Hay veces que no puedo comprender la magnitud y la grandeza que este mundo puede generar de las cosas más pequeñas, y eso que solo estábamos pasando un tiempo de descanso con mi familia junto al arroyo. Tan solo mamá estaba bañando a mi hermana con el agua mágica.
Pero justo de ahí viene el dilema... ¿Cómo es que a mi hermana no se le transfieren las partículas mágicas? Esa era la pregunta que andaba dando vueltas en mi cabeza. Porque, observándola bien, ella tiene... una pestaña roja en su párpado derecho.
Ese era mi gran descubrimiento de hoy. Ese detalle, que podría haber pasado desapercibido para cualquier otro, para mí era una alarma que resonaba más fuerte que nunca.
Que ingeniosa manera de ocultarlo, Sariah. Ya sabías que ella tendría el cabello negro y entonces decidiste hacérmelo lo más difícil posible. Me encanta que seas así y sé que estás escuchando mis pensamientos en este momento.
Me quedé mirándola por unos segundos, intentando detectar por qué no sucedía la transferencia de partículas mágicas a pesar de tener una pestaña roja. ¡Ella debería poder usar magia!
¿Y si es un juego de Sariah para confundirme? Tal vez modificó de alguna forma su cuerpo para que la tuviera así... No, eso sería demasiado macabro.
Debo ser paciente, esperar e intentar decirle algunas indirectas mientras nadie se encuentre cerca. Sí realmente viene de mi mismo mundo, entenderá a la primera lo que le digo. Recuerdo que apenas nació, reaccionó casi que instintivamente a mi nombre.
Desvié la mirada hacia Mirella, que se encontraba flotando sobre el agua, desinteresada por mí en este momento.
"Mirella, cuidado que no te entre agua a la boca y nariz".
"Pero es que esta agua es tan rica..." Respondió, sin hacerme caso.
"Solo deberías tomarla cuando te haga falta, no por diversión".
Mirella no contestó y se alejó más de la escena.
¿Cómo podría preguntarle a Lucía sobre si es una reencarnada? Saríah sería el nexo entre nosotros dos. Tal vez hablar sobre ella funcione.
¿Y si le toco la pestaña roja? Debería sentir esa electricidad recorriendo su cuerpo. La misma que yo siento cuando tocan mi pelo rojo.
Si Lucía realmente viene del mismo lugar que yo, eso cambiaría todo... pero, ¿qué tipo de vida habría tenido allá?
Mamá, mientras tanto, seguía bañando a Lucía, ajena a mi tormento interno. Me sentía como si estuviera en medio de un rompecabezas gigantesco, donde cada pieza que encajaba me llevaba a nuevas preguntas en lugar de respuestas. Quería decirle lo que estaba pensando, pero claramente no podía hacerlo.
"Ya está mucho más tranquila", dijo con una sonrisa cansada.
Fingí una risa entrecortada antes de contestar.
"Sí, un baño siempre viene bien para cambiar los ánimos".
Un suspiro pesado escapó de mis labios mientras me frotaba los pies mojados, observando cómo el agua cristalina fluía. Todo este asunto de la magia, de las partículas, de las reencarnaciones... era abrumador. Cada vez que pensaba que tenía una pizca de control sobre la situación, algo nuevo se revelaba y me volvía a colocar en un estado de confusión. Como si Sariah estuviera jugando conmigo, moviendo las piezas en un tablero invisible.
A todo esto, nos habíamos sentado al borde del arroyo sin fijarnos si estaban las hormigas mortales.
"Mañana puedes salir con Mirella si quieres. ¿Qué te parece?"
"¿Y quién se va a quedar contigo en la cueva?"
"Hijo... No te preocupes tanto, el lugar ya es seguro, ¿no? Solo me quedaré con Tarún y ya".
"¿Tarún no sale?"
"Anya ya le preguntó varias veces, pero él elige quedarse dentro, al menos por ahora".
"Solo espero que no sea por miedo".
"No sé... Igualmente, todavía es un niño".
"Bueno, gracias por darme permiso para salir".
"Solo pórtense bien, ¿sí?"
"Claro.
Mamá, ¿crees que Lucía será especial cuando crezca?" Pregunté, cambiando de tema y tratando de sondear un poco más sin levantar sospechas.
