Mirella se quedó en silencio por un momento luego de que yo le contara sobre la habilidad que mi mamá poseía. Me miró fijamente haciendo una expresión de confusión, juntando las cejas y con los ojos tan abiertos que casi parecían brillar más de lo normal.
No sé por qué ni en qué momento se me ocurrió revelarle algo tan importante y extraño a la vez. Se lo dije de una forma tan cruda... Tan poco empática, que hasta parecía que estaba mintiendo.
Ni siquiera le había consultado a mi mamá si le parecía bien, aunque seguro que poco le interesa lo que piensen de ella en este mundo.
"¿Qué significa eso?" Preguntó Mirella finalmente, inclinándose hacia mí con interés.
"No estoy del todo seguro, pero parece que puede percibir las partículas de alguna manera especial. No las ve como yo, pero escucha algo... como voces".
"¿¡Ahhh!? ¡¿Voces?!"
Mirella parecía emocionada, como si acabara de descubrir el mayor secreto del universo. Luego se giró hacia Lucía.
"¿Es cierto eso?"
"Es como un murmullo, muchas voces hablando al mismo tiempo. A veces dicen cosas que entiendo, pero la mayoría son solo... sonidos".
Mirella comenzó a dar vueltas en el aire, claramente procesando lo que acababa de escuchar. Su expresión parecía ser de emoción.
"¡Esto es increíble! Luciano, ¿te das cuenta de lo importante que es esto? ¡Lucía podría ser especial, como nosotros!"
"No empieces con cosas raras", dije, aunque no pude evitar sonreír al ver su entusiasmo.
Lucía, por su parte, se encogió de hombros, siguiendo con el juego de timidez que había comenzado luego de la broma del secuestro.
"No sé si soy especial. Solo sé que las escucho... y a veces me da un poco de miedo".
Dios mío... ¡Hasta pareciera que le está divirtiendo fingir ser la niña frágil y sensible!
"¡Ay, no!" Gritó Mirella y la abrazó la cabeza, parada desde su hombro.
"¡No te preocupes, ya te dije que nosotros te protegeremos!"
"G-Gracias..."
Mirella se aferró con tanta fuerza al cuello de Lucía que por un momento pensé que iba a hacer que ambas cayeran y terminaran rodando por el suelo.
"Bueno, bueno, basta de dramatismos, ¿no? Mirella, si seguimos así no llegamos más", interrumpí, soltando una risita mientras apartaba suavemente a Mirella de Lucía.
"¡Es que es tan tierna! ¡Me dan ganas de protegerla como si fuera mi hermanita!" Exclamó Mirella, ahora revoloteando alrededor de Lucía.
"Hermano mayor... ¿Por qué siempre me metés en estos problemas?" Preguntó Lucía, juntando sus antebrazos como si fuera una niña indefensa.
"Porque sos mi hermana menor, y eso te convierte automáticamente en la víctima perfecta para estas aventuras".
"¡Qué malvado!"
Sabía que, aparte de estudiar para ser profesora de música, ella por un año estuvo practicando teatro para ser profesora suplente de esa materia en el colegio secundario. Pero esto... Lo cierto es que me gusta que sea así.
Mirella seguía ahí, mirándonos como si esperara que le dijéramos algo más.
"No vayas a decírselo a nadie, ¡eh!"
"¡Te aseguro que no romperé esta promesa!"
"Está bien, vamos entonces".
Mirella volvió a liderar el camino mientras empezamos a ir por el borde del arroyo.
Nunca supe bien del todo por qué nunca exploramos esta parte de lo que ya terminaba siendo una selva. Aunque bueno, yo tampoco puedo afirmar tanto eso porque no salgo con ellos a cazar y recolectar frutas.
"¿Falta mucho?" Preguntó Lucía en tono de broma, aunque su mirada curiosa delataba que estaba disfrutando de la aventura tanto como nosotros.
"¡Ya casi llegamos!" Respondió Mirella desde adelante, girándose en el aire para mirarnos con una sonrisa que reflejaba su emoción.
Sus alas brillaban débilmente con la luz que se filtraba a través de los árboles, como si absorbieran la misma esencia del bosque.
