Cuando escuché la voz de Aya entre los árboles, sentí una mezcla de alivio y tensión. Los tres secuestradores de niños se detuvieron en seco, observando a la imponente figura de la mujer-zorro con cautela. Su figura era elegante y grande, con su yukata blanco y las cinco colas ondeando suavemente tras ella.
Es posible que Aya haya puesto una barrera invisible entre nosotros, puedo intuirlo por su postura con la mano hacia delante..
"¿Quién eres tú?" Preguntó la mujer, a quien habían llamado Nura, claramente nerviosa. Su tono autoritario parecía haber perdido algo de firmeza al ver a Aya.
"No importa quién soy. Lo que importa es que no van a llevarse a Luciano", respondió Aya, con una tranquilidad que dejaba claro que no tenía intenciones de negociar.
Su mano, que seguía extendida, bajó hasta su posición natural.
"Gracias a Sariah", pensé. No estaba seguro de cuán lejos me llevarían estos tipos o qué harían conmigo si Aya no hubiera intervenido. O mejor dicho, no sabía hasta cuando iba a resistir antes de usar mi magia para defenderme.
Nura, la mujer musculosa, retrocedió un poco, mirando a sus dos compañeros, que ya estaban claramente desconcertados. Se notaba que sabían que enfrentarse a alguien como Aya no era algo que querían hacer.
"¿Te acuerdas de ella? La conocemos de vista", susurró uno de los hombres, el que me había sostenido más fuerte hasta ahora. Su voz se había suavizado ligeramente.
"No sabemos tu nombre. ¿Qué eres?" Gritó, claramente hablándole a Aya.
Aya se limitó a observarlos con una calma casi inquietante. Su presencia lo llenaba todo, y los hombres comenzaron a retroceder, soltándome al fin. Aproveché para dar unos pasos hacia adelante, poniéndome un poco más cerca de ella.
"No tienes que saber mi nombre. Pero sí sabrás lo que te conviene hacer. Si vuelves a tocar a Luciano, no mediaré una palabra más con ustedes".
Era raro, pero noté cómo los tres intrusos intercambiaban miradas. Había algo más detrás de esta situación. No parecían ser simples asaltantes, aunque el hecho de que conocieran a mi madre también era preocupante.
"Está bien, cálmate, no queremos problemas..." Dijo Nura, luego de soltar un suspiro.
"Solo queremos hablar".
¿Hablar? Me están jodiendo estos.
Mientras tanto, Aya no bajaba la guardia, y su postura me daba la seguridad suficiente como para avanzar en mis propios términos. Decidí tomar la iniciativa y aprovechar que la situación había cambiado.
"Si solo querían hablar, ¿por qué carajos me emboscaron? ¿Quiénes son ustedes? Ya saben quién soy yo, así que hablen".
Los tres permanecieron en silencio por unos segundos, hasta que Nura, aparentemente la líder, se cruzó de brazos y me miró fijamente, como si decidiera en ese momento si contarme la verdad o no.
"No te vamos a hacer daño. Somos... familia de Tariq. Hermanos".
Me quedé en blanco por un segundo. ¿Familia de Tariq? Eso explicaba muchas cosas, pero también levantaba muchas preguntas. ¿Por qué me estaban atacando si éramos, en algún sentido, aliados?
Los observé con más detenimiento. Ahora que lo mencionaba, veía el parecido. El hombre que me había intentando robar la piedra era más robusto, pero tenía el mismo tipo de ojos oscuros que Tariq, y la mujer, Nura, compartía esa misma intensidad en su mirada.
Claro, dos hermanos y una hermana...
"Entonces..." Murmuré, entrelazando las piezas en mi mente.
"¿Ustedes son los hermanos y la hermana de Tariq? Eso explica por qué sabían quién era yo. Pero, ¿por qué hacer toda esta escena?"
Uno de los hombres, el más callado, desvió la mirada, claramente incómodo con la confrontación. Nura, en cambio, se mantuvo firme.
"Tariq nos ha hablado de ti y de los tuyos... y también de los problemas que han causado", su tono había vuelto a ser severo.
"No sabemos en qué andan, pero nos preocupa lo que pase con nuestra gente. Este lugar, nuestras tierras, se están volviendo peligrosas desde que llegaste y trajiste a estas mujeres".
