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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 34: Nuevas creaciones.

Capítulo 34: Nuevas creaciones.

Después de explicarles a mis padres que los troncos que consigamos los íbamos a ir dejando sobre la arena, terminamos de recoger las ramas y hojas del suelo, llenando dos bolsones y medio de ramas y uno de hojas. Esto sería provisional, ya que dentro de poco voy a juntar las ramas y convertirlas en cubos pequeños.

"¿Mañana seguimos?" Preguntó Anya mientras se limpiaba la suciedad de las manos contra su ropa.

"Ah, sí, de eso quería hablarles. Intentaremos trabajar todos los días, así que hay que organizarnos con el tema de la caza. O sea, va a haber días en los que nos tengamos que dividir en dos grupos como hoy, donde unos vayan a cazar y los otros consigamos los recursos para la casa".

Rápidamente, Rin contestó.

"Es cierto, hoy solo fueron tres a buscar comida, pero eso a veces no es suficiente. Es necesario tener a Aya también".

"Ese es el problema principal, que Aya es la más necesaria para ayudarme a derribar los árboles".

Luego de hablar, pude ver unas partículas mágicas a lo lejos, era Mirella.

"¿Entonces cómo hacemos? Tal vez debería hacer las dos cosas, Luciano", dijo Aya.

"Lo arreglamos mañana entonces, ahora centrémonos en ver qué trajeron las chicas".

Al entrar a la cueva, una cálida corriente de aire me golpeó, recordándome lo pequeño que era este refugio comparado con todo lo que teníamos que construir. Pero era nuestro, y eso era lo que importaba.

"¡Miren lo que trajimos!" Exclamó Samira al vernos, que llegó corriendo con Suminia pisándole los talones. Las gemelas estaban cubiertas de un sudor brillante, pero una sonrisa de triunfo les iluminaba el rostro.

Suminia dejó caer dos conejos sobre la piedra del suelo. Samira le siguió, colocando una serpiente que todavía conservaba los ojos entreabiertos y algunas papayas. Me acerqué para revisar el botín; la serpiente me llamó la atención de inmediato. Su piel era brillante, moteada de un marrón oscuro que me hizo pensar en la utilidad que podría tener.

Por lo general, no suelen cazar serpientes. Tampoco me gusta mucho que lo hagan, ya que no tendríamos forma de tratar el veneno si es que muerde a alguien.

"Buen trabajo, chicas", dije, aunque mi mente ya se había puesto a trabajar. Podría usar esa piel para hacer algo. ¿Más calzado? O tal vez... ¿Una bolsa de carga?

"A partir de ahora yo me encargaré de quitarle las pieles a los animales".

"Tomando el mando, eh", bromeó Rin dándome unos golpecitos en la espalda a la pasada.

A la pasada, acarició las cabezas de las dos y las felicitó.

"¿Y a ustedes cómo les fue?" Preguntó Suminia, su mirada dirigida más que todo a mí.

"Bien, solo que avanzamos poco a comparación de todo lo que nos queda".

"¿Poco? Pero si tiramos abajo un árbol entero", dijo Rundia.

"Sí, tal vez parece bastante hacer eso, pero necesitamos tirar abajo muchos árboles más".

De pronto, Mirella se acercó rápidamente a mí, poniendo cara de sorprendida.

"¿¡Tiraron un árbol!? ¡Me hubiera gustado estar ahí!"

"¿Te hubiera gustado estar ahí? ¿Acaso abandonarías a las chicas en su recolección de comida?"

Mientras los demás pasaban al fondo de la cueva, Mirella se quedó pensativa. Miraba a los costados, intentando buscar una solución.

"Bueno... No sé".

Tampoco podía decirle que sería poco útil debido a su pequeño tamaño...

"Ya veremos eso, todavía no tengo decidido cómo vamos a dividir los grupos, porque quiero que trabajemos todos los días en la construcción de la casa. Sin embargo, no podemos dejar a un lado la caza, ya que vamos a estar más cansados y debemos reponer más energía comiendo".

