Todavía estábamos en ese lugar misterioso y todas las miradas caían sobre mí, esperando una respuesta ante las palabras de Mirella.
Me crucé de brazos y la miré, intentando ganar unos segundos para digerir la situación. La cabeza me daba vueltas entre todas las posibilidades de respuesta, pero cada una parecía llevarme a un camino diferente, y todos esos caminos me llevaban de algún modo a Mirella, mirándome y esperando, con una expectación tan visible como la mueca nerviosa en su boca.
A ver... tampoco es como que ella haya mencionado directamente los dos pelos rojos míos, sino que lo dijo de manera implícita.
Debía darle alguna explicación trivial que no requiriera profundizar demasiado, algo que sonara lo bastante vago como para saciar su curiosidad sin comprometerme.
"Debe ser por la magia", empecé, pero incluso para mí sonaba torpe.
"El color rojo debe significar magia, ¿no crees?"
"¿Y entonces por qué las partículas son amarillas?" Retrucó.
Miré a Aya, como buscando apoyo, pero ella sonreía en silencio, observando la escena como si fuera una espectadora más.
¿Acaso sabrá de lo que estamos hablando? ¿Qué tanto se notaban mis dos pelos rojos?
Observé nerviosamente mi alrededor. Este lugar... algo me resultaba inquietantemente familiar. Los muros mal formados, el suelo liso, la iluminación que flotaba en el aire. No pude evitar preguntarme dónde había visto antes algo similar.
Espera... ¿Hay más entradas?
"Gnomo rojo... liberar líder", interrumpieron los gnomos, específicamente tres de ellos
"¡Ah, sí! Hay que liberar a su líder, vamos".
Me levanté y automáticamente todos ellos se pusieron en fila.
Era un buen momento para abandonar la escena, así que comencé a moverme por el lugar.
Había varias entradas, o salidas, en formas de pasadizos, prácticamente iguales al por donde vinimos. Eran seis en total.
Este tiene que ser el santuario, así lo habían dejado ellos cuando irrumpieron en el lugar, solo que se ve que lo arreglaron de alguna manera.
"Aya, ¿este no será el santuario?"
Cuando me giré a verla, ella ya estaba tocando las paredes mientras Mirella flotaba a su alrededor.
"Creo que sí. Pero mira ahí", dijo señalando donde comenzaba uno de los pasadizos oscuros.
"No está mi dibujo..."
Me acerqué al lugar donde se formaba la grieta en la pared, pero esta era mucho más amplia que las demás, como si ya estuviera preparada para que pasaran más personas.
"Harlan..." Murmuró el gnomo que estaba primero en la fila que me seguía.
"¿Y quién es Harlan?"
"Harlan, hombre fuerte".
Así que esto debe llevar a la cueva de otra persona.
"Tal vez otro día podríamos ir a visitar a ese señor llamado Harlan, pero tengo algo que preguntarles primero: ¿Este lugar es el santuario? Ese lugar en el que nos encontramos por primera vez".
"Sí", volvió a responder el mismo gnomo.
Así que ahora, más que un santuario, era el centro de unos pasadizos subterráneos que conectaban vaya a saber cuantos lugares de esta zona.
Debo decir que la idea es genial, sin embargo, no me gusta para nada que cualquiera pueda adentrarse en nuestro hogar sin permiso.
Antes de que pudiera seguir mi conversación con ellos, Mirella gritó desde el otro lado en el que yo estaba.
"¡Luciano! ¡Voy a ir con Aya afuera, ella dice que quiere ver si sigue todo bien y también dice que me ayudará a quitarme el rojo del cabello!"
"¡Está bien! Voy a esperarlas acá así nos vamos todos juntos", respondí, saludándola con la mano.
Al menos el tema de mis pelos rojos quedó a un lado por ahora.
Mirella se subió a la cabeza de Aya y cruzaron lo que antes era la grieta que conectaba con la gran cueva, solo que ahora estaba mejor hecha y mas abierta.
Volví a mirar al gnomo que lideraba la fila. También noté que la fila iba de mayor a menor estatura... Creo que al final está el gnomo que había nacido hace poco o algo así.