Mi cabeza dio vueltas por un segundo. ¿Peligrosas? ¿Mujeres? Había estado haciendo todo lo posible para mejorar la situación, no empeorarla.
Entonces, ¿qué estaban insinuando? Mis puños se cerraron de manera instintiva, tratando de contenerme antes de soltar cualquier cosa que pudiera empeorar la situación. Pero mi mente no podía evitar desbordarse de pensamientos contradictorios.
"¿Peligrosas?" Repetí, casi como un eco de sus palabras, mientras mi mirada se clavaba en ella.
"¿Qué peligros he traído yo, exactamente?"
Sabía que mi tono se volvía cada vez más afilado. La frustración era fea, no solo por lo que decían, sino porque, una vez más, me encontraba en una situación en la que todos parecían saber más de lo que me contaban, donde yo era señalado como la raíz de problemas que ni siquiera entendía.
"Desde que llegaste, todo ha cambiado", respondió con una especie de resentimiento mal disimulado.
"La gente ya no confía en nosotros. Los animales del bosque se comportan de manera extraña, y ahora hay rumores... cosas que no podemos ignorar".
"Rumores", dije con una risa sarcástica.
"¿Qué rumores? ¿Qué animales? ¿Qué gente?"
Había pasado demasiado tiempo y demasiados momentos siendo tratado como si siempre estuviera bajo sospecha, como si todo lo que hacía fuera cuestionable. Yo vine a este lugar buscando mejorar las cosas, no para ser el maldito chivo expiatorio de todo lo malo que sucedía.
Y ese era el problema de la mayoría de esta gente... Rin, Suminia, Tariq y ahora estos hermanos... Se ve que era difícil para ellos entender los cambios, ese es su problema. Es algo mental.
"Se habla de maginica extraña", continuó Nura, con un tono más bajo, casi como si estuviera dudando de sus propias palabras.
"De cosas que no deberían existir aquí. Y todo comenzó... desde que apareciste con esas mujeres".
Maginica... Dios mío.
"Si hay algo raro sucediendo, tal vez deberíamos investigarlo juntos, en lugar de pelear entre nosotros, ¿no crees?" Dije, dándome media vuelta.
"Aya, nos vamos".
"No te habíamos traído aquí para hacer daño", exclamó Nura, intentando tener la última palabra.
"¡No nos sigan faltando el respeto!" Arremetió Aya, dando un paso hacia delante.
Mientras tanto, fui moldeando la madera de un tronco.
"Disculpen, en realidad solo queríamos hablar con este niño. Queríamos saber por qué siempre consiguen tanta comida".
Lo que parecía ser un ataque directo en realidad era un intento torpe de establecer contacto. Claramente había una desconfianza profunda entre nuestros grupos. La gente de Tariq y su familia probablemente se sentía vulnerable por los cambios y las cosas desconocidas que traíamos con nosotros.
Antes de que Aya pudiera contestar, quité lo que estaba creando dentro del tronco: una lanza de madera.
"Fijate si podés hacer algo con esto, estúpida".
Lancé la lanza hacia el tipo que me había querido robar, clavándose la punta justo entre sus pies.
La burla de mi gesto quedó suspendido en el aire. Durante unos segundos, nadie dijo nada y el silencio se volvió insoportable.
Nura y su gente miraron el arma que acababa de crear con una mezcla de asombro y miedo en sus caras. No sabían qué acababa de suceder, ni cómo había transformado un simple trozo de madera en algo tan preciso y funcional. Pero lo que más me sorprendió fue ver que incluso Aya, con todo su conocimiento, parecía impresionada por mi movimiento. Tal vez no era por la lanza en sí, sino por la forma extraña con la que había actuado.
Bueno, además solté un insulto a la pasada..
El hombre dio un paso atrás, mirando la lanza incrustada en el suelo como si fuera un objeto maldito. Me miró de nuevo, esta vez con algo más que simple recelo; había miedo en su expresión. Y a mí, para ser sincero, no me importaba en lo más mínimo.
"¿Qué... qué fue eso?" Preguntó.
