Todavía estaba junto a mis dos nuevas compañeras de cuarto y estábamos a punto de irnos a dormir los tres juntitos.
Aya dejó de mirar hacia la ventana y giró la cabeza hacia mí.
"Si eso es lo que prefieren, no me molesta en absoluto. Aunque... ¿Seguro que estarás cómodo en el suelo?"
"Como dije antes, no tenemos camas, así que nos va a tocar seguir durmiendo en el suelo".
Me acerqué y me dejé caer en el suelo, cerca de donde estaba Aya, y lo suficientemente cerca como para sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Mirella se acomodó rápidamente sobre mi pecho, cruzando los brazos como si estuviera reclamando un espacio que era únicamente suyo.
"¿Y vos, Aya? ¿No te molesta dormir así sentada?" Pregunté.
"No... Es la costumbre; casi siempre he dormido así".
Pasaron unos minutos en silencio, en donde Mirella todavía seguía despierta mirándome y Aya ya estaba comenzando a entrecerrar los ojos.
El ambiente se llenó con nuevos sonidos nocturnos del exterior, más que todo del agua subiendo y bajando por la costa.
Poco a poco, sentí cómo mi cuerpo se relajaba. Sin pensarlo mucho, me deslicé hacia un lado hasta que mi cabeza quedó justo al lado de las piernas de Aya. Ella abrió los ojos.
"Aya, ¿podría usar tus piernas como almohada?" Pregunté con cierto descaro.
"Eso no es algo que suelo escuchar..." Murmuró, aunque no parecía molesta. De hecho, noté cómo ponía sus piernas rectas hacia delante.
"Pero si eso te ayuda a descansar, Luciano, no tengo inconveniente", respondió en su tono usual, calmado, pero sus mejillas adquirieron un leve rubor que, bajo la luz tenue de nuestra improvisada lámpara, era apenas perceptible.
"¡Espera un momento!" Interrumpió Mirella, levantándose de golpe de mi pecho. Su voz, normalmente dulce, sonaba ahora más aguda, como si intentara marcar territorio.
"¿Por qué necesitas usar las piernas de Aya como almohada? ¡Yo estoy justo aquí! ¡Soy mucho más cómoda!"
La miré, aguantándome una risa.
"Porque las piernas de Aya son... eh... más grandes", respondí, sin pensar demasiado y finalmente puse la cabeza sobre su muslo.
"¿¡Qué quisiste decir con eso!?" Mirella casi gritó, dando vueltas en el aire como si buscara una manera de atacarme verbalmente.
Aya, por su parte, parecía entretenida por la situación.
"Tranquila, Mirella. Solo es una almohada, como la de Rin. No es nada raro", comentó suavemente, posando una mano sobre mi cabello, como si quisiera calmar tanto a Mirella como a mí.
Para mi sorpresa, su toque fue delicado, casi maternal. Sus dedos acariciaron mi cabello castaño claro con una ternura inesperada. Me relajé al instante, dejando escapar un suspiro que no supe si provenía del alivio físico o de la cálida sensación de ser cuidado como un niño pequeño.
Espera, ¿y si ella termina tocand...?
"¡¡¡Aggghhh!!!" Un grito desgarrador salió de mi garganta justo en el momento en el que sentí el chispazo.
El origen estaba claro: su mano tocó uno de los dos pelos rojos que atraviesan mi cabello.
Una descarga recorrió todo mi cuerpo, desde la base del cráneo hasta los dedos de los pies. Era como si un rayo me hubiera atravesado, sin permiso ni advertencia.
Me levanté de golpe, tropezando con mis propios pies. Mirella dio un salto en el aire, gritando algo que no llegué a entender en el momento. Aya, sorprendida, retiró rápidamente la mano y me miró con preocupación.
"¡Luciano! ¿¡Qué te pasa!?" Gritó Mirella, volando a mi alrededor mientras yo tambaleaba por la habitación.
El calor y la presión se acumularon en mi garganta como si estuviera a punto de explotar. Las luces de nuestra lámpara improvisada parecían parpadear, y los sonidos del exterior se distorsionaban. Todo a mi alrededor comenzó a moverse, ondulando como si la habitación fuera un barco en una tormenta.