"Y entonces... ¿Cómo es eso de liberar a su líder?"
"Piedra. Liberar líder. Gnomo rojo".
Así que la piedra...
"¿Esta piedra?" Pregunté, sacándola de mi bolsita.
Él solo estiro sus pequeñas manos hacia mí.
Cuando se la di, no tardó mucho tiempo examinándola hasta que asintió, haciendo un sonido de aceptación.
"Líder", dijo y me la devolvió.
Realmente es medio difícil entablar una conversación con ellos. Es como si no supieran utilizar conectores entre palabras.
"¿Entonces por eso están excavando por todos lados, para encontrar más piedras?"
Esta vez todos asintieron al unísono, hasta el más pequeño, como si realmente estuvieran orgullosos de su trabajo.
"¿Y ya encontraron algo?"
Los gnomos volvieron a asentir, con sus pequeñas cabezas moviéndose todas al mismo tiempo. Parecían más formales de lo que esperaba para su tamaño y aparente simpleza. Me pregunté cuánto sabrían realmente acerca de este supuesto 'líder' y qué rol tendría en sus planes.
Uno de ellos, el que estaba adelante, me miró con una especie de expectativa, como si estuviera esperando que le diera una instrucción. Después de todo, yo tenía la piedra que identificaban como su líder... aunque no me quedaba claro si se trataba de instinto o si había algo más místico detrás de ello.
"Está bien, voy a ayudarles a liberar a su líder. Mañana vendré por acá y vamos a ir donde están las piedras, ¿entendido?"
La escena se volvió a repetir, al parecer todos estaban conformes con cada cosa que yo decía. No hubo ni una sola objeción.
"Por cierto, ¿de dónde sacaron el color rojo para pintar sus sombreros y el cabello de Mirella?"
"Roclora".
¿Qué dijo?
"¿Qué es roclora?"
El gnomo ubicado en la primera posición de la fila se comenzó a mover rápidamente hacia una de las esquinas del lugar. Era un poco gracioso verlo corriendo, su cuerpo era demasiado extraño como para que mi cerebro lo tomara como algo normal. Este mundo da para todo, y la culpa la tiene mi diosa.
Al regresar, trajo consigo un trozo de piedra plano con una bola roja encima.
"Roclora", repitió, acercándome la bola roja con su mano.
La tomé y la examiné detenidamente. Tenía pinta de ser una fruta o algo así, como si fuera una baya.
"No es como si haya recorrido mucho esta zona, pero nunca había visto esto. ¿Roclora se llama?"
Él asintió.
Bayas de roclora... Vaya a saber si ese nombre se lo pusieron ellos, porque no me suena que en la Tierra haya habido una planta llamada así.
La apreté un poco con los dedos, haciendo que saltara su jugo hacia fuera y, efectivamente, era el mismo con el que ellos estaban trabajando.
Se ve que lo machacan sobre la piedra y luego la utilizan para pintar. Qué práctico.
"¿Se puede comer esto?" Pregunté mientras el jugo rojo choreaba por mi mano.
La verdad es que estaba esperando impacientemente a que llegaran las chicas así me iba a nuestra cueva a comer.
"No", respondió, su tono un poco más serio que antes.
"Roclora ser mala. Roclora no comer".
El mensaje estaba claro: la roclora no se come.
"Entonces te la devuelvo", dije mientras la volvía a poner sobre la tabla de piedra.
"Qué bueno que le hayan dado una utilidad a algo que parecería no servir. Sigan así, dándole utilidades a las distintas cosas que encuentran.
Si necesitan alguna ayuda, no duden en visitarme".
"Gnomos caminar pasadizo cueva gnomo rojo".
"Ah, sí, el pasadizo... Saben, no me convence del todo ese tema. No quiero que haya una entrada que conecte con diferentes lugares de gente que no conozco, eso no me parece seguro".
Los gnomos se miraron unos a otros cuando di mi opinión al respecto. Parecían confundidos, o quizás simplemente les costaba entender por qué alguien no querría una vía secreta que llevaba directo a su territorio. Después de todo, sus mentes funcionaban de una manera un tanto… diferente.
