"Entonces vamos al santuario, ahí es el lugar más seguro y en el que hemos estado este último tiempo".
El que hablaba no era yo. Era Mirella. Ella se mantuvo volando en el centro de todos y tomó el mando momentáneamente hasta que yo me recompusiera.
Básicamente, Mirella acababa de decir que íbamos a ir al santuario de Aya, pero nunca le consultó a ella para saber si le parecía bien la idea.
"¿Qué es un santuario?" Preguntó Anya, casi que hablando por todos los demás.
Aya rápidamente tomó la palabra, después de todo, era su lugar más importante en el mundo.
"Es un lugar sagrado para aquellos que lo habitan y lo protegen. Los requisitos para entrar son simples en apariencia, pero profundos en significado. Deben tener respeto por la naturaleza y la magia, así como una intención pura y noble".
Eso es algo que ya había oído antes, dijo lo mismo que nos había dicho a Mirella y a mí. Lo dice de una manera tan convencida que pareciera que hubiese estado practicando esas palabras por muchos años.
'Santuario' lo hacía llamar, pero realmente no se veneraba a ningún santo o cosa en especial. No sé de dónde sacó la palabra. Solo hay un pictograma del supuesto rey demonio, la verdad es que todo era medio confuso.
La cueva, aunque familiar y reconfortante, se sentía ahora solo como un refugio temporal, cargado de tensiones y miradas que reflejaban una mezcla de cansancio, preocupación y frustración. El ambiente dentro estaba cargado de la adrenalina de la huida y la tensión del conflicto recién vivido. La calma llegaba gradualmente a medida que la noche se asentaba y todavía no nos atacaba nadie, pero la sensación de amenaza seguía palpable.
Eso es lo que pude observar los minutos que estuve esperando fuera de la cueva. Si bien no quería perder tiempo, la situación ameritaba esperar un rato hasta calmar las aguas. Más que todo por Rin.
Cuando Aya terminó de hablar con los demás, me uní a Mirella en un punto central. Ahora no solo se trataba de sobrevivir, sino de establecer un nuevo camino para todos nosotros.
"Hemos logrado salir de una situación crítica, pero no podemos quedarnos aquí. Ya que hemos pensado en un lugar más seguro para todos, necesito saber quiénes están preparados para cualquier cosa que venga.
Lo que necesito es que me digan quiénes nos seguirán. Yo lo que sí puedo asegurarles es que, junto a Mirella y Aya, vamos a dar lo mejor de nosotros para protegerlos".
Solo dije esas palabras para sonar más confiable, pero en realidad, a todos se les notaba en la cara que íbamos a seguir siendo un grupo unido.
Por cierto, terminé de meter a Aya en nuestros problemas... Eh... Bueno, qué le vamos a hacer, ¿no? Al fin y al cabo, ella quiso seguirme.
Anya tomó la palabra, como lo hacía regularmente.
"Estamos todos en esto, Luciano. ¿Recuerdas que nos habías invitado a unirnos a tu familia?
Ya hace un tiempo que tenemos claro que debemos seguir con ustedes. Además, si mi hijo y yo nos quedamos, nos vamos a aburrir mucho en este lugar, ¿no es cierto?"
"Sí, mamá. Yo también quiero quedarme con ellos".
"Supongo que no tenemos otra opción que seguirlo a él..."
"¡H-Hermana! No seas tan dura con Luciano, si antes me dijiste que..."
La gemela malvada le tapó la boca y se tiró sobre ella para que no hablara. Eso siempre le pasa por querer ocultar sus pensamientos.
Aya observó el intercambio entre las gemelas con una leve sonrisa, su serena presencia ayudaba a calmar un poco el ambiente tenso.
"Bueno, parece que la decisión está tomada", dijo, girando su mirada hacia todos los presentes.
"El camino hacia el santuario es siguiendo el agua en la que estuvimos antes, avísennos cuando estén listos".
"¿Y tú quién eres? Todavía no te has presentado", dijo Rin, parado en la salida de la cueva.
