Es la mañana siguiente al día que visité a la familia de Yume junto a Mirella.
Justo en este momento me acabo de escapar de casa a escondidas usando magia para moldear la madera que funciona como barrotes para la ventana. Creo que ninguna de mis dos compañeras de cuarto notó mis movimientos, así que espero no asustarlas para cuando despierten.
Miré hacia el horizonte y confirmé lo que había pensado desde dentro: el sol todavía no parece estar por salir; deben ser como las cuatro y media de la mañana, si tomo como referencia los horarios de la Tierra.
¿Pero por qué estoy saliendo tan temprano? Bueno, es que casi no pude dormir de los nervios por todo lo que me queda por hacer. Mi idea es ir con Forn y hablar cara a cara, sin nadie que pueda interrumpirnos. Es por eso que traté de evitar que Mirella o cualquier otro viniera.
Me saqué las ojotas un momento y entré de nuevo a la casa por la que, por ahora, sigue siendo la única puerta de entrada. Saqué la típica papaya que me llevo al hacer estas salidas tan tempranas y me puse en marcha hacia la gran cueva.
Con respecto a la iluminación, convencí a Mirella de que pusiera una bola de luz adicional por esa noche, excusándome de que tenía un poco de miedo, así que ahora me acompaña su magia, aunque es un poco menos potente que las que suele hacer a menudo.
Una vez abajo, en el que podría decirse que es la sala principal de los pasadizos, no vi ningún gnomo, así que tomé el camino que lleva al lugar donde liberamos a Forn.
Al llegar al final del pasadizo, había un gnomo parado justo en la entrada, como si ya hubiera escuchado que yo estaba por llegar.
"Gnomo rojo", dijo con esa voz insípida que los caracteriza.
Y entonces, comenzó a caminar de manera acelerada hacia el espacio abierto, desapareciendo de mi vista.
Al intentar seguirlo, noté que todos los gnomos de sombrero rojo se estaban marchando en fila por el camino de la gran cueva que lleva al desvío del arroyo. Decidí no llamarlos.
La bola de luz iluminó un poco más allá, mostrando al hombre que yo venía a ver. Él se encontraba sentado sobre una pila de pepitas de oro, sosteniendo una de ellas entre sus dedos.
"¿Te gusta el oro?"
Decidí no saludar. Por ahora no se lo merecía.
Él se acomodó un poco el sombrero verde. No parecía sorprendido de verme a pesar de que ya habían pasado como dos años desde que lo liberé.
"A los gnomos nos gusta todo tipo de mineral".
Me acerqué al centro del lugar y puse una mano sobre el suelo rocoso, extrayendo algo de piedra para formar dos sillas, una al frente de la otra.
"Te invito a sentarte para que hablemos. Solo vos y yo, sin nadie que nos interrumpa".
"Me parece bien".
Se incorporó de un pequeño salto, dejando la pepita con las demás. Luego siguió mis movimientos y se subió a la silla improvisada; sus pies no llegaban al suelo a pesar de tener unas grandes botas negras.
Puse mis codos sobre mis rodillas y entrelacé mis dedos, poniendo mi barbilla sobre ellos.
"Contame, querido Forn. ¿Vos te querés llevar mal conmigo?"
"Creí ya haberte dicho que no, querido Luciano".
"¿Entonces por qué me hiciste enojar? ¿Por qué me tendiste una trampa? Yo no me olvidé de lo que me hiciste pasar, por más que vuelva ahora, mucho tiempo después".
"Pero te hice aprender una cosa nueva".
"¿Qué cosa? Solo me hiciste decir cosas horribles".
Él se levantó un poco y tiró hacia atrás la capa roja que llevaba puesta. Al parecer se había sentado sobre ella y le molestaba.
"A ver... No me gusta revelar los secretos de los demás. Es por eso que te hice verlo por tu cuenta".
"¿Qué secretos? ¿De quién?"
"De tu amiga. Pero al parecer ni siquiera te diste cuenta, o no quieres darte cuenta".
¿Este tipo estaba jugando conmigo o realmente dice la verdad? No termino de entender sus objetivos.
Sin responderle, agarré con una mano la bola de luz, que empezó a hacerse más potente, y la lancé de una forma que empezara a dar vueltas volviendo hacia mí. Así es como pude ver la sombra de Forn, que marcaba sesenta y cuatro años de edad con un mes.
