Mi respiración se aceleró, mi corazón palpitaba con fuerza como si quisiera salirse del pecho. El sudor, tan frío como la parálisis del tiempo, me recorrió la frente mientras dejaba caer todo lo que tenía en las manos. No importaba nada más.
Lucía... Mi mamá.
Corrí por la playa como un loco, sin detenerme ni un segundo a pensar en otra posibilidad. Tenía que llegar a casa. Tenía que verla, saber que estaba bien, que no había sido ella la que había muerto.
El suelo bajo mis pies parecía desmoronarse con cada paso, pero me obligué a seguir. Mi mente estaba atrapada en un remolino de pensamientos oscuros: ¿Y si esto era tan solo un juego de Sariah? No... ¿Y si ella hizo reencarnar a más gente como yo, con sus recuerdos?
Detrás de mí se escuchaban gritos. No sé si eran de Tariq, de Mirella, o del que mierda fuera que estaba intentando detenerme.
La casa apareció en mi campo de visión como un faro en medio de la tormenta. Sin frenar, llegué hasta la puerta y la abrí de golpe, casi arrancándola de sus bisagras.
"¡¿Dónde está Lucía?!" Grité, con la voz rasposa por el esfuerzo y la ansiedad. Mis ojos recorrieron el interior como si buscaran una respuesta inmediata.
Aya y Anya estaban sentadas en la mesa, mirándome con sorpresa. Aya alzó una ceja, dejando unas hojas a un lado, mientras que Anya dio un respingo.
"¿Luciano? ¿Qué pasa contigo?" Preguntó Aya, con su tono sereno habitual.
"No tengo tiempo para explicaciones. ¡¿Dónde está mi hermana?!" Insistí, avanzando hacia ellas con pasos rápidos. Mi mirada se movía frenética entre sus rostros.
Anya se levantó, levantando las manos como para calmarme.
"Espera, espera, Luciano. Tus padres se la llevaron. Salieron hace un rato a buscar más comida nueva para plantar".
"¿Buscar comida...?" Repetí, intentando procesar la información mientras mi respiración seguía agitada.
Rin había dicho que tenía mucho tiempo libre...
"Sí, dijeron que volverían antes de que se hiciera tarde", añadió Aya, mirándome con algo más de seriedad.
Mi mente seguía en blanco. El rebobinado del tiempo no era algo común. De hecho, era la primera vez que lo sentía, pero sabía que significaba peligro. La calma con la que hablaban solo hacía que mi desesperación creciera más.
"¿Qué tan lejos fueron? ¿Cuánto tiempo llevan fuera?"
Empecé a sentir pequeños golpecitos en mi espalda. Era Mirella, que estaba intentando hablarme y no me giré a verla.
"Calma", insistió Aya, poniéndose de pie con la gracia que siempre la caracterizaba. Sus orejas de zorro se movieron ligeramente mientras hablaba. "Dijeron que no se alejarían mucho, que solo sería un rato. ¿Por qué tanta urgencia? ¿Qué está pasando?"
"No importa. Voy a buscarlos", solté, ignorando la pregunta.
"Luciano, estás actuando raro", dijo Anya, cruzándose de brazos.
"¿Qué te pasa? ¿El tonto te hizo algo?"
Agarré más fuerte el picaporte mientras retrocedía.
"¡No se les ocurra salir de casa hasta que yo regrese! ¿¡Me escucharon!?"
Al ver sus caras de sorpresa ante mis gritos, me di cuenta de que estaba demasiado exaltado con ellas.
"Perdón... Lo que quise decir es que existe la posibilidad de que afuera sea peligroso, así que les pido que se queden dentro de la barrera. Por favor.
No se preocupen por mí, Mirella me estará cuidando, como siempre".
Con esas palabras, tranqué la puerta más fuerte de lo que tenía pensado y apoyé la espalda sobre ella, soltando un suspiro.
Mirella flotaba justo en frente de mí. Su expresión era de preocupación.
"Luc..."
Levanté una mano abierta, cortando sus palabras.
"Sí, ya sé que mi reacción de hace un rato fue extraña. Pero sentí que algo no estaba bien con Lucía, así que debemos ir a buscarla al bosque. Es urgente... ¿Vendrás conmigo?"
