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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 45: Reunión familiar.

Capítulo 45: Reunión familiar.

Hoy era un día especial. No por lo que tenía planeado hacer, sino porque justamente hoy estoy cumpliendo ocho años.

Bueno, el tema es que eso no es todo lo que tengo para contar, porque en este momento me encuentro justo en la puerta de mi casa, junto a Lucía, y en frente nuestro tenemos a un montón de personas que parecen un poco molestas por algunas cuestiones en particular que todavía no nos han dicho.

Hay algunos que conozco y otros que no. Por ejemplo, están mis dos abuelos, el padre de Yume, los dos hermanos y la hermana de Tariq, hay otro hombre más, más mujeres, más hombres, también niños... Básicamente, debe estar toda la población de este lugar reunida justo en este lugar y en casa no hay nadie más que Lucía y yo. Todos los demás estaban fuera cazando animales y tratando de buscar más cosas que plantar, ya que, desde que plantamos la acelga, no encontramos nada nuevo.

"Yo hablaré primero", exclamó Harlan poniéndose en frente de mí, como si quisiera empezar a liderar la discusión.

Como era de esperarse, Ayla, mi abuela, le dio un empujón que lo hizo caer al suelo.

"Tú no podrías hablar normalmente ni con un conejo, estúpido".

"Pero, amor, este niño..."

Ella puso aceleradamente un dedo en su boca.

"Sh. Sh. Sh. Cállate, siempre me haces pasar vergüenza".

¿Cómo acabé metido en medio de una discusión de cuarentones?

"Este..."

Bajo la atenta mirada de toda la tropa detrás suya, me miró fijamente. Esta mujer imponía bastante, y no solo por su físico, ya que estaba portando en una mano el machete que yo les regalé.

"Luciano..." Murmuró para luego toser y mirar a un costado.

"Sabes que eres nuestro querido nieto, así que hemos venido a..."

"¡Ya te dije que esa no es la manera de decirlo!" Gritó mi abuelo.

Su barba era lo suficientemente espesa como para casi no verle el movimiento de boca.

"¡Que te calles o te vas!"

La situación se estaba poniendo incómoda rápidamente. Miré a Lucía, quien parecía tan tranquila como siempre, jugando con el borde de su falda como si todo esto no tuviera nada que ver con nosotros. Su actitud despreocupada parecía que intentaba cumplir con su papel de niña indefensa. Frente a nosotros, la multitud comenzaba a susurrar entre sí, y podía sentir el peso de sus miradas inquisitivas clavadas en mí.

De la nada, mientras mis abuelos se miraban con mala cara, mi mamá caminó hasta Ayla, tironeando un poco su ropa inferior de pieles hacia abajo.

"¿A-Abuela?"

Alya se quedó sorprendida, con sus ojos marrones clavados en ella.

"¿No me digas que tú...?"

"¡Ya te lo había dicho, ella es la segunda hija de Rundia!" Gritó Fausto desde atrás.

De pronto, Harlan empezó a correr hacia el bosque.

"¡Aghhh! ¡Odio a toda la familia de Rundia! ¡No la quiero ver nunca más!"

Fausto salió corriendo detrás de él.

"¡Espera, Harlan!"

Hubo un silencio incómodo hasta que Ayla volvió a hablar, bajando la mirada hacia mi mamá.

"Niña... ¿Cómo te llamas?"

"Lucía".

Ella se inclinó un poco hacia delante, tocándole suavemente la cabeza.

"Ese es un nombre muy lindo, ¿eh? Pero ahora necesito hablar con tu hermano, ¿está bien?"

"¡Chí!"

A pesar de su respuesta, se siguió quedando a su lado.

Carajo, su voz era tan exagerada que ya hasta me estaba poniendo nervioso.

"Luciano", comenzó, poniendo una mano en su cadera, provocando que se note una gran cantidad de vello corporal bajo su axila.

"Estamos al tanto de que has traído cosas nuevas últimamente. Cosas que no entendemos. Tariq ha estado caminando entre nosotros, mostrándonos cosas, hablando de ideas que no conocemos. Dice que tú eres quien lo ha enseñado. Y todos aquí..."

Señaló a la multitud con un movimiento amplio de su mano libre.

