Vamos... esto no puede estar pasando de verdad. Tiene que ser una broma. No puedo haberle cortado el brazo a mi propio abuelo.
"¿Crees que sanándome... o lo que sea que estás haciendo, puedes compensar lo que ella hizo?” Dijo el hombre, apretando su brazo con su otra mano cada vez que lo tocaba con magia.
“Nada de esto cambiará que tú no deberías haber nacido…"
A pesar del miedo, y de que me estaba tiritando el ojo izquierdo de los nervios, algo dentro de mí me obligaba a continuar. Quizás era ese sentido de responsabilidad que Sariah había encendido en mí cuando me dio esta segunda vida, o tal vez era una necesidad de demostrar que yo, el hijo de Rundia, no iba a repetir su desprecio. Aun así, cada parte de mi ser odiaba lo que estaba haciendo y sucediendo.
Cuando finalmente parecían estar todos los nervios del brazo unidos, él movió los dedos y yo finalmente me digné a hablar, a responderle.
"¿Cómo puedes hablar así? ¿Cómo puedes decir eso de tu propia hija?" Me mordí el labio para no seguir soltando todo lo que pensaba.
Me esforcé por respirar, aunque el aire me quemaba. Me sentía atrapado, como si estuviera enfrentando un monstruo y no a un ser humano. Mis manos seguían intentando sanar su brazo.
"Tú no tienes idea de lo que significa ser padre. No me sorprenden tus palabras, viniendo del hijo de ese hombre aprovechador... Siempre se excusó diciendo que se dejó llevar por mi hija. ¡Maldito! Él la arruinó".
Sus palabras eran despiadadas, tanto como el ataque que le había hecho con el arma primitiva. No había forma de entrar en razón con él, Tariq me lo había avisado, y no mentía.
Lo dejé hablando solo mientras seguía diciendo más cosas horrible sobre Rin. Tenía que seguir hasta que él recuperara todo el brazo.
Mientras cerraba los ojos, sentí como si realmente esto no estuviera bien. Quiero decir, si bien estoy intentando remediar mi error, no me da una buena sensación el trabajar con un cuerpo humano. Maldición, que estoy casi experimentando con una persona, haciendo cosas que nunca había intentando y tampoco se me había pasado por la cabeza.
Me concentré un poco más, intentando seguir con los ligamentos y los músculos. Sentía que estaba consumiendo casi toda mi magia, pero no me importaba.
Finalmente, uní lo último de los tendones. Él movió los dedos con un gesto de prueba, y vi su expresión cambiar a una mezcla de alivio y rabia.
"Ya vengo", dije antes de salir corriendo de nuevo hacia el pasadizo. Lo recorrí a toda velocidad hasta llegar al viejo santuario. De nuevo seguía vacío.
Necesito agua mágica para asegurarme de que todo salga bien. El problema es que del otro lado están Mirella y Aya...
Tomé el pasadizo paralelo a la gran cueva, el que llegaba al 'segundo' santuario. Ahí solo había una salida, un solo pasadizo o lo que fuera que hubiera del otro lado de la grieta en la pared.
"Si todo es igual... debería de haber otra cueva enorme con más agua mágica..." Murmuré, arrastrando los pies.
La idea en si era absurda, ¿cómo iba a haber dos lugares iguales? Eso es lo que pensaba hasta que al cruzarla, la esfera de luz iluminó todo.
Era prácticamente igual, una cueva enorme que traía algo de agua con partículas mágicas por el suelo. Esa agua comenzaba a desaparecer por distintos agujeros en el suelo.
Ni siquiera me detuve a pensar en por qué sucedía este fenómeno. En un instante, creé un vaso de piedra y fui tomando el agua dentro de él mientras recargaba mis partículas. También aproveché para beber un poco para curar mis heridas en la planta de mis pies.
Mi respiración se volvía más tranquila, aunque mi problema en el ojo seguía ahí, tan intenso como el odio en los ojos de ese hombre. No lograba asimilar la idea de que este monstruo pudiera ser mi propio abuelo, alguien que, en teoría, debería haber amado a mi madre, haberla protegido. Pero en lugar de eso, la había rechazado, humillado… y ahora, yo era la encarnación de su resentimiento.
