Me desperté apenas unas horas después del intento de robo por parte de Lucía. De hecho, todavía nadie se había despertado y fuera estaba una tenue luz del sol que ni siquiera se notaba del todo.
Había estado tenso y alerta toda la noche por culpa de un bebé de siete meses, esa es la realidad. Encima esa niña era mi hermana.
Dejé a Mirella bien recostada contra las hojas y me fui a apoyar contra el borde de la cueva. Hace rato no tenía un momento a solas, casi siempre tengo a Mirella revoloteando a mi lado y eso complica las cosas para intentar hablar con Lucía.
¿Por qué quería robarme la piedra? ¡Esa era mi piedra! ¡Mi criatura mágica! Yo voy a juntar todas las partículas mágicas que se necesitan para liberar a lo que sea que está dentro. Ella no tendría por qué entrometerse. Maldición... de alguna forma tengo que adelantar la exploración que le prometí a Mirella. No quiero perder la oportunidad de conseguir todas las piedras mágicas y ganarme otro favor de Sariah.
Tal vez esa criatura sería la clave para obtener más poder, o para entender mejor las reglas de este mundo, y Lucía, de alguna manera... ¿lo sabía?
Mientras seguía apoyado contra el borde de la cueva, sentí la brisa suave del amanecer rozar mi rostro. El aire estaba cálido, y en ese momento, a pesar del caos interno que llevaba por dentro, disfruté del silencio. Era de esos momentos en los que, por un instante, todo parecía en calma, como si el mundo estuviera dormido y yo fuera el único consciente de lo que estaba ocurriendo.
De paso me fui comiendo una papaya. Una fruta tropical típica de estas tierras cálidas. En mi vida anterior nunca la había probado, pero debo decir que no está nada mal. Lo único malo es que está llena de semillas por dentro, y supongo que no son comestibles.
Hablando de semillas, debería ir plantando algo, ¿no? O sea, no es como si tuviéramos un terreno amplio y liso como para plantar un árbol, pero tener cultivos es algo que deberíamos tener en cuenta si es que queremos tener una mejor calidad de vida en el futuro.
Hasta ahora conozco las papayas, las mandarinas y las nañas, las cuales yo mismo nombré así. Esas frutas verdes y alargadas eran un manjar gelatinoso.
¿Y si construimos una casa y aramos la tierra?
Me aparté de la cueva y caminé un poco más allá, donde el arroyo fluía lentamente. El agua cristalina reflejaba las primeras luces del día, y por un momento me detuve a observarla, intentando encontrar algo de paz en ese paisaje. Conté los pasos, unos setecientos metros desde la entrada de nuestra cueva hasta el punto más próximo al agua.
El sonido del agua me calmó lo suficiente como para pensar más claramente. Primero, tengo que asegurarme de que Lucía no vuelva a intentar robarme la piedra. Eso es lo primordial. No podía perder esa piedra. No hasta que estuviera listo para liberarla. El siguiente paso sería convencer a Mirella de que teníamos que esperar antes de ir al volcán. No quería romper mi promesa, pero al mismo tiempo, necesitaba más tiempo para planificar. Este mundo no era el mismo que la Tierra. Aquí, cualquier paso en falso podía costarte la vida o algo peor.
Miré a mi alrededor, había suficiente madera como para hacer un asentamiento completo. Hasta ahora no había pensado en grande, solo en cosas que podría ser útiles en el día a día, como los platos y cubiertos, los cuales... no volví a crear.
Me siento un poco presionado por el tiempo, pero no en el sentido de que tengo poco, sino que va demasiado lento. Me gustaría saltar en el tiempo y ser alguien mayor, que pueda valerse por sí mismo y no pensar en qué dirán los demás si empiezo a crear tantas cosas que nunca en su vida habían visto.