"Nos estamos preguntando qué está pasando. ¿De dónde sacas todo esto? ¿Qué planeas hacer?"

¿De qué se estaban quejando? ¿Acaso no tienen otra cosa que hacer?

Tragué saliva y me esforcé por mantener la calma.

"¿A qué te refieres con 'cosas nuevas'?" Pregunté, tratando de ganar tiempo a pesar de que la pregunta era clara.

"Deja de hacerte el desentendido. Esto es algo serio. Has traído cosas raras.

Esa cosa que tienes y Tariq llama 'casa', ¿cómo la hiciste realmente? Nadie entiende cómo lograste hacer algo tan... tan sólido. Es por la magia, ¿no?"

"Y lo de la comida..." Agregó otra mujer alta y de pelo negro desde la multitud. No la reconocí, pero su tono acusador era inconfundible.

"Mi hijo dijo que tienes comida guardada y que también le has hecho darte. Alimentos que podrían alimentar a todos, pero los tienes ahí, acumulados. ¿Por qué no compartes con los demás?"

¿¡Ehhh!? ¿Esta era la madre de Tariq? Bueno, eso no es lo raro en este momento, sino que... ¿Acaso estos tipos eran comunistas? La idea me arrancó una sonrisa involuntaria, pero rápidamente la borré antes de que alguien la notara.

"¿En serio están acá porque creen que estoy escondiendo comida? Ni siquiera tenemos tanta, y son solo frutas. Suena a que están intentando sumar cosas para intentar culparme de algo".

"¡Tú tienes el poder del Rey Demonio!" Gritó alguien desde atrás.

Era alguien que no pude ver, pero con la voz de un hombre.

El comentario me golpeó como un puñetazo en el estómago. ¿El poder del Rey Demonio? Esa comparación me prendió fuego por dentro, encendiendo una furia que pocas veces había sentido. Apreté los puños mientras mis ojos recorrían a la multitud, buscando al imbécil que había soltado semejante barbaridad.

"¡¿Quién dijo eso?!" Pregunté, dando un paso hacia adelante. La gente retrocedió un poco, como si mi enojo fuera algo tangible que los empujaba.

"¡Dale! ¡Repetilo si tenés huevos!"

Mi mirada saltaba de un rostro a otro, buscando al culpable, pero nadie parecía dispuesto a enfrentarse a mí.

Justo cuando iba a avanzar más entre la gente, Ayla extendió una mano y me detuvo.

"¡Alto, Luciano!"

Su machete en la otra mano hacía que nadie se atreviera a intervenir.

"Esto no se soluciona gritando como un tonto. ¡Cálmate! Ya hablaré yo con ellos".

"¿¡Cómo querés que me calme!? ¡Están comparándome con la peor mierda que hay en este mundo!"

Mi voz temblaba de indignación mientras intentaba apartar su brazo, pero Ayla no cedió ni un centímetro.

"¡Luciano! ¡No les des la razón mostrándoles esa actitud!" Gritó mi mamá desde mi derecha mientras me tironeaba del brazo.

De pronto, un hombre alto salió de entre la multitud. Caminaba con pasos desafiantes.

Su piel era oscura, su cabello era negro y desordenado, mezclado con canas, y sus ojos oscuros tenían un parecido inconfundible con alguien que ya conocía.

Este tipo era el padre de Tariq.

"¡Fui yo quien lo dijo! Y lo sostengo. Me contaron que tienes un poder que nadie entiende, cosas que no deberían existir en este lugar. ¿Qué diferencia hay entre tú y el maldito Rey Demonio, eh? ¡Ambos traen caos!"

Mis dientes rechinaron, y di un paso hacia él.

"¿¡Caos!? ¡Todo lo que hice hasta ahora es tratar de ayudar a toda la gente de este lugar, inútiles desagradecidos!"

El hombre me señaló con un dedo acusador.

"¡No te atrevas a hablarme así, mocoso! ¡Ni siquiera nos has ayudado en algo! ¿¡En qué me has ayudado tú a mí!? Guardas secretos, te construyes esa 'casa' y haces cosas que nadie entiende. ¡Eso no es normal, ni seguro!"

"¡Y vos no entendés nada porque preferís quedarte siendo un ignorante!