Traté de calmarme antes de responder, intentando hacer caso omiso a lo que acababa de suceder antes. No tenía sentido perder los estribos por un grupo de gente que, evidentemente, no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor. Pero una parte de mí también quería seguir con la pequeña escena. Dejarles claro que yo no era alguien con quien pudieran jugar o menospreciar.
"Eso", dije señalando la lanza con un leve movimiento de mi mano, "es lo que algunos llamarían... maginica. O, mejor dicho, magia, como debe decírsele".
Los ojos de Nura se abrieron más de lo que ya estaban. Era como si no supiera si debía retroceder o avanzar. Los otros hombres que estaban a su alrededor murmuraban entre ellos, tratando de entender lo que acababan de ver. Para ellos, todo esto probablemente parecía una especie de milagro o maldición. Y claro, viniendo de mí, de alguien de fuera, siempre parecía inclinarse más hacia lo segundo.
"Maginica", repitió.
"¿Cómo... cómo hiciste eso? Nosotros no... no podemos hacer eso".
Los vi intercambiar miradas nerviosas. Ya no se trataba solo de desconfianza. Ahora era puro desconcierto, y a mí me gustaba ese cambio. No lo iba a negar.
Me acerqué lentamente, recogiendo la lanza con un tirón seco. La examiné unos segundos, dejando que el silencio hiciera su trabajo, antes de girarla casualmente en mi mano. Luego corté la punta y la reemplacé juntando algunas rocas del suelo.
Ahora tenía una lanza con mango de madera y punta de piedra. En realidad, más que una lanza, era un palo con un un cono de punta afilada.
"Sabes, no todos pueden hacerlo", respondí con una sonrisa ladeada.
"Pero yo puedo. Y los invito a que lo vean ustedes mismos".
El murmullo creció a mi alrededor, pero me mantuve firme, directo. Ellos no sabían lo que yo sabía. No tenían la más mínima idea de lo que era capaz de hacer o de los cambios que podría traer. Lo único que los detenía era el miedo, y ese miedo era lo que podía usar a mi favor.
"¿Ver qué?" Preguntó Nura, cada vez más confundida.
"¿De qué estás hablando?"
"Mi futura casa", respondí, observando sus caras mientras procesaban esa palabra.
Ver sus expresiones fueron todo lo que necesitaba. No sabían lo que significaba, o al menos no en el sentido en el que yo la estaba usando. Para ellos, una 'casa' no era más que una palabra aleatoria, algo que no formaba parte de su realidad. En este mundo, la gente vivía en cuevas, en refugios hechos por la naturaleza. La palabra 'casa' representaba algo mucho más grande, algo más elaborado.
Uno de los hermanos de Tariq frunció el ceño, mirándome como si estuviera hablando en otro idioma.
"¿Casa? ¿Qué es eso?"
Sonreí con un aire de suficiencia y clavé la lanza sobre la tierra, apoyando mis manos sobre la punta del mango de madera..
"Es un lugar... mucho mejor que cualquier cueva en la que hayan dormido. Un lugar seguro, donde no tienen que preocuparse por la lluvia, el viento o los animales salvajes. Donde pueden guardar sus cosas, donde pueden vivir en paz. Eso es una casa".
Por un momento, una casa se había convertido en una verdadera utopía.
Sentí la mirada de Aya en mi espalda, silenciosa pero llena de curiosidad. Ella sabía más que estos tipos, pero aún así, había cosas de las que yo había hablado que ni siquiera ella comprendía del todo. Y eso también era un recordatorio constante para mí: en este mundo, yo tenía una ventaja. Una ventaja que ellos nunca lograrían comprender.
"¿Y cómo podemos ir a ese lugar?" Preguntó el mismo hombre.
"Pronto... Tomará tiempo construirlo, pero valdrá la pena".
El viento sopló entre los árboles, moviendo las hojas y llenando el aire con un susurro inquietante. Me quedé en mi lugar, observando cómo Nura y los suyos intentaban decidir qué hacer. El peso de mis palabras caía sobre ellos, pero yo no iba a presionarlos más. Ya había sembrado la semilla, y tarde o temprano, esa semilla daría fruto.
"Por cierto, antes de irme me gustaría saber sus nombres".
"Yo soy Nura", respondió... Nura, como si todavía no nos hubiéramos dado cuenta.