"Los dos son especiales para mí".
Me quedé en silencio ante la respuesta de mamá, que aunque dulce, no respondía a la duda que me estaba carcomiendo por dentro.
"¿Estás bien, hijo? Pareces preocupado", me preguntó, con una mirada cálida que conocía demasiado bien.
"Sí, solo pensaba en lo rápido que está creciendo Lucía", mentí, mientras me rascaba la nuca.
"A veces siento que se me escapan los días y que no llego a disfrutar todo lo que quisiera con ella".
"Siempre te preocupas demasiado. Pero sí, Lucía está creciendo bastante rápido, ¿no? El otro día quería gatear".
¿Gatear? No me había percatado de eso... Solo tiene cinco meses, eso sería imposible para un bebé común.
"C-Claro... Parece que va a ser una niña muy activa".
Mirella, desde el arroyo, se levantó del agua sacudiéndose el cabello mojado y flotando hacia mí con una expresión divertida.
"Luciano, te estás perdiendo de lo mejor. El agua está deliciosa hoy", dijo, con esa chispa traviesa que siempre llevaba consigo.
"Te dije que no tomaras tanta", le respondí, en un tono medio en broma, medio serio.
Mirella hizo una mueca, pero no insistió. En cambio, se posó sobre mi rodilla, empapada, y me miró con curiosidad. Sabía que Mirella era perceptiva, incluso si no siempre entendía las complicaciones de mis pensamientos.
"Mirella, ¿no sabés si Aya puso alguna barrera en nuestra cueva?"
Se quedó unos segundos mirándome.
"No tengo idea. ¿Quieres que se lo pregunte?"
"No, ya se lo pregunto yo después, gracias igual".
"Bueno, ya es hora de volver a la cueva", dijo mamá, levantándose con Lucía en brazos.
"El día ha sido largo y seguro que ella está cansada".
"Sí, vamos. En cualquier momento se hace de noche".
El sol comenzaba a ponerse y el arroyo adquiría un tono dorado, reflejando un trozo cielo anaranjado junto a los altos árboles. Todo parecía tan pacífico en ese momento, pero sabía que esa calma era engañosa. Mi mente seguía divagando, buscando una forma de confirmar lo que sospechaba sin levantar alarmas.
Al día siguiente, desperté antes de que el sol alcanzara su punto más alto en el cielo. Lo primero que hice fue buscarla con la mirada. Lucía dormía tranquilamente en los brazos de mamá, mientras Mirella, con una energía desbordante como siempre, flotaba cerca de la entrada junto a Aya, esperando a que le dijera algo. Era raro verla despertarse antes que yo.
Me estiré y me puse de pie, sintiendo los músculos algo tensos de haber dormido en el suelo. Todavía estaba pensando en lo que había pasado el día anterior. La idea de que Lucía fuera una reencarnada no me dejaba en paz, pero tenía que jugar bien mis cartas. No podía precipitarme, mucho menos frente a mamá o los demás. No hay apuro, hay tiempo de sobra.
Comí un desayuno de frutas rápidamente y me movilicé hacia la salida.
"Mirella, ¿lista para salir?" Pregunté, sabiendo perfectamente la respuesta.
"¡Por supuesto!" Gritó, volando alrededor mío, haciendo pequeños giros en el aire.
"¿Dónde vamos hoy? ¿A cazar? ¿A explorar alguna cueva nueva?"
"Si ya sabés que yo no cazo".
"Ah, por cierto, Aya dice que si quieres que ella ponga una barrera justo en la entrada de la cueva".
"Mejor la llamo a ella".
Aya mientras tanto estaba sentada cruzada de piernas justo en la entrada de la cueva, mirando hacia fuera.
"¡Hey, Aya! ¿Podés venir un momento?"
Aya giró la cabeza lentamente al escuchar su nombre. Con una gracia natural, se puso de pie y caminó hacia nosotros.
"¿Sí? ¿Es por el tema de la barrera?"
"Sí, me gustaría saber un poco más sobre tu magia, sobre sus límites".
Mirella se puso sobre mi cabeza mientras esperábamos su respuesta.
"Claro, mis barreras son muy poderosas".