"Lo hablaré con Samira y Suminia", respondió y se fue a ver lo que habían traído.

La idea de que Mirella pudiera participar más activamente en la caza era algo que pasaba en mi mente en este momento. Esto a la vez era un poco gracioso, porque hasta ayer, la relación de Mirella con Suminia no era de las mejores. O sea, no se llevaban mal, pero no hablaban seguido y a veces la llamaba 'la tonta'. Estaba claro que ahora, al verme llevarme mejor con ella, está también intentando cambiar su relación para mejor.

Organizar a todos de forma eficiente es clave.

Aya es fundamental en el derribo de árboles, pero también es la más hábil en la caza de pescados. Rin es fuerte y sabe manejar la lanza, puede ayudar a cargar ramas grandes o participar en la caza si es necesario. Anya tiene buen ojo y sabe manejarse bien por la zona, además de ser muy buena recolectando frutas, lo ha demostrado al vivir tanto tiempo sola junto a Tarún, al cual solo cuento para la recolección de hojas y ramas pequeñas.

Las gemelas demostraron ser eficientes cazadoras, más que todo por Suminia, aunque todavía me preocupa que arriesguen tanto. Y luego estaba Mirella… Siempre al borde de mi campo de visión, con esa energía que parecía capaz de mover montañas, aunque fueran más grandes que ella.

Ahora, si solo trabajamos cuando el sol comienza a bajar, podríamos cazar por la mañana y luego construir... Eso sería duro para aquellos que lo hagan. Debo hablar con Aya, que es la que más necesitamos y la que menos se ve beneficiada, porque ella no necesita comer.

Mirella, como si leyera mis pensamientos, voló hacia mí.

"Luciano, no todo se trata de sobrevivir, ¿sabés? También podemos encontrar tiempo para divertirnos un poco".

La miré, sorprendido por la sencillez de sus palabras. Había estado tan enfocado en los detalles y en planificar, que se me olvidaba que ella lo veía desde ese otro lado. Vi cómo las gemelas ahora jugaban a lanzar una piedra entre ellas mientras Tarún las animaba con saltos y risas.

"Tenés razón", admití, dejando que un poco de esa tensión se disipara.

"Eso espero, porque si seguís así, te vas a convertir en un viejo antes de tiempo", dijo mientras reía, un sonido que parecía iluminar toda la cueva.

Si supiera que yo cargo con veinte años de mi otra vida y que ella ahora solo tiene dieciséis...

"No te preocupés, voy a ser joven por siempre".

Esas palabras me recordaron a una canción.

Antes de comer, estuve un rato quitando las pieles de los animales. Mañana veré qué hacer.

***

Me levanté temprano, más temprano de lo usual y me quedé admirando mi anillo hecho de zafiro. En mi vida anterior nunca me había puesto ni un solo anillo... Qué se yo, es divertido llevar uno si es que tiene un significado importante, al menos así lo veo ahora.

Creo que esta noche se me traspasaron algunas partículas mágicas de Mirella a mí... Me había olvidado de eso, porque ayer se me acabaron todas cuando quité las pieles a los animales.

Cosas buenas de dormir juntos.

De pronto, un pensamiento asaltó mi cabeza: debía hacer sentir bien y tranquila a Aya. La mayoría de la comida se agotó anoche y hay que cazar bastante.

Me deslicé lentamente para no despertar a Mirella, cuidando de no hacer ruido, y avancé hasta donde sabía que Aya solía descansar. La encontré envuelta en su yukata blanco, sentada contra una de las paredes, cerca de las gemelas. Dormía profundamente, su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo.

Por un momento, me quedé simplemente mirándola. Había algo casi hipnótico en la forma en la que la luz suave del amanecer empezaba a filtrarse por la entrada de la cueva, dibujando reflejos en su pelo blanco. Sus orejas puntiagudas se movieron un poco, como si notara mi presencia, pero no se despertó. Era una figura de fuerza y serenidad, y al mismo tiempo, había algo en ella que despertaba una parte más... humana de mí. Mis dedos se movieron casi por reflejo y, con delicadeza, los apoyé en su hombro.