¡Es fácil señalar con el dedo cuando vos no hacés nada útil, ¿verdad?! ¡Tu hijo es más trabajador que vos, viejo de mierda!"

Eso lo encendió. Su rostro se puso rojo y, antes de que alguien pudiera detenerlo, dio un paso adelante y me empujó con ambas manos. Tropecé un poco hacia atrás, pero me mantuve firme.

Antes de que alguien pudiera hacer o decir algo, un grito agudo e histérico resonó a mi lado.

"¡¿Cómo te atreves a tocarlo?!"

Era Lucía, mi mamá-hermana, que corría hacia él como un rayo, su rostro desencajado por la ira. Su pequeño cuerpo se movía con una energía desproporcionada, y antes de que pudiera detenerla, ya estaba frente al hombre, agitando los brazos frenéticamente.

"¡Ni siquiera sabés lo que él hace por todos, bruto! ¡Todos ustedes son unos muertos de hambre! ¡¡Váyanse de nuestra casa!!"

El hombre retrocedió medio paso, sorprendido por la pequeña figura de tres años que lo enfrentaba. Creo que ninguno de los presentes nos esperábamos tantos insultos degradantes, pero se lo merecían.

Antes de que alguien pudiera decir algo, Ayla se giró, mirando a los demás y haciendo un gesto con las manos como si los empujara imaginariamente.

"Ahora ya es hora de irse. Déjennos solos".

La gente murmuró en desacuerdo, pero la mirada autoritaria de la abuela malvada no dejó lugar a dudas. Uno por uno, empezaron a dispersarse, aunque algunos miraban por encima del hombro, claramente interesados en cómo se resolvería esto.

Luego de poner unas manos tranquilizadoras sobre los hombros de mi mamá, fui el primero de los tres en hablar.

"Oye... Jugaste bastante sucio, ¿no? Y eso que apenas nos conocemos. No pensé que querías llevarte así con nosotros".

No recuerdo bien si fue así desde el primer momento que la vi, pero no sentía ni un ápice de conexión emocional con esta mujer, ni con Harlan. Menos ahora.

¿Acaso debería seguir fingiendo y aceptar este lazo familiar con esta mujer, que nunca se dignó a visitarnos en ocho años, y que justamente viene ahora a cuestionar mis acciones?

"No era esa la idea. Todo esto se nos fue de las manos".

"¿Se nos fue...?"

Me mordí el labio inferior para no comenzar una nueva pelea verbal.

"No necesitamos hablar contigo. Por favor, andate".

"Luciano, solo estoy intentando entender todo esto que estás..."

"Así no es la manera", comencé diciendo, cortando sus palabras.

"Pero no te preocupés... Ya nos veremos de nuevo muy pronto, y esta vez será a mi manera".

"¿A tu manera?"

Comencé a suavizar un poco los hombros de mi mamá con mis manos, porque parecía empezarse a poner nerviosa al hundir la arena más profundo con sus pequeños pies.

"Sí, ustedes lo hicieron a su manera, así que ahora me toca a mí. ¿Acaso eso no es justo luego de haberme faltado el respeto? Igualmente, no se preocupen, porque no soy alguien tan rencoroso, y tampoco debo serlo.

Pronto los visitaré y les enseñaré las cosas que no saben, porque ese es mi deber. Adiós".

Ella habló mientras me daba la vuelta.

"Está bien, Luciano... Estaré esperando a que nos des una buena explicación".

Tomados de la mano, entré a casa junto a ella y vimos a nuestro grupo llegar desde la lejanía de la playa. Hoy parecía ser un buen día para ellos, al menos en lo que a comida respecta.

"Mami, creo que vamos a tener que posponer el buscar a Forn".

"¿Pero voy a poder conocerlo?"

Apoyé la frente contra uno de los barrotes horizontales de la ventana.

"No sé... Hoy era un buen día porque Mirella no estaba.

Pronto recolectaremos algo de comida de la huerta y no estarán saliendo mucho afuera".

"¿Por qué te preocupa tanto Mirella?"

"Vos sabés bien que no le gusta que la deje fuera de mis cosas.

Y sí, ya sé que está siendo un poco más abierta en ese sentido que antes, pero tampoco quiero llevar tanto al límite esa brecha".

