Todavía seguíamos junto a Lucía en la playa y yo seguía insistiendo con mis preguntas. Mencioné implícitamente a Sariah, llamándola 'la mujer de rojo', estaba claro que era suficiente para que ella supiera a quién me refería.
Ni se inmutó frente a mis palabras. Hasta se dio el lujo de seguir mirándome fijamente.
Incliné el cuerpo hacia delante, apoyando las manos sobre mis rodillas y la miré fijamente.
Sus ojos eran bien negros, su cabello de color castaño, pero no el mismo castaño claro que el mío, sino que más oscuro, como el de Rundia. Su piel era blanca, como la de toda nuestra familia.
Y claro, en el medio de su párpado derecho estaba esa maldita pestaña roja que había sido una molestia desde que la descubrí aquella vez junto al arroyo.
Me enderecé y puse las manos sobre mi cintura, caminando con la misma postura de un lado a otro, un pie pasando por la arena húmeda y el otro por la seca, de vez en cuando la miraba de reojo y veía que ella observaba cada uno de mis movimientos.
Hora de pensar... ¿Sigo insistiendo con palabras o doy un paso más y hago contacto con su pestaña?
Supongamos que no termina siendo una reencarnada, lo que sería absurdamente extraño, pero bueno, pensemos en esa posibilidad. Si yo llegase a confesarle que vengo de otro mundo y todo eso, ella no llegaría a entender nada. Tampoco lo recordaría, ya que es una bebé. Así que con eso no hay problema, puedo hablar libremente.
Ahora, si realmente mis dudas son ciertas y esta niña es una reencarnada como yo, hay varias posibilidades. El mejor escenario sería que Sariah también la haya mandado con mi mismo propósito y ella haya aceptado, por lo tanto, ella mantendría sus recuerdos, de ahí eso derivaría en que Lucía terminaría siendo mi mejor aliada.
Segundo escenario, y el más absurdo, sería que Lucía haya decidido mantener sus recuerdos, pero no venga con el mismo objetivo que yo y, de alguna manera, nuestros intereses terminen chocando, acabando en una rivalidad entre los dos. Esto está casi descartado, ya que no creo que Sariah haya decidido hacer eso, más sabiendo que puede leer todos sus pensamientos.
Lo último que se me ocurre es que Lucía haya decidido no mantener sus recuerdos, pero por alguna razón, Sariah le haya implantado algún poder a través de esa pestaña roja.
Mierda, de pronto ella se levantó.
"Lucía, ¿todo bien?" Pregunté, pero ya era demasiado tarde para hablar. Ella empezó a correr en dirección a nuestra cueva.
Rápidamente, corrí hacia ella. Me pareció raro que intentara escapar, porque claramente no me fue muy difícil alcanzarla.
Me agaché, tomándola del brazo y, en el momento que giró su cabeza hacia mí, noté que su semblante no era el mismo que el de hace unos minutos. Se veía más seria.
En un movimiento rápido, ella me tomó del pelo, tironeándome levemente la cabeza hacia ella.
No sé por qué, pero no pude hacer nada frente a sus acciones, ni siquiera dije una palabra. Simplemente me dejé llevar y esperar a ver qué es lo que quería hacer
Ella deslizó su mano sobre mi cabeza y al instante lo sentí más fuerte que nunca, era esa maldita electricidad que recorría mi cuerpo al momento de que alguien hacía contacto con alguno de mis dos pelos rojos.
"Hyaaahhh", mi voz salió como un gemido. De hecho, era la primera vez que liberaba el grito contenido cuando esto sucedía.
Desde que Sariah lo implantó, cada vez que alguien lo tocaba, sentía como si me atravesara una corriente, incapacitándome por unos segundos. Era como si me robara la voluntad, mi capacidad de reaccionar.
El dolor muscular se expandía desde mi cuello hacia abajo, endureciendo los hombros, tensando la espalda. Sentía que no podía moverme, cada fibra de mi cuerpo se paralizaba.
