Todavía seguíamos corriendo por la selva formando una fila humana al sostenernos de las manos. También, todavía seguía manteniendo a Mirella contra mi pecho.
"No puedo perderla, no puedo perderla..." Me repetía en la mente, como si de alguna forma, mis pensamientos pudieran revertir lo que acababa de suceder. Pero ¿cómo? No podía darle vida de nuevo. Ni siquiera entendía cómo funcionaba del todo la magia que ella usaba.
En medio de la carrera, una parte de mí deseaba poder detener el tiempo. Poder parar y pensar, reflexionar sobre todo lo que habíamos dejado atrás y buscar una solución, pero la realidad era que estábamos en medio de una huida desesperada.
¿Qué dirían los demás si supieran lo que había sucedido? ¿Cómo podría mirarlos a la cara después de esto? Anya, Suminia, Aya... todos confiaban en mí para guiarlos, para protegerlos. Y aquí estaba, fallando de la manera más devastadora posible.
"Mirella..." Susurré una vez más, apretando los dientes, casi como si supiera que era inútil. Y, aun así, la idea de seguir sin ella... no podía aceptarla.
"¿Sí, Luciano?" Escuché de una voz chillona y el alma me volvió al cuerpo al darme cuenta de quién hablaba.
El alivio que sentí al escuchar la voz de Mirella fue casi indescriptible, como si una ola cálida hubiera barrido todo el miedo y la culpa que había estado acumulándose dentro de mí. Bajé la mirada rápidamente, y ahí estaba, abrazada a mi pecho, con esos ojos verdes que me miraban de vuelta, brillantes, aunque cansados.
¿Fue por la magia? En este preciso momento, algunas de mis partículas se estaban traspasando hacia ella.
Le acaricié la cabeza con la misma mano que la sostenía y seguí avanzando.
"¿Luciano? ¿Por qué me miras así?" Su voz era suave, casi juguetona, pero también noté una fragilidad en su tono.
Estaba agotada, y yo lo sabía, incluso aunque ella no quisiera admitirlo.
"Nada, solo quería decirte que te quiero mucho".
Finalmente, el arroyo apareció ante nuestros ojos. El agua cristalina reflejaba la luz de una manera casi mágica, como si nos invitara a entrar y sanar nuestras heridas. Sabía que este arroyo no solo curaría nuestras heridas físicas, sino también las mágicas. Mirella podría recuperarse, y yo... bueno, tal vez podría aliviar un poco la carga que llevaba.
Todos llegamos exhaustos, principalmente mamá, que siempre se agitaba y cansaba rápidamente.
"¡El agua mágica!" Gritó Mirella, ya sabiendo a qué veníamos.
Se tiró de cabeza dentro, recargando sus partículas y bebiéndola para sanar heridas.
Me di la vuelta para mirar a los demás.
"Chicos, esta agua es especial, porque si beben de ella sus heridas sanarán por completo".
La breve explicación era necesaria, porque claro, por más que mamá la hubiera bebido en su momento, no había sido directamente del arroyo y nadie más, salvo Mirella y yo, sabíamos de sus propiedades curativas. Bueno, creo que Aya también lo sabía.
"¿En serio?" Preguntó Anya, todavía agarrando la mano de su hijo Tarún.
Los dos se metieron dentro del arroyo.
"Ya habíamos venido aquí con mi mamá, pero no sabíamos que esta agua era especial", agregó Tarún, sintiéndose seguro para hablar bajo el agarre de su madre [https://img.wattpad.com/c86be61bf81dcfe7ae57030f93f91f5b5414874d/68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f4d4875456d4c796e7447505768513d3d2d313435363737353937392e313765363239373033333236303265393131323632353231323732322e706e67?s=fit&w=1280&h=1280]
"Ya habíamos venido aquí con mi mamá, pero no sabíamos que esta agua era especial", agregó ahora Tarún, sintiéndose seguro para hablar bajo el agarre de su madre.
"No perdamos tiempo, por favor. Todos tomen del agua del arroyo y vámonos a buscar a Samira".
Suminia me miró con una cara diferente a la de siempre, como si de alguna manera le gustara que me comprometiera a pensar también en su hermana a pesar del caos que estamos viviendo acá.
