El peligro se acerca... Ya no era una posibilidad lejana; era inminente. El santuario, que alguna vez había sido un lugar de paz y seguridad, ahora estaba expuesto. Las barreras que Aya había erigido con tanto esfuerzo eran nuestra última defensa, y dos de ellas ya habían sido destruidas en una rápida sucesión.
¡Maldición! Esto fue mucho más rápido que la última vez que nos enfrentamos, no pasaron ni cinco minutos que ya rompieron dos barreras, a este paso no voy a tener tiempo de hacer nada. Tampoco es como si supiera exactamente dónde estaban ubicadas esas tres barreras a lo largo de la cueva. ¿Y si estaban relativamente cerca como para romperlas tan rápido? Tal vez teníamos más tiempo de lo que pensaba.
Miré hacia dentro de la grita que conectaba la cueva con el santuario, todos estáticos esperándome hablar. ¿Acaso todos esperaban que tome el mando después de lo que pasó la última vez con mi padre?
Está bien, esto se resuelve hablando. Tengo que recordar las palabras de mi diosa, ella está de mi lado, es por eso que no tengo que temerle a nada ni a nadie.
"¡Papá!" Entré gritando al santuario, mirando hacia todos lados hasta que lo vi en una esquina junto a mamá y la bebé.
Me acerqué corriendo.
"¡Papá, dime qué quieres que hagamos!"
Su cara no transmitía demasiada confianza, es por eso que le hice una pregunta un poco tramposa. La presión haría que dejara las decisiones en manos de otro, o por lo menos esa era mi suposición.
"¿Qué se puede hacer?" Preguntó papá, con un tono que traicionaba su inseguridad.
"No estamos preparados para una situación así. ¿Qué sabemos de estos atacantes?"
"¡Se supone que son los hombres pájaros, ya sabés lo que quieren!" Grité y señalé a Lucía, que se aferraba al cuerpo de mamá.
"Luciano... Si crees que puedes hacer algo, entonces esta vez te apoyaré. Pero no puedo decirte exactamente qué hacer, porque no sé lo que es mejor para todos y no quiero arriesgar a tu madre, a tu hermana o a los demás sin una estrategia clara. ¡Dime si tú tienes una!"
Mamá, que había estado escuchando en silencio hasta ahora, dejó a Lucía en manos de papá, para luego acercarse a mí.
"Hijo mío, sé que siempre has tenido ideas que parecen venir de un lugar que no comprendo del todo, pero has demostrado que sabes lo que haces cuando se trata de defender a tu familia. Sé que es un poco vergonzoso decir esto como madre, pero... estamos en tus manos y en las de Aya y Mirella, nosotros no tenemos la fuerza suficiente para luchar contra esas cosas. Solo... ten cuidado, por favor".
Luego de hablar me dio un beso en la frente.
"Está bien. Les prometo que todo va a salir bien, que todos vamos a estar bien".
Salí corriendo hasta la salida del santuario, puse las manos en ambos extremos de la grieta y comencé a cerrarla usando la piedra de los costados.
La teoría física era relativamente entendible, al estirar la materia desde ambos extremos, lo que hago es que los átomos que la componen se desplacen y se acomoden en el centro, debilitando los extremos.
Sentí la resistencia de la roca, pero con un poco de esfuerzo y concentración, logré manipularla para cerrar la entrada del santuario casi por completo, solo faltaba la parte más alta, donde mi alcance no llegaba.
"Solo dinos cuando necesites ayuda", dijo Aya mientras me levantaba por debajo de las axilas.
Aya, que me sacaba como medio metro, me elevó con facilidad, su fuerza era asombrosa para su elegante apariencia. Mientras me mantenía en el aire, pude alcanzar la parte más alta de la grieta. Mi mente estaba en plena actividad, calculando y reajustando el flujo de energía para asegurarme de que la piedra se restableciera lo más fuerte posible y dejar algunos pequeños huecos para que al menos fluyera algo de aire.
"¡Luciano! ¿Qué pasa ahora?" Escuché la voz de Mirella desde un costado. La pequeña hada voló cerca de mi hombro, sus alas apenas hacían ruido, pero su energía siempre era palpable
"Solo espera mis órdenes, Mirella".
Luego de que Aya me bajó, Suminia me increpó.
"¿Estás loco? ¿Cómo vas a dejarnos encerrados en este momento?"
