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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 39: Dame una razón.

Capítulo 39: Dame una razón.

"Luciano, ¿estás viendo algo?" La voz de Anya me sacó de mis pensamientos.

Me di la vuelta, viendo cómo su esbelta figura era iluminada por las ventanas a sus costados.

"Ah, es que pensaba en cuál podría ser la mejor habitación para mí. Te lo dije antes, ¿no? Hoy tenemos que hacer la división de habitaciones".

Ella puso las manos sobre su cintura.

"Sí, me dijiste que yo iba a dormir junto a Tarún. Y yo supongo que tú vas a estar junto a tus padres y tu hermana".

Ah... Eso es lo que todos deben pensar como lo lógico.

"Anya, me sorprende que todavía no te hayas dado cuenta..."

"¿De qué cosa?" Respondió, frunciendo el ceño.

"Bueno, es que yo voy con Mirella y Aya. Creo que los motivos son claros".

Lo cierto era que me hubiera gustado compartir habitación con mi verdadera madre, pero sabía que había muchas cosas que lo impedirían, así que era tonto el solo hecho de intentarlo.

Ella esbozó una sonrisa acompañada de una risa corta.

"¿Ah, sí? No entiendo cuáles serían esos 'motivos', pero no creo que a tus padres les parezca correcto, ¿no?"

"¿Cómo que no? Podría estar todo el día dándoles motivos. Yo no hago las cosas porque sí, siempre lo hago con un objetivo claro. Eso ya lo debes saber".

"Eso es cierto", dijo y hubo un silencio por un momento.

"A ver... Dame una razón".

"¿Solo una? Pfff. ¡Qué poco!" Exclamé mientras me ponía a caminar al lado de las paredes de la futura cocina-comedor.

"Yo tengo que dormir junto a ellas dos porque somos los únicos que podemos usar magia".

"¿Y eso es tan importante?"

"Sin magia no hubiéramos podido construir la casa, ¿no?"

"Tienes razón".

Lo cierto era que esa excusa estaba incompleta. Aun así, a ella le pareció algo válido.

Saqué una manzana de la bolsa que recién había dejado dentro de la casa y se la ofrecí.

"Tomá, deberías comer para recuperar fuerzas".

Ella la tomó de inmediato.

"¡Gracias! ¿Pero tú no vas a comer?"

"Ya comí cuando me desperté temprano", respondí mientras sacaba unos cubos de madera de uno de los otros bolsones.

"Por cierto, me gustaría que hoy salieras a favor mío si es que a mis padres no les gusta mi idea de que yo duerma junto a Aya y Mirella".

Hubo unos segundos de silencio hasta que ella terminó de tragar.

"Ah, sí... No hay problema, no creo que tus padres se molesten si les dices el motivo. Eres un buen niño y tú has hecho la mayoría de este lugar".

Me moví de un lado a otro mientras ponía los cubos apilados bajo el umbral de la entrada principal.

"De cierta manera, es como si yo fuera el dueño de este lugar".

"¿Qué significa ser un dueño?"

"Es como si..."

Detuve mis palabras, y lo que estaba haciendo, para terminar acercándome a ella.

"Esta manzana", empecé, señalando la fruta que iba por la mitad, "te pertenece. Por lo tanto, tú eres la dueña".

"Entonces, ser dueño de algo significa que eso es tuyo".

"Exactamente", respondí luego de voltearme para seguir buscando más bloques de madera.

Pasados unos minutos, sentí el calor de unos brazos rodeándome por la espalda. La suavidad que se presionaba contra mí era inconfundible. Mis movimientos se detuvieron, y mis pensamientos quedaron atrapados entre la sorpresa y algo más que preferí ignorar.

"Gracias, Luciano", susurró Anya cerca de mi oído, su voz suave pero cargada de emoción.

Su aliento cálido rozó mi piel, y el peso de sus palabras me dejó sin reacción inmediata.

Giré un poco la cabeza hacia ella, tratando de verle el rostro sin moverme demasiado, pero su frente estaba apoyada contra mi hombro.

"¿Por qué me das las gracias?"