Aya abrió un ojo, parpadeando lentamente hasta que sus pupilas anaranjadas se enfocaron en mí. Una sonrisa leve se formó en sus labios, y en lugar de apartarme, se movió un poco para darme espacio.

"¿Qué haces despierto tan temprano, Luciano?"

"Nada... Me gustaría que te pusieras un poco de costado mientras hablamos un rato".

"¿Así?" Preguntó, girando un poco sobre sí misma en el suelo.

"Sí".

Casi de manera automática, mis manos comenzaron a apartar su cabello y echar un poco hacia atrás la tela que cubría sus hombros.

"La verdad es que pensé que un poco de atención no te vendría mal", agregué, comenzando a masajearle los hombros, sintiendo cómo los músculos se relajaban bajo mis dedos

En realidad, no tenia ni la más mínima idea de cómo hacer un buen masaje, solo mis dedos se movían y ya.

Aya soltó un suspiro casi imperceptible y cerró los ojos, dejándose llevar por el momento. Su cuello se inclinó un poco hacia adelante, dejando al descubierto la curva de su nuca, y mis manos se deslizaron, tomando un poco más de su piel.

"¿Y qué se supone que es este tipo de atención?"

"Es para relajar tu cuerpo".

"Luciano..." Murmuró, y no pude evitar notar cómo su voz se suavizaba, casi vulnerable.

"¿Estás preocupado por algo?"

¿Cómo explicarle que sí, que siempre había algo que me preocupaba? De hecho, me preocupaba por demás. La seguridad de todos, el futuro, la incertidumbre de lo que podría pasar en un mundo tan primitivo... Pero ahora, en este momento, todo eso parecía esfumarse.

"Siempre hay algo, Aya", respondí, manteniendo el tono bajo para no romper el encanto de la madrugada.

Me di cuenta de que mis manos seguían viajando por sus hombros y bajaban a sus brazos, abriendo un poco más sus ropas. Su piel era cálida al tacto. De hecho, su temperatura corporal parecía ser más alta que la de los humanos. Supongo que el vivir todo el tiempo con este tipo de ropa un poco más abrigada que la nuestra la ha hecho así.

"Deberíamos... prepararnos para el día", susurró, rompiendo el silencio mientras una de sus colas se enroscaba suavemente alrededor de mi muñeca.

¿Qué significaba ese movimiento? Más allá de eso, parece poder mover las colas a su antojo.

Todos los días se aprende algo nuevo

La toqué con la punta de mis dedos, sintiendo la suavidad sedosa de su pelaje.

"Todavía es temprano", sonreí, con un dejo de travesura en la voz.

Luego, miré hacia un costado, notando que las gemelas seguían completamente dormidas.

"Unos minutos más no le hacen mal a nadie".

"¿Y si los demás se despiertan?" Preguntó, aunque no parecía particularmente preocupada.

"Bueno, si los demás se despiertan... que miren. Aunque dudo que les interese lo que hago por las mañanas".

La verdad que no tenía mucho sentido lo que dije, solo quería terminar el masaje para contentarla un poco antes de decirle que estaría activa casi todo el día.

"Se siente bien..."

Aya se acomodó, permitiendo que mis manos viajaran un poco más hacia su espalda. Su yukata se movió ligeramente, dejando al descubierto un poco más de piel.

Tengo que parar o esto se nos va a ir de las manos.

Me acerqué a su oído por detrás mientras le acomodaba la ropa a su posición normal.

"Estos días vamos a necesitar que nos ayudes bastante. ¿Podemos contar con vos?"

En ese momento, su cola, que antes estaba agarrada con fuerza a mi muñeca, se desenroscó.

"Sí, claro. Siempre estaré ayudándoles en lo que necesiten", respondió, girando la mirada hacia mí.

Su voz, normalmente tan firme y segura, sonó más baja cuando volvió a hablar, como si se le escapara sin querer.