"Nunca había visto a alguien como tú, ¿de dónde sacaste esas cosas que llevas puesta?
No quiero que pienses que no estoy agradecido por habernos ayudado, pero... parece que alguien tiene una especialidad para atraer gente rara".
Obviamente, luego me miró a mí.
Ella se giró hacia Rin, sus colas se movían suavemente detrás de ella.
"Me... disculpo", comenzó diciendo, había un poco de vergüenza en su tono de voz. "Mi nombre es Aya, mi especialidad es la magia de defensa y soy de una especie llamada zorros místicos..."
Empezó a juguetear con la manga blanca de su yukata, como si no quisiera hablar mucho del tema.
"Y sobre lo que llevo de ropa, creo que lo he llevado puesto toda mi vida".
Debe ser difícil para alguien que vive sola el comenzar a vivir una vida rodeada de gente nueva, pero seguro que mi presencia y la de Mirella la reconfortan para tomar valor. Somos amigos después de todo.
Lo que Aya no sabía era que fue creada por una diosa y esa es su ropa predeterminada.
Papá volvió a darnos la espalda y habló.
"Está bien, llévennos a donde sea que quede ese lugar".
Él todavía sostenía su almohada bajo su brazo, tal vez aceptando que esa era la única cosa material valiosa para él. Estoy seguro de que va a terminar aflojando con el tiempo y va a aceptar que lo que hago es por el bien de todos.
Mamá se acercó a mí, su cálida mano tocaba mi largo cabello que era igual al suyo.
Necesitaba un poco de esto, un poco del cariño maternal que había perdido en este tiempo.
¿Será que, a pesar de no tenerlos a los dos como mis verdaderas figuras paternas, mi cuerpo de niño tiene el instinto humano de necesitar a alguien importante en su vida?
Quiero a Rundia y hasta físicamente me parece verdaderamente hermosa. Es tan joven que hasta siento algo de pena, ella me quiere tanto y yo solo soy un actor que sigue un importante papel en la obra.
Si hay algo que en mi anterior vida no me gustaba hacer era mentir, pero bueno... Ahora las circunstancias son muy diferentes.
"Todo va a estar bien si estamos juntos. Por favor, ya no te separes de nosotros, hijo".
"Lo siento, mamá..." Respondí, sintiendo una ligera presión en el pecho.
¿Lo sentía de verdad? No lo sé. Por un lado, el pequeño Luciano necesitaba a su madre, pero mi verdadero yo... ese que fue arrancado de otra vida y lanzado a este caos... ¿realmente lamentaba algo? ¿Qué era lo que lamentaba? ¿Haberla hecho sufrir al apartarme o simplemente estar atrapado en esta compleja red de mentiras que había tejido?
Antes de irnos, ella recogió entre sus brazos una hoja con los corales, conchas de mar y cosas brillantes que le entregaba a su dios Adán. Suminia destruyó la pluma que se había colgado en el cabello, los demás recogieron algunas frutas que estaban dando vuelta por ahí en el suelo y finalmente partimos camino al santuario.
Volví a pasar junto a mis creaciones que estaban apoyadas junto a la entrada de la cueva. Nadie las notó y sinceramente yo no tenía ganas de cargarlas en mis manos.
Tal vez, si las dejo aquí, alguien podría encontrarlas y posiblemente puedan encontrar su utilidad.
"Aya va a ir por delante marcando el camino y Mirella y yo al final. Asegúrense de ir bien unidos y no separarse por ningún motivo".
"¡Genial!" Gritó Mirella y se posó sobre mi cabeza.
Mientras avanzábamos por el bosque, el peso de la situación me aplastaba. Cada paso hacia el santuario, cada mirada hacia los demás, me hacía sentir más atrapado en este ciclo sin fin. Mirella estaba sobre mi cabeza, balanceándose como si no hubiese una preocupación en el mundo, pero yo... yo sentía el cansancio arrastrándome, como una sombra ineludible. Estaba en un lugar que no era seguro, con personas que dependían de mí más de lo que jamás hubiese querido. Y no tenía escapatoria.
