Mamá me despertó trayéndome una fruta para comer.
"Hijo, ¿estás bien? Esto es lo que podemos comer por ahora, estamos por salir a buscar más".
"Ah... ¡Sí! Gracias por traerme algo de comida".
Todavía medio dormido, tomé la única fruta que ella tenía en su mano, era una naña. Inmediatamente al intentar agarrarla, me di cuenta de que los brazos parecían pesarme cincuenta kilos, no... cien kilos. Casi no los podía mover.
"Por cierto, hay un árbol de nañas muy cerca, al lado del arroyo. ¿No quieren que Mirella los acompañe? Ella sabe dónde está".
Aya, que estaba a punto de salir, intervino en la conversación.
"Sería bueno que ella viniera, tendríamos más protección por si queremos seguir explorando. Aquí dentro no creo que pase nada. En todo caso tenemos puesta la barrera".
"Bueno, entonces Mirella viene con nosotros".
"¡Sí!"
La pequeña hadita salió volando, parecía muy contenta por poder participar y ayudarlos en la búsqueda de alimento.
"¡Cuídense y traigan mucha comida!"
Mamá me dio un beso en la frente y salió junto a Anya, Mirella y Aya. Seguro que con papá también, pero no lo vi.
Dentro del santuario solo quedamos los niños, las gemelas estaban interesadas en los pictogramas en la pared, mientras que Tarún se quedó sentado en frente de la grieta, esperando a que Anya volviera. Su estadía tan estática y su cara de preocupación me molestaron un poco.
"¡Tarún! ¿Te gustaría que hablemos? Te puedo contar más cosas sobre Mirella".
"B-Bueno..."
A pesar de siempre interesarle Mirella, la preocupación por su madre era más fuerte.
Se sentó a mi lado, solo que, a diferencia de él, yo casi no podía mover mis músculos.
Di el último bocado a la naña antes de hablar, mirando cómo su tonalidad de piel marrón clara era tan diferente a la de su madre. ¿Su padre seguirá vivo? Esa es una gran incógnita
"Mirá, Tarún, vos no te tenés que preocupar tanto por tu madre, ella es muy fuerte, ¿sí? Si te preocupas tanto, pareciera que no confías en ella, mejor deberías hacer otras cosas mientras tanto e impresionarla cuando vuelva".
"Pero..."
Corté sus palabras.
"Nada de peros, no podés estar todo el tiempo pensando en tu madre, ahora ella está afuera y vos acá adentro, así que mejor ponete a hacer otras cosas que sean más productivas".
Por más que sea un niño, en este mundo no debe depender tanto de otras personas. Así que debo ir enseñándole eso para que le sirva en un futuro.
"¡Oye! ¡Dijiste que ibas a hablarme de Mirella, no a retarme!"
Me reí ligeramente, viendo la mezcla de sorpresa y molestia en su rostro. Su exclamación tenía un tono infantil y genuino que no pude evitar encontrar un poco gracioso.
"Está bien, está bien, tenés razón. Tal vez si hablamos de Mirella te haga tener más ganas de hacer otras cosas".
Acomodé un poco más mi espalda contra la pared antes de seguir.
"Mirá, todo empezó cuando me encontré con unas piedras mágicas dentro de mi cueva..."
Y así, como por una hora, nos quedamos charlando por primera vez desde que nos conocimos. Las gemelas también se veían curiosas escuchando a escondidas.
Al principio no sabía si contarle todos los detalles, así que decidí llegar hasta antes de hacer el pacto y omití la parte en la que salíamos a escondidas.
"Quien sabe, ¡tal vez podrían salir más criaturas mágicas de otras piedras!"
"Woh, avísame si encuentras otra piedra maginica".
"Se dice mágica, má-gi-ca".
"Maggg-g-ginica. Magg..."
"Es mágica, primero decís 'magi' y después 'ca'. No pongas el 'ni' en medio".
Él se rascó la cabeza antes de volver a intentar. Después de todo sigue siendo un niño, aunque a pesar de eso, todos parecen tener un aprendizaje rápido, no como yo lo hubiera pensado en un principio de este mundo prehistórico.
De pronto, Samira se acercó a nosotros con Suminia detrás de ella, pero ella miraba hacia otro lado. Mientras tanto de fondo se escuchaba a Tarún intentando decir la palabra.