"¿Ves? Por eso te dije que no quiero llevarme mal contigo. Algún día podrías salirte de control".
"¿Por qué pensás eso? ¿Es porque me leíste las manos?"
Volví a ponerme en la misma posición que antes, mirando cómo la bola terminaba de dar pequeños giros sobre sí misma, como si su centro de gravedad estuviera sobre mi cabeza.
"En realidad, leí tu cuerpo".
"¿Qué es leer?"
"No lo sé con exactitud".
Hubo unos segundos de silencio. Realmente no sabía qué responderle.
"¿Me tenés miedo?"
"No".
"¿Y entonces...?"
"Solo protejo a mi familia".
¿Desde cuándo este tipo se convirtió en alguien de pocas palabras? ¿Siempre fue así? Ciertamente, no lo conozco mucho.
"Nuestro objetivo es relativamente similar, pero usamos métodos diferentes para cumplirlo".
"¿En serio?"
"Me parece que sí. Yo creo cosas, ¿y vos?"
"Yo encanto cosas".
Forn decía estas cosas como si no entendiera la magnitud de lo que implicaban. Encantar cosas… ¿De qué estaba hablando exactamente? ¿Podría, por ejemplo, ponerle magia ofensiva a una simple roca? ¿O magia de curación a un arma? ¿O magia de control mental a un... anillo? Si eso era verdad, su habilidad no solo era peligrosa, sino absurdamente desproporcionada. La posibilidad me dio escalofríos.
Lo estuve observando detenidamente mientras hablaba. Sus movimientos eran pausados y algo cortantes, como si pesara cada palabra antes de dejarla salir. No parecía consciente de cómo esa revelación podía ponerme en alerta. Aunque, siendo sinceros, Forn siempre había sido un enigma.
"¿Qué significa encantar?" Pregunté haciéndome el tonto.
"Ponerle un poder a algo. A un mineral".
"¿Puedo saber más?"
"Simple. Tomo un mineral y lo conecto con las partículas mágicas que me rodean".
Es por eso que tiene anillos con piedras preciosas. Son cuatro en total: dos con gemas rojas en su mano izquierda y dos con gemas azules en la derecha. No parecía haber partículas mágicas justamente en esos anillos.
"¿Y ese encantamiento dura para siempre? ¿O tiene una especie de tiempo límite?"
"No lo sé".
"En tus anillos tenés encantamientos, ¿no? ¿Alguno hasta ahora se te canceló?"
Si este tipo tiene sesenta y cuatro años, como dice su sombra, supongo que debe tener, al menos, un encantamiento que tenga más de treinta años.
"No, nunca".
Me da la sensación de que este hombre no era así de serio cuando nos conocimos. ¿Será que recién se despierta?
"Forn, ¿te sentís mal?"
"Sí".
Su respuesta me tomó de imprevisto, porque había hecho la pregunta pensando en que respondería que no.
"Entonces, contame qué te pasó".
Él se bajó del asiento y fue a buscar una pepita de oro. Luego volvió rápidamente.
Durante ese ínterin de tiempo, aproveché para hacer una mesa de piedra redonda entre los dos.
"Desde que me liberaste... ya no siento la misma conexión con los minerales que antes", confesó de repente, girando la pepita entre sus manos como si estuviera buscando algo en ella.
"Antes, cada trozo de mineral tenía un significado, un propósito. Ahora... aunque obtenga más y más oro, eso ya no me hace feliz".
"¿En serio me estás diciendo eso? ¿O estás queriendo jugar conmigo otra vez?" Mi tono fue más duro de lo que pretendía.
No quería sonar agresivo, pero algo en su confesión no me terminaba de cerrar. Tal vez yo tengo esa figura de que las personas que son, y se ven, mayores tienen esa sabiduría que puede llegar a responder a las preguntas más profundas.
Forn no respondió de inmediato. Solo dejó caer la pepita sobre la mesa y miró sus propias manos, como si no las reconociera.
"No tiene sentido que te mienta. Mi vida... ha cambiado desde que esa bestia me encerró".
"¿Y qué es lo que querés ahora? ¿Un propósito? ¿Algo que te haga sentir esa conexión otra vez?"
