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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 12: En el nido del pájaro.

Capítulo 12: En el nido del pájaro.

Me encontraba frente al hombre pájaro y sus secuaces detrás de él. No sabía cómo encararlo ni teníamos un plan que pudiese llamarse perfecto. Aun así, estaba ahí, a unos metros de él y las chicas estaban acomodadas estratégicamente para lo que pudiera ocurrir.

Me acomodé mi largo cabello castaño por detrás de mis orejas antes de hablar.

"Voy a ser rápido, ¿qué quieres de mi madre? Viniste por ella, eso me han dicho".

"Seguro que esa niña de la cueva ya te contó algo, ¿no?"

Señaló su panza con una de sus garras antes de agregar una última frase.

"Si tú naciste especial, entonces el próximo también lo será".

El comentario del hombre pájaro me dejó pensando. ¿Qué significa eso? ¿El próximo también lo será? Mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad, buscando alguna pista o sentido en sus palabras. De alguna manera era como si él estuviera intentando adivinar mi origen.

Pobre tipo, no sabe nada sobre mí, ni sobre Sariah y mi conexión con ella.

Me obligué a despejar mi mente, a concentrarme en lo que estaba frente a mí: los hombres pájaros, la cueva y mi familia prisionera en algún lugar allí dentro.

"¿En serio? ¿Y qué piensas hacer con mi madre? Si tienes algo que decir, hazlo ahora".

El hombre pájaro inclinó la cabeza, su largo pico apuntando hacia el suelo mientras soltaba un sonido que parecía una mezcla entre un graznido y una risa baja.

"Oh, lo sabrás pronto, pequeño. Lo sabrás. Pero ya has hecho suficientes preguntas por ahora. Déjame plantearte una, a ver si puedes responder... ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por tu familia?"

La pregunta me tomó por sorpresa, pero intenté no mostrarlo. Aunque la verdad era que no sabía cómo responder. ¿Qué estaría dispuesto a sacrificar? Absolutamente nada, nosotros íbamos a ganar.

"Yo soy el que hace las preguntas acá, así que respondeme lo que quiero saber", dije e hice un paso hacia delante.

"Voy a decirlo una última vez", agregué, sabiendo que no tenía muchas opciones.

"Libera a mi familia y podremos evitar un conflicto que terminará mal para todos. No tienes que seguir por este camino".

Él frunció las cejas de una manera que pareciera que quisiera formar una sonrisa con su pico, aunque no pudiera.

"Me encanta tu manera de hablar, pero... ¿En serio crees que estás en posición de decir eso?"

En ese momento, los otros pajarracos comenzaron a avanzar lentamente hasta ponerse en fila con su líder.

Aya todavía no había llegado a su posición y, por más que había logrado captar la atención de los enemigos para que ella avanzase en secreto, no podía ganar tanto tiempo.

De pronto él tomó la palabra antes de que yo pudiera decir algo.

"Está bien, te voy a decir qué voy a hacer con ese bebé..." Levantó firmemente su cabeza antes de continuar. "¡Me lo voy a comer! ¡Y así voy a ser...!"

Sus violentas palabras se cortaron cuando un enorme haz de luz intervino por el aire hacia él, pero de alguna forma lo detuvo en un choque de fuerzas opuestas.

El sonido del impacto resonó como un trueno en el aire, y mis ojos apenas podían seguir el brillo que desprendía el enfrentamiento entre el haz de luz y la energía que el hombre pájaro había invocado para protegerse. La luz parecía pulsar con una intensidad que solo podía venir de Mirella. Por el rabillo del ojo, la vi flotar unos metros sobre el suelo, con las alas de luz vibrando a una velocidad inhumana. Su pequeño cuerpo resplandecía como si fuera un sol en miniatura.

Estaba claro que Mirella no había acatado para nada las órdenes que habíamos planteado anteriormente. Había actuado por su instinto de protección hacia mí al escuchar esas palabras y ya no sabía si eso era conveniente o no.

Ni siquiera tenía tiempo para pensar qué diablos pasaba por la cabeza de este monstruo que teníamos delante nuestro.

Pero a pesar del poder de Mirella, el hombre pájaro permanecía firme. Podía sentir el aire agitarse a mi alrededor, y el instinto me gritaba que algo muy malo estaba a punto de suceder.

Cuando movió sus alas una vez más, una inmensa cantidad de aire me hizo salir volando hacia atrás, golpeándome contra el tronco de uno de los árboles.

Todo el lugar se convirtió en un remolino de hojas y polvo por todos lados.

"¡Uughh!" En una fracción de segundo, el cual parecía eterno y efímero a la vez, la sangre empezó a brotar desde la parte superior de mi torso.

Por alguna razón no le di importancia en ese preciso instante, sino que solo estaba intentando dilucidar si este tipo había usado magia de aire.