Se quedó ahí, no dijo nada más.
"Sí, tus barreras son increíbles, solo que yo quiero saber hasta cuantas podés poner y si tienen alguna duración máxima".
"Claro, mis barreras se quedan ahí hasta que yo decido quitarlas o se rompen. No sé hasta cuantas puedo poner, pero sí se me hacía complicado mantener las cuatro del santuario. Es como si se me hiciera más difícil crearlas cuando hay varias de gran tamaño".
"Entiendo. También podés moverlas, ¿no? Como cuando lo hiciste contra los hombres pájaro en el santuario".
Sus cinco colas se comenzaron a mover a mayor intensidad detrás de ella.
"Creo que solo se puede si el suelo es perfecto. Es la primera vez que lo hacía y me consumió toda mi magia".
Yo había alisado el piso... Que suerte que se me ocurrió hacerlo, lo cierto es que tenía mucho tiempo libre.
Antes de que pudiera responder, Mirella se me adelantó.
"¡Eso es porque Luciano había tocado el suelo del santuario!"
Las colas de Aya comenzaron a moverse aun más fuerte. ¿Qué le pasa?
"Luciano, ¿tienes algo más para decirme?"
"Ah, sí. Quiero saber si podés poner una barrera doble en la entrada de la cueva".
Ella frunció el seño ligeramente, pero su tono seguía siendo calmado a pesar de su apariencia externa.
"¿Doble barrera? Explícame mejor".
"Lo que quiero decir que pongas dos barreras con una separación muy pequeña".
A todo esto, Mirella se seguía acomodando sobre mi cabello, como si fuera un colchón en el que ella podía recostarse plácidamente.
"Una barrera doble... No lo he intentado antes, pero supongo que debería ser posible. Eso sí, me consumirá mucho tiempo hacer una barrera que sea perfecta en tamaño y forma".
"No importa, tómate tu tiempo. Lo importante es que quedemos protegidos, nunca se sabe qué criaturas o personas podrían intentar algo. Quiero estar preparado, eso es todo".
"Está bien, lo haré en los días que no tengamos que salir a buscar la comida para ustedes".
"Gracias".
Con eso dicho, Mirella volvió a revolotear alrededor mío, claramente impaciente por moverse. Ella nunca era del tipo de quedarse quieta mucho tiempo, y yo tampoco podía culparla. El aire fresco de la mañana me hacía sentir algo más despejado. Sabía que pronto tendría que enfrentar esta duda, pero por ahora, solo quería mantener a todos seguros y esperar el momento adecuado para actuar.
"Bueno, Mirella", dije mientras caminábamos por entre los árboles.
"Veamos si encontramos algo interesante hoy".
"¿Crees que encontraremos a alguien?"
"Es una posibilidad".
En los últimos días, parecía haber más movimiento en el bosque. A veces, desde dentro de nuestra cueva, me parecía ver gente que iba y venía por senderos que antes estaban vacíos. Desde la muerte de los hombres pájaro, había una especie movimiento extraño. Era lógico suponer que la noticia se había esparcido y los pocos que vivían en la región ahora sabían que ellos ya no estaban. No sé con exactitud qué relación tenían con los humanos en general, pero si estaban dispuestos a comerse a uno...
Aya, cuando contó sobre el rey demonio, dijo que había escuchado varios rumores de otras personas, solo que hasta ahora yo no he conocido a nadie más que los que están en mi grupo. Me gustaría seguir conociendo gente, porque a veces siento que estamos demasiado solos y eso no me agrada.
Mirella volaba en círculos a mi alrededor mientras yo pensaba, de vez en cuando tirándome alguna ramita pequeña o una hoja para molestarme. Tenía esa energía infantil que no la dejaba quedarse quieta. A veces me preocupaba que su entusiasmo la metiera en problemas, pero por ahora solo parecía disfrutar de nuestra pequeña aventura.
Mientras seguíamos caminando sin rumbo, Mirella volvió a hablar.
"¿Sabes? El otro día, cuando yo estaba volando por sobre los árboles para buscar comida, noté que había otras personas por el bosque. Solo que se me olvidó decírselo a ustedes".