¿¡Qué me está pasando!? ¡Un montón de gente había tocado mi pelo rojo y solo había sentido la electricidad de siempre!
Me llevé las manos a mi cuello en un intento inútil de aliviar la presión. Sentía un hormigueo eléctrico en cada rincón de mi cuerpo, y mi visión comenzaba a nublarse.
En un intento por estabilizarme, me tambaleé hacia la pared y Aya me agarró, diciendo cosas que no pude entender.
Me aparté de su agarre, buscando algo de aire en la ventana. Mi cabeza entraba entre medio de los dos barrotes de madera.
Pero de pronto pude divisar que una figura conocida me observaba desde la costa... Sariah...
Su cabello rojo parecía arder bajo la luz de la luna, moviéndose como llamas al viento. Estaba ahí, de pie, con una sonrisa de oreja a oreja y esa mirada penetrante que nunca parecía dejarme del todo en paz. Su vestido rojo era largo y ondeaba suavemente, aunque no había viento visible. Levantó una mano, como si estuviera saludándome, o tal vez llamándome.
Y entonces, el efecto se disipó, junto con su figura.
"¡Luciano! ¡¿Qué te pasa?! ¡Dinos algo!" Gritó Mirella, desesperada.
"Perdón. Perdón..." Respondí, tomando algo de aire.
"Solo me empezó a faltar el aire de la nada. No sé por qué, pero ya estoy bien", mentí.
Antes de que alguien pudiera decir algo, la puerta se abrió de repente. Rundia pasó corriendo junto a Lucía.
"¿¡Hijo!?" Gritó Rundia, buscándome con la mirada hasta que me encontró y se acercó rápidamente.
"Escuché gritos... ¿Están todos bien?"
Me levantó la cabeza con una mano bajo mi barbilla.
La figura de Sariah aún danzaba en mi mente. ¿Por qué estaba aquí? ¿Me estaba observando o solo fue una alucinación? Las preguntas se enredaron en mis pensamientos mientras trataba de volver al presente.
"Luciano, mírame", dijo Rundia con firmeza, mientras sostenía mi barbilla. Sus ojos marrones me buscaban con una intensidad que solo una madre puede tener. En ese instante, pensé en lo irónico que era tener dos madres. Rundia, que había sido una figura protectora desde que reencarné, y Lucía, quien, en esta nueva vida, no era más que una niña pequeña. Pero en el fondo... aún podía sentir la esencia de mi madre terrenal en ella.
"Estoy bien, mamá. Solo fue... un susto. No sé por qué, pero me faltó el aire de repente", dije, intentando sonar convincente.
Ella frunció el ceño, no muy convencida, pero suspiró y retrocedió un paso.
Mientras tanto, Rin miraba desde la entrada de la habitación. Parecía que ya había estado durmiendo.
"Si necesitas algo, solo llámame", respondió antes de mirar a Aya y Mirella como si les estuviera delegando mi cuidado.
Luego salió de la habitación tomando a mi verdadera madre de la mano, que inicialmente se resistió un poco antes de ceder al agarre.
Suspiré profundamente, dejando que el aire llenara mis pulmones, tratando de recuperar algo de tranquilidad.
"Luciano", Aya me llamó con su tono serio.
"Tal vez deberías descansar de verdad".
"Sí, ¡y lo mejor sería que ahora te recuestes sobre mí!" Interrumpió Mirella, agitando los brazos en el aire como si fuera su manera de declararlo un hecho inamovible.
Me reí, pese al hormigueo que aún sentía en mi cuerpo.
"¿No estábamos en eso ya?"
Sin esperar una respuesta, volví a acercarme a Aya y esperé a que se posicionara en su lugar. Esta vez me tumbé con cuidado sobre sus piernas.
"Permiiiiso".
Su expresión no cambió mucho, pero podía sentir cómo tensaba ligeramente sus músculos, probablemente aún algo nerviosa por lo ocurrido.
"¿Realmente estás bien, Luciano? Me preocupé mucho", dijo Mirella mientras se acomodaba con los codos sobre mi pecho y sus palmas sobre sus cachetes.
