Forn me había contado una historia tan extensa y tan frustrante, que había estado suficiente tiempo acá como para que todos en mi casa se hayan dado cuenta de que me escapé.
No es que tenga miedo de que me reten o algo así, sino que existe la posibilidad de que Mirella se enoje porque no la desperté para acompañarme.
Aunque bueno, si estuviera enojada, seguro que ya habría hecho desaparecer la bola mágica que me acompaña... ¿Por qué me preocupa tanto que se enoje?
Dejando a un lado posibles problemas a futuro, me preocupa todo lo que me contó Forn.
Lo bueno es que tengo mucha información nueva. Principalmente, me llamó la atención lo que dijo de su pareja. Tal vez podría haber pasado desapercibido, porque lo dijo así como a la pasada, pero eso confirma que Sariah también crea al sexo opuesto de los seres mágicos.
Sí, sé que era algo obvio, porque nunca podrían reproducirse si no hay dos seres del sexo opuesto. Sin embargo, mi duda se basaba en que nunca vi dos seres mágicos de la misma especie que puedan usar magia. Quiero decir... ¿Dónde está la pareja de Mirella? ¿Y la de Aya? ¿O la del hombre pájaro? Bueno, si es que realmente era un 'hombre', ya que, al igual que los gnomos, es difícil distinguir rasgos femeninos.
¿Acaso todos se murieron, como pasó con la pareja de Forn? Sería extraño, ¿no? Tampoco quiero preguntarle ahora, porque no quiero angustiarlo más. No después de todo lo que me contó que tuvo que pasar.
Él también habló de cosas sobre la familia de las gemelas. Tal vez debería preguntarles a ellas si no recuerdan a un hombre vestido con ropas raras.
El siguiente tema importante es sobre la magia de Forn, los encantamientos.
"Eh, Forn..." Murmuré, luego de un rato de silencio.
"No te quiero molestar mucho, pero, ¿puedo saber un poco más de tu magia? Eso de los encantamientos... Supongo que en este momento tienes uno que te hace controlar la mente de otro, o algo así".
"No, eso no es cierto. En mis anillos tengo... Tengo este de zafiro que es para protegerse un poco de la magia de luz", dijo, señalando uno de sus dos anillos con gemas azules.
"Y uno de los rojos es para protección contra el calor. No es el mismo que se llevó el Rey Demonio, porque ese dejó de funcionar... Aunque lo mismo lo llevo puesto".
Así que se protege de la magia de Mirella, ¿eh? Me molesta todavía no saber cómo carajos es que controló mi mente aquél día, y no quiero seguir preguntando o puede llegar a molestarse.
"¿Y el otro azul?"
"Ese está sin encantar".
Me rasqué un poco la mejilla.
"Ah, ya veo... Dijiste algo de que te quedabas dormido luego de encantar algo, ¿puede ser?"
"Es justamente por eso que ya no encanto más cosas".
¿Acaso esa era la contra de su magia? Claro, porque si no estaría demasiado OP, por decirlo de alguna manera.
"¿No será que te consumís todas tus partículas mágicas?"
"No te entiendo".
"Tal vez no te diste cuenta antes, pero cuando un ser mágico se queda sin partículas, no se puede mover".
"No, no creo".
"¿Y cómo se te ocurre lo de encantar? Digo, creo que dijiste algo como que tenés que tener contacto con ese tipo de magia".
"Sí, si toco al portador de la magia, puedo hacer un encantamiento que me proteja de eso".
"Entonces podrías hacer un encantamiento contra las maldiciones".
"No funcionaría, porque nuestras magias son totalmente opuestas. Es como si fuéramos enemigos".
"Entiendo... entonces no podés crear encantamientos contra maldiciones porque el tipo de magia del rey demonio es la antítesis de la tuya", contesté, frunciendo ligeramente el ceño mientras mi mente se llenaba de ideas.
"Pero, ¿y si pudiéramos encontrar una forma de equilibrarlo? Digo, tal vez yo pueda ayudarte en algo".
Forn me miró, visiblemente confundido.
"¿Equilibrarlo? ¿Cómo? Si ni siquiera entiendo del todo cómo funciona tu magia. Además, soy demasiado débil como para intentar algo tan arriesgado otra vez. No puedo permitirme quedarme dormido y vulnerable".
Asentí lentamente, procesando sus palabras. Forn tenía razón, claro, pero también podía notar el miedo en su voz. Se sentía mal por perder. ¿Quién no lo estaría después de pasar tanto tiempo en una prisión mágica? Sin embargo, yo no era de los que dejaban pasar una oportunidad así sin intentarlo al menos una vez.
"Eh, Forn. ¿No te parece raro que yo pueda usar magia siendo humano?"
"Sí, aunque tampoco es que haya visto muchos humanos. Solo sé que pocos podemos usar magia.
Por ejemplo, mis niños no pueden".