No podíamos perder nada, pero nada de tiempo, porque en cualquier momento podríamos tener a los pajarracos persiguiéndonos por el bosque.
Me acerqué al borde del arroyo, bebiendo el agua de entre mis manos mientras Mirella se acercaba flotando por encima del agua, dándome una sonrisa aliviadora después de lo que sucedió.
Aya, que fue la menos afectada físicamente, se acercó a mí mientras los otros tomaban el agua.
"¿Ya estás mejor?" Preguntó mientras tocaba suavemente su tela roja que ahora servía de vendaje en mi hombro izquierdo.
"A ver..."
Comencé a desatar el nudo en la tela, liberando mi brazo que ahora estaba en perfecto estado.
"Esta agua tiene ese efecto de curación. Vos ya lo sabías, supongo".
"Sí, es la misma agua que baja por la cueva que llega hasta mi santuario".
"¡Es verdad!" Gritó Anya de repente, emocionada al sentir que la piel de sus manos quedaba como nueva.
"¡Gracias por decirnos sobre esto, Luciano!"
"¡Cierto!" Gritó mamá, algo exaltada.
"Yo recuerdo que había tomado un agua que me curó de una herida, pero nunca supimos quién la trajo. ¿Cierto, amor?" Preguntó y miró a papá.
Ellos se quedaron hablando de ese momento, mientras tanto Aya escuchaba atentamente.
Recuerdo que en esos dos o tres días la pasamos bastante mal... Bendita sea la magia de este mundo, nos salvó un montón de veces ya.
Me puse a lavar rápidamente la tela de Aya para limpiar la sangre. Lo que le puse en su ropa es provisional y no quiero tener problemas de que se le salga y quede desnuda frente a todos.
Una vez mas o menos limpia la tela, la estrujé lo más fuerte posible y me acerqué a Aya, agarrándola del brazo.
"Vení que te voy a acomodar la ropa, está algo húmeda, pero no importa".
Asintió con la cabeza.
"Está bien".
Nos alejamos del grupo y nos pusimos detrás de unos de los árboles.
Esta vez Aya no se avergonzó al ver que alguien más tocaba su ropa. Le quité el alfiler de piedra improvisado y ajusté rápidamente la tela roja alrededor de su prenda, evitando ver su piel expuesta.
Luego de envolver su tela alrededor de su cuerpo, ella se dio la vuelta y me dio permiso para atar la tela desde atrás.
"Hiciste un buen trabajo guiando a todos fuera del peligro. Aunque a veces no entiendo bien tus métodos", dijo, mirándome por encima de su hombro.
"Mis métodos no siempre tienen sentido, ni para mí", admití.
"Pero en momentos como estos, no hay tiempo para pensar demasiado. Solo... actúo".
Se me hizo un poco difícil hacer el nudo por culpa de sus cinco colitas que se movían de un lado a otro, rozando mis manos. A pesar de la situación, no pude evitar sonreír ante lo curiosas que eran. Me preguntaba si Aya se daba cuenta de cuán poco discretas eran a veces., pero me abrí paso y terminé de ajustar todo como estaba antes. Su pelaje y ropa contrastaban con la tela roja, ella emitió un suspiro de alivio cuando terminé.
"Listo, ahora ya nos vamos a mi hogar, allá nos espera la chica que se llama Samira".
Una vez ya de vuelta con el grupo, escuché que cuchicheaban algo sobre Aya, pero rápidamente les corté la inspiración.
"¿Están listos? Ya tenemos que irnos a la cueva... ¿Y Suminia?"
Miré para todos los lados, pero no la encontré.
"Chicos, ¿no vieron a Suminia?" Pregunté, pero tenía más ganas de decirles: '¿Son idiotas o descuidaron justo a la más loca del grupo?'
Anya se acercó, con Tarún a su lado.
"¿Crees que ella se haya escondido por alguna razón? No parecía muy segura de sí misma cuando la encontramos... Lo siento, pero yo no vi nada. Hay que buscarla urgente".
Al instante, mi mente comenzó a correr a mil por hora. ¿Cómo es posible que no la hayamos notado irse? Miré a Mirella, que estaba cerca, flotando sobre el arroyo.
"Mirella, ¿la viste moverse en algún momento?"
