sería mejor el claro en el bosque, Luciano? Es más fácil defenderse en caso de ataque. Además, ¿no iba a ser de madera? La tendríamos al lado", propuso, su voz grave y práctica.

Siempre pensaba en la seguridad y en cómo cuidar de todos, lo que a veces lo hacía parecer más estricto de lo que era en realidad.

"Con ese lugar hay un problema, y es que no hay piedra que pueda extraer del suelo".

"¿Extraer? No entiendo".

"Necesito usar magia para traer la piedra debajo de la tierra para hacer la base de la casa, para que sea más resistente. Acabas de ver lo que pasó recién, ¿no? Cuando se rompió la madera".

"Supongo que tendrá sentido para como tú te lo imaginas. Lamentablemente, nosotros no tenemos ni idea cómo es una casa...

Confiaré en ti, después de todo, es tu idea".

"Gracias por confiar en mí, papá. Les prometo que todo saldrá bien".

Rundia, aún con los ojos un poco enrojecidos por las lágrimas, me observó en silencio por un momento antes de acercarse.

"Sabía que terminarías eligiendo la playa. Realmente te gusta más que el arroyo, ¡eh!" Bromeó.

Sus ojos marrones reflejaban la tranquilidad de alguien que confiaba en mí sin dudar. No necesitaba más palabras de ella para saber que me apoyaría en cualquier decisión.

Mirella, por supuesto, no tardó en lanzarse hacia adelante, flotando como una diminuta bola de energía.

"¡Vivir en la playa suena maravilloso! ¡Imagínate las vistas, las aventuras, y lo bien que se sentirá tener la luz del sol todo el tiempo!"

Giró en el aire, soltando una pequeña risa. Ella siempre encontraba la manera de ser la más entusiasta del grupo, y hoy no era la excepción.

Aya, observando todo desde un poco más atrás, tenía esa expresión enigmática que siempre me confundía un poco. No parecía ni emocionada ni preocupada, solo neutral. Finalmente, se acercó.

"Construiremos donde tú decidas, Luciano. Estoy segura de que será lo mejor para todos".

Hizo una pequeña inclinación de cabeza, mostrando su aceptación sin cuestionamientos.

Me giré para ver a Lucía, que permanecía sentada en un rincón, con sus grandes ojos negros fijos en mí. Fingía jugar con una pequeña piedrecita, pero sabía que estaba prestando atención. No dijo nada, simplemente me miró con una expresión inocente que parecía decir que estaba de acuerdo con cualquier cosa que yo dijera, siempre y cuando yo estuviera allí. Pero detrás de esa mirada, sentía algo más, algo que ni siquiera yo entendía.

Hemos hablado tan poco... Espero que no se sienta excluida.

"Entonces, está decidido", dije finalmente, respirando hondo y dejando que la determinación se reflejara en mi voz.

"Vamos a construir nuestro hogar en la costa".

Luego de comer un poco, las gemelas se fueron junto a Mirella a cazar para tener más pieles. Parece que Mirella ha cambiado la mentalidad con respecto a estar todo el día a mi lado, eso es bueno y significa que realmente me escuchó cuando hablamos sobre eso.

Desarmé los palos que anclaban los bolsos hechos de hojas contra el suelo y empezamos a transportarlos hasta la playa. Realmente no sé qué utilidad les voy a dar, creo que me pasé al hacer doce.

Como apenas dos de ellos tenían algunas ramas, fue super fácil llevarlos hasta ponerlos en fila sobre la arena.

La casa será construida en un camino recto desde la salida de la cueva hasta la playa, así que prácticamente la tenemos al lado. Lo bueno es que el espacio es bastante amplio como para hacer algo lo suficientemente grande para los diez. Y como si eso fuera poco, el terreno casi que no va en bajada hacia el agua, así que ese es otro punto a favor.

A todo esto, el sol ya estaba bajando y era el momento ideal para trabajar sin insolarse. Tengo que tener en cuenta eso para los siguientes días de trabajo.