"Quizás".
Esa palabra quedó flotando en el aire, y yo me sentí atrapado entre dos caminos. Podía ignorarlo y seguir con mi pequeña desconfianza, o podía intentar ofrecerle algo que lo mantuviera ocupado, que desviara cualquier intención peligrosa hacia un objetivo más productivo. ¿Y si lograba convertirlo en un aliado, alguien que pudiera enseñarme sus técnicas y su magia?
Había algo genuino en su voz, una mezcla de melancolía y cansancio que no podía ignorar del todo. Pero al mismo tiempo, no podía dejar de preguntarme si sus palabras eran del todo verdaderas, si este gnomo, a pesar de su aparente honestidad, tenía algún plan oculto.
Respiré hondo y observé la pepita de oro que había dejado sobre la mesa. Era un objeto con brillo, pero sin vida. Solo un trozo de metal, tan vacío como Forn decía sentirse. Yo una vez me sentí igual que él, intentando buscar algo de consuelo en lo material.
Fue tan patético que me da vergüenza recordarlo ahora.
Bueno, si lo que el hombre de sombrero verde buscaba era un propósito, tal vez podía darle uno. Claro, con precaución.
"Escuchame, Forn".
Me incliné ligeramente hacia él, cruzando los brazos sobre la mesa de piedra.
"Si realmente querés un cambio, hay algo que podemos hacer, porque tengo una propuesta para vos. Podríamos hacer un pacto de no agresión. Nada de trampas, nada de problemas".
"¿Estarías dispuesto a hacer otro pacto más aparte de los dos que ya tienes con el hada?"
"¿Acaso hay algo malo en hacer varios?"
"Que luego no puedes deshacerlo. El pacto sí es para siempre".
"Forn, si es correcto lo que pienso, vos adquiriste consciencia propia cuando estabas encerrado dentro de las piedras. Eso significa que ya deberías saber que estoy un poco loco, ¿no?"
"Puede ser... Aunque solo estaba despierto a veces, cuando sentía más potencia mágica a tu lado".
¿Acaso estaba refiriéndose a Lucía? Recuerdo que la vez que se metió en mis sueños me advirtió que mi mamá estaba intentando robarse la piedra mágica.
"Entonces quiero confirmártelo: estoy loco. Es así, muchas veces hago cosas que para los demás no serían algo normal. Digo cosas que algunos no entienden e invento cosas que a nadie se le hubiera ocurrido".
Lo que sí era loco era el tener que disfrazarme de loco para no decir que soy un reencarnado.
Forn esbozó una pequeña sonrisa por primera vez en esta mañana tan peculiar.
"¿En serio? Parece interesante... ¿Y por qué harías eso? ¿Por qué arriesgarte tanto?"
"Porque así protejo a mi familia".
Forn me miró fijamente, como si acabara de decir algo que lo descolocó por completo. Sus labios se entreabrieron y sus ojos se agrandaron hasta parecer los de un niño viendo algo que no entiende. Por un momento, pensé que lo había dejado sin palabras. Una reacción así de intensa no era lo que esperaba.
"¿Qué pasa? ¿Dije algo raro?" Pregunté, levantando una ceja.
"Eso... Eso mismo fue lo que yo te dije hace un momento", murmuró, casi inaudible.
"Pero cuando lo dije, no sonaba tan... fuerte, tan real. ¿Acaso me perdí a mí mismo? ¿Fue por él, por ese monstruo malvado?"
Parecía volver a estar hablando sobre el minotauro. Se ve que le dejó un trauma muy grande o algo grave pasó para que encerrara su alma.
Todavía tengo que esperar un poquito más para hablar sobre ese tema.
"Forn, no hace falta que pienses tanto en el pasado. Ahora te estoy pidiendo que pienses en tu futuro, en comenzar una nueva vida en la que yo esté presente.
¡Es por eso que voy a hacer un pacto de no agresión con vos!
Me hice un pequeño corte con los dientes en el dedo índice de mi mano derecha, me levanté de la silla y me incliné contra la mesa.
"¡Yo, Luciano, prometo nunca hacerle daño a Forn!"