Caminé en paralelo a la pared que, mirando de frente hacia lo sellado, estaba a la derecha. Cuando llegué a la esquina realicé el mismo procedimiento, hundiendo la piedra para formar una especie de ortoedro, lo que vendría a ser un rectángulo en 3D con aproximadamente una base de dos por tres metros y dos de altura.
"Oye, ¿me estás ignorando?"
Entre esto y lo anterior, se me consumió más de la mitad de mis partículas mágicas. Mi pulsación se empezaba a acelerar al pensar que en cualquier momento Aya gritaría que se rompió la tercera barrera.
"Vengan todos menos Aya y Mirella, por favor. ¡Entren dentro antes de que se rompa la tercera barrera!".
En mi mente el plan era bastante confiable. La idea era atrapar entre barreras de media altura a los hombres pájaro luego de que estos rompan la piedra, y ahí Mirella los atacaba por encima.
Rundia, con Lucía en brazos, fue la primera en entrar en el espacio recién creado, seguida de Samira, quien arrastraba a una renuente Suminia. La resistencia de Suminia era molesta.
"Samira, ¿en serio vamos a obedecerle?" Murmuró, aunque permitió que su hermana la guiara dentro.
Luego de que Tarún pasara, Rin y Anya se mantuvieron más fuera que dentro, esperando recibir algún tipo de instrucción que pudiera surgir de imprevisto.
"Luciano, la tercera barrera..." Dijo Aya entre dientes detrás mío, casi queriendo que los demás no escuchasen
"Por favor esperen todos dentro, les prometo con mi vida que todo va a salir bien, solo necesito que confíen".
Había algunas miradas de confianza, especialmente en los adultos. Algunas otras eran de resignación, de no poder decidir por su propia cuenta.
Justo después de hablar, Mirella me tocó el hombro.
"Luciano, ¿yo qué hago?"
"Vengan las dos, tengo que contarles al oído lo que hay que hacer".
Mirella se subió al hombro de Aya, la cual se inclinó hacia delante para estar a mi altura.
"Te escuchamos".
Mientras le contaba el plan, se empezó a escuchar movimiento del otro lado de la pared, solo quedaba una última barrera para que empezaran a golpear la pared que yo sellé.
"¿Estás seguro? Entiendo... no hay otra forma de salvarnos, déjanoslo a nosotras", dijo Aya.
Sus ojos brillaban con una determinación feroz, no solo tenía que proteger a sus amigos, sino que también tenía que proteger su santuario, su adorado lugar.
Aya estiro las manos, lo que suele hacer al poner las barreras. ¿Las hizo como yo quería? No lo puedo confirmar, porque al parecer las hizo invisibles.
"Luciano, no te preocupes, vamos a protegerlos a todos", dijo Mirella y voló hasta posicionarse contra el techo.
De pronto se comenzaron a escuchar golpes contra la barrera que se suponía que estaba apenas a unos centímetros del otro lado de la piedra. El tiempo se empezaba a agotar y el lugar comenzaba a sentirse más pequeño y sofocante, como si sus paredes se estuvieran achicando un centímetro por segundo que pasaba.
Al mirar atrás, vi que Rin y Anya intercambiaban miradas preocupadas mientras los niños se agrupaban cerca de Rundia, que trataba de calmar a Lucía con suaves palabras y caricias.
Me moví rápidamente y volví a hundir la piedra de la pared, pero esta vez en paralelo a por donde iban a entrar los enemigos. Este iba a ser el escondite temporal de Aya. Luego la tomé de la mano para guiarla y aprovechar el contacto físico para transferirme algunas partículas mágicas.
El llamado santuario había sido modificado estratégicamente tantas veces que ahora parecía un refugio de guerra, donde allí yacían aquellos que solo intentaban sobrevivir y no buscaban pelea.
A decir verdad... A decir verdad, no quiero lastimar a nadie. Pero si no lo hago nos van a matar. Con eso en mente, no me queda más que pelear para proteger al resto.
Esa es la situación actual.
Tomé un gran suspiro antes de realizar el último paso. Caminé hasta ponerme al frente de papá y Anya.
"Lo siento, pero deben mantenerse fuera de esto", dije con la cabeza gacha y empujé a ambos dentro del espacio en el que se encontraban los demás.
"Espera, Lucian..." Las palabras de papá se cortaron cuando con magia levanté el muro que terminaría sellando por completo el pequeño lugar en el que ahora habían quedado atrapados. Creando apenas algunos pequeños huecos dispersos por la superficie para que pudieran respirar.