"¡Ahora voy a probar a tirar un árbol abajo, así que quiero que todos se alejen lo más posible de los árboles!" Grité, juntando mis manos alrededor de mi boca para que me escucharan mejor.

La mayoría estaba repartido por todo el lugar, así que solo miraron y asintieron alejándose hacia el agua. Él único que respondió fue Tarún, que seguía con una emoción incontrolable.

"¡Sí, ya estoy lejos!"

"Aya, vení conmigo un momento. Necesito tu ayuda para asegurar que esto salga bien", la llamé con un gesto de la mano, tratando de mantener la voz fuerte. Ella se acercó con su andar elegante, el yukata blanco ondeando con el viento.

"¿Qué necesitas, Luciano?"

"Voy a sacar un árbol de raíz y necesito que me ayudes a empujarlo una vez que lo haya cortado. Quiero evitar que caiga en dirección al bosque y se quede trabado entre los otros árboles, así que debemos estar atentos", expliqué, manteniendo la mirada fija en el árbol más cercano a la línea de arena. No era tan alto como los demás que uno veía al adentrase al bosque, pero era suficiente como para comenzar y probar técnicas.

Aya asintió, sus orejas puntiagudas moviéndose sutilmente al captar cada palabra.

"Entendido. Me aseguraré de intentar que el árbol caiga donde lo planeas".

Me agaché junto al tronco del árbol y apoyé las manos sobre la tierra, usando magia para comenzar a mover las raíces hacia fuera.

Me percaté de que si quitaba todas era posible que el árbol cayera de inmediato, así que dejé algunas y me levanté.

"Creo que para la próxima cortaré primero el árbol y luego saco las raíces".

"Como te parezca mejor, solo dime qué tengo que hacer".

Me quedé unos segundos procesando la situación, creo que me equivoqué al hacerlo de esta forma. Ahora, sin las raíces, el árbol no iba a volver a crecer. Mierda... no me di cuenta de eso, solo pensé en hacer desaparecer el árbol para que no quedara feo.

A pesar de haberme equivocado, nadie se daría cuenta.

Haciéndome el tonto, seguí hablando.

"Está bien, voy a hacerle un corte al árbol y luego vamos a empujar el tronco hacia allá", dije, indicando hacia el bosque.

"Apenas me levante, empujamos uno de cada lado".

"Entendido".

Por un momento, me sentí como el capataz de una obra. Menos mal que tengo a Aya que es grandota y tiene bastante fuerza física.

Me volví a agachar y utilicé mi magia para hacer un corte rápido en la base del tronco. Para mi sorpresa, el árbol no se movió, creo que el corte fue lo suficientemente rápido como para que quedara todo igual.

"¡Ahora!" Grité, moviéndome hacia la derecha del tronco y comenzando a empujar.

Aya me siguió de inmediato, empujando desde la izquierda.

Con un último empujón, el árbol cedió por completo y se desplomó en dirección a la arena, levantando una nube de polvo dorado que se extendió como un velo momentáneo. Hojas verdes se desparramaron por todas partes, cayendo como una lluvia suave sobre la arena.

Aya se apartó un poco y me miró, una sonrisa satisfecha asomándose en sus labios.

"¿Lo hice bien?"

"Lo hiciste perfecto. Gracias, voy a seguir necesitando tu ayuda".

En ese momento, pude sentir cómo el grupo se acercaba desde la distancia.

"¡Luciano! ¿Estás bien?" La voz era de Rundia, y vi cómo ella, seguida por Rin y Anya, corrían hacia nosotros desde la orilla.

Viendo un poco más allá, estaba mi verdadera mamá apoyada contra unos de los bolsones.

"Sí, sí, todo bien. No salió perfecto, pero ya sé cómo hacerlo para la próxima".

"Menos mal..."

"Bueno, ya que estamos todos acá, necesito que me ayuden con esto", empecé, y la atención de todos se enfocó en mí.