"Entonces llevala con vos mañana. Vayan a ver a esa gente estúpida y enséñenles todo lo que les enseñaste a los demás".

Llevar a Mirella conmigo... Sí, eso podría funcionar. Así se sentirá incluida, y quién sabe, tal vez también impresione a esos idiotas con sus habilidades. Además, no quería que ella se sintiera que en este último tiempo no ha hecho nada. Si algo había aprendido de Mirella, era que siempre buscaba demostrar su valía.

"Está bien", respondí mientras comencé a llevarla hacia su habitación sin previo aviso.

"¡Hey! ¿No los vamos a esperar en la puerta?"

"No, porque estoy por cometer una locura".

Al abrir la puerta, vi de frente, contra la pared, esa especie de altar de Rundia hecho para su Dios Adán. Siempre que lo veo me da un poco de pena.

A case of literary theft: this tale is not rightfully on Amazon; if you see it, report the violation.

"¿Vas a decirles? ¿En serio?"

"Sí", respondí mientras traía una de las tres sillas de madera libres hacia el centro de la habitación.

"Estás conmigo, ¿no?"

Lucía pareció entender la situación al instante, porque su sonrisa se amplió y asintió con energía. Sabía que ella siempre estaba de mi lado, sin importar cuán absurdas fueran mis ideas.

Cuando finalmente escuché los pasos de Rin y Rundia acercándose, mi corazón comenzó a latir con fuerza, pero no iba a retroceder. Ellos entraron, hablando entre ellos, pero se detuvieron al verme sentado allí.

"¡Ah, ahí están, chicos!" Gritó Rundia mientras avanzaba hacia nosotros.

Se detuvo de nuevo al verme con una expresión que no correspondía a un niño de mi edad.

"¿Está todo bien, hijo?"

"¿Pasa algo? ¿Lucía, te peleaste con tu hermano?" Preguntó Rin desde atrás.

Respiré hondo y me enderecé en la silla. Lucía seguía firme delante de mí.

"Necesitamos hablar".

Rundia, que ya parecía estar agotada por el día, suspiró y puso los brazos en jarra.

"¿De qué se trata?"

"Quiero que me den permiso para moverme por toda la zona, solo", mi voz salió firme, sin titubeos.

Ambos me miraron, primero confundidos, luego sorprendidos. Rin fue el primero en hablar.

"Luciano, sabes que no podemos permitir eso. Es peligroso... Tú mismo nos lo dijiste una vez, ¿no?"

Levanté una mano para detenerlo.

"Déjenme terminar. Hoy tuve un enfrentamiento con Ayla y Harlan. Sí, los padres de mamá y también con la otra gente que vive en esas cuevas. Ellos me acusaron de cosas absurdas, me empujaron, me insultaron y, lo peor de todo, se atrevieron a cuestionar todo lo que hago".

El rostro de Rundia cambió drásticamente al escuchar esto. Sus ojos, normalmente dulces, parecían llenarse de ira.

"¿Mis padres? ¿¡Qué hicieron!?"

Me tomé un segundo para observar el rostro de Rundia. Esa mezcla de rabia y desilusión me hizo entender que estaba pisando un terreno delicado. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas contenidas mientras Rin, detrás de ella, parecía meditar en silencio lo que acababa de escuchar.

"¡No puedo creer que hayan hecho eso! ¡Esos dos no pueden...! ¡Luciano, no quiero que te acerques a ellos nunca más! ¿Entendiste?" La voz de mi madre se alzó con una intensidad que rara vez usaba conmigo.

El solo hecho de que me llamara por mi nombre significaba que se sentía muy mal.

Respiré profundo, buscando la forma de calmarla sin que mi plan se viniera abajo. Sabía que ya no podía responder con la misma intensidad; eso solo empeoraría las cosas.

"Mamá..." Susurré mientras me levantaba de la silla y me acercaba lentamente, dejando a Lucía atrás.

Puse una mano en su hombro y otra en su cintura. Mi altura apenas alcanzaba su pecho.

"Entiendo por qué te sentís así. Sé lo que te hicieron... y lo que les hicieron sentir a los dos en su momento. Pero no puedo ignorarlos. No puedo ignorar a esa gente, porque, tarde o temprano, van a querer relacionarse con nosotros. Como empezaron haciendo hoy".