Quiero decir, apenas tengo unos seis años o menos. Tarún tiene seis, así que yo debo estar uno o dos meses detrás. No sería normal que alguien así tenga tanta capacidad mental. No hay ninguna excusa para poner ante ello, las preguntas iban a llegar y yo no iba a saber qué responder. Eso es lo que me pasa con Lucía al verla apresurarse demasiado.
"Está bien, debería empezar con lo pequeño e ir viendo cuál es el límite", dije al aire, aunque solo me escuchó un pez que nadaba tranquilamente por el arroyo.
¿Y si también él es un reencarnado?
Pensamientos tontos aparte, me senté en el suelo y comencé a juntar varias piedras, moldeándolas a todas y creando un plato de piedra.
Tenía un formato ultra sencillo, un círculo un poco hondo y el borde circular por fuera. Parecía más una bandeja pequeña que un plato.
Caminé hacia el arroyo para lavarlo, ya que tenía la suciedad de las piedras del suelo. En ese momento el pececito apuró el paso.
Cuando acerqué el plato al agua, lo sumergí lentamente, sintiendo cómo las corrientes suaves se llevaban el polvo y los restos de tierra. El ruido del arroyo era como una melodía repetitiva que poco a poco me calmaba. El plato estaba tomando un aspecto brillante y limpio, pero algo captó mi atención.
Allí, justo debajo de la superficie del agua, algo relucía con un brillo distinto al de las piedras comunes. Al principio pensé que solo era un reflejo de la luz del sol, pero mientras lo miraba más de cerca, ese brillo se mantenía, constante, casi insistente.
"No puede ser…" Murmuré.
Dejé el plato a un lado y hundí la mano en el agua, buscando entre las piedras y los guijarros hasta que lo encontré: un pequeño trozo de piedra con pintas amarillentas.
Lo froté con los dedos, limpiando el barro y, ahí estaba de nuevo, un rastro dorado. Mi corazón dio un vuelco. ¡Oro! No podía ser otra cosa. Pero... ¿qué tan útil sería en este mundo? Aquí no había mercados, ni monedas como en la Tierra, pero algo me decía que el oro tenía valor en cualquier parte del universo.
Espera... yo soy el niño de oro. Así es como me apodaron los hombres pájaro. ¿Acaso ellos ya lo habían descubierto? Nunca lo podré saber...
Volví a meter las manos en el agua, buscando más. A medida que removía el lecho del arroyo, encontré dos pequeñas motas más, dispersas entre las piedras. La posibilidad de lo que esto podía significar me invadió la mente. Oro significaba poder, no solo en términos de riqueza, sino de lo que podría construir con él.
El descubrimiento comenzó a despertar algo dentro de mí, algo que hacía tiempo que no sentía tan intensamente: ambición. No por ser un tirano o un dictador, sino por lo que podía construir, crear... cambiar. Este pequeño grupo, esta familia, podía convertirse en algo mucho más grande de lo que jamás imaginé.
"Y si... Y si..."
Mis pensamientos empezaron a ir a mil por hora. ¿Qué tal si empezamos con una casa de verdad? Una estructura sólida, con paredes, habitaciones, un lugar donde podamos estar cómodos y seguros. Luego podríamos expandir, traer a más personas a vivir con nosotros, empezar a formar algo más organizado. Con los conocimientos de mi vida pasada, podría dirigirlos, enseñarles a construir herramientas más avanzadas, a cultivar la tierra de manera eficiente, a usar el oro para propósitos que ni siquiera ellos imaginarían y yo tampoco.
Si hay buenas cantidades, podríamos usar el oro para muchas cosas que tuvieran un valor especial. El oro era el mejor conductor de la electricidad... Sí, ya sé que sería difícil crear electricidad, pero si tenemos el oro en nuestro poder, podríamos empezar a intentarlo de alguna manera junto a otros reencarnados.
Me vi a mí mismo supervisando la construcción de una ciudad. No una simple aldea, sino un lugar con caminos, edificios, fuentes de agua, defensas mágicas... un lugar donde mi gente pudiera prosperar sin miedo. Donde pudiera aprovechar lo que sabía de la Tierra y aplicarlo en este nuevo mundo.