Bueno, aunque realmente no sé la historia completa. No debo juzgar del todo sus acciones.
Después de llenar el vaso y asegurarme de tener lo suficiente como para que él lo beba, regresé por el mismo pasadizo mientras tapaba el vaso con una mano para no derramar el agua. Cada paso se sentía más pesado, como si estuviera cargando algo oscuro que crecía en mi interior. Pero no podía detenerme. La magia en mis manos me impulsaba a seguir, incluso cuando parte de mí deseaba escapar de aquella cueva, de este hombre y de su odio.
Al llegar a la cueva donde estaba mi 'abuelo', que en realidad debía tener unos cuarenta años, lo vi en la misma posición; sentado sobre el suelo y apoyando la espalda contra la pared. Él intentaba flexionar su brazo, probando los movimientos de sus dedos. No había rastro de gratitud en su expresión; solo había una mezcla de asco y amargura. Quizás, en algún nivel, se sentía humillado de haber perdido y sido sanado por el hijo de la mujer que despreciaba. O peor, tal vez realmente creía que yo no debería haber existido.
Le acerqué el vaso, como si él realmente supiera qué era y cómo se usaba.
"Tomá, tenés que beber esta agua para terminar de curarte. Esto ayudará a que el brazo sane por completo".
Él aceptó el vaso sin siquiera mirarme a los ojos, como si hacer contacto visual conmigo fuera una molestia. Lo miró de arriba a abajo, derramando sin querer una parte del agua sobre el suelo.
"¿Qué es esto?"
"Un vaso. Tenés que acercar el borde a tu boca y tomar la maldita agua".
Parte de mí quería decirle que, si no lo quería, podía irse al diablo y sanar por su cuenta. Pero me obligué a no seguir tirando leña al fuego. Cuanto menos hablara, mejor. Casi parecía que cada palabra que salía de él drenaba un poco más de mi paciencia.
"Así que… mi nieto. El hijo de una cría que desobedeció todo lo que le enseñé. ¡A mí! Yo, que le di todo", murmuró, alzando el vaso hacia sus labios. Pero antes de beber, se detuvo. Sus ojos oscuros me perforaban.
"¿Qué te hace pensar que puedes venir aquí y pretender arreglar lo que ella destrozó?"
"Viejo, yo solo vine a preguntar sobre los gnomos. No sabía que iba a encontrarte acá".
Todavía sin tomar el agua, contestó.
"¿Y por qué hablas de esa manera? ¿Quién te enseñó a hablar así? ¿Quién te enseño a hacer estas cosas raras de la nada?"
Mierda, otra vez toman raro lo del voseo. Había intentando hablar respetuosamente en un principio.
"No es nada de tu incumbencia. Y si quieres saberlo, deberías ser realmente parte de mi familia".
"¡Maldito niño...!" Él mismo se calló al beber el agua.
El efecto del agua mágica no se notó en el exterior de su brazo, pero sí parece que él lo notó por dentro, porque inmediatamente se lo agarró con la otra mano, tirando el vaso al suelo.
"¿¡Qué carajos!?"
"Viejo, si no dejás de retorcerte el brazo como loco, todo lo que hice va a romperse de nuevo", le dije, tratando de no mostrar el cansancio en mi voz. A decir verdad, me quedaban apenas algunas reservas de paciencia.
"No puedo creerlo..." Murmuró mientras se levantaba. Ahí volví a notar la diferencia de altura, él era tan alto como Aya.
"¿De dónde trajiste esto?"
"Te dije que no era de tu incumbencia. Si la quieres, obtenla por ti mismo en vez de tirarla al suelo".
"¿Otra vez siendo insolente? ¡Si fuiste tú quien causó esto! ¡Estúpido niño hijo de Rundia!"
A pesar de sus insultos, esta vez no parecía querer agredirme físicamente.