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"Creo que es por la muerte de los hombres pájaro. Cuando algo tan grande ocurre, la gente se mueve, busca respuestas, trata de entender qué pasó".
Mirella asintió, aunque no parecía completamente convencida.
"¿Pero no se supone que eso fue hace tiempo ya? ¿Por qué todavía estarían preocupados?"
"Porque no se trata solo de los hombres pájaro. Es lo que ellos representaban, Mirella. Si algo tan peligroso puede morir, significa que hay algo más fuerte, algo que pudo matarlos... Y eso asusta. Bueno, eso pensaría yo".
Mirella se quedó en silencio unos segundos, procesando lo que había dicho, y luego asintió lentamente.
"Entiendo... ¿Y crees que eso nos traerá problemas?"
"Bueno... si se enteraran de que vos fuiste la culpable..." Dije en un tono de broma, para ver si le causaba miedo.
Mirella, al escucharme, se detuvo de inmediato en el aire y abrió los ojos de par en par. Pude ver el brillo en sus ojos verdes tornarse algo inquieto por un segundo, pero rápidamente volvió a su expresión juguetona, aunque con una pequeña risa nerviosa de por medio.
"¿Qué dices? ¡Ja! ¡Ellos ni siquiera lo sabrían! Además, no me atraparán... soy demasiado rápida para eso".
Lo cierto es que era imposible que alguien hubiera descubierto que fuimos nosotros, pues el santuario se vino abajo y sus cenizas y cuerpos quedaron allí.
Aunque los gnomos... podrían haber dicho algo, desaparecieron de la nada y no los volvimos a ver.
"Era solo una broma, todo está bien. Ahora centrémonos en explorar y buscar algo de frutas".
"¡Está bien! Voy a buscarte algunas nañas".
De un momento a otro, la perdí por entre las hojas de los árboles.
La idea era no dejarme solo... Bueno, no importa.
Mientras iba caminando solo en lo que ya se convertía en una selva, sentí un poco de temor. No sé si porque me acostumbré a estar acompañado o por las malas experiencias que tuve en este lugar. A veces me siento demasiado desprotegido.
Mirella no tardó mucho en volver con dos nañas entre los brazos.
"¿No era que se te hacían pesadas? ¿Cómo es que ahora podes cargar dos al mismo tiempo?"
"¡Oye! ¿No me vas a dar las gracias?"
"Sí, sí. Gracias, mi querida Mirella".
Ella se me acercó y me las entregó en la mano.
"Simplemente pude agarrarlas y ya. No sé que tiene de malo".
"Yo no dije que tenía algo de malo", respondí, estirando la palma de mi mano izquierda para que se posara en ella.
Necesitaba saber si algo había cambiado en ella.
Casi como si fuera por instinto, ella se posó elegantemente sobre ella.
"¿Qué quieres?"
De inmediato noté algo que me descolocó. No era solo su energía juguetona o su sonrisa traviesa, era algo más... algo que no había percibido antes. Su vestido celeste, que siempre le había quedado suelto y fluido, ahora parecía un poco más ajustado, marcando suavemente las curvas de su cuerpo.
"¿Vos estás creciendo?"
"¿Creciendo?"
"Sí, como que te veo diferente... no sé. Tal vez es solo mi imaginación, pero hay algo que cambió en vos, Mirella", le respondí, observándola de cerca.
"Tu ropa te queda más pequeña".
Lo cierto era que se veía apenas más alta. Realmente no le veo mucho sentido a esto. ¿De repente iba a comenzar a crecer? Si hace como cuatro años que nos conocemos y siempre había estado del mismo tamaño.
Ella rio suavemente.
"¡Qué tonterías dices, Luciano! Yo soy un hada. No crecemos como los humanos".
¿Qué tanto sabía ella sobre hadas y humanos?
Le di un mordisco a una de las nañas mientras la miraba. Pensemos un momento, Mirella casi no come comida porque no le gusta el pescado y realmente no le hace falta comer. Tampoco come frutas... Lo único que la veo hacer es tomar el agua del arroyo, de hecho, ayer tomó bastante.
¿Será un efecto secundario? ¿Podía tener otros efectos en otros seres mágicos aparte de sanar? Si Mirella estaba bebiendo de esa agua mágica, podría estar cambiando sin siquiera notarlo.