Murmullos y golpes se escuchaban del otro lado, a los que se le sumaban los de los enemigos, que ya habían terminado de romper la última barrera.
Me posicione en frente de donde iban a venir los supuestos hombres pájaros, justo contra la pared opuesta. Ni siquiera tenía la certeza de dónde estaban colocadas las barreras de Aya, porque no podía verlas. Aun así, yo debía ser la carnada.
Finalmente, la pared empezó a resquebrajarse y volaron piedras de diferentes tamaños por todos los lados, seguramente por la magia de viento
Antes de que pudiera ver quienes estaban del otro lado del polvo que se había levantado, todo el lugar empezó a temblar, oyéndose ruidos a través de las paredes.
Es imposible, ¿acaso lograron encontrar otros puntos por los cuales entrar?
Entre la nube de escombros, los primeros hombres pájaro irrumpieron, golpeando el aire con otra corriente intensa. Sus ojos, brillando con una malicia instintiva, se fijaron en mí, percibiéndome como la amenaza principal. Aunque en realidad, yo era el único en su campo de visión.
Como si fuera poco, el panorama empezaba a ser más desalentador, las paredes y el piso seguían temblando a pesar de que ninguno de los enemigos parecía estar golpeándolas. El sonido venía de todas partes, como si varias personas estuvieran excavando a gran velocidad hacia esta dirección.
¿Podría ser un tipo de animal que rompa la roca? No lo sé, y esto puede llegar a cambiar mis planes para peor.
"Niño de oro... supongo que ya sabes a qué hemos venido. ¿Por qué estás ahí solo? ¡No nos subestimes!" Dijo el jefe, el único que tenía el poder de usar magia de viento, aquel que me atormentaba cuando yo era más pequeño.
En un instante, abrió sus brazos y el viento me hizo salir volando de mi posición inicial, estampándome contra una de las paredes del santuario. El impacto no fue tan fuerte, porque al parecer las barreras de Aya distorsionaron la corriente de aire.
Ya gastó dos ataques sin poder recargar sus partículas en el agua, eso es bueno... Necesito que siga gastando sus partículas mágicas antes de ordenar el ataque.
Me dolía la espalda, pero aun así me levante del suelo mientras veía que otros tres cruzaban por la entrada.
"Sal de donde quieras que estés, mujer zorro. Ya sé que te encanta esconderte, ¿pero no piensas salvar al muchacho? ¡Salgan todos los que estén escondidos!"
Las órdenes habían sido claras, nadie debía actuar hasta que la mayoría de los pajarracos cruzaran la entrada, o al menos hasta que alguna de las dos barreras que conformaban el pasillo invisible estuviera por romperse.
"Viniste con mucha confianza, ¿no? Porque lamento decirte que acá no mujer zorra se encuentra quienes ustedes buscan".
Realmente pude decir eso solo porque Lucía no estaba llorando, o por lo menos la pared que los separaba de nosotros, sumado a los incesantes sonidos que provocaba el temblor no dejaban escuchar demasiado lo que sucedía
"Niño de oro... No nos hagas perder tiempo con tus estupideces. ¿Acaso crees que te creo que estás solo?"
Él miró hacia ambos lados, pero cuando miró hacia arriba, se encontró con Mirella, que no tuvo más opción que atacar.
Ella juntó sus manos hacia delante, dejando salir un gran destello de luz a gran velocidad únicamente dirigido al líder, pero fue contrarrestada por una ráfaga de viento con la misma intensidad.
Por alguna maldita razón, volví a tener un deja vu. Ayer lo mismo... ¿Qué me pasa?
Ambas fuerzas batallaron en el aire, primero parecía que la luz de Mirella iba a terminar impactando sobre el pájaro, pero en poco tiempo él logró estabilizarse y mandó a volar a Mirella por los aires, cayendo contra una de las esquinas del santuario que estaba de mi lado.
No sé si había una explicación física factible para este fenómeno. ¿Cómo era que la defensa de viento era más rápida que la velocidad de la luz? ¿Acaso solo debemos apelar a que son cosas de la magia?
"¡Mirella!" Grité mientras corría hacia la hadita, que estaba abatida contra la pared.
Se levantó con dificultad, su pequeño cuerpo vibrando de esfuerzo. Su luz, normalmente brillante y cálida, titilaba mientras luchaba por recuperarse. El jefe de los hombres pájaro, satisfecho con su hazaña, emitió una risa cruel.