"Perdón si las hice preocupar. No me había pasado algo así antes", respondí mientras le acariciaba su pequeña frente con un dedo.
"Debo haberme tragado sin querer un pelo de las colas de Aya", bromeé.
"¿Eso es cierto, Aya?" Preguntó la pequeña hada.
"Si es un pelo mío, entonces tal vez debería ser más cuidadosa con mis colas", respondió con su tono calmado, pero pude notar un atisbo de sonrisa en sus labios.
Sin previo aviso, movió sus colas hacia nosotros, envolviéndonos suavemente como si fuera una manta cálida y esponjosa. Cada una de las cinco colas blancas se acomodó alrededor, cubriéndonos por completo.
El tacto de las colas era indescriptible. Sin embargo, mi mente traicionera no pudo evitar hacerme notar lo íntimo del gesto.
"¿Qué haces, Aya? ¡Esto me hace cosquillas!" Exclamó Mirella, retorciéndose en mi pecho. Su risa llenó la habitación mientras sus pequeñas manos intentaban apartar las colas, sin mucho éxito. Aya parecía disfrutar de su reacción, ya que las movía con un ritmo pausado, casi burlón.
"Estoy cuidándolos", respondió Aya; su voz tenía un tinte de diversión apenas perceptible.
"Pensé que esto podría ayudarlos a relajarse".
A pesar de que tenía calor, cerré los ojos, dejando que el suave ritmo de la respiración de Aya y la presencia juguetona de Mirella me arrullaran. Sin embargo, una parte de mí no podía evitar preguntarse si las dos estaban completamente conscientes del efecto que tenían sobre mí.
A la mañana siguiente, Aya nos despertó a mí y a Mirella.
Al pasar por el pasillo, era curioso ver la tranquilidad de tener privacidad entre todos. Digo, ahora no sé si del otro lado de la puerta las personas están despiertas o no. Se siente como algo nuevo, algo fuera de lo que acá era común.
Lo que sí fue fuera de lo común fue ver a Tariq mirar desde una de las ventanas de la sala principal, la que hoy sería convertida en nuestra cocina-comedor.
Me acerqué a él mientras Mirella estaba sentada sobre mi cabeza.
"Hola, Tariq. ¿Todo bien?"
"Hola, Luciano. ¿Ya están viviendo en este lugar?"
"Ah, sí. No está del todo terminado el interior, pero no pudimos aguantarnos y al final nos mudamos. ¿Te gusta cómo quedó?"
Tariq miró un poco el espacio vacío que había dentro y luego volvió su vista hacia mí con su característico aire despreocupado. Se pasó una mano por el cabello largo y despeinado antes de responder.
"Sí, quedó bien. Muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Pero, oye... ¿Cuándo vamos a empezar con la mía?"
Su tono era relajado, pero podía sentir la expectativa detrás de sus palabras. Tariq era de esos que no se podían quedar quietos y a veces presionaban, pero sabía que él y su familia necesitaban un espacio propio, y después de ver el progreso de nuestra casa, seguramente le resultaba difícil esperar.
Sonreí, tratando de calmarlo.
"Tranquilo, Tariq. No nos hemos olvidado de ustedes. Dame un poco más de tiempo para organizar las cosas. Quiero asegurarme de que todo salga bien acá para luego hacer bien la tuya, ¿sí?"
Él cruzó los brazos y apoyó un hombro contra el marco de la ventana, mirando al bosque que se extendía más allá.
"Lo entiendo, pero me está costando un poco. Ver cómo tú ya tienes esto... no sé.
Además, yo también fui parte de esto".
Debo decir que Tariq es bastante descarado para decir algunas cosas.
"Sí, entiendo, Tariq. Solo que no está terminada, ya te lo dije", respondí mientras notaba un poco de tensión en Mirella al tironearme algunos mechones.
"¿Qué tal si traés algunas piedras y te hago la lanza que te prometí? Vi que trajiste muchas enredaderas y estuvieron trabajando mucho con la arcilla. Sigan así".