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Forn me miró con sorpresa ante mi grito. Sus manos temblaron un poco antes de cerrarse en puños. Parecía que mi determinación había tocado algo profundo en su interior.
Sin dudarlo más, copió mi movimiento, dejando que unas gotas de sangre más oscura que la mía se derramaran por su dedo.
"¡Yo, el gnomo Forn, prometo nunca hacerle daño a Luciano!"
Y al juntar las manos, una luz blanca me envolvió...
No, esta vez no morí. Sin embargo, me di cuenta de que realmente estaba loco.
¿Por qué volver a hacer algo con lo que morí antes? Realmente soy un caso de estudio.
Me dejé caer sobre la mesa, un poco agitado.
"¡Uf...! Realmente hicimos el pacto, ¿huh?"
Levanté la vista y lo vi intentando chuparse la sangre del dedo.
"A partir de ahora seremos dos aliados, porque vos me vas a ayudar a derrotar al Rey Demonio".
"¡¿Eh?!"
"Sí, como escuchaste. Vamos a vengar a todos... A Mirella, a vos y a la bendita mujer de fuego que todavía no conozco".
En realidad, le estaba ocultando el verdadero motivo.
"¿El Rey Demonio? ¿Tú estás hablando en serio?" Su voz estaba cargada de incredulidad y un toque de alarma.
"¿Sabes lo que significa eso, no? No es como pelear contra un animal. El Rey Demonio no es tonto. ¡Es el más poderoso de todo este lugar! Si fallamos, nos aplastará como si fuéramos un pedazo de oro".
"Es por eso que necesito que me cuentes cómo sucedió todo. ¿Por qué esa bestia decidió que debía encerrarte?"
Él se acomodó un poco en la silla, como si lo que fuera a contar fuera una explicación extensa.
"Bueno, realmente no pasó de la nada, así que para eso tengo que contarte una historia que, estando aquí vivo, no sucedió hace tanto tiempo".
(Hace muchos años, desde la perspectiva de Forn)
"¡Gnomo Forn! ¡Gnomo Forn!" Gritó uno de mis queridos niños, despertándome bien a la mañana.
Al siempre vivir bajo tierra, los gnomos no tenemos noción del tiempo, así que cualquiera duerme cuando quiere... Eh...
"¿Qué pasó, pequeño?"
"¡Rey Demonio estar esperando! ¡Rey Demonio querer ser ayudado!"
Él agitaba sus pequeños brazos y gritaba como un loco a pesar de que el lugar parecía tranquilo, como siempre.
"Vaya, vaya... ¿Hay alguien que nos está pidiendo ayuda?"
"¡Rey Demonio ser grande! ¡Rey Demonio dar miedo!"
No hubo tiempo para más preguntas. Aún confundido, me levanté y seguí al pequeño hasta la caverna más amplia que daba al arroyo mágico. Allí estaba él: una figura imponente, cuya sola presencia parecía absorber toda la luz que entraba desde fuera.
Su torso era descomunal, con músculos definidos que parecían hechos de roca, y dos cuernos curvados que sobresalían de su cabeza.
Con respecto a su vestimenta, solo llevaba puesto un trozo de tela que le tapaba la entrepierna, pero no los costados de la cadera.
"¿Tú eres Forn, el líder de estos gnomos?" Su voz era grave, profunda.
"Sí, soy yo, señor". respondí, tratando de que mi voz no temblara, aunque la diferencia de tamaños me hacía sentir demasiado pequeño; mi sombrero apenas alcanzaba la altura de sus rodillas.
"Necesito de tus habilidades. Tengo muy buenos oídos como para saber que ustedes suelen estar rompiendo la piedra bajo tierra, así que necesitaré que hagan eso para mí".
¿Qué podría querer un ser tan imponente de nosotros? Apenas teníamos contacto con el mundo exterior, y mucho menos con seres tan… bueno, tan raros.
Este hombre no tenía pinta de aceptar un no como respuesta, así que no tardé en rendirme. Pensé que, tal vez, podía ayudarnos en un futuro, ya que parecía poder usar magia.
"Por supuesto. Mis gnomos y yo podemos excavar lo que necesite".
"Perfecto. Vámonos entonces".
“¿Qué necesita exactamente que excavemos?” Pregunté antes de ir a buscar a mis niños.