“No tenés idea de lo que significa ser familia, ¿verdad? Ni de lo que significa el amor o la lealtad. Rundia es la persona más fuerte y valiente que jamás he conocido, y nada de lo que vos digas va a cambiar eso. No importa cuánto odio tengas, no podés borrar lo que somos. Podrás tener mucha fuerza bruta, pero si no tienes la inteligencia necesaria para intentar evolucionar y...”
Mis palabras fueron interrumpidas cuando el otro hombre, Fausto, volvía corriendo y gritando junto a otra mujer.
"¡Acá encontré a Ayla! ¡Ya estamos aquí, Harlan! ¡Resiste!"
¿Mi abuelo se llama Harlan? Ni siquiera se había presentado debidamente.
Apenas apareció Fausto junto a una mujer que supuestamente se llamaba Ayla, la atmósfera cambió de inmediato. Esta mujer era imponente, y no solo por su presencia. Tenía una expresión dura, similar a la de Harlan, pero había algo en su porte que reflejaba mucha más serenidad… y, francamente, era bastante atractiva. Tenía el cabello negro y una piel super bronceada.
De alguna forma, su rostro parecía más joven de lo que debería ser si realmente era la esposa de mi abuelo, pero tampoco me atreví a subestimarla. Digamos que tenía unos treinta y siete años.
No sé por qué me preocupo tanto por acertar una edad, solo habría que esperar a que se haga de noche y leer sus sombras.
“Ayla, amor, llegaste justo a tiempo… Este niño malnacido intentó matarme”, soltó Harlan.
“¿Así que tú eres el hijo de Rundia?” Preguntó, haciendo caso omiso a Harlan. Tal vez ya sabía mi nombre a causa de Fausto.
Se cruzó de brazos, provocando que notara que… bueno, sus pechos eran grandes y llamativos bajo su trozo de pelaje de animal que la rodeaba. Me aclaré la garganta rápidamente, evitando cualquier distracción, porque en esta situación, lo último que necesitaba ver era eso.
A todo esto, Fausto parecía estar en un estado de trance al ver que no había ningún brazo cortado a la mitad.
“Sí… soy su hijo. Y no vine a buscar pelea. Solo quería respuestas por otra cosa. Ni siquiera sabía que ustedes vivían acá”, respondí, tratando de mantener mi voz calmada a pesar de las miradas de desdén de Harlan.
Había en su presencia algo que me hacía sentir como un niño perdido ante una madre imponente y distante. Su sola presencia me hacía recordar un poco a Sariah, solo que nadie se acercaría ni a una fracción de lo que ella es y significa. Aun así, parecía como un general parado en frente mío.
“¿Por qué has venido, entonces?” Preguntó. La forma en que se dirigía a mí no era hostil, pero tampoco era particularmente acogedora.
“Escuché sobre unos… gnomos que habían aparecido por aquí” empecé, haciéndome un poco el tonto, como si no supiera mucho del tema, “y pensé que ustedes podrían saber algo al respecto. Sé que no es lo más común, pero… necesito saberlo, o al menos entender qué buscan al hacer pasadizos hacia las otras cuevas".
Estaba claro que los pasadizos eran para buscar más piedras mágicas, pero necesito saber si tienen algún trato con ellos o si los vieron por acá hoy..
La cara de Ayla se endureció al oír mis palabras. Intercambió una mirada rápida con Harlan y luego se volvió a mí.
“Los gnomos... ¿Y tú qué interés tienes en esos parásitos?”
A medida que hablaba, no podía dejar de observar cada movimiento suyo, cada gesto. Había algo en ella que me atraía y me intimidaba al mismo tiempo. Su figura era tan… definida, fuerte. Por un momento, parecía que el tic en mi ojo izquierdo se comenzaba a calmar.
¿Qué puedo decir? Ella era lo que uno definiría como una milf. Aunque claro, ella, por más que no lo pareciera, era mi abuela. Adiós, pensamientos impuros.
"¿Vas a responder?" Preguntó ella, con una ceja levantada.
"Los gnomos ahora tienen un nuevo líder. ¿Sabían? Bueno, también quería saber si los han visto por acá".