"Bueno, no parece que estés creciendo tanto en estatura, pero algo me dice que te estás volviendo más... no sé... distinta".
Mis pensamientos revoloteaban entre teorías y dudas, pero no quería decirle todo lo que se me pasaba por la cabeza, no todavía. Era mejor mantenerlo en silencio hasta que estuviera seguro.
"Te gusta el agua mágica, ¿no?
"¡Luciano! Si piensas que me estoy haciendo más vieja o algo así, te equivocas. Estoy tan perfecta como siempre", exclamó, inflando las mejillas en una expresión que intentaba ser seria pero que resultaba más adorable que intimidante.
"¡Ja! No, no es eso. Estás igual de energética y molesta como siempre".
Si Mirella realmente estaba cambiando por el agua mágica... ¿Qué significaría eso para ella? ¿Sería un cambio temporal o algo permanente?
"¡Tú eres el molesto, con esas preguntas tan tontas!"
"Pero si solo lo hago porque me preocupo por ti".
"Bueno, ya basta de decir tonterías. ¿Seguimos explorando o te vas a quedar aquí analizando cada detalle de mi maravillosa apariencia?" Su tono era burlón.
Decidí no darle más vueltas por ahora.
"Sí, sí. Sigamos, Mirella. Aunque ten cuidado con ese ego, no vaya a ser que termines volando tan alto que te pierdas en las nubes".
Mientras caminábamos más adentro de la selva, mis pensamientos volvieron a Lucía. La pequeña pestaña roja en su ojo... ¿Era también un signo de algo más? Todo estaba conectado de alguna manera, pero no tenía las piezas suficientes para entenderlo. No todavía.
¿Sería ella la cuarta reencarnada en este mundo? Sariah dijo que antes de mí, habían dos personas que reencarnaron pero no mantuvieron sus recuerdos. Si supongo que eso era verdad... No sé, Sariah me hace confundir demasiado.
"¿Qué te parece si hacemos una pequeña pausa junto al arroyo?" Propuso Mirella.
"Me parece bien", respondí. Necesitaba un momento para ordenar mis ideas, aunque sabía que las respuestas no llegarían tan fácilmente. Pero algo me decía que el agua mágica del arroyo tenía más secretos por revelar, y que pronto los descubriríamos, nos gustara o no.
Al final habíamos salido a explorar y terminamos llegando al mismo lugar de siempre.
Cuando llegamos al arroyo, Mirella se adelantó volando y me sonrió mientras bebía un poco de agua. Se veía despreocupada, feliz, como si nada de lo que pasaba a su alrededor le importara.
Justo cuando estaba por sentarme junto al agua, escuché unos pasos en la distancia. Me puse en alerta de inmediato, y cuando volteé, vi que se acercaban Tariq y Yume, su nueva mujer. El simple hecho de ver su cara me enfureció, pero intenté mantener la calma. No era el momento para una confrontación impulsiva. ¿Cómo podía haber abandonado a Anya y Tarún? Cada vez que lo veo, me acuerdo de eso.
"Hola, niño. ¿Tú eras el hijo de Rin?" Comenzó diciendo él, obviamente yo no iba a hablarle hasta que él lo hiciera.
"Hola, sí. Mi nombre es Luciano".
"¿Estás perdido? ¿Por qué estás solo?"
Por detrás de él se acercó Yume, a la cual le pude ver de más cerca las cicatrices esparcidas por todo su cuerpo. Al menos ahora tenía ropa hecha de pelaje de animal que le cubría los pechos.
De alguna forma, es bastante parecida a Anya, solo que algo más joven. Tiene el cabello negro con un suave flequillo, ojos negros y un cuerpo delgado. Muy linda.
"No estoy solo, vine con Mirella".
No pasaron ni dos segundos de decir su nombre que apareció sobre mi hombro, su vestido goteando sobre mi piel y sus pies descalzos mojados me tomaron por sorpresa.
"¡Hola! Yo soy Mirella y soy la mejor amiga de Luciano".
"Ya te había visto... Eres diferente a todos los demás. ¿Qué eres? ¿Un animal?"
"¡Soy un hada!" Su tono fue más fuerte que cuando se presentó.