"Luciano, yo..." Se acomodó su largo cabello negro detrás de las orejas antes de continuar. "Yo y Suminia queríamos agradecerte por haber sido tan valiente al salvar a todos. Ella ya me contó todo sobre que usaste esa magia... o algo así.
Nos gustaría saber si puedes contarnos más sobre eso".
Al terminar, ella jugueteó con sus dedos e intentaba buscar alguna mirada cómplice con Suminia, pero la otra se mostraba más reservada, aunque estaba claro que compartía la curiosidad de su hermana.
"En el tiempo que estuve en viviendo en este lugar, pude aprender a usar magia de transformación de materiales, así, miren", dije y transformé una pequeña piedra que había en el suelo en un cubo casi perfecto.
Samira se arrodilló junto a mí, fascinada por lo que había sucedido.
"¿Cómo hiciste eso?"
Tocó con la punta de su dedo la creación que yo sostenía en mi mano derecha.
Luego agarró otra de las piedras que había en el suelo y la manoseó de todas las formas posibles.
"¿Por qué yo no tengo magia?" Preguntó al aire y comparó las dos piedras con resignación.
"Eso es porque eres alguien normal, no deberías juntarte mucho con los raritos..." Dijo Suminia y se sentó al lado de Tarún, apoyando su espalda contra la pared rocosa.
A esta niña no se le va con nada mi odio hacia mí, ¡eh! Ya va a ver cuándo cree las cosas que tengo pensado hacer... No le voy a dar ni mierda.
"¿Y tú, Luciano? ¿Cómo te sentiste cuando descubriste que podías usar magia?"
La pregunta de Samira, aunque simple, escondía algo más profundo, como si intentara encontrar una conexión con esa habilidad que yo tenía y ella no.
"No sé... simplemente sucedió y Aya me ayudó a mejorar".
Claro, no podía contarles sobre Sariah, el problema con los golems y demás cosas que me sucedieron.
Samira asintió, como si comprendiera a medias, y su mirada se llenó de admiración. No era la primera vez que lo veía en sus ojos, pero algo en esa expresión me hizo sentir incómodo. No quería que me vieran como alguien inalcanzable.
"¿Y si un día pudieras enseñarnos a tener maginica?" Propuso Tarún, con esa inocente insistencia que solo los niños pueden tener. Sus ojos brillaban con la posibilidad de lo imposible.
"Puede que eso no funcione así, Tarún", le dije con suavidad, intentando no aplastar su ilusión por completo.
"La magia no es algo que puedas simplemente aprender... bueno, al menos, no de la misma forma que se aprende a buscar frutas o encender el fuego. Pero quien sabe, tal vez hay más cosas por ahí que aún no entendemos".
"¡Entonces voy a pedirle a Mirella que me enseñe!"
"Tranquilo Tarún, ya vamos a ver qué hacemos al respecto".
Mientras Samira seguía tocando la piedra transformada con una mezcla de curiosidad y algo de frustración, pensé en lo que significaba para mí todo este asunto de la magia. La forma en la que lo habían aceptado, como algo natural, me descolocaba un poco. En la Tierra, esto hubiera sido motivo de incredulidad, de teorías y cuestionamientos. Aquí, sin embargo, era como si simplemente fuera una herramienta más, solo que no todos podían usarla.
"Tomá, te la regalo, Sami".
"¿En serio!? ¡Gracias, Luciano! Esto es... increíble".
Sus delgados dedos acariciaban la superficie lisa del cubo de piedra transformado, como si fuera un tesoro invaluable.
Automáticamente, Suminia se levantó del suelo.
"¡Suminia! ¡Acompáñame un momento afuera!"
Le agarró la mano y se la llevó sin que ella pudiera decir ni una palabra.
Hubo un silencio incómodo luego de que el cubo chocara contra el suelo.
"Luciano... ¿Por qué Suminia hizo eso?"
"Simplemente ella es así conmigo. Pero no te preocupes, las cosas van a ir mejor.
Por cierto, no hace falta que te aguantes", dije, mirando las piernas inquietas de Tarún.
"Está bien, ya vengo".
Él se fue del lugar mientras balbuceaba la palabra que no le salía decir.
"Sí, andá con cuidado, no te vayas a ir tan lejos".