"Yo soy Nilo", dijo el hombre más alto de los tres, el que había intentando robarme.
"Y yo soy Abel", finalizó el último, el que no había hablado mucho hasta ahora.
Cuando ya había terminado la presentación de los tres hermanos de Tariq. Tomé la lanza con mi mano derecha y apunté a Nilo.
"Vos, ¿tenés ganas de saber qué guardo acá?" Pregunté, tocando mi bolsita colgada al costado de mi ropa.
"Porque no me gusta la gente que toca las pertenencias de los demás".
"No... Solo que no entendía cómo lo habías atado a tu ropa".
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No noté nerviosismo en su voz, tal vez estaba diciendo la verdad.
Dejé de apuntarle y puse el otro extremo de la lanza apoyada contra el suelo.
"En todo caso, no deben ser tan desconsiderados con los demás. No crean que porque soy un niño pueden hacer lo que quieren".
"Lo sentimos, no volveremos a causarles problemas", se disculpó, agachando levemente la cabeza.
Los otros dos no dijeron nada, ni una mueca cruzó por sus caras.
"Yo soy Aya", su voz rompiendo el silencio incómodo.
Por mi parte, observaba en silencio, tratando de mantener la misma calma que Aya mostraba.
Todo esto me resultaba familiar: la desconfianza, los roces iniciales, la resistencia al cambio. En el fondo, sabía que esas tensiones no desaparecerían fácilmente. Había algo más que solo miedo en esta gente; era como si todo lo que yo representaba les molestara de una forma mucho más profunda de lo que querían admitir.
"Mucho gusto, Aya", dijo Nura, pero sus palabras no terminaron ahí.
"Ya debemos irnos, debemos conseguir comida para esta noche".
Y al final, ellos se terminaron yendo antes que nosotros. Y hasta me terminé quedando con la lanza, aunque no parecían querer idea de qué uso darle.
Lo que esa mujer dijo antes... sobre los rumores y los cambios que habían notado desde mi llegada. ¿De qué estaban hablando?
Me mordí el labio, frustrado por no tener toda la información. 'Rumores' y 'maginica'... Bueno, magia. Palabras vagas que no aclaraban nada. ¿Qué estaban viendo que yo no? ¿Qué clase de cosas estaban ocurriendo fuera de mi vista? Tal vez solo estaban frustrados por no conseguir comida suficiente para su familia.
Apreté el mango de la lanza con fuerza, casi sin darme cuenta.
"Luciano", escuché la voz de Aya, llamando mi atención.
"Deberíamos irnos".
"Tenés razón, Aya. Además, ya tengo hambre".
Comenzamos a caminar en dirección a nuestra cueva mientras conversábamos. También quería sacar algunas conclusiones.
"Aya, ¿te molestaría llevar esto?" Dije, estirando la lanza hacia ella.
"Claro, dámela".
La tomó agarrando el mango de madera con su dos manos.
"Sabés para qué sirve, ¿no?"
"Es lo que usa tu padre para cazar. Solo que se ve diferente. Se lo diste cuando fue la lucha contra los hombres pájaros".
Mmm... buena memoria.
"¿Y el nombre que le di?"
"Lanza".
"¿Te gustaría quedártela? No... Mejor dicho, ¿te serviría para algo si te la quedaras?"
"No me serviría mucho para cazar los peces. Mis manos son más rápidas y precisas", respondió después de un momento, girando la lanza para mirarla desde distintos ángulos.
"Pero podría ser útil en otras situaciones... No sé, quizá para protegerte, si algún día no llegara a estar lo suficientemente cerca o no pudiera usar magia".
Mientras caminábamos, el viento movía los mechones de cabello blanco de Aya. Sus orejas puntiagudas se mantenían erguidas, como si también estuviera atenta a cualquier amenaza, siempre alerta.
"Mejor se la doy a alguien más, ¿no? Vos que vas siempre a cazar, ¿quién es al que más le serviría la lanza?"
"A Suminia, sin dudas. Ella es muy ágil a pesar de todavía ser una niña".
Suminia... tampoco es como si tuviera ganas de hacerle un regalo, pero si esto beneficia al grupo, entonces yo seré el que afloje. Ya deberíamos estar en buenos términos después de tanto tiempo viviendo juntos.