"¿¡En serio!? ¿Cómo la que tiene Rin?"
"Sí, eso es una lanza, algo que sirve para cazar a larga distancia".
"¡Perfecto!" Gritó y se fue corriendo hacia el bosque.
Fui a abrir la puerta, y desde esa posición se podía ver claramente cómo iba buscando por el suelo.
"¡Mira, Luciano, ahí viene Aya!" Gritó Mirella.
Al darme la vuelta, la señorita de cinco colas caminaba hacia nosotros tranquilamente.
"¿Vino Tariq? Algo así escuché mientras fui a despertar a los demás".
"Sí, ahora lo mandé a buscar algunas piedras para hacerle una lanza".
"¿Hoy tienes muchas cosas para hacer? Lo de las camas y eso".
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"Sí, bastante", respondí y cerré la puerta.
"Pero no me importa, porque disfruto haciéndolo y son cosas que necesitamos. Además, hoy parece ser un buen día para trabajar".
Luego de que el mujeriego se fuera feliz de la vida con su lanza y de que la mayoría se fuera de caza, salvo mis dos madres, me puse a construir las camas, ocho en total.
El diseño final fue bastante sencillo y poco pulido. A decir verdad, no me puse a hacerle tantos detalles o me cansaría rápido.
Básicamente, tenían las cuatro patas, varios tablones en medio con poca separación que formaban un rectángulo y un poco de bordes en los extremos. Supongamos que también tenían alrededor de un metro ochenta de largo y estaban hechas completamente de madera.
Eso sí, la cama para mis padres la hice un poco más ancha. Ella la aprobó y le gustó.
La distribución fue sencilla: dos camas por habitación. Luego, cada uno decidiría dónde ubicarlas.
Al terminar las camas, comimos los tres un par de frutas y después me puse a unir varias pieles para formar algo que se parecía a un saco de dormir, ya que tenía vacío el interior y una abertura en un extremo. Hice las mediciones con respecto a las camas y repetí el procedimiento con las siete restantes. Eso hizo que me acabara todas las pieles que habíamos conseguido hasta ahora.
Retoqué un poco el largo de la cama de Aya y las dejé a las dos rellenando con hojas los colchones primitivos mientras fui a cargar el balde en el arroyo, ya que parece que entre varios se habían tomado todo el agua o vaya a saber qué pasó.
Al volver, cerré el invento que estaba llamando colchón y distribuí equitativamente con magia las hojas de dentro mientras pensaba en lo bueno que fue el guardar absolutamente todos los recursos cuando quitamos los árboles.
Una vez ya terminados, mandé a Rundia a que los pusiera en las camas mientras Lucía y yo nos sentamos en la arena a comer unas frutas.
"¿Cómo te va con el cambio de alimentación? Menos mal que ya dejaste la teta", dije con una risita suave.
Lucía se limpió con la lengua un rastro de jugo de mandarina que le había quedado en los labios. Aunque su cuerpo era el de una niña de un año y un mes, su mirada cuando hablábamos cargaba una madurez que siempre me ponía en una posición extraña. Era mi hermana en esta vida, pero también seguía siendo mi madre. A veces me costaba separar esas dos realidades.
"Es un alivio no tener que depender de... bueno, tú ya sabes. Comer frutas no está tan mal, aunque extraño mucho las comidas de siempre, las elaboradas", dijo, sonriendo levemente.
"Sí, yo también. ¿Sabés lo que daría por un buen té con leche y con medialunas? Este lugar tiene de todo, pero aún no consigo algo que lo reemplace. Lo peor es que cada vez que pienso en eso, más me acuerdo de lo lejos que estoy de todo lo que conocía".
Escupí una semilla sobre mi mano.
"Es por eso que trato de no pensar mucho en eso; prefiero centrarme en el objetivo que me dio Sariah".
"Yo creo que vas bien".
"Vos sos buena con las manualidades, ¿no? Quiero que de a poco le vayas enseñando a los demás a moldear arcilla. A Mirella la mandé a hacer un plato, pero no sé cómo le va a ir".