"Sabes que yo siempre estaré a tu lado, ¿verdad? Solo tienes que darme las órdenes".
"Si lo decís de esa manera, suena extraño".
"Solo dime y ya".
Me pasé las dos manos por la cara, de arriba abajo. Luego me acomodé mi molesto y largo pelo por detrás de la oreja.
"Está bien... Nos vamos a meter dentro del bosque. Vos vas a ir por una dirección y yo por la otra, así dividiremos la búsqueda. Simplemente hay que encontrarlos y ver que estén bien, nada más que eso".
"¿Pero no iba a protegerte?"
"Vos solo haceme caso, ¿sí? Yo también tengo magia y puedo defenderme solo".
Ella se quedó mirándome por unos segundos. No sabía si esperarla o arrancar a correr ya mismo.
"¡Está bien! ¡Lo haremos por Lucía!"
Sin dejarme responderle, se fue a toda velocidad hacia la izquierda, donde estaba Tariq parado en medio de la playa.
Le dijo algo de cerca y se metió de lleno en el bosque.
Él se fue rumbo a su casa cargando lo que todavía era un hacha a medio terminar. Luego debo disculparme.
El bosque estaba ahí, en frente de mí, y me envolvió tan pronto como crucé su umbral. Pude sentir la mirada de Aya y Anya mirándome por la ventana, pero no volteé a verlas. No podía detenerme, ni siquiera para pensar con claridad. Mis pasos eran rápidos y ruidosos, aplastando ramas secas y hojas caídas con cada zancada.
En este momento agradecí el haberme hecho un calzado.
Mientras avanzaba, me empecé a autoconvencer de que Lucía no podría haber sido la que muriera. Ella era inteligente y estaba siendo cuidada por mis dos padres en este mundo, aquellos que han sobrevivido años enteros cazando por su cuenta. No caerían ahora, menos teniendo armas más avanzadas que en aquella época.
Cada árbol, cada roca cubierta de musgo, cada sombra parecía igual a la anterior. Mi respiración era un caos, profunda y errática, como si mis pulmones no pudieran decidir si necesitaban más aire o si querían colapsar.
¿Y si Sariah eligió a alguien más para lograr su objetivo? No... No, no puede ser.
Pero... ¿Y si ella piensa que yo estoy avanzando demasiado lento?
¿Por qué siento este sentimiento extraño en este momento?
La pregunta me golpeó tan fuerte como una rama que no vi venir, rasguñándome la frente. Me llevé la mano al corte, pero no me detuve. Algo en mi interior ardía, un sentimiento que no lograba comprender del todo. Era como si... como si tuviera miedo de ser reemplazado.
¿Reemplazado? ¿Por qué? No soy el único que Sariah pudo haber elegido, eso ya lo sabía... pero... ¿Por qué me duele pensar en eso?
La idea de que otra persona pudiera ocupar mi lugar, pudiera ser especial para ella o para los demás como lo era yo, me carcomía. No tenía sentido. Era ridículo. ¿Acaso eran celos?
El pensamiento me hizo tropezar, literalmente. Una raíz sobresaliente atrapó mi pie, y antes de darme cuenta, estaba en el suelo. Mi cara chocó contra la tierra húmeda, y sentí el sabor feo del barro en mi boca.
Me quedé ahí por un momento, con los brazos extendidos y la frente contra el suelo, mientras mi pecho subía y bajaba con violencia.
¿Celos...? ¿De qué? ¿De alguien que ni siquiera sé si existe? ¿De alguien que podría haber sido elegido por Sariah?
Me empujé para sentarme y quitarme el barro de la cara, apoyando la espalda contra un árbol cercano. Mi corazón seguía martillando dentro de mi pecho, y no podía decir si era por el esfuerzo físico o por las emociones que me invadían.
Lucía es especial también, lo sé. Pero... ¿Y si no es ella? ¿Y si alguien más fue elegido y yo simplemente fui... una opción temporal?
El nudo en mi estómago se apretó aún más. No tenía sentido. Sariah me eligió por una razón. Tengo un propósito aquí. Pero... ¿Qué pasa si alguien más puede hacerlo mejor que yo? Alguien más capacitado, alguien más capaz, alguien con más experiencia en la vida.