Desde lejos ya se veía la cueva de Tariq.
"¿Y cómo anda el tema de mi aroma? Pensé que ibas a venir mucho antes a buscarme".
Noté cómo sus orejas temblaron ligeramente, una señal apenas perceptible de que mi pregunta la había puesto algo nerviosa. No era común verla descolocada. Por un segundo, evitó mirarme directamente, y sus colas hicieron un movimiento inquieto a su alrededor.
Realmente se lo había preguntado a propósito, como para distendernos un rato.
"Ya te había hablado sobre eso. ya te había dicho que tu aroma era tan fuerte que podría encontrarte en cualquier parte. Solo que poco a poco fue sintiéndose más lejano y me preocupé".
"Ya veo..." Dije, mirando hacia el horizonte. El supuesto océano se veía tan tranquilo como siempre.
Fui viendo entre los árboles al pasar por la cueva de Tariq, pero ya no parecía estar Tarún. Creo que ya lo vino a buscar Anya.
"Aya, ¿mentirías por mí?" Pregunté, cambiando de tema.
"¿Acaso quieres que diga que estabas portándote bien?"
"Si no es mucha molestia..." Respondí, agarrándole la mano.
"Está bien. Solo que vas a tener que prometerme que no volverás a hacer estas cosas".
"No puedo prometerlo del todo. Te explico... Yo solo estaba buscando un buen lugar en donde podamos construir nuestra casa, y resulta que de repente vi el volcán".
"El... ¿volcán? ¿Te refieres a las llamas eternas?"
Si ya conocía lo que es un volcán, ¿por qué se empecinaba en llamarle 'las llamas eternas'?
"Claro, pero no tenía pensado ir. Solo me detuve a verlo".
Durante el poco transcurso de caminata que nos quedaba, ella solo se quedó callada. Su semblante ya no era el mismo y eso me molestaba.
"Aya, no te preocupes tanto por ese lugar. No voy a ir todavía".
"Luciano... algo no está bien".
De un momento a otro, Aya se echó a correr hacia nuestra cueva.
"¡Aya!" Grité, pero obviamente no se detuvo.
Corrí tras ella, mis pies golpeando el suelo con fuerza mientras algunas ramas golpeaban mi cara. Algo estaba mal. Muy mal. Lo supe cuando alcancé la entrada de la cueva.
Aya ya estaba dentro, su figura iluminada bajo una de las luces de Mirella.
El ruido seco de la lanza cayendo de sus manos me hizo estremecer.
Ella siguió avanzando hasta llegar al fondo de la cueva mientras yo la seguía, hasta que de pronto... .
"Luciano... ¿Qué pasó... aquí?" Preguntó, más para sí misma que para mí.
Al rodear su cuerpo, me di cuenta que algo había cambiado dentro de nuestro hogar, no solo en el ambiente, sino que también físicamente.
El fondo de la cueva, normalmente... cerrado, estaba ahora abierto por una grieta en la pared, pero lo más extraño era la luz que provenía de su interior. Pequeñas bolas de luz, flotando en el aire. Mirella. Sin duda, era su magia. Pero, ¿por qué?
"¿Y los demás?" Mi corazón empezó a latir con fuerza.
"¿Dónde están los demás?"
"No lo sé..." Murmuró, con los ojos fijos en la grieta.
"No los siento. Algo está muy mal aquí".
Cuando desvié la mirada hacia el suelo, donde comenzaba a formarse la grieta, vi una escena que no se la desearía ver ni a mi peor enemigo.
El suelo estaba manchado con sangre.
"Aya... vos e-estás viendo... lo que hay..." Quise seguir hablando, pero al retroceder caí de espaldas al suelo.
Aya estaba allí, inmóvil frente a lo que parecía ser un pasadizo. Su enorme cuerpo cubría casi toda la entrada, pero su expresión al girarse hacia mí... Su rostro pálido y sus ojos anaranjados estaban llenos de desconcierto.
No podía estar pasando esto... Era imposible que alguien rompiera tres barreras... ¿O es que nos atacaron desde esa grieta? ¿Y mi mamá...?
Fue mi culpa por irme sin avisar, otra vez me hicieron lo mismo, como lo hicieron los hombres pájaros. Otra vez cometí el mismo error. Pero... yo solo estaba...