Al final me quedé solo, aunque lo hice a propósito para aprovechar de hacer mis necesidades. Como casi no puedo mover mi cuerpo... voy a tener que ingeniármela con magia en el suelo.
Luego de varias maniobras exitosas, me di cuenta de que la magia que tengo es algo increíble ¡y me acababa de salvar la vida! Si uso la cabeza, transformar materiales puede servir para cualquier cosa.
Luego de unos segundos de felicidad, por la entrada pasó aquél que nunca pensé que iba a volver a ver. De un momento a otro lo tenía enfrente, con su cara pequeña, su pelaje largo azul y rojo, y su baja estatura.
Era la mascota de Anya, que traía un pequeño pez naranja entre sus dientes.
El pez, que seguía vivo, lo depositó al lado de mis piernas.
"Ah... Pero mirá quién aparece ahora, ¡si antes cuando más te necesitábamos no estabas!"
Él se me quedó mirando, entendiendo a la perfección todo lo que le decía. Ya habíamos descubierto esa habilidad junto a Mirella el día en el que encontré la cueva de Aya.
"Está bien, te perdono si nos seguís ayudando a traer comida. ¿Entiendes?"
Se tumbó en el piso con las cuatro patas abiertas mientras miraba cómo agonizaba el pez. Me sentí un poco mal por el pececito, pero yo no fui quién lo mató, eh...
"¿Tú eres herbívoro? Con razón siempre andas por la selva", dije, rascándole suavemente detrás de las orejas e intentando hablarle claro. Aunque no tenía mucho sentido lo que dije.
"Vamos a necesitar toda la ayuda posible para mantener a todos alimentados. ¿Nos vas a ayudar o no?"
El extraño animalito soltó un suave gruñido de satisfacción mientras cerraba los ojos, disfrutando de la caricia. A pesar de su aparente actitud indiferente, había algo en su comportamiento que me hacía pensar que estaba más dispuesto a ayudar de lo que dejaba ver. Ojalá que sea así.
De paso pude asegurarme de que él no recibía mis partículas mágicas, por lo que es un animal común. Se supone.
Luego volvieron Suminia, Samira y Tarún. Los tres juntos.
Samira vino a paso rápido hacia mí.
"¡Luciano!" Gritó y se arrodilló junto a mí.
"Oye, ¿estás bien? No sueles estar tan quieto. Pensé que ibas a venir a ver qué hacíamos".
"Solo... me duelen un poco las piernas, las tengo cansadas por haber corrido tanto. Pero ya mañana voy a estar mejor, no te preocupes".
"¡Fufi! ¡Fufi!"
Tarún se tiró contra el monstruito peludo mientras gritaba desaforadamente.
"Ah, ese era tu pequeño amigo, ¿no?" Dijo Samira mientras acariciaba suavemente el lomo de Fufi, o por lo menos así parecía ser como lo llamaban.
"¡Sí! ¡Fufi es el mejor y se queda conmigo cuando mi mamá no está!"
Suminia soltó un suspiro, claramente menos interesada en la mascota.
"Bueno, mientras no cause problemas, no me importa".
Tampoco es como si alguien hubiera pedido su opinión, ¿no?
Señalé el pescado en el suelo.
"De hecho nos trajo comida".
"Sí, Fufi es increíble".
"Pequeño, ¿por qué no vas a ver si los demás están bien allá fuera? Y por favor... luego vuelve, porque me parece que a vos te gusta escaparte, pero ahora te necesitamos más que nunca".
Ante mis palabras, Fufi salió rajando hacia fuera a una velocidad increíble. Todavía no entiendo cómo es que entiende lo que le decimos.
"Oh, Luciano, ¡yo estaba con Fufi! ¿Por qué le dijiste que se fuera?"
"Escuchen, creo que ya están volviendo los demás".
Todo el grupo de adultos volvió con bastante comida entre las manos, Aya traía pescados y los otros, muchas frutas, principalmente nañas.
"¡Ya volvimos!" Gritó Anya, acercándose a nosotros.
"¿Todo estuvo bien?"
"¡Sí! Y también anduvo Fufi por acá". Fui el primero en hablar, debo decir que siempre me emocionaba un poquito ver a Anya y hablarle, ella es tan hermosa, tan joven...
Además es amable y trae buenas vibras. Así lo siento yo.