Pero bueno, tampoco es como si nos hubieran preguntado si podían hacer semejante excavación hasta destruir una parte de nuestro hogar. Fueron bastante irrespetuosos en ese sentido.
Luego de un momento, el que estaba adelante me observó con sus ojos negros bien abiertos, su boca parecía esforzarse en formar una palabra que, al final, solo salió como un sonido bajo y confuso, casi un murmullo. Yo sabía que de alguna forma ese acceso les resultaba más cómodo, pero no pensaba permitir que fuera tan fácil entrar y salir de mi cueva. Al menos no por ahora.
"No quiero que nadie venga y pase a escondidas. Imagínense que alguien los atacara a ustedes o a mí por usar ese camino. ¿No sería un problema?"
Por un momento, pensé que seguiría insistiendo, pero finalmente, asintió y, tras intercambiar miradas con los otros, suspiró, bajando los hombros como si yo acabara de ordenarles el trabajo de toda una vida.
"Gnomos cerrar pasadizo", murmuró, como quien acepta la derrota.
"No, no, no. No hace falta que la cierren ustedes, yo puedo usar mi magia".
Justo cuando terminé de hablar, las dos chicas mágicas que formaban parte de mi grupo entraron por el mismo lugar por el que habían salido.
"¡Lucianooooo!"
Mirella invocó un grito en medio de la zona silenciosa.
Su entrada fue un espectáculo digno de una epopeya. No había visto nada igual en mi vida; no en la Tierra, ni aquí en este mundo prehistórico donde los dioses nos observan.
De un momento a otro, ella lanzó su pequeño cuerpo en dirección a mí, como si fuera una flecha imparable lanzada por la mismísima Sariah en medio de una guerra cósmica. Vi la escena en cámara lenta, o al menos así la percibí en ese momento.
Yo, claro, esperé con los ojos bien abiertos, apenas capaz de comprender la magnitud de lo que estaba a punto de ocurrir. Su velocidad era tal que hasta los gnomos, esos pequeños seres sin expresión clara, parecieron dar un paso atrás, abrumados por el poderío de su entrada. Y justo cuando pensé que sus diminutas alas darían un giro hacia algún lado, un cambio de trayectoria, un último esfuerzo para evitar el inminente impacto, me di cuenta de que no había nada que hacer: venía directo hacia mí.
Entonces, sucedió.
Con un estruendo mudo, porque, sí, aquello fue tan épico que se oyó como un silencio estruendoso, una paradoja existencial, su cuerpo chocó contra mi cara. Fue un impacto digno de los más feroces combates, la fuerza del impacto casi como si una tempestad hubiera desatado su furia sobre mí. Sentí su mejilla aplastarse contra la mía, y un olor a flores y algo inexplicablemente dulce llenó mi nariz. Era, sin duda, un momento glorioso, uno que seguramente quedaría en la historia de todos los que habíamos presenciado semejante despliegue de bravura.
Básicamente, Mirella chocó contra mi cara.
Lo extraño es que no se activó eso de la protección por el pacto de no agresión. Me pregunto si solo se activaría cuando el impacto sea lo suficientemente fuerte para matarme o hacerme un daño letal.
Nos despedimos, recargué mis partículas en la gran cueva, Mirella les dejó una bola de luz a los gnomos, cerré el pasadizo y me puse a comer papaya como un glotón mientras esperábamos sentados a todos los demás.
Durante el recorrido, me di cuenta de que el pasadizo iba en subida. Tiene su lógica, pero al llegar con los gnomos no me había dado cuenta de que íbamos en bajada.
"Mirella, ¿dónde se supone que se fueron todos? Me dijiste que estabas sola cuando vinieron los gnomos".
"Ah, sí. Todos se fueron a buscar un lugar donde construir esa cosa que les dijiste que se llama casa, dicen que no quieren que hagas todo tú solo", respondió, cruzándose de brazos.
"¿Podrías decirme por qué no me dijiste algo tan importante como eso?"