"¡Yo solo estaba intentando hacer las cosas bien! ¡Fui a hablar con Mirella porque quería verla feliz! ¡Hablé con Tariq porque necesitaba saber más de este lugar!" No pude contener las lágrimas mientras me desquitaba gritando al aire.
"¡Luciano!"
Aya se agachó y me abrazó con fuerza, sosteniendo mi pequeño cuerpo tembloroso.
"Aya... yo solo quería investigar la zona para construir... nuestra casa. ¿Por qué la gente no nos quiere? ¿Por qué siempre intentan hacernos daño?"
Aya me siguió sosteniendo con fuerza, su abrazo intentando calmar el torbellino de emociones que se agitaba dentro de mí. Mi pecho subía y bajaba rápidamente. Aya era la más fuerte del grupo, siempre serena, siempre protegiéndonos. Me sentía seguro bajo sus brazos.
"Luciano, no... no es tu culpa. No sabías que esto iba a pasar", murmuró.
"Pero no te preocupes tanto. Sé que algo malo pasó, pero... no es tan malo".
Me quedé en silencio unos segundos, pero las imágenes del suelo manchado de sangre, la grieta, las luces de Mirella flotando como fantasmas, seguían frescas en mi mente. ¿Por qué Aya pensaba que no era algo tan malo?. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Tenía que hacer algo, pero no sabía por dónde empezar.
"Aya... ¿Qué creés que pasó? ¿Quién pudo hacer esto?" Pregunté, con la garganta apretada.
No podía sacarme la sensación de que todo esto era por mi ineficiencia, aunque no tuviera las respuestas.
Sé que siempre me termino culpando, lo que pasa es que siento que ellos están a mi cuidado. Yo soy el líder y nunca estaba en los momentos más importantes.
"Veamos mejor la escena", dijo ella, tomándome de las manos y ayudándome a levantarme.
"Gracias".
Me sequé un poco las lágrimas antes de avanzar junto a ella.
"Mira aquí", señaló la mancha roja en el suelo, la cual parecía seguir más allá en forma de gotas.
Ella pasó el dedo por el suelo y se lo acercó a la nariz.
"Huele a comida".
"¿Comida?" Pregunté, aunque al escuchar sus palabras el alma me volvió al cuerpo. Sabía que su olfato era perfecto.
Ella intentaba secarse la mancha roja de la punta de su dedo con la ayuda de su otra mano.
"Sí, es algo que se come, algo de la naturaleza".
"Menos mal... pensé que era sangre".
"Es una grieta enorme", dijo Aya, retrocediendo un paso.
"Sí..."
"No puedo pasar, soy demasiado grande para entrar".
"Entonces voy a agrandar el pasadizo. No podemos quedarnos sin saber qué hay del otro lado".
Aya asintió, apartándose ligeramente, dándome espacio para concentrarme. Estiré las manos hacia adelante.
Sentí el poder fluir desde mi interior hacia la roca, empujando, desde dentro, las paredes hacia afuera, forzándolas a ceder. El pasadizo comenzó a ensancharse lentamente, las dos paredes separándose hacia los costados.
No sabía cuán profundo era, pero podía sentir que se extendía mucho más allá de lo que parecía a simple vista. Había algo artificial en esa grieta. No era natural. No era solo un derrumbe o algo así. Esto había sido causado por algo más.
Finalmente, el pasadizo era lo suficientemente grande para que Aya pudiera entrar. Respiré hondo y me giré hacia ella.
"Antes quiero preguntarte algo... ¿Quiénes estaban acá cuando te fuiste a buscarme?"
"Todos".
"¿Y las tres barreras están intactas?"
"Sí, nadie las tocó".
"¿No te parece medio raro que el pasadizo sea tan pequeño? Digo, no entrarían todos aquí, al menos no los adultos".
"Todo esto es muy raro. Todo estaba bien cuando me fui".
Volví a mirar hacia delante, haciendo un gesto con la mano.
"Bien, vamos. Ahora sí vas a poder venir conmigo".
Asintió, y ambos entramos juntos en el que ahora parecía un túnel angosto. Las bolas de luz de Mirella iluminaban el camino a medida que avanzábamos, pero el pasadizo se hacía cada vez más estrecho y profundo.