"Luciano, hay cosas que me recuerdan... a un pasado muy lejano", dijo, sus ojos se perdieron un segundo en algún punto del techo de la cueva, antes de volver a enfocarse en mí.

¿Qué pasaría si realmente me hubiera dejado llevar? Si el mundo prehistórico en el que estábamos no importara por unos momentos, si no fuera consciente de las diferencias, del hecho de que yo era mucho más joven en cuerpo que ella. Aya siempre había sido una figura de madurez y fortaleza, pero ahora, en este momento, había algo de fragilidad en su expresión que me hacía cuestionarme todo.

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Carajo... debo dejar de pensar en cosas raras. Acá no hay nada de romance, no por ahora.

Poco tiempo pasó hasta que todos finalmente se levantaron. Apenas quedaban algunas papayas y mandarinas para desayunar, así que era definitivo el hecho de que había que salir a cazar, y mucho.

Ya casi terminando de comer, tuve que hablar.

"Quiero que salgan a cazar todos, como si fuera un día normal. Después veremos quiénes vamos a ir a seguir consiguiendo madera".

Antes de que alguien pudiera responder, Mirella se puso a volar en medio de todos.

"¡Yo quiero ir a hacer la casa!"

"¡Hey, yo también quiero!" Le siguió Samira.

Me levanté y les dirigí una mirada a todos, intentando poner orden antes de que las cosas se descontrolaran.

“Escuchen bien, hoy necesitamos que todos salgan a cazar. Nos estamos quedando sin comida y no podemos permitirlo. Tarún, Lucía y yo nos quedaremos aquí, ya que somos los menores y no queremos correr riesgos. Cuando baje el sol, todos juntos iremos a trabajar en la construcción de la casa”.

El chiste estaba en aprovechar este momento para alejar a Rundia de mi mamá y así poder hablar con ella.

Rundia levantó una ceja y me observó por un segundo, como si evaluara mis palabras. Sabía que ella era protectora y que casi no salía a recolectar comida.

Tras un breve momento, asintió y esbozó una pequeña sonrisa de confianza. No hizo falta que dijera nada más; sus ojos hablaron por ella.

El resto de los adultos y las gemelas se prepararon, tomando sus herramientas y asegurándose de que todo estaba en orden antes de partir.

Rundia se acercó a mi mamá, que estaba sentada al lado mío, y le dio un beso en la frente

"Pórtate bien y haz caso a tu hermano, ¿sí?"

"Sí, mamá".

En poco tiempo, se oyeron los pasos de todos alejándose. Aya se volvió una última vez para mirarme y, con un gesto casi imperceptible, dejó que una de sus colas me rozara la mano, una especie de despedida silenciosa. Mirella, Samira y Suminia estaban a la cabeza del grupo, discutiendo quién encontraría más presas primero. Y, finalmente, la cueva quedó en un silencio pacífico.

Suspiré, aliviado. Un calor familiar me recorrió el cuerpo al darme cuenta de lo que significaba esta situación. Por fin, Rundia se había marchado confiando en que Lucía estaría bien conmigo. No era común que me dejara a solas con ella, siempre tan atenta y protectora. El hecho de que hubiera accedido significaba que estaba muy comprometida con todo esto.

"Qué obediente que sos, eh", susurré antes de que Tarún viniera correteando hacia nosotros.

"¿Jugamos?"

Traía una piedra bastante grande entre sus manos.

"¿Y qué se supone que jugaríamos con eso?"

"Quiero que hagas lo que hiciste la otra vez con mi hermano Kiran, eso que rodaba y..." Tiró una patada en el aire. "¡Pum! Salía disparada hacia delante".

Este quiere jugar al futbol.

"Ah... sí. Dámela y te hago esa cosa".

Casi de manera automática, él me alcanzó la piedra y se puso a saltar por todos lados.

Bajo la atenta mirada de mi madre, me puse a moldear la piedra en una esfera hueca.

Una vez ya lista, se la entregué.

"Jugá un rato solo, en un ratito voy".

"¡Sí!"

A los gritos, se puso a mover la esfera de piedra con las manos y con los pies.