"¿Eso es todo lo que tienen? Qué patético. La última vez les fue mucho mejor, pero parece que bajaron la guardia. ¿Acaso nos tenían miedo y por eso no salían de este escondite?
Vamos muchachos, rompan esas dos barreras, tal vez así salga la mujer zorro".
De pronto ingresaron otros dos más al lugar. Ahora entre ellos estaba el del pico roto y terminaban siendo siete enemigos que golpeaban con sus garras la barrera que a mi vista parecía invisible.
El plan se había disuelto con la caída de Mirella, ahora solo nos quedaba protegerla hasta que pudiera atacar de nuevo.
Empecé a avanzar lentamente hacia ellos, aprovechando que todavía seguían atrapados.
"¿Qué tantos problemas mentales tienes? ¿Acaso te crees especial o superior al resto por tener unos poderes? Ya me tenés cansado a mí y a todos nosotros, querés destruir a una familia solo por suponer que te harás más fuerte. Si tienes poderes entonces úsalos para ayudar y defender a los demás, no para matar.
Taken from Royal Road, this narrative should be reported if found on Amazon.
Pero está bien... porque nosotros cuando tenemos que pelear, peleamos".
"¿Ayudar, dices? A ver, veamos..." Puso una garra en su mentón, mirando hacia los costados, como si estuviera buscando algo.
"¿Realmente crees que la mujer de colas blancas es tu aliada? O será que... te está ocultando algo".
Me está... intentando confundir. Él sabe que Aya fue la última en unirse a nuestro grupo y se agarra de eso para inventar cosas. Aya es una gran amiga... me lo demostró todo este tiempo que estuvo a nuestro lado. Ella nunca me ocultaría cosas importantes.
Mirella, aun tambaleándose, intentó volver a volar, pero su brillo estaba claramente debilitado. El golpe había sido más fuerte de lo que parecía.
"No le creas, Luciano..." Su voz tembló, pero no parecía ser de miedo, sino de rabia.
"No tiene idea de lo que está diciendo. Solo quiere confundirnos..."
El hombre pájaro de nuevo soltó esa horrible carcajada, con una mezcla de desprecio y burla.
"Claro, claro... Pero dime, ¿alguna vez te has preguntado por qué ella te espiaba y se escondía de ti? No me digas que ya lo olvidaste".
Sus plumas brillaban bajo la luz de la bola mágica de Mirella mientras a su lado los demás trabajaban para poder liberarse.
"¿E-Espiarme?" Murmuré, cuando de pronto un dolor intensó sacudió mi cabeza.
Una especie de frío intenso se apoderó de mi cuerpo, como si cada palabra del hombre pájaro fuera un cuchillo de hielo abriéndose paso en mi mente. Había... ¿recuerdos? Difusos que comenzaban a emerger, imágenes fragmentadas de alguien observándome desde la distancia. El dolor se intensificó, las punzadas en mis sienes se volvían insoportables.
"¡Basta!" grité, cayendo de rodillas, mis manos aferrándose a mi cabeza como si intentara detener el torrente de imágenes.
Debe ser un truco... No, soy yo que me estoy dejando influenciar. Aya es buena, ¡ella es mi amiga!
"¡Basta ya! ¡Retráctate de tus palabras!" Grité y lo señalé, siendo la última advertencia antes de atacar.
"Qué se le va a hacer..." Respondió y estiro ambos brazos, trayendo consigo una enorme ráfaga que hizo hacer avanzar a sus compañeros, los cuales salieron corriendo hacia mí.
Al parecer con ese ataque se rompieron las barreras y el lugar retumbó violentamente, como si la mismísima tierra se estuviera desplomando sobre nosotros. Sería un desastre si se derrumbara todo el santuario encima nuestro.
Tres ataques... No falta mucho para que se quede sin magia.
Aya, que hasta ahora había permanecido oculta, finalmente emergió de las sombras del santuario. Su rostro mantenía una calma inquietante, pero sus ojos destellaban con una furia contenida.
"Luciano... no necesitas prestar atención a sus mentiras", dijo, su voz tan serena como siempre, aunque noté una tensión en su tono.
Los que avanzaban para atacarme se toparon con una barrera, pero esta vez sí la podía ver con claridad. Era de un verde traslúcido y cortaba horizontalmente todo el lugar.