Cuando me di cuenta de que no podía moverme del lugar, finalmente noté que estaba clavado al árbol por culpa de una especie de rama lo suficientemente grande como para atravesar mi hombro izquierdo.

El dolor era intenso, como una llama que se extendía desde mi hombro hasta todo mi cuerpo. Cada intento de moverme hacía que la madera que me atravesaba crujiera de forma espeluznante. Mi respiración se volvió entrecortada, tratando de no empeorar la situación, pero la adrenalina corría tan rápido por mi sistema que apenas podía pensar con claridad.

No pude encontrar a nadie que me ayudara, todo frente a mi vista eran hojas, ramas y demás cosas volando en un remolino de viento.

Finalmente me moví bruscamente hasta terminan quebrándola.

Me arrastré hasta el otro lado del árbol, mirando que en la palma de mi mano tenía mucha sangre de la herida.

Mirella... seguía luchando. Era consciente de que ella no podría sostenerse o contenerse mucho tiempo. A pesar de su poder, este hombre pájaro parecía estar a otro nivel, y aunque me costara admitirlo, estábamos en una gran desventaja por culpa de no saber sobre su habilidad. ¿Cómo podríamos vencer a alguien que resistía incluso el poder de Mirella?

Lo malo también sería que ella se descontrolara y de alguna manera todo se fuera a la mierda.

Pensé en lo que dijo el hombre pájaro en ese momento... ¿Acaso quería comerse un feto por una suposición? ¿O quería esperar hasta que naciera? Es imposible tratar con un psicópata así.

Desde dentro se oía a Mirella gritando con voz desenfrenada.

"¡Muérete! ¡Muérete! ¡Muérete! ¿¡Cómo te atreviste a decir eso!? ¡Muere!".

Estaba claro que el plan se había ido al garete en cuestión de segundos y encima la sangre no paraba de salir por mi espalda, lo que me hizo intentar buscar algo para detener la hemorragia.

Cuando intenté levantarme, vi la figura de Aya apenas pudiendo avanzar por culpa de las intensas ráfagas de viento que le lanzaba el hombre pájaro a Mirella.

"Luciano... ¡Dios mío!" Gritó, sosteniendo mi brazo izquierdo.

"Voy a quitarte esta rama".

"No... ¡No! ¡Espera!"

A pesar de mis palabras, ella avanzó con su mano como si su vida dependiera de ello.

"¡Waaaghhh! ¡Mierda!"

El dolor que sentí cuando Aya arrancó la rama fue indescriptible. Un calor abrasador se extendió por todo mi cuerpo, como si estuvieran arrancando la vida misma de mi hombro. Mis ojos se nublaron por un instante, y el grito que brotó de mis labios no fue nada comparado con el ardor que sentía atravesando mi torso. La sangre fluyó libremente, empapando la parte inferior de mi torso, mientras intentaba, sin éxito, contener las lágrimas de rabia y desesperación. ¿Por qué había hecho eso? ¿Qué pensaba?

En realidad, ella no pensaba, actuaba por instinto, así que me aguanté las ganas de insultarla.

"¡Dame eso!" Grité, tocándole la tela roja que envolvía su yukata.

"¡¿P-Para qué lo quieres?!"

"¡Qué me lo des, maldita sea!"

"¡E-Está bien!"

Con un poco de vergüenza en su cara, se lo desató, haciendo que apenas quede la tela blanca de su yukata sobre su cuerpo. Apresuradamente intentó cubrirse como pudo y me dio la tela.

La recibí y sostuve un extremo con mis dientes para poder pasar el otro extremo por debajo de mi brazo izquierdo.

Le di varias vueltas y lo até, ocupando todo el espacio entre el hombro y mi axila.

"Eso... ¿Así se curan las heridas?"

"Es algo provisional hasta que pueda ir a tomar agua mágica".

Claramente ahora se había sumado un pequeño problema. Su vestimenta había quedado algo suelta, dejando entrever mucho más de lo que normalmente mostraba. El contraste entre la pureza del blanco de su ropa y la piel pálida que apenas cubría no podía pasar desapercibido. Los pliegues de la tela ondeaban con el viento violento que aún nos rodeaba, y aunque intentaba cubrirse, la forma en la que sus voluptuosos pechos se movían con cada intento era molesto, más en un momento de urgencia como este.

Agarré una piedra pequeña del suelo y la moldeé hasta hacerla lo más fina y afilada que pude, como si fuera una especie de clip.

"Ven aquí", dije y tomé los pliegues de su ropa entre mis manos. Ella intentó darse la vuelta para que no la viera, pero rápidamente cubrí bien su cuerpo.

"No te muevas", dije mientras cruzaba la pequeña creación por entre la tela para que la prenda no se abriera.