Ella se apartó rápidamente de mí, cayendo sentada sobre la arena. No sé si realmente ella también habrá sentido algo, pero se notaba que se asustó de verdad.
De un momento a otro, la corriente eléctrica se disipó, y aunque el dolor seguía presente en mis músculos, la tensión comenzó a desvanecerse. Sentí mis piernas temblar levemente, tratando de estabilizarse, mientras mi respiración se aceleraba, intentando recuperar el control.
Me arrodillé en la arena, jadeando, tratando de comprender qué demonios acababa de pasar.
"¿Sos consiente de lo que acabás de hacer, Lucía?" Pregunté, mirándola con la cabeza gacha.
"¿Qué querés demostrarme con esto?"
Todavía no había perdido la paciencia, hasta diría que estaba demasiado sereno para lo que acababa de ocurrir. Claramente asustar a un bebé no iba a ser la mejor manera de proceder.
La tomé por las axilas y la volví a poner sobre la costa, justo en el mismo lugar donde estábamos antes. Ella se resistió levemente mientras la transportaba, pero no fue para tanto.
Me senté al frente de ella con las piernas cruzadas.
"Vamos, ya no podés ocultarlo más. ¿O acaso pensás que podés hacerlo pasar por una coincidencia?"
"Te lo vuelvo a preguntar, ¿conocés a la mujer de rojo?"
Me quedé un momento en silencio, esperando. El sonido de las olas rompiendo en la orilla llenaba el aire, y el viento jugaba con los mechones de mi cabello mientras observaba a Lucía. Su expresión seguía siendo la misma, impasible, con esos ojos oscuros que parecían perforar todo lo que miraban, sin decir una sola palabra.
"Su nombre es Sariah".
Sin respuesta. Esto empezaba a parecerse a un interrogatorio.
Volví a mirarla, esta vez con más intensidad.
"Lucía, no puedo seguir ignorando lo que pasa. Esto no es normal, ni casual. Sé que hay algo más. Esa pestaña, lo que acaba de pasar… no te podés quedar callada. Al menos dame una señal, una palabra, algo".
Ella seguía sin moverse, como una estatua, sus ojos fijos en los míos, pero no había emoción aparente en su mirada. Parecía distante, como si estuviera en otro lugar, lejos de mí. La paciencia iba a ir acabándose poco a poco, pero no quería asustarla.
"¿Sabés lo que me pasa cada vez que alguien toca mi cabello?" Pregunté, señalando el largo cabello que caía sobre los costados de mi cara.
"No es una simple reacción física. Cada vez que lo hacen por primera vez, siento una especie de descarga, como si me estuvieran drenando… como si algo dentro de mí se estuviera debilitando", bajé la voz, pero seguía con la mirada fija en ella.
"¿Quieres que te haga sentir la misma sensación?"
Por primera vez, Lucía movió la cabeza, apenas un centímetro, pero fue suficiente para que me quedara congelado. Su mirada seguía fija en mí, pero ahora parecía más atenta, más alerta.
El silencio se alargó más. Ella no respondía, pero esa leve reacción me decía que estaba más cerca de una respuesta de lo que pensaba. No iba a dejarla escapar esta vez.
Me hice para delante, arrodillándome sobre el suelo y estirando mi mano hacia ella.
¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Estaba llevando esto demasiado lejos? Quizá Lucía no era la persona que yo creía que era.
Ya no hay vuelta atrás.
Intentó apartar su cabeza, pero logré sostenerle la cara y posar la palma de mi mano sobre su ojo derecho, finalmente tocando su conexión con la diosa.
Su cuerpo se estremeció ligeramente. Claro, yo debía de ser el primero que tocaba esa pestaña. El dolor iba a ir aumentando a medida de que más personas lo tocaran por primera vez.
Me devolví a mi posición inicial antes de seguir hablando.
"Sabés lo que significa esto, ¿no? Ahora solo tengo que pedirle a ella que me cuente sobre ti".
Todavía no había respuesta.