"No te voy a negar que esa diosa también me dijo varias cosas sobre eso. Y no te preocupés, voy a hacer todo lo que esté a mi alcance".
Ella se acercó a mí luego de terminar de comer, apoyando su cabeza contra mi brazo.
"Ahora déjame escuchar las voces dentro de ti".
Pasó varios segundos en el que ella tenía los ojos cerrados y hasta parecía haberse dormido.
"Es una pena que no puedas ver las partículas mágicas", murmuré.
De pronto, ella abrió los ojos y alzó la mirada.
"No las veo, pero me las puedo imaginar..."
"¿Y? ¿Escuchaste algo? La verdad es que tenés unos poderes medio raros".
"Pero es divertido, porque cada vez que escucho las voces tuyas, me da un cosquilleo en la cabeza y se me pone la piel de gallina".
"¿Y eso por qué? ¿Es por lo que escuchás?"
"Es que están como... ¿Excitadas? No sé cómo describirlo, pero parecieran que tienen demasiadas emociones positivas al mismo tiempo".
Me reí por lo bajo.
"Me cuesta creerte, la verdad".
"¿Por qué? Hay algo en tu magia que las hace... No sé, es como un sentimiento cálido, protector. Es como si fueras el centro de todo para ellas".
"¿Pero realmente te dicen algo?"
"Repiten mucho tu nombre, con diferentes tonos de voz. También repiten el de Sariah".
¿Acaso las partículas mágicas podían ser seres vivos que comprendieran lo que sucede a su alrededor? Nunca nadie había mencionado ese nombre por acá.
A pesar de eso, me pone contento el llevarme bien con ellas.
Miré hacia la casa para ver si Rundia todavía no veía.
"Bueno... Ayer la vi".
"A la noche, ¿no?"
"Sí. Sin embargo, fue raro, porque Aya tocó mi pelo rojo y tuve esa típica electricidad que te da cuando pasa eso. El problema fue que esa fuerza pareció atorarse en mi garganta y no podía respirar.
Cuando intenté agarrar algo de aire acercándome a la ventana, la vi a ella parada sobre la arena. No sé si fue una alucinación por la falta de aire, pero lo sentí demasiado real".
"¡Hijos, vengan a ver cómo quedó!" El grito de Rundia nos sacó de la conversación.
Y sí, había quedado todo perfecto y bien puesto.
A pesar de no tener almohadas, se sentía muy cómodo. Era como tener algo de lujo.
Al verlas y probarlas, a todos les encantó y se emocionaron mucho. En especial Rin, que le expliqué que podía usar su almohada normalmente junto con la cama.
Por nuestra parte, ubiqué la cama de Aya contra la esquina en la que habíamos dormido ayer, y del otro lado de la ventana puse la que era para Mirella y yo.
El problema era que Aya seguía queriendo dormir sentada sobre la cama y apoyada contra la pared... Qué le vamos a hacer.
El sol comenzaba a filtrarse por la ventana cuando desperté. La brisa fresca del amanecer entraba junto al olor de arena mojada y vegetación del bosque. Estiré los brazos y me incorporé lentamente, notando que la casa estaba más silenciosa de lo habitual.
Espera... ¿Y las chicas?
Me levanté rápidamente y me puse las ojotas.
Al abrir la puerta, pude ver el pasillo completo frente a mí junto con todas las puertas cerradas.
¿Por qué las chicas se irían sin avisarme? Eso no sería algo normal en ellas.
El silencio que inundaba la casa me empezó a poner nervioso. Me quedé unos segundos parado en el umbral de la puerta, mirando el pasillo vacío, como si esperara que alguien apareciera de repente o que Mirella apareciera volando hasta estamparse contra mi cara. Pero no pasó nada. Mi respiración empezó a acelerarse y, sin pensarlo dos veces, caminé hacia la primera puerta, la de mis padres.
Abrí con cuidado, como si temiera encontrarme algo desagradable del otro lado. Pero no había nadie. Solo estaban las dos camas perfectamente acomodadas contra la pared, una al lado de la otra. La cerré.
La siguiente puerta era la del baño. Al abrirla hacia dentro, obviamente no había nadie; solo estaba la luz de Mirella alumbrando el lugar vacío.
