Cerré los ojos un segundo, intentando apartar la voz de Forn, pero cuando los abrí, lo que veía no había cambiado. Ahí estaba Mirella, todavía con sus ojos escrutadores puestos sobre mí, y Aya estaba acomendando los pescados entre sus brazos. Algo en su mirada me provocó una incomodidad extraña y una irritación aún mayor.
“¿Qué estás haciendo ahí parada, Aya?” Solté, en un tono innecesariamente brusco para lo tranquila que era la situación.
“Si ya terminaste, podrías haberte apurado. Nos queda un camino largo y no quiero perder más tiempo por acá. Además, ¿para qué mierda te fuiste sola? Después pedís respeto y sos la primera en hacer lo que se te canta”.
Aya me miró con sorpresa, casi como si no pudiera creer lo que había dicho. No era normal en mí hablarle así, pero no podía detenerme, no sé por qué, pero algo me impulsaba a seguir siendo... desagradable.
"¿Perdón?"
"¿Siempre vas a responder eso? Sé que tu vocabulario es bastante limitado, pero..."
La voz de Forn volvió a resonar en mi mente, perforando mis pensamientos.
"Quiero que sepas que no te estoy haciendo nada malo. Tu mente es demasiado débil como para dejarse llevar por la ligera magia que tiene mi anillo".
Apreté los puños, sintiendo un calor extraño recorriendo mi cuerpo. Estaba lleno de rabia y confusión. ¿Por qué pensaba así de repente? Esto no sonaba a mí, y, sin embargo, las palabras de Forn parecían filtrarse como veneno diciendo cosas extrañas. Mi mente no es... débil.
"Luciano, no deberías contestarme así, no te hice nada malo. Solo me fui porque estaba molesta con el gnomo", dijo, dándose la vuelta.
"Si te molestó, te pido unas disculpas".
Mirella, que no había dejado de observarme, ahora me miraba con tristeza en su cara.
“Luciano, no entiendo… ¿hicimos algo mal? ¿Por qué estás tan enojado?”
“No estoy enojado, Mirella. Solo estoy harto de que ustedes no puedan hacer algo decente sin mi supervisión”, respondí, cruzándome de brazos y alejándome de ella unos pasos.
“Siempre tengo que estar pendiente de todos para que salga todo bien, como si ustedes no pudieran hacer nada por sí mismos”.
Aya se quedó quieta, todavía dándome la espalda, con los hombros tensos. Podía ver cómo se le crispaban las manos, apretando los peces que había cazado. Mirella, a mi lado, frunció el ceño, mirándome seriamente. Había decepción en sus ojos, y me di cuenta de que era yo quien se la había provocado. Sin embargo, en lugar de sentir arrepentimiento, lo único que surgió fue una molestia creciente, como si hubiera algo en ellos que me fastidiara.
"¿Qué pasa, Aya? ¿Por qué no seguís cazando más? ¿O acaso querés que te aplaudamos? Se ve que el estar sola por tanto tiempo te pegó fuerte".
Aya giró lentamente. Sin embargo, intentó mantenerse firme, aunque claramente estaba afectada por lo que le había dicho. Mirella, por su parte, dio un paso atrás, como si estuviera viendo a un desconocido en mí.
"Luciano, ¿qué te pasa?" Dijo Mirella con voz temblorosa.
"No eres tú... no hablas así".
"¿Ah, no? ¿Qué sabés vos de mí, Mirella? Solo sos una pequeña hada que ni siquiera sirve para nada más que hacer lucecitas o matar a alguien. Sos tan inútil que hasta para moverte dependés de mí. Siempre estás encima mío, como si fueras incapaz de hacer algo por tu cuenta".
Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas.
"Luciano... No puede ser que de verdad pienses esas cosas. Tienes que... Tienes que calmarte. Yo sé que no eres así".
"¡Ay, qué problema! ¡La loquita se puso a llorar! ¿Qué vas a hacer, te vas a ma...?"