"Sariah te envió también, ¿verdad?" Pregunté, mi tono más firme esta vez.
"¿Ella te dio alguna misión? ¿Sos como yo? ¿Venís de otro planeta?"
Ella me miraba con esos ojos oscuros, inquebrantables, como si supiera algo que yo no podía comprender del todo. Aunque seguía en silencio, la forma en que su mirada se clavaba en la mía me hizo sentir que estaba mucho más presente de lo que aparentaba. No era una simple bebé. Tenía que haber algo más, algún propósito oculto detrás de su silencio.
¿Cómo podía quebrar su silenció? En su anterior vida debe haber sido alguien especial o con experiencia encima. Alguien ya mayor que supiera manejar bien los momentos.
Pensé en esa primera vez, cuando mi diosa me explicó que me había elegido para guiar este mundo hacia un nuevo desarrollo, que me había dado una misión... pero, ¿y si no era solo yo? ¿Y si no era el único al que había traído aquí con ese objetivo?
Mi corazón latía con fuerza. Quizá todo este tiempo había estado jugando el papel de una pieza más en un tablero mucho más grande del que era consciente. Tal vez no era tan especial como creía.
"Escuchame, si no podés hablar... si hay algo que te impide responderme, dame una señal. Lo que sea. No necesito palabras, solo... hacé algo que me muestre que entendés lo que estoy diciendo".
Nada.
El viento de la playa soplaba ligeramente, levantando la arena a nuestro alrededor. La tensión en el aire era casi insoportable. Me sentía atrapado en un punto de no retorno. Había hecho una apuesta al acercarme a ella de esta manera, y no sabía si iba a recibir alguna respuesta.
"Te hago una propuesta. Si vos me decís ahora quién sos realmente. Yo te prometo que voy a protegerte con magia. Es más, le voy a decir a Mirella que vos sos la prioridad. ¿Me entendés? Ya le dije a Aya, la mujer de las cinco colas blancas, que pusiera tres barreras y ya lo hizo. Así que se podría decir que ya di el primer paso.
Puedo crear lo que sea con mi magia de transformación, así que te permito pedirme lo que sea que esté a mi alcance".
Sabía que, tarde o temprano, conseguiría la verdad. Solo necesitaba ser paciente. Solo necesitaba esperar. Pero, justo en este momento, la paciencia no era una de mis virtudes.
¿Se lo digo? ¿Revelo mi verdadera identidad? Estaba claro que ella ya sabía que yo era un reencarnado, pero tal vez si yo le decía mi historia primero, ella terminara hablando.
Me levanté de nuevo, limpiando la arena de mis manos y piernas. Lucía seguía sentada frente a mí, sin moverse. Esa pestaña roja parecía brillar levemente bajo la luz del atardecer, como una marca que solo yo podía ver, como una advertencia silenciosa.
"¿Por qué no te convence nada de lo que te digo? Ya te ofrecí todo lo más que puedo".
Hice una pausa, observándola de cerca, buscando cualquier cambio en su expresión, pero nada. Era como si me estuviera enfrentando a una pared.
Me di la vuelta para mirar hacia el horizonte. Ahí me di cuenta de que se me estaba haciendo tarde... En cualquier momento vendría alguien a ver si estaba todo bien y me cortaría todo lo planeado.
Me volví a sentar frente a ella. Ya me estaba empezando a poner nervioso.
"Está bien. ¿Y si te cuento mi historia primero?"
Inhalé profundamente, el aire lleno de incertidumbre entrando a mis pulmones. Si Lucía no iba a hablar, entonces tal vez compartir un poco de mi propia verdad serviría para romper este muro de silencio.
"Lucía… Yo no soy de este mundo. No nací acá. Ni siquiera soy de este tiempo. Fui alguien más, en un lugar diferente. Un lugar al que me dijeron que ya no puedo volver. Morí allá y las cosas eran muy distintas. No había magia y las personas no podían crear objetos con solo tocarlos".