"Por darle una vida mejor a Tarún... y a mí", respondió. Su tono era serio, sincero, lleno de algo que no supe identificar al instante.

"Me alegro de haber aceptado unirme a ustedes".

Sentí que aflojaba el abrazo, pero antes de apartarse, me dio un beso en la mejilla. Fue rápido, pero lo suficientemente prolongado como para que el calor de sus labios quedara marcado ahí.

"Anya..."

Me giré del todo para mirarla, y ella me observaba con una pequeña sonrisa en los labios.

"No tienes que decir nada, Luciano. Solo quería que supieras cuánto te aprecio".

Su sonrisa se ensanchó un poco y de pronto me señaló con un dedo.

"¡Quiero que sepas que siempre estaremos a tu lado, mi hijo y yo!"

¡Cuánta determinación, mujer!

"Gracias, Anya. Sos una persona que aprecio mucho".

Pasé un tiempo ideando la puerta mientras Anya se había ido a poner bloques bajo las entradas de las demás habitaciones.

Siendo sincero, no era tan difícil hacer una puerta con dos bisagras y un picaporte que la dejara trabada, sino que el problema era la cerradura; no tenía ni idea de cómo hacerla...

Para no hacer una puerta lisa, como lo eran todas las paredes, hundí un poco la madera con magia para formar dos rectángulos verticales y paralelos entre sí que iban de punta a punta por el frente y dorso.

Ya que iba a abrirse de adentro hacia afuera, la ensamblé del lado del frente de la casa, apoyándola contra los bordes internos del marco.

Una vez puesta y viéndola que quedaba bien de la forma que estaría cuando se cerrara del todo, empecé a hacer las bisagras, que básicamente eran dos tubos con extremos circulares y con un agujero en el centro para hacer pasar el trozo de madera que vendría de la puerta para que así se pudiera deslizar y mantenerse en el lugar para abrirla y cerrarla.

Ahora, el picaporte: todo el mecanismo fue sencillo, porque lo hice de manera horizontal y de una pieza completa, así que cuando se bajaba, el trozo de madera que funcionaba como pestillo se hundía hacia dentro. Lo probé varias veces y parecía funcional, solo que con el tiempo iba a terminar desgastándose la madera y el picaporte caería solo.

A pesar de todavía no tener una cerradura con una llave que impidiera abrir la puerta, al menos podía abrirse y cerrarse de manera correcta. Algo es algo.

Era la primera vez que hacía algo así desde cero, y aunque no era perfecta, me sentí un poco orgulloso.

"¡Anya, vení a ver esto!" Grité hacia dentro mientras cerraba la puerta primitiva detrás de mí.

"¿Ya hiciste esa cosa, Luciano?" Preguntó antes de aparecer desde el pasillo.

Era evidente que ya había asumido que todo lo que yo intentara hacer sería algo completamente fuera de lo común para ellos.

Cuando la vi llegar, sonreí y señalé la puerta con un gesto teatral, como si estuviera mostrando una obra de arte.

"Mirá, nuestra primera puerta oficial. ¡No solo cierra, sino que también se abre!"

"¿Eso es lo que llamas puerta?"

"Sí. Dejá que te muestre".

Moví el picaporte hacia abajo, dejando que el pestillo se hundiera suavemente hacia dentro del interior de la puerta. La abrí de par en par, haciendo un gesto exagerado como si estuviera presentando algo mágico. Luego la cerré y levanté el picaporte para que quedara el pestillo hacia fuera.

"¿Ves? Fácil y seguro".

Anya dio un paso adelante, inclinándose para observar de cerca el mecanismo del picaporte. Su rostro pasó de la duda al asombro en cuestión de segundos. Tocó la madera con las yemas de los dedos, como si necesitara confirmar que era real.

"¿Tú hiciste esto solo?"

"Sí, ¿quién más iba a hacerlo?" Respondí con una sonrisa de suficiencia.

"Ah, es cierto".

"Aunque no voy a mentir, fue un poco complicado".

"No puedo creerlo", murmuró mientras seguía examinando la puerta.

"Esto... esto es increíble, Luciano. Nunca había visto algo así, a pesar de que estaba en la casa de miniatura".