De pronto, unas líneas rojas comenzaron a rodear mi cuerpo, cortando mis palabras.
Por un momento, parecían apretar mi cuerpo, pero desaparecieron, dejando un ligero entumecimiento en mi cuerpo.
"¡Luciano!" Gritó Mirella, intentando ayudar en algo.
"Este pacto de mierda que hicimos... No sé para qué carajos acepté decir esa estupidez de ser mej..."
"¡Basta ya!" Gritó Aya, tirando los pescados al suelo y acercándose a mí.
"Si quieres desahogarte de esta forma, hazlo solo. No voy a permitir que nos humilles más con tus sucias palabras".
En un instante de tiempo, la voz de Forn se volvió a entrometer en mi mente.
"Presta atención, Luciano. Es por esa mujer que he hecho esto".
"¿Qué pasa, Aya? ¿Te molesta lo que estoy diciendo? Si después vas a venir moviendo las orejitas y diciendo que te gusta oler mi aroma".
En cuanto las palabras salieron de mi boca, algo en mí se sintió mal de repente. Era como si estuviera atrapado dentro de mi propia mente y terminaba pronunciando pensamientos oscuros y retorcidos que no reconocía. Pero no podía detenerme, ni tampoco lograr que los pensamientos buenos volvieran a tener el control. Los momentos lúcidos, como ahora, no podía mantenerlos por más de un segundo.
“¿Luciano?” Aya dijo en voz baja, sus ojos clavados en los míos.
"Tú no eres así", agregó, agarrándome la cabeza por las mejillas.
"Entonces, ¿cómo soy?"
No sé si fue imaginación mía porque estaba empezando a delirar o algo así, pero las pupilas de Aya se contrajeron de manera abrupta, haciéndose muy pequeñas. En ese momento no pude evitar mirarla fijamente a los ojos.
Me encanta el color... naranja.
"Aya..." Murmuré, volviendo a poder controlar mis palabras
"Yo... No quise decir esas cosas. No sé qué me pasó".
"¡Luciano, nos dijiste cosas muy feas!" Gritó Mirella, todavía sin poder contener las lágrimas.
Yo... había hecho llorar a Mirella. A esa hada tan tierna y dulce que siempre me había acompañado incondicionalmente.
Forn. Forn era el culpable de todo esto y no sabía por qué lo hizo. ¡Me las va a pagar!
"¡Lo siento mucho, de verdad!" Grité, uniendo las palmas de mis manos.
"¡Tengo que volver con los gnomos!"
Solté el agarre de Aya y volví a meterme a la gran cueva mientras la esfera de luz todavía me seguía.
"¡Luciano, vuelve aquí!" Gritó Aya, pero yo ya no escuchaba nada.
No era tan desvergonzado como para verlas a los ojos después de todo lo que dije, no ahora.
Yo... no soy así. Yo no digo esas cosas... ¿Acaso Forn me forzó a hablar así solo para demostrarme que era fácil de manipular mentalmente?
En ese momento ya no importaba el dolor en mis pies, ni el dolor de cabeza que me había dejado la situación de hace unos minutos. Solo quería encontrarme a Forn y aclarar la horrible situación en la que me había metido.
No pasó mucho tiempo hasta que Mirella me alcanzó volando. Claro, ella era la más rápida del grupo.
"¡Luciano, debes explicarnos lo que te pasa! ¡¿Por qué te estás comportando así?! ¡No lo entiendo!"
Ella intentó tirarme del pelo, pero su fuerza no era suficiente.
"Mirella, te juro que se los explicaré después. Ahora solo necesito un momento a solas. Por favor... Recuerda lo que te dije la otra vez, que a veces es necesario tener un momento a solas".
"¡No!" Negó rotundamente.
"¡Primero vas a tener que explicarme por qué me dijiste esas cosas feas!"
"Mirella... no fui yo en ese momento. No sé explicarlo bien, pero todo está bien, te lo juro".
Ella se puso delante de mi rostro, volando en retroceso, como si conociera ese camino de memoria.