El arroyo, que hasta ese momento había sido una compañía constante y tranquila, comenzó a dividirse en dos corrientes. Una seguía su curso hacia adelante, mientras la otra se desviaba hacia la izquierda, adentrándose en la penumbra de lo que parecía ser la entrada a una cueva inmensa. El aire cambió de inmediato; una corriente fresca emanaba del interior, cargada de un leve aroma a humedad y piedra.
"Es aquí hasta donde exploré", anunció Mirella, deteniéndose justo en la entrada de la cueva y girándose hacia nosotros con un gesto triunfal.
"¡Tampoco exploré tanto! ¡No fui tan mala amiga!"
"Tranquila, Mirella", respondí con una sonrisa.
"¿Acá? ¿Una cueva?" Preguntó Lucía, arqueando una ceja mientras examinaba la abertura.
Observé un poco el interior luego de soltarle la mano a mi mamá-hermana.
"Parece que sí".
La entrada era lo suficientemente grande como para que un elefante pudiera pasar cómodamente, pero lo que llamaba la atención era el resplandor tenue que emanaba desde el interior, por el suelo. Las partículas mágicas que solían ser casi imperceptibles en el agua mágica ahora brillaban con intensidad bajo la oscuridad del lugar.
"Es más que una simple cueva, ya verás", aseguró Mirella, mientras comenzaba a avanzar.
"¿No era que hasta acá llegaste?"
"Bueno, sí... Hasta llegar al fondo".
"Vamos, entonces", dije, volviendo a agarrar la mano de Lucía.
Mirella puso una bola de luz en el aire que la seguía a ella, revelando los detalles del interior. Las paredes de la cueva estaban con un poco de musgo y había estalactitas muy grandes que colgaban desde el techo.
Lucía me miró con unos nervios fingidos antes de agarrarse de mi brazo.
"¿Estás seguro de que no hay nada peligroso aquí?"
"¿Qué puede pasar con Mirella como guía?" Respondí, tratando de sonar despreocupado, aunque una pequeña parte de mí no podía ignorar la sensación de inquietud que me provocaba este lugar. Era hermoso, sí, pero también tenía algo... familiar.
Conforme avanzábamos, el sonido del agua se hacía más profundo al haber más eco y el zumbido de las alas de Mirella se escuchaba más fuerte.
Espera... ¿Esta no será la cueva que llevaría a la parte subterránea de los gnomos? Recuerdo haberla visto cuando me quedé solo al buscar a Forn. Esta cueva debería llegar a aquel segundo lugar que se parece al anterior santuario de Aya.
"Mirella, creo que esta cueva lleva a un lugar que se parece al anterior santuario de Aya. Pero no al que entramos y vos estabas pintando tu pelo de rojo, sino que este es otro igual".
Mirella detuvo su vuelo al escucharme. Su figura pequeña se giró lentamente hacia mí, y su expresión dulce y radiante se transformó en algo que mezclaba decepción y enojo. Su ceño fruncido dejó en claro que algo había herido su orgullo.
"¿Cómo que 'esta cueva lleva a un lugar que ya viste'?" Comenzó, remarcando cada palabra como si fueran cuchillos que me lanzaba. Su voz, normalmente ligera y juguetona, ahora tenía un filo que hacía rato no veía.
"¿Eso significa que ya investigaste este lugar sin mí? ¿Sin tu mejor amiga, la única que sabe de esto? ¡Luciano, eso es imperdonable!"
"Eh... No es lo que parece, Mirella", intenté aclarar, levantando las manos en un gesto conciliador.
"Yo no vine por acá, vine por... otros pasadizos subterráneos. Ni siquiera sabía que este arroyo llevaba a la misma cueva".
Lo último era casi una mentira, porque yo ya sabía que llegaba agua mágica al final.
"¡Oh, claro! Pasadizos subterráneos. ¡Qué conveniente! ¿Y cuándo planeabas decirme que andabas explorando solo?" Respondió, dando un par de vueltas rápidas en el aire, como si necesitara moverse para desahogar su frustración.
"Fue algo inesperado, te lo juro. No es como si lo hubiera planeado. Solo ocurrió, ¿sí?"