"¿Ah, ¿sí? Fufi siempre anda por cualquier lado, pero él es bueno".
"El pobre Luciano dice que le duelen las piernas..." Acotó Samira, acariciando mi pierna izquierda, su tacto era suave y delicado, demostrando que yo le importaba bastante.
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"No te preocupes, Samira. ¡Seguro que mañana Luciano ya está como nuevo!"
Poco a poco Anya iba acercando su mano hacia mi cabeza.
¡No! ¡No! ¡Todo menos la cabeza! ¡Ese lugar está prohibido!
Cuando la mano de Anya chocó contra mi pelo rojo que se infiltraba entre los demás de color marrón, la electricidad recorrió internamente todo mi cuerpo y me hizo estremecer violentamente.
"¡Ah!" No pude evitar soltar un jadeo, a mitad de sorpresa y dolor.
Cada vez que alguien tocaba mi pelo rojo, la diosa podía saber todo el pasado y secretos de aquella persona, pero tenía que aguantarme el dolor que iba aumentando por cada persona que lo tocara.
Anya retiró su mano bruscamente, mirando con preocupación.
"¿Qué pasa, Luciano? ¿Algo te dolió?"
"Bueno, es que... yo... T-Tu mano estaba..."
Todavía no había inventado ninguna excusa
"Luciano, ¿te duele mucho el cuerpo? Puedo intentar buscar más agua del arroyo... tal vez te alivie", sugirió Aya con esa serenidad habitual.
La sugerencia era buena, hasta demasiado buena diría yo, aunque no quería abusar demasiado de tomar el agua mágica. Todavía no sabemos si tiene algún efecto secundario.
"¿Qué pasa que lo consienten tanto?"
Rin, que parece que pudo cruzar la barrera, habló antes de que yo pudiera responder.
"Yo tengo mucho qué hablar con él".
Dejó las frutas, que en su mayoría eran nañas, en el suelo y se acercó a nosotros.
La primera en irse de la escena fue Suminia, la cual fue inmediatamente seguida por su gemela.
Anya se me quedó mirando con un dedo apoyado sobre los labios, luego miró a Tarún.
"Hijo, creo que ya debemos irnos a comer".
Luego de que Anya se fuera de la mano con su hijo, Rin me miró muy enojado.
"Ya te había dicho que te esperaba un castigo muy duro, ¿no?"
Mamá miraba desde atrás con resignación, aparentemente sin poder meterse entre nosotros.
No contesté nada, solo me quedé viéndolo inexpresivamente. Además, me daba algo de vergüenza que todos estén mirando desde lejos.
La única que no está por acá es Mirella.
"Ya hablé con tu madre sobre esto, así que ahora vas a tener que obedecerle de una vez a tus padres. Se acabó el portarse mal.
A partir de ahora no vas a volver a salir solo hasta que yo lo diga, y no me importa si dices que con tus amigas mágicas vas a estar seguro, porque ese no es el caso. Solo vas a salir acompañado por tu madre o por mí. ¿Entendiste?"
"Sí, papá", respondí, tratando de mantener la compostura, aunque por dentro bullía de rabia. No era solo por lo que me decía, sino porque, en cierto modo, sabía que tenía razón. Había estado siendo imprudente. Las criaturas mágicas, las batallas... este mundo no era un juego. Pero tampoco podía dejar que me ataran de manos. Tenía responsabilidades, un destino que cumplir. Algo que ellos nunca entenderían.
Él se agachó y agarró el pescado del suelo.
"¿De dónde sacaste esto?"
Papá me miró con un gesto severo mientras sostenía el pescado. Su mirada era penetrante y llena de frustración.
"¿De dónde sacaste esto, Luciano?" Repitió, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas de que buscaría la más mínima cosa para enojarse conmigo.
Miré hacia el pescado que él sostenía. La verdad es que no sabía qué responder exactamente. El hecho de que la mascota de Anya lo hubiera traído por sí mismo y luego se haya ido complicaba las cosas.
"Eh... Fufi lo trajo", dije con un tono vacilante.
"¿Y por qué te lo traería justo a ti? ¿Dónde está él?" Estiró hacia atrás la mano con la que sostenía el pescado, dejando que Rundia lo agarre.
"No lo sé".
"Qué es lo que no sabés, ¿eh?"