No...
"¿Qué carajos me pasa?" Murmuré para mí mismo.
"¿Por qué estoy pensando estas cosas? Yo soy Luciano, el que ha hecho más de lo que cualquiera acá hubiera imaginado. Moldé la materia con mis propias manos, salvé vidas, enfrenté a seres mágicos y también me hice amigo de ellos. ¡Yo construí esto!"
Y entonces me levanté.
La diosa no me hizo cobarde; me dio poder, amor y dominio propio. Es por eso que seguiré luchando, por ella, por ellos... Por mí.
Justo cuando di el primer paso, un sonido pesado y rítmico resonó a mi lado, como si algo enorme estuviera aplastando la tierra. Mi instinto me gritó que debía correr, pero mis piernas se congelaron en el lugar.
"Hola".
La voz era fuerte, ronca, áspera, horrible... Pero por sobre todas las cosas, era una voz tan fuera de lo común que me hacía estremecer.
Apenas me di la vuelta, la bestia se abalanzó contra mí y, con una fuerza abrumadora, cerró sus enormes manos alrededor de mis muñecas y me levantó como si no pesara nada y me empotró contra un árbol. La presión era insoportable, sus dedos eran como grilletes de hierro caliente que me quemaban la piel. Intenté forcejear, pero no había escapatoria.
Cuando le vi la cara y el cuerpo, pude confirmar lo que más me temía: la bestia era el minotauro, el Rey Demonio.
Lo que me sostenía era una masa de músculos y furia con pelaje marrón oscuro. Sus cuernos eran curvados hacia dentro y le faltaba la mitad del izquierdo.
Sus ojos, tan negros como el carbón, se fijaron en mí con una intensidad que me atravesó el alma.
"Dije hola. ¿No me escuchaste?"
"¡Soltame!" Grité, luchando por liberar mis brazos, pero él simplemente me observó con esa cara que se parecía a la de un toro, pero era un poco más aplastada de lo que uno imaginaría.
Realmente daba miedo. Mucho miedo.
"¿Así que este eres tú? Desde lejos parecías más peligroso".
"¿Eh?"
"¿Así que tú eres el que va a salvar este mundo? Débil. Arrogante. Insignificante. Y encima lleno de dudas. No eres más que un juguete para los caprichos de la estúpida diosa de este mundo, ¿no es así?"
El aire pareció congelarse a mi alrededor, al igual que mi cuerpo. Me quedé inmóvil, sin siquiera intentar liberarme de su agarre.
¿Cómo sabía sobre Sariah? ¿Quién era este tipo? ¿Ella lo envió? ¿Es posible que también venga de... mi mundo?
El minotauro me sostenía con facilidad, como si no fuera más que un muñeco de trapo en sus manos. La presión en mis muñecas era insoportable, y sentía cómo la corteza del árbol detrás de mí crujía bajo la fuerza con la que me empujaba. Pero nada de eso importaba en ese momento.
"Vamos, hombrecito. Di algo, ¿no? ¿No estabas tan motivado antes?"
¿Por qué me daba tanto miedo? ¿Era por su fuerza, por su voz, por su cara o por el hecho de que había partículas mágicas a su alrededor?
Estaba claro que este tipo... Esta bestia era una creación de Sariah, pero por alguna razón, él estaba en contra de ella. Y como si eso fuera poco, él sabía de su existencia. Él no creía en un Dios llamado Adán, como lo hacían la gente de este lugar, sino que estaba consciente de quién era la verdadera entidad que nos observaba desde arriba.
¿Y si era él el que acababa de morir hace unos minutos? No, era imposible. No creo que hubiera alguien que pudiera hacerle frente.
"Yo... Yo no entiendo cómo es que conoces a Sariah".
"¿Sorprendido, hombrecito?"
Su sonrisa se torció, mostrando una fila de dientes amarillentos y afilados.
"Oh, claro que lo estás. Todos los que hablan con ella deben pensar que tienen un propósito. Que son especiales. Pero la realidad es que solo son piezas desechables de alguien muy arrogante. ¿O acaso crees que eres el único al que le ofrecieron esa gran oportunidad?"