"¡¿Solo ocurrió?!" Repitió ella, acercándose a mi rostro hasta que su diminuta nariz chocó contra la mía.
"¿Y qué más 'solo ocurre', eh? ¿Descubriste un lugar mágico? ¿Te enfrentaste a algún peligro sin siquiera pensar en llamarme?"
"Bueno, sí... y no", respondí, rascándome la nuca con incomodidad. Lucía me miraba con diversión, como si no supiera si debía intervenir o dejar que esta discusión siguiera.
"Mirella, fue cuando busqué a Forn. Terminé en ese lugar sin querer. Además, no vine por el arroyo, ni siquiera sabía de su... existencia".
"¡Eso no cambia nada! ¿Y si te hubieras metido en problemas? ¿Quién te habría protegido? Porque, obviamente, necesitas alguien que te cuide, ya que claramente no sabes cuidarte solo", continuó, con su voz subiendo de volumen. Sus mejillas estaban ahora encendidas de un rojo intenso, un contraste que hacía que su indignación se viera hasta... linda. Aunque no me atrevía a decírselo en este momento.
"Mirella, escucha... Yo sí me sé cuidar solo", traté de razonar, pero ella me interrumpió, alzando una mano diminuta.
"¡No, no quiero escuchar tus excusas! Si no me necesitas para estas cosas, ¿para qué estoy aquí, eh?" Preguntó, mirándome con los brazos abiertos como si esperara una respuesta que no podía darle.
Suspiré, tratando de mantener la calma.
"Mirella, eso no es justo. Por supuesto que te necesito. Esto no fue algo que planeara hacer solo, simplemente pasó. Además, vos siempre has sido mi compañera en todo. ¿Qué haría yo sin vos?"
Su expresión se suavizó un poco, aunque aún tenía los labios fruncidos.
"Pues más te vale que lo recuerdes, porque si vuelves a meterte en algo sin mí... no sé qué haré, pero no será agradable, ¿entendido?"
"¿Eso es una amenaza?"
Se escuchó un breve "uhhhh" proveniente de mi mamá.
"¡Claro que lo es!"
"¿Ah, sí? Te recuerdo que vos también viniste sola, y lo hiciste siendo consciente de lo que hacías... Encima, después viniste llorando como un bebé".
Le saqué la lengua y comencé a avanzar al trote a pesar de que no tenía luz.
"¡Ah, bueno! Así que yo ahora tengo la culpa de todo, ¿no?"
Ella me alcanzó rápidamente, volando a un costado de mi cara.
"¡Oye!"
Lucía, que había estado observando todo el intercambio, finalmente se atrevió a hablar, intentando contener una risa.
"¿Siempre son así ustedes dos? Porque es como ver una pareja discutiendo".
"¡¿Qué?! ¡No somos una pareja!" Exclamó Mirella, girándose rápidamente hacia Lucía con las mejillas aún más rojas.
"S-Solo somos mejores amigos..."
"Eh... Claro, claro", respondió ella, levantando las manos con inocencia fingida.
"Lo que vos digas".
"¡Vamos, sigamos explorando antes de que Luciano me haga enojar aún más!" Ordenó Mirella, agitándose en el aire.
Decidí que era mejor no contestar nada.
Hubo unos minutos de silencio hasta que Mirella habló, titubeando y sin mirarnos.
"¿Y c-cómo funciona lo de... escuchar partículas mágicas?"
Lucía tomó la palabra.
"No puedo verlas, pero Luciano dijo que están en los lugares donde yo escucho voces".
"C-Claro, voces..." Hizo una pausa, como si estuviera pensando si seguir.
"¿Y ahora estás escuchando... algo?"
"No, porque debo ponerme más cerca de ustedes o del agua".
"Ah, ya entiendo".
"Dale, Mirella, no hace falta que sigas haciéndote la enojada".
Mirella soltó un suspiro dramático.
"Bueno, al menos estamos juntos ahora, ¿verdad? Aunque algunos no valoren mi compañía como deberían..."
"Así que ahora tirás indirectas, ¿eh? Me quedo tranquilo entonces, porque yo siempre voy de frente".
Mirella seguía lanzándome miradas fugaces de indignación mientras volaba a mi lado. Su energía, normalmente chispeante y alegre, estaba teñida por una nube de molestia, y aunque sabía que no era nada grave, tampoco podía dejarlo pasar.