Ella negó con la cabeza, su expresión era seria.
"No... pensé que estaba con el resto del grupo todo el tiempo".
Justo cuando Mirella terminó de hablar y mis padres se acercaban a mí, una voz desde las sombras resonó por todo el ambiente.
"¡Todos quietos o la mato!" Fueron las palabras que se escucharon del... hombre pájaro al que Aya le había roto el pico.
"¡Ahora traigan a la madre del niño de oro!"
El aire se llenó de tensión mientras todos nos quedábamos quietos mirando cómo él la tenía tomada por el cuello, con sus garras clavadas en ella para no dejarla escapar y matarla en cuanto hagamos un paso en falso. Ella parecía aterrorizada, con lágrimas corriendo por su rostro sucio. El hombre pájaro nos miraba siniestramente.
Salvo Mirella, todos quedamos paralizados al costado del arroyo cuando el hombre pájaro tenía de rehén a Suminia, era aquél que dejamos encerrado entre cuatro barreras en medio de la selva, pero se ve que, al demorarnos tanto, logró escapar... No lo tuvimos en cuenta y ahora estábamos en una encrucijada.
Él la tenía tomada por el cuello, con sus garras clavadas en ella para no dejarla escapar y matarla en cuanto hagamos un paso en falso.
"P-Por... Por f-favor ¡Vayan con mi hermana!" Gritaba Suminia en un llanto ahogado casi sin poder respirar. Sus pies se arrastraban contra la tierra, intentando zafarse del agarre por sus propios medios.
¿Cuánto tiempo más voy a poder llevar esta situación sin romperme?
"¡No te vamos a dejar acá, Suminia! ¡O nos vamos todos o no nos vamos!"
Mientras hablaba, miraba a mi alrededor, intentando idear alguna estrategia.
"¡Oye, tú! ¿Dime, por qué hacen esto?"
"El niño de oro... Ya te dije que vivimos para nuestro líder. Necesitamos que él se haga más fuerte, así que tráeme a tu madre y los dejaremos en paz".
"¡No te daremos a nadie, ya larga a la niña!" Gritó Rin, enojado e intentando avanzar contra él, pero lo frené con la mano y lo miré a la cara, dando un paso hacia delante para tomar la palabra.
Algo de tiempo... Había que lograr algo de tiempo hasta que Mirella encuentre el momento adecuado para atacar, era la única manera.
Por más que me pesara lo que le sucedió antes, este tenía que ser el último esfuerzo.
Con todos detrás de mí, di otro paso más antes de volver a hablar, ahora con voz más serena y persuasiva.
"Hacerse fuerte a costa de matar a los demás no es algo que esté bien, ¿sabes? Además, ¿por qué quieres que otro se haga fuerte cuando vos también tenés la oportunidad? ¿O el problema es que le tenés miedo a tu líder?"
Esperando su respuesta, por lo bajo le hice una seña con la mano a Suminia para que no se moviera.
El ambiente se tensó aún más mientras el hombre pájaro procesaba mis palabras. Su rostro, aunque en parte deformado por el pico roto, revelaba duda, quizás hasta miedo. Mantuve mi mirada fija en él, aprovechando cualquier fisura en su resolución. Sentí que cada segundo contaba, que, si bajaba la guardia, Suminia sufriría las consecuencias.
Él ensanchó los ojos al escucharme, ahora apretando menos el cuello de Suminia.
"Yo... ¿Hacerme más fuerte? ¡Me estás mintiendo!"
"Tu líder me dijo que iba a comerse al futuro hijo de mi madre, así es como él se volverá más fuerte".
Al escuchar eso, mamá retrocedió con miedo y cayó al piso, pero yo no paré de hablar.
"¿Por qué él sí y vos no? ¿No te pusiste a pensar por qué ustedes no pueden usar magia y él sí?"
Comencé a avanzar lentamente, haciéndolo retroceder.
¿Cuánto más puedo prolongar esto? Sentía la presión de cada mirada detrás de mí. Mamá, aterrada, estaba en el suelo, papá listo para saltar en cualquier momento, y Mirella... No la veía, pero seguro que estaba lista, lo sabía.
"¿No será que su líder lo quiere acaparar todo y ustedes son tan sumisos que hacen lo que él quiere?