Vaya, parece que mis acciones repercuten más de lo que pensaba en los demás. Todo porque me fui solo sin avisarles.
"Bueno, es que no estabas en ese momento.
Una casa es un nuevo hogar más cómodo que el de ahora. Lo vamos a construir entre todos".
"¿¡Entonces yo también puedo ayudar!?"
"Está bien, veamos... ¿Qué tal si empezás trayendo las hojas más grandes que encuentres y las vas acumulando dentro de la cueva?"
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"¡Sí!"
De un momento a otro, Mirella ya no estaba.
Pasaron unos minutos donde nos quedamos en un silencio incómodo junto a Aya. Lo incómodo no era que no estuviéramos hablando, sino que ella no paraba de mover sus orejas, como si estuviera esperando algo.
"No te preocupes, Aya. Vos vas a ser de las más importantes en todo esto".
Tampoco iba a confesar que la iba a utilizar como mula de carga.
"Entiendo", respondió serenamente.
Una vez que terminé la última papaya, no pude evitar compartir mis pensamientos con Aya.
"Eh... Aya".
"Sí, dime".
"Quería decirte que vos y Mirella son muy importantes para mí. Bueno, no solo para mí, sino que para todo el grupo.
Me siento muy seguro cuando estoy a tu lado, y bueno... Eso, te agradezco por haber decidido acompañarnos y quedarte con nosotros".
"Luciano…" Comenzó, su voz baja, apenas un murmullo que el viento podría haber robado de no estar tan cerca.
"Desde que te conocí, sentí algo… algo que me hacía querer protegerte, algo mucho más allá de una simple sensación. Supongo que también te agradezco a ti por haberte cruzado en mi camino".
Se llevó la mano al cuello, jugueteando con el anillo de piedra que le había dado, como si de repente no supiera bien qué hacer con las manos.
“Supongo que es… extraño para mí también”, añadió con una sonrisa leve, la sombra de una risa en sus labios.
"He estado tan sola..."
Justo cuando iba a responder, escuché un sonido que venía de la entrada de la cueva. Mirella regresaba, cargando una montaña de hojas enormes, tanto que apenas podía ver sus ojos detrás del montón. Llegó volando, casi con esfuerzo, y dejó caer las hojas justo frente a nosotros, soltando un suspiro de alivio y con una expresión de triunfo en su rostro.
"¡Lo conseguí!" Anunció, con una amplia sonrisa.
"Ahora… ¿qué sigue?"
Miré a Aya y luego a Mirella, y un sentimiento de gratitud me llenó por completo. No estaba solo en esta locura de construir algo nuevo en un mundo que apenas entendía. La pregunta de Mirella resonó en mi cabeza. ¿Qué seguía? Había tantas cosas por hacer y tantas ideas por organizar que, por un instante, me sentí completo.
"Quiero arreglar el tema de los gnomos primero, luego de eso vamos a empezar con la casa. Todavía necesitamos más hojas, así que cuando tengas tiempo libre sigue trayendo más. Gracias".
"¡Sí! Traeré muchas hojas".
Y así, nos quedamos esperando a que los demás volvieran para contarles sobre los gnomos. Ya hasta le habíamos cocinado unos pescados y todo.
La paz del momento fue interrumpida por el sonido de pasos acercándose a la entrada de la cueva. Me enderecé y miré hacia la entrada, notando a Samira y Suminia entrando juntas, seguidas de cerca por Rundia y Rin, quienes traían a la pequeña Lucía en brazos, se ve que se había cansado de caminar tanto hoy. Tarún y Anya venían detrás, intercambiando risas. Lucía, por su parte, me hizo una sonrisa.
"¡Llegamos!" Gritó Rundia, con una expresión alegre que se desvaneció rápidamente cuando sus ojos se fijaron en el montón de hojas. "¿Estamos… haciendo una fogata o algo así?"
"En realidad, no. Mirella ha estado recolectando hojas para mí", aclaré, señalando con la cabeza las hojas y sintiendo que había subestimado la cantidad de cosas que tendríamos que coordinar para que todo esto funcionara.