"¡Por cierto, eso se llama pelota!"

"¡Sí! ¡Pedota!"

"No, pelota se dice. Pe-lo-ta".

"¡Pelota!" Gritó y volvió a seguir jugando cerca de la salida de la cueva.

A veces es muy tierno.

“Bueno, parece que tenemos un rato para nosotros dos, ¿no?” Dije mientras me giraba hacia ella.

Lucía me miró y, por un instante, sentí que esos ojos oscuros y profundos eran los mismos que yo ya conocía muy bien de mi vida pasada.

Lucía me observaba en silencio, sin responder. La luz del día iluminaba su pequeño rostro y resaltaba la pestaña roja en su párpado derecho.

“¿Sabías que tu padre seguía vivo cuando me fui?" Soltó de repente, rompiendo el momento de silencio.

Sus palabras me golpearon como una ola de nostalgia, trayendo consigo una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar.

Ese era un tema que había tratado de no tocar, pero se ve que ella estaba dispuesta a hablar.

"¿En serio?" Pregunté, tratando de disimular la sorpresa y la tensión en mi voz. Mis manos se cerraron y abrieron de manera inconsciente mientras me escuchaba.

"Lo siento mucho, mami. Todo fue por mi culpa".

Ella negó con la cabeza mientras miraba hacia delante.

"No, no es culpa de nadie. Así fue el destino".

"Entonces..."

"Hasta el último momento, Leo estaba ahí, cuidándonos como siempre lo hacía. Fuerte, aunque su mirada a veces se notaba más apagada. Y tu hermana... Bueno, ella se aferró a todo lo que pudo. Estaba devastada, pero no dejó que la tristeza la venciera... Eso creo", continuó Lucía, con su voz aún infantil pero cargada de una templanza imposible para su edad.

No pude evitar sonreír, aliviado por un instante al saber que, al menos, en la Tierra ellos seguían adelante. Pero esa chispa de felicidad pronto fue reemplazada por un pensamiento oscuro, insidioso y casi culpable... ¿Cómo sería si todos estuviéramos aquí juntos? Si la vida también hubiera reclamado a Leo y a Agustina....

Me estremecí, sintiendo una punzada de vergüenza al darme cuenta de lo que estaba pensando. ¿Qué clase de hijo soy al siquiera pensar eso?

Pero el deseo estaba ahí, latente y sin pedir permiso. Parte de mí quería tenerlos cerca, aquí, en este mundo donde todo era tan desconocido y primitivo. Donde había aprendido a sobrevivir sin ellos, pero donde cada día seguía ese hueco en el pecho que ningún logro podía llenar.

"Luciano, ¿estás bien?" La voz de mi mamá me devolvió al presente. Me di cuenta de que había estado mirando al suelo, con los músculos de la mandíbula tensos.

"Perdón, solo estaba... pensando".

Tarún pasó corriendo, la pelota de piedra rodando delante de él y risas infantiles llenando la cueva. Parecía que en él no había lugar para las tristezas ni los pensamientos oscuros.

"Me pregunto si los también sienten esta conexión. Si, de alguna manera, saben que estamos bien", murmuré, más para mí que para ella.

"Supongo que solo quedan seguir viviendo".

"Tal vez. Quién sabe cómo funcionan las cosas en este nuevo mundo. Lo que es seguro es que el amor no se va, Luciano. Ni en la Tierra, ni aquí".

Sonreí.

"Es cierto", dije, levantándome y sonriendo un poco más sinceramente

"Vamos a jugar un rato con Tarún. Hoy es un buen día para recordar por qué seguimos adelante".

Mi mamá sonrió y asintió, levantándose con la torpeza de su pequeño cuerpo. Tomé su mano y caminamos hacia Tarún, que seguía riendo y saltando, sin preocupaciones, como si el mundo entero estuviera en equilibrio solo por esa tarde.

A pesar de todas las complicaciones, y a pesar de esa enorme herida en el pasado, puedo decir que sigo siendo feliz. Eso es lo que importa y por lo que sigo luchando.