Son escoria, basura, algo desechable para él".
Mis palabras resonaban en el silencio del bosque, pero también en mi propia cabeza. Estaba jugando un juego peligroso, pero si había algo que entendía, era que estas criaturas vivían bajo la sombra de alguien más. Un líder que los manipulaba, que los utilizaba. Y el orgullo herido era una herramienta poderosa. Cada paso que daba hacia él era un riesgo, pero también una apuesta que tenía que ganar.
La duda que sembraba en él era mi única esperanza de ganar tiempo. Un minuto más, solo un minuto más...
"¡Aléjate!" Respondió ante mis agresiones, apuntándome con una de sus garras.
"¡La voy a matar!"
Hizo unos pasos más hacia atrás y chocó de espalda contra uno de los árboles.
Logré ver la diminuta figura de Mirella moviéndose rápidamente por entre los árboles.
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Yo seguí avanzando a paso firme hacia él.
"Imagínate lo tan despreciable que sos que no podés ni siquiera contra unos niños. Además, ya estás viejo, usado y roto".
Posé mi mano sobre mi boca, formando un pico con los dedos.
"Sos una porquería, algo que se usa hasta romperse y se tira para no tener que verlo nunca más".
El hombre pájaro se quedó callado por un momento, mirándome fijamente. Podía oler su sed de sangre mientras la presión en su garra sobre el cuello de Suminia aflojaba levemente. Ahora al que quería matar era a mí.
Perfecto, ahora lo tengo donde quería.
"¡Cállate!" Gritó y pataleó, rompiendo su silencio de rabia.
"¡No sabes nada sobre nosotros! Nuestro líder es poderoso, nos ha prometido poder y gloria. Nos ha... nos ha..."
Aya, con su mirada fija en la escena, parecía calcular el momento oportuno para intervenir y empezó a avanzar desde mi derecha.
"Aya, fuera. Que no se acerque nadie".
Señalé con mi dedo hacia atrás, para que retrocediera junto a los demás. Volví a mirar al pajarraco, ahora con una mirada más seria.
"No te escuché, ¿qué dijiste que te dio?"
La voz del hombre pájaro se llenó de duda por un instante.
"Yo... yo..."
Tiró a Suminia fuertemente a un costado y se abalanzó contra mí a paso rápido, sus garras afiladas estiradas y listas para agarrarme.
"¡Maldito!"
Por más que nos separaban unos pocos metros, me quedé inmóvil, con mi más plena confianza en Mirella. En estas circunstancias ella no falla, más si ve que estoy en un peligro inminente.
'Permiso para matar', le dije antes, pero en realidad, desde lo más profundo de mí, no quería terminar matando a nadie... Así no era el plan perfecto que había ideado. Seguro que así no lo querría Sariah... Ya no sé ni qué es lo correcto
El tiempo parecía pasar a cámara lenta cuando el pajarraco corría hacia mí y Mirella todavía no atacaba. Lo que era plena confianza se fue transformando poco a poco en miedo.
Antes de empezar a hacer un paso hacia atrás, él chocó contra algo invisible, quebrándose un poco más el pico de lo que ya estaba y agarrándoselo con dolor. Estaba claro que Aya fue la primera en actuar, pero ¿por qué?
"¿Por qué no te moviste? ¡Idiota!" Gritó Aya. Era la primera vez que la veía genuinamente enojada hacia mí.
Mi mente quedó en blanco. Aya me había salvado, pero la mirada que me lanzaba no era de alivio, ni mucho menos. Era una mezcla de ira y decepción, una combinación que me hizo sentir pequeño, vulnerable. Su grito todavía resonaba en mi cabeza.
No le respondí nada, todavía estaba procesando lo que acababa de pasar, ¿dónde está Mirella? Yo confiaba en ella, ¿cómo iba a saber que no actuaría a tiempo?
Aya se acercó al enemigo y pareció encerrarlo una vez más entre cuatro barreras mágicas.
"¡No vuelvas a poner en riesgo tu vida de esa manera!" Gritó papá desde detrás mío. Sus palabras se sintieron frías y repulsivas al chocar contra mi nuca, esparciéndose como un virus letal por dentro de mis oídos.