Todavía tengo pendiente esta parte de la casa.
La tercera pieza era la de las gemelas. Esta vez toqué la puerta lo más fuerte que pude.
"¿Sami? ¿Sumi?"
No hubo respuesta, así que la abrí, pero efectivamente tampoco estaban allí.
“Ok, seguro salieron todos juntos…” Murmuré para calmarme un poco.
¿Y si estoy en un sueño o en una alucinación como la que tuve al ver a Sariah?
Ni siquiera vi la habitación siguiente. Salí de la casa casi corriendo y me dirigí hacia la costa. Me incliné hacia el agua y me lavé la cara con las manos temblorosas. El agua salada me recorrió como un latigazo, y por un segundo, sentí que volvía a la realidad.
Entonces escuché un leve movimiento de arena detrás de mí.
Al girar la cabeza, vi a Anya de pie. Su cabello negro brillaba con los primeros rayos del sol.
“¿Te asusté?” Preguntó, cruzándose de brazos mientras me observaba con una ceja levantada.
“Anya… ¿Dónde están todos?” Pregunté con la voz algo temblorosa mientras me levantaba del suelo.
“Se fueron temprano con... Tariq”, respondió, encogiéndose de hombros.
“A trabajar con la arcilla, como tú les pediste”.
“¿Y vos por qué no fuiste?” Pregunté sin pensar.
“No quiero verlo ni de lejos”, dijo con frialdad.
Su mirada era firme, como si ese tema no estuviera abierto a discusión.
Suspiré, sacudiendo el agua de mis manos.
“Bueno, entonces sos de nuevo la única que me va a ayudar hoy. Necesito seguir dándole forma al interior de la casa”.
"Perfecto", respondió siguiéndome de vuelta a la entrada, donde se detuvo al frente del bolsón donde solo quedaban pieles de camaleones y serpientes.
"Así que te acabaste todas las otras".
"Sí, para los colchones".
Ya dentro, comí una naña mientras miraba el espacio vacío de la sala principal. Había tanto por hacer, pero lo primero era lo esencial: una mesa, unas sillas y algunas estanterías.
Cuando terminé la fruta, arrastré uno de los bolsones que contenía los cubos de madera y empecé a apilarlos en cuatro lados.
"Anya, ¿sabés por qué no me despertaron?"
Cerré los ojos y concentré la magia en mis manos. Sentí las partículas fluir desde mis brazos hasta mis dedos y fui formando las cuatro patas que tendrían más o menos setenta y cinco centímetros de altura, ya que había tres cubos por cada una.
"Aya y Mirella dijeron que te veías muy tierno".
Visualicé la siguiente forma en mi mente: un rectángulo simple, hecho de madera y magia, que debería ser resistente y duradero.
"¿Ah, sí? Realmente no me gusta que coman todos sin mí".
"Pero tu madre dijo que estuviste trabajando mucho por todos, es por eso que te dejamos descansar".
La tabla terminó siendo tan larga que consumió todos los cubos de madera que había traído.
"¿Sabés lo que es despertarse y sentir que te dejaron fuera de todo?" Dije con un tono exagerado, mientras la miraba y simulaba secarme una lágrima imaginaria.
"Acá estoy, sacrificándome, dando todo por ustedes, y ni siquiera me despiertan para el desayuno".
"Ay, qué exagerado... Si te hubiéramos despertado, quizás estarías quejándote de que no te dejaron dormir lo suficiente".
Acomodé las patas, intentando que quedaran lo más rectas posible.
"Ay, qué exagerada sos, Anya... Si sabes que estoy bromeando".
Levanté un extremo de la tabla grande.
"Me ayudarías a levantarla y ponerla sobre estas patas".
"¿Qué patas?" Preguntó mientras se agachaba.
Levantamos juntos la parte superior de la mesa.
"Son esos cuatro trozos de madera que soportan el peso de la parte de arriba, para que no se caiga y se mantenga estable".
"Tiene sentido si son cuatro... Como los animales".