“Si estás buscando respuestas, entonces déjame decirte que estos gnomos no son más que molestias. Pequeños seres que ni siquiera pueden hablar normalmente. Ya demasiado tengo con que hayan roto mi cueva. Y no, no los hemos visto por acá".
"Entiendo... Ya me voy, no quiero causarles más molestias".
Con esas últimas palabras, me di la vuelta y caminé hasta llegar al machete. Deteniéndome justo frente a él.
Durante ese trayecto, el único que me saludo fue Fausto.
Me agaché y agarré la arma primitiva hecha de piedra. Estaba manchada de sangre, que asco... ¿Qué hago con esto? Casi me convierto en un asesino por culpa de esta cosa.
Me di la vuelta y los miré de reojo. ¿Esto tal vez le serviría a ellos? Parece que les va bien en al caza, no sé si lo aceptarían, más sabiendo lo que esto significó para Harlan.
Por un momento, esto me recordó al encuentro con los hermanos de Tariq y la lanza que luego le regalé a Suminia.
Algo en mi interior me decía que no podía simplemente irme así. Tal vez era ese impulso incontrolable de querer cerrar los ciclos correctamente. O quizás era porque, de algún modo, sentía que dejarles el machete era una manera de equilibrar esta absurda confrontación.
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Volví sobre mis pasos y me acerqué a Harlan y Ayla. Sostuve el machete en alto, dándoles una buena mirada a ambos.
“No sé si esto les sea útil, pero es una herramienta que diseñé yo mismo… a mano. No vine buscando pelea ni tampoco buscando romper cosas. Así que tomen esto, si quieren, como una muestra de que… bueno, de que yo también sé de dónde vengo y respeto las raíces que compartimos, aunque no las hayamos elegido.
Entonces, esto se lama machete, y les puede servir en la caza o lo que sea que necesiten cortar”.
"¿Un regalo?" Preguntó Ayla, tomándolo con una mano.
"¡Eso es lo que él utilizó para intentar matarme!" Gritó su marido, señalando la sangre sobre la hoja.
"Fausto me dijo algo sobre un brazo cortado... Dejen de ser tan maricones, acá no pasó nada".
A su lado, Fausto levantó el dedo, intentando decir algo, pero parecía que se rindió antes de hablar. De hecho, nunca habló mientras tenía a Ayla a su lado.
En cuanto a Harlan, parecía todavía más tenso. ¿Acaso acá solo mandaba Ayla o como era la cosa? Me habían contado que Harlan era un gran hombre y no sé que más. Al final, la impresionante era la mujer.
"¿Dijiste que tú diseñaste esto?" Preguntó ella, sosteniendo el machete a la altura de su rostro, observando cada detalle. La piel de sus manos era fuerte y curtida.
"¡Él usa la maginica!" Le gritó Harlan. Por un momento, me pareció que había una pizca de emoción en su voz.
"Cállate, maricón. ¿De qué estás hablando? Hoy solo has estado holgazaneando".
"Pero es verdad..."
"Sí, yo la hice", respondí a su anterior pregunta.
Por favor, ¡que no siga haciendo preguntas!
Ella asintió con seriedad, girando el machete en su mano.
“Es interesante. Aunque debo decir que no me queda claro cómo un chico como tú llegó a tener esas habilidades. ¿O acaso alguien que no conozco te enseñó esto?”
"En cierta parte sí, pero no puedo decirlo ahora".
“Está bien, gracias”, dijo ella finalmente, con un tono que, a diferencia de Harlan, ahora tenía cierto respeto. Hizo un gesto con la cabeza, y yo solo pude asentir, intentando ocultar el extraño revoltijo de emociones que me causaba estar allí.
Apenas me giré para marcharme apresuradamente, sentí el toque de una mano en mi brazo. Ayla se había acercado sin hacer ruido, y ahora me miraba con un rostro sereno, aunque con algo que parecía ser una leve preocupación en sus ojos.
“Espera”, susurró, casi como si no quisiera que los demás la escucharan.