Mi pecho se llenó de un calor sofocante. Mierda... sabía que había sido un error, pero, ¿acaso no confiaban en mí? Siempre soy yo el que se enfrenta a las situaciones más peligrosas. El que, a fin de cuentas, termina lidiando con lo que nadie más puede.
Y Mirella... ¿dónde estaba Mirella? Su ausencia era una carga adicional. Confiaba en ella para hacer el golpe decisivo, pero no la había visto actuar. Tal vez estaba esperando el momento perfecto. O tal vez no estaba lista. No quería pensar mal de ella, pero la incertidumbre me carcomía.
Miré hacia atrás, ahí estaba mamá todavía intentando levantarse del suelo. Ella no sería alguien que también me regañaría, ¿no? Siempre la había sentido más comprensiva, más dispuesta a apoyarme, pero aun así... ¿qué pensaría de todo esto?
Me volví a acordar de la urgencia en las palabras de Samira, ella está embarazada. A partir de ahora debía mimarla y no causarle ningún tipo de problema extra.
Detrás estaban Anya y Tarún, observando en silencio.
"¿¡Me escuchaste o no!?" Volvió a gritar papá.
"Sí... papá", respondí sin mirarlo a los ojos, casi como si fuera una obligación responderle esas dos palabras. Eso era lo que un niño debía hacer.
Fui directo a ver a Suminia, que ya estaba recomponiéndose solitariamente.
"Suminia, ¿estás bien?"
Se sobó las marcas en su cuello antes de hablar.
"Sí, estoy bien... deberías pensar más en ti... tonto", fue bajando la voz mientras terminaba la frase y se cubrió la cara con el pelo.
Me arrodillé junto a ella mientras escuchaba los pasos de mis padres al acercarse.
"Menos mal..."
Suspiré al ver que todo estaba bien, faltaba encontrar a Mirella y ya podíamos irnos.
El hombre pájaro, atrapado ahora entre las barreras de Aya, gritaba y se retorcía, pero ya no era la amenaza inmediata. Estaba contenido. Había perdido su furia inicial, y ahora solo parecía patético, como un animal acorralado que, al darse cuenta de su debilidad, se desmorona.
"Cierra la boca".
"No, ¡debes venir con nuestro líder!"
Aya y el otro estaban discutiendo hasta que yo llegué.
"Aya, vámonos ya".
"Está bien, pero vamos a tener que hablar sobre muchas cosas que tienes que reconsiderar".
¡Ella ya sonaba como si fuera mi madre!
"¡Niño de oro! ¡Niño de oro!" Gritaba para llamar mi atención el plumoso dentro de la jaula mágica.
De pronto, en la lejanía de lo que ya era bosque...
"¡Mirella!" Grité al ver algo brillante volando hacia nosotros a gran velocidad.
"¡Sí! ¡Es el hada!" Exclamó Tarún y se puso al lado mío, En ese momento me di cuenta de que es un poco más alto que yo.
Ella se frenó abruptamente frente a nosotros y señaló el lugar desde donde venía. Actuaba como si antes no la hubiera necesitado
"Luciano, ¡ellos ya nos encontraron! ¿Qué hacemos?"
Mirella estaba frente a nosotros, su rostro reflejaba preocupación y urgencia. Ella seguía señalando en dirección al bosque, donde se escuchaban ruidos y movimientos. Los hombres pájaros estaban cada vez más cerca.
Aya, aún enojada, se cruzó de brazos y me miró con severidad.
"No podemos quedarnos aquí. Si vienen más, no podremos manejarlos a todos. Debemos movernos, y rápido".
¿Acaso estaba intentando tomar el mando?
Miré al cielo, cubierto por las copas de los árboles. ¿Sariah estaría observando desde su reino Inter dimensional? En ese momento, deseé poder comunicarme con ella, pedirle consejo, una señal, algo. Pero sabía que eso no sucedería, por más que ella pueda escuchar todos mis pensamientos. Estaba solo en esto. Me había traído aquí para un propósito, pero ese propósito parecía cada vez más confuso.
Debía responder.
"Obvio, Aya. Vamos a seguir el plan original y llegar hasta la cueva con Samira", dije, intentando contrarrestar su flojo intento de autoridad.
Luego desvié la mirada hacia la pequeña hada.