"Dame la mano".
Sin mediar más palabras, Aya tomó mi mano y las partículas mágicas comenzaron a fluir hacia mí. Así es como pude seguir agrandando el espacio con mi magia.
Aya caminaba detrás de mí, en silencio. Cada paso que dábamos hacía eco en el pasadizo vacío, lo que solo incrementaba la sensación de claustrofobia.
Seguimos caminando durante lo que pareció una eternidad. No había señales de los demás, ni siquiera una pista. Sólo ese túnel poco iluminado y frío que nos tragaba más y más. La ansiedad crecía dentro de mí, cada vez más fuerte.
Los gnomos... Recordé cómo se habían aparecido una vez antes, destrozando todo el santuario. ¿Podrían ser ellos los responsables de esto? El pasadizo tenía algo de familiar... algo de su estilo. Ellos no tenían magia, pero en aquel momento se las habían arreglado para excabar con simples piedras. Y esa grieta, tan inusual... Tenía sentido.
"¡Los gnomos!" Exclamé, deteniéndome justo en lo que ya era una esquina que derivaba hacia nuestra derecha.
"¿Crees que...?"
"Sí. Estoy seguro", respondí, apretando los puños con rabia.
"Tiene que ser obra de ellos. ¿Pero qué querían? ¿Por qué destruirían la cueva? ¿Dónde está mi familia?"
No tenía paz. ¿No podía pasar tiempo en paz sin que algo o alguien se interpusiera en mi vida?
No podía dejar de pensar en ellos: Rundia, Rin, Tarún, Samira, Anya... Lucía. El miedo que había estado controlando hasta ahora se convirtió en una oleada de enojo.
"Si les hicieron algo..." Murmuré, apretando los puños hasta que las uñas se clavaron en mis palmas.
"Si los tocaron..."
Poco antes de que se acabaran nuestras partículas mágicas, llegamos hasta un lugar más abierto que seguía iluminado por diferentes bolas de luz. Ahí estaban los gnomos, formando una especie de círculo en el centro del lugar, el cual sentía familiar.
El suelo, el cual era de roca al igual que techo y paredes, tenía algunas de esas manchas rojas esparcidas por diferentes lugares.
El que no hubiera nadie de mi familia hizo que me aliviara un poco. Nos acercamos junto a Aya mientras seguíamos tomados de la mano.
"¿Hola?"
No supe ni qué decirles, porque realmente no entendía lo que estaba sucediendo aquí dentro.
Uno de ellos se giró. Los demás siguieron mirando el centro del círculo que habían formado.
"Gnomo rojo",
Ah, claro... las costumbres no se van tan fácil.
"Luciano, creo que hay alguien en medio", dijo Aya, viendo todo desde más arriba que yo.
Intenté acercarme más, mirando por encima para ver qué carajos es lo que estaban haciendo todos reunidos en un mismo punto.
Cuando acerqué mi mano para apartarlos, ellos automáticamente se hicieron a un costado para dejarme ver mejor. Las mayoría de ellos tenían las manos engrudadas con ese líquido rojo.
"¡Luciano, todavía no mires!" Gritó la figura que estaba en medio, de espaldas.
Ni siquiera me hizo falta que se diera la vuelta para saber de quién se trataba. Era Mirella.
Sorprendentemente, ella estaba con el cabello teñido de rojo. También tenía algunas salpicaduras sobre su vestido celeste. Dios mío... que chica tan descuidada.
"¡Te dije que no miraras!" Exclamó, dándose la vuelta.
Aya soltó una risa que intentó ocultar con su mano, pero claramente no podía
Intenté poner una seria, como para intentar decirle que lo que estaba haciendo no me gustaba, pero tampoco pude evitar que se me formara una sonrisa al ver la ridiculez de la escena.
"Ay, Mirella... Nos hiciste pegar un susto tremendo. ¿Qué se supone que estás haciendo?"
Por un momento, ese rojo me hizo acordar un poco a Sariah.
Ella rodó los ojos hacia varios lugares, hasta que de pronto deshabilitó algunas de las pequeñas bolas de luz que flotaban sobre el lugar y generó una nueva de un gran tamaño, poniéndola encima suyo, separada por menos de un metro.