"Otra vez... Siempre terminas diciendo eso cuando cuando algo está mal".
"Sí, Mirella... Soy alguien que no puede parar de mentirle a aquellos a quienes más quiero en la vida".
Lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lamentablemente, era algo que se había vuelto costumbre en los últimos días.
"¿Aunque siga siendo un mentiroso... seguirías estando a mi lado?" Pregunté tímidamente, agarrando su pequeño cuerpo entre mis manos mientras corría a menor velocidad.
Mirella se quedó en silencio. Yo podía ver cómo intentaba armar las piezas de este rompecabezas que me había vuelto en los últimos días. El aire entre nosotros era pesado, sofocante. Sentía la culpa retorcerse en mi pecho, pero también una desesperación que me hacía querer romper algo, golpear algo, arrancar este peso de una vez.
"Luciano…" Murmuró finalmente, en un susurro tan débil que tuve que esforzarme para escucharla.
"Siempre has sido alguien en quien confié, alguien en quien creí. Pero… ahora siento que… que me pierdo. No entiendo quién eres, y me duele… ¿Sabes cómo me duele? Ya sé que habíamos hablado sobre esto, pero vuelves a hacer cosas extrañas".
"Mirella… no puedo explicarlo ahora, pero tenés que creerme. Todo esto… no soy yo. Algo me está empujando a decir cosas que no siento. Ni siquiera las entiendo… solo… por favor… necesito que confíes en mí. Ahora te lo digo de verdad, va a estar todo bien".
"¿Pero entonces, por qué? ¿Por qué dijiste esas cosas? ¿Por qué me lastimaste así? ¿Cómo puedo confiar en alguien que es capaz de eso, incluso si dice que no es su culpa?"
La lucha en su mirada me desgarraba. Yo era el que la había metido en esta confusión, el que la había hecho sentir perdida, traicionada. Y ella era todo para mí, y aun así, aquí estaba yo, desgarrándola sin quererlo, incapaz de controlarme a mí mismo ni de protegerla de mis propias palabras. No puedo contarle lo de Forn, no quiero meterla en más problemas.
Ya no había más palabras para seguir disculpándome, y faltaba poco tiempo para llegar hasta la entrada al viejo santuario. Carajo... si no fuera por ese pacto de mejores amigos, hubiera dicho lo más bajo que se le puede decir a alguien.
Me detuve un momento, todavía sosteniéndola entre mis manos.
"Mirella..." Dije suavemente, acercándola hasta que nuestras frentes quedaron pegadas la una con la otra. Pude sentir claramente la humedad de sus lágrimas contra mi piel.
"Yo sé que nunca logro devolverte todo el cariño que siempre me das. Sé que a veces tenemos problemas, pero realmente yo no pienso todo eso que dije. Te juro que sos la chica más dulce y encantadora que he conocido hasta ahora.
Tal vez sea difícil... que me creas en este momento. Solo quiero que sepas que te quiero mucho y sos mi mejor amiga, como siempre lo hemos sido hasta ahora desde que nos conocimos".
Hice una pausa, ahora separándome de ella para poder mirarle esos hermosos ojos verdes.
"Ahora, si crees que sea posible que tu pequeño corazón lo acepte... ¿confiarías en mí una vez más? ¿Aun así, seguirías avanzando a mi lado?"
Ella me miró por un momento, había tristeza y cariño en su mirada, y finalmente asintió, acercándose para abrazarme por el cuello. Su contacto era cálido y reconfortante, y en ese momento sentí que quizás, solo quizás, todo podría salir bien.
"Luciano… siempre voy a estar a tu lado, incluso cuando te conviertas en un completo idiota", dijo, y pude notar una pequeña sonrisa en su rostro. Era una sonrisa tímida, pero era suficiente para darme fuerzas, para recordarme que, después de todo, no me dejaría solo.
No pude evitar reír tontamente ante el intento de Mirella de cambiar de ambiente. Ella era así, siempre alegre y radiante, y yo la había empujado sin querer hacia una profunda tristeza.