“Una cueva. Un refugio dentro de las Llamas Eternas”.
"Ah... El volcán, ¿no? ¿Quiere vivir allí?"
“¿Te parece extraño?” Respondió con un destello de arrogancia en sus ojos negros.
“¿Acaso crees que soy incapaz de soportar el calor? ¿O piensas que mis ideas son estúpidas?”
Su tono me dejó sin respuesta inmediata; no esperaba que reaccionara así por una simple pregunta.
“No, no, señor. Solo intentaba comprender lo que necesita”.
"Entonces vámonos ya".
Se dio media vuelta, pero yo todavía no estaba listo.
"Espere, señor. Necesito buscar a mis acompañantes".
"¡¿Acaso ya vas a hacerme perder el tiempo?! ¡Búscalos ya!"
Pegué un brinco y me fui a paso acelerado, mojándome el calzado con el agua mágica.
A mitad de camino me encontré con cuatro de mis gnomos.
"Gnomo Forn, gnomos escuchar pedido. Gnomos ayudar", explicó mi primer hijo, Darn.
No tardamos mucho en organizar el pequeño grupo, conformado por Darn, Bilk, Ulli y Jorl, el que me había despertado.
Lo único que nos faltó fueron los trozos de piedra, así que bajamos, las recogimos y volvimos a la salida.
Al salir, nos formamos en fila detrás de la bestia que se había presentado ante Jorl como el Rey Demonio. Su andar era pesado, intentando pasar por los árboles más separados, aunque se le hacía difícil sortearlos.
"Es por eso que no me gusta vivir aquí..." Murmuró, usando un tono más tranquilo.
"El lugar de las llamas eternas es ampliamente superior a este, donde habitan los humanos".
Nadie de mi grupo se atrevió a hacer ningún comentario. Era mejor no hablar.
El paisaje cambió luego de haber caminado por bastante tiempo. La vegetación comenzó a desaparecer, sustituida por una tierra seca y resquebrajada. Hasta el cielo parecía haberse puesto más nublado.
“Ahí está”, dijo el hombre, señalando con una de sus enormes manos.
"Quiero que hagan un hueco para que yo pueda vivir ahí".
Frente a nosotros se alzaba el volcán. No era tan alto como recordaba haberlo visto, pero sí se veía como un lugar en el que nadie viviría. Las laderas eran entre negras y grises, como la tierra.
Lo raro de este lugar era que a los costados y al fondo no se veía nada más que agua. No me gusta para nada este lugar, porque todo lo que transmite es desolación.
"Vamos, trabajen rápido. Quiero esto listo antes de que anochezca", ordenó mientras señalaba una parte de la base del volcán.
Mi mente daba vueltas con preguntas. ¿Por qué querría vivir aquí? ¿Qué planeaba hacer? Pero sabía que no era momento de cuestionar. Los gnomos éramos buenos para cavar, y eso es lo que haríamos.
"Sí, señor", terminé respondiendo.
"¿Qué parte cavar, Gnomo Forn?" Preguntó Ulli, sosteniendo un trozo de roca afilada que había recogido de nuestro hogar.
"Ahí, donde indicó. Hagámoslo bien y rápido. Recuerden, si escalamos unos sobre otros, podemos cubrir más altura".
Ellos asintieron al unísono, y pronto nos pusimos manos a la obra. Con movimientos rápidos, comenzamos a formar una estructura improvisada. Jorl se colocó sobre los hombros de Ulli, y Darn y Bilk hicieron lo mismo en el otro lado. Era un sistema que habíamos perfeccionado con el tiempo, usando nuestra velocidad y precisión para romper la piedra con otras piedras.
Al estar solo, no necesitaba concentrarme en mantener un ritmo constante, pero igualmente me apuré en excavar rápidamente, a veces girándome un poco para ver lo que él hacía.
Con cada golpe, el polvo subía en pequeñas nubes que se mezclaban con el aire caliente del lugar. La tierra aquí era distinta, más dura, pero nuestros brazos, rápidos, la desgastaban con cada impacto.
"¡Más rápido! ¡Ese agujero es demasiado pequeño!" Gritó la bestia de pelaje marrón oscuro.