Tariq desvió su mirada hacia mí. ¿Me verá como alguien raro? Tampoco es como si me importara lo que él piense.
"¡Es la señorita de la maginica que nombró Tarún!" Gritó Yume, dando un paso hacia delante. Había una ligera sonrisa en su rostro.
Ay, Tarún... Ya le dije mil veces que se dice magia.
"¿Maginica? Magia, querrás decir", respondió Mirella.
Yume se rio nerviosa, tal vez por sentirse corregida. Tariq la miró de reojo, como si estuviera un poco irritado por su comportamiento, pero no dijo nada. Me dio la impresión de que su paciencia con ella no era mucha.
"Da igual eso, Mirella. Es culpa de Tarún por no aprenderse la palabra", acoté.
"Magia, sí... eso", corrigió Yume en voz baja, mientras daba un paso hacia atrás, como si quisiera mantener cierta distancia.
Tariq no le prestó atención.
"No sabía que podías controlar cosas así", me dijo con una media sonrisa, señalando a Mirella con la cabeza.
"Es interesante, ¿cómo lo haces? ¿Por qué alguien así te seguiría? ¿Dónde la encontraste?"
No me gustaba el tono de su voz. Parecía una mezcla de curiosidad y desdén, como si no estuviera del todo convencido de lo que estaba viendo, pero tampoco le daba mucha importancia. Mi irritación hacia él aumentaba por momentos.
"Es una historia larga, y el tiempo es corto. ¿Entiendes?".
"Entiendo... No les haremos perder más tiempo. Asegúrense de conseguir comida.
Por cierto, hace un rato vimos a tu familia, así que te deberías ir con ellos".
"Claro. Gracias por la recomendación", dije sarcásticamente.
El pasó por mi lado, siguiendo el camino del arroyo.
Yume, que estaba jugueteando con uno de sus mechones negros, miró de reojo a Mirella por unos segundos más y luego siguió el mismo camino que su pareja. Solo que yo la detuve a mitad de sus pasos, agarrándola de la mano y tironeándola un poco hacia abajo.
"Tienes que beber de esa agua. Luego me lo agradecerás", susurré.
Yume se quedó inmóvil por un momento, con una mirada desconcertada, antes de asentir lentamente.
Me pregunté si entendía realmente lo que le estaba ofreciendo, pero lo cierto era que no me importaba demasiado. Sabía que beber de ese arroyo le haría bien y curaría sus heridas. Mientras más personas conozcan sus propiedades, mejorará la calidad de vida de todos.
Me quedé observando cómo se alejaban hasta que desaparecieron de mi vista. Algo me decía que Tariq iba a seguir causándonos problemas de una manera u otra. No era un tipo con el que se pudiera hablar tranquilamente y sus reacciones eran un poco raras.
"Mirella, ¿hoy aprendimos algo nuevo?" Pregunté, aunque ni siquiera yo sabía por qué pregunté algo tan estúpido. Tal vez solo quería hablar de algo con ella para calmar mi molestia.
"Bueno... ¿Aprendimos que soy más fuerte?"
"Es que creciste, ya te lo dije".
"¿Otra vez con eso? ¡No crecí, Luciano!" Replicó Mirella, entre risas. Se sacudió las gotitas de agua que aún quedaban en su vestido y voló alrededor de mi cabeza, agitando sus pequeñas alas transparentes.
"¿Y Si vamos del otro lado del arroyo?"
"¿El otro lado? ¿Estas hablando del comienzo del arroyo?"
"¡Sí!"
"Mejor otro día, sino se nos hace tarde. Además, no quiero toparme con Tariq otra vez".
"¿Me lo prometes?" Preguntó Mirella, juntando los brazos a partir de los codos y apretando los puños.
"Mirá, tenía pensado hacer una exploración completa de este lugar junto a vos y Aya".
"¡Entonces vamos a ir a las llamas eternas!"
¿Todavía se acordaba de eso?
"Obvio, pero sería cuando yo crezca un poco más".
Mirella, con sus ojos verdes resplandecientes y ese brillo casi infantil de emoción, se detuvo de repente frente a mí, su diminuto cuerpo flotando a escasos centímetros de mi rostro.