***

Pasaron varias horas hasta que todos volvieron con una gran carga de comida.

Si pongo el foco en los animales cazados, tenemos dos conejos, una iguana y ocho pescados. Aya se lució.

"¡Excelente trabajo, todos! Son increíbles, de verdad".

"Solo hicimos lo de siempre", respondió Aya con modestia, aunque la curvatura de sus labios delataba una ligera sonrisa de satisfacción.

Mirella se posó rápidamente sobre mi hombro.

"¡Yo soy una gran cazadora! ¡Sí!" Exclamó, haciendo un sonido de aprobación para sí misma que me hacía acordar a los gnomos.

Mientras todos pasaban hacia el interior de la cueva, nadie se dio cuenta de lo que llevaba puesto en mis pies.

"Esperen, ¿realmente nadie se dio cuenta?" Dije al aire.

"¿Qué cosa?" Preguntó Mirella.

Golpeé un poco el piso, la madera bajo mis pies sonando fuertemente.

"Miren mis pies. Me hice mi propio calzado, y todavía queda para hacer dos más con lo que trajeron ahora".

"¡Wow! ¡Con razón no las vi, son diferentes!" Gritó al bajar al suelo.

Claro, este calzado no era como los anteriores que hice para las gemelas, estas eran unas ojotas, de esas que hay que meter una tira entre el dedo gordo y el del lado. Pero no se quedaba solo ahí, sino que para hacerlo más cómodo para correr le puse dos tiras que se ataban detrás del talón.

De paso, no se escucharía ese 'clap, clap, clap' que se genera al caminar.

"¡Lucía también tiene calzado!" Grité.

Casi que no había terminado de hablar cuando Samira, con sus ojos brillando de curiosidad y las manos en la cadera, soltó una queja en voz alta.

“¡Oye, yo también quiero unas de esas! Mis pies necesitan algo más cómodo. Las que hiciste para nosotras están bien, pero ahora noté que se mojan mis pies”, protestó, inflando las mejillas en una mueca infantil.

No pasó un segundo antes de que Suminia se uniera al coro de quejas.

“¡Sí, y a mí se... se me meten piedritas dentro del pie! ¡No es justo que Lucía y tú tengan algo mejor y nosotras no!”

Uh... me acabo de dar cuenta que cuando vivamos en la playa, se nos van a meter la arena entre los pies a cada rato.

Rundia, que acababa de terminar de acomodar las frutas, miró mis pies de reojo y soltó una carcajada suave.

“Vaya, parece que tienes trabajo acumulado, Luciano. Te agradezco por hacerle la ropa a Lucía”.

"Sí, no fue nada".

De repente, todos comenzaron a hablar a la vez, creando un bullicio caótico en la cueva. Hasta Tarún, que había estado durmiendo luego de haberse cansado de jugar tanto, se levantó y corrió hacia mí.

“¿Yo también puedo tener esas... esas piedotas en mis pies?” Dijo, claramente confundido con el nombre pero con los ojos llenos de emoción.

"Es un calzado, Tarún".

Mirella, que había estado observando todo con un brillo competitivo en sus ojos, se cruzó de brazos y, desde el suelo, con su pequeña altura, elevó la voz.

“¡Yo también quiero unas! Quiero ir a perseguir animales y correr más rápido sin preocuparme por lastimarme los pies”.

"¡Pero si vos volás!"

Miré alrededor y me encontré rodeado de caras expectantes. Todos querían el mismo calzado. El murmullo de peticiones, comentarios y preguntas se intensificaba con cada segundo que pasaba.

Levanté las manos para tratar de calmar la situación.

“¡Está bien, está bien! Haremos unas ojotas para todos, pero voy a necesitar tiempo y más materiales. Quiero que se organicen para mañana conseguir más piel de conejo y yo haré lo mejor que pueda”.

"¿Ojotas?" Preguntó Anya.

"No entiendo".

"Ah... Ojotas, claro... Ese es el nombre de mi nuevo calzado".