"Y justo… también quería hablar con todos sobre algo importante".
"¿Importante?" Repitió Rin, arqueando una ceja mientras dejaba su lanza apoyada contra la pared.
Sabía que Rin era alguien práctico, y que probablemente no le gustaba la idea de sumarse a más riesgos.
"¿Otra idea tonta, Luciano?" Murmuró Suminia mientras pasaba a mi lado.
Sin prestarle atención a la tonta, seguí explicando.
"Es que los gnomos vinieron de repente y rompieron nuestra pared, pero ya lo arreglamos. Luego de eso, me dijeron que querían liberar a su líder de esta piedra".
Saqué la piedra de mi bolsita, aunque realmente nadie notaría la diferencia entre una piedra normal y la mágica.
"De una piedra como estas salió Mirella. Creo que ya todos sabían eso... Bueno, la cuestión es que quería hacerles saber que mañana voy a reunirme con ellos para liberar a su líder y después de zanjar ese tema vamos a empezar a recolectar los materiales para construir nuestra casa".
Guardé la piedra, aún si terminar de hablar.
"Sé que tal vez piensen que me meto en demasiadas cosas extrañas, pero son cosas importantes para mí".
Un silencio se instaló después de mis palabras, con todos mirándome en una mezcla de sorpresa y... ¿resignación? Sabía que algunos en el grupo ya estaban acostumbrados a mis 'ideas extrañas', pero lo de la piedra y los gnomos era una novedad. Mi mirada recorrió sus rostros, esperando alguna reacción que, al menos, no fuera de completo rechazo.
Anya fue la primera en romper el silencio. Su expresión había pasado de la confusión a una media sonrisa.
"Bueno, si todo esto nos acerca a tener esa casa… entonces, hagámoslo. Además, ¿quién soy yo para juzgar lo raro? Me gusta cuando las cosas son así".
Rin, en cambio, no parecía tan convencido.
"Luciano, ¿estás seguro de que esos gnomos no intentarán nada raro? No quiero tener que pelear con un montón de seres que ni siquiera conocemos bien".
Suspiré, sabiendo que Rin tenía razones para preocuparse. Él siempre había sido cauteloso, sobre todo en lo que se refiere a proteger a su familia. "Entiendo, papá. La verdad, no puedo asegurarlo, pero pienso tener cuidado. Lo último que quiero es ponerlos en peligro, y es por eso que les conté de esto antes de actuar. Si mañana las cosas se ven feas, no voy a arriesgarme más de lo necesario".
Rin asintió, aunque todavía parecía reacio. Finalmente, Rundia le puso una mano en el hombro.
"Rin, confía un poco. Luciano siempre encuentra la manera, ¿no? Además, mientras él hace de mediador con esos gnomos, nosotros podemos aprovechar para seguir buscando un lugar para construir esa casa".
Cierto... habían estado actuando por cuenta propia buscando el lugar que les pareciera más cómodo. El problema era que debía ser lo bastante grande por si necesitábamos ampliar la casa o construir cualquier otra cosa.
Samira, por su parte, se adelantó para hablar.
"Entonces, Luciano… ¿esta piedra es como… mágica? ¿Es similar a la que dijiste que usaste para liberar a Mirella?"
Le sonreí con un poco de complicidad, sorprendido de que, pese a su timidez, ella siempre estaba abierta a entender lo desconocido.
"Sí, Sami. No sé exactamente del todo cómo funciona, pero Mirella salió de una igual. Los gnomos me dijeron que su líder está atrapado de la misma forma. No sé si será tan poderoso como ella, pero tengo la corazonada de que puede ser un buen aliado. Ellos parecen ser bastante inteligentes".
Nuestra pequeña conversación fue interrumpida cuando Suminia me tocó el hombro.
"¿De dónde sacaste esto?" Preguntó, sosteniendo la lanza que habíamos traído junto a Aya.
"Ah, eso es para vos, un regalo que te hice".
Suminia me miró, primero sorprendida, luego con esa típica expresión suya entre desconfiada y… ¿agradecida?