"Escuchame, Forn. Entiendo que no quieras correr riesgos, pero también creo que no estás solo en esto", dije, inclinándome hacia él, por encima de la mesa, para que pudiera ver la seriedad en mis ojos.
"Ya no tenés que enfrentarte a todo por tu cuenta. ¿Sabés por qué? Porque ahora estamos en esto juntos".
Bajé la voz al final, como si se tratara de un secreto entre nosotros.
Forn parpadeó, sorprendido, y luego soltó una risa.
"¿En serio? ¿Tú y quién más? ¿El hada impulsiva? ¿La zorro místico que ni siquiera me miró a los ojos cuando me liberaron? Vamos, no te engañes. Nadie confía en mí".
"A las dos las conocés de antes, ¿no?"
"Solo a Mirella. Sobre la otra señorita, mis niños me contaron que se vino a apropiar del último lugar que habíamos excavado mientras yo no estaba".
"Ahh..."
Eso me tomó desprevenido, aunque la historia cuadraba.
"Forn, en serio, no te preocupés por ellas. Sé que son un poco intensas, pero van a terminar entendiendo que hay que unir fuerzas para luchar contra ese tipo".
Forn no respondió de inmediato, así que continué hablando.
"Escuchame bien. Si llegás a quedarte dormido por encantar algo, yo me voy a encargar de cuidarte. No voy a dejar que te pase nada, ni yo, ni los gnomos. Esto también es como un pacto, ¿entendés? Vos y yo ahora somos aliados".
Por un momento, el gnomo de sombrero verde simplemente me miró, sus ojos entrecerrados como si tratara de leer mi cuerpo por segunda vez. Finalmente, habló, con un tono más bajo de lo habitual.
"¿Por qué harías eso? Ni siquiera me conoces bien. ¿Cómo sabes que puedo ayudarlos?"
"Porque creo que ya pasaste suficiente tiempo luchando solo", respondí con honestidad.
"Y porque soy un tipo que cumple su palabra. No importa si tenemos diferencias, Forn.
Y te digo una cosa más, no quiero que seamos solo aliados, quiero que seamos amigos".
Forn dejó escapar un largo suspiro, sus hombros hundiéndose como si de repente el peso de su desconfianza sobre sí mismo se hubiera aligerado un poco.
"Es extraño... No pensé que escucharía algo así alguna vez. Nunca nadie me ha llamado amigo".
"Yo creo que este puede ser un nuevo comienzo. No solo para vos, sino para todos.
Yo estoy intentando que sea así, y lo voy a lograr".
"Bueno... ¿Y ahora qué hay que hacer?"
"Como ahora somos amigos, tengo que hacer una cosa", comencé diciendo, levantándome de la silla y caminando hacia detrás de él.
"Ahora este oro es mío".
"¡¡¿Eh?!!"
No le di tiempo ni a bajarse de la silla que ya tenía hecha una cadena de oro lo suficientemente gruesa para que se notara bien.
"¿No era que no le veías una utilidad al oro y coso? Mirá, yo tengo un montón de ideas que nos pueden servir", respondí a su grito, acercándome a él, que ya estaba de pie, y haciéndolo girar desde sus hombros, para luego ponerle la cadena de oro en su cuello.
"Esto es un collar, y me gustaría que probaras a ver si podés encantarlo".
"Luciano, esto no está bien. Ese es mi oro y yo lo recogí del agua".
A todo esto, siempre me pareció curioso que hubiera oro en un arroyo que no cae desde una altura considerable, sino que se genera automáticamente desde un punto con una alta densidad mágica...
Miré de reojo hacia la salida que había a nuestra izquierda; ahí estaban todos los otros gnomos, amontonados y mirando expectantes.
"Vamos, Forn. Quiero saber por qué te sucede eso al encantar un objeto", dije, masajeando un poco sus hombros.
"Además, ¿vas a vivir toda tu vida con miedo a usar tu magia? Para eso estoy yo y ellos acá, para cuidarte".
Forn giró un poco la mirada, mirando hacia los otros gnomos.
"Niños, acérquense".
Los pequeños gnomos se miraron entre ellos, algo inseguros. Uno de ellos, más valiente o quizás simplemente más curioso, dio el primer paso hacia nosotros. Forn suspiró profundamente y alzó una mano para detener cualquier duda que tuvieran.
"Está bien. Vengan. Esto es algo que todos debemos presenciar".
"Gnomo Forn. Gnomos estar asustados".
"Tranquilo, Jorl", comenzó diciendo el gnomo de sombrero verde en punta.
"Escuchen, mis pequeños. Lo que hemos vivido juntos luego de conocer al Rey Demonio ha sido una batalla constante por vivir tranquilos, por un propósito más grande que nosotros mismos. Hoy, ese propósito nos lleva por caminos distintos. Solo quiero que no teman".
Su mirada recorrió a cada uno de los gnomos.
"No estamos abandonando nuestra causa. Solo estamos confiando en que este chico", hizo un gesto hacia mí con un dedo, "puede ayudarnos a alcanzar lo que no pudimos por nosotros mismos".