Hice una pausa, más para organizar mis propios pensamientos que para darle suspenso al asunto. Mi mente volvió a esos momentos finales de mi vida pasada, esa sensación de despedida abrupta y todo lo que vino después. Era extraño tener que decir esto en voz alta. Hasta ahora, todo lo que había vivido en este mundo se sentía como una segunda oportunidad, pero hablar de mi pasado terrenal lo hacía real otra vez.
"Entiendo que puede sonar loco", añadí con una risa amarga, más dirigida hacia mí mismo que hacia ella.
"Pero es lo que hay. Y desde que llegué, he tratado de ayudar a la gente, de usar lo poco que sé para hacer que todo sea mejor. No siempre lo hago bien, pero lo intento".
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Lucía seguía en silencio, su pequeña figura quieta, casi como una estatua. Me hacía preguntarme si realmente me entendía o si simplemente estaba siendo demasiado críptico. Pero ¿cómo podría explicarlo de otra manera? Las palabras eran limitadas, y lo que yo había vivido era tan ajeno a este mundo que a veces ni siquiera yo podía creerlo.
¿Tenía que ser más detallista? Mi discurso no estaba funcionando hasta ahora.
"Se supone que a los niños se les suele contar cuentos, ¿no? Te voy a contar una historia de algo que ocurrió aproximadamente hace seis años, solo espero que no te duermas".
Me acomodé en la arena antes de seguir.
"Bueno, esta es la historia de un muchacho que tenía veinte años, cerca de cumplir sus veintiuno. Él vivía en el planeta Tierra y era argentino. Su vida era completamente tranquila allí, como a él le gustaba.
Su nombre era Luciano".
Me detuve por un segundo, buscando su reacción. Había algo en su mirada, una atención en su quietud, como si estuviera absorbiendo cada palabra. Noté que sus pies estaban más inquietos que antes y los dedos de sus manos apretaban fuertemente la arena.
Esos pequeños movimientos indicaban que estaba escuchando atentamente.
"Resulta que su calma un día se rompió, porque las cosas no le salieron como él quería. Más bien, la mala suerte se hizo presente en un mal momento.
Ese día, exactamente el veintiuno de junio de dos mil cuarenta y..."
No pude terminar mi frase que la vi ensanchar los ojos y acercarse a mí. La vi apretar los dientes, como si estuviera a punto de explotar por dentro.
Sus ojos, que hasta ese momento parecían tan distantes, se llenaron de una furia contenida, como si algo dentro de ella hubiera sido desatado por completo. La forma en que sus manos se enterraban en la arena ahora tenía un propósito diferente, ya no era mera tensión, sino algo mucho más visceral. Se inclinó más hacia adelante, acercándose a mí como si quisiera decir algo que no podía contener más.
“¿Qué…? ¿C-Cómo sabes... esa fecha?” Su voz era un susurro, casi un grito atrapado en su garganta.
La sorpresa me tomó por completo. ¿Qué acababa de pasar? Lucía nunca había hablado así. En realidad nunca había hablado.
Esto era lo que quería, escuchar algo de ella... Pero no supe qué responder.
Antes de que pudiera siquiera pensar en cómo reaccionar, las palabras siguieron saliendo de su boca, atropelladas, desesperadas.
"¡No podés ser el mismo Luciano! No sé si me estás... mintiendo".
"¿Qué... qué acabás de decir?" Mi voz salió más débil de lo que esperaba, como si mi mente intentara protegerse de la verdad que estaba por desmoronarse sobre mí.
"Yo no miento, ese día yo morí. Ese puto día se me cruzó un auto justo cuando yo estaba yendo a...."
Ella se abalanzó sobre mí, volviendo a cortar mis palabras.
"¡Luciano! ¡Luciano!" Gritó, abrazándome fuertemente por encima de mis hombros.
"¡Eres tú! ¡Te encontré, hijo mío!"