"¿Un regalo? No sabía que fueras tan generoso… O tan torpe, para dejar que te vean blando", murmuró, aunque en su tono había un toque de genuina gratitud.
“No es tanto por ser generoso”, respondí, levantando los hombros.
“Es porque confío en vos para cuidar de todos en situaciones peligrosas y pensé que esto te ayudaría. Claro, si no te gusta, puedo dárselo a otro”. La provocación mezclada con mentiras funcionó: ella me miró con ojos entrecerrados, como si me evaluara de nuevo.
"Como si alguien más pudiera manejar esto tan bien como yo", contestó, y por primera vez, me lanzó una mirada de respeto.
Se quedó examinando la lanza, girándola en las manos y probando su equilibrio con seriedad. Incluso se acercó un paso, quedando a solo unos centímetros de mí.
"¿Por qué es diferente a la de tu papá?"
"Porque es una versión mejorada, ahora como el mango es de madera pesa menos".
"Gracias... supongo", su voz apenas fue audible, y antes de que pudiera responder, se giró, alejándose rápidamente al fondo de la cueva, probablemente incómoda con lo que acababa de decir.
Su hermana la siguió.
"Eso es muy amable de tu parte, Luciano", dijo Rin, golpeándome suavemente la cabeza.
"Es increíble ver lo rápido que estás creciendo".
La verdad es que poco a poco me iba cansando de seguir fingiendo ser un niño...
"Gracias, papá".
Entonces, una voz delicada pero claramente impaciente interrumpió la conversación.
"¡Ejem! ¿Y yo no tengo ningún regalo?" Preguntó Mirella, cruzada de brazos y con una sonrisa fingida en los labios, como si estuviera ofendida.
"Oye, ¿y por qué tú tienes la ropa manchada de rojo?" Dijo Rin, salvándome.
"Bueno... yo. Simplemente fue porque..."
"Fue por la baya de roclora, ¿la conocés?"
"Ah, sí. No se te vaya a ocurrir comer una de esas, eh. Las rojas no se pueden comer".
"Sí, los gnomos me lo dijeron. ¿Hay de otro color también? Porque ellos las usan para pintar las cosas".
Él se rascó la cabeza.
"Bueno, Rundia siempre me dijo que las moradas también son malas, así que nunca las recogemos".
Así que al menos hay otras que son moradas. Tal vez podríamos usarlas nosotros también para identificar territorios o hasta para decorar la casa que construiríamos. Al parecer, este mundo tenía aún más secretos escondidos en cada rincón de lo que había imaginado.
"Por favor, si ven alguna de esas bayas, me gustaría que la traigan. Nosotros también podríamos pintar cosas".
"Bien, pero tú ya deberías poder venir con nosotros, ¿no? Total, siempre nos desobedeces y te vas por ahí solo".
Claramente lo dijo de forma sarcástica.
"Tenés razón, papá. Creo que ya estoy listo para ayudar más con lo que necesiten, y no te preocupes, prometo no meterme en más líos de los necesarios… o al menos intentarlo. Pero quiero que sepas que yo también estuve buscando un lugar donde construir la casa. ¿Ustedes qué conclusiones sacaron?".
"¡Tiene que ser en la playa!" Interrumpió Tarún, saltando a mi lado.
"¡La playa! ¡La playa!"
"A mí me pareció mejor el claro en el bosque, donde podemos encontrar comida fácil. Pero en la playa hay más luz", opinó Rin.
La playa... Era tentador y ya lo había pensado antes, pero también es un terreno complejo, y quiero asegurarme de que cualquier lugar que elijamos sea seguro y fácil de trabajar.
Anya se sumó a la discusión, agarrando la mano de su hijo.
"La playa también me parece un lugar bueno. Además, vamos a tener mucha agua cerca".
"No, no, no. Hay que hacerla cerca del arroyo, así podemos curarnos cuando queramos y también vamos a tener el agua cerca", dijo Rundia.
Vaya, había varias posibilidades juntas, con diferentes motivos de por medio. No había pensado el tema del agua mágica, pero claro, eso podría solucionarse fácilmente si creo varios baldes o desvío de alguna forma el curso del agua.