"¿Qué es esto?"

Lo tocó y se pinchó el dedo con una de las puntas.

"¡No podemos perder más tiempo!" Grité y me metí dentro de la cortina de polvo y hojas. Allí vi una batalla desenfrenada entre el pajarraco y una des alborotada Mirella volando y disparando rayos de luz por todos lados.

"¡Aya, una barrera ahí!" Le señalé el frente del lugar donde tenían a todos cautivos. Era la hendidura en la tierra, justo donde iba en descenso.

De alguna manera, Aya hace que sus barreras a veces no puedan verse y a veces sí, lo que hace complicado saber si está puesta o no, pero confío en ella.

Con una supuesta barrera para que los demás no pasen junto a nosotros, avancé junto a Aya hasta bajar por la tierra.

"¡Papá! ¡Mamá!"

Ellos fueron los primeros a los que me acerqué. Todos estaban envueltos en unos mini tornados individuales e invertidos, con un viento que no dejaba pasar nada hacia el otro lado. Como si fuera una jaula de aire.

Notaba que movían sus bocas, pero no lograba escuchar nada. Intenté usar mi magia sobre el remolino, pero al no ser algo físico, no servía de nada el intentar manipularla.

"Aya, ¿habías visto este tipo de magia antes?"

"No, debe ser esa magia que usa el hombre pájaro, como tu lo llamas. Nunca la había visto".

La única forma que se me ocurría de cortar con una corriente de aire tan intensa era crear una contracorriente, pero sería imposible igualar la velocidad a la que va la que está en frente mío.

Me quedé ahí, delante de ese maldito remolino de aire, intentando encontrar una solución. Tenía que pensar en una forma de contrarrestar este hechizo. La adrenalina y el dolor me mantenían en pie, pero a la vez nublaban un poco mi capacidad de concentración.

"Papá, mamá..." Murmuré para mí mismo al seguir viéndolos atrapados en esos mini tornados de viento. Ver sus rostros distorsionados por el miedo y la impotencia me golpeó en el pecho como un martillo. No podía escucharlos, pero sus labios moviéndose desesperadamente decían todo lo que necesitaba saber.

Mi mente divagaba mientras trataba de buscar soluciones rápidas, pero todo me llevaba a la misma conclusión: no tenía el poder suficiente para resolver esto por mi cuenta.

"Aya, intentá poner una barrera que cruce por ese aire", dije, mirando a Rundia que intentaba golpear desde dentro con sus manos, pero el viento la enviaba hacia atrás.

Aya asintió y extendió sus manos, creando una barrera que esta vez sí se veía y era de color verde. Se notaba que el viento se ralentizaba por apenas uno o dos segundos, pero volvía en sí mismo, repitiéndose el ciclo cada vez que lo intentaba.

Cuando vi que sus partículas fueron disminuyendo poco a poco, la agarré del brazo, haciendo que se detenga.

"Espera, ya no sigas o acabarás con todas tus partículas. Tengo otra idea".

La adrenalina me empujaba a seguir moviéndome. No podía quedarme quieto. Tenía que hacer algo más, aunque cada movimiento me recordaba el dolor punzante en mi hombro. Puse las manos contra la pared de piedra, quitando con magia un trozo en forma de rectángulo, pero al hacerlo tan grande, me caí al suelo con la piedra encima mío.

"¡Luciano, me hubieras pedido ayuda!".

Aya me lo quitó de encima con un grito.

"¿Y ahora qué hacemos con esto?" Preguntó, sosteniendo el gran rectángulo de piedra entre sus manos.

Me enderecé, retomando la compostura antes de hablar.

"Tienes que..." Empecé diciendo, aunque una punzada de dolor me hizo cortar mis palabras. "Tienes que clavarlo en el piso justo luego de poner una de tus barreras. El viento no deja pasar nada hacia el otro lado, ¿no? Entonces el flujo se cortará cuando choque en su interior contra algo".

Mientras tanto, fuera del hueco, Mirella gritaba, cada vez más furiosa, cada vez más descontrolada. Si no la detenía, podría llegar al punto de no retorno. Su magia de luz era poderosa, pero cuando perdía el control, no sabía dónde terminaría. Tampoco podíamos usarla de señuelo por tanto tiempo.

"La piedra se romperá, Luciano".

"El viento rompe tus barreras porque son hechas con magia, necesitamos algo físico. Ya compacté la piedra, así que será más resistente del o normal"

"¿Compact...?"

"¡Solo haz lo que te digo, maldición!"

Ella dudó un poco, tal vez no entendiendo muy bien mis palabras, pero me hizo caso y volvió a ponerse en posición.