La observé sin decir nada, manteniendo mi rostro lo más impasible posible.
“Rundia... ¿Está bien? ¿Está... cómo está ella realmente?” Su voz había bajado tanto que apenas podía escucharla.
Por un momento, todas las palabras que podrían haber salido se me trabaron en la garganta. De pronto, esta mujer, que había parecido tan impenetrable, mostraba una faceta completamente diferente, un atisbo de fragilidad que no esperaba ver en ella. Me quedé mirándola, tratando de descifrar si era realmente sincera o si había alguna segunda intención en su pregunta. Pero, al final, algo en su mirada me convenció de que sí, realmente quería saber sobre su hija.
“Ella... ella está bien. Es fuerte. Muy fuerte, de hecho. No sé cómo describirlo, pero… no podría haber tenido una mejor madre. No solo es mi madre, sino que es el corazón de nuestro grupo”.
Me di cuenta de que mis palabras, un poco exageradas, la habían impactado. Ayla asintió lentamente, sus labios se curvaron en una especie de sonrisa tenue.
"Eso es... bueno", murmuró, casi como si hablara consigo misma.
Se alejó, pero la conversación me dejó con muchas preguntas. ¿Qué significado tenía Rundia para ella? ¿Habrá estado de acuerdo con abandonarla?
Al final me fui de esa cueva, donde, por un momento, había pasado uno de los momentos más amargos de mi vida.
A paso cansado, terminé llegando a la pared que yo mismo había impuesto entre las chicas y yo. Me senté y me apoyé de espaldas contra ella. Se podía escuchar claramente sus voces del otro lado, pero no les presté mucha atención.
Ya no sé ni cuanto tiempo las hice esperar. No solo las ataqué verbalmente, sino que las dejé plantadas como a unas idiotas y sin ninguna explicación clara.
Todo culpa de ese gnomo... Mencionó algo del poder de su anillo, es posible que me haya lanzado algún tipo de magia mientras me sostenía la mano. Algún día me las va a pagar.
Estoy tan cansado...
Ahora tengo que intentar hacer algo para disculparme con ellas. Principalmente con Aya, la cual no pude hablar luego de que, de alguna forma, me sacara de ese estado en el que parecía poseído. No sé si realmente fue gracias a ella o justamente el hechizo se terminó en ese momento.
Apoyé el dedo índice de mi mano derecha contra la roca, usando magia para formar un pequeño hueco en ella.
"¿Hola? Ya... terminé".
La primera en responder fue Mirella.
"¡Luciano! ¡Qué pasó que te demoraste tanto? ¿Y por qué no usas tu magia para abrir este pasadizo?"
"¡Luciano! ¡No creas que nos olvidamos de todo lo que dijiste!" Gritó Aya.
"¡Aya! ¡Ya te dije que Luciano ya se disculpó!"
"¡A mí no me dijo nada!"
Puse el ojo sobre el hueco.
"Chicas, tranquilas, por favor. Ya voy a abrir, solo es que estaba..."
Una excusa, carajo. Necesito una excusa.
Miré hacia todos lados. ¡Ya sé! Antes encontré un zafiro.
"Estuve haciendo algo especial para ustedes", finalicé mientras sacaba la piedra azul de mi bolsita.
Me quedé viéndola atentamente, como si realmente esto fuera una oportunidad para redimirme.
"¿Algo especial? ¿Un regalo? ¡Quiero verlo!"
El pequeño brazo de Mirella atravesó el hueco en la pared.
"¡Vamos, ya abre de una vez!"
"Ya va. Solo un momento más, por favor".
Separé ágilmente la piedra en tres partes, una más pequeña y la otra dos más grandes, y las moldeé con magia, formando tres anillos azules. Eran más que unas joyas; era un símbolo de mi intención de mantener la unión de nuestro grupo.
Hacer esto no era nada a comparación de lo que hice antes con el brazo de Harlan. Creo que voy mejorando mi precisión con la magia.
Me levanté como pude y, otra vez usando magia, volví a la normalidad la entrada a la gran cueva.