"Gracias por avisarnos y darnos algo de tiempo, Mirella".
Estaba claro que no era momento de poner a reclamarle que había desaparecido sin previo aviso. Ahora nos había traído una información muy importante.
Me dirigí hacia los demás, haciéndoles señas con la mano, indicando que empezáramos a avanzar.
"¡Todos hacia la cueva, vamos! No podemos perder más tiempo con este tipo".
Suminia aprovechó para tomar un sorbo de lagua mágica y curar su herida en el cuello.
"¡Niño de oro! ¡Niño de oro!"
El hombre pájaro continuaba con su insistente apodo estúpido desde su prisión mágica, pero sus palabras apenas eran un zumbido en mis oídos. Aya lo tenía atrapado, y aunque sabía que no representaba un peligro inmediato, su sola presencia me molestaba. Era un recordatorio viviente de los problemas que seguían acumulándose, uno tras otro, sin que yo pudiera detenerlos.
Salimos de la zona del arroyo, dejando encerrado al pico roto.
"¡Te juro que te voy a encontrar y te voy a hacer pagar lo que me hiciste, peluda de mierda! ¡Maldita seas tú y el niño de oro!" Su voz se desvanecía entre los árboles mientras corríamos a paso rápido.
'Peluda de mierda' debe haber sido el insulto más estúpido que había escuchado en mi vida. Bueno, al menos en Argentina nunca se escucharía algo de tan bajo calibre.
Mirella, siendo la más ágil, lideraba el avance, ayudándonos con una bola de luz que la seguía a gran velocidad por entre los árboles.
A mi lado estaban mis padres. Rundia ya se notaba algo agitada, mientras que Rin iba a paso firme, pero con una mirada muy seria, rozando el enojo.
Por detrás nuestro iban los demás... espero que estén bien y no suceda nada raro.
"Mamá, ¡Mirella es increíble!" Escuché de la voz de Tarún, que parecía siempre emocionarle el ver a Mirella.
Yo lo tenía como que era un poco tímido, pero parece que en este tiempo que estuve fuera, él estuvo entrando en confianza con los demás.
Lo que sí no se lo quita nadie es el ser mamero.
No costó mucho tiempo el darme cuenta que mi cuerpo de niño ya estaba al límite. Me dolían los músculos de los brazos y las piernas las tenía casi adormecidas. Menos mal que ahora, ya casi de noche, llegamos a la bendita cueva. Hoy debo haber pasado el peor día de mi vida, de mis dos vidas.
Mirella redujo su velocidad para dejarme pasar primero.
"Tranquilo, Luciano, ya llegamos".
Mirella tenía una sonrisa en su cara, volando cerca de mi rostro. Su tono era más calmado, casi maternal, como si supiera exactamente lo que necesitaba en ese momento.
Por Dios, que Samira esté bien y podamos tener unos segundos en paz...
Agitado, miré de reojo los cubiertos y el plato que había fabricado para mostrarle a mi familia. Realmente ya no me importaba hacerlo, solo estaba pensando en cómo salir de este problema con esos tipos que quieren arruinarnos la vida. Pasé de largo al lado de mis creaciones y por suerte, al mirar hacia el fondo, allí estaba Samira, con sus ojos empañados en lágrimas.
Ella ni siquiera había terminado de comer la ñaña que le dimos, espero que ahora mejore de ánimo al ver a su hermana, al ver que cumplí mi promesa de traerlos de vuelta.
"Samira... mira quienes vinieron"
Me hice a un costado para dejar pasar a los demás, Suminia fue la primera en salir corriendo a abrazarla.
Samira se levantó del suelo y corrió hacia Suminia como si todo el miedo y la angustia que llevaba acumulando se derritieran en ese abrazo. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se desbordaron, y ambas hermanas se quedaron ahí, abrazadas, llorando juntas en un silencio que, por extraño que parezca, traía paz. No necesitaban palabras. Suminia acariciaba la cabeza de Samira, apartándole el cabello del rostro mientras murmuraba palabras que no alcanzaba a escuchar.
Solo por unos segundos, la cueva nos daba una sensación de seguridad, de que ya habíamos superado todo. Claramente todo eso era solo pasajero.