Sus ojos brillaban como los de un niño viendo un juguete nuevo.

"Ahora vos. Probalo".

"¿Yo? ¿Y qué se supone que tengo que hacer?" Preguntó, retrocediendo un poco como si temiera romperlo.

"Es fácil, Anya. Solo agarrás esta parte, la bajás y empujás la puerta. Dale, confío en vos".

Ella dudó por un instante, pero finalmente extendió la mano y tomó el picaporte con cuidado, como si estuviera manejando algo frágil. Bajó el mecanismo, y cuando la puerta se abrió sin resistencia, soltó un pequeño jadeo de sorpresa. Sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver la emoción en ellos.

"¡Sí funciona!" Gritó mientras se reía.

Empezó a dar pequeños saltitos en su lugar, sus pies golpeando suavemente el suelo de madera. Sus manos iban y venían del picaporte a su boca, cubriendo una sonrisa radiante como si no pudiera contenerla.

"¡No lo puedo creer, Luciano! ¡De verdad funciona! ¡Funciona de verdad!" Gritaba entre risas, mientras abría y cerraba la puerta repetidamente sin levantar el picaporte para que saliera el pestillo.

Yo no podía evitar sonreír ante su reacción. Ver a alguien tan emocionado por algo tan simple como una puerta me recordaba lo distinto que era este mundo. Aquí, cada pequeño avance era un milagro.

Después de su pequeña celebración, me puse manos a la obra con las demás puertas. Ahora que ya tenía claro el proceso, resultó mucho más fácil replicarlo. Anya, mientras tanto, se quedó cerca, animándome hasta que llegó el momento de recargar partículas en el balde. Ahí fue cuando la mandé a que cocinara un pescado para cada uno.

Al final terminé las cuatro puertas de las habitaciones y la del baño. Todas se abrían hacia adentro para dejar el paso en el pasillo. En contraparte, la puerta que conectaba a la mitad del pasillo con la sala principal, que era la cocina-comedor, abría hacia dentro de ella.

Tampoco era muy necesario explicarle esto a alguien, pero tuve que tener en cuenta varias cosas para después no tener que hacer trabajo doble.

Luego de que Anya hiciera una fogata por primera vez sobre la arena y cocinara un pescado para cada uno, nos pusimos a hablar un poco sobre las cosas que quedaban por hacer, de la arcilla, de por qué se me ocurrían tantas cosas nuevas, de la magia y un montón de cosas más. No sé cuándo fue la última vez que me sentaba a charlar con un humano normal sobre tantas cosas.

Acá lo interesante es que ella me contó un poco de su pasado... Resulta que ella no vivía tan cerca de los demás y, cuando era muy joven, sus padres salieron a cazar junto a su hermana mayor, pero nunca volvieron. A partir de ahí, ella comenzó a vivir sola e intentar valerse por sí misma hasta que un día conoció a Tariq en una de sus tantas salidas.

Ella no lo dijo directamente, pero yo entendí que a ella le atrajo el sentirse protegida por él. O sea, sí, Tariq es un tipo que no se queda quieto. Encima, a eso se le suma que es alguien alto y tiene fortaleza física. Para ella debe haber sido como su única salvación en un momento de desesperación.

Pero bueno... Al final se mudaron a esa cueva que está cerca de la playa y él la abandonó el día que Tarún nació... Vaya a saber qué mierda le habrá pasado a Tariq para hacer semejante estupidez... Ya está, no hay forma de cambiar el pasado.

Debo decir que su historia me hizo lagrimear un poco. Es una mujer que sufrió la realidad de un mundo muy cruel.

Esa es otra razón para quererla mucho más.

Estábamos separando las pieles en distintos bolsones hasta que todos llegaron desde el bosque con una gran cantidad de comida. Se ve que en algún momento se habían juntado para recolectar provisiones.

Levanté la cabeza justo a tiempo para ver a Mirella volando hacia mí, agitando sus diminutas manos que sostenían dos nañas. Parecía una pequeña bola de furia, con sus mejillas sonrojadas.