Mis compañeros trabajaban en silencio, pero podía sentir su tensión. No estábamos acostumbrados a este tipo de presión, y menos a tener una figura tan intimidante vigilándonos.
Había algo en la postura de este ser, en la forma en que se movía, que gritaba inseguridad disfrazada de arrogancia. Cada palabra que salía de su boca parecía un reflejo de cómo él se veía a sí mismo.
Mientras trabajábamos, el Rey Demonio comenzó a pasearse por la zona. Lo seguí con la mirada mientras inspeccionaba el terreno; sus grandes pezuñas levantaban pequeñas nubes de polvo a cada paso.
Pero, de pronto, él vio que lo estaba mirando y se acercó rápidamente al lugar, apoyando las manos sobre el borde de lo que era el techo bajo.
"¿Por qué están tan lentos? ¿Acaso piensan que soy un tonto por pedirles esto?".
"Nadie piensa eso, señor", respondí rápidamente.
Era como si estuviera buscando conflictos donde no los había, como si estuviera aprovechando cada situación para menospreciarnos, y eso que apenas lo estábamos comenzando a conocer.
"No me mientas, pequeño. Sé cómo piensan los demás de mí. Creen que soy arrogante, ¿no? Pero no lo soy. Yo soy mejor que ustedes, y por eso es que soy el más fuerte.
¿Acaso no ven que les estoy dando un propósito en la vida? Deberían agradecerme".
"Solo lo estamos ayudando, señor".
Al ver que lo ignoré y seguí rompiendo la piedra, se marchó, esta vez un poco más lejos que donde estaba antes.
Nuestra técnica como gnomos consistía en agarrar una piedra suficientemente grande con alguna parte en punta y empezar a chocarla contra la pared. Si a eso le agregamos nuestra gran velocidad en los brazos, obtenemos que las paredes se van rompiendo fácilmente, porque solo debemos agarrar cualquier otra piedra que se haya caído y seguir con la excavación.
Una vez que ya estaba terminada toda la base, nos tocó subirnos uno encima del otro. Éramos cinco, así que la altura era suficiente como para que este hombre malvado no se quejara de vuelta.
Al ser solo tres los que rompíamos la roca, los de abajo se encargaban de recoger nuevas rocas para seguir rompiendo.
De vez en cuando rotábamos, pero yo siempre intentaba estar arriba o ser el de abajo del todo, ya que mis niños son un poco más pequeños que yo.
Ellos no solo se distinguen de mí por su tamaño más pequeño, sino que también por sus ropas. Siempre he pensado en lo extraño que es intentar crearles lo que yo mismo visto. Es extraño porque nunca llegué a lograrlo; por más que lo intentara una y otra vez, pidiéndoles pieles a los humanos, nunca lo logré.
Entonces, en su momento decidí que ellos debían vestir como los humanos, como esa mujer tan amable llamada Kuri y su pareja Joel. Ellos son dos personas muy amables, así que cuando salgo a la superficie, solo los visito a ellos.
A veces me siento mal por no tener nada que darles o en qué ayudarles, pero a ellos no les molesta.
Bueno, la cuestión es que soy consciente de que mi existencia es algo extraña, porque, de un momento a otro, aparecí de la nada.
Nunca supe cómo fue eso posible, ya que mis niños nacieron de manera natural, del cuerpo de mi difunta pareja Uliana, la cual también dijo aparecer de la nada y portaba mis mismas ropas.
"¡Gnomo Forn! ¡Gnomo Forn! ¡Gnomos terminar cueva!" Gritó Darn desde lo más alto.
Me había perdido en mis pensamientos mientras los cargaba desde abajo del todo.
No me dio tiempo a responder que el Rey Demonio ya estaba dentro de la nueva cueva.
"Mmm... Lo hicieron como yo lo pensaba. Me gusta".
Mientras cumplamos sus expectativas, todo estará bien.
El Rey Demonio inspeccionaba la cueva con aprobación y ese aire autoritario que parecía parte de su esencia. Aunque su presencia era sofocante, estaba claro que se sentía complacido con nuestro trabajo, al menos por ahora.
El calor dentro de la cueva recién cavada era molesto para mis niños, pero no tenía nada que ver con que estuviéramos dentro del volcán, sino que era la tensión constante de estar bajo la mirada de alguien que podía destruirnos en un instante si algo no salía como él quería. Mis niños también parecían notarlo; sus movimientos eran rápidos y cuidadosos mientras se bajaban y arrastraban las piedras sobrantes hacia fuera.