"Entonces está bien si sigo siendo tu idiota".
"Bueno... ¡Pero tampoco te pases!"
Comencé a secarme las lágrimas, todavía manteniendo una sonrisa que no podía controlar.
"Mierda... ya no sé ni qué estoy diciendo. Debo sonar patético", dije con una voz nasal.
Mirella se rio suavemente, y ese sonido fue como una bocanada de aire fresco, una chispa que iluminaba la oscuridad que había caído entre nosotros. Me aferré a ese momento como si fuera un salvavidas, tratando de encontrar algo de paz en medio de este mal momento.
Comencé a avanzar hacia delante con Mirella todavía sujetada a mi cuello. No quería que Aya nos encontrara en esta situación tan penosa.
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Una vez que llegamos a la entrada de lo que ahora era el centro de una serie de pasadizos, volví a tomar el cuerpo de Mirella entre mis manos.
"Mirella, debo dejarte acá".
"Está bien", respondió sin pensárselo dos veces.
Y entonces dejé su cuerpo apoyado suavemente sobre el suelo rocoso, pensando en que, tal vez, esta sería la última vez que tengamos este tipo de discusiones tan feas. Realmente me hace mal.
"Mirella, si Aya viene, decile que me espere acá. Ya vengo".
"Está bien, Luciano", fue lo último que se escuchó de ella antes de que cerrara la abertura con magia.
Todavía sosteniendo mis manos sobre lo que ahora era pared, apoyé la frente contra ella.
"Estoy... cansado", murmuré soltando un suspiro.
Luego de unos segundos de intentar recomponerme mientras mi mente estaba en blanco, comencé a avanzar por el pasadizo que llevaría al lugar que debía ser el nuevo 'santuario', o al menos una copia barata de él.
Otra vez solo... Siempre lo recalco, pero es que me siento extraño en los momentos en los que me quedo solo. No sé si es costumbre, o miedo, o una mezcla de ambas. Sí, creo que es una mezcla de ambas cosas, porque la incesante compañía me hizo acostumbrarme a tener siempre a alguien a mi lado, y además de eso, me siento protegido al estar a su lado. Ojalá que nunca se separe de mí.
"Mi cara debe ser un desastre en estos momentos", dije al aire mientras acomodaba mi largo cabello hacia atrás.
Mientras avanzaba, no podía dejar de pensar en Mirella, en la forma en que me había mirado, y en ese instante de vulnerabilidad que habíamos compartido. Aunque sus palabras y su abrazo me habían reconfortado... ¿Realmente había podido perdonarme, o solo había llegado a un punto en el que estaba tratando de hacerme sentir mejor? Era tan fácil para ella ocultar su propio dolor, mantenerse fuerte por mí y quizás ahora, para protegerme, había terminado diciendo lo que yo quería escuchar. Ese pensamiento me carcomía, y algo en mí me decía que no era suficiente con pedirle perdón.
La imagen del rostro de Mirella lleno de lágrimas seguía invadiendo mi mente. Me estaba destrozando lentamente, y ese dolor de saber que la había lastimado sin querer me recordaba cuánto la necesitaba.
Debería darle algún regalito o algo así. Sé que le tengo prometido muchas cosas, solo que se me hace difícil cumplirlas.
Creo que esta es la primera vez que voy a un lugar a pedirle explicaciones a alguien, y no de buena manera. Si bien no estoy armado, tengo... magia y todavía mucha ira encima por culpa de este gnomo.
Una vez que llegué al final del pasadizo y la bola de luz comenzó a iluminar todo el lugar, me di cuenta de que hoy realmente iba a enloquecer.
No había nadie.
El vacío del lugar se burlaba de mí. La enorme sala casi en penumbra, con sus paredes ásperas y mal formadas, estaba completamente vacía. Mis pasos desnudos resonaban en el lugar, como si cada uno de ellos confirmara lo que ya sabía: Forn no estaba allí. Nadie estaba allí. No había ningún gnomo.