"¿Qué... qué estás diciendo?" Logré balbucear, aunque mi voz sonó rota.
"¡Yo la rechacé! ¡La rechacé porque su propuesta era demasiado arrogante! ¡Odio la gente que tiene el ego tan grande! ¡Odio a la gente que se cree perfecta!"
No le respondí. En ese momento sentí que el miedo se empezaba a transformar en ira. Sentí que le estaban faltando el respeto, a ella y a mí.
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"No eres el primero. Ni serás el último. Esa diosa que tanto veneras... ¿De verdad crees que solo tiene ojos para ti? ¡Se cree superior y ni siquiera sabe qué recuerdos dejar! ¿¡Puedes creer que decidí olvidar todo y ella se olvidó de borrar la charla que tuvimos!? ¿¡Puedes creerlo!? ¡La odio! ¡Me gustaría poderla agarrar y hacerle así! ¡Así!"
Él empezó a hacerme hacia delante y hacia atrás, golpeando todo mi cuerpo contra el tronco del árbol.
"¡Así! ¡¡Y ASÍ!! ¡¡Quiero matarla!! ¡Quiero encerrar su alma como lo hice con todos los demás!"
"¡Ya cállate! ¡Ya basta! ¡No tenés idea de lo que estás hablando! ¡No insultes a Sariah! ¡No me insultes a mí!" Grité entre jadeos mientras mi espalda estaba siendo destruida poco a poco.
Entonces el minotauro frenó. Por su horrible rostro apareció una mirada de enojo.
"¿Qué estás diciendo? ¿Acaso crees que me estoy volviendo arrogante por hacer todo esto? Pero está bien... De cierto modo estoy siendo cobarde al hacerle esto a alguien que no puede defenderse".
Él me soltó, y en ese momento quise usar magia para transformar algo y matarlo, pero no pude. Mis manos no respondían, no se movían.
Cuando levanté la vista, él se estaba yendo.
"Crece y ven a visitarme a las llamas eternas. Estaré esperándote para encerrar tu alma y la de tus dos amigas".
Giró la cabeza y me miró por encima del hombro.
"Y no se te ocurra escapar, porque te buscaré y te aseguro que lamentarás haber involucrado a más personas de las necesarias".
Me quedé ahí, arrodillado en el sucio piso. Todavía temblando, pero con mucha ira contenida dentro de mí. La furia me estaba carcomiendo.
"¡No soy insignificante! ¿¡Me escuchaste!? ¡Yo no soy insignificante y nunca lo seré!"
No se detuvo ni un paso. Ni siquiera miró hacia atrás.
"¡No huyas, maldito idiota! ¡Maldito idiota! ¡Sí, sos un cobarde! ¡Un cobarde que se va a morir solo, porque yo...! ¡Yo...! ¡¡Yo te mataré!!"
"¿¡Me escuchaste!? ¿¡Me escuchaste!? ¡No voy a permitir que le faltes el respeto a Sariah!"
"Y si yo no te venzo... Ella tomará venganza... Ella..."
"¡Ahhggg!"
Un sollozo escapó de mi garganta por un rato largo, uno que no pude detener, uno que me quebró. Mis manos, que se sentían como muñones, cayeron al suelo mientras lágrimas calientes rodaban por mis mejillas y se mezclaban con la suciedad en mi rostro.
No quería admitirlo en voz alta, pero en ese momento me sentí derrotado, humillado. Había perdido más que una pelea física. Me habían arrebatado mi dignidad... Un maldito minotauro.
A pesar de haber perdido contra él, nunca me dejaría engañar por sus horribles palabras.
¿Qué más da si se equivocó al modificar sus recuerdos? ¿Qué más da si se equivocó al reclamar la totalidad de mi alma? Realmente eso no me importaba; no iba a cambiar la imagen que tengo de ella, porque me dio la oportunidad de seguir viviendo, una y otra vez. Y no solo eso, sino que me dio la posibilidad de poder seguir compartiendo la vida junto a mi madre, y eso lo es todo para mí.
Es por eso que me levantaré a pesar de haber sido humillado y seguiré creciendo para hacerme más fuerte. Solo así podré hacerle frente a este mundo tan cruel que a veces me termina llevando al límite.