"¡¿En serio vamos a ir?! ¡Luciano, eso es increíble!" Gritó emocionada, dando vueltas en el aire alrededor de mi cabeza. Parecía que no podía contenerse, y la energía que irradiaba era tan contagiosa que me hizo sonreír sin darme cuenta.
"Bueno, sí. Es algo que quiero hacer desde hace tiempo", dije, pero antes de que pudiera terminar la explicación, ya estaba lanzando exclamaciones de alegría.
"¡Voy a preparar todo! ¡Podríamos ir mañana! ¡O esta misma noche! ¡O ahora mismo, si quieres!" Su voz chillona era casi un canto de felicidad, y me resultaba difícil seguirle el ritmo mientras lanzaba propuestas sin parar. Volaba de un lado a otro, sus pequeñas manos gesticulando con un frenesí que parecía que iba a explotar.
Comencé a avanzar en dirección a nuestra cueva.
"Vamos a ir cuando sea más grande, ya te lo dije".
"¡No, no! ¡Tenemos que ir! ¡He estado esperando esto desde que lo mencionó Aya la primera vez!" Gritaba mientras me adelantaba en un rápido vuelo.
"Aya va a estar de acuerdo, estoy segura. Ella siempre está lista para cualquier cosa, ¿no?"
"Lo entiendo, Mirella", dije, suspirando mientras me rascaba la nuca.
"Pero tenemos que pensar en las cosas. No podemos ir sin estar completamente preparados".
"Entonces, lo prometes, ¿verdad? Vamos a ir, solo que más adelante". esta vez, su tono era más suave, pero no menos firme.
"Sí, lo prometo. Iremos a las llamas eternas y veremos si está el rey demonio".
Finalmente estábamos llegando a la cueva luego de hablar largo y tendido con Mirella. Tuve que responder todo con detenimiento, buscando la palabra exacta para cada situación.
"¿Sabés? A veces me pregunto qué pasará cuando todos crezcamos", dijo con un tono serio mientras yo seguía rodeando la ligera colina que daba a la cueva.
"No me refiero solo a ti, sino a mí también... ¿crees que cambiará algo entre nosotros?"
No llegué ni a responderle que la situación frente a nosotros me descolocó.
Lucía estaba gateando por el suelo fuera de la cueva, moviéndose con una agilidad que no encajaba con su edad. Sólo tiene cinco meses, pensé, viendo cómo sus pequeñas manos agarraban piedras y ramas, analizándolas con una inteligencia inquietante. Rundia, sentada cerca, la observaba con una sonrisa tranquila, como si todo estuviera perfectamente normal. Pero no lo estaba. Algo dentro de mí me decía que Lucía no debía comportarse de esa manera.
Ni siquiera yo fui tan descarado como para hacer eso a tan temprana edad.
"¿Luciano?" Me llamó Rundia, levantando la mirada hacia mí cuando notó mi presencia.
"¡Mira, Lucía ya está explorando el lugar! Es increíble cómo crecen tan rápido, ¿verdad? Te lo había dicho ayer".
Simplemente le devolví una sonrisa.
Rundia parecía encantada por lo que estaba sucediendo. No podía culparla, es su hija después de todo. Pero ¿realmente no notaba lo extraño que era esto? Me acerqué lentamente, intentando no mostrar demasiada preocupación.
Ella parecía saber lo que hacía, cada movimiento calculado, cada gesto preciso. Había algo en sus ojos. Esos ojos negros con esa pequeña pestaña roja en el párpado derecho… era como si me estuvieran estudiando. ¿Me estaba poniendo a prueba?
¿Y si fue mandada para eso? ¿Para que yo revele mi verdadera identidad?
Mi arrodillé junto a ella mientras estaba sentada sobre la tierra.
"Lucía es muy inteligente", grité, para que pudiera escuchar que todo estaba bien.
"¡Tarún! ¡Mirella ya volvió y creo que te quiere contar algo!" Volví a gritar, intentando sacar a Mirella de la escena.
Me acerqué un poco más a su oído.
"¿Vos me estás tomando el pelo a mí?" La increpé en un susurro lo suficientemente bajo para que Mirella no escuchara.