"¡Esa maldita! ¡Te voy a matar!" Gritó el pájaro al cual le habíamos roto el pico en nuestro último encuentro. Estaba claro que entre Aya y él habían quedado asuntos pendientes.
El líder de los hombres pájaro le echó una mirada torva.
"Ah, finalmente apareces, zorra. ¿Crees que tu poder puede detenerme?"
Aya cerró los ojos por un breve momento y luego extendió sus manos hacia adelante. El aura amarilla de sus partículas mágicas se intensificó, iluminando un poco más el santuario.
"No subestimes la fuerza de aquellos que protegen lo que aman. Ahora verás lo que significa enfrentarse a mi verdadera magia de defensa".
La barrera comenzó a deslizarse a gran velocidad hacia ellos, empotrándolos contra la pared contraria. El sonido de los cuerpos de los hombres pájaro chocando contra la pared resonó por todo el santuario, seguido por un breve pero profundo silencio.
La barrera se llevó por delante todo, hasta la esfera de luz de Mirella, dejándonos a oscuras. No sabía que ella podía mover las barreras, pensé que solo eran estáticas. Eso fue increíble.
Cuando la pequeña iluminación de Aya desapareció, me di cuenta de que ella había consumido toda su magia en ese ataque. Aya yacía inerte en el suelo, sin energía y completamente vulnerable.
Mirella, ya recuperada, voló por lo bajo hacia donde se encontraba tirada Aya, reponiendo la esfera de luz en el aire volviendo a iluminar todo el lugar.
"Luciano, ¡¿qué hacemos?! Ella no se mueve. ¡Luciano… tenemos que proteger a Aya!”
Corrí lo más rápido que pude hasta llegar a ellas y agarré a Mirella entre mis manos. De un momento a otro ya estábamos fuera del santuario. Teníamos esa ventaja y había que aprovecharla.
"Luciano, ¿¡qué estás haciendo!? ¡Nos estás alejando de Aya!"
Intentó zafarse de mi mano, pero no pudo escapar
"Aya se quedó sin magia, ¡debes transferirle algunas de tus partículas! Tienes que estar en contacto con su cuerpo para hacerlo", dije mientras senté su pequeño cuerpo sobre el agua mágica que corría por el suelo de la gran cueva
Apoyé mi otra mano sobre el agua, así aprovechaba para recargar el doble de rápido las partículas.
"¿En serio? Ah... ¡Sí!"
"¡Ahora andá y salvá a Aya!"
Antes de que pudiera contestarme algo, la lancé con todas mis fuerzas hacia la abertura destruida que era la entrada al santuario.
Ella se estabilizó rápidamente en el aire y giró hacia la izquierda.
"¡Sí funciona!" Escuché desde dentro.
Cuando por fin pude entrar yo también, Aya ya se estaba levantando. Tal vez solo habíamos ganado unos cinco o seis segundos de ventaja, pero eso podía marcar la diferencia.
"G-Gracias... no sé qué me pasó".
Me di la vuelta para ver si estaba todo bien, pero las vibraciones comenzaban a ser tan potentes que desde el techo comenzaban a desmoronarse pequeñas piedras. Lo que fuera que se estaba moviendo a través de las paredes parecía estar cada vez más cerca, amenazando con colapsar todo el lugar.
"¡Luciano, no sé qué pasa, pero esto no va a aguantar mucho tiempo más!" Exclamó Mirella, su voz cargada de preocupación mientras intentaba mantener la transferencia de partículas mágicas a Aya.
"¿Qué hacemos?"
A pesar de todo, Mirella no se había quejado por tratarla tan brusco antes, me encargaré de pedirle perdón luego.
Escapar todos... era una posibilidad factible si Aya podía mantenerlos contra la pared. ¿Pero hasta cuando íbamos a seguir escapando? Esto se termina hoy.
"¡Sí, lo sé, pero tenemos a todos encerrados tras el otro lado de esa pared! Voy a intentar sacarlos rápido".
Me dirigí a la esquina donde apenas se veían los pequeños círculos en la pared, mientras más me acercaba, más murmullos y golpes se escuchaban del otro lado. Estaba claro que más de uno iba a quedar con claustrofobia después de esto.
Con las manos apoyadas contra la piedra, deshice la pared que mantenía a todos encerrados.
"¡Vamos, estamos en problemas! ¡Tienen que salir todos afuera!"
"¡Luciano!" exclamó Rundia, apresurándose a caminar hacia mí con Lucía en brazos.