Y así fue como le hice caso a mis propias palabras, levantándome del suelo y empezando a caminar, porque todavía tenía piernas y la fuerza necesaria para hacerlo.
Terminé llegando al arroyo, y como no podía usar mis manos, me acosté y bebí tranquilamente de él, notando cómo mis heridas sanaban al instante.
"Gracias, partículas mágicas. Realmente, ustedes ya se convirtieron en el motor que hace funcionar la parte de mi vida en la que tengo que cumplir con el objetivo por el cual fui enviado con mis anteriores recuerdos. Les estaré agradecido eternamente".
En ese momento, llegó Aya.
"¡Luciano, aquí estás!"
"Ah... Hola, Aya", respondí mientras me incorporaba hasta pararme.
"¿Hay alguna novedad?"
"¿Estás... bien? Bueno, sí tengo algo para decirte: Lucía y tus padres están bien. Mirella ya los encontró y volvieron a casa. Solo que Mirella dijo que no podía encontrarte por ningún lado. ¿Por qué te fuiste tan lejos?"
Gracias a Sariah... Menos mal que ella está bien.
"¿Por qué no viniste con Mirella? Si ya sabías que yo estaba acá".
"Bueno... Es que no quería decirle eso... Ya sabes, lo del olor".
"Ah..."
"¿No vas a responder lo que pregunté antes?"
Me tocará contar la historia a medias.
"Aya, acabo de encontrarme con el Rey Demonio y me advirtió que en algún momento tendría que luchar contra él".
Aya empezó a mover sus orejas de izquierda a derecha. El movimiento era tan fuerte que, desde mi posición, a unos tres metros, podía escuchar el sonido perfectamente.
"P-Pero... ¿El Rey Demonio? ¿Otra vez...? ¿Luchar…?"
"Sí, otra vez. Ya no tengo escapatoria, Aya. O muere él o muero yo".
"Estás bromeando, ¿verdad? ¿Verdad...? S-Solo es una de esas bromas que hacen los... niños, ¿no? Como Tarún, cuando..."
"No, Aya", dije, cortando sus palabras.
"Esa es la verdad... Él nos odia, es por eso que no nos quiere vivos y terminó encerrando a Mirella, a Forn y a otra criatura mágica que todavía no conozco".
"¡Pero es peligroso! ¡Nunca te permitiré ir!"
Avancé un poco hasta mantenerme de pie frente a ella, notando cómo sus orejas seguían moviéndose con fuerza, un tic que parecía intensificarse cuanto más pensaba en mis palabras.
"La idea no es ir ahora. Debo crecer primero, hacerme más fuerte y luego visitar las llamas eternas".
"¿Cómo puedes decir algo así con ese tono tan... tan despreocupado? ¡Es el Rey Demonio! ¿Sabes lo que eso significa? ¡No estamos hablando de un oso o un animal! ¡Es una amenaza que supera cualquier cosa que hayamos enfrentado antes!"
"Sí, sí, ya lo sé, Aya".
Me encogí de hombros mientras trataba de suavizar mi voz, como si estuviera hablando de algo banal.
"Pero, vamos, no es como si estuviera planeando ir ahora mismo con una lanza y un poco de coraje, ¿verdad? Me voy a preparar. Tiempo hay de sobra".
"¡¿Tiempo?! ¡¿De sobra?! ¿De verdad te escuchas?"
Aya dejó caer los brazos con fuerza, haciendo que su yukata ondeara ligeramente. Sus colas blancas se agitaban con una energía inquieta, como si reflejaran las emociones del momento.
"¿Qué pasa si no tienes tiempo, Luciano? ¿Qué pasa si él decide venir antes de que estés listo? ¿Y si tú...?"
Su voz se quebró en ese momento, y por un segundo, vi algo más allá de su enfado: miedo.
"Hey..."
Me acerqué un poco, intentando no intimidarla más.
"Aya, entiendo lo que decís. Pero, por eso mismo, estoy acá. Me voy a preparar y lucharé por nuestra libertad. ¿Acaso no lo he hecho antes?"
Ella me miró fijamente, buscando algo en mi rostro, tal vez una pizca de inseguridad que confirmara sus miedos. Pero no encontró nada. Aunque, siendo sinceros, estaba más tranquilo por fuera que por dentro. Yo también tenía miedo. Sin embargo, no podía demostrarlo en este momento. No podía demostrarle que yo ya perdí.