Me detuve un momento.
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"Mirella, vení acá", le dije, con un tono más serio del que estaba utilizando.
Se detuvo en el aire, sorprendida, y me miró sin avanzar.
"¿Qué? ¿Ahora qué vas a decir? ¿Otra excusa?"
Lucía también se detuvo, aunque su cara ahora era un poco más seria.
"No. Vení", repetí, esta vez señalando un punto justo frente a mí.
Dudó un momento, pero al final se cruzó de brazos y flotó hasta quedar a la altura de mi rostro.
"¿Qué quieres ahora?"
La miré directo a los ojos. Sus brillantes ojos verdes trataban de mantener esa fachada de enojo, pero noté cómo su mirada titubeaba.
"Escuchame bien, Mirella. Sé que te molesta que haya ido a ese lugar antes, y en cierta parte tenés razón. Quizás debería habértelo contado, pero no fue algo planeado. Ahora, quiero que entiendas una cosa: siempre te voy a necesitar. Sos mi compañera, mi mejor amiga y, te guste o no, alguien en quien confío más que en mí mismo a veces".
Ella parpadeó; su enojo parecía empezar a desmoronarse.
"¿Eh...?"
"Y te voy a decir otra cosa: cuando estés enojada conmigo, no hace falta que me tirés indirectas, porque eso es una de las únicas cosas que me molestan. ¿Estamos claros? Espero que sí, porque ya hablamos tantas veces de estas actitudes tuyas que ya me estoy empezando a cansar".
Por un momento, no dijo nada. Luego, su ceño se suavizó y dejó escapar un suspiro.
"Bueno... quizás... QUIZÁS fui un poco exagerada. Es que... me preocupo, ¿sabes? Y... no quiero que te pase nada".
"Sí, ya sé... El problema es que terminás exagerando las cosas por demás".
"¡Bueno, sí!" Empezó gritando mientras movía sus puñitos de arriba abajo.
"¡Es que me molesta no haber podido estar contigo!"
"Entonces seguimos siendo buenos amigos, ¿no?"
"¡Buenos no! ¡Mejores amigos!"
"Eso, eso. Somos los mejores amigos del mundo".
"¡Entonces ahora sí! ¡Vamos a ese tonto lugar y listo!"
Su tono todavía era fuerte, pero ya no parecía ser de enojo hacia mí.
"Sí, vamos".
Miré a Mirella, que ahora volaba tranquila a mi lado, aunque sus mejillas estaban un poco rojas. Lucía caminaba unos pasos detrás de mí; su expresión serena, como si se sintiera cómoda explorando este lugar desconocido con nosotros. La tensión de la discusión con Mirella se había disipado, y el aire volvía a sentirse menos pesado.
"Perdón por hacerte esperar, hermana menor", dije, volviendo a mirar hacia atrás.
"No tengo ningún problema con eso, hermano mayor".
Al llegar a la zona amplia, el sentimiento de vacío que reflejaba me hizo preguntar qué carajos estábamos haciendo acá, que para qué terminamos bajando tantos metros para encontrarnos con un lugar en el que no necesitábamos estar.
A pesar de eso, era bueno que Lucía lo supiera.
"Mirella, creo que al final ya habíamos estado acá los dos. En este lugar liberamos a Forn".
"Sí..."
Ya lo he dicho un montón de veces, pero nunca está de más recordar que el 'santuario' de Aya, al igual que este lugar, es una especie de ortoedro con las paredes de roca con irregularidades. Siempre lo asocié más a un búnker que a otra cosa.
"Es como el santuario de Aya", comentó mi mamá.
"¿Por qué se ve igual?"
"Debe ser por culpa de los gnomos", respondí.
"¿Qué preferirían hacer ahora? Tenemos dos opciones: podríamos intentar rastrear a los gnomos, ver si todavía están en esta zona y qué están tramando... o podríamos seguir explorando por donde seguía el arroyo y ver hasta dónde nos lleva".
"¡Claro que no quiero ir con Forn! ¿Ya te olvidaste lo que él dijo de ti?"