"Solo lo trajo y ya, ¿acaso eso te enoja? Ahora tenemos más comida".
"¡No le contestes así a tu padre!"
"Perdón... papá".
"Está bien... ¡Solo espero que no se te ocurra desobedecerme, porque si no tu castigo será mucho mayor!" Con ese último aviso, se dio la vuelta y se llevó consigo a Rundia hacia la fogata que estaba armando Anya.
¿Qué me importa si no puedo salir por un tiempo? Ya cumplí mi objetivo, la magia ya la obtuve y pronto vamos a tener un nuevo integrante en la familia. Solo tengo que jugar a ser un niño bueno que obedece a sus padres al pie de la letra... o más o menos eso.
Ya vas a ver, Rin, cuando en un futuro empiece a usar mi magia se te va a caer la baba. Ahí te vas a dar cuenta de que me echaste la culpa por algo que yo no podía manejar.
***
Los días pasaron y la rutina en el santuario se estableció. Sus viajes para buscar comida se volvieron comunes, y todos comenzaron a adaptarse a su nuevo entorno. La relación entre los miembros del grupo se mantuvo estable, y aunque las tensiones existían, había una sensación de comunidad y apoyo mutuo. Siempre y cuando yo siguiera sin hacer nada raro que molestara a Rin.
Mamá está un poco molesta hoy porque no puede traer sus 'ofrendas' del océano para el dios en el que ella cree. De hecho, hubo días en los que no quiso salir a buscar comida. Hoy es uno de esos días.
Yo estaba recostado en el suelo con Mirella encima de mi panza, algo que se hizo común mientras estamos aburridos.
"Mirella, ¿puedo enviarte a que busques algo afuera?"
"¿Qué cosa?"
Bajé un poco el tono de voz.
"Bueno, es que a mamá se le cayeron las cosas brillantes al agua del arroyo aquel día que llegamos al santuario, y son muy importantes para ella. Yo quería saber si vos podrías ir trayendo de a poco las que vos tenías en la cueva. ¿Te acordás? Esas que te regaló ella.
Solo puedo confiarte estas cosas a vos, ya sabés que estoy castigado y afuera no se sabe qué va a pasar con el tema de los hombres pájaro".
"Está bien, pero solo puedo cargar con algunas, así que las iré trayendo de a poco", dijo, copiando mi tono de voz, pero todavía seguía recostada boca arriba.
Su cabello lacio caía como una cortina dorada a los lados de mi torso, cosquilleando mi piel cada vez que ella se movía. Estaba claro que no tenía intenciones de levantarse de inmediato, y yo tampoco estaba precisamente apurado por dejar de disfrutar del calor de su pequeña figura.
"¡Gracias! Eres la mejor amiga del mundo".
"No, tú eres el mejor amigo del mundo".
"Y vos sos mi hada favorita".
"¿Tú hada favorita?"
"Bueno, si no fueras mi hada preferida, tal vez no te dejaría recostarte sobre mí cada vez que te da la gana. Pero ya que me cuidas, hago excepciones".
"¡Claro, claro! Soy una excelente hada guardiana. ¿Quién más te cuidaría mejor que yo?" Preguntó, cruzando los brazos detrás de su cabeza y cerrando los ojos, como si estuviera disfrutando de un día soleado en la playa.
A nuestro lado estaba Tarún, el cual no parecía entender muy bien qué era lo que estábamos planeando y hablando. Me miraba desde arriba con sus ojos negros llenos de curiosidad sobre mí.
"Tarún, ¿te gustaría ser mi amigo?"
La pregunta era media tonta, pero creo que podría llegar a alegrarlo un poco. En realidad, me sentía super aburrido.
"¿Amigo?"
"Sí, un amigo es... Alguien con el que te gusta hablar y comparten gustos en común. No me vas a decir que le tenés que preguntar antes a tu mamá, ¿no?"
"¡Oye!"
Mirella, que aún estaba recostada sobre mi pecho, abrió un ojo para mirar al pequeño.
"Claro que quiere ser tu amigo, ¿quién no querría ser amigo de Luciano?" Dijo con una sonrisa burlona, agitando una mano despreocupadamente hacia arriba, aunque por alguna razón, me dio la sensación de que estaba apuntando hacia una de las piedras mágicas del techo.