"¡Forn! ¡Forrrrn!" Grité, con la voz quebrándose al final. El eco regresó como una burla cruel.
Sentí una especie de desesperación fría, como si un bloque de hielo se estuviera asentando en mi pecho. Había soportado demasiado: los insultos indirectos hacia mi persona, los errores, las palabras que me hicieron decir, el dolor de Mirella... Todo para que, al final, quedara aquí, solo.
"¡Maldito! ¡Salí de una vez! ¡¿Acaso esto es lo que querías?! ¡¿Es esto lo que querías ver, Forn?! ¿A un idiota en medio de una cueva? ¡¿Era eso?!"
No voy a llorar. No... voy a llorar. No le voy a dar con el gusto.
Me arrodillé en el suelo, mis manos apoyándose en la roca fría. Cerré los ojos, tratando de calmar mi respiración. Pero era imposible; el enojo me ahogaba, la desesperación me carcomía, y cada parte de mi ser parecía estar al borde de romperse.
Justo cuando fijé mi mirada hacia el suelo, vi algo fuera de lo común. Había algo azul sobre el suelo.
"¿Y esta mierda?"
Lo agarré entre mis dedos, era una especie de mineral... al menos por su forma deforme parecía ser eso. Era azul, muy azul.
¿Zafiro? No lo sé, pero lo guardé en mi bolsita antes de salir corriendo hacia el pasadizo por el que había venido.
No sé si fue una buena o mala idea devolverse en vez de haber ido hacia la que podría ser la salida del falso santuario. En realidad, ni siquiera sé si lo que hago es correcto o no... Solo debo seguir moviéndome y rezar que todo salga bien.
Tiene que haber... algún lugar más importante para los gnomos. Un lugar que consideren su hogar o algo así. Necesito encontrar al maldito Forn.
¡Necesito encontrar al puto gnomo de mierda!
Otra vez aquí, otra vez en el lugar que era el centro de los pasadizos. Ese lugar que supo ser nuestro refugio subterráneo por varios meses y luego fue destruido por la intensa batalla contra los hombres pájaros y la entrada de los gnomos por las paredes.
Mirella me está esperando del otro lado de la pared que yo mismo puse, no puedo decepcionarla. También se escuchaba la voz de Aya del otro lado Debo conseguir una respuesta.
Piensa, Luciano, piensa. De esta sala, el lugar más importante debería ser el pasadizo que atraviesa las que eran las pictografías de Aya.
No lo pensé ni un segundo más y empecé a correr. Los pies ya hasta parecían que se me estaban acalambrando por hacer tanto recorrido en un lugar tan irregular como este.
"¡Forn! ¡Forn! ¡Aparecé de una vez!" Grité cuando ya estaba lo suficientemente lejos para que las chicas no me escucharan.
Con la esfera de luz de Mirella como único acompañante en esta desesperante situación, terminé llegando a un lugar más abierto, creo que era una cueva.
Me escondí rápidamente cuando empecé a escuchar algunas voces que sonaban a varios metros de distancia. ¿Era Forn o los gnomos? No lo sé, pero lo que sí sé es que la luz me terminaría delatando tarde o temprano.
"Maldición, maldición. ¿Cómo apago esto?" Murmuré mientras intentaba agarrar la bola de luz.
Cuando finalmente la tomé entre mis manos, pude sentir la calidez proveniente de ella. De un momento a otro, se le empezaron a transmitir mis partículas mágicas y empezó a iluminar con más intensidad.
La solté de inmediato, solo que en el momento en que volvió a su lugar habitual, sobre mi cabeza, me di cuenta que ya era tarde. La luz, ahora mucho más brillante, bañaba todo el lugar, que definitivamente era una cueva no muy grande.
Mientras las dos voces de hombres se acercaban, pude empezar a divisar sus cuerpos. No eran gnomos.
Uno era un hombre muy corpulento y alto, con barba bastante abultada y el pelo bastante largo y de color marrón bien oscuro. El otro tenía el pelo negro y también largo, era más bajo en estatura y tenía unas cejas bastante robustas que se notaban claramente desde lejos.