Sus orejas dejaron de moverse un momento, pero sus colas seguían inquietas.
"No me basta con eso, Luciano. ¡Esto no es algo que puedas manejar solo! Si piensas enfrentarte a esa cosa, no lo harás sin mí. ¿Entendido?"
"¿Qué? ¿Vos también vas a luchar?"
"¡C-Claro...!" Titubeó.
En ese momento, un brillo nos interrumpió, y de pronto, Mirella apareció volando a toda velocidad, sus alas revoloteando con intensidad.
"¡Ahí estás, Luciano! ¡Te estuve buscando por todos lados!" Exclamó mientras aterrizaba suavemente sobre la cabeza de Aya, como si no se hubiera dado cuenta del remolino de emociones que ella estaba atravesando.
"¿Qué estabas haciendo aquí con Aya? ¿Hablando de mí a mis espaldas?"
Como era de esperarse, las dos orejas de Aya se alzaron como antenas.
"¿Puedes bajarte de mi cabeza, por favor? Este no es momento para tus bromas".
"¿Qué tiene de malo mi compañía? Además, estás tan tensa que siento como si estuviera parada sobre una piedra".
Aya se quedó inmóvil un momento, con los ojos entrecerrados mientras su rostro se tensaba de manera casi cómica.
"¿De verdad no te importa nada de lo que está pasando, Mirella?" Aya habló al fin, su voz temblorosa, claramente al borde del colapso.
"¿Eh? ¿De qué hablas? Si ya está todo bien. Ya encontré a Lucía y todo eso".
"Mirella, por favor. Ahora pasó algo más grave", dije, intentando que su discusión no escalara a algo peor.
"¿Qué pasó?"
"El Rey Demonio vino a decirme que tenemos que pelear a muerte".
"¿¡Ehhh!? ¿¡Queeeee!?"
"Como escuchaste, dentro de un tiempo iré... Bueno, tal vez podríamos ir los tres a intentar derrotarlo a las llamas eternas".
"¿¡Cómo se atreve a hacerte esto!? ¡Yo misma iré a derrotarlo!"
Mirella empezó a volar de un lado a otro apretando los puños y moviendo los brazos bruscamente.
"¡Odio al Rey Demonio!"
De pronto Aya le agarró una pierna, deteniéndola en el aire.
"Mirella, ¿acaso no lo escuchaste? Vamos a ir los tres. No seas tonta".
Ella no intentó zafarse del agarre, simplemente esperó a que ella la soltara para responder.
"Entonces... hagamos una promesa de mejores amigos. Los tres. Pase lo que pase, iremos juntos, pero no antes de estar completamente preparados. ¿Les parece?"
"¿Están seguras de que quieren arriesgar su vida por mí? ¿Realmente lo harían... una vez más?"
"¡Claro que sí! ¡Lo haríamos siempre! ¿O no, Aya?"
"Así es, Mirella... No dejaremos que el mal nos venza".
Me quedé en silencio por un momento, procesando las palabras de ambas. Aya, con su seriedad temblorosa, y Mirella, con su energía desbordante, acababan de reafirmar algo que, en el fondo, siempre había sabido: no estaba solo. Por más oscuras que fueran las amenazas, tenía a dos seres increíbles dispuestos a arriesgar todo por mí.
Una sonrisa, primero pequeña, luego creciente, se dibujó en mi rostro. Fue una sonrisa honesta, como hacía tiempo que no tenía. Una de esas que surgen desde el pecho, caldeadas por alivio y felicidad.
Luego de conversar un poco más, caminamos de vuelta a casa. Pero entonces, el peso de una pregunta empezó a formarse en mi mente como una nube oscura.
¿Está bien esto?
Seguí caminando, intentando no mostrar mi inquietud. Sin embargo, dentro de mí, las dudas, como siempre, comenzaban a abrirse paso. Acabábamos de hacer una promesa de enfrentarnos al dichoso Rey Demonio. Pero, ¿era realmente correcto tomar venganza por nuestra cuenta? ¿Realmente íbamos a caer en su trampa?