Entonces sí sabía lo que significaba la palabra... Alguna vez debería hacerles un cuestionario para saber qué es lo que saben y qué es lo que no, porque hasta ahora estoy sorprendido por el vasto vocabulario que tienen a pesar de estar viviendo en una época casi de la prehistoria.
Me concentré en el siguiente paso: las sillas.
"Anya, alcanzame el otro bolsón con madera, porfa".
"Como usted ordene, Luciano".
Me quedé mirando al suelo mientras visualizaba un diseño sencillo, algo que se pudiera hacer rápido pero que también fuera cómodo.
"Diez sillas". murmuré.
"No, mejor hago once, porque seguro Aya va a querer una extra para sentarse en diagonal o algo raro".
"Oye, Aya no va a hacer nada de eso..."
Chasqueé la lengua.
"Ay, Anya, si era una broma".
Ella me miró sin decir nada y con los ojos entrecerrados, como si fuera un gato.
Entonces me puse mano a la obra con las sillas de madera. Anya probó la primera y le gustó, así que seguí con las otras nueve.
"Anya, ¿no crees que Tarún cambió un poco desde que llegó Tariq?"
"Luciano, ya sabes que no me gusta hablar de ese hombre".
Me detuve un momento para mirarla a la cara.
"Sí, ya sé, pero ¿no te parece que él ya no está tan pegado a vos? Antes no podía despegarse de tu lado".
"¿Y qué opinas tú de eso?"
"Me parece que es parte del crecimiento. Y no está mal, porque así va aprendiendo a relacionarse más con otra gente sin tener que depender de nadie".
No hubo respuesta de su parte; se puso a quitar lentamente uno por uno los demás bloques de madera hasta dejarlos sobre el suelo.
Pasamos varios minutos en silencio hasta que, cuando terminé de acomodar las sillas, decidí hablar.
"Anya, perdón si me entrometí de más. No quería que te sintieras incómoda", empecé, apoyando el antebrazo izquierdo sobre el respaldar de una de las sillas.
"Voy a intentar no hablar de Tariq contigo".
Ella tomó un bloque sobrante entre sus manos.
"No, Luciano, yo debería disculparme contigo por ser tan testaruda. Todavía eres un niño y siempre cuidas de Tarún... pero en algún momento entenderás los verdaderos problemas de los adultos", respondió y estiró sus manos para entregarle el bloque, inclinándose para ponerse cara a cara conmigo.
"Ojalá que cuando seas grande puedas encontrar a una mujer que te quiera mucho, y que tú también la quieras. Así no tendrán que sufrir por estas cosas".
Sus palabras me golpearon con una calidez inesperada, como si una llama pequeña se encendiera en mi pecho. 'Una mujer que me quiera mucho, y que yo también la quiera...' Pensé en esa frase mientras observaba a Anya, inclinada frente a mí, con su mirada dulce y un leve destello de tristeza en sus ojos oscuros. Había algo profundamente humano en todo esto, algo tan universal que me sorprendía encontrarlo incluso aquí, en este mundo prehistórico donde las palabras 'amor' y 'problemas de adultos' parecían lujos modernos.
¿Acaso el amor no es siempre un problema, sin importar la época o el mundo en el que vivas? Quizás eso era parte del simple hecho de ser humano.
Me quedé en silencio unos segundos, tomando el bloque de madera que me entregó. Sus manos eran de esas mujeres trabajadoras, marcadas por el esfuerzo de criar a un hijo sola y sobrevivir en un entorno tan inhóspito. Era fácil imaginarla en otro lugar, en otra época, con otro destino. Si nos hubiéramos encontrado en mi vida anterior, quizás... quizás habría sido diferente. Ella podría haber sido la mujer indicada.
No...
Me sacudí ese pensamiento absurdo antes de que tomara más fuerza de la que había tomado a lo largo de todos estos años. Anya es... bueno, Anya es Anya. Madre de Tarún, mujer con su propio pasado, con sus propios dolores. Yo soy solo un joven, un intruso en este mundo que intenta hacer que todo tenga sentido. Aunque hay una conexión especial entre nosotros, sería un error confundirla con algo más.
Es un amor imposible, debo aceptarlo.