Ella me miró fijamente; sus ojos ya empezaban a derrochar lágrimas.

"¿Cómo puedes siquiera pensar en perdonarlos? ¿Después de todo lo que me hicieron? ¡Después de cómo dijiste que te trataron hoy!"

De pronto se quiso ir de la habitación, pero la sostuve fuertemente del brazo.

"Mamá, no se trata de perdonarlos, no todavía", le dije con calma.

"Se trata de cambiar las cosas. De cambiar este lugar. Sabés que no me gusta limitarme a lo que está cerca, a lo que me resulta fácil... Soy alguien que pretende seguir mejorando la situación que nos rodea".

Rundia negó con la cabeza y apartó la mirada, pero no retrocedió. Eso era una buena señal. Sentí la mirada de Rin a un costado, pero no lo miré para enfrentarlo todavía. Este momento era de ella y mío. Aunque tampoco parecía querer entrometerse.

"Ellos no van a cambiar, Luciano", dijo con un tono lleno de amargura.

"No lo hicieron por mí, no lo van a hacer por ti. La gente como ellos no aprende a ser mejor".

"Eso mismo pueden haber pensado ustedes en algún momento", respondí con una leve sonrisa.

"Tal vez llegaron a pensar que no podíamos tener algo mejor que las cuevas, que vivir del día a día era suficiente. Y míranos ahora lo bien que estamos".

La miré directamente a los ojos, tratando de transmitirle toda la determinación que sentía.

"Mamá, yo puedo hacerlo. Pero necesito que confíes en mí, porque yo quiero convertirme de manera definitiva en un líder para ustedes y para cualquiera que quiera sumarse".

Ella apretó los labios y bajó la mirada. Por un momento, el silencio llenó la habitación, solo roto por los suaves pasos de Lucía, que se acercó a tomarle la mano.

"Yo confío en Luciano, mamá", dijo con su vocecita firme.

"Él siempre sabe qué hacer, ¿o no?"

En ese momento sentí que necesitaba abrazarla, pero no porque fuera parte de la persuasión, parte del plan, sino que fue un instinto impulsivo que tuve al tenerla tan cerca. Ella tenía un trato tan maternal que a veces me daba lástima que yo solo fuera un farsante ante ella. Alguien que no debía estar en este momento, en este mundo.

Y así me quedé, aplastando mi cabeza contra su plano vientre. Los pelos del pelaje de su prenda que tapaba sus pechos me hacían cosquillas en la frente.

¿Hace cuánto que no le demostraba un poco de afecto?

Noté que Rin puso una mano sobre el hombro de Rundia mientras Lucía se sumaba al abrazo.

"Rundia, ¿crees que estará bien dejarlo? ¿No debería enseñarle a cazar primero?"

Rundia intentó responder a Rin, pero cuando abrió la boca, las palabras no salieron. Un sollozo silencioso brotó de su garganta, y cerró los ojos con fuerza mientras las lágrimas corrían por su rostro. Su cuerpo temblaba ligeramente bajo mi abrazo. Sentí una punzada en el pecho; odiaba verla así. Rundia no lloraba tan fácilmente, y saber que estaba al borde del llanto por mi decisión o por su remolino de emociones me hacía cuestionar si la estaba presionando demasiado.

Tampoco es como si fuera a decirles lo del Rey Demonio en este momento, pero creo que debía ponerle paños fríos al asunto.

"Está bien, mamá, está bien", susurré mientras le daba unas palmaditas suaves en la espalda, tratando de calmarla.

"No se preocupen. No voy a andar solo por ahí como si nada. Solo quería saber si tenía su permiso o no, así que la mayoría de las veces que salga, voy a estar acompañado. Mirella nunca me deja solo. Aya siempre está dispuesta a ayudarme... incluso Lucía puede acompañarme si es necesario. Saben que ninguno de ellos me va a dejar meterme en problemas sin intervenir".

Hice una pausa, sintiendo el peso de sus miradas sobre mí.

"Solo necesito su permiso para intentarlo. No quiero desobedecerlos, no quiero crear conflictos entre nosotros. Pero tampoco puedo quedarme quieto cuando hay tanto por hacer con otra gente. Ustedes siempre me enseñaron que las cosas importantes requieren esfuerzo... y a veces, riesgos".