"Ah, Forn..." Murmuré.
"Ahora que lo pienso mejor, deberíamos seguir el arroyo, porque si nos demoramos mucho, Rundia se va a preocupar por Lucía".
"¡Obvio que sí, si nos la llevamos a la fuerza!"
"Mirella, tenés que tranquilizarte un poco", dijo Lucía, con un tono conciliador.
De pronto abrió los brazos.
"Ven, dame un abrazo".
"B-Bueno".
Volando lentamente, se dejó caer sobre su pecho y ahí se quedaron abrazadas por unos segundos.
"Tus voces dicen que debes portarte mejor".
"¿Las voces? ¿En serio?"
La niña asintió.
Mirella empezó a juguetear con sus manos.
"Está bien... Seré una buena hada a partir de ahora".
"Siempre decís lo mismo", acoté.
Mirella se acercó volando a mí. Por un momento la bola de luz titiló.
"Luciano... yo..." Bajó la mirada por un momento, sus manos diminutas jugueteando con el dobladillo de su vestido celeste.
"Sé que siempre digo que voy a portarme mejor y luego hago las mismas tonterías. Pero esta vez lo digo en serio. Fui demasiado lejos. Estaba tan... molesta, porque no quiero que nada te haga daño".
Me quedé mirándola. Esta escena se había repetido tantas veces que ya no sabía de qué otra manera responderle.
"No hace falta que te preocupes tanto por mí, Mirella. Yo soy fuerte".
Lucía, que había estado observando, sonrió con ternura.
"Eso fue muy valiente, Mirella. A veces, reconocer nuestros errores es más difícil que cualquier pelea".
"Sí, supongo que sí..." Respondió Mirella, su voz recuperando algo de su tono habitual. Luego, flotó hasta mi hombro y se posó allí.
"Gracias, Luciano. Prometo que voy a intentar, de verdad, ser mejor".
Le di un suave golpecito con el dedo en la cabeza.
"Lo sé, Mirella. Pero tampoco te preocupes tanto por ser perfecta".
Ella se acercó tanto a mi oído que pude sentir su respiración haciéndome cosquillas.
"Sí seré perfecta... Solo para ti".
Con una risita de por medio, dio un salto y se fue en dirección a la salida.
La bola de luz que rodeaba a Mirella comenzó a disminuir su intensidad mientras se alejaba, flotando hacia la salida de aquel lugar. La vi avanzar con movimientos erráticos, como si la emoción que acababa de confesar la dejara un poco aturdida.
Me quedé mirando en silencio.
¿Por qué Mirella a veces se comporta así conmigo? Esa era una pregunta que siempre rondaba mi cabeza, pero a la que nunca lograba darle una respuesta definitiva. Desde que la liberé de aquella piedra, su lealtad hacia mí había sido absoluta, casi obsesiva. Pero había momentos en los que esa lealtad daba paso a algo más... algo que me costaba entender.
Mientras la luz se hacía más distante, mis pensamientos se amontonaban uno sobre otro. ¿Qué esperaba ella de mí? ¿Un agradecimiento eterno por haberla salvado? ¿Un tipo de vínculo que yo no entendía aún?
Mirella era más que una simple hada compañera; había estado conmigo en los momentos más difíciles y, a su manera, siempre intentaba protegerme. Pero su forma de actuar… esa manera de volcar toda su atención en mí, a veces me resultaba abrumadora.
Lucía me sacó de mi ensimismamiento cuando se acercó y tiró suavemente de mi mano.
"Hermano mayor, ¿estás bien?" Preguntó, con sus ojos oscuros brillando bajo la luz tenue de la cueva. Había un toque de preocupación en su voz, como si percibiera mis pensamientos.
"Sí, estoy bien, solo… pensando en Mirella".
Mi respuesta salió más automática de lo que quería, pero Lucía sonrió, como si entendiera más de lo que yo había dicho.
Ella bajó la mirada, pensativa.
"Creo que Mirella te quiere mucho, y a veces no sabe cómo mostrarlo. Por eso se esfuerza tanto… pero creo que también tiene miedo. Miedo de que te alejes de ella".
"Mmm..."