Ella giró la cabeza, sus ojos fijos en mí, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de mi boca. Su pequeña mano aún sostenía una ramita, como si fuera una espada mágica, lista para cortar cualquier duda que yo pudiera tener.
Desde detrás mío se escuchaban los pasos de Tarún y unos murmullos a los que no puse atención, pero Mirella ya se había ido.
"¿Estás entendiendo lo que te digo?" Insistí, inclinándome un poco más cerca.
"Ya voy a descubrir quién sos. ¿Me entendiste?"
Me alejé un poco para verle a la cara. Tenía ganas de tocarle la pestaña y ver qué sucedía, pero resistí el impulso. Debía hacerlo cuando tengamos un momento a solas.
"Estoy dispuesto a llevar una buena relación, el resto es tu decisión".
Le levanté del suelo, dejándola ahí con su rama en la mano.
No habló, no murmuró, no hizo nada. Simplemente se hizo la distraída mientras yo lanzaba frase tras frase. ¿Qué le pasa? ¿Sariah le habrá dicho que se quede callada respecto a ese tema?
Maldición, no puedo culparla... Yo tampoco le dije a nadie sobre mi reencarnación. Quizás todavía no lo asumió del todo.
Cuando me di la vuelta, mamá estaba detrás mío. Solté un gemido ahogado del susto.
"¿No es hermosa?" Preguntó.
"Claro... mamá. Lucía será alguien increíble".
Ella pasó de largo y se la llevó en brazos hacia dentro de la cueva.
Mierda... es por eso que hasta ahora no pude averiguar mucho más. Rundia está todo el día encima de ella. Está siendo todo lo sobreprotectora que no fue conmigo.
Será difícil, al menos hasta que mi hermana crezca más. Aun que a este paso en cualquier momento está hablando y caminando.
"Mirella me dijo que iban a ir a las llamas teternas", gritó Tarún, que en algún momento se había puesto a mi lado.
"Son las llamas eternas. Y no, todavía falta tiempo para eso", respondí con una sonrisa a medias.
Hizo un puchero, pero no contestó nada. Simplemente se fue con Mirella.
***
Era de noche cuando me desperté de golpe, algo me estaba molestando. Una sensación extraña, como si algo estuviera fuera de lugar. Abrí los ojos lentamente, y lo primero que vi fue a Lucía, gateando silenciosamente junto a mi costado. Mi respiración se detuvo por un segundo. No era normal que ella estuviera despierta a esta hora, y mucho menos aquí, junto a mí.
Sus pequeños dedos se movían con destreza, intentando abrir la bolsita de hojas que colgaba de mi cintura. La misma bolsita en la que estaba guardada la piedra mágica, esa que supuestamente contenía a la segunda criatura que aún no había liberado. Me quedé observando, intentando procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo sabía ella que eso estaba allí?
Me incorporé rápidamente y la agarré del brazo.
"Lucía..." Comencé, susurrando fuertemente. "¿Qué estás haciendo aquí?"
Ella se quedó mirándome sin responder ni intentar zafarse. Ella ya tenía siete meses y se había estado comportando normalmente desde nuestro encontronazo.
"Luciano, ¿está todo bien?" Escuché, era la voz de Samira, que estaba sentada al lado de su hermana dormida.
Ellas siempre dormían de nuestra parte de la cueva junto a Aya, del lado más cercano a la entrada.
No podía alarmar a nadie, no sin saber con certeza qué estaba pasando, y mucho menos a Samira, que esa propensa a entrar en pánico con facilidad. Me giré lentamente para no despertar a los demás.
"Todo bien, Samira", le respondí en un susurro, forzando una sonrisa mientras arrastraba a Lucía cerca mío.
"Parece que ella quería pasar tiempo con su hermano mayor. Ya sabés cómo es... muy inquieta".
Samira asintió, aunque en la penumbra no podía ver bien su expresión. Me sentí un poco aliviado cuando noté que se recostaba de nuevo junto a su Suminia, pero no podía quitarme la sensación de encima. Algo dentro de mí sabía que debía ser más cuidadoso.
Lucía estaba creciendo demasiado rápido y estaba tomando la iniciativa en cosas que, para otros, tal vez podrían ser algo normal. Pero yo sabía lo que realmente estaba pasando.
Lo descubriré.