"¡Los temblores están empeorando!"
Rin, aunque mantenía la calma, miraba alrededor con ojos calculadores, evaluando la situación.
"¿Qué está pasando allá afuera? ¿Estamos a salvo?"
"Eso no importa ahora, ¡salgan todos de inmediato!"
Señalé apresuradamente hacia la gran cueva, donde estaba todo oscuro.
Samira y Suminia, aunque visiblemente asustadas, se mantenían cerca la una de la otra, listas para segur a mis padres. Tarún, con los ojos muy abiertos, seguía a su madre, pero no podía ocultar su asombro ante lo que sucedía a su alrededor.
Cuando parecía que todos estaban por cruzar la salida del santuario, un viento a gran velocidad los hizo retroceder. Por suerte nadie cayó al suelo.
Al mismo tiempo, pude escuchar cómo se rompía la barrera verde, un sonido parecido al de un vidrio quebrándose en miles de pedazos.
Ahora los siete pajarracos estaban libres. Aya y Mirella tomaron la delantera, interponiéndose entre los dos grupos, listas para frenar su avance.
Cuarto ataque... Se termina acá.
"¡Aya, necesitamos una barrera más!"
Aya reaccionó inmediatamente a mis palabras, poniendo otra barrera que no era invisible, sino de ese verde traslúcido.
"No va a aguantar mucho, ¡huyan todos de aquí!"
Antes de que cualquiera pudiera dar un paso, me interpuse en el camino de papá. Me agaché y de la piedra del suelo creé una especie de lanza rudimentaria. En realidad, solo era un palo con un cono de punta afilada en uno de sus extremos. Era necesaria tener un arma de largo alcance, ya que ellos son altos y de brazos largos.
"Tomá, utilizá esto por si necesitás defenderte... Es una lanza".
Papá la tomó entre sus manos, sin saber muy bien cómo funcionaba, pero no preguntó nada.
"Gracias, vámonos entonces, hijo".
"Sí... Sí, pasen ustedes primero. ¡Rápido!"
Con la lanza en mano, comenzó a guiar a los demás nuevamente hacia la salida, mientras Aya y Mirella permanecían firmes en su posición.
No sé si fue por el miedo o por distracción, pero ninguno de ellos miró hacia atrás para ver si yo los seguía.
No debo decepcionarlos.
El santuario estaba a punto de colapsar, lo sentía en cada vibración que recorría las paredes y el suelo. Las pequeñas piedras que caían del techo eran una advertencia clara de lo que venía. El corazón me latía a mil por hora mientras intentaba mantener la calma frente a mis amigos.
La barrera de Aya, aunque fuerte, comenzaba a mostrar pequeñas fisuras bajo la presión de los ataques de los pájaros. La magia de defensa de Aya no era infinita, y se notaba en su expresión la fatiga que comenzaba a sentir.
Al menos es un alivio que las últimas dos barreras hayan sido visibles, para así poder saber en todo momento lo que suceden en ellas.
Me puse a su izquierda, agarrándola de la mano.
"Mirella, ahora dame la mano", dije, estirando mi dedo índice.
Ella aferró su mano alrededor de mi dedo, cuando de repente las partículas mágicas comenzaron a circular entre nosotros, más que todo partiendo desde Mirella hacia mí.
"Somos un equipo, ¿no? También somos mejores amigos y nos cuidamos entre todos", tomé un suspiro antes de seguir. "Esto se acaba ahora, ya no vamos a seguir huyendo de ellos, ¿entienden? Allá fuera hay personas que nos esperan, así que den lo mejor de ustedes. Ya no hay vuelta atrás".
Aya apretó mi mano derecha con más fuerza, aunque su cuerpo temblaba ligeramente. Mirella, siempre la más positiva, esbozó una sonrisa hacia el frente.
"Siempre juntos, Luciano", susurró Mirella, su voz apenas audible sobre el creciente grito de las criaturas.
Los pájaros, que ahora se abalanzaban con furia contra la última barrera, se veían distorsionados a través del verde traslúcido, sus cuerpos alargándose y sus ojos anaranjados brillando con una energía perturbadora.
"¿¡Qué están tramando, estúpidos!? ¡Tráiganme ya a la niña!" Gritó desesperado el líder.
Se ve que su desesperación radicaba en que apenas tenía dos partículas mágicas en su cuerpo. Tal vez solo le quedaría un ataque antes de quedarse inmóvil o, al menos, no poder atacar más.