"¡Entonces sí! Pero... ¿también puedo ser amigo de Mirella?"
Mirella se enderezó y se giró hacia Tarún.
"Sí, ¡podemos ser amigos! Luciano y yo somos mejores amigos, así que todos sus amigos son mis amigos".
"Bueno, pero ser mi amigo no es tan fácil, ¿sabés?" Le lancé la frase solo para hacerlo dudar un poco.
"Hay reglas", añadí, tratando de darle un poco de emoción a la situación, aunque honestamente no tenía ni idea de a qué me refería.
"¿Reglas?" preguntó Tarún, con los ojos ahora aún más grandes, como si acabara de descubrir que la amistad venía con un manual de instrucciones. O tal vez no entendía la palabra.
Mirella se rio bajito.
"Ay, no le hagas caso. Está aburrido y siempre inventa cosas cuando se aburre".
"Bue... Me cortaste la inspiración, Mirella".
"Entonces, ¿qué hacemos como amigos?" Preguntó Tarún.
"Bueno, Luciano me regaló una cosa que se llam..."
"¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! ¿Por qué mejor no le mostrás tu magia, hadita traviesa?" Corté en seco sus palabras con la pregunta, Tarún no debería saber eso y tampoco me gustaría explicarle sobre el anillo.
"¡Sí, quiero ver su maginica!"
Me llevé las manos a la cara al volver a escuchar ese invento de palabra, en cambio, Mirella parecía estar muy contenta.
"¿Mi maginica?"
"Quiso decir magia, pero todavía no le sale la palabra".
"¡Ah! Ya entendí. Si quieres, podemos ir a la parte de la cueva donde está más oscuro y te muestro lo que puede hacer la magia de luz".
"¿En serio? ¡Sí! Vamos".
"Yo los espero acá, diviértanse", dije y me enderecé.
El otro día Aya me dijo que puso tres barreras a lo largo de la cueva, así que ahora nos sentimos más seguros.
"Ya volvemos, luego iré a buscar eso que me pediste".
Mirella voló al lado de Tarún y los dos se fueron muy contentos mientras hablaban.
El ambiente en el santuario se volvió... silencioso. Apenas se escuchaban algunos murmullos provenientes de la esquina contraria a la mía, donde estaban las gemelas. Me levanté, ya sintiéndome mejor físicamente luego de descansar varios días, y me senté junto a mi madre.
Apoyé mi cabeza contra su brazo antes de hablar.
"Mamá, ¿qué te parece el santuario de Aya?"
"Está muy lindo, hijo".
"Bueno... Es bastante más grande que nuestra cueva anterior. Y la vista y camino del arroyo es increíble".
"Sí", su voz era algo cortante, como si no quisiera hablar en este momento.
Me quedé en silencio unos segundos, tratando de pensar en algo más para animarla. No me gustaba verla así. Mamá siempre había sido alegre, pero estaba claro que no tenía ganas de hacer nada. Yo supongo que es por lo que pensé antes, pero también debe influir mi mala situación actual con Rin, no creo que le guste vernos así.
" Y... Así que voy a tener un hermanito", dije, poniendo una mano sobre su vientre, el cual no se notaba tan diferente a lo normal. Tendrá un embarazo de unos tres meses, supongo.
"Sí... Pronto tendrás un hermanito y jugarán juntos".
"¿Te parece bien si nos quedamos en este lugar hasta que él o ella nazca? Luego podríamos encontrar un mejor lugar donde vivir en paz".
"No sé... Hay que ver qué dice tu padre".
Justamente luego de mencionarlo, él pasó por la entrada, cargando algunos animales pequeños entre sus brazos, parecían conejos.
La caza había mejorado luego de mudarnos aquí, al ser un lugar poco explorado estábamos consiguiendo más comida.
Detrás de él venían Aya y Anya, que cargaban frutas y pescados.
Rin tiró los cuerpos junto a donde se preparaba el fuego y se dirigió hacia nosotros.
"¡Luciano, quiero que me expliques algo, y nada de mentiras!"
Luego se inclinó un poco, sus ojos negros clavados en los míos.
"¿Qué era eso del pacto entre tú y el hada? ¿Qué fue eso que sucedió entre ustedes cuando nos estaban liberando? ¡Responde!"