Rundia, todavía jadeante, se dejó caer sobre el suelo, de rodillas y apoyándose con sus manos.
"Ay... N-No puedo más".
"¿Rundia, estás bien?".
Rin controlaba que ella estuviera bien, más sabiendo que está embarazada. Luego caminó hacia la entrada de la cueva, mirando hacia un lado y hacia el otro.
Los tres restantes llegaron en buen estado, esperando ver si decidíamos algo. Anya, Tarún y Aya eran esos tres que no pertenecían al cien por ciento a nuestro grupo, más que todo por Aya, que ni siquiera la presenté formalmente con los demás.
Y Anya y su hijo... Parece que al final habían aceptado mi propuesta de quedarse con nosotros.
Respiré profundamente una y otra vez, intentando calmar la agitación que tenía, antes de hablar necesitaba sonar seguro. Sabía que tal vez no todos los presentes podrían estar de acuerdo en seguir con mi familia. A eso se le sumaba que podría haber dudas culpa de lo que sucedió antes.
"Escuchen todos, supongo que ya se dieron cuenta que es peligroso seguir viviendo en esta cueva, lo más seguro es que sigamos estando en la mira de esos tipos. De hecho, en este momento deben estar viniendo hacia acá o planeando algo. Hay que moverse y dejar atrás el lugar, ya tengo la idea de un lugar donde podemos irn..."
"¿Por qué sigues decidiendo por tu cuenta?" Papá cortó en seco mis palabras.
Su tono grave dejó claro que estaba dispuesto a discutir, y Rundia, visiblemente exhausta, se sentó en el suelo, intentando recuperar el aliento y sin decir nada.
La situación demandaba elegir mi decisión, algo rápido y de sentido común.
Miré a mi padre, pero esta vez con más determinación que cuando estábamos en el arroyo. No podía simplemente dejar que la duda me comiera por dentro. Había tomado decisiones difíciles, y aunque algunas podrían haber sido impulsivas, siempre habían sido con el bienestar de todos en mente
"¿Acaso quieres quedarte? No podemos quedarnos aquí, no después de lo que pasó. Solo estoy proponiendo un plan para protegernos"
Me señaló con el dedo antes de responderme, como si con solo ese gesto pudiera hacerme responsable de todo lo que estaba pasando.
"¡Tú tienes que escuchar a tus padres y no meterte en cosas raras! ¡Sabes que vinieron por tu madre porque tú te fuiste con estas dos mujeres y no me hiciste caso!"
Sentí que mi corazón latía con más fuerza de lo normal, como si el ritmo se descontrolara por la tensión del momento. ¿Realmente él creía que todo esto era mi culpa? ¿Que mis decisiones habían puesto en peligro a mi madre?
Intenté pensar bien en cómo responderle, pero... ¿Cómo le explicaba a este hombre, que sólo me veía como su hijo, que yo no era solo un niño? Que llevaba dos vidas dentro de mí, dos historias, dos pasados. Y que una parte de mí todavía estaba anclada en ese Luciano que había muerto en la Tierra, en ese chico que había vivido una vida completamente diferente. Quería gritarle eso, hacerle entender que yo no era solo un niño, que había razones detrás de mis decisiones, aunque él no pudiera verlas.
Aya se quedó callada, sabiendo que, en su momento, ella impulsó la idea de quedarse en el santuario hasta que aprendiera la magia.
Pero Mirella...
"¡Tú eres el que debe escucharlo! ¡Luciano se preocupó mucho por ustedes al querer aprender magia, así fue como los salvó!
Si te crees más inteligente que Luciano, entonces, por qué no nos cuentas tu plan, ¿eh?"
Sus palabras salían desenfrenadas una tras otra, sin pensar en mantener una conversación calmada.
Papá no le respondió, como si el peso de las palabras de Mirella fuera insignificante. Se acercó a mí, agarrándome fuertemente del brazo y llevándome hacia fuera de la cueva.
Me revoleó contra el suelo y me clavó una mirada fulminante.
"Escúchame bien lo que te voy a decir, a mí no me van a faltar el respeto, ¿sí?" Dijo y me dio una cachetada.