Recordé el incidente con los hombres pájaro. Habían atacado a mi gente, a mi familia, y yo... yo los exterminé junto a ellas dos. En ese momento, lo justifiqué como una acción necesaria, como una acción de defensa propia. Hasta Sariah me dio permiso pidiéndome algo a cambio. Pero al pensarlo ahora, con la perspectiva que da el tiempo, algo se retorcía en mi interior.
¿Y si esa era otra prueba de Sariah? ¿Qué pensaría ella de que eliminara a sus creaciones sin dudarlo? Porque, al fin y al cabo, todo lo que existe en este mundo surgió de su voluntad. Incluso el minotauro.
Mis pensamientos se volvieron más oscuros. Por un instante, una idea espeluznante cruzó mi mente, una que me dejó helado. Si Sariah estaba en ese plano superior, observando y escuchando todo... tal vez la única forma de obtener una respuesta definitiva sería... ¿Matarme?
El pensamiento me hizo temblar. ¿De verdad estaba considerando eso? No. Era absurdo. Yo había prometido vivir, luchar, proteger. No podía renunciar a todo eso por una pregunta, por más importante que fuera. Pero, al mismo tiempo, la incertidumbre era un peso que no podía ignorar.
Por lo pronto, dejaré que el tiempo nos siga llevando por el buen camino.
***
Me encuentro en mi cama, con Mirella durmiendo sobre mi pecho. Por mi parte, no tenía mucho sueño, pero ella me instó a que viniera a acompañarla en su sueño, ya que se encontraba demasiado cansada.
Han pasado diez meses desde que tuvimos... tuve el encuentro con la bestia malvada. Hemos intentado no mencionar mucho sobre el tema para no alarmar a los demás. Sin embargo, seguimos siendo precavidos con respecto a ese tema, así que siempre el que salga al bosque o lejos por la playa, va acompañado de Mirella, Aya o yo. Más o menos como veníamos haciendo desde que lo vi por primera vez.
También me di varios momentos para hablar con Lucía, así que le pregunté sobre si sintió que el tiempo se rebobinó, y ella respondió que sí, que lo sintió, pero nuestros padres no, que los veía normal, como si no hubiera pasado nada.
Me preguntó por qué había pasado eso, pues claro, ella todavía no había sentido lo que era morir y que Sariah volviera atrás el tiempo hasta un momento en el que estuviera viva.
Al responderle, entré en detalles precisos de qué sucedió y qué favores pedí luego de mis dos muertes.
Al final concluimos que hubo otro reencarnado que murió y volvió a la vida.
Los dos lo pensamos, pero no quisimos hablar sobre... Bueno, que tal vez... Quizás... Había una posibilidad de que aquella persona fuera alguien que conociéramos en nuestra anterior vida.
Sobre la pequeña huerta, ya no era tan pequeña, porque ahora seguimos expandiendo plantando más bayas, tomates y a eso se le sumó la acelga.
Al principio ellos no creían que una hoja podría ser un buen alimento. De hecho, se nos hizo complicado saber dónde estaba la semilla, pero al final encontramos la forma de plantarla y luego la cosechamos.
Para demostrarles que esas cosas que parecían simples hojas se podían comer, tuve que iniciar un nuevo proceso: hervir agua.
Primero, creé una olla de piedra usando magia. Fue un proceso algo rápido donde tenía que moldear y alisar la piedra con mucho cuidado para que no se rompiera al entrar en contacto con el calor. Una vez que estuvo lista, construí un soporte simple sobre la playa. Usé palos gruesos que clavé firmemente en la arena y los uní con magia al suelo para mantener la olla suspendida sobre la hoguera. A simple vista parecía un sistema rudimentario, pero era efectivo.
El sabor de la sal… No puedo describir cuánto lo extrañaba. En mi vida anterior, era algo tan básico, tan cotidiano, que nunca me detuve a valorarlo. Pero aquí, en este mundo, el concepto de sazonar los alimentos no existía y ni siquiera había sal. Cada bocado sabía plano, repetitivo, casi aburrido. Así que, cuando se me ocurrió usar agua de mar para hervir las acelgas, pude volver a sentirlo.