¿Cómo es que se acordó de eso de repente? ¿Por qué tendría que sacarlo ahora? Estaba tan concentrado en evitar cualquier conflicto que había logrado esquivar ese tema por días. Sé que prometí explicaciones, ¡pero pensé que ya se habían olvidado!.
Apreté los labios, buscando la mejor manera de responder sin desatar su ira.
"Un pacto es un acuerdo entre dos seres. El nuestro consiste en no atacarnos".
"¿Y quién te dio permiso de hacer eso?"
Me agarró del cabello, tironeándolo fuertemente.
"¡Ya no te metas en cosas raras! ¡¿Me escuchaste?!"
"Sí, ya entendí".
"¿Qué? ¡'Sí, papá' se dice!"
"Sí, papá", respondí con esfuerzo, intentando no mostrar el dolor que sentía por el tirón en mi cabello.
Él me soltó con un gruñido, claramente insatisfecho, pero dejó el asunto por el momento y se volvió hacia los demás que estaban acomodando las ramas y piedras para la hoguera.
Giré la vista hacia mamá y la vi llorar en silencio. Sus lágrimas se deslizaban lentamente por su blanca y suave piel. Solo pude volver a apoyar la cabeza contra su brazo, intentando hacerle saber que yo estaba bien, que ella también debería estar bien.
Recuerdo que, en tiempos pasados, ella siempre salía a favor mío y defendía mis malos comportamientos, pero ahora las cosas cambiaron desde que me escapé de casa. Rin se volvió más agresivo y mamá debe sentir que no tiene fundamentos como para poder defenderme.
"¡Luciano! ¡Mira lo que trajimos!" Se escuchó de la voz de Mirella, cuando rodé los ojos hacia la estrecha entrada de piedra, ahí estaba Mirella cargando con algunas cosas brillantes y... Tarún estaba cargando todos los corales y demás restantes.
"¡Antes de que lo preguntes, lo encontramos en el agua de la cueva!" Gritó, levantando el dedo índice de la mano derecha, justo en el que tiene puesto el anillo de piedra.
En ese tonto movimiento, se le cayeron la mitad de las cosas al suelo.
Así que las cosas se fueron moviendo por la corriente de agua hasta llegar al fondo de la cueva... No lo había tenido en cuenta.
Antes de que pudiera hablar, mamá se levantó inmediatamente y corrió hacia ellos.
"¡No puedo creer que las hayan encontrado!" Exclamó, arrodillándose y tomando cuidadosamente los objetos brillantes de las manos de Tarún y Mirella y luego del suelo.
"¡Gracias! ¡Gracias!"
Me acerqué a Aya, que veía la escena sorprendida.
"Aya, ¿crees que Rundia podría tener un pequeño lugarcito en el santuario?" Tironeé suavemente la manga blanca de su yukata, intentando convencerla tiernamente.
Realmente no sé si ella tiene alguna creencia religiosa... Se supone que un santuario debería ser para eso.
"Claro, Luciano, el santuario es de todos, así que cada uno puede poner las cosas que más le gusten".
"Gracias", agradecí, mis palabras mezclándose con las que seguía diciendo mi madre.
Mirándolo desde la perspectiva de la entrada que conecta la cueva con el santuario, mamá puso todo contra la esquina superior derecha, allí es donde duerme junto a Rin. Mirella y yo dormimos en la otra esquina de la derecha. Aya al frente de la entrada, donde está la pared más lisa y las pictografías. Los demás duermen esparcidos del lado izquierdo, donde suelen hacer la fogata.
(Muchos días después)
Mamá ya no sale a recolectar comida por precaución, ya que tiene el embarazo más avanzado y puede ser peligroso para ella hacer esfuerzo físico, así que ahora la reemplazan Suminia y Samira.
Me encuentro sentado junto a ella y Tarún, todos los demás están fuera.
"Mamá, ¿crees que será un niño o una niña?" Pregunté, mirando su gran panza.
"Bueno, no lo sé. Ya tuve un niño, así que me gustaría tener una niña. ¿Tú qué opinas, hijo?"
"Creo que cualquiera de los dos me gustaría por igual, lo importante es que crezca saludable".
"¡Qué sea niño! ¡Qué sea niño!" Gritaba Tarún levantando los brazos desde el otro lado de mi mamá.