Pero claro, todo eso era un sueño lejano.
Junté las tres pepitas en una sola usando magia y la guardé en la bolsita que me quisieron arrebatar ayer. Ahora se sentía más pesada al llevar dos piedras, pero no me importaba.
Sentí una presencia a mi espalda. Me giré lentamente y vi a Aya, acercándose en silencio, como solía hacer. Sus ojos anaranjados brillaban con la luz tenue del amanecer, y su silueta, aunque femenina y delicada, transmitía una fuerza imponente. ¿Desde cuándo habrá estado observándome? Era difícil saberlo con ella.
“¿Luciano?” Su voz, suave y controlada, rompió el silencio.
“¿Desde hace cuánto que estás aquí? ¿Pasa algo?”
"¿Cómo me encontraste?"
"Te encontré por tu aroma", respondió Aya mientras sus orejas se movían sutilmente, atentas a los pequeños sonidos del entorno.
No podía evitar quedarme unos segundos mirándola. Esa serenidad, esa presencia... siempre me intrigaba. En comparación con todos los demás, ella era un ser completamente distinto.
"¿Mi aroma?"
Claro, después de todo, tenía rasgos felinos.
"El tuyo es distinto, algo que nunca había sentido antes de conocerte... y eso siempre me ha facilitado encontrarte”.
"Que yo recuerde, esta es de las primeras veces que salgo afuera solo desde que estás en mi grupo".
Ella detuvo sus movimiento de orejas por un momento.
"Es una forma... de decir".
"¿Por qué no me dijiste nada antes?" Pregunté, ahora realmente curioso por ver qué contestaba, de alguna forma la había llevado a un territorio extraño. Siempre había algo en ella que me hacía sentir que sabía más cosas de lo que dejaba ver.
"'¡Es que tu olor es especial!" Empezó gritando, antes de respirar hondo y calmar su voz. "Se siente tan potente... tan poderoso... Y hace poco, cuando nació tu hermana, sentí como si se empezara a propagar mucho más lejos de lo que llegaba antes".
Mierda... eso coincide justamente con cuando Sariah alargó mi pelo rojo y lo puso de una manera que hiciera parecer que ahora tenía dos iguales dispersos por mi larga cabellera. Tenía que embarrar el terreno o el que saliera más perjudicado de esta conversación iba a ser yo.
Me fui acercando hacia ella lentamente, pude notar que no quería hacer contacto visual conmigo.
"¿Tan poderoso, eh?" Dije mientras apoyaba una mano en su vientre, apenas traspasándole una partícula mágica.
“¿Qué haces…?” Murmuró, aunque sin moverse ni apartar mi mano.
"No te olvides de recargar tus partículas mágicas. ¿Estuviste haciendo lo de la barrera doble?"
"Ya puse dos... pero pensaba poner una tercera".
"Una tercera barrera suena excesivo", respondí, manteniendo mi toque.
"Pero claro, vos siempre vas un paso más allá cuando se trata de proteger a los demás".
No le di tiempo a responder cuando de repente tomé su mano derecha.
"Vamos, volvamos a la cueva".
Sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente al principio, pero luego aflojó, dejando que su mano quedara en la mía.
"Sí, volvamos".
¿Cómo es que mi 'aroma' podía haber cambiado? ¿Qué tan ligado estaba esto con el cambio en mi apariencia? La verdad es que no me esperaba esta revelación.
Uh, me dejé el plato al borde del arroyo. No importa, mañana voy a volver para buscar más oro.
"Entonces... la tercera barrera..." Dije, interrumpiendo mis propios pensamientos. Quería mantener la conversación en temas más terrenales por el momento.
"Si pensabas en poner una más, hazlo. Nunca está de más tener un poco más de seguridad. Al menos mientras estamos en esta fase de calma".