Mirella golpeteaba mi cabeza con sus dedos, queriendo hablarme.
"Luciano, ¿y si ellos nos esperan dentro del santuario?"
No respondí de inmediato. Sentía sus pequeñas manos golpeteando mi cabeza, pero no quería contestar. ¿Qué podía decirle? ¿Qué me sentía perdido? ¿Que estaba harto de esta responsabilidad interminable? ¿Que sentía que las piernas ya no me funcionaban? No era algo que podía simplemente soltar en medio de una marcha por el bosque.
De todos modos, su pensamiento era sensato.
"¿Lo dices porque vivimos por bastante tiempo ahí y ellos podrían haber notado más movimiento en la zona?"
"Sí, y además no estamos tan lejos de donde capturaron a todos".
"Nah, ellos no pueden ir por el agua. Además, ahora le voy a decir a Aya que ponga algunas barreras".
Realmente no sabía si era verdad lo de que el hombre pájaro nos había dicho sobre el agua aquella vez cuando comerciamos. Que a ellos les hacía mal el agua.
Supuestamente, si vamos por el agua mágica, tendríamos partículas infinitas.
"¿En serio? Entonces vamos a estar bien".
¿Cuántas veces más tendría que poner una fachada de confianza?
El bosque a nuestro alrededor se hacía más denso, y el sonido de nuestras pisadas sobre las hojas secas parecía resonar en el aire silencioso. El santuario no estaba tan lejos, solo que cada paso se sentía como un esfuerzo monumental. Podía sentir el cansancio acumulado en mis piernas, en mi espalda, en cada parte de mi ser. No era solo físico, era mental. Tampoco había comido nada...
Aya nos llevó hacia el arroyo y de ahí comenzó a caminar por la orilla. Ya casi estábamos en la zona donde encerramos al pájaro de pico roto.
"Aya, es mejor si vamos por el agua, quiero que vayas poniendo barreras a nuestros costados", exclamé desde la última posición de la fila.
"Bien, todos manténganse cerca y sigan el camino del agua. No se separen", dijo Aya, comunicándose rápidamente desde la primera posición y bajando hacia el agua, que estaba bastante calmada. Sus colas se mojaban mientras avanzaba, sus pasos eran lentos pero seguros.
Desde la lejanía de la fila, vi que su cuerpo tenía bastante movimiento de partículas que iban y venían. Ahí pude darme cuenta que estábamos siendo protegidos por su magia de defensa a nuestro alrededor.
Rundia, que estaba justo delante mío, miraba a las gemelas que iban de la mano. Más adelante, Tarún cargaba algunas frutas junto a Anya. Mirella seguía sobre mi cabeza, supongo que vigilando los alrededores mientras se agarraba de mis mechones de pelo, como si yo fuera un caballo y ella la jinete.
Rin seguía en silencio, caminando detrás de nosotros con su almohada firmemente agarrada. Era obvio que su rabia inicial se había transformado en una resignación amarga.
Mientras tanto, yo era el que iba más incómodo. Al ser el de menor estatura, el agua me llegaba hasta la panza y hacía que mis piernas se cansaran rápidamente, lo que fue separándome poco a poco del grupo.
Esa era la situación actual.
"Luciano, ¿sabes cuánto falta para llegar?" Preguntó Samira, girando la cabeza hacia mí. En ese momento se dio cuenta de que yo no estaba del todo bien.
"¡Rundia, tenemos que ayudar a Luciano!"
Rundia se giró hacia mí, con una expresión preocupada al ver que el agua me estaba haciendo retroceder. Sin pensarlo dos veces, soltó las cosas que tenía en sus manos y corrió hacia mí.
"¡Aguanta, hijo!" Gritó mientras retrocedía de su posición para ayudarme a avanzar.