En ese momento, hasta la playa se detuvo. El aire, el sonido de las olas, las partículas mágicas que solían flotar alrededor… todo desapareció. Todo mi ser se concentró en la presión de los brazos de Lucía alrededor de mi cuello, apretándome con una fuerza que no esperaba de su pequeño cuerpo. Sentí el calor de su piel contra la mía, su respiración agitada en mi oído, y una confusión inmensa me invadió.
"¿Hijo...?" Murmuré
Ella se separó para mirarme de frente, nuestros rostros apenas distanciados por unos centímetros. Su rostro comenzaba a llenarse de lágrimas silenciosas.
"¡Soy Carolina! Yo soy... ¡Yo soy tu madre! No lo puedo creer… te encontré… después de todo este tiempo… Mi pequeño… mi Lucianito".
"Me estás diciendo que vos también..."
Sentí como el nudo en mi garganta crecía con cada palabra. Mi pecho estaba a punto de estallar, una presión insostenible me golpeaba, pero mis piernas no respondían. Estaba inmóvil frente a ella, atrapado en ese torbellino de emociones que no podía procesar. Mi mamá, Carolina, una mujer que había quedado enterrada en mi vida anterior.
Lucía… No, Carolina, me miraba con una mezcla de desesperación y alivio. Parecía estar al borde de desmoronarse, y su cuerpo temblaba mientras trataba de mantenerse firme ante mí.
"Sí, yo también morí".
Mi mamá murió. Ella misma me lo estaba confesando, en otra vida, en otro cuerpo.
¿Era esto una broma cruel del destino? ¿Una trampa de la diosa Sariah? ¿Cómo era posible que mi madre estuviera aquí, en este mundo, reencarnada también, en el cuerpo de una niña pequeña, observando cada uno de mis movimientos sin que yo lo supiera?
Mis manos temblaban, y las apreté contra la arena, buscando algo que me anclara a la realidad. Pero la realidad ya no tenía sentido. Era una broma retorcida, una que se reía en mi cara mientras todo lo que creía saber se desmoronaba.
Sentí un nudo en la garganta que no podía tragar, y el corazón latiéndome tan fuerte que sentía que en cualquier momento me explotarían las venas. No podía pensar. No podía moverme. Era como si mi cuerpo estuviera atrapado en una prisión de emociones descontroladas.
"Luciano…" Su voz quebrada me rasgaba por dentro.
"Después de que te fuiste, las cosas... las cosas no fueron fáciles para mí, ni para tu papá, ni para tu hermana... No pude soportarlo".
Mis ojos se nublaban, por las lágrimas y por la desesperación que comenzaba a engullirme. Mi mamá no tenía que haber muerto. ¡No debía haber muerto! Pero lo hizo. Y ahora estaba aquí, en esta forma, en este mundo.
Quería gritar, romper algo, pero no podía. Estaba atrapado en mi propia mente, como si todo a mi alrededor hubiera dejado de importar.
"Y de repente, en las noticias apareció que un chico había... revivido. Mostraron tu cara... tu nombre... tu apellido. Todo coincidía. Y ese día yo... Ese día yo..."
"¡No tendrías que haber pasado por todo eso, mami! ¡No tendrías que estar acá! ¡Esto no es justo!" La rabia finalmente encontró su voz, cortando sus palabras.
En lugar de alivio, me sentí más hundido. Había gritado, sí, pero nada había cambiado. Ella seguía ahí, frente a mí, con ese cuerpo que no le correspondía, con ese dolor que nunca debió cargar.
Ella no debería haber muerto. No tenía que morir. Eso no era lo que estaba destinado a pasar. Era yo quien se fue primero, yo era el que no debía seguir.
Comencé a golpear la arena con mis puños. Mis lágrimas saliendo descontroladas.
"¡No es justo! ¡Fue mi culpa! ¡No debí hacer un pacto con Mirella!"
Ella volvió a aferrarse a mí.
"Hijo... Ya no hace falta que suframos más. Empecemos a vivir esta nueva vida... los dos".
"Mami..." Mis labios apenas podían pronunciar esa palabra. Me sentía como un niño otra vez, indefenso, atrapado en algo que no entendía.