"Hola..."
"¿Y el regalo?" Preguntó Mirella, parándose sobre mi hombro.
"Esto es para vos, Mirella", dije, sintiendo que el peso de la culpa comenzaba a aligerarse un poco mientras ponía el pequeño anillo frente a su cara.
Ella despegó rápidamente de mi hombro, poniéndose a volar.
"¿Un anillo nuevo? ¡Increíble!"
Ella estiró su mano derecha, donde tenía puesto su anillo de piedra en su dedo índice.
Su anillo no salía, así que tuve que desarmarlo usando magia. Realmente no le pregunté si quería quitárselo y ponerse este como reemplazo. Bueno, ya está.
"¿Te gusta?"
"¡Claro que sí!"
Claro, ahora tocaba darle el regalo a Aya, que me miraba con cara muy enojada.
"Y este es para vos, Aya", murmuré, pidiéndole la mano.
Ella no movió un solo músculo, manteniendo su mano pegada al cuerpo y su expresión endurecida. Solo entonces, al ver su reacción, entendí que necesitaría mucho más que una joya o un regalo para aplacarla. Bajé la mirada, y un extraño calor subió por mi cuello. La había herido de verdad, eso estaba claro.
Me arrodillé sobre el suelo, bajando la cabeza hasta la roca, como si eso pudiera ayudar a transmitir mi sinceridad.
"Perdónenme, las dos. No sé cómo explicar lo mucho que lamento haberlas hecho sentir mal. Mi comportamiento fue horrible, y solo puedo prometer que intentaré mejorar, que intentaré ser un mejor amigo y líder. Así que… por favor, perdónenme”.
A pesar de disculparme, las palabras no me saciaron ni a mí.
"Lo siento... realmente lo siento", repetí, en voz baja. ¿Cuántas veces debía disculparme para que el peso de lo dicho se disolviera?
"Por favor... no quiero que crean que lo que dije es lo que pienso. Eso no es verdad, no sé que me pasó".
No podía decirles sobre Forn, no quería tener más problemas y seguir involucrándolas a ellas.
Mirella apareció bajo mi cabeza, mirándome fijamente.
"No te preocupes, somos mejores amigos".
Esas palabras bastaron para llenar el vacío que sentía dentro de mí.
Aya me observó detenidamente, como evaluando cada palabra, cada gesto, cada respiración. Por un instante, creí que diría algo, pero en cambio, lentamente levantó la mano derecha y me la tendió. Sentí cómo un alivio me inundaba al quitar el anterior y colocarle el anillo de zafiro en su dedo, mi pulso acelerado como si el simple acto fuera suficiente para enmendar todo. Era un gesto mínimo, pero esperaba que significara algo más para ella.
"Esto no lo arregla, Luciano", dijo con voz firme, aunque el brillo en sus ojos parecía menos severo.
"Pero aceptaré el regalo porque sé que estás intentando, al menos, corregir lo que hiciste".
"Gracias..."
Poniéndome yo también el anillo, me levanté del suelo pensando en que, solo quizás, podría todo volver a la normalidad en algún momento.
Me agradecía mí mismo que, a pesar de todo el dolor que sentía, no lloré frente a ellas. No debía hacérseme una costumbre el llorar cuando pasa algo malo, Sariah me dijo que me haga más fuerte, y así voy a hacerlo.
Todo terminó saliendo relativamente bien. Lo importante es que seguimos todos vivos.
No volveré a meterme en problemas con más seres mágicos por ahora, no importa si no obtengo favores de Sariah por ese lado.
A partir de este momento, me centraré en cuidar de mi familia y amigos, crear cosas para mejorar nuestra calidad de vida y conseguir los materiales para construir nuestra casa.
Necesito una vida más tranquila.
***
Pasó un mes desde aquel día, ahora me siento más renovado. Lo cierto es que han pasado varias cosas buenas.