"Luciano, ¡agárrate de mí!" Me gritó Rundia mientras se acercaba a través del agua, su mirada llena de preocupación. Podía ver el miedo reflejado en sus ojos, y no era tanto por la corriente o por el entorno, sino por el hecho de que ella sentía que me estaba perdiendo, de nuevo. Esa conexión entre madre e hijo era lo suficientemente fuerte como para hacerla olvidar todo lo demás.
La verdad es que me estaba agotando demasiado, y aunque no quería mostrar debilidad delante de todos, mis piernas temblaban bajo el agua fría. La corriente no era fuerte, pero el cansancio, la fatiga mental y física acumulada, comenzaban a hacer mella en mi resistencia.
"G-Gracias..." Murmuré, mientras ella me pasaba una mano por detrás de la espalda y me sostenía por debajo de la axila.
Creo que no se dio cuenta de que perdió todas las cosas que llevaba consigo, las cosas que entrega a su querido dios falso.
Mirella, todavía sobre mi cabeza, dejó escapar un suspiro.
"Ay, Luciano, me asustaste. Pensé que te ibas a hundir como una piedra".
Sentí sus pequeños dedos en mi pelo, pero no respondí. No tenía fuerzas para devolverle una broma por más que supiera que ella lo hacía para levantar los ánimos, ni siquiera para fingir que todo estaba bien.
Ella parecía tan despreocupada. O tal vez lo entendía y simplemente elegía no dejar que la afectara. ¿Era yo el único que sentía el peso de todo esto?
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Suminia y Samira seguían adelante, una al lado de la otra, pero podía notar la diferencia en sus posturas. Samira miraba hacia atrás cada tanto, preocupada por mí, mientras que Suminia mantenía su mirada fija en el camino, como si intentara ignorar lo que estaba sucediendo. Esa niña... siempre tan distante, tan reservada.
El pequeño viaje terminó siendo más seguro de lo pensado, todo bajo la unidad y fuerza del grupo. El único misterio fue el no saber qué sucedió con el hombre pájaro atrapado entre las cuatro barreras, no lo vimos y Aya no mencionó nada al respecto.
Finalmente entramos a la enorme cueva, lo que me recordó a aquella batalla contra los mini golems... Nunca supe de dónde salieron o cómo se manejaban, realmente en mi cabeza lo recuerdo como algo confuso. Debe ser por el semejante golpe que me habían propinado en la cara.
"Mirella, vamos a necesitar luz. ¿Podrías ayudarnos?"
"¡Como ordenes, Luciano!"
Inmediatamente apareció una esfera de luz que flotaba y nos seguía de cerca, iluminando la cueva desde la última posición de la fila humana.
En realidad, no era una orden, pero ella siempre lo toma de esa manera.
Todavía seguí bajo el agarre de mi madre. De alguna manera se sentía bien caminar así, detrás de todos y siendo cuidado por un adulto.
"Mira, mami, ¿esa es la maginica del hada?" Preguntó Tarún, dándose la vuelta para mirar la bola de luz.
La magínica, eh... Qué gracioso.
"Parece que sí, hijo. Mirella es increíble".
"Aya, tu santuario es muy bonito".
Samira miraba hacia todos lados, pero en realidad... estaba equivocada.
"Todavía no hemos llegado, pequeña, falta caminar un poco más".
Luego de tanta espera, al fin llegamos a la estrecha entrada.
"Ya llegamos. Tal vez no la vean, o tal vez sí, pero justo aquí hay puesta una barrera mágica. Caminen recto y vean si pueden pasar", dijo Aya, estirando su mano derecha majestuosamente.
Espera... ¿Otra vez? ¡Esas palabras también las había dicho antes! Fue cuando...
"¡Auch!"
Mis pensamientos se detuvieron al escuchar el quejido. Todos los de detrás detuvimos el paso al ver que Rin, que era justo el primero en pasar, se había estrellado contra la barrera que a mi vista era invisible.
"¡Señor Rin!"
Aya intentó brindarle una ayuda a mi padre, que estaba tirado en el piso.
"¿Qué es esta mierda que nos pusiste en frente?" Preguntó enojado mientras se sobaba la frente, sin aceptar su ayuda.