Mientras Aya se preparaba para clavar la piedra en el suelo y crear su barrera, volví a mirar a mis padres, todavía atrapados en el vórtice de viento. Sentí una punzada de culpa atravesarme el pecho. No puedo fallarles. No esta vez. El rostro de mi madre, pálido y lleno de miedo, me perseguía cada vez que cerraba los ojos. Y mi padre... Él siempre había sido fuerte, siempre había sido el que protegía, pero ahora... Ahora era yo quien debía hacerlo. Y no estaba seguro de si estaba a la altura.

Por supuesto, más hacia la derecha estaban los demás: Suminia, Anya y Tarún. También debía salvarlos a ellos.

Aya extendió una mano hacia el viento y con la otra sostenía la piedra. Creó una barrera justo en medio de la jaula de aire, el en lugar perfecto para que la barrera no hiriera a mi madre. El viento se ralentizó momentáneamente cuando una de sus pocas partículas en su cuerpo desapareció.

"¡Ahora!" Grité, instándola a actuar rápidamente.

Aya empujó la piedra hacia adelante, incrustándola en el suelo húmedo. como quién clava una lápida en el suelo. Tal vez la metáfora sería buena si pensara que estábamos cavando nuestra propia tumba, pero eso no iba a ser así, no lo permitiría.

El viento se desvió y se dispersó al romper la barrera mágica y luego chocar contra la piedra, creando una interrupción en el flujo de aire.

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"¡Mamá!"

Corrí hacia ella, que no se veía en muy buen estado, y la abracé. Tenía algunos rasguños y las manos magulladas, seguramente debido a intentar escapar.

"Aya, ¡hagamos lo mismo con los demás!"

Sin decir nada, inmediatamente se fue moviendo hacia la siguiente prisión de viento, la cuales estaban separadas por aproximadamente un metro.

"Hijo, gracias por venir... Pensé que nunca volverías con tu madre, pero me equivoqué..."

Ella me abrazó mucho más fuerte luego de hablar, clavando sus uñas en mi espalda. Algunas de sus lágrimas me caían sobre el cabello.

"¿Qué es eso que tienes atado a tu cuerpo?"

Dejé de abrazarla y alcé la mirada hacia ella.

"No tengo tiempo para explicarlo ahora. Después tenemos que hablar de muchas cosas, pero antes debo liberar a los demás y salir de este horrible lugar".

La dejé hablando sola mientras me iba corriendo hacia la pared de piedra.

Con Aya esperando en el siguiente mini tornado y yo caminando hacia la pared nos preparábamos para finalmente terminar con este calvario, hasta que de reojo logré ver que algo pequeño venía desde fuera a gran velocidad para estamparse contra mi cabeza.

Justo cuando estaba por impactarme, unos rayos de color rojo nos separaron y comencé a sentir una sensación de electricidad en todo el cuerpo, similar a cuando alguien toca mi cabello rojo por primera vez.

La sensación eléctrica me sacudió con tal intensidad que por un momento todo a mi alrededor se volvió confuso. Sentí mis músculos tensarse, como si un millón de pequeñas agujas recorrieran cada fibra de mi cuerpo. El destello rojo que me envolvía se sentía extraño, familiar de alguna manera, pero también peligroso. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía como quería. Era como si estuviera atrapado en una red de magia que no controlaba.

En medio de la extraña situación, detecté que la figura que estuvo a punto de estamparse contra mí se trataba de Mirella, que yacía paralizada en el aire, también atrapada por esos rayos rojos que nos hacían separar y atraer al mismo tiempo.

Noté que mamá tiró de mi cuerpo, intentando separarme de esa fuerza magnética que se había formado, pero no había forma de separarnos, por más que ahora Aya empezara a tironear del cuerpo de Mirella. No había forma.

"Luciano, ¿¡qué... te está pasando!?" Gritó Rundia.

Tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo, y su mirada se cruzó con la mía. No sabía cómo explicárselo, no tenía ni la más mínima idea de cómo poner en palabras lo que estaba pasando, porque ni siquiera yo lo entendía del todo.

Poco tiempo después, la situación se calmó cuando Mirella y yo nos desplomamos sobre el suelo, pero no sentía ninguna molestia más que mi brazo izquierdo herido. ¿Será que una fuerza mágica me salvó de la... muerte de alguna forma?

Con Rundia revisando mi herida en el brazo, giré la cabeza hacia Aya y Mirella.

"Mirella, ¿estás bien?" Fue lo primero que se me ocurrió decir, sin pedir explicaciones de lo sucedido.

Ella esbozó una ligera sonrisa mientras su pequeño cuerpo se levantaba con la ayuda de las manos de Aya.

"¡Sí! Nuestro pacto nos salvó", dijo Mirella, pero mi atención se desvió más a las partículas que se transferían entre ellas dos, equilibrándose en cantidad.

Si ya de por sí no entendía mucho la situación, que las partículas mágicas se traspasaran de la una a la otra hacía la situación más extraña de lo que ya era.