Aya asintió suavemente, sus ojos anaranjados todavía mirando hacia el camino frente a nosotros. No parecía sorprenderse de mi decisión, como si ya hubiera esperado que la apoyara.
"Entendido, seguiré con eso entonces".
Seguimos caminando, el ambiente entre nosotros volviéndose más relajado, aunque el peso de lo que habíamos discutido aún colgaba en el aire. Aya me había revelado algo importante: mi esencia misma había cambiado de una forma que ella, con sus sentidos agudizados, podía percibir.
"He estado pensando, Aya", dije de repente, sin mirarla.
"¿Te gustaría ir a las llamas eternas? Las que vos nos nombraste".
"Las llamas eternas", repitió lentamente.
"Allí se supone que está el rey demonio. No deberíamos pisar su territorio".
"Pero Mirella y yo estamos locos y vamos a ir en algún momento".
"¿Por qué irían a un lugar así?" Preguntó, aunque sabía que su pregunta era más retórica que otra cosa.
"Curiosidad, supongo", respondí, encogiéndome de hombros, tratando de sonar casual.
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"Además, si hay algo que aprender o alguien a quien enfrentar allí, prefiero ser yo el que lo haga primero. Prefiero no esperar a que el caos llegue hasta nosotros. ¿Qué pasaría si de repente el rey demonio quiere venir y encerrar nuestras almas? Me parece que deberíamos actuar primero".
Aya frunció el ceño, claramente no satisfecha con mi respuesta. Pero, en lugar de discutir, optó por permanecer en silencio, evaluando lo que acababa de decir. Eso era típico de ella, siempre sopesando los riesgos antes de tomar una decisión.
La miré de reojo, notando la preocupación genuina en su rostro. No quería que se preocupara por mí, pero sabía que no podía evitarlo. Yo era su líder, pero también su amigo.
"No te preocupes, todavía falta mucho para eso".
"Si insistes en ir, no podré detenerte", respondió, su tono más resignado que de costumbre.
"La idea es que vos también nos acompañes", dije, justo cuando ya habíamos llegado a nuestra cueva.
Ahí terminó la conversación. La cueva estaba llena de los murmullos típicos de las mañanas. Ya estaban todos despiertos.
"¡Oye! ¿¡Por qué me dejaste durmiendo sola!?" La voz era de Mirella, pero no logré encontrarla hasta que miré hacia abajo. Estaba parada sobre el suelo y con los brazos cruzados.
"¿No podías volar hasta aquí?" Pregunté, más curioso que otra cosa, aunque la respuesta era obvia. Mirella siempre volaba por todos lados; verla caminando me parecía extraño.
"Claro que puedo volar... solo que no me da la gana ahora mismo, ¿sí?" Su tono era desafiante, pero esa respuesta no me convencía.
Me moví hacia el centro de la cueva sin contestarle, pasando un pie por cada lado de ella.
Rundia estaba terminando de amamantar a Lucía mientras Rin le ofrecía una parte de su pescado. Samira y Suminia estaban ocupadas, organizando algunas pieles que papá preparó hace unos días, y Tarún, como siempre, estaba correteando por todos lados con una energía inagotable jugando con su madre.
"Luciano, ¿a dónde te fuiste tan temprano?" Preguntó papá al verme entrar. Su tono era relajado, pero había una ligera preocupación en sus ojos.
"Es que quería pensar en algunas cosas".
"Ya sabes que siempre debes salir acompañado. Ya te lo habíamos dicho, ¿recuerdas?"
Me acercó una papaya entre sus manos.
"Perdón, papá. No lo volveré a hacer.
Por cierto, ya comí. Gracias igual".
De pronto, mamá intervino.
"Vamos, amor. No te preocupes tanto, ahora el lugar es más seguro".
"Sí, ya sé que es un poco más seguro que antes, pero ya sabes que pueden aparecer animales peligrosos en cualquier momento".
"Entonces iré acompañado de Mirella. No se preocupen, fue un descuido mío".