"¡¡Luciano!! ¡Esto es una injusticia absoluta!"

"¿Qué pasó ahora, Mirella?" Pregunté mientras me incorporaba, conteniendo la risa al ver su estado.

"¡Lucía me arruinó todo! ¡Era mi momento de brillar, Luciano! ¡¡Mi momento!!"

Luego de ese grito, tiró las frutas al suelo con mucha rabia.

"¿De qué estás hablando?" Pregunté, aunque ya tenía una idea por dónde iba todo esto al ver a mi verdadera madre pasar a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja.

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De pronto, Rundia se acercó.

"¡Hijo! ¡Tu hermana fue...!"

"¡No, yo voy a explicarle!" Gritó Mirella, cortando sus palabras.

"¡Y estoy hablando del balde! ¡De la arcilla! ¡De todo! Me dijiste que yo sería la primera en lograrlo, y tu hermana... ¡Esa adorable traidora! ¡Lo hizo antes que yo y a la primera!"

Rundia volvió a interrumpir, pero esta vez se puso en frente de mí, empujando a la pequeña hada con la cabeza.

"¡Mis dos hijos son increíbles! ¡Nunca pensé que...!"

"¡Ay, ya! ¡A quién le importa un tonto balde! ¡Yo voy a hacer algo más genial!"

Se fue volando hacia la entrada de la casa, pero se chocó contra la puerta.

"¿¡Quién puso esta tontería aquí!?"

No pude evitar llevarme las manos a la cara mientras Rundia me veía con los ojos como dos estrellas.

"Es una puerta", respondí a su furiosa pregunta.

Mirella, sobándose la frente y todavía flotando en el aire, golpeó ligeramente la puerta con sus diminutos puños.

"¡Pues no me gusta esta cosa! ¡Ni siquiera avisaste que la ibas a poner! ¡Uno entra volando tranquilamente y se encuentra con... esto!"

Es cierto, existía la posibilidad de que Mirella no tuviera la fuerza suficiente como para abrir una puerta.

"¡La puerta!" Gritó Samira, que estaba con un montón de mandarinas entre sus brazos.

Miré a todos los demás; parecían cansados y esperando a que ese trozo de madera se corriera del medio.

Bueno, me tocará enseñarlo de vuelta.

(Unas horas después)

Ya era de noche y dentro de la casa no se veía una mierda hasta que Mirella, de mala gana, puso una bola de luz en el aire.

Todos los demás, menos Mirella, Aya y yo, estaban esperando afuera mientras cocinaban y comían.

"Mirella, ya no estés enojada. Seguro que a Luciano se le va a ocurrir otra cosa para que hagas... ¿Cierto, Luciano?"

"Ah, sí, claro..."

"¿¡En serio, Luciano!? ¡Entonces dímelo ya, algo que solo sea para mí!"

Primero había que reeducarla.

"A ver, Mirella. ¿Cuántas veces hemos hablado sobre este comportamiento? Es inapropiado que un hada como vos conteste de esa manera", dije, fingiendo una voz seria.

"¿¡Inapropiado!? ¿Desde cuándo tengo que seguir un modo de hablar? ¡Yo soy así!" Exclamó con los brazos cruzados, inflando las mejillas como si fuera un pez globo.

"No se trata de ser así o no. Se trata de respeto, especialmente cuando estamos en grupo. Si actúas de esta manera, ¿cómo esperas que te tomen en serio cuando realmente necesites que te escuchen?"

Su expresión cambió; seguía con los brazos cruzados, pero ahora me miraba de reojo, como si estuviera debatiéndose entre continuar con su berrinche o aceptar lo que le estaba diciendo.

"Además", continué, suavizando ligeramente mi tono.

"Quiero que hagas algo que te haga sentir útil, pero también que ayude al grupo. Si solo estás buscando atención con estas actitudes, no estás mostrando todo el potencial que tenés".

"Bueno, sí..." Respondió, agachando la cabeza un poco.

"Voy a intentar portarme mejor y no enojarme contigo".

"Sí, pero siempre decís lo mismo..."

"¡Esta vez es cierto!" Alzó la voz de un modo que parecía que estaba a punto de quebrarse.