¿Alejarme de Mirella? Jamás había pasado por mi cabeza algo así. Ella siempre había estado a mi lado, como una especie de constante en este mundo caótico. Pero… ¿Podría ser eso lo que alimentaba sus comportamientos? ¿Un temor latente a perder ese vínculo que compartíamos?
Volví la vista a la salida del lugar, donde la luz de Mirella se había reducido a un pequeño punto, como una estrella a punto de extinguirse.
"¿Qué hacemos ahora?" Preguntó Lucía, interrumpiendo nuevamente mis reflexiones.
Le di una sonrisa para tranquilizarla.
"Seguimos. No podemos quedarnos aquí todo el día. Mirella nos está esperando afuera".
Tomé su mano, y comenzamos a avanzar por el mismo camino por el que Mirella se había ido.
Yo, por lo pronto, esperaba no tener que volver a ver a Mirella comportarse de esa forma.
Al final salimos de la cueva y seguimos por el camino junto al arroyo, donde Mirella en un momento nos salvó matando una serpiente, la cual cargué para la vuelta. Al menos sería de utilidad para no quedar tan mal si nos preguntan por qué nos demoramos tanto.
Después de caminar como por veinte minutos, terminamos llegando a un lugar extraño... Era un claro donde había un hueco con forma de círculo casi perfecto y de más o menos cinco metros de diámetro. Dentro de él estaba el agua a nivel que se conectaba con el arroyo y había muchas, pero muchas, partículas mágicas en el agua.
Había algo inquietante pero fascinante en el lugar. Las partículas mágicas se movían más rápido de lo normal bajo y sobre el agua, formando patrones irregulares que parecían casi deliberados. No era algo que se viera todos los días, incluso en este mundo.
A todo esto, ¿cómo es que de acá sale el agua mágica? No tiene sentido que un arroyo se forme en un lugar plano.
"Qué increíble..." Murmuró Mirella, quedándose quieta en el aire.
Lucía avanzó unos pasos, observando el agua con curiosidad.
"Este lugar se ve raro", murmuró, mientras una brisa ligera acariciaba su cabello oscuro.
"Lucía", dije, acercándome a ella mientras señalaba el agua.
"¿Ves algo especial en el agua?"
"Ya sabés que no puedo".
"Cierto... ¿Pero podrías escuchar las voces? En esta parte hay muchas partículas".
"Está bien".
Caminó hasta el borde del hueco, arrodillándose lentamente. Cerró los ojos y puso el oído sobre el agua, dejando que el silencio del claro la envolviera.
Por un momento, todo quedó en calma.
Mientras tanto, Mirella se quedó en silencio mientras se posaba lentamente al lado de ella. De vez en cuando intentaba poner la oreja, pero claramente no iba a escuchar nada.
"Están hablando", dijo mi mamá con voz baja, casi un susurro.
"Sus voces son suaves, pero las entiendo. Están diciendo… 'Luciano'. Te están llamando".
"¿Otra vez?"
"Sí".
"¡Luciano, eso parece ser algo increíble!"
"¿Y qué dicen sobre mí?"
"Te están llamando, hermano mayor", comenzó diciendo, con un tono exageradamente misterioso.
"Dicen que… que eres su esperanza. Que necesitan que vengas aquí, al agua".
"¿Tienen un motivo?"
"No".
¿Qué perdía al hacerles caso? Las partículas mágicas habían hecho llevadera esta nueva vida en este extraño mundo, así que intentar devolverles una pequeña parte de su ayuda no estaría mal. Tampoco creo que tengan malas intenciones... Bah, en realidad ni siquiera sabemos si son seres vivos.
"Ahí voy", respondí finalmente mientras me arrodillaba en el borde, quedando Mirella en medio de los dos.
"¿Te dieron alguna instrucción?"
"No".
Supongo que solo debo meter una parte del cuerpo dentro... Como siempre.
Cuando metí la mano derecha dentro de la calmada agua, fue extremadamente fuera de lo común lo que pasó: todas las partículas que rondaban por el lugar, hasta las más lejanas, se amontonaron contra mi mano.
De pronto mi mamá se sobresaltó y se tapó los oídos con las palmas de las manos.
"¡Ahhh! ¡Están gritando muy fuerte!"