La última frase era un poco inventada. Sin embargo, servía para la situación.

Luego de esas palabras, Rundia me abrazó mucho más fuerte que antes contra ella. Al girar la cabeza, pude ver que por el otro lado de la puerta había varios escuchándonos. Al menos pude ver la pequeña cabeza de Mirella, que al notar que la vi se escondió de inmediato.

“Chicos, ya no hace falta esconderse. Sé que están ahí, así que… mejor entren de una vez, ¿no?”

Unos segundos de silencio incómodo siguieron a mis palabras. Luego, uno por uno, comenzaron a asomar las cabezas. Primero Mirella, con su cabello amarillo brillando por sus partículas como si nada, seguida de Aya, que avanzó con paso tranquilo y una sonrisa apacible. Detrás de ellas vi a Tarún, Anya... Estaban todos.

“Yo no estaba escuchando, ¡solo pasaba por aquí!” Mirella alzó la barbilla, cruzándose de brazos con una mueca que pretendía ser seria, pero no pudo sostenerla mucho tiempo. Sus ojos verdes chispearon de emoción al volar hacia mí y posar una de sus manos diminutas sobre mi cabeza, como si quisiera marcar territorio.

“¡Y por supuesto que no vas a salir solo, Luciano! ¡Eso jamás pasará mientras yo esté aquí!”

Rundia, todavía con los ojos enrojecidos por las lágrimas, dejó escapar una pequeña risa, al igual que Rin, que negó con la cabeza ante la actitud de Mirella.

“¿Por qué no voy a salir solo?” Pregunté, siguiéndole el juego mientras alzaba una ceja.

“¿¡En serio me lo preguntas!?” Exclamó Mirella, llevándose una mano al pecho como si estuviera ofendida.

“¡Soy tu compañera, tu hada protectora! Si alguien quiere hacerte daño, yo misma me encargaré de quitarlos de tu camino. ¡No pienso dejarte ni un momento, aunque lo intentes! ¡Ya me has dejado sola muchas veces en este último tiempo!”

Aya dejó escapar una leve risa detrás de su mano, pero su voz serena pronto se hizo escuchar.

“Creo que Luciano no tendrá oportunidad de estar solo, aunque lo desee”.

“¡Exactamente!” Mirella se giró hacia ella, asintiendo con vehemencia.

"Si alguien lo acompaña, seré yo".

“Está bien”, dijo Rundia finalmente, su voz todavía algo quebrada, pero con más serenidad.

“Pero tengan cuidado. No quiero que ninguno de los dos salga lastimado, ¿sí?”

"Bueno, supongo que ustedes ganan", murmuré.

El grupo se echó a reír, incluso Suminia soltó una leve sonrisa, aunque parecía no interesarle mucho lo que estábamos discutiendo.

***

Decidí darme una semana de descanso sin hacer nada luego de recibir, a medias, el permiso de caminar libremente por la zona.

Aproveché para recargar algo de energías, calmar un poco mi mente y, de paso, empezar a rezar y agradecerle a Sariah por dejarnos vivir esta nueva vida. Sobre eso último, no sé por qué se me ocurrió, pero me di cuenta de que hacerle llegar algunas palabras de agradecimiento a mi diosa me hacía sentir mejor conmigo mismo y tal vez a ella también le serviría, pues esta gente solo cree en un dios llamado Adán, al menos los humanos. No les he preguntado a Aya y Mirella.

Se lo comenté a mi mamá y ella me dijo que un par de veces lo había hecho, aunque dijo no recordar exactamente si Sariah le mencionó que podía escuchar sus pensamientos. De todas formas, ambos lo hacemos a la noche.

Volviendo al presente, estoy en el lugar que anteriormente llamábamos santuario de Aya junto a Mirella, llevando un balde cargado con algo de agua mágica. Estamos yendo por los pasadizos subterráneos hacia la demás gente, pero no sabemos qué camino tomar. Bah, realmente el que no sabe soy yo.

Era curioso cómo ese lugar, que en algún momento había sido un refugio, ahora parecía tan ajeno y lleno de incertidumbre.