De inmediato puse mis dos manos unidas y abiertas en frente de mí; ella reaccionó al instante, posándose sobre mis palmas.

"Mirella, ya deberías conocerme bien para saber que no me interesa una promesa como esa del balde... No quiero que te sientas mal solo por no poder lograr algo", dije, acariciando su cabecita mientras veía a Aya acercarse para verla de cerca.

"Además, tengo una nueva cosa que podrías hacer, para la casa y también con la arcilla".

"¿¡En serio!?"

Aya soltó una risita suave mientras se inclinaba un poco más hacia mis manos.

"Sí, primero voy a decirte qué tenés que crear con la arcilla".

Con un empujón de mis manos hacia arriba, Mirella comenzó a volar en el aire.

"Quiero que crees un plato. ¿Te acordás cómo era? Se los mostré cuando estábamos en el santuario".

Antes de que Mirella contestara, Aya alzó una mano.

"¡Yo sí! Era una cosa que servía para comer... o algo así. Tenía esta forma", dijo, juntando sus manos e intentando hacer un círculo.

"Yo no me acuerdo de eso".

"Entonces te lo vuelvo a mostrar".

Me acerqué a uno de los pocos bolsones que quedaban dentro de casa y saqué un cubo de madera. Con un movimiento rápido de magia, lo transformé en un plato simple y circular.

"Es esto. Mirá, es hondo en el centro para que la comida se quede dentro".

Ella se acercó volando y puso las manos por el borde.

"Se ve bonito. También es más pequeño que el balde".

"Es por eso que lo vas a poder hacer más rápido que todos, ya que solo vos y Aya saben de esto... Bueno, puede que Tariq también reconozca la forma".

Nunca supe qué pasó con el plato y el tenedor que quedaron en nuestra cueva la vez que nos fuimos al santuario. Solo sé que Tariq tenía el cuchillo.

"¡Entonces sí lo haré!"

"¿Y cuál es la otra cosa, Luciano?" Preguntó Aya.

"Ah, es que tenemos que hacer un sistema de iluminación para la casa. Algo que sea permanente".

"Eso es cierto. Pero eso es algo que solo Mirella podría hacer".

"¡Claro que lo haré!"

La luz de Mirella iluminaba el interior de la casa apenas lo suficiente como para que no tropezáramos, pero ese ambiente tenue no era algo que quisiera mantener para siempre. Me quedé pensativo por un momento, observando los números en las sombras de las chicas.

"La casa ahora tiene cuatro habitaciones, el baño, la cocina-comedor y un pasillo que conecta todo. No podemos depender de que Mirella reponga a cada rato sus esferas de luz. Tienen que quedar ahí para siempre".

Miré a Mirella y ella me miró a mí.

"Mirella, ¿crees que sea posible hacer una esfera de luz que ilumine poco y no desaparezca?"

"¡Yo creo que sí! Hubo muchas que duraron por un montón de tiempo, así que ahora me esforzaré todavía más".

Sonreí. Sabía que Mirella no iba a decepcionarnos, al menos no en actitud.

"Entonces... Primero, necesitamos soportes. Algo que mantenga las luces en su lugar y sea estético".

Me giré de nuevo hacia los cubos de madera.

"Voy a transformar esto en algo útil".

Las dos se acercaron mientras me veían trabajar con magia; hice ocho palos de medio metro, los cuales en uno de sus extremos tenían una forma circular, que sería donde iría la bola de luz mágica.

Los alineé cuidadosamente en el suelo frente a mí, como si fueran una especie de columnas en miniatura.

"Estos van a ser los soportes. Los colocaré en el centro de cada sala y dos en los extremos del pasillo. Pero para fijarlos al techo, necesitaré ayuda".

Lo cierto era que tener un techo empinado era algo feo estéticamente y se hacía difícil llegar a él.

Aya se acercó, sus ojos anaranjados se veían lindos bajo la poca luz de la sala.

"¿Quieres que yo te ayude? Puedo alzarte, si es lo que necesitas".

"Pero debería subirme encima de tus hombros. ¿No te importa?"