En ese momento, quise quitar la mano para intentar ver si ella se encontraba bien, pero Mirella me detuvo; ella me sostenía con la mayor fuerza que podía hacer con sus dos manos.
"¡Yo me encargo de ella, tú concéntrate en las partículas!" Gritó y me soltó, corriendo hacia Lucía, que se notaba media aturdida mientras yacía arrodillada sobre el suelo.
Solo me limité a asentir mientras pensaba por qué estas cosas amarillas estaban tan desesperadas por estar a mi lado a pesar de que ya no podían unirse más a mí, ya estaba en ese límite imaginario que estaba impuesto sobre cada cuerpo de los seres que podemos usar magia.
Sentí cómo las partículas mágicas se acumulaban alrededor de mi mano como si fueran un enjambre vivo, vibrando con intensidad. Su luminosidad amarilla seguía brillando con fuerza, iluminando incluso el aire a mi alrededor. Mis dedos se entumecieron por la presión; era como si todo el arroyo quisiera converger en mí.
"¿Q-Qué hago? ¿Sigo?" Pregunté al aire, algo nervioso, pero ninguna de las dos parecía estar prestando atención a lo que sucedía en el agua.
Jamás había experimentado algo tan sin sentido como esto...
De un momento a otro, las partículas comenzaron a cambiar de color, pasando de amarillo a un suave rosa que irradiaba una calidez extraña hacia mi cuerpo. ¿Era amor?
Mi mamá se levantó y se alejó un poco de la escena, apoyándose contra un árbol.
"¡Ahhh! ¡Ya cállense! ¡Ya dejen de hablar tanto de Luciano!"
Antes de que Mirella volara junto a ella, la detuve con un grito.
"¡Mirella, mirá! ¡Las partículas cambiaron de color!"
Ella ya estaba en el aire cuando se dio la vuelta.
"¡¿Qué?! ¿Eso es bueno?"
"No tengo la más mínima idea..."
Mi mano, aunque rodeada por aquella energía, no sentía dolor, sino una extraña mezcla de cosquilleo y presión, como si estuvieran tratando de fusionarse conmigo.
De pronto, el rosa dio paso a un negro profundo... Se sentía como algo malo, como si, por tan solo un instante, ellas fueran el enemigo. Sentí un escalofrío recorrer mi columna.
"¡Son negras!"
El negro no duró mucho; en cuestión de segundos, el color volvió al amarillo inicial, pero no se dispersaron. En su lugar, se movieron con una fuerza todavía mayor, envolviendo mi brazo y comenzando a cubrir todo mi cuerpo. Las partículas claramente no eran sólidas, pero sentía el peso de su poder.
A pesar de todo, una parte de mí no podía evitar sentirse emocionada.
"¡Luciano! ¡Ellas están subiendo más rápido! ¡Dime si estás bien!"
"¡Estoy más que bien!" Respondí mientras una sonrisa se formaba en el rostro.
Al final me dejé caer sobre el pasto, dejando que ellas envolvieran el aire a mi alrededor.
Creo que apenas pasaron unos segundos hasta que hubo un estallido de energía desde mi pecho, como si una onda invisible hubiera sido liberada desde el centro de mi ser. Las partículas, en sincronía, fueron repelidas con fuerza hacia arriba, esparciéndose por el aire como si una fuerza invisible las hubiera expulsado. Quedaron flotando por un momento, cayendo como copos de nieve, antes de regresar al arroyo, calmadas y dispersas como si todo lo ocurrido nunca hubiese pasado.
Dejé caer mi vista hacia un costado y vi a Mirella avanzando hasta apoyarse sobre mi pecho.
"¿Estás... bien?"
"Yo..."
Las palabras se quedaron trabadas en mi boca. No sé en qué momento sucedió, pero me encontraba jadeando con la lengua afuera.
"Sí, estoy bien", contesté finalmente, recomponiéndome sobre el suelo.
Lucía se acercó tambaleándose. Todavía parecía mareada.
"Hermano... eso fue raro", murmuró.
"Las voces… Ya no las escucho, como debería ser".
"Menos mal... Solo espero que esto no haya sido nada malo".