"¿Por qué estás tan indeciso, Luciano?"

"Porque el único pasadizo que lleva hacia los demás que conozco es el que da a la cueva de mis abuelos, y no creo que sea buena idea comenzar por ahí".

"¿Y cuál es ese?"

"Ese de ahí", respondí señalando el pasadizo que teníamos en frente, el que estaba en el medio de la pared donde estaba la pictografía.

"Entonces tendríamos para ir por el que está a la izquierda o el que está a la derecha".

"Bueno, yo iré a donde tú decidas".

"Mirella, no hace falta que siempre aceptes lo que yo diga. Eres perfectamente capaz de decidir o de opinar lo que te parece mejor. De hecho, prefiero que lo hagas. Me gusta escucharte, ¿sabes?"

Bajo la bola de luz que nos iluminaba, logré divisar un ligero rubor en sus mejillas.

"¿Te gusta... escucharme?"

"Sí, tenés una voz muy linda".

Ella parpadeó varias veces, sorprendida, mientras el brillo de su luz ahora fluctuaba un poco.

"Entonces… vamos por el de la derecha. Siento que es el más seguro".

Asentí sin dudar.

"Perfecto. Vamos por ahí".

Comenzamos a avanzar por el estrecho pasillo que Mirella había elegido. Las paredes de roca eran bastante irregulares, lo que me hizo volver a preguntar cómo hacían los gnomos para realizar tales excavaciones.

El aire era ligeramente húmedo, con un leve eco de mis pasos resonando en la distancia. Mirella parecía más tranquila ahora, moviéndose con un pequeño vaivén que resultaba hipnótico.

"Mirella", dije después de unos minutos de caminar, rompiendo el silencio.

"Se me vino una cosa a la mente, algo que te quiero preguntar".

"¿Qué cosa?"

Giró su cabeza hacia mí, curiosa. Había una ligera sonrisa en su rostro que me tranquilizaba más de lo que estaba.

"Es sobre lo que me dijiste cuando nos conocimos. Dijiste que podés detectar a los seres malvados. ¿Eso es cierto o solo era algo que inventaste para impresionarme?"

"Bueno… quizás sí intentaba impresionarte un poco. Lo cierto es que todavía sigo pensando que puedo hacerlo, aunque todavía no haya sucedido".

"Eso es bueno", respondí mientras cambiaba a la mano izquierda el balde con agua mágica.

Acerqué un dedo hacia ella, que por un instante no supo qué quería hacer, pero al final dejó que le acariciara el cabello, por detrás de la oreja.

"Hoy te ves bien".

Ella soltó una suave risita.

"Y tú hoy estás bastante amable, ¿no?"

Volví la mano a su posición natural.

"Lo que pasa es que me mentalicé para estar calmado y no discutir con nadie. Para vos también va esto: necesito que estés tranquila a pesar de que los demás nos digan cosas que no nos gusten".

"Pero sabes que no puedo controlarme cuando alguien te dice algo malo".

"Quiero que esta vez te controles. Necesito que lo hagas por mí".

Ella se adelantó bastante en su vuelo, casi dejándome sin luz, así que corrí hasta atraparla con mi mano libre.

Abrí la mano y ella se quedó sentada ahí, con sus piernas estiradas y los brazos cruzados.

"Vamos, Mirella. No te enojés, por favor".

Cada vez que la sostenía con una mano, notaba que era más pesada. Todavía no hablamos sobre eso.

"¡Aysh...! Se supone que nadie debe decirte cosas feas".

"Sí, ya sé que no debería ser así... Pero es solo por esta vez. Les mostraremos nuestro lado bueno para comenzar a entendernos mejor".

"Está bien. Solo lo haré por hoy", respondió mientras se recostaba sobre mi mano, apoyando la cabeza sobre mi muñeca.

Seguí avanzando lo poco que quedaba de trayecto hasta que llegamos a una cueva en la que no había nadie. Eso era extraño, no creo que los gnomos hayan excavado hasta un lugar donde no vive nadie.

"Deben haber ido a recolectar comida", murmuré al ver que no había comida por los suelos, pero sí los restos de una fogata.

Mirella dio un salto desde mi mano y se puso a volar hacia la salida; estaba claro que estábamos en medio de la selva, porque la luz que entraba era muy pobre y la cantidad de árboles altos y hierba era inmensa.