"Claro que no me importa, Luciano. Aunque, con lo pesado que te estás poniendo últimamente... quizás termine quejándome después".

Hizo una pausa, como si estuviera esperando que le siguiera el juego o algo así.

"¡Era una broma! Es que todavía eres tan pequeño..."

Ah, sí... Gracias por recordarme que soy enano.

"Claro, porque todavía soy un niño".

Suspiré y me quité las ojotas.

Mirella flotaba cerca, observándonos con las manos en la cintura, claramente disfrutando del espectáculo.

"Está bien, Aya, voy a subirme. Pero tené cuidado, ¿sí? Si me caigo, te culpo a vos".

"Confía en mí", dijo mientras se agachaba para que pudiera subir. Sus manos firmes me sujetaron por los costados mientras yo intentaba encontrar equilibrio sobre sus hombros.

Esta era la primera vez que hacía algo así. Pero luego de tantas locuras que había hecho en esta vida, esto era una tontería.

Aya se levantó lentamente, sus cinco colas balanceándose detrás de ella para mantener la estabilidad. Desde ahí arriba, el techo se veía más cerca, aunque no lo suficiente como para que dejara de sentir vértigo.

"¿Todo bien allá arriba, Luciano?" Preguntó Mirella desde algún lado, con una risita.

"Sí, sí... Estoy bien", respondí, intentando mantener el equilibrio y no mirar hacia abajo.

"Alcanzame uno de los soportes, porfa".

"¡Cómo tú ordenes!" Respondió y rápidamente lo trajo volando entre jadeos.

"Gracias".

No sé por qué se me vino esto a la mente, pero creo que si Aya mirara hacia arriba, vería mi... Bueno, tampoco hace falta aclararlo.

Tomé el soporte de madera y lo posicioné en el techo. Usando magia, lo fijé en su lugar, asegurándome de que quedara bien firme. Cuando terminé, Mirella se acercó volando con una pequeña esfera de luz entre las manos.

"¿Dónde la pongo?"

"¡Ahí!" Señalé el extremo del palo, donde estaba el círculo en forma horizontal.

Cuidadosamente y con una precisión perfecta, ella lo puso en el lugar correcto.

"Listo. ¿Y ahora?"

Coloqué mis manos sobre la esfera.

"Voy a hacer una cosa que descubrí hace un tiempo".

Sentí las partículas mágicas fluir desde mis manos hacia la luz, alimentándola. A pesar de ser muy pequeña, la esfera comenzó a brillar con más intensidad, llenando la sala con una luz cálida y constante.

"¡Perfecto! Ahora tenemos iluminación... permanente, supongo".

"¡Wow! ¿Qué hiciste? ¿Acaso ya puedes usar magia de luz?" Preguntó Mirella, acercándose a su esfera de luz para verla de más cerca.

"No. Solo le traspasé partículas para que fuera más potente sin que tú tuvieras que crearla potente desde un principio".

Parecía que sabía lo que hacía, pero realmente las partículas actuaban por su propia cuenta.

"Luciano, creo que falta algo", comentó Aya desde abajo, interrumpiendo la conversación.

"¿Qué cosa?" Pregunté mientras me empezaba a agachar para bajar.

De repente, Aya dio un pequeño salto, haciendo que mi equilibrio se tambaleara.

"¡Aya!" Grité, tratando de agarrarme del soporte para no caerme.

Mirella también se aferró a mi mano, como si realmente pudiera ayudar en algo.

Ella soltó una carcajada mientras me sostenía firme con sus manos.

"Relájate, Luciano. Solo estaba probando si eras ágil".

"¡No tiene gracia! ¿Y si rompía algo?" Protesté, colgándome del soporte con una mano mientras intentaba estabilizarme con la otra.

"Bueno, al menos ahora sabemos que los soportes son resistentes".

"¡Aya, eres una tonta! ¡No puedes hacerle esas bromas a Luciano!"

De pronto, la puerta principal se abrió rápidamente. Era Rundia.

"¡Hijo, escuché un grito y...! ¿¡Qué están haciendo!?"