Al final cargué la serpiente muerta en mi hombro y volvimos a casa. Debo decir que estuvimos un poco callados los tres. Creo que fue un momento de demasiada confusión, porque cada uno estaba metido en una cosa distinta. Para colmo, Mirella y yo no escuchamos las voces y mi mamá no ve las partículas, así que fue un lío.
Al menos Rundia y Rin no se molestaron tanto como yo pensaba. Me parece que más que todo fue porque Mirella y yo podemos usar magia, y eso tranquiliza un poco con respecto a la seguridad de quienes nos acompañan.
***
Pasó un mes desde que recorrimos el misterioso arroyo hasta el final. Todavía me da un poco de repelús el pensar en lo extraño que fue todo ese momento a pesar de que lo disfruté mientras sucedía...
Tampoco tiene lógica que el agua de un arroyo se genere en un terreno llano, ¿no?
No creo volver ahí por un buen tiempo.
Lo importante es que en este preciso instante estamos transportando bayas de roclora rojas y moradas en uno de los recipientes de arcilla para plantarlas. No sin antes arar la tierra en el lugarcito ese donde quité los árboles.
Cuando hablo de 'estamos', es porque estoy junto a Tariq, Rin y Aya, los cuales hablé personalmente para que, con sus potencias físicas, me ayuden en esto.
Ayer ya había hecho tres azadones y un rastrillo, así que vamos a ver qué tal.
Llegamos al lugar y la tierra estaba húmeda y blandita después de la última lluvia. Creo que fue hace un día y medio, así que por eso estoy aprovechando de hacer esto ahora.
“Bueno, empecemos con lo básico”, dije sin perder mucho tiempo, levantando uno de los azadones de madera y piedra que había hecho. El mango de madera era lo suficientemente grueso para un buen agarre, pero no tan pesado como para ser incómodo. Lo balanceé un poco, mostrando cómo se usaba. “Esto se llam... Lo llamé azadón. Es para romper la tierra y prepararla, y créanme, funciona mucho mejor que hacerlo con las manos”.
Rin tomó uno y lo examinó con curiosidad, pasando los dedos por la madera pulida.
“¿Y dices que con esto es más rápido que cavar con ramas o nuestras manos?” Preguntó, inclinando la cabeza con una ceja levantada.
"No es que sea más rápido para cavar, sino que sirve para romper la tierra, como dije antes".
Antes de que surgiera alguna pregunta, seguí hablando.
"La tierra se rompe para quitar todo lo que haya crecido antes. En este caso sería el pasto. Entonces así podremos hacer crecer cosas nuevas".
"Ahhh..." Se escuchó al unísono.
Entonces tomé el rastrillo.
“Esto, en cambio, lo llamo rastrillo. Es para nivelar la tierra después de usar el azadón. Así las semillas tendrán una base pareja y suave para crecer.”
Aya dio un paso adelante, con las manos juntas sobre su obi rojo.
“Luciano, ¿por qué la tierra necesita estar nivelada? Si las plantas son fuertes, ¿no deberían poder crecer en cualquier lugar como en el bosque? Y aparte, ¿qué son las sem... semi...?”
Ahhh... Aya no sabe qué es porque nunca come frutas, ¿no? Supongo que los demás sí saben el nombre.
Sonreí.
“No es que no puedan, pero al nivelar la tierra les das la mejor oportunidad. Es como cuando construimos la casa: necesitás un suelo firme para que no se derrumbe. Pensá en esto como darles a las plantas su mejor oportunidad de vivir.
Y las semillas son…”
Una nueva pregunta cortó mis palabras.
“¿¡Plantas vivas…!? Entonces, ¿son como nosotros?”
“Exacto”.
Me acerqué al recipiente de arcilla donde llevábamos las bayas de roclora. Agarré una roja, redonda y jugosa... Bueno, realmente no debería pensar así de ellas, porque se supone que no se pueden comer.
La sostuve en alto para que todos la vieran.
“Esto es un fruto que nos brinda la naturaleza, pero dentro tiene una semilla. Es como… la forma en la que las plantas tienen hijos”.
Hoy debía tener paciencia para responder como mejor pudiera sus preguntas, porque este era, probablemente, el comienzo de uno de los mayores avances para que se formara una civilización.