Los dos tenían esas ropas típicas envueltas por las caderas hechas de pieles y pelajes de animales. También, ellos se veían bastante adultos, al menos más que mis padres.
¿Y si me quedo y me presento? Tal vez podían haberlos visto o decirme donde suelen estar frecuentemente los gnomos. Si es que estos hombres, o quien sea que vive acá, dejaron que ellos hicieran un pasadizo hacia esta cueva, supongo que tienen alguna especie de trato o, al menos, se llevan bien.
Hasta que me descubrieran, me puse a hacer un machete con piedra y mi magia, no vaya a ser cosa que algo salga mal.
"...No es un problema para mí, tu mujer espera un niño y yo solo estoy ayudándolos a conseguir algo más de comida".
"Realmente te lo agradecemos. Te juro que algún día te vamos a devolver el favor".
"No hace falta, Fausto. Con esas bayas que me ayudaste a conseguir me basta".
"Oye, y con tu mujer... ¿ya no piensan en tener otro hijo?"
"Espera... ¿por qué hay luz al fondo de mi cueva?"
"¿Serán esos pequeños de nuevo?"
Se me acabó el tiempo.
"¡Hola! ¿Qué tal?" Dije con una mano en alto y una risa forzada.
"Disculpen si estoy molestando, solo quería preguntarles si no vieron a los gnomos por acá".
Fui viendo la cueva, había varios animales pequeños muertos, frutas y muchas pieles. Los que viven acá parecen no pasar hambre.
"¡Es un niño!" Gritó el hombre de cejas prominentes.
El otro, el más grandote, se acercó a mí, todavía sin decir una palabra. Noté que sus ojos eran negros.
"Sí... Hola. ¿Estás perdido? No, no creo. Hablas de los gnomos, ¿son esos seres pequeños? Sí, mencionaron esa palabra, pero no hablan muy bien para que pudiera entenderles. ¿A ti te pasó lo mismo? ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es esa luz que tienes sobre la cabeza?"
¿Este hombre está demasiado acelerado o me parece a mí? Me dijo quinientas cosas a la vez.
"Sí, son gnomos. ¿Usted los vio? Por cierto, yo soy Luciano".
"¿Luciano?" Interrumpió el otro hombre, haciendo que el que tenía en frente mío se diera la vuelta.
"¿Lo conoces? Yo no", le respondió.
"Creo que mi hija menciono ese nombre una vez. Algo sobre una maginica".
Espera... ¿este es el padre de Yume? Todo culpa de Tarún que empezó a esparcir esa palabra por su otra familia.
"¿Una maginica?"
"Algo así. No sé, mi hija a veces me cuenta cosas raras, últimamente ha venido a visitarnos más desde que se enteró sobre lo del embarazo".
"¿En serio? Es cierto, creo que la he visto seguido por aquí".
"Lástima que está con ese tipo..."
"A mí tampoco me gusta. Ya te lo dije un montón de veces: debes decirle que lo deje de una vez. Hombres que tienen dos mujeres no sirven, te lo voy a decir hasta que te mueras, Fausto".
Sí, sí, ustedes hablen tranquilos, como si yo no existiera.
Mientras tanto, me puse a tantear el machete que había ocultado entre espalda y ropa.
"Sí, ya sé... Es que ahora tienen un hijo, y yo... Bueno, ya está".
"Este... disculpen", dije, interrumpiendo en su discusión matutina.
"Creo que ya me voy, me están esperando mis compañeras".
"¡¿Qué compañeras?!" Gritó el barbudo, girándose hacia mí con el semblante cambiado.
"¿Cómo te atreves a tener compañeras siendo un niño?"
Carajo, este hombre está sobre exaltado. Era como si yo le acabara de decir algo abominable, una ofensa que había cruzado algún límite invisible.
"No. No. No, Usted lo mal interpretó, ellas son solo mis amigas".
Antes de que él grandote respondiera, Fausto habló rápidamente.