El impacto de la cachetada resonó en mi mejilla, dejando una sensación ardiente que no solo dolía en la piel, sino también en el orgullo. Papá había cruzado una línea, y aunque era el tipo de hombre que siempre había sido firme, nunca lo había visto perder el control de esa manera. Lo miré desde el suelo, confundido y lleno de rabia contenida.
"Además, ¿qué fue eso que dijiste allá fuera? 'Escoria, porquería, desechable'... ¡Mal educado de mierda! ¡Tú no eres quien debería estar tomando decisiones! ¡Yo soy el padre aquí, Luciano! ¡Yo soy el que debería decidir lo que es mejor para esta familia!"
Solté una sonrisa desafiante.
"No sabés nada de lo que soy capaz... Hice más de lo que imaginás para poder proteger a esta familia".
Justo cuando estaba por darme otro manotazo a mano abierta, Mirella se interpuso y bloqueó su golpe, creando una esfera de luz que rodeaba todo su pequeño cuerpo.
"¡Mirella, quítate de en medio!" Ordenó Rin, su voz cargada de desdén.
Su mano, aún levantada y magullada, parecía temblar de rabia contenida.
"Esto es entre mi hijo y yo".
Ella deshabilitó su protección de luz y se posó majestuosamente sobre mi rodilla, apoyando sus pies descalzos uno después de otro.
"¿Quieres salvar a tu familia o no?" Preguntó, esta vez con un tono más sombrío, casi como si quisiera que él le temiera.
"¿Ya miraste a tu alrededor? Todos queremos irnos de este lugar, pero tú estás únicamente queriendo llevarle la contra a Luciano porque no quieres que tu hijo te dé órdenes.
¿Eres su padre? Sí. Pero te tienes que dar cuenta de que estando de su lado todos pueden tener un futuro mejor". Su tono ahora era un poco más conciliador, haciendo que Rin poco a poco bajara su mano, pero su cara demostraba que no podía creer lo que estaba escuchando.
"¿Recuerdas esa almohada que Luciano hizo y tú te la quedaste? Ese solo fue el comienzo...
No sé cómo se lo imagina, pero él tiene la capacidad de crear cosas nuevas de la nada. Y también puede usar magia siendo tan pequeño, lo que lo hace aún más increíble.
¿Qué dices, vas a aceptar la realidad y confiar en él?"
Él se quedó pensando, intentando procesar todo lo que acababa de escuchar. Miró hacia dentro de la cueva, donde Tarún estaba abrazado junto a las gemelas, Rundia lo miraba con lágrimas en los ojos, Anya miraba a su hijo y Aya esperaba apoyada contra la pared de piedra.
Sin decir nada, se dio la vuelta hacia la entrada de la cueva mientras acomodaba hacia atrás su pelo negro y corto, el cual había aprendido a cortárselo al verme a mí, y caminó hasta el fondo, yendo hasta la zona donde dormían junto a Rundia. Agarró su almohada bajo el brazo izquierdo y volvió hacia nosotros.
Rin regresó, y en sus ojos había una mezcla de resignación, lo que encendía una leve chispa de esperanza en mí y en el avance del plan. Nos dio la espalda y nos miró a Mirella y a mí por encima del hombro.
"Vas a tener un castigo muy grave. Solo así vas a aprender a respetar a tu padre".
Mirella, todavía en mi rodilla, se volteó hacia mí y me sonrió ligeramente, como diciendo 'Lo hiciste bien'. Ese pequeño gesto me reconfortó más de lo que estaba dispuesto a admitir en ese momento. Ella siempre estaba ahí, siempre dando la cara por mí, incluso cuando los demás dudaban. Era mi aliada incondicional, y eso significaba más de lo que podría decir con palabras.
Al final decidí no decirle que me equivoqué al confiar ciegamente en ella, no fue su culpa, sino mía.
A todo esto, Mirella por fin había logrado tener una conversación en buenos términos al querer defender mi postura. ¿Será porque es mi padre y por eso se contiene? Pero unos segundos antes le estuvo gritoneando...
Al final Mirella no era tonta e ingenua como yo pensaba, de hecho, ahora que lo pienso, los seres mágicos son un poco más inteligentes que los humanos.
Me levanté del suelo y me sacudí la única prenda que tenía puesta, pensando en cuál sería el castigo severo que me esperaba.
Aún me duele el cachetazo que me pegaste, Rin...