"¿Solo eso vas a decirme? ¿No crees que deberías decirme otra cosa? Mírame bien", dijo, sujetando el extremo de su vestido y haciendo diferentes poses al ir girando sus pies.
Me agaché y me arrodillé en frente suyo. Los gnomos, mientras tanto, asentían y hacían sonidos de aceptación, como si de alguna manera fueran sus cómplices en todo este asunto.
Al verla ahí, con ese cabello teñido de rojo y su vestido lleno de manchas, no pude evitar sentirme aliviado, pero también desconcertado. Mirella, tan caprichosa como siempre, había logrado una escena que rozaba lo cómico. Era increíble cómo podía convertir cualquier situación en una especie de show.
¿Ahora, realmente debía mentirle y decirle que le quedaba bien? Miré a mi alrededor, el suelo estaba extrañamente liso.
Es como si este lugar ya lo hubiera visto antes.
De pronto, Aya me dio un golpecito con su pie.
"Vamos, Luciano, díselo", susurró, aunque seguro que todos la habían escuchado.
"Bueno, ese rojo es..." Me rasqué la sien, dudando de mis propias palabras.
"Me gusta más tu pelo natural, de color amarillo".
Se viene el estallido...
"¡¿Qué?!" Gritó Mirella con los ojos muy abiertos.
Su rostro pasó rápidamente de la sorpresa al enojo. Sabía que había tocado un nervio sensible, pero lo había dicho de forma honesta. Supongo.
Mientras el gran grito de la pequeña hada todavía rebotaba por las paredes, Aya tosió intensamente, como para que escuchara bien.
A pesar de la mirada fulminante de Mirella, su rostro comenzó a teñirse de un ligero rubor que combinaba con su nuevo look.
Para mi sorpresa, en lugar de lanzar un extenso discurso de quejas, Mirella bajó ligeramente la cabeza, jugando con los mechones rojos que ahora colgaban frente a su rostro.
Ahora que la veo mejor, su cabello creció junto a su cuerpo, antes era un poco más corto.
"Bueno, si te gusta más... amarillo... tal vez lo cambie de nuevo", murmuró.
Me quedé mirándola, aún un poco desconcertado por esa reacción inesperada. Siempre creí que me saltaría encima por algo así, pero... ahí estaba, con una tímida sonrisa escapándosele.
"¿En serio?", le pregunté, un poco incrédulo, aunque aliviado de que no se hubiera enojado.
"¿Y por qué decidiste teñirte de rojo?"
No podía evitar reír para mis adentros. Mirella siempre lograba sorprenderme, incluso cuando esperaba una explosión. Me incliné un poco hacia ella, casi provocando con mi tono de voz.
"Te ves bien de cualquier manera, ya lo sabes, ¿no?"
"Bueno, yo..." Empezó, golpeando sus dedos entre sí. "De repente los gnomos aparecieron diciendo que si queríamos color rojo, que ellos estaban celebrando el nuevo nacimiento de un gnomo y le iban a pintar un sombrero color rojo. Entonces yo, que estaba esperando sola a que volvieras, acepté porque pensé que te gustaría".
"Bueno, lo de los gnomos ya es bastante raro de por sí..." Dije con una sonrisa burlona, pero antes de que pudiera seguir, ella siguió hablando.
"Quería... parecerme un poco más a ti".
Los gnomos asintieron al unísono,. pero... ¿Qué estaba insinuando Mirella?
Ella volvió a tomar la palabra
"¿Tú cómo hiciste para dejártelo así?"
"¿Así cómo?"
Tragué saliva, esperando su respuesta, aunque ya me imaginaba por dónde iban los tiros.
"Es que..."
Mirella se encogió de hombros, un gesto tan pequeño como ella.
"Te queda tan bien y pensé que tal vez... si yo tenía algo parecido, te gustaría más verme así. Antes tenías uno, pero hace poco te creció otro".
¿Qué mierda acababa de decir? Esto era demasiado. ¿Desde cuándo había empezado a fijarse en esas cosas? Siempre pensé que Mirella era simplemente... Mirella y al final era la que más se daba cuenta de mis cambios.
¿Y ahora? No puedo fingir. Aya y los gnomos están escuchando... Maldición.