"Está bien, Luciano", dijo papá, apoyando una mano sobre mi cabeza, aunque estaba un poco sucia.
Me devolví a mi lugar de siempre, en donde están las enormes hojas para recostarme. A los segundos apareció Mirella dando esos saltitos como si estuviera caminando, pero en realidad parecía retar las leyes de la gravedad
La observé con más detenimiento. Su vestido celeste, el mismo con el que había sido creada, parecía estar un poco ajustado, sobre todo en el torso, aunque bueno, era la única parte que se podía notar que era pequeño. De repente, todo cobró sentido. El agua mágica que tanto negaba que la hiciera crecer... probablemente estaba actuando en su cuerpo de maneras que ella aún no había aceptado. Ella siempre había dicho que no crecía por más que bebiera del agua, pero ahora las señales eran claras. Ya habían pasado dos meses desde que noté cambios en su cuerpo.
"¿Estás bien con ese vestido? Parece un poco… apretado", solté antes de que llegara, probando suerte para ver cómo reaccionaba.
Sabía que a Mirella no le gustaba que le señalaran algo que la hiciera sentir incómoda, pero no podía evitar preocuparme.
Ella abrió los ojos como platos, claramente sorprendida de que lo hubiera notado. Luego se cruzó de brazos de nuevo, intentando ponerse seria. "¡No está apretado! Solo... bueno, tal vez un poquito, pero eso no tiene nada que ver con mi crecimiento, ¿sí?"
Intenté no reírme, pero su terquedad me resultaba entrañable.
"Claro, claro. No es que estés creciendo ni nada de eso", le dije con tono despreocupado, intentando no presionarla más. Sabía que, en algún punto, iba a tener que admitirlo por sí misma.
Aya, que estaba callada durante toda la escena, simplemente observaba de reojo desde la entrada a la cueva. Sus orejas se movían ligeramente, y aunque no decía nada, yo sabía que estaba disfrutando de la pequeña discusión. Ella era buena para mantenerse neutral, pero esos pequeños detalles siempre la delataban.
"¡Por supuesto que no estoy creciendo!" Replicó Mirella, como si quisiera asegurarse de que su punto quedara claro.
"El agua mágica no tiene ese efecto en mí... lo he dicho muchas veces".
"¿Cuándo mencioné al agua mágica yo?" Reí ligeramente.
"Vas a tener que admitirlo de una vez".
De pronto Tarún apareció corriendo de repente.
"¡Mirella está creciendo!" Gritó, como para que se enteraran todos.
Mirella, sin prestarle atención a Tarún, me fulminó con la mirada, sus pequeñas manos apretadas en puños mientras su rostro se ponía rojo.
"¡Cállate, enano!" Gritó, aunque no con verdadero enfado.
Mierda, nunca pensé que alguien se animaría a decirme la verdad en la cara. Es cierto que yo era un poco enano.
"¡Es verdad, te estás haciendo más grande!" Insistió Tarún, dando vueltas alrededor de ella con una risa traviesa.
En ese momento, escuché a Samira acercarse, atraída por los gritos de Tarún. La niña siempre parecía estar al tanto de lo que ocurría alrededor de Mirella. Junto a Tarún, eran los más interesados en ella.
"¿De qué hablan? ¿Mirella está creciendo?" Preguntó, inclinando la cabeza ligeramente, con ese tono inocente.
"¡No, no lo estoy! ¡Solo es que este vestido se encoge!"
"Bueno, tal vez sea mejor que te hagas un nuevo vestido si este no te queda bien", sugirió Samira con su usual tono práctico.
"Aquí tenemos más pieles, ¿quieres que le pida a Rin que te haga uno?"
Mirella negó rápidamente con la cabeza.
"¡No! Estoy bien con este. Además, no necesito uno nuevo... aún".
Samira asintió con una sonrisa, pareciendo satisfecha con su contribución. Mientras tanto, Tarún caminaba dando vueltas a su alrededor y haciéndola molestar más.