Una vez que retiramos toda la roca restante, él se sentó contra la pared del fondo de la nueva cueva.
"Bueno, ya pueden irse. Adiós".
Habíamos pasado un buen tiempo en tensión desde que dejamos al Rey Demonio en su nueva cueva. La experiencia había dejado una marca en mí y en los chicos. Seguimos con nuestras vidas, volviendo a nuestro hogar subterráneo que nosotros mismos habíamos construido, pero el miedo persistía en nuestras mentes. Cada sombra, cada ruido extraño, me hacía pensar que él volvería.
Y, por supuesto, lo hizo.
Estaba trabajando en pensar por qué cada vez que encantaba algo me quedaba dormido por un tiempo que ni siquiera yo sabía, hasta que llegó gritando uno de mis niños, Jorl, que desde aquella vez decidió ser el que vigilaba la entrada.
"¡Gnomo Forn! ¡Gnomo Forn!"
"¿Qué pasó, pequeño?"
"¡Rey Demonio estar esperando! ¡Rey Demonio querer ser ayudado!"
"Está bien... Ahí voy, no se preocupen".
Entonces caminé junto a Jorl por la cueva, intentando esquivar el agua.
Mis peores temores se hicieron realidad cuando vi la enorme figura del Rey Demonio parado fuera de la gran cueva. Su mirada afilada me encontró al instante.
"Forn", dijo con su voz grave.
No era una pregunta ni una orden, solo una afirmación de que sabía que yo estaba ahí.
Avancé lentamente, tragándome el miedo.
"Señor... ¿Qué lo trae de vuelta a nuestro hogar?"
Avanzó unos pasos, inclinando ligeramente su cabeza hacia nosotros. Su tamaño hacía que todo se sintiera más pequeño y sofocante.
"Quiero hablar contigo".
Mi mente se llenó de posibilidades, la mayoría de ellas terribles. Pero asentí, señalando un lugar para que se sentara, aunque era evidente que no le importaba mucho la cortesía.
Al menos, parecía no venir tan enojado como la última vez.
"¿Qué desea, señor?"
Se quedó mirándome con esa intensidad que parecía perforar cualquier piedra.
"Tuve tiempo de pensar. Eres diferente de los demás. No eres solo un excavador. Haces algo más, ¿verdad? ¿Qué tipo de magia usas?"
La pregunta me tomó por sorpresa. No esperaba que él mostrara interés en algo como eso. Pero sabía que mentir no era una opción.
"Señor, mi magia... no debe ser tan poderosa como la suya. Trabajo con minerales, los encanto. Les doy propiedades especiales, dependiendo del tipo de energía que haya conocido".
El Rey Demonio entrecerró los ojos, como si analizara cada palabra.
"¿Qué es encantar?"
"Eso, darle un poder especial".
"Entonces quiero eso".
"¿Ahora?"
"¿Acaso tengo cara de que me guste esperar? ¿Quieres burlarte de mí?"
"No, señor. Lo haré de inmediato", respondí, aunque sabía que no podía encantar un anillo ahora debido a lo que pasaría después, así que decidí sacarme uno de los dos anillos que tenía encantados.
A pesar de que poseo cuatro anillos en mis manos, solo he decidido encantar dos hasta ahora. Además, que no he conocido otros tipos de magia como para hacer otro tipo de encantamientos.
"Tome, este es un anillo encantado con protección al calor y al fuego. Se pone en uno de los dedos de la mano", dije.
"¿Acaso te parezco alguien débil, que necesite protegerse del fuego? ¿Es así como me ves?"
"No, para nada".
"Bueno", contestó de mala gana.
Él estiró su enorme mano para agarrar el anillo, y en ese momento me di cuenta de que no le cabría en los dedos.
Probó y probó en cada uno de sus dedos, hasta que se me quedó mirando fijamente por un instante de tiempo. Eso hizo que Jorl se ocultara detrás de mí.
A pesar de su mirada malvada, no nos hizo nada y finalmente dejó de mirarme, poniéndose el anillo en la punta de su cuerno izquierdo.