"'¡Creo que él es el hijo de Rundia!"
"¿Run...dia?" Tardó una fracción de segundos procesando ese nombre, el de mi madre en este mundo.
De pronto, los ojos se le encendieron como dos llamas.
"¡Rundia! ¡Esto no puede ser, esa maldita!"
Algo en su expresión cambió al instante, como si ese nombre lo hubiera desenterrado de algún lugar oscuro en su memoria. Sus ojos se clavaron en mí, llenos de odio.
No me gusta en lo que esto se está convirtiendo. Tengo que irme a la mierda de acá.
Antes de que pudiera darme la vuelta, el hombre grande lanzó un puño. Me moví apenas, el golpe rozó mi rostro, pero el impacto de su brazo contra mi hombro me empujó hacia atrás. Tropecé, y apenas recuperé el equilibrio cuando él avanzó hacia mí. Su fuerza era más de lo que esperaba; no parecía que fuera a detenerse hasta que me tuviera aplastado bajo él.
"¡Tú no deberías haber nacido!"
Sentí sus manos enormes atrapándome el brazo, su agarre tan fuerte que me dolía hasta el hueso.
“¡Basta! ¡Soltamé! ¡¿Qué te hizo Rundia para que te enojes así?!” Grité, intentando liberarme y hacer caso omiso a la barbaridad que me había dicho.
No podía dejar que me aplastara. El pánico y el instinto se dispararon en mi interior, cada segundo me convencía más de que tenía que hacer algo drástico o me destrozaría el brazo. Entonces, mi mano se deslizó hacia mi machete improvisado, escondido entre mi ropa.
"¡Rundia! ¡Esa maldita no me hizo caso cuando le dije que...!"
En el calor del momento, sin pensar, lo saqué en un movimiento desesperado por defenderme. Lo agité en su dirección, buscando liberarme. Sentí un golpe sordo, un instante de resistencia y luego…
"¡Agghhhh! ¡Ahhhh! ¡Me duele!"
Su brazo izquierdo cayó, separado de su cuerpo... Lo había cortado. La sangre brotaba mientras el hombre retrocedía, sosteniéndose el muñón y lanzando alaridos que retumbaban por toda la cueva.
No, no, no… Esto no puede estar pasando. ¿¡Qué hice!?
Él cayó de rodillas, y el otro hombre miraba la escena, horrorizado.
"¡¿Qué has hecho?!" Gritó Fausto, dando un paso hacia mí.
Retrocedí, el mareo y el horror estaban apoderándose de mí. Mis manos temblaban y el machete cayó al suelo. Mi visión se distorsionaba, y ya me empezaba a costar respirar.
"Yo... solo me defendí, ¿verdad? Él... me obligó a hacerlo. Yo solo quería... hablar t-tranquilamente".
A pesar de todo, no podía dejarlo así... No podía permitir que quedara herido por algo que yo había hecho, sea su culpa o no.
Fausto se tomó la cabeza y empezó a correr hacia fuera. Me di cuenta de que no había casi árboles por esta zona.
"¡Auxilio! ¡Que alguien nos ayude! ¡¿Dónde estás, Ayla?!"
Me acerqué a el hombre, ignorando la náusea que me invadía. Tomé su brazo amputado, apenas consciente de los gritos de dolor e insultos que me lanzaba cuando traté de volver a unirlo con una mano temblorosa. Era casi como si mi propia mente intentara dejar de funcionar, solo una fracción de conciencia quedaba para impulsarme a seguir, para intentar corregir lo que había hecho.
Él estaba apoyado contra una de las paredes rocosas, casi resignado a no mover su muñón mientras yo intentaba usar mi magia e intentando confiar en un milagro para que todo saliera bien.
Primero uní la piel para que el brazo dejara de sangrar, eso funcionó correctamente. ¿Qué sería lo siguiente más importante? ¿Las venas?
Mientras trataba de mantener la calma, los gritos y las maldiciones de aquel hombre no cesaban. Su voz era cada vez más débil, pero sus palabras llenas de odio aún perforaban mis oídos.