"Pero si ya se llama calzado, ¿por qué le pondrías otro nombre?"

Me rasqué la nuca, la verdad es que no sabía cómo explicarle.

"Bueno, como se veía distinto, quise ponerle otro nombre. Al mismo tiempo es un calzado, pero se llaman ojotas".

"Pero... no entiendo", respondió, intentando buscar una mirada en Rundia, que tampoco parecía comprender lo que yo decía.

“¡No tiene sentido!” Elevó la voz, sacudiendo la cabeza.

“Si ya tenemos una palabra para eso, ¿por qué crear otra? ¿No es solo más confuso?”

Era la primera vez que veía a Anya así. Creo que se está frustrando.

"Es como cuando dije que la cueva y la casa son diferentes, aunque ambas sean lugares para vivir. Y si es un lugar para vivir y es nuestro, le llamaríamos hogar, ¿verdad? Lo mismo pasa con esto, hay tipos de calzado que se usan para diferentes cosas y tienen nombres diferentes. Estas ‘ojotas’ son un tipo especial de calzado que se usa para que tus pies respiren mejor y se sientan cómodos en climas calurosos".

"¡Ojotas!" Gritó Lucía con un tono infantil mientras agarraba mi mano.

Parecía querer cortar un poco la tensión.

Anya abrió la boca para replicar, pero se detuvo. Vi cómo su ceño se relajaba poco a poco mientras asimilaba lo que decía. Se llevó una mano al mentón y miró hacia la entrada de la cueva, donde las sombras se alargaban con la inminente llegada de la noche.

"Mañana organizaremos todo lo del calzado".

Finalmente, quité las pieles de los animales, comimos una buena comida, recargamos partículas en el arroyo y nos fuimos todos para la playa.

Había llegado el momento de tomar una decisión importante. Miré la línea de árboles que bordeaba la playa. ¿Debía seguir haciendo lo que, sin pensar, hice ayer y arrancarlos de raíz? ¿O sería mejor cortar una parte y permitir que, con el tiempo, esos troncos volvieran a crecer?

Me llevé la mano al mentón mientras meditaba sobre las consecuencias. Si los dejaba a medias, tal vez la regeneración de los árboles tomaría años, pero podría mantener algo de la naturaleza intacta. Sin embargo, sabía que si quería un área amplia y segura para los cultivos, lo mejor sería retirarlos completamente. La magia que controlaba me permitiría hacerlo sin un esfuerzo físico agotador.

Me acerqué a Aya mientras intentaba decidirme.

"Aya, hoy tenemos que conseguir bastante madera. ¿Te sentís muy cansada? Por lo que vi... lo hiciste muy bien con los pescados".

"¿Te parece? La mayoría los cacé yo.

Y no, no estoy cansada, así que voy a ayudarte".

"Eso quería escuchar, Aya. Ahora vayamos consigamos la mayor cantidad de madera posible".

Una vez estando sobre donde estaba el árbol que tiramos abajo ayer, finalmente me decidí por quitar al menos unos doce o veinte árboles y crear una especie de cuadrado donde en un futuro podamos arar la tierra.

La verdad es que no tengo ni idea de cómo o qué deberíamos cultivar. Y si no hacemos eso, construiré un corral para criar animales.

Algo vamos a terminar haciendo.

Apoyé las manos sobre la tierra y, usando magia, extirpé las últimas raíces que quedaban, juntándolas y dándoles una forma de cubo.

"Tomá, Aya. Llevá esto a uno de los bolsones vacíos y volvé".

Ella tomó el cubo de madera entre sus manos y lo olfateó un poco antes de irse trotando hacia los bolsones que estaban cerca de la orilla. Ahí estaban esperando los demás para recoger todo lo que quedara cuando cayeran los árboles.

Aya volvió y volví a usar mi magia para hacer un corte rápido en el tronco.

"¡Ahora!" Grité y ambos empujamos de cada lado para que el árbol caiga.

Esta vez me asusté un poco, porque cuando cayó, el mismo tronco rodó sobre la base que le quedaba y chocó contra otro árbol cerca de mí antes de caer hacia la arena.