Después de lo que antes había pasado, todos decidimos quedarnos callados.
Aya mantenía una expresión serena, aunque sus orejas delataban su incomodidad con ese leve movimiento involuntario.
"Lo siento, señor Rin", respondió con calma.
"Esta barrera es para proteger el santuario. Pero si no puedes pasar, significa que tu corazón aún tiene dudas o resentimientos que debes dejar atrás".
Uh. Esas palabras eran lo último que le podían decir a este hombre en el estado de nervios en el que estaba.
Por dentro, me sentía como si estuviera caminando en una cuerda floja. Mi propio cansancio me estaba jugando una mala pasada. Sentía el impulso de decir algo, de tratar de mediar entre ellos dos, pero... ¿qué podía decir? Ambos eran adultos, y yo... bueno, era un adulto por dentro, pero en este mundo, todavía era un niño. Y no estaba seguro de que mis palabras sirvieran de algo, más sabiendo lo que me dijo él antes. Era mejor no meterse.
"Luciano, ¿a mí también me había pasado eso, o eso me parece...?" Susurró Mirella a mi oído, pero no lograba recordar cuándo había sucedido. Supongo que lo imaginó.
Rin se levantó con un ceño fruncido y, contra todo pronóstico, parecía estar procesando las palabras de Aya. Sus miradas se cruzaron, y aunque no parecía estar completamente convencido, la tensión en su rostro empezó a ceder.
"Entonces, que pasen los demás a ver si pueden..."
Él se hizo a un costado, poniéndose al lado de Aya.
"Pero si esa cosa no se quita, no sé cuánto tiempo podremos estar aquí", dijo, pareciendo confiado en que a los demás les pasaría lo mismo que a él.
"A ver..."
Anya fue la primera en pasar y, al no haber ningún problema, su hijo pasó corriendo detrás de ella.
"¡Sí! ¡Lo logramos, mami!" Gritó Tarún, abrazando a su madre por la cintura y apoyando la cabeza contra su panza.
"Eso es porque eres un niño muy bueno".
El niño se puso a mirar el sitio que Aya hacía llamar santuario. Pero lo vuelvo a repetir, este es un lugar muy normal a pesar de su nombre. Es un cubículo deforme de piedra, algunos dibujos en una de las paredes y en el suelo las cenizas de lo que había sido la fogata de esta mañana.
Al menos el espacio era bastante amplio como para que vivamos nueve personas.
Las gemelas, tomadas de la mano, siguieron su ejemplo y atravesaron la barrera con facilidad. Suminia, aunque con una expresión algo reacia, no soltó la mano de Samira en ningún momento.
"Tampoco es como si hubiera algo aquí, ¿no?" Habló Suminia al aire.
"¿Vamos?"
Mi madre me invitaba a avanzar con ella, sus ojos encendidos con la esperanza de volver a brindarme el cariño maternal que no había podido darme en este tiempo. 'Quédate conmigo' imploraban esos ojos marrones oscuros.
Bueno, tampoco era para tanto, ¿no?
"Claro, mamá. De ahora en más, siempre juntos".
Al final todos quedamos del lado del santuario, solo faltaban pasar Aya y Rin, que hablaban entre ellos.
"¿Quieres volver a intentarlo?"
"Quiero estar con mi familia, así que debo pasar de alguna manera".
"Adelante entonces..."
Rin se enderezó, sus hombros aún tensos por la frustración, pero con una determinación renovada. Dio un paso hacia la barrera mágica, cerrando los ojos y tomando una respiración profunda. Lentamente, extendió la mano derecha hacia adelante.
"Algunas personas tienen más dificultades que otras para dejar atrás sus preocupaciones. Tal vez el tiempo y la paz aquí te ayuden a procesar tus sentimientos".
Aya había lanzado algunas palabras motivadoras al aire, su apariencia física y elegancia verbal hacían verla como alguien muy sabia. Lo cierto era que, a su manera, realmente lo era.
Finalmente, Rin siguió avanzando con su mano en frente y... Acabó chocando de nuevo contra el muro invisible.