Obviamente, yo no iba a permitir que Mirella vistiera algo de pieles teniendo semejante vestido que le quedaba hermoso. Voy a intentar usar mi magia. Claro, si ella se deja.
No pasó ni medio día que se acercó a mí con cara de perrito mojado. ¿Se habrá cansado de no poder volar por culpa de su incomodidad?
"Luciano..." Comenzó diciendo. "Bueno... Me preguntaba si tú podrías usar tu magia para… bueno, arreglar un poquito el vestido".
"Así que al final admitiste", comenté, tratando de mantener mi tono casual, pero no pude evitar una pequeña sonrisa.
"¡No lo admito! Solo… es que no puedo volar bien cuando está tan ajustado", se apresuró a decir, agitando las manos como si quisiera borrar lo que acababa de decir.
"Veré qué puedo hacer", dije y apoyé la palma de la mano sobre ella.
Si intentaba simplemente agrandarla, tal vez no se desgarraría inmediatamente, pero no podía garantizar que resistiera mucho tiempo. Podría debilitarse en las costuras, o incluso romperse en algún momento crítico. Por otro lado, no quería ver a Mirella sufriendo más por ese asunto.
Sentí las partículas mágicas fluir alrededor de mis dedos, conectándose con la tela de Mirella. La sensación era extraña, como si la tela misma se resistiera al principio, pero luego, al seguir fluyendo las partículas, comenzó a ceder. No era como trabajar con pieles o fibras normales. Era como si el material entendiera lo que estaba haciendo y ajustara sus propiedades para adaptarse.
A medida que aplicaba la magia, podía notar cómo las fibras se alargaban, pero en lugar de estirarse de forma común, parecían tensarse, como si estuvieran absorbiendo parte de mi magia para reforzarse.
Estaba claro que algo raro estaba pasando, no era como si estuviera reubicando los átomos para alargar el material, si no que era más como si los propios átomos se estuvieran multiplicando al absorber mi magia y terminar respondiendo a mi pedido.
Para entenderlo mejor, en términos de física, cuando un material se estira, lo hace normalmente a través de un cambio en la longitud de los enlaces entre los átomos. Un material elástico tiende a regresar a su forma original al cesar las fuerzas, mientras que uno plástico se deforma permanentemente.
Entonces, ¿qué diablos era este vestido? Solo había una explicación: el poder divino de Sariah.
Mirella, quien había estado observando en silencio todo el proceso, se miró a sí misma una vez que terminé. Dio un par de giros en el aire, aparentemente complacida con el resultado.
"¡Está perfecto! ¡Gracias!"
Se subió a mi hombro y me abrazó por el cuello. En ese momento sentí que era verdad, Mirella estaba creciendo físicamente.
"¿El anillo te aprieta también?" Pregunté.
"Solo un poquito... pero no quiero que lo toques por ahora".
"Está bien".
***
Pasó poco más de un mes desde que retoqué el vestido de Mirella, después de ese momento, le hice prometer que no tomaría agua mágica hasta que yo le dijera. Hasta ahora no hay signos de crecimiento alguno.
La teoría se va confirmando de a poco.
Sobre el tema del oro, hasta ahora no pude volver a recoger más. Tengo pensado hacerlo cuando comience la fase en la que Mirella comience a tomar agua del arroyo de nuevo. Ahí me haré el tonto y conseguiré más.
También todos se dieron cuenta sobre el tema de mi falta de uñas por culpa de Tarún. Tuve que poner la misma excusa, que las había perdido de alguna manera misteriosa durante la batalla contra los hombres pájaro.
Todo lo anterior dicho era pequeño ante el acontecimiento de hoy, ya que Lucía comenzó a caminar de manera casi perfecta. ¡Y apenas ayer cumplió los nueve meses!
Aunque todos celebraron como si fuera un evento normal, no podía dejar de pensar que hay algo más detrás de esto.
Esta fue la gota que colmó el vaso, debo actuar, y ya.