El lugar se llenó de hojas y Aya se abrazó a mí, por más que ya hubiera pasado.

"¿Estás bien?" Preguntó rápidamente mientras me quitaba una hoja de la cabeza.

El corazón me latía a mil por hora y solté una carcajada nerviosa. Ver a Aya abrazada a mí, mirándome con preocupación mientras intentaba despejarme de las hojas, me hizo tranquilizar.

"Tranquila, tranquila, está todo bien, fue solo un pequeño... error de cálculo. Supongo".

Antes de que pudiera decir algo más, escuché un par de pasos apurados acercándose. Era Rundia, que venía corriendo con una expresión de alarma, y detrás de ella, Rin, que mantenía el paso firme pero miraba la situación con el ceño fruncido, claramente evaluando si había que preocuparse o si solo era una de mis locas ideas que había salido un poco mal.

"¡¿Qué pasó?!"

"Tranquila, mamá. Solo fue un pequeño error de cálculo".

"Me hiciste dar un susto..."

Pasé al lado de Rin mientras miraba a Mirella volar cerca, pero sin decir nada.

La magia fluyó desde mis palmas hasta el árbol, envolviendo mis dedos en un resplandor tenue. Cerré los ojos y me concentré en separar las ramas pequeñas del tronco principal, dejándolas caer al suelo mientras me enfocaba en pulir la estructura principal. Sentí la textura de la madera ceder bajo el flujo de partículas, desprendiéndose algunas ramas un poco más grandes.

Ni siquiera hizo falta decirles a los demás que empezaran a recoger las ramas y hojas, ni siquiera a las gemelas o Mirella. Parecía que alguien ya les había hablado sobre nuestro anterior trabajo.

Los dejé seguir trabajando mientras me acercaba de nuevo a donde yacía la base de tronco con sus raíces bajo tierra.

"Tengo que buscar otra forma de corte. Tal vez... ¿un corte oblicuo? Así caería al instante", dije al aire mientras quitaba todo, dejando el suelo liso y cinco cubos de madera sobre el suelo.

No puedo decir que todos ellos ocupen el mismo volumen, pero... tienen aproximadamente veinticinco centímetros cada lado.

Cargué tres de ellos mientras sacaba cálculos matemáticos que realmente no servirían de mucho.

Dejé los cubos en un bolsón y me agaché un poco para ver el anterior cubo que dejó Aya. La manera en que los cubos estaban dispuestos en su interior me dio una idea de cuántos más podría encajar en cada bolsa. Coloqué un cubo junto a otro, marcando un patrón imaginario de 3x3 en el fondo. Observé la forma en que se podrían alinear, con los bordes tocándose apenas.

De pronto se me ocurrió una idea que podría mejorar la percepción de lo que es una casa. Voy a hacer una maqueta de madera, con estos cubos.

Miré un poco más allá de la orilla. En el horizonte el sol ya se estaba poniendo, faltaban pocos minutos para que sea de noche. No importa, seguiremos trabajando.

Miré los otros bolsones detenidamente. Teníamos este bolsón con los cubos, tres y medio con ramas y uno entero de hojas. Todavía quedaban seis libres.

Corrí rápidamente hacia los árboles. Aya estaba ahí parada, mirando uno de los cubos que sostenía en su mano.

Mierda, mis pies comienzan a sudar, no me imagino cómo deben estar transpirando los de Samira y Suminia. Ese tipo de calzado no es adecuado para este clima.

"¿Seguimos?" Pregunté.

"Claro. ¿Cuántos más faltan?"

"Al menos dos más".

"Está bien, sigamos".

Miré mejor el siguiente árbol, esta vez debía probar el corte que había pensado.

"Voy a intentar hacerlo de otro modo".

"¿Y qué hago yo entonces?"

"Decile a los demás que se alejen, que va a caer otro árbol".

"¡Oigan todos! ¡Luciano va a dejar caer otro árbol!"

Vamos, ahora sí debía funcionar.

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