En ese momento, Aya se agachó rápidamente para dejarme bajar y se quedó con la cabeza gacha.

"Eh… ¡Nada, nada!" Dije rápidamente, tratando de suavizar la situación, aunque no sé si mi tono era tan convincente.

"Es solo que Aya... eh... Estábamos instalando la luz para la casa".

"¿Ah, sí? ¿Entonces por qué gritaste?"

Aya, por fin, pareció darse cuenta de la gravedad de lo sucedido y levantó la cabeza, mirando a Rundia con una leve sonrisita nerviosa.

"Te debo una disculpa, Rundia. Hice una broma tonta y no pensé que Luciano fuera a... perder el equilibrio de esa manera".

¡Encima me echa parte de la culpa a mí!

Rundia la miró fijamente durante un segundo, luego soltó una ligera risa, como si la escena no fuera tan seria como todos pensábamos.

"Ay, Aya... ¿Por qué hacer bromas? Tú no eres así".

Dio un suspiro.

"Solo ten más cuidado con Luciano, ¿entendido? Él, a pesar de que hace este tipo de cosas raras, todavía es un niño, ¿sí? Es mi niño", enfatizó la última parte por alguna razón.

"¡Lo prometo!" Aya respondió rápidamente, inclinando la cabeza hacia adelante como si estuviera haciendo una reverencia.

Rundia asintió con una sonrisa tranquila.

"Mejor. Ahora, Luciano, ¿estás bien?"

"Sí... sí, estoy bien", respondí, quitándome un poco la tensión mientras me erguía por fin.

"Solo fue un pequeño susto".

"¿Seguro que estás bien, Luciano? Creo que te has vuelto un poco torpe", bromeó Mirella, dándome un pequeño empujón en el hombro para intentar desviar el tema.

Sin hacer más bromas, terminamos de poner todas las lámparas primitivas hechas con magia y se las mostramos a los demás, que quedaron impresionados.

Ahora bien, faltaba hablar sobre la distribución de las habitaciones... Lucía fue la primera en hablar de eso, como si lo estuviera haciendo a propósito. Me pregunto qué pensará de mi idea.

"¡Luciano ya lo tiene todo listo!" Respondió Anya mientras sonreía y me miraba de reojo.

"Ah, sí. Bueno, yo pensé que podía tener una habitación que compartiría con Aya y Mirella".

Hice una pausa, levantando un dedo.

"Creo que es bastante obvio que no pueden vivir más de tres personas en una habitación".

"¿Y eso por qué, hijo?" Preguntó Rundia.

"Yo, la verdad, es que no entiendo mucho de esto..." Acotó Rin.

"Síganme, les explico", dije, abriendo la puerta que daba al pasillo y girando hacia la izquierda, hasta la habitación del fondo.

"Todo se trata de estrategia", comencé, mintiendo de cierta manera, y entrando a la pieza vacía para luego girarme hacia mis padres.

"Piénsenlo bien, nosotros tres somos los únicos que podemos usar magia, que es la cosa más útil para defenderse en caso de que pase algo. Es por eso que debemos estar juntos".

"Ah, entonces es porque quieres cuidarnos, ¿no? Siempre eres tan atento..." Dijo Rundia, cayendo en la trampa.

Lo cierto era que a ellos nunca les importó mucho dónde yo dormía. Cuando era un bebé, siempre me dejaban durmiendo solo.

"¡Exactamente! Imagínense que, cuando Aya ponga la barrera, de pronto alguien la rompe. ¡Ahí ella debería avisarme a mí de inmediato y a Mirella! No podríamos permitir demoras en ese tipo de situaciones", dije, negando con el dedo índice.

"Y eso no es todo, ya que Mirella es muy ruidosa por la noche. ¿Acaso alguno de ustedes estaría dispuesto a soportar no dormir por las noches? ¡Claro que no!"

Eso último sí que era una mentira.

"¡Eso no es cierto!" Gritó Mirella en respuesta.

"¡Aunque estoy feliz de poder seguir durmiendo contigo!"

Noté que Rundia y Rin intercambiaron miradas cómplices, intentando ocultar algunas risas.