Ahora mismo solo estábamos Mirella, mi mamá, mi hermana y yo en la cueva. Los demás estaban fuera y a Tarún lo vino a buscar Tariq.
"Mamá, ¿puedo salir un rato con Lucía al agua? En donde siempre nos bañamos. Yo podría ayudarle a seguir caminando y ese lugar es bastante espacioso".
De alguna forma, en ese momento pensé que ella no sabría que se llamaba playa.
Rundia levantó la vista, suspirando ligeramente mientras sonreía.
"Hijo, no tienes que pedírmelo. Sabes que confío en ti, y ese lugar siempre ha sido seguro y me encanta. Solo ten cuidado, ¿sí? Y cuida bien de tu hermana. No quiero accidentes, aunque sé que eres responsable", añadió, su tono protector pero también relajado.
"Gracias, mamá. No tardaremos mucho, lo prometo. Es solo un pequeño paseo", dije mientras tomaba la mano de Lucía, que estaba parada apoyada contra sus piernas. Era pequeña, pero cada día hacía notar más su independencia.
Me dirigí hacia la salida de la cueva, pero me di cuenta de algo... no estaba solo. Mirella estaba flotando cerca. Obviamente, había que sortear el segundo, y más difícil, problema.
"Oye, Mirella", comencé con un tono lo más casual posible. "Voy a llevar a Lucía afuera, pero necesito que te quedes aquí esta vez. Quiero... bueno, quiero que ella tenga algo de tiempo conmigo a solas".
Esperé por su reacción, pero, en el fondo, sabía que esto no iba a salir bien.
Mirella, que hasta entonces había mantenido una sonrisa tranquila, dejó caer su expresión. Sus pequeñas manos se apretaron ligeramente, y su ceño se frunció de una manera que ya había visto antes.
"¿Qué? ¿Quieres que me quede aquí? ¿Sola?" Exclamó, volando un poco más cerca de mí, cruzando los brazos en el aire.
"No sé por qué te empeñas en dejarme fuera cuando sabes que puedo ayudarte a cuidar a Lucía. Y ahora me pides que me quede. No tiene sentido".
Sabía que para ella, quedarse atrás era como un castigo, pero también era justo lo que necesitaba.
"Mirella, no es que no quiera que vengas. Es solo que Lucía y yo necesitamos este tiempo juntos, como hermanos. No siempre vamos a poder estar todos juntos, ¿entiendes?"
Ella resopló, y por un momento pensé que iba a aceptar, pero entonces su mirada se suavizó, cambiando de la molestia a una expresión más herida. Sabía lo que venía ahora.
"Luciano... Yo también quiero pasar tiempo contigo. No tienes idea de lo sola que me siento cuando no estoy cerca de ti. Sabes que te protegeré, y... no puedo evitar sentir que me estás dejando de lado".
Ay, dios... esta chica no pue ser más exagerada para estas cosas. ¡Solo iban a ser unos minutos!
"¿Por qué no te quedas conmigo, Mirella? Podrías contarme sobre tus aventuras con Luciano", irrumpió Rundia.
Mirella rezongó, pero terminó cediendo sin decir una palabra. Su última mirada hacia mí fue letal.
Por suerte, mamá me había salvado. Por un lado, era lo que necesitaba en este momento, pero por el otro, no sabía que tanto podía abrir la boca Mirella, más sabiendo que se quedó muy enojada.
Tomé la mano de Lucía y salimos rápidamente de la cueva, antes de que Mirella cambiara de opinión o decidiera lanzar alguna réplica mordaz. El sol estaba comenzando a bajar, tiñendo todo de un tono dorado suave, perfecto para el pequeño paseo que había planeado. Mientras caminaba hacia la playa, noté que Lucía estaba sorprendentemente estable en sus pasos.
Lo más seguro era que, para cuando volviéramos, ya estarían todos de vuelta en la cueva.
Me agaché un poco para ponerme a su altura.