Aunque debo decir que no era del todo rico... Sí, sabía como si le hubiésemos puesto sal, pero tenía otro sabor medio feíto que lo arruinaba un poco.
Entonces se me ocurrió intentar algo más: usar agua del arroyo mágico. Al principio no estaba seguro de si sería seguro. Después de todo, sabía que el agua tenía propiedades curativas gracias a las partículas mágicas, y temía que el calor las destruyera o, peor aún, que algo extraño ocurriera al consumirla.
Al final Lucía me dio el permiso, así que lo probamos y funcionó mejor de lo esperado; las partículas mágicas seguían ahí como si nada.
Debo decir que no había punto medio... O no había casi sabor o el sabor era demasiado exagerado, así que puse en marcha la segunda parte: hacer hervir el agua salada hasta solo dejar la sal.
Sí, también era obvio que estábamos creando demasiado humo, pero era necesario para mejorar nuestra calidad de vida, así que hice más ollas y expliqué cómo se obtenía y para qué servía la sal. Ellos, como venía siendo costumbre, aceptaron mis enseñanzas y les gustó mucho este nuevo agregado a nuestro día a día.
Como claramente era de esperarse, puse a Tariq al mando de recolectar la sal, explicándole los riesgos de la olla y el agua caliente. Creamos un punto intermedio, que era cerca de donde ponen las cosas de arcilla a secar, en el que estaríamos hirviendo el agua. De esa manera el humo no nos molestaría.
La sal quedó guardada en dos recipientes de arcilla. Uno para la familia de Tariq y otro para nuestro grupo.
Volviendo al presente, vi a Mirella respirar suavemente; su pecho subía y bajaba con cada inspiración mientras permanecía profundamente dormida sobre mí. Su cabello lacio, corto y rubio caía como un río dorado desordenado sobre mi pecho, y me resultaba difícil no sonreír ante lo tranquila que parecía. Había crecido en estos meses, no solo emocionalmente, sino también físicamente.
Era sorprendente. Cuando la liberé, apenas medía unos... ¿Dieciocho centímetros? No sé, pero estoy seguro de que no llegaba a los veinte.
Ahora, gracias al agua mágica, rondaba los treinta y cinco centímetros. A este ritmo, tendría que preguntarle si pensaba seguir creciendo indefinidamente. No es que me molestara; verla florecer era reconfortante, pero comenzaba a preguntarme si el crecimiento constante no tendría algún tipo de efecto colateral. Aunque, si lo tuviera, Mirella no lo mostraría; esa hada es demasiado testaruda como para admitir algo que la haga parecer vulnerable frente a mí.
Deslicé mi mano suavemente por su cabello, sintiendo su textura sedosa mientras mis pensamientos vagaban hacia el futuro. Todo lo que había hecho desde que llegué a este mundo había sido para construir un hogar seguro para mi familia y amigos. Sin embargo, en el horizonte, el Rey Demonio seguía siendo una amenaza inminente. No podíamos ignorarlo para siempre, no después de lo que presencié en el bosque.
Miré el techo de la casa; creo que era la parte más fea de la casa, ya que estaba empinado de la misma forma que se veía por fuera... No tengo ganas de recolectar tanta madera como para hacer un techo interior plano. Además de eso, no sé qué haríamos con el hueco que quedaría en medio.
Dejando de un lado lo estético, tenía la sensación de que este período de relativa calma era solo el preludio de algo más grande.
En este momento ni siquiera sabía cuál era el siguiente paso a seguir para hacernos más fuertes. ¿Tal vez deberíamos seguir explorando el lugar? ¿Sería mejor ir con Forn y preguntarle cómo fue su anterior pelea? ¿Y si primero liberamos a la mujer de fuego?
Al final de todo, era inevitable seguir relacionándose con otros seres mágicos, que era lo que estaba intentando evitar para seguir extendiendo este periodo pacífico.
Entrecerré un poco los ojos y una última mirada se fijó en Mirella. Su expresión era pacífica, como si en sus sueños todo estuviera en orden. La envidia fue un pensamiento fugaz, pero también una fuente de fuerza. Si podía mantener esa paz para ella, para los demás, entonces todo valía la pena.
Prevaleceremos.
----------- FIN DEL VOLUMEN 3 -----------