"El pacto de no agresión, eh..."

"¿¡Pacto!?" Preguntaron Aya y Rundia al mismo tiempo.

Una de ellas seguro ni sabía qué significaba la palabra y la otra seguro que se asombró de la tontería que hicimos sin pensarlo dos veces. Pero bueno, eso nos acababa de salvar la vida. O por lo menos nos evitó el tener que llevarnos un susto innecesario.

Me levanté lentamente, sintiendo el peso de la misión sobre mis hombros.

"Todavía no terminamos lo que vinimos a hacer. Papá, Anya, Tarún y Suminia todavía están atrapados. Ya hablaremos de esas cosas más tarde".

Lo cierto era que seguía posponiendo mis explicaciones.

No solo les ocultaba cosas cruciales, sino que cada vez sumaba más secretos a una lista interminable. Era como si estuviera caminando sobre un fino hilo que podría romperse en cualquier momento. Y si lo hacía, ¿qué pasaría entonces? ¿Cómo reaccionarían todos cuando escucharan al menos una de las cosas que les he ocultado? Tal vez debería haberles contado algo antes… pero, maldita sea, ¿cómo iba a explicar todo esto? Ni yo mismo lo comprendía del todo.

Aunque les explicara lo del pacto y lo de la magia.... Iba a seguir ocultando mi verdadero pasado.

El envión no me duro ni un paso al ver que los hombres pájaros se habían amontonado fuera de la barrera invisible, golpeándola con sus garras.

La cantidad de golpes parecía amenazar con romperla en cualquier momento, pero al parecer el líder no tenía más partículas mágicas. Al menos eso es lo que divisaba desde mi posición. El viento rugía y giraba alrededor de los demás atrapados, creando un ambiente de desesperación. Mirella, ahora supuestamente recuperada, volaba a mi alrededor, lista para actuar en cualquier momento.

Ni siquiera le pregunté qué había pasado fuera de nuestro refugio temporal como para que saliera volando hacia mí a esa velocidad. De hecho, tenía algunas heridas en las piernas y manos.

"Mamá, ¿puedes ayudarme a sostener esto?" Pregunté, tambaleando sobre mis pies luego de quitar otro trozo de piedra.

"Así que esto es lo que estuviste aprendiendo, ¿no? Esto es insólito, Luciano".

Tomó la piedra entre sus manos, poniéndose al lado de Aya.

"Yo la ayudaré, señorita", dijo con total seguridad, como siempre que se dirige a alguien.

Era la primera vez que Aya veía a mi madre y a los demás. Espero que luego de esto todos podamos vivir tranquilos.

"Gracias", respondió Aya y las dos juntas repitieron el procedimiento.

Aya seguía a nuestro lado, su rostro tenso y el sudor perlándole la frente. Sabía que estaba agotada, que sus partículas mágicas estaban al límite, pero no se quejaba. No iba a dejar de luchar hasta que todos estuvieran a salvo. Eso me daba fuerzas para seguir adelante, aunque cada músculo de mi cuerpo gritara en protesta.

El intento fue un éxito y Rin fue liberado. Papá se ajustó y sacudió su prenda inferior hecha de piel de animal antes de abrazar a su querida esposa. Aunque en realidad serían más como unos novios.

Aya me miró, había un atisbo de preocupación en su rostro.

"Luciano, ¡la barrera principal está a punto de romperse!"

Sus ojos demostraban que necesitaba una orden urgente para actuar. Claro, yo todavía seguía siendo el líder y los demás necesitaban que actuara como tal.

Me acerqué a ella rápidamente y le agarré la mano, sosteniéndola bien fuerte.

"Mirá, Aya. No preguntes el porqué, pero si no tenemos las partículas al máximo, estas se traspasan hacia el que menos tenga, para así quedar en la misma cantidad".

Su mirada se clavó en la mía, como si tratara de encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera había formulado.

Levantó nuestras manos unidas, intentando mirar más de cerca qué es lo que sucedía.

"¿Entonces me estás dando tus partículas?"

De pronto, los hombres pájaros lograron pasar la barrera, pero Aya con un movimiento rápido pudo volver a crear otra unos metros más hacia nosotros. Pude notarlo al ver que todos se volvían a estampar contra un muro invisible para luego empezar a golpearlo desesperadamente. Habían acortado considerablemente la distancia y ya se encontraban al borde de lo que separaba el hueco con el nivel normal de la tierra. Así que nosotros estábamos debajo de ellos. Encima, sus altas figuras se veían bastante imponentes.

Ahora, con menos espacio disponible, Mirella volaba frenéticamente a mi alrededor con su energía nerviosa tangible en el aire.

"Tenemos que darnos prisa", dije, mirando a Aya.