Mientras pensaba en alguna otra alternativa, Mirella me miró desde mi hombro.
“Oye, entonces... ¿yo no tengo un regalo?”
Sus ojos se entrecerraron un poco, claramente jugando a hacerse la víctima, pero con un brillo malicioso en ellos.
"A partir de ahora voy a dejarte tomar agua del arroyo, ¿te parece bien eso?" Susurré, aprovechando que los otros estaban discutiendo sus puntos de vista.
"¿En serio? Entonces voy a seguir creciendo".
"Bueno, veamos hasta dónde podés llegar... Pero no tomes tanta por día, de a poquito".
Ella apretó sus puñitos hacia delante.
"¡Sí! Voy a hacerme más grande y fuerte para traerle más hojas a Luciano".
A todo esto, la discusión de los adultos se estaba acalorando.
"¡Anya, no puede ser que no entiendas que tener cerca el agua del arroyo es mejor que tener cerca el agua de la playa!"
"¡Ay, Rundia! ¿Acaso piensas que podemos bañarnos todos los días en ese arroyo tan pequeño? ¡No! Te digo que necesitamos el agua de la playa porque es más cantidad".
Rin intervino, alzando la mano como quien intenta calmar a un grupo de cazadores hambrientos.
“Ambas ideas tienen sentido, pero no olvidemos que si hacemos la casa en el bosque o cerca del arroyo, la sombra de los árboles nos protegerá del calor y el viento fuerte”.
Me asombra la forma que tienen de pensar, todos tienen sus puntos de vista y además tienen su propia justificación. Lo que sí pareciera ser, es que lo que priorizan es la facilidad de supervivencia por encima de que se vea bonito o algo así.
Suminia, quien había vuelto con la lanza en la mano, parecía haber estado observándonos desde una distancia corta. Frunció el ceño y habló en un tono serio.
“¿Y si hacemos la casa en este mismo lugar? Digo... L-Luciano podría usar su magia para hacer desaparecer esta cueva, ¿no?"
De pronto todos se quedaron callados.
Era evidente que Suminia no había pensado en los detalles técnicos de su sugerencia.
"Suminia, si bien tu idea sería la que menos cambiaría nuestro día a día, no es algo tan viable.
Para desaparecer la cueva, tendríamos que buscar la piedra suficiente como para rellenar la cueva entera, ¿sabes? Porque necesitaríamos un suelo resistente y que no sea hueco. Por lo tanto, deberíamos hacer el doble de trabajo y no obtendríamos ninguno de los beneficios de los que hablaron los demás".
Ella me lanzó una mirada de molestia, pero también pareció algo avergonzada; probablemente no estaba acostumbrada a que le señalaran un error de ese modo, al menos no yo. Bajó la mirada, fingiendo concentrarse en la lanza mientras giraba la punta sobre el suelo de la cueva.
"Tienes razón, Luciano, es importante tener un suelo firme. Pero, ¿entonces dónde vamos a construirla? ¿Qué lugar crees que es el mejor?" Dijo Rin, quien durante este día había estado más amigable de lo que yo hubiera pensado.
Antes de responder, observé a cada uno de los presentes. Las expectativas brillaban en sus miradas, cada uno defendiendo su idea como si fuera la solución definitiva. Sabía que cualquier decisión que tomara iba a desilusionar a alguien, pero no podía dejarme guiar solo por sus deseos. Esto debía ser una elección práctica, pensando en nuestro bienestar a largo plazo.
"Les responderé mañana, luego de finalizar el tema de los gnomos. Nunca se sabe si alguna cosa podría cambiar luego de eso", respondí, evadiendo épicamente la situación.
***
¿Dónde estoy?
De la nada aparecí en un lugar extraño. Había una niebla que me envolvía a mí y lo que estaba alrededor. El suelo era como un pantano espeso que me llegaba hasta los tobillos. Miré alrededor; el cielo era de un blanco pálido y gris, sin un solo indicio de vida. Solo sombras de árboles secos, que tenían sus ramas retorcidas. Por alguna razón, mis pies parecían pegados al suelo, y cada paso que intentaba dar era lento, casi como si algo invisible tirara de mí hacia abajo.