"Listo, ¿y ahora?"
"Debe ir y probarlo a un lugar donde haga calor, como en su cueva".
"Bueno. Chau".
A paso lento, se fue esquivando los árboles que rodeaban el arroyo mágico.
"Gnomo Jorl estar asustado..."
"Tranquilo, pequeño. Volvamos y ya no pensemos más en él".
A pesar de mi intento de tranquilizar a los demás, no pasó mucho tiempo antes de que el Rey Demonio volviera a aparecer. Y entonces todo se esfumó al instante cuando Jorl llegó corriendo de nuevo, con los ojos desorbitados y las palabras atropelladas.
"¡Rey Demonio volver! ¡Rey Demonio enojado!"
Mi corazón dio un vuelco. Dejé lo que estaba haciendo y corrí hacia la entrada de la cueva. Ahí estaba él, con su imponente figura bloqueando la luz del sol que apenas se colaba entre los árboles.
"¡Forn!" Gritó.
Tragué saliva y avancé con cautela. Jorl se escondió tras una roca cercana, temblando.
"¿S-Señor? ¿Qué lo trae por aquí otra vez?"
El Rey Demonio alzó la mano, mostrando el anillo que le había dado anteriormente. Ahora parecía más una burla que un anillo mágico, colgando de la punta de su cuerno izquierdo.
"Esto no sirve para nada", exclamó, lanzándolo al suelo frente a mí.
El anillo rodó un par de veces antes de detenerse junto a mis pies.
"¿Cómo que no sirve? Eso es imposible".
Me agaché rápidamente para recogerlo, revisándolo como si eso pudiera cambiar algo.
"¡¿Me estás llamando mentiroso?!"
El sudor empezó a correr por mi frente.
"L-Lo siento mucho, señor. Quizás... quizás algo en su magia interfirió con el encantamiento. Déjeme intentar algo más, pero necesito tiempo".
"¿Algo más? ¿Qué me darás esta vez, Forn? ¿Otra cosa inútil?"
Me forcé a sonreír, aunque por dentro sentía que me estaba desmoronando.
"Tengo otro anillo encantado, señor. Pero... es el último que tengo y me cuesta encantar las cosas".
"Entonces dámelo", dijo.
Su tono no admitía discusión, pero algo dentro de mí se resistía por primera vez.
"Señor, antes de dárselo, necesito saber algo. ¿Qué tipo de magia usa usted?"
El Rey Demonio entrecerró los ojos, visiblemente irritado por mi pregunta.
"¿Por qué quieres saberlo?"
"Porque... porque creo que su magia podría estar interfiriendo con los encantamientos que hago. Si entiendo cómo funciona, podré crear algo que realmente le sirva".
Por un momento, temí que mi explicación no lo convenciera. Sin embargo, finalmente respondió.
"Mi magia es la magia de las maldiciones. Puedo corromper lo que toco, desgarrar el alma de los enemigos y deshacer cualquier protección mágica".
Me dio mucho miedo el tan solo escuchar sus palabras, aunque tenía sentido mi pensamiento. Si podía deshacer protecciones mágicas, entonces era lógico que el encantamiento no hubiera funcionado.
"Eso lo explica..."
"¿Qué explica?" Preguntó, con un tono que se volvió más peligroso, como si estuviera a punto de estallar.
"Bueno, si su magia deshace protecciones mágicas, entonces probablemente está anulando mis encantamientos al entrar en contacto con ellos".
Su mirada se encendió y dio un paso adelante, haciendo temblar el suelo.
"¿Estás diciendo que mi magia es un problema?"
"¡No, no, no! Solo digo que... tal vez sea demasiado poderosa. Mis encantamientos no están diseñados para soportar algo tan... grande como su magia".
"¡Te estás burlando de mí, puedo verlo!" Gritó, acercándose más a mí y haciéndome retroceder.
"Piensas que tu magia es mejor que la mía, ¿verdad? ¡No soporto a la gente arrogante!"
Vi su enorme mano acercarse hacia mí y...
(En el presente, desde la perspectiva de Luciano)
"Y te maldijo, encerrando tu alma, ¿no? Carajo..."
"Sí..."
Esto iba a ser complicado, pero ya empezaba a entender mejor las cosas.