"Vamos a liberar a los demás antes de que esa barrera caiga".

"¡Gracias por las partículas!"

Nos dirigimos hacia el siguiente mini tornado. Aya y mi madre se colocaron en posición para repetir el procedimiento. Por alguna razón, Rundia se veía bastante motivada a pesar del contexto y estaba haciendo las cosas a la perfección. Siempre había sido así, firme, inquebrantable. Y ahora, en este caos, su espíritu no se doblegaba.

El viento rugía a nuestro alrededor, pero no nos afectaba directamente a nosotros, sino que el problema lo tenían aquellos que estaban dentro. Intenté mantener la calma mientras observaba a mi padre, que ahora estaba junto a nosotros, listo para ayudar.

Aunque, a pesar de que papá se veía como la mejor opción para cargar con el trozo de piedra gracias a su físico, volví a elegir a mamá.

"Mamá, sostén esto", le dije, entregándole otra pieza de piedra que había moldeado con mi magia.

"Aya, otra vez, por favor".

Mis padres observaban lo que yo hacía sin entender cómo funcionaban las cosas, pero sabían que seguir mis movimientos era la única manera de salvar a todos.

El tiempo se estaba acabando y lo sabía. No solo lo sentía en la vibración del suelo bajo mis pies, sino también en el cansancio que veía reflejado en los ojos de Aya y Mirella, en la tensión que emanaba de cada uno de los que me rodeaban.

La verdad es que me había acostumbrado a lidiar con situaciones desesperadas. Desde que había sido arrancado de la Tierra, cada día en este mundo había sido una lucha constante, un desafío tras otro. Y, a pesar de todo, aquí estaba, liderando a mi familia y a estas personas que, de alguna manera, se habían convertido en parte de mi vida. Lo que más me atormentaba, sin embargo, era la incertidumbre que me acompañaba, la falta de claridad sobre el propósito final de todo esto. Pero ahora no tenía tiempo para dudar.

El viento se desvió una vez más frente a los ojos de Anya y Tarún, creando una interrupción en el flujo de aire. Se levantaron rápidamente del suelo húmedo para agradecerles.

Me fui corriendo tan rápidamente que no escuché lo que me dijeron.

Desde la última prisión de aire empecé a hacerle señas a Aya y a mamá para que me siguieran.

"Vamos, todavía queda Suminia".

“Luciano”, la voz de Mirella me sacó de mi concentración. Volaba a mi alrededor, inquieta.

“No podemos seguir así por mucho más. La barrera no va a resistir y Aya no puede levantar otra tan fuerte. Tenemos que hacer algo más”.

“Vamos a liberar al último”, le respondí, sin dejarme llevar por la urgencia en su voz.

“Después encontraremos una salida. No te preocupes, todo está... bien, Mirella”, titubeé al final. Solo estaba intentando hacerla sentir mejor, sabía que mis palabras valían el doble a comparación de cualquier otra al pasar por sus oídos.

Gastando casi sus últimas partículas mágicas, Aya construyó la última barrera, luego Rundia colocó la piedra y el viento se cortó, mostrando la pálida cara de Suminia, que hasta parecía que no quería levantarse.

Ella estaba acostada en posición fetal y se tapaba la cara con su cabello negro. Noté que aún conservaba en su cabello aquella pluma del hombre pájaro que habían encontrado junto a su hermana.

"¡Suminia! Tenemos que irnos de este lugar, ¡ya levántate de una vez!".

La tironeé del brazo, pero ella se resistía.

Sentí el tirón en mi pecho al ver a Suminia así, acurrucada en el suelo, negándose a moverse. La conocía lo suficiente como para saber que, cuando se escondía detrás de su cabello, estaba luchando contra algo interno que no quería mostrar. Aunque siempre eso terminaba en un insulto hacia mí, pero esta vez era diferente.

"Todavía hay alguien esperando que regreses, Samira está llorando por ti. ¿Acaso quieres dejarla sola?"

La sacudida de mis manos no logró hacerla reaccionar, ni siquiera cuando mencioné a Samira. Sabía que su hermana era su punto débil, su razón para pelear, pero ni eso parecía sacarla del abismo en el que estaba sumida. Sentí una ola de frustración, impotencia... y miedo. Los golpes de las garras de los hombres pájaro resonaban por el aire, cada vez más cerca, cada vez más violentos. No teníamos tiempo, y, sin embargo, no podía dejarla ahí.

Ella solo murmuró algo, pero su voz era inaudible bajo el rugido del viento. Vi a Aya acercarse, agotada, pero firme, intentando ayudarme a levantarla. Incluso mi madre estaba cerca, mirándome con la misma preocupación que sentía yo. Pero esto no era algo que pudieran arreglar con fuerza o magia. Esto era algo que estaba dentro de ella, algo con lo que solo ella podía pelear.