"Mirella, empezá a cargar un ataque contra él, recordá todo lo malo que nos hicieron, cómo nos echaron de nuestro hogar.
Aya, vos avisanos cuando esté a punto de romperse", murmuré por lo bajo.
"En lo posible, no suelten mi mano".
Mirella empezó a concentrar toda su energía en su mano libre mientras una esfera de luz comenzaba a formarse frente a ella, brillando intensamente.
"Voy a hacer que se arrepientan de habernos atacado... Los odio".
Mirella apretó mi dedo con una intensidad que no le había visto antes y su magia comenzó a chupar todas nuestras partículas mágicas.
"¡No puedo creer que nos hayan perseguido hasta acá! ¡Siempre intentan separarnos, siempre!" Gritó, su voz temblando de rabia contenida.
Hasta ahora había mantenido la calma, pero parecía que mis palabras tocaron una fibra sensible en ella.
Ahí no terminó todo, sino que seguía tirando frases cargadas de ira.
"¡Nos quitaron nuestro hogar, nuestra seguridad!"
Sus ojos estaban húmedos, pero no de tristeza, sino de rabia impotente.
"¡Los odio! ¡Los odio! ¡Los odio! ¡Voy a hacer que se arrepientan de habernos atacado!"
Aya, que seguía sujetando mi mano, observaba a Mirella con preocupación.
"Luciano... la barrera... está a punto de ceder", murmuró, su voz tensa.
"M-Mirella... debes mantener la calma". dije, pero sabía que cualquier cosa que le dijera era en vano, porque sus emociones ya habían cambiado.
Maldición, ella nos está dejando secos. ¿Qué está preparando? No podía decirle que se detuviera ahora.
Por un momento, sentí una punzada en el pecho. Este no era el mundo que ella debería estar experimentando. Ella era luz, era alegría, y esos malditos la habían llevado al borde. Pero... también lo entendía. ¿Cómo no estar tan lleno de rabia? No solo nos habían hecho huir, nos habían perseguido, destrozado nuestra vida una y otra vez, hasta llevarnos a este punto.
Luego de que Aya y yo quedáramos con solo una partícula mágica en nuestro cuerpo, la esfera de Mirella comenzó a flotar lentamente por el aire en dirección a los enemigos. Parecía totalmente inofensiva, como si de un globo se tratase.
Mirella soltó mi dedo y se subió a mi hombro, solo que sus movimientos no eran normales.
De un momento a otro, posicionó sus pies uno delante del otro e inclinó su cuerpo hacia el frente, propulsándose hacia delante para luego usar sus alas en el aire.
A una gran velocidad, extendió la palma de su diminuta mano, llevándose consigo su creación de magia.
"¡Hyaaaah!"
El grito de Mirella resonó por todo el santuario, mezclándose entre los ruidos desconocidos que aún continuaban del otro lado de las paredes y piso. La bola de luz guiada por Mirella se llevó por delante la frágil barrera.
En un movimiento rápido, el hombre pájaro gastó toda su magia en intentar detener su avance. Las dos potencias batallaban por segunda vez en el mismo día.
En ese remolino de aire, la piedra con partículas, la que debía contener a una criatura mágica, salió disparada hacia mí, chocando contra mi frente. Por suerte logré agarrarla en el aire antes de que se me escapara.
Yo seguía agarrado a la mano de Aya; si no, ya hubiera salido volando hace rato. Ella era enorme en comparación con el promedio de altura de todo el grupo.
"¡Maldita...! T-Te vas a arrepentir de todo esto... Con ese niño vas... ¡Vas a pasar toda una vida llena de desgracias!" Gritó, pero la inmensa energía que traía esa bola terminó impactando contra su pecho.
'Vas a pasar una vida llena de desgracias'... esas palabras se quedaron conmigo. ¿Era una maldición real o simplemente la desesperación de un ser que sabía que estaba perdido? No podía evitar preguntarme si tenía algo de verdad. Algo en mí se preguntaba si todas estas batallas, todas estas pérdidas, terminarían algún día o si simplemente estábamos condenados a seguir luchando sin fin.
"¡Aaagh! ¡Maldita hada! ¡Me quemo! ¡Me quemo! ¡Quema!"