Golpeteó con sus dedos suavemente el lugar, tal vez intentando entender qué era lo que le impedía pasar.
"No puedo pasar, ¿ahora qué hago?" Preguntó, girándose hacia Aya y volviendo las manos a su posición natural mientras todavía sostenía su almohada.
Aya cruzó la estrecha entrada y le habló desde el otro lado.
"Esta barrera refleja más que solo un simple impedimento. Puede que sea necesario enfrentar algunos sentimientos o resolver algunos conflictos internos".
Rin se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la pared rocosa, su expresión era una mezcla de agotamiento y reflexión. Se veía claro que quería estar con nosotros, pero sus propias barreras internas estaban deteniéndolo más que la barrera mágica.
"¿Sentimientos? ¿Qué sentimientos? Solo quiero estar con mi familia", su voz estaba cargada de frustración.
Rápidamente, mamá cruzó al otro lado y se sentó a su lado, los dos se quedaron hablando en voz baja.
Me quedé observando a mis padres desde la distancia, del otro lado de la grita en la pared. Ver a mi padre ahí, sentado contra la pared, derrotado por una barrera invisible... algo tan simbólico, tan simple, y al mismo tiempo tan complicado. No se trataba tanto de magia. Era como si esa barrera representara todo lo que había entre nosotros, todo lo no dicho, las frustraciones, los silencios incómodos, las expectativas no cumplidas.
Suminia se acercó a Aya, observando a Rin y Rundia de reojo.
"Aya era tu nombre, ¿cierto? Este... ¿No hay ninguna forma de que él pueda pasar de alguna manera?"
Fue un buen gesto de parte de Suminia, como si realmente tratara buscar una solución desde una posición neutral.
"Sería fácil quitar la barrera y dejarlo pasar, pero esa no es la manera de solucionar las cosas. Este lugar está diseñado para protegernos y, en algunos casos, también para ayudarnos a enfrentarnos a lo que llevamos dentro".
¿No será que Aya está haciendo esto a propósito para que mi padre se arrepienta por lo que sucedió antes o algo así? Si fuera por eso, sería demasiado difícil de hacer, aunque nosotros no tenemos mucha idea de cómo es que funcionan sus barreras. Tampoco se lo hemos preguntado.
Al menos explicó un poco cuál es la función de este lugar tan sagrado para ella.
No había pasado ni un día desde que decidimos abandonar el santuario junto a Aya y Mirella que ya estábamos en el mismo lugar de vuelta, pero ahora con seis personas más con nosotros. Si antes se me hacía tedioso vivir tantos metros bajo tierra, ahora... ya no sé qué pensar.
Me quedé apoyado contra una de las paredes mirando a Suminia y Samira, que estaban rearmando la fogata junto a Mirella, la cual parecía ansiosa por demostrarles que ella podía encender el fuego con magia de luz. Mis ojos iban entrecerrándose luego del largo y agotador día.
Cuando abrí los ojos, tenía a Mirella durmiendo sentada en mi regazo. Los demás también dormían junto al fuego. Solo faltaban Rin y mamá, que se habían quedado del otro lado de la barrera.
"Pssss. ¡Pssss! ¡Mirella!"
"Haaawwwnn..."
¿Así bostezan las hadas?
"Eu, Mirella. ¿Podríamos hablar un momentito? Sobre cómo vamos a hacer las cosas a partir de ahora.
También te quería agradecer por salvarme cuando discutía con mi Rin".
Acaricié su cabecita mientras ella seguía despabilándose.
Mirella levantó la vista y parpadeó lentamente, estirando sus pequeños brazos. Luego se acomodó aún más sobre mi ropa hecha de pieles de animales. No es ninguna tonta, ¡eh! Sabe que ya consiguió un lugar para dormir calentita.
Sus ojos verdes brillaron gracias al fuego de la hoguera. A pesar de su tamaño diminuto, su expresión era muy tierna, sobre todo cuando su cabello rubio y lacio caía en suaves mechones cortos alrededor de su rostro.