Si soy sincero, ese mes fue un respiro necesario. Después de lo ocurrido con Aya y Mirella, decidí darles el tiempo y el espacio que merecían para procesar mis errores, y me centré en demostrar con acciones mi compromiso con el grupo. Aya, aunque me seguía observando con su habitual mirada calculadora, comenzó a soltar poco a poco ese aire tenso cuando estábamos cerca. Lo noté cuando, una mañana, se sentó junto a mí mientras yo cambiaba el mango de la lanza de papá y noté que olfateaba el ambiente, como si con ese simple acto de absorber mi aroma me diera a entender que iba por buen camino.
Mirella, por su parte, había vuelto a su energía chispeante de siempre; en ocasiones revoloteaba cerca de mi cara, como si estuviera asegurándose de que no me estuviera tomando las cosas demasiado en serio.
Ella volvió a tomar el agua mágica de vez en cuando, como le había dicho. Es cierto que sí creció un poquito, debo seguirla controlando.
A decir verdad, me sentía bien, como si hubiera encontrado una especie de equilibrio. Sin el peso de mi error constante sobre mis hombros, pude concentrarme más en lo que realmente quería para todos nosotros.
A todo esto, mi mamá ya se había hartado al no poder tener tiempo conmigo y empezó a hablar. El problema es que Rundia está todo el tiempo encima de ella y no pude convencerla para conseguir tiempo a solas con Lucía. Es una lástima no poder seguir hablando de nuestras dos vidas, todavía tengo algunas preguntas que hacerle.
Empecé a construir grandes bolsones con hojas que Mirella me trajo pacientemente día tras día. La paciencia no era su mayor virtud, pero parecía realmente motivada a ayudarme.
"¡Luciano, mira estas! Son grandes, ¿no crees?" Decía casi todos los días, mientras me entregaba un puñado de hojas gigantes que recolectaba en el bosque.
Samira y Suminia fueron las otras que empezaron a ayudar a Mirella, y en tan solo unos días, ya tenía una docena de bolsones hechos de hojas. Estos estaban anclados contra el suelo por unos palos que los rodeaban y se clavaban contra la tierra en medio del bosque.
Una vez llegado el momento en el que empezamos a llenar los bolsones con ramas, me tocó decidir el lugar donde íbamos a construir la casa. Además, si no me decidía rápido, iba a ser difícil el tener que cargar los bolsones hasta el lugar indicado. Es mejor llevar primero los bolsones vacíos.
Francamente, no podía hablar sobre cuestiones técnicas con nadie. No creo que nadie tenga el conocimiento suficiente como para saber cuál es el lugar ideal para construir una casa, más allá de que cubran sus necesidades primitivas, como el estar cerca del agua o en un lugar en el que de sombra o que estemos cerca del agua mágica y una larga lista de necesidades que, de cierto modo, son válidas como algo individual.
Una de las opciones sobre la mesa es hacer la casa en el claro en el bosque. Bueno, para decidir sobre eso, había que observar bien el lugar.
Para ayudarme con eso, traje a alguien que dice ser... 'una especialista en lugares'. Bueno, ella era Anya.
Qué se yo... al menos me gusta tener su compañía mientras estamos nosotros solos. Y sí, fue difícil hacerle entender a Mirella que no viniera, pero finalmente aceptó.
Este claro era un espacio abierto en el bosque donde, en teoría, podríamos levantar nuestra casa.
La verdad es que quería analizarlo desde distintos puntos de vista, aunque temía que Anya no entendería si me ponía a hablar en términos 'técnicos', por decirlo de alguna manera. Sería mejor escuchar su opinión y observar el lugar con detenimiento.
Anya se arrodilló para tocar la tierra con ambas manos y examinar el suelo cubierto con algunas hojas. Sus dedos se movían con lentitud, como si pudiera leer algo en la textura misma de la tierra.
"Este lugar está... bien", murmuró, levantando la vista hacia mí.
"La tierra es firme, y eso es bueno, pero… no me gusta tanto. Aquí hay muchos árboles alrededor, Luciano. Podrían... caerse, ¿no?"
En realidad, nunca se había caído ningún árbol, ya que no suelen haber tormentas fuertes, pero... tal vez en su niñez vio algo como eso.