"Qué lástima que Aya no quiso venir. Parece un lugar complicado", comentó Mirella al salir a la superficie.

"Cierto, podría habernos ayudado a escuchar si hay animales cerca... Tengamos cuidado con las serpientes".

"Tú sígueme a mí. Yo te cuidaré".

"Está bien".

Mirella decidió no eliminar la bola de luz que nos acompañaba y comenzó a liderar el avance volando bajo mientras gritábamos para ver si encontrábamos a alguien.

Menos mal que no traje uno de los recipientes de arcilla y me traje un balde liviano creado por mí, sino ya estaría cansado de los brazos.

Diría que estuvimos avanzando entre los árboles y enredaderas como media hora cuando, de repente, un olor nauseabundo comenzó a llenar el aire. Al principio, pensé que era simplemente la vegetación en descomposición, pero pronto se volvió insoportable. El hedor parecía pegarse a mi garganta, cada respiración era un reto. Me detuve y cubrí mi nariz con la mano libre.

"Mirella, ¿vos también olés eso?"

"Sí... Es horrible".

No necesitaba preguntar más. Sabía lo que significaba ese olor, aunque no quería aceptarlo. Un cuerpo. O, peor, varios. El estómago se me revolvió al pensar en lo que podíamos encontrar.

Solo espero que sea de un animal.

Pocos metros más adelante, entre las raíces de un árbol, vi lo que parecía un bulto oscuro. Al acercarme, confirmé mis peores temores. Allí estaban los restos de dos cuerpos. Uno más grande, claramente una mujer adulta, y otro más pequeño, probablemente una adolescente. Ambos estaban en avanzado estado de descomposición. Sus pieles estaban desgarradas y carcomidas, con marcas de lo que parecían ser mordidas de animales. También se le notaban los huesos, principalmente en la cara y manos. Lombrices se arrastraban por los restos, haciendo que mi estómago diera un vuelco.

Me llevé una mano a la boca, pero no fue suficiente. Vomité de inmediato hacia un costado, dejando caer el balde mientras me inclinaba hacia un costado. El líquido ardía en mi garganta, pero lo peor era el peso en mi pecho. Tenía muchas náuseas.

"Luciano..." Mirella susurró mi nombre; su voz temblaba.

Había bajado su luz casi al mínimo y flotaba a mi lado, abrazándose a sí misma mientras trataba de no mirar los cuerpos.

Me enderecé como pude, con las piernas tambaleándome. Limpié mi boca con el dorso de la mano y volví a mirar. Había algo familiar en ellas, algo que no podía ignorar. El cabello negro, aunque sucio y revuelto, me hizo recordar una conversación que había tenido con Anya.

"No puede ser..." Murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.

"No puede ser..."

Recordé cómo, meses atrás, Anya me había contado que su madre y su hermana habían desaparecido cuando ella era apenas una chica jovencita. Nunca volvió a saber nada de ellas, y la incertidumbre la había atormentado desde entonces.

"¿Te sientes bien?" Preguntó Mirella con un tono de voz nasal.

"Ellas son... Ellas eran la única familia que le quedaba a Anya".

Las piernas me fallaron y caí de rodillas frente a los cuerpos. Lágrimas comenzaron a brotar sin control mientras apretaba los puños contra el suelo.

"Maldición... Ya sabía que esto había pasado, pero me hace mal verlo con mis propios ojos".

Mirella se quedó en silencio.

Abrí mis palmas sobre el suelo y comencé a canalizar mi magia, haciendo que el suelo comenzara a moverse hacia abajo. No quería que sus restos quedaran expuestos de nuevo.

Al final quedaron enterrados y el olor comenzó a disiparse lentamente.

De pronto, Mirella me abrazó por detrás, del cuello. Sus brazos ahora eran tan largos que podía rodearme por completo.

No hizo falta que nos dijéramos ni una palabra; los dos podíamos entendernos mutuamente en ese momento.

Mientras un pequeño rayo de luz del día se filtraba entre los árboles, nos quedamos allí, sobre el suelo, frente a lo que ahora era una tumba compartida, dejando que el dolor siguiera su curso.