"Vas bien, pequeña", le dije en un tono cariñoso mientras la guiaba por entre los árboles.
La distancia entre la cueva y el océano es de aproximadamente doscientos metros. Me acuerdo que, al principio de mi nueva vida, me parecía que estábamos demasiado cerca del agua, lo que podría ser peligroso. Luego empecé a darme cuenta de que las aguas son super tranquilas, así que ahora hasta pienso que hacer una casa sobre la costa no sería una mala idea.
Bueno, tampoco es como si fuéramos a hacer una casa en un árbol, no hay mucho espacio para elegir.
Fui mirando hacia los costados y detrás nuestro, por suerte no nos seguía nadie. Yo intenté no hablar, por si las dudas de que tuviéramos a alguien cerca. Además, no sabía qué decirle en este momento, porque no iba a responder nada.
Finalmente sobrepasamos los últimos árboles y nuestros pies comenzaron a tocar la cálida arena mientras tenía que entrecerrar los ojos ante la fuerte luz del sol, el cual no se estaba poniendo como yo pensaba. Serían como las siete de la tarde, por así decirlo.
"Está buena la vista, ¿no?" Solté al aire, al mismo tiempo que le solté la mano.
Ella ni siquiera me miró y se fue corriendo hacia delante. Su destreza era increíble para su corta edad, pero claro, eso no sería un problema para un reencarnado.
Mientras la seguía, fui tomando algo de arena entre mis manos, permitiendo que se escapara entre mis dedos, dejando fluir mis pensamientos.
Me puse a pensar, ¿la arena sería un buen material para crear algo con mi magia? Sería complicado unir tantos granos para crear algo bueno, y realmente no creo que se compacte lo suficiente como para que resista a los impactos, se desgranaría.
Sé que la mayor parte de la composición de la arena es el dióxido de silicio, por lo que para hacer algo útil, debería calentarla a gran temperatura y enfriarla rápidamente. Así se hace el vidrio.
Básicamente, imposible. No tenemos magia de fuego.
Lucía se acercó al agua, chapoteando con sus pequeños pies en la orilla. Se reía con una dulzura que me hacía olvidar por un momento mis preocupaciones. Me acerqué y me senté en la arena, observándola jugar. Pensé en Sariah, en cómo ella controlaba todo desde las sombras. ¿Acaso podría haber hecho coincidir el nacimiento de Lucía con una reencarnación de otro humano? ¿La pestaña roja de Lucía sería como mi pelo rojo?
Me senté en la arena por unos minutos, intentando observar sus movimientos más a detalle. Se notaba que ella intentaba ir a lo suyo e ignorarme.
"Lucía, ¿podrías venir un momento y sentarte a mi derecha?"
Ella se detuvo y se giró hacia mí. Después de mirarme por un momento, se arrodilló sobre el mismo lugar en el que estaba, tocando la arena húmeda con sus manos.
Ante mi intento fallido de que hiciera caso a algo que no debería entender, me acerqué a ella y vi que estaba marcando su pequeña mano en el suelo.
"Lucía, tenemos que hablar, en serio lo digo".
Ella seguía sin responder y mi mente volvía una y otra vez a las teorías que había desarrollado en los últimos meses. Tal vez todo era parte de algo más grande, algo que yo aún no alcanzaba a comprender del todo.
“Lucía…” Insistí, esta vez alzando un poco la voz.
"Te lo digo en serio, tenemos que hablar. Sé que podés entenderme, aunque no lo demuestres".
Me sentí un poco ridículo al decirlo, pero no podía dejar que mi duda me detuviera. Algo en el fondo de mi ser me decía que tenía que seguir adelante, insistir hasta obtener una respuesta, por pequeña que fuera.
"Te voy a hacer una pregunta... ¿Conocés a la mujer de rojo?"
Estaba decidido, hoy iba a hacerla confesar. No me importaba si eso traía consigo revelar mi verdadera identidad por primera vez.