"Veo que no perdés la costumbre de llamarme así, ¿no?" Dijo, dándome un beso en el cachete.
"Mi anterior vida... Desde que llegué a este lugar, nunca quise... decírselo a alguien. Estuve solo todo el tiempo... una y otra vez. ¡Yo solo! ¡Yo solo!"
Me quebré.
"Nunca pude compartirlo con nadie… ¡Nunca tuve a nadie que pudiera contárselo!"
El nudo en mi garganta se hizo aún más fuerte, tanto que apenas podía respirar. Sentía que me ahogaba en mis propias lágrimas, en la rabia y la tristeza acumuladas. Todo lo que había intentado ignorar, todo lo que había reprimido, me golpeaba ahora con una intensidad abrumadora.
Sus pequeñas manos, esas manos que ahora parecían frágiles y tan equivocadas para la imagen que tenía de ella, comenzaron a secar mis lágrimas, una a una. Como si tuviera todo el tiempo del mundo.
"Tranquilo. Puedo entender todo lo que estás sintiendo, en la corta vida que llevo acá, pude ver todo lo que has hecho por esta gente".
Ella comenzó a acariciar mi cabello y mejillas.
"Ahora, si crees que sea posible, quiero que me hables de todo, de lo que sentiste, de lo que pensaste y todo ese peso que cargaste sobre tus hombros. Quiero que me lo compartas".
Las palabras de mi mamá, su voz suave y tierna, empezaron a desgarrar cada barrera que había construido a lo largo de este tiempo. Ella quería que compartiera todo, pero… ¿Cómo podía poner en palabras todo lo que había sentido? Era como si estuviera cargando una montaña en los hombros, una que se había hecho cada vez más pesada con el pasar de los días, de los años.
"No... no sé si puedo..." Murmuré, con la voz quebrada, apenas un susurro. Mi garganta dolía tanto que parecía que las palabras me rasgaran por dentro.
"Lamento tanto no haber estado antes, hijo.
Lamento que hayas tenido que cargar con todo. Pero no estás solo ahora. Ya no más. Estoy acá… y voy a estar para vos, pase lo que pase. Te prometo que no voy a dejarte solo nunca más".
Esas palabras, aunque simples, significaron todo para mí.
Me limpié un poco la cara, llena de mucosidad y lágrimas... Qué desastre debo estar hecho.
"Está bien. Voy a contarte lo que sucedió en mi último día en la Tierra y del comienzo de mi nueva vida".
Y así, casi hasta que se puso el sol, un niño de aproximadamente seis años y su madre, de nueve meses, charlaron largo y tendido.
Si se lo intento contar a alguien, no se lo creería.
"Pará, ¿me estás diciendo que vos no podés ver las partículas mágicas? Pero si tenés esa pestaña roja".
"Sí, ya sé que la tengo, pero no veo eso que me decís vos. No veo ningún punto amarillo dando vueltas por tu cuerpo".
"Con razón no se te traspasaban desde el agua del arroyo..."
"Pero sí hay algo raro que sentí desde que nací en este mundo. A veces escucho cosas. Cuando estoy cerca tuyo, o de Mirella".
Fruncí el ceño.
"Escuchás... ¿cosas?"
"Sí, cuando estoy cerca tuyo. Son como muchos susurros juntos, como si me quisieran decir algo".
"Susurros..." Repetí en voz baja, tratando de entender qué significaba todo eso. Mi mente, ya sobrecargada por la revelación de su muerte, apenas podía procesar más información, pero lo que ella decía era crucial.
¿Acaso tenía alguna conexión especial con la magia que aún no comprendía? Aunque no podía ver las partículas mágicas, como yo o los seres mágicos, parecía que estaba sintonizada con algo distinto, algo profundo. Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en las implicaciones. Era como si este mundo estuviera lleno de secretos que apenas empezábamos a entender.
"Te voy a mostrar algo".
Saqué la piedra mágica de mi bolsita hecha de hojas.
"Mirá, esto es lo que vos me querías sacar el otro día. ¿Por qué?"