"¿Hmm? ¿Qué pasa, Luciano?" Susurró.
"Antes que todo, ¿podrías hacerme un pequeño favor? Quiero que te asomes por la salida y veas si mis padres están durmiendo".
"Está bien", dijo y se bajó caminando por mis piernas, sus pasos eran bastante largos, casi como si fuera dando saltitos que desafiaban la gravedad. Ver algo tan pequeño caminar así era un poco surreal, más si siempre la veo yendo por el aire.
Con sus manos sobre el borde de la grieta, la vi asomarse por allí. Luego volvió caminando de la misma manera en la que se fue.
"Están durmiendo cabeza con cabeza".
Se acomodó de nuevo como estaba antes. Es la primera vez que estamos tan, pero tan pegados el uno con el otro. Debe ser por la temperatura, acá bajo tierra se siente un poco más fresco, eso ya lo habíamos notado.
El silencio en la cueva, roto solo por el crujido ocasional de la fogata, hacía que cada susurro entre nosotros fuera más íntimo, más pesado de lo que debería ser. Aunque parecía pequeña e inocente, su presencia siempre me resultaba tranquilizadora.
"Gracias. Ahora quería preguntarte tu opinión sobre lo que pasó, ¿crees que está bien quedarnos acá o va a ser un poco difícil? Digo, tal vez se te ocurre otra estrategia".
"Bueno, Aya y yo no tenemos problema viviendo aquí, pero si lo dices por los demás, nosotras ayudaremos en todo lo que podamos para que puedan vivir bien. No te preocupes, Luciano, si proteger a tu familia es lo más importante, tomaste una buena decisión.
Además..." dijo apoyando su cabeza contra mi panza.
"Yo me siento bien así".
Suspiré, apoyando mi cabeza contra la fría pared de roca.
"Es complicado... Siento que, si seguimos aquí, inevitablemente vamos a tener que enfrentarnos a todo. Y no sé si estoy preparado para eso. Lo que pasó con mi padre... nunca pensé que llegaría a esto. Pero tampoco podemos escapar de todo, ¿no?"
"Ya nos adaptamos antes, no te preocupes".
"Sí, creo que tienes razón. A veces, adaptarse es solo cuestión de tiempo y esfuerzo. Aprecio mucho tu apoyo, Mirella. Tenerte acá, junto a Aya, realmente hace una gran diferencia".
"A mí también me gusta estar a tu lado".
"A todo esto, te quería pedir perdón por haberte dicho eso cuando escapamos de los hombres pájaro, lo de que no importaba si usabas todo tu poder. Al final te desmayaste y me puse mal. Quería que sepas que sí me importas, solo que estaba nervioso".
Mirella se quedó en silencio un momento, como si estuviera digiriendo mis palabras mientras miraba al frente todavía sentada sobre mi regazo.
"No tienes que disculparte por eso, Luciano", dijo finalmente, su voz era apenas un susurro en la oscuridad de la cueva, como si temiera romper el frágil silencio que nos envolvía.
"Sé que solo querías proteger a todos... Que querías protegerme a mí. Yo también lo quería, solo que… a veces olvido que no soy invencible".
"Lo último que quiero es verte así, agotada o herida, especialmente por algo que yo dije. Fue un error mío, pensé que… si nos quedábamos sin opciones, podrías salvarnos como siempre lo has hecho, pero nunca pensé en lo que eso te costaría. Y como si eso fuera poco, volví a repetir mi error minutos después. Perdón".
"Luciano…" Su voz tembló ligeramente, y cuando hizo su cabeza hacia atrás y alzó la mirada, vi que sus ojos brillaban con lágrimas que trataba de contener.
"A veces… a veces olvido que soy pequeña, que no puedo protegerte siempre como quiero. Pero tú nunca me trataste como algo frágil. Me diste una razón para ser fuerte. Me diste una razón para luchar. Y, aunque me agote, aunque me desmaye o incluso si llegara a perderlo todo, nunca me arrepentiría de pelear por ti. Porque… porque tú me salvaste primero".