"¡Rundia... esa mujer desgraciada! ¡Ella no merece ser madre, y tú tampoco mereces vivir!"
Ignoré sus palabras, o al menos traté de hacerlo. Todo mi enfoque estaba en unir las partes desgarradas. La piel, ya la había cerrado, pero el siguiente paso seguía siendo algo con lo que nunca había lidiado: las venas. Tenía que usar magia para conectarlas y que la sangre fluyera de nuevo, pero mi cabeza estaba hecha un lío. Las imágenes de su brazo cortado y de la sangre cubriendo mis manos me hacían perder la concentración.
Cerré los ojos, como en aquellas épocas en las que estaba aprendiendo magia junto a Aya, y empecé a unir las venas una a una, pensándolas como si fueran simples cilindros.
Ahora, a unir el radio y el cúbito. Realmente no sé como tuve tanta fuerza como para atravesar semejante brazo por completo.
"¡Rundia era una desgracia!"
¿Este tipo tiene algún trauma con Rundia o algo así? No entiendo qué le pasa y eso me hace poner nervioso.
Los dos huesos finalmente se unieron, pero el miedo dentro de mí era difícil de contener al ver que faltaba mucho por hacer. Intenté recordar por qué estaba aquí, por qué estaba sanando a alguien que apenas me había conocido y ya me odiaba. Sentí la magia fluir hacia las arterias, las uní con precisión, tratando de hacer un trabajo minucioso a pesar de las náuseas que seguían apretándome el estómago.
No sé cuantas partículas mágicas he consumido hasta ahora... Creo que todavía quedan algunas como para terminar este trabajo. Solo quedará rezar para que todo salga bien... Realmente es lo único que hice en este maldito día, pedir por favor que todo salga bien, decir que hay que rezar, gritar, llorar. Estoy tan cansado.
Volví a cerrar los ojos, ahora tocaba unir lo más difícil y lo que me va a dar la pauta de si todo esto está sirviendo de algo: los nervios. Éstos eran como filamentos finísimos que se extendían entre las partes del brazo, y conectarlos requería una precisión total. Empecé por el más grueso y fui bajando hasta el más pequeño
Sentí al tipo suspirar y gemir levemente mientras trabajaba. Creo que está funcionando. En realidad, no sé ni lo que estoy haciendo, solo pienso en unir los nervios y es como si las mismas partículas mágicas actuaran por su cuenta para ayudarme.
"¡Mi hija era solo una cría, y se atrevió a desobedecerme! ¡A mí! ¿Sabes lo que eso significa? ¡La eché porque no tenía remedio! ¡Desobediente, insolente... como tú!"
¿Su... hija? ¿Rundia? No puede ser. ¿Él es…? ¿Este tipo es mi abuelo? Es cierto, su físico encaja con lo que me contó Tariq y Rin...
Sentí otra vez los nervios y el miedo apoderándose de mí. Mi abuelo, alguien a quien jamás había conocido, estaba aquí, frente a mí, con el brazo desgarrado y la mirada de odio dirigida hacia mi madre… y hacia mí por casi matarlo. Esto no tenía sentido. Nunca imaginé que existiera alguien de mi familia aquí, y menos alguien como él, con un rencor tan profundo hacia ella. No, no puedo creer que alguien pueda odiar a mi madre de esa forma. Rundia, la mujer que siempre me ha protegido y cuidado en este mundo, que ha hecho de todo por mí… y este hombre, que debería haber sido su refugio, la echó de su vida.
“¿Sabes lo que significa desobedecerme?” Continuaba él, apretando los dientes mientras luchaba por, quizás, no desmayarse.
“Una mocosa que no tiene respeto… Como tú. No sabes lo que me costó tomar esa decisión, pero no tenía remedio. ¡Era solo una niña cuando salió embarazada! ¡¿Y crees que iba a aceptar algo así?!”
En ese momento, el ojo izquierdo me empezó a tiritar.