El pecho del hombre pájaro comenzó a desintegrarse lentamente bajo la presión de la energía. La carne, que ya de por sí tenía una apariencia extraña, se derretía y chamuscaba. Sus plumas negras, que parecían tan imponentes antes, ahora se tornaban en cenizas mientras ardían en llamas.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando el hombre pájaro gritaba, esa mezcla de furia y dolor que resonaba en el santuario. Algo dentro de mí quería regocijarse al ver cómo se consumía, como si fuera un justo castigo por lo que nos había hecho. Pero otra parte... otra parte de mí se sentía incómoda.
Ese ataque no solo estaba cargado de venganza y frustración, sino que tenía demasiada magia de luz compactada, como si hubiera puesto una bola de hierro a cientos y cientos de grados centígrados.
No... en realidad, era como si hubiese creado al mismísimo sol en miniatura.
Mirella se alejó de la escena volando en retroceso, mirando como los demás hombres pájaro se tiraban contra su líder en un intento desesperado de auxiliarlo y quitarle la bola ardiente. Sin embargo, el fuego comenzó a expandirse de cuerpo a cuerpo.
Uno a uno, los hombres pájaros cayeron, sus cuerpos retorciéndose en el suelo, incapaces de soportar el dolor.
Finalmente, el líder de los hombres pájaro, o lo que quedaba de él, se desplomó sobre sus rodillas, su rostro desfigurado en una mueca de dolor inhumano. Su carne se desintegraba, deslizándose por sus huesos como si se desmoronara en polvo.
Él levantó una de sus largas y esqueléticas manos hacia Mirella, como si quisiera alcanzarla con ella.
"Te... maldigo... a todos... ustedes".
No quedó nada de él, ni siquiera una pluma. Todo se había reducido a polvo.
El santuario, ahora lleno del olor a muerte y cenizas, era testigo mudo de nuestra brutal batalla. Mirella se giró lentamente hacia mí, sus alas temblando, sus ojos aún llenos de lágrimas que brillaban en la penumbra.
"Luciano..." Su voz era un susurro cargado de dolor y culpa.
"Lo siento... no pude detenerme... Pero... no podía dejar que nos lastimaran de nuevo".
Sentí una mezcla de alivio y cansancio. Sabía que habíamos ganado esta batalla, pero también sabía que esta victoria había dejado una marca en todos nosotros, especialmente en Mirella.
Solté la mano de Aya para acercarme a Mirella, pero antes de que pudiera decir una palabra, uno de los hombres pájaro que se retorcía en el suelo se levantó del suelo mientras ardía en llamas. Era aquél que tenía el pico roto.
"¡Maldita zorra! ¡Vas a morir tú también!" Gritó mientras se dirigía hacia Aya. que estaba cerca de la salida.
Cada paso que daba parecía agonía pura, pero eso no lo detenía. No, estaba más decidido que nunca a llevarse a alguien con él al infierno. Y lo peor... Aya, que estaba concentrada en intentar irse a recargar partículas, no lo había visto venir.
Sabía que Aya ya no podía conjurar más magia porque si no quedaría inmóvil, así que corrí y me tiré contra las piernas del pajarraco.
Era a todo o nada, si esas llamas llegaban a tocar a Aya, era el fin para ella. Sería imposible apagar el fuego en su enorme cuerpo y con semejante ropa que llevaba puesta.
Los dos caímos contra una de las paredes. A él se le habían quebrado las piernas, o eso me parecía.
Mi piel empezó a quemarse por las llamas mientras forcejeaba con él.
"¡Nunca te atrevas a tocarla!" Grité, agarrando la piedra en mi mano con todas mis fuerzas.
La piedra mágica brilló en el aire antes de impactar con fuerza en la frente del hombre pájaro, perforando su débil cráneo en un sonido sordo.
No pude saber si realmente estaba muerto, porque de pronto la pared se derrumbó encima nuestro, quedando los dos bajo escombros de piedra. Ante la falta de oxígeno, las llamas comenzaron a apaciguarse, pero el ardor en mi piel, especialmente en mi rostro, era insoportable.
Comencé a sentir pasos encima míos, como si alguien estuviera cruzando a través de donde se había derrumbado todo. Pero aquellos que cruzaban no parecían ejercer mucha presión sobre mi cuerpo.
Maldición... no me puedo mover.
"¡Gnomo rojo! ¡Gnomo rojo! ¡Gnomo rojo!" Se escuchaba repetidamente.
¿Gnomo rojo? ¿¡Qué carajos está pasando allá fuera!? El piso... sigue temblando y las paredes también. ¿Será un ataque sorpresa?