Aya, por su parte, se mantuvo sin decir nada. Su erguido porte elegante y su yukata blanco daban la impresión de que estaba completamente al margen de la conversación, pero sus orejas blancas ligeramente tensas delataban que estaba atenta a cada palabra. No le consulté, pero no creo que tuviera problema con la decisión.

De pronto, Lucía se acercó a mí riendo y gritando. Me tomó de la mano y la tironeó hacia abajo, como si quisiera que me agachara.

Cuando lo hice, me abrazó, rodeando mi cuello.

Toda su supuesta ternura se terminó cuando empezó a susurrarme en el oído.

"¿Qué pasa, Lucianito? ¿Estás invirtiendo a futuro? Antes no hacías estas cositas tan pícaras".

"¡Qué hermanita más linda que tengo!" Grité, refregándole la espalda en un gran abrazo.

Je.

Ella me soltó y se quedó a mi lado, sosteniendo mi mano.

"¿Y qué hay del resto? ¿Dónde dormirán los demás?" Preguntó Rin.

"¡Yo voy con mi hermana!" Gritó Samira.

"Ay, Sami, eso es obvio. ¿Con qué otra persona ibas a dormir si no?" Comentó Suminia, como si estuviera tomando la decisión por sí misma.

"Entonces vayamos a ver las demás habitaciones", dije mientras pasaba entre medio de todos.

Al final, y viéndolo de izquierda a derecha a partir de mi habitación, la segunda pieza quedó para mis padres y Lucía. La siguiente, que es la que está del otro lado del baño, terminó siendo para las gemelas. La última fue para Anya y Tarún.

Con todos los demás ya ubicados en sus lugares, ahora estaba junto a mis dos compañeras en una sala vacía que solo tenía iluminación y nosotros la llamábamos habitación. Bueno, al menos es más estético que el interior de una cueva.

Mañana debía empezar con las camas, mesas, muebles y demás cosas. Lo bueno era que nadie se iba a quejar, pues nunca tuvieron la oportunidad de gozar de una buena vivienda.

"¿En dónde tenemos que dormir?" Preguntó Mirella mientras todavía volaba cerca de su esfera de luz. Se ve que quedó impactada con eso.

"Yo no veo ninguna hoja. ¿Hay que traerlas?"

"¿Se acuerdan de las camas?"

"¡Yo sí! Habías dicho que era un lugar para dormir", respondió Aya.

Se estaba acomodando sentada contra una de las esquinas, la que estaba más cerca de la única ventana de la pieza.

"Buena memoria, Aya. Es exactamente lo que acabás de decir, las camas sirven para dormir, solo que no llegué a hacerlas porque ya me sentía un poco cansado después de hacer las puertas".

No era cansancio físico, sino mental. De alguna forma, la magia responde a lo que yo imagino, y el estar trabajando en tantas cosas seguidas me hace doler un poco la cabeza.

"¿Sabes qué, Luciano? A mí no me importa dormir en donde sea que me digas", dijo Mirella de repente, alzando la voz.

"Solo me importa dormir contigo".

"Claro, claro..." Respondí, rascándome la nuca con algo de incomodidad.

"Pero tampoco es para tanto. Haremos las camas mañana. Hoy nos toca improvisar un poco".

"¡Vayamos con Aya!" Gritó Mirella.

"¿Querés que durmamos los tres juntos?" Pregunté tranquilamente, aunque dentro de mí se estaba formando una sonrisa al pensar en la situación.

"¡Sí, todos juntos!"

Aya, por su parte, mantenía su serenidad habitual que hoy había perdido al momento de hacer bromas. Estaba sentada contra la esquina, con las piernas dobladas hacia un lado y su yukata perfectamente arreglado. Miraba hacia el lado de la ventana con esa tranquilidad que parecía ser parte de su esencia. Las cinco colas esponjosas se movían apenas, como si estuvieran reflejando su estado relajado.

"Bueno, creo que no es mala idea dormir juntos, Mirella. Total, es solo por hoy", dije, siguiendo mirando hacia Aya de reojo.

"Al menos hasta que tengamos camas decentes".

Veamos qué pasa, ¿no?