"Es que... de ahí venía una voz más fuerte que las demás. Perdón".
"A ver... fijate si ahora escuchás algo", dije, acercándosela a sus manos.
Justo en ese momento, vi a Rundia y Rin atravesar el bosque, a espaldas de mi mamá.
"Ahí vienen, silencio... Recordá que hay que seguir fingiendo", susurré, volviendo a guardar la piedra con partículas mágicas junto al oro.
Me sequé la cara rápidamente, desechando cualquier rastro que quedara de las lágrimas, intentando recobrar la compostura.
Ver a Rin y Rundia aparecer justo en ese momento me puso en alerta. Ellos no podían saber nada de lo que acababa de pasar, ni sospechar siquiera lo que estaba ocurriendo. Esto era un secreto demasiado grande para compartirlo con alguien más. Lucía, o Carolina, como me costaba no pensar en ella así ahora, también lo sabía. Asintió sutilmente y adoptó una expresión más neutral, casi como si nada hubiera pasado.
Mis padres... Ya no sabía ni qué pensar sobre mis relaciones familiares, esto lo había cambiado todo.
Qué irónico: los dos fingiendo una vida que no nos pertenecía realmente.
Rin caminaba con su habitual paso firme, mientras que Rundia lo seguía un poco más relajada, como siempre, manteniendo ese aire protector sobre sus hijos. Parecía que solo habían venido a asegurarse de que todo estaba en orden o tal vez solo a disfrutar del paisaje después de un largo día. Noté que, aunque su llegada rompía ese momento de intimidad, una parte de mí estaba aliviada. Era como si la presencia de otras personas nos forzara a volver al mundo real, alejándonos de todo ese caos emocional que acabábamos de desatar.
"¡Hijo!" Saludó Rundia mientras se acercaba.
"¿Se divirtieron? Vinimos a buscarlos porque ya es muy tarde para andar solos".
"Se los ve muy unidos, ¿no?" Agregó Rin.
"Estaba acá... Intentando ver si le enseñaba a hablar a Lucía".
"Ahh, claro", respondió Rundia con una risa suave, aunque su mirada no tardó en posarse sobre Lucía, que seguía sentada sobre el suelo.
"Bueno, al menos se entretienen juntos".
"Sí... Creo que se nos pasó un poquito el tiempo", hice una risa media atropellada.
Durante los pocos metros que separaban la playa de la cueva, Rin me fue viendo de reojo, como si quisiera decirme algo.
Finalmente habló.
"Luciano, Mirella estuvo hablando bastante sobre ti mientras estabas fuera, ¿sabes?"
Me había olvidado de eso, dejé a Mirella muy furiosa cuando me fui. Vaya a saber qué les habrá dicho... Deberé afrontar las consecuencias.
"¿Ah, sí? Espero que sean cosas lindas".
"Bueno... eso depende de a quién le preguntes", su tono tenía una pizca de preocupación y otra de advertencia, y no podía culparlo. Mirella no era exactamente conocida por tener paciencia, y menos cuando se trataba de mí.
"Pero sí, nosotros también tenemos que hablar contigo sobre algunos temas en los que no te has comportado como deberías".
"Está bien, pa...pá".
Me costó decirlo.
Intenté poner cara de despreocupado, pero por dentro estaba en alerta. Me preparé mentalmente para la tormenta que seguramente se avecinaba en la cueva. No tenía idea de qué tan enojada estaría, pero ya conocía esa sensación: el peso en el estómago, esa ansiedad de saber que alguien cercano está molesto con vos, y encima, alguien tan importante como ella. A pesar de todo, Mirella se había convertido en una parte esencial de mi vida en este mundo. Y por más que su comportamiento a veces fuera complicado de manejar, no quería lastimarla.
Lucía, o mejor dicho, mi mamá, jugó bien su parte. Se quedó callada, imitando los balbuceos típicos de un bebé, mientras yo intentaba mantener la calma.