"Suminia", le dije en voz baja, esta vez sin gritar, sin exigirle nada.

"Sé que estás cansada, sé que todo este panorama no es el mejor… que parece que nunca va a terminar. Lo entiendo más de lo que crees. Pero, por favor… no te rindas. Volvamos a nuestro hogar, debemos hacerlo así puedes jugar con Mirella y seguir regañándome cuando me porto mal".

"Samira..." Creo que murmuró, su voz era casi inaudible entre el caos que nos rodeaba.

"Por favor, Suminia", susurré, mi voz casi quebrándose.

"Levántate. No puedo hacer esto solo".

No sé si fue esa última frase, o si finalmente algo dentro de ella decidió reaccionar, pero de repente, su cuerpo se movió. Lentamente, con dificultad, empezó a enderezarse. No levantó la mirada, pero sus brazos se separaron de su cuerpo y, con esfuerzo, se puso de rodillas. Podía ver el cansancio en cada uno de sus movimientos, la lucha interna que estaba librando solo para hacer algo tan simple como ponerse de pie.

Mirella soltó un suspiro de alivio y Aya dio un paso hacia adelante, lista para ayudarla a levantarse por completo.

Sin prestar atención a los demás, yo la tomé del brazo y nos levantamos juntos.

Suminia estaba de pie, aunque apenas. Su cuerpo temblaba, pero al menos había dejado de resistirse. Podía sentir su tensión, el peso del mundo sobre sus hombros. Parecía que cada uno de sus movimientos le costaba un esfuerzo monumental, como si el simple hecho de existir en este momento fuera una batalla. Y tal vez lo era.

No sabía qué pensamientos la estaban atormentando, pero por lo poco que había logrado escuchar y ver, Samira seguía siendo su única ancla a la realidad.

La sostuve con más fuerza, haciéndole saber que no la iba a soltar, no ahora que por fin había mostrado señales de lucha

"Chicos, tómense todos de las manos para que no nos separemos", dije mientras deslizaba mi mano por el brazo de Suminia hasta llegar a su mano.

Aya y Mirella me miraban, esperando que terminara de tomar la próxima decisión. Sabía que todos dependían de mí, o tal vez, yo hacía que ellos terminasen dependiendo de mí. No podía permitirme dudar, no ahora. Pero el peso de todo lo que aún no había dicho, todo lo que seguía ocultando, me estaba aplastando. A veces me preguntaba si alguien más, en mi lugar, habría hecho las cosas mejor. Si les hubiera contado todo desde el principio, tal vez las cosas no habrían llegado a este punto.

"Mirella, vos ponete arriba mío y, para cuando salgamos, lanzá una enorme luz que ocupe todo el lugar. No importa si gastas todas tus partículas. Este es el momento de escapar".

"¡Así lo haré!"

Inmediatamente se subió a mi cabeza, aplastando su pequeño cuerpo contra mis mechones castaños.

Tomé un respiro antes de volver a hablarles a todos.

"Vamos a salir, ¿sí? ¡No vayan a soltarse de las manos! No importa si no ven nada, yo voy a guiar el paso, ¿entendido?"

Todos asintieron. Algunos se veían más asustados que otros, en especial Tarún y Suminia. Anya, que era la última en la fila, fue la única en hablar. "No entiendo algunas de las cosas que hacen, pero creo que todos confiamos en ti, Luciano, así que salgamos de este lugar y volvamos a nuestro hogar".

Les hice una sonrisa, de esas que se hacen para contagiar el entusiasmo a los demás, pero realmente tenía mucho peso sobre mis hombros.

¿Debía compartir un poco la carga con alguien más?

"Mirella, tenés permiso para... matar..." Dije entre dientes.

Mientras las palabras salían de mi boca, sentí una especie de vacío en el estómago. 'Matar' no debería ser algo tan fácil de decir, ni mucho menos dar permiso para hacerlo. No era lo que quería, ni lo que debíamos hacer. Pero en ese momento, las opciones se sentían tan limitadas que lo único que parecía razonable era sobrevivir a toda costa, incluso si eso significaba perder una parte de nosotros mismos en el proceso.

¿Acaso solo me quise quitar la presión de encima para no ser yo quien arruinara mi propia meta? Mirella es alguien que actúa sin pensar las consecuencias si mi vida o la de mi familia corren riesgo.

Mirella me miró, asomándose por encima de mi cabeza. No sé si estaba esperando a que me moviera o en realidad no había entendido lo que le dije.

Miré a los enemigos por última vez. El hombre pájaro que yo conocía era el único que no golpeaba la pared invisible, en cambio lo que hacía era observarme mientras estaba sentado en cuclillas. ¿Estaba observando mis movimientos o simplemente quería causarme temor? Intenté no hacer contacto visual, pero el ver que aún le quedaba una partícula mágica revoloteando a su alrededor cambió mis planes.