"¡¿Hola?!" Grité, juntando mis manos alrededor de mi boca.
Nada, ni una sola respuesta de alguien. El único sonido era el de mis pies avanzando por el barro.
Seguí caminando, o al menos lo intenté. Sentía la humedad del lugar, tan densa que casi no me dejaba respirar. Justo en ese momento, un sonido extraño rompió el silencio. Era un susurro, que no podía ubicar en ninguna dirección, como si viniera de todas partes a la vez.
"Luciano, debes despertar".
Lo que era un susurro ahora se convertía en palabras audibles.
Me giré hacia la derecha, detrás de uno de los árboles horribles había una figura de alguien pequeño, al menos de menos estatura que yo.
"¿Quién eres? ¿Por qué sabés mi nombre?"
Pasaron algunos segundos sin respuesta, lo observé mejor, tal vez ese era su objetivo.
Claramente él era todo de colores blancos y grises, al igual que todo este lugar. Tenía un sombrero en punta, una barba prominente, una capa y un conjunto de ropa lisa con unas botas. Era un gnomo.
"Luciano, hace rato que estoy esperando, pero ahora debes despertar. Hay alguien esperándote".
Su voz, aunque susurrante, sonaba extrañamente firme, como una orden inevitable que intentaba sacarme del trance en el que me encontraba. Me acerqué un poco más, pero el pantano parecía volverse más denso con cada paso, resistiéndose a dejarme avanzar.
¿Estaba atrapado en un sueño? Sí... lo último que recuerdo es irme a dormir junto a Mirella.
"¡Oye! ¿Tú eres el líder de los gnomos?"
No hubo respuesta, simplemente se dio la vuelta y comenzó a desaparecer entre la niebla. Su capa ondeaba detrás de él, como si un viento inexistente lo atravesara.
Comencé a luchar, a intentar arrancar los pies de ese fango, pero mis movimientos solo parecían hacerme hundir más.
"¡Maldición, quiero despertar de este horrible sueño!" Grité al aire, y de repente el pantano tragó todo mi cuerpo hacia abajo.
Una sensación de ahogo se apoderó de mí hasta que abrí los ojos y vi el techo de la cueva. Estaba agitado.
"Psst. Psst. Luciano", el susurró de una mujer llenó mi oído.
Primero pensé que era Mirella, pero ella estaba claramente dormida, así que giré la cabeza hacia el otro lado y ahí la vi. Estaba acostada sobre el suelo, mirándome de cerca.
"Feliz cumpleaños, mi Lucianito".
Era Lucía, o mejor dicho, mi mamá.
Intenté hablar lo más despacio posible. Que los demás se dieran cuenta de que ella estaba hablando sería lo peor.
"Mami... ¿De qué estás hablando? ¿Qué cumpleaños?"
"Alguien dentro de ti... No, varias personitas estaban celebrando tus seis años. Eso me dijeron, pude escucharlo claramente".
Es cierto, ella me había dicho que de alguna manera, sin poder ver las partículas mágicas, podía escuchar voces proveniente de ellas.
"Mis seis años..." Repetí en voz baja, asimilando el peso de aquellas palabras mientras la veía sonreír. No podía evitar que mi mente regresara a aquella época; sí, hacía mucho, pero aún podía recordar vagamente esa edad. A los seis era tan solo un niño, sin idea de lo que la vida me pondría por delante. Y ahora... había pasado por una muerte, un renacimiento, una misión asignada por una diosa en un mundo nuevo, más muertes y muchas otras cosas buenas y malas.
Mi mamá me tocó la mejilla y me sonrió con ese gesto familiar que me hacía sentir en casa, aun en un lugar tan desconocido como este.
"Gracias, mami".
Eso fue lo único que pude decirle. No hacían falta más palabras.
Gracias a Sariah, ahora tenía la oportunidad de rehacer mi vida desde el principio, junto a ella.
----------- FIN DEL VOLUMEN 2 -----------