"Tienes razón, lo importante es que crezca sano y fuerte, como tú", respondió y soltó una risita. Se la veía muy alegre.
"Oigan, si utilizo un poquito de magia, ¿guardarían el secreto y no se lo contarían a mi papá?"
Me paré en frente de ellos luego de hablar.
"Claro, hijo, a mí no me molesta eso. Siempre y cuando no hagas nada malo o que pueda lastimarte".
Tarún empezó a dudar, nos miraba a mí y a Rundia.
"Bueno, yo... debería preguntarle a mi mamá..."
"¿En serio abandonarías a un amigo? Mmm... No esperaba eso de ti, Tarún. Qué decepción". Moví la cabeza de costado a costado.
Tarún se quedó en silencio por un segundo, mirando al suelo, claramente debatiendo internamente si debería traicionar la confianza de su madre o la mía. El niño siempre ha sido muy apegado a su mamá, pero también he visto cómo me admira.
Finalmente, asintió con la cabeza, aunque de manera un poco tímida.
"Está bien, no le diré a nadie", susurró, como si fuera un gran secreto.
"Buen, pero no será nada increíble", dije, caminando hacia la otra parte del lugar, donde estaba incrustada en la pared una piedra con partículas mágicas.
La altura era de aproximadamente un metro, siendo la piedra más cercana a mi alcance de las cinco que hay.
"Esta piedra... no me gusta cómo se ve ahí..."
Puse las manos rodeando la piedra, y con magia la fui sacando poco a poco.
Una vez ya fuera, alisé la pared... En realidad, lo que hice fue dejar el hueco en el fondo y traer roca del fondo hacia delante.
Tarún se acercó a mí.
"¿Por qué no te gustaba la piedra?"
"Es que... ¿No crees que queda mejor así?"
Estaba claro que no podía decirle el verdadero motivo de sacar la piedra con partículas.
"Bueno, creo que así se ve mejor. La maginica es genial".
Puse una mano en su hombro.
"Recuerda que esto se llama magia, y lo que pasó ahora es un secreto que no debes contárselo a nadie, ¿sí?"
Tarún asintió con un poco de temor, pero lo bueno es que ellos no podían ver las partículas.
Luego fui hacia las siguientes piedras más altas, tirando la mía y haciendo que choque con las demás. Así es como se traspasan las partículas.
"Hijo, ¿a qué estás jugando?"
Al escucharla, fallé el tiro de la quinta piedra.
"Es que estaba aburrido. ¿Te gustaría intentar? Tenés que darle a esa que está ahí".
Señalé la que estaba en la esquina, justo arriba de donde Mirella y yo dormimos.
Rundia observó con curiosidad y se levantó con una leve sonrisa, manteniendo la mano izquierda en su vientre.
"¿A qué debo darle?" Preguntó y recibió mi piedra entre sus manos.
"Hay una piedra que sobresale justo ahí, solo debes hacer que choquen".
De pronto ella empezó a mirar la piedra de más cerca, luego se la puso cerca de su oreja.
"¿Huh?"
"¿E-Está todo bien?"
Me empezó a agarrar miedo.
Ella la sostenía con ambas manos, acercándola a su oído como si esperara escuchar algo. El aire en la cueva se volvió denso de repente, y sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Podía percibir algo extraño? No, eso era imposible. Ella no podía ver las partículas mágicas. ¿O sí? Se supone que solo los seres mágicos pueden verlas.
Mis pensamientos comenzaron a acelerarse y ella no respondía.
"¿Todo bien, mamá?" Volví a preguntar, intentando que mi voz sonara casual, aunque por dentro estaba completamente alterado.
"Pareciera como si hubiera algo dentro, pero no puedo explicarlo. Se siente... viva, de alguna manera".
"Viva", repetí para mí mismo, mi corazón golpeando fuerte contra mi pecho.
Las palabras de mamá no ayudaban a calmar mi ansiedad, solo la intensificaban. ¿Cómo es posible que pudiera sentir algo? Eso no tenía sentido, ningún humano ordinario debería poder notar la energía mágica en una simple piedra. Pero su instinto, su conexión natural como madre o algo más profundo que desconocía, la había alertado.
¿Todo se acabó para mí? Ya no iba a poder seguir escondiendo mis secretos si es que ella había activado, de alguna forma, alguna habilidad mágica.