¿Será que tiene un as bajo la manga?

Las preguntas incesantes en mi mente me hacían querer controlar y predecir todo lo que iba a pasar, pero solo me bloqueaban más.

"Luciano, ¿¡qué es lo que pasa!?" Preguntó desesperadamente Aya, dos posiciones detrás de mí en la fila humana.

"¡Hay que actuar ya!"

Esa era la señal que estaba esperando.

El hombre pájaro comenzó a golpear la pared invisible con una de sus garras, como si estuviera tocando un vidrio para llamar la atención del que reside del otro lado.

"¿En qué piensas?" Preguntó desde el otro lado mientras sus compañeros se encargaban de seguir golpeando.

"Si quieres, puedo comerte a ti y dejaré ir a los demás. ¿Qué te parece?"

Lo que él no sabía era que yo solo estaba haciendo tiempo.

En un instante, todos los hombres pájaros cayeron hacia delante. Mirella se paró sobre mi cabello y en un grito ahogado de furia lanzó uno de sus hechizos más potentes.

Ni siquiera cerré los ojos, solo arranqué a correr hacia delante sin parar. Suminia me agarraba tan fuerte la mano derecha que parecía que iba a quebrar mis pequeños huesos.

"¡No se detengan!" Grité, intentando buscar el sendero hacia el arroyo mágico.

Se escuchaban algunos murmullos y gritos de los alados mientras intentábamos escapar. También de los nuestros

"¡Luciano, no veo nada!"

La que gritaba era Suminia, aparentemente al mismo tiempo llorando, o por lo menos eso era lo que apenas pude escuchar.

Me pregunté si alguna vez había tenido la oportunidad de realmente conocerla. Sabía que, de alguna forma, ella me veía como una amenaza, pero ¿por qué? ¿Qué había detrás de esa barrera que había construido contra mí? Y ahora, aquí estábamos, juntos, forzados a depender el uno del otro. Si salíamos de esta, tendría que encontrar una manera de llegar a ella, aunque fuese para obtener una tregua.

Cuando finalmente encontré el camino y todo parecía ir encaminándose para bien, algo cayó sobre mi cara, tapándome la visión por completo.

¿Mirella? Fue lo primero que pensé en mi mente, la figura me era familiar.

Con mi mano izquierda apenas pude agarrar lo que me obstruía, cuando lo sostuve en mi mano no pude creer lo que estaba viendo, ¿qué le pasó?

Mis piernas seguían moviéndose, pero mi mente se quedó congelada cuando vi el cuerpo de Mirella sobre mi mano, inerte, sin vida aparente. Mis dedos temblaban al sostenerla, su pequeña figura parecía tan frágil en ese momento que sentí un nudo en el estómago, apretándose cada vez más.

El mundo a mi alrededor seguía corriendo, el ruido de los pasos apresurados, los jadeos, los gritos... todo se sentía lejano. Me costaba procesar lo que estaba ocurriendo frente a mí. Mirella había usado toda su magia, como le había pedido. Me había obedecido sin dudar, y ahora... ¿este era el precio?

"¡Mirella! ¡Mirella, despierta!" Fui gritando mientras seguía guiando al grupo por la selva.

Me mantuve casi que con un ojo delante y otro en mi mano izquierda en la que yacía Mirella sin ninguna partícula mágica.

El contraste de su piel blanca con los pequeños rasguños en su piel y su vestido ligeramente rasgado hacían la situación más aterradora de lo que ya era.

Una ola de culpa me aplastó el pecho. La había mandado al frente, sabiendo que quizás no tendría suficiente poder para soportarlo.

¿Qué demonios estaba pensando cuando le dije eso?

¿En qué momento me volví tan ciego, tan frío?

"Mirella... no, por favor, no", murmuré, pero mi voz no salió como esperaba, apenas un susurro ahogado en la garganta.

No podía ser. No ahora. No ella. La desesperación me invadía mientras la miraba sin poder hacer nada.

"Luciano, ¿qué le pasó a Mirella?" Escuché de la voz agitada de mamá, que estaba entre papá y Tarún.

"¡N-No es nada!"

No podía dejar que los demás se dieran cuenta de mi duda, de mi miedo. Sentía que todos los ojos estaban puestos en mí, aunque nadie realmente sabía lo que estaba pasando. Mientras yo fuera delante nadie podía saber lo que sucedía, más si suponía que la mayoría estaban todavía algo cegados.

Mirella... siempre había estado a mi lado, confiando en mis decisiones, protegiéndome sin dudar. Y ahora, cuando más la necesitaba, yo la había empujado al límite. No había manera de negar lo evidente: la había matado, indirectamente, con mi imprudencia.