"Gracias, Anya", murmuré al fin, bajando la mirada hacia el bloque en mis manos.
Lo giré lentamente, sintiendo la perfección de la madera bajo mis dedos, esa que solo mi magia podría crear. Al levantar la vista de nuevo, le sonreí, pero esta vez con sinceridad.
"Tus palabras me llegan más de lo que crees. Pero no te preocupés, ¿eh? No pienso crecer tan rápido como para dejar de entenderte".
Ella soltó una pequeña risa, esa que aparece cuando alguien sabe que estás intentando aliviar la tensión. Se enderezó, cruzándose de brazos, mientras observaba las sillas alineadas. Había tres contra tres y dos contra dos.
"Pues más te vale, niño sabelotodo", respondió, sin perder el tono de broma. Luego señaló una de las sillas con la barbilla.
"Ahora que terminaste, ¿te parece si probamos los dos juntos la mesa?"
"Claro que sí".
Mientras me sentaba del lado en que había dos sillas, me dije a mí mismo que, sin importar lo que sucediera, tenía que mantener el equilibrio en este pequeño grupo que habíamos formado. Aunque hubiera tensiones, diferencias o problemas, al final todos estábamos acá por algo. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, sentí que Anya tenía razón: un día, quizás encontraría a alguien con quien compartir mi corazón. Alguien que pudiera llenar los espacios vacíos que, por ahora, estaban destinados a ser solo míos.
Solo el tiempo lo dirá.
***
(Mismo momento, en el espacio Inter dimensional de Sariah)
La habitación, que en la anterior llegada de Luciano tenía unas relucientes paredes blancas, habían sido transformadas en un rojo oscuro. Tampoco había un techo, por lo que apenas ese lugar se podía llamar hogar.
La mujer de rojo no paraba de dar vueltas alrededor de su sofá blanco y de mirar la palma de su mano izquierda. Había un rastro de molestia en su rostro perfecto.
"¿Por qué esos pensamientos, Luciano?" Preguntó al aire, como si realmente el chico pudiera escucharla a través de esa pantalla que ella misma había hecho aparecer y que abarcaba toda la palma de su mano izquierda.
Sariah apretó sus labios pintados de rojo, intentando calmar la tormenta interna que le provocaban los pensamientos de ese niño. Observaba la pantalla en su mano, donde las imágenes de él y Anya avanzaban hasta ver aparecer a Mirella trayendo un plato hecho de arcilla todavía húmeda.
"¿Por qué dejarse llevar tanto por esa mujer? Debes aceptar la promesa que me hiciste, Luciano. No intentar relacionarte amorosamente con mujeres mancilladas.
Luciano, estás destinado a ser alguien perfecto. Eres un ser que moldeará el mundo con la pureza de tu lógica y la fuerza de tu voluntad. Y, sin embargo, ahí estás, dejando que una simple mortal plante semillas de debilidad en tu corazón".
"¿Acaso debería arrancarte tu precioso corazón, Luciano? ¿Me lo darás como pago alguna vez?"
Sus ojos rojos, siempre tan intensos, parecían encenderse aún más mientras se cruzaba de brazos. Se detuvo frente al sofá blanco y clavó su mirada en él, como si pudiera proyectar su frustración en ese objeto inerte. La pantalla en su mano se disipó como humo, pero la imagen de su preciado Luciano seguía grabada en su mente.
"Estaré esperando a que vengas conmigo, Luciano. Vendrás y yo te enseñaré cómo es la mujer a la que debes aspirar".
Sariah comenzó a caminar de nuevo, esta vez con movimientos más lentos, calculados, como si cada paso estuviera medido para evitar que sus emociones se desbordaran.
"Yo te enseñaré lo que es sentir la verdadera lujuria, aquella a la que debe aspirar alguien como tú para así poder servir a una mujer que sea de mis creaciones".
Se sentó en el sofá, cruzando sus piernas; su vestido largo y rojo tenía una abertura que dejaba ver toda su perfecta pierna izquierda.
"No puedes fallar, Luciano, porque si tú fallas, yo también lo haré. Y eso es inaceptable".