Mierda... no pensé que llegaría a admitirlo de esa manera. Esto es... fuerte.
"A mí no me importa si soy pequeña o si uso toda mi magia hasta no poder más", continuó, sus lágrimas ahora cayendo en silencio por sus mejillas. "Solo me importa que estés bien, que tú vivas, que sigas adelante, porque... Luciano, tú le das sentido a mi existencia. Antes de ti, no sabía lo que era vivir. No sabía lo que era sentir algo tan fuerte por alguien. Y ahora, solo quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre estaré a tu lado, aunque me cueste todo lo que soy".
"No tienes que sacrificar todo por mí", susurré.
"No quiero que te destruyas por mí. Tu vida… Mirella, tu vida es igual de valiosa que la mía. Si algo te pasa, no sé cómo podría seguir. No quiero que pienses que siempre tienes que ser la fuerte, la que nos salva. A veces… a veces también necesito saber que estás bien. Que seas feliz. Eso es lo más importante para mí".
Tosí un par de veces mientras le acariciaba el cabello, no porque quisiera romper el momento, sino que el humo de la fogata impregnaba todo el lugar.
"Por cierto, no debes prender fuego cuando estemos por dormir, solo cuando vayamos a comer".
"Bueno..."
Volvió a acurrucarse sobre mi rompa para dormir.
Justo en ese momento, una lágrima cayó por mi mejilla. Ahí me di cuenta de que era la primera vez que lloraba por alguien.
El humo del fuego comenzaba a molestarme, haciendo que mis ojos picaran, o quizás era otra cosa la que provocaba esa incomodidad. Las lágrimas de Mirella, su confesión tan sincera y llena de vulnerabilidad, habían tocado algo en mí que no esperaba. ¿Cuánto tiempo más podría seguir sin enfrentarme a la realidad de lo que ella sentía? ¿Y cómo demonios iba a lidiar con todo esto sin hacerle daño? Porque lo sabía, tarde o temprano, iba a herirla, de alguna manera. Sariah había puesto una misión demasiado grande en mí y sé que los problemas seguirán.
Hoy saqué algunas conclusiones sobre las partículas. Se supone que, si alguien se queda sin ellas, se desmayará, o por lo menos eso le pasó a Mirella. Luego está lo del traspaso de una persona a la otra, ese es el tema más curioso, porque a mí nunca se me transfirieron las partículas cuando en el pasado Mirella estaba sobre mi cabeza o sobre mi hombro. No las obtuve hasta que toqué el agua mágica.
En el santuario, cuando practicaba mi magia, siempre las solía recargar al instante, así que nunca voy a saber en qué momento sucedió o se activó este nuevo sistema, pero es genial.
Me quedé despierto hasta que por fin la fogata se consumió y el humo comenzó a disiparse por la estrecha salida que conectaba con la gran cueva.
Realmente no sé qué nos deparará este futuro tan cambiante, ni cuánto tiempo aguantaremos viviendo a tanta profundidad. Todo es incierto, y el camino hacia adelante está lleno de sombras y luces. Cada obstáculo, cada barrera, no solo prueba nuestra fortaleza física, sino también nuestra capacidad para enfrentar las batallas internas que llevamos dentro.
Mientras miraba las piedras mágicas incrustadas en las paredes, me pregunto qué otros misterios nos esperan en las profundidades de este mundo, porque la vida acá no es simplemente un viaje hacia adelante, sino un viaje hacia el entendimiento profundo de mí mismo y de aquellos que me rodean. A medida que avanzo, debo recordar que cada desafío es una oportunidad para crecer, y cada dificultad, una lección para aprender. No sé cuánto tiempo me llevará resolver estos enigmas, pero mientras estemos juntos, cada paso, cada enfrentamiento, me acerca un poco más a cumplir con mi propósito en este mundo.
Aún me falta mucho por vivir y tengo mucho que entregar.
----------- FIN DEL VOLUMEN 1 -----------