Asentí, manteniéndome en silencio. Por mi parte, pensaba en algo más allá de la estabilidad del suelo o los árboles a nuestro alrededor. Lo que yo realmente tenía en mente era la capacidad de expandirnos, de poder construir no solo una casa, sino una estructura que pudiera crecer con el tiempo. Imaginaba un lugar donde pudiéramos añadir habitaciones, áreas para almacenar, tal vez incluso una especie de taller donde pudiera experimentar y construir cosas nuevas. También teníamos terreno y tierra para comenzar a hacer cultivos.
Anya continuó hablando mientras recorría el perímetro con la mirada.
"Además, aquí, en el bosque, no hay agua. Si construimos la casa, tendría que estar cerca del agua. Es lo primero en lo que pienso".
Otra vez proponiendo la playa. Eso ya lo había dicho antes.
"Ya veo... Es cierto, tener agua cerca es importante. El arroyo queda un poco lejos de acá".
"Aquí estamos rodeados de árboles", continuó, mirando las copas que realmente no nos cubrían mucho del sol.
"Si construimos aquí, al menos no tendríamos que preocuparnos por el calor directo, eso es bueno. Además, los árboles también nos protegerían del viento".
Eso me sorprendió, al final sí que es bastante especialista en el tema. Ahora que lo recuerdo, Rin me dijo que, cuando los echaron, Anya les recomendó la cueva en la que vivimos ahora.
"Sos muy inteligente, Anya".
Ella se acercó y me miró con esa intensidad suya que siempre me ponía un poco nervioso. Me di cuenta de que, aunque no comprendía todo lo que yo veía en este sitio, confiaba en mi juicio.
"Si decides hacerla aquí, estaré contigo para ayudar. De todos modos, yo prefiero la playa", dijo con una leve sonrisa.
"Antes debo ver algo".
Me moví hasta mas o menos el centro del lugar y puse las manos sobre el suelo.
No veo ningún indicio de piedra cerca. Va a hacer imposible el hacer una base de piedra para que resista más... Si la construimos acá, vamos a tener que juntar un montón de piedra, lo que demoraría el tiempo de construcción.
Me acosté sobre el pasto, intentando poner todo lo dicho sobre una balanza imaginaria.
Miré hacia el cielo. El claro del bosque tenía su propia paz, una especie de refugio natural que me hacía pensar que este lugar podía llegar a ser nuestro hogar. Escuchaba el crujido leve de las hojas bajo los pasos de Anya, que se acercaba, hasta que se acostó a mi lado, mirando también hacia el cielo.
Por un instante, el mundo parecía haberse reducido a ese pequeño espacio entre nosotros dos. Giré la cabeza y la vi sonreír, con la expresión relajada mientras una brisa jugueteaba con su cabello negro, llevándolo en ondas suaves.
Al final, no pude evitar compartirle una parte de mis pensamientos.
"¿Sabes, Anya? Creo que no se trata solo de dónde estamos ahora. Este podría ser solo el comienzo de algo más grande. No quiero una simple casa, sino un lugar que crezca con nosotros, que podamos expandir con el tiempo, agregarle cosas, construir nuestras ideas... Incluso podríamos crear un espacio donde otros también puedan venir, si lo necesitan".
Ella me miró, aunque probablemente no entendía del todo la idea que yo tenía en mente. Su mundo era mucho más simple, más directo, y aun así, tenía esa manera de captar lo esencial.
"Luciano… hablas como si esto fuera… algo más que solo un nuevo hogar", su voz era suave, casi como si estuviera compartiendo un secreto.
"Lo es, Anya. Quiero que sea nuestro refugio, el lugar al que siempre podamos volver y en el que siempre encontremos paz".
Me acerqué un poco, aprovechando que estaba ahí a mi lado, tan cerca.
"Y lo que más quiero es compartirlo contigo, con todos ustedes".
Al menos me di el gusto de tirarle una pequeña indirecta. Este era uno de esos momentos en los que maldigo tener el cuerpo de un niño.