"Voy a separar las ramas del tronco usando magia. Quiero que, una vez que estén separadas, las guarden en los bolsones. Ah, y las hojas también guárdenlas en otro. Esto nos va a servir para hacer cualquier otra cosa en un futuro y tendremos cerca los materiales".

Anya dio un paso al frente.

"¿Pero las ramas no eran...?"

"Sí, son menos resistentes que la madera del tronco, pero tengo en mente cosas que no necesitan de tanta resistencia para usarlas".

Una de las principales cosas que quería hacer era un balde para traer el agua mágica, pero ahora no era el momento para decirlo.

"Claro, también podemos usarlas para cocinar", respondió ella.

Era un buen pensamiento si pensamos en que el pescado será una de nuestras comidas principales al vivir en la playa.

"Sí, para cualquier cosa que necesitemos, los bolsones sirven para eso, para almacenar materiales".

Luego de esas palabras, me moví hasta poner las manos sobre el tronco.

Esta vez cerré los ojos, ya que tenía que tener una mayor concentración al ser tantos cortes los que tenía que hacer.

Escuchaba algunas voces de fondo, sobre todo eran de mis padres, que estaban hablando sobre conseguir más pieles para crear más calzados.

Al cabo de unos segundos y de gastar mis partículas mágicas hasta quedar solo una, logré dejar el tronco solo, con todas las ramas y hojas desparramadas a su alrededor.

"¡Luciano, esto está quedando muy bien!" Exclamó Rundia, admirando el trabajo de organización que se iba formando. Vi cómo se agachaba y comenzaba a recoger hojas, siendo la primera en guardarlas en un bolsón, marcando dónde serían guardadas las demás.

Tarún estaba saltando de un lado a otro, observando todo con los ojos muy abiertos, como si estuviera esperando que le dijera qué hacer.

"¡¿Qué hago, Luciano?! ¡¿Ayudo a mover las ramas?!"

"Sí, claro", respondí sin mirarlo, concentrado en comenzar a agarrar varias ramas a la vez..

"Agarrá esas hojas y ponelas donde las dejó mi mamá".

Con una sonrisa ansiosa, Tarún comenzó a cargar las hojas con rapidez, demostrando que el entusiasmo podía ser útil. Los demás hicieron lo mismo, con Rin y Rundia empezando a empujar las ramas hacia un lado.

Mientras seguíamos trabajando, el sonido del viento moviendo las hojas y las voces de todos colaborando llenaron el ambiente de una extraña armonía. Era como si, por un momento, la sensación de comunidad y propósito se hubiera asentado sobre nosotros. Sentí que, a pesar de los errores y las dudas, estábamos avanzando, y no solo en la construcción, sino en la creación de un lazo más fuerte entre todos.

En medio del bullicio, miré alrededor y noté que todos estaban ocupados con su tarea. Era el momento perfecto para acercarme a Lucía sin levantar sospechas.

Me agaché para quedar a su altura. Con cuidado, toqué su mejilla suave y cálida.

"¿Te sentís bien, mami?" Susurré lo más bajo posible, cuidando que nadie más lo escuchara.

Ella se removió un poco, estirando sus pequeñas manitos para, al igual que yo, tocarme la cara.

"¿Por qué no iba a estar bien?"

"Es que..." Miré a los costados, viendo que Aya venía cargando unas ramas. Debía bajar mucho más la voz o sus potentes oídos me escucharían.

"Cuando crezcas un poco más, vamos a poder hablar con normalidad. Te lo prometo".

Ella no respondió.

"¡Luciano, necesitamos ayuda para levantar este tronco!"

Era la voz grave de Rin. Lo vi de pie al lado del tronco, intentando moverlo junto a Rundia.

Solté la mejilla de mi mamá y corrí rápidamente hacia ellos.

"¡No, eso no se alza!"

Todavía quedaba mucho por explicar.

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