La cueva estaba como siempre, Anya junto a las gemelas comían alrededor de la fogata mientras que Aya estaba mirando atentamente las paredes rocosas. Realmente no sé qué estaría pensando hacer. Luego Rin y Rundia se sumaron a los demás.
En un abrir y cerrar de ojos, la hada voló hasta ponerse frente a mi cara, frenándome justo en la entrada.
"¡No creas que te voy a perdonar esto, Luciano!"
"Mirella, no te podés enojar por estas cosas", respondí, esquivándola por un costado y yendo hacia los demás junto a la fogata.
"Hola, chicos. ¿Me guardaron algo de comida?"
Anya, que estaba cocinando a dos manos, me acercó un pescado pinchado en una rama.
"Toma, Luciano. Creo que le falta un poco por cocinar, fíjate".
"Gracias, Anya".
Me puse a cocinar el pescado sobre el fuego hasta que sonó el siguiente grito. A pesar de ser pequeña, su voz podía llegar a ser más fuerte de lo pensado.
"¡Luciano, tienes que disculparte conmigo!"
"Mirella, ahora estamos comiendo. Después hablaremos, antes de que nos vayamos a dormir".
¿Por qué siempre tenía que ser tan intensa conmigo? Sí, había desaparecido un buen rato cuando fui con Lucía, pero... ¿tan grave era? Mi cabeza intentaba justificarme, pero, al mismo tiempo, una parte de mí sabía que había fallado en comunicarme con ella. Era casi como si Mirella esperara algo más de mí.
Cambié la rama de lado mientras miraba a Anya.
"Hoy fue un buen día de recolección, ¿no? Menos mal".
"Sí, me parece que mañana no va a hacer falta que salgamos".
"¡Luciano! ¡Entonces si no te importo, me voy!" Gritó, desapareciendo entre los árboles.
El fuego comenzó a chisporrotear más fuerte. Escuché el movimiento de las hojas cuando Mirella desapareció entre los árboles. Sentí un vacío inmediato, una sensación de incomodidad, aunque no lo dejé ver. Había algo entre nosotros, algo que, si no manejaba bien, podía escalar a niveles que no quería ni imaginar.
"Disculpen... Ya va a volver y vamos a arreglar nuestros asuntos", dije, mirando a los demás mientras giraba el pescado.
Rin tomó la palabra.
"Luciano, ella dijo varias cosas antes... que no me gustaron. ¿Cómo es eso de que salías sin permiso cuando no estábamos?"
"Uh, pero eso fue hace un montón, cuando vivíamos nosotros tres solos. Fue para encontrar las piedras para liberar a Mirella y después descubrimos el arroyo".
Tomé un trozo del pescado, quizás un poco crudo, pero el hambre me ganó. Mastiqué lentamente, dándome tiempo para procesar la situación antes de responder.
"Papá, ya sé que algunas cosas no estuvieron bien... Me adelanté en muchas decisiones sin consultarlos, pero fue por el bien de todos. Lo del arroyo, lo de liberar a Mirella, lo que he hecho siempre fue pensando en cómo mejorar nuestras vidas. Es importante planear las cosas a futuro".
Rin me observó con esa expresión de siempre, seria pero sin malas intenciones. Sabía que no me odiaba ni nada por el estilo, pero estaba claro que tenía que haber una conversación más seria.
"Lo entiendo, Luciano, pero... ¿En qué momento nosotros entramos en tus planes? ¿En qué momento nosotros decidimos contigo? No queremos quedarnos fuera".
Por suerte, ya habíamos tenido entredichos sobre esto antes y, hablando, pudimos quedar bien. Ahora se lo nota más amigable para tratar mis malas portaciones.
Miré de reojo a mi mamá. Ella estaba sentada sobre unas hojas y me hizo una sonrisa apenas conectamos miradas.
"Está bien. Entonces voy a contarles algo que tengo en mente y en lo que necesito la ayuda de todos".
Hice una pausa, terminando de pensar cómo iba a decirlo.
"Vamos a construir una casa".