Apreté los puños al escuchar las palabras de Forn. Había algo en su tono que me hizo pensar que esto no era solo un intercambio casual. Era una despedida por tiempo indefinido.
Los gnomos murmuraron entre ellos, algunos asintiendo, otros todavía dudosos. Un pequeño, probablemente el más joven, no pudo contenerse más y se lanzó a abrazar a Forn. El viejo gnomo sonrió y le dio unas palmaditas en la punta del sombrero rojo.
"Por favor, cuídense los unos a los otros, ¿sí? Como lo hicieron cuando yo no estaba".
El joven gnomo asintió frenéticamente, con lágrimas en los ojos.
"Gnomo Forn ser el mejor. Siempre recordar".
Entonces Forn giró la vista hacia mí, mirándome por encima del hombro.
"¿Con qué lo encanto?"
"Forn, ¿vos conoces a la mujer de fuego?"
"Claro que sí, es por eso que puedo encantar con protección al calor.
Eso sí, solo la vi una sola vez, porque esa mujer tiene el ego más grande que cualquiera pudiera imaginar".
"Ella es el último ser mágico que queda por liberar, es por eso que ahora te pido que intentes encantar este collar con protección contra el calor".
"Está bien", respondió, pero todavía sin girarse.
"Quiero que sepas que mis niños me dijeron que te esforzaste mucho por liberarme, así que es por eso que confío en ti y acepté hacer mi primer pacto".
"Te lo agradezco, amigo".
Entonces él finalmente agarró el collar, que todavía tenía puesto, con sus dos manos pequeñas y regordetas. Suspiró y vi que sus partículas mágicas se empezaban a gastar poco a poco mientras alguna mía se le traspasaba mediante el contacto físico.
De un momento a otro, el cuerpo de Forn se desplomó hacia delante.
"¡Forn!" grité, atrapándolo antes de que su pequeño cuerpo golpeara el suelo.
Lo recosté con cuidado boca arriba y coloqué mi mano sobre su muñeca; su corazón todavía estaba latiendo.
Esto no es normal. Ningún ser mágico debería desmayarse sin acabarse todas sus partículas. Por lo menos, hasta ahora, siempre fue así.
Esto tiene que ser obra de Sariah... Ella lo creó, después de todo. Si fue su manera de asegurarse de que su magia no sea usada a la ligera, lo logró.
Cuando alcé la mirada, noté que los gnomos me observaban en silencio. Sabían que algo malo estaba sucediendo, pero tal vez no entendían del todo el motivo, pues ellos no podían ver las partículas mágicas.
Inspiré profundamente, tratando de dar una impresión de control.
"A partir de ahora, yo estaré a cargo de Forn", declaré...
¿Lo dije demasiado brusco? Seguramente ellos no querían escuchar algo así en este momento.
"Voy a llevarme a Forn a mi casa. Necesita descansar y recuperarse. No sé cuánto tiempo le tomará, pero me aseguraré de que esté bien.
¿Qué opinan?"
Largué esa pregunta del final como para aligerar un poco. Ya estoy metido en el barro, y pienso seguir así por el bien de Forn, porque no puedo dejarlo acá, a la deriva.
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Un murmullo se extendió entre los gnomos, hasta que uno de ellos, Jorl, el mismo que había hablado antes, me miró de manera extraña; sus ojos apenas visibles entre el sombrero y la barba blanca.
"Gnomos también querer ir. Gnomo Forn no estar solo. ¡Nosotros protegerlo!"
"Espera, espera", respondí, levantando una mano.
"No pueden simplemente venir conmigo. Tengo responsabilidades, y un grupo tan grande podría ser... complicado".
"Complicado o no, ¡nosotros ir!" Insistió otro, con una convicción que hasta parecía hacerle hablar normal.
Antes de que pudiera argumentar más, los pequeños se organizaron sorprendentemente rápido. Cuatro de ellos se apresuraron a levantar a Forn, cargándolo con una coordinación inesperada para su tamaño. Parecían soldados en plena misión, cada uno asumiendo su rol sin cuestionar.
Esto no puede estar pasando... ¿Realmente voy a acabar con una tropa de gnomos siguiéndome? Pero cuando vi la determinación en sus ojos y el cuidado con el que sostenían a Forn, algo dentro de mí cambió. Si iba a asumir este rol, tendría que hacerlo... bien, por decirlo de alguna manera.
"Está bien, ustedes ganan. Pero si van a seguirme, van a tener que aceptar algo: yo soy su líder ahora, y vamos a hacer las cosas a mi manera. ¿Entendido?"
"¡Gnomos entender! ¡Gnomo rojo nuevo líder!" Respondieron al unísono con un posterior sonido de asentimiento.
Cuando empezamos a caminar hacia la salida, caí en lo que estaba haciendo con mi vida.
¡¿Pero qué carajos estoy haciendo?! ¿Cómo terminé siendo el líder de una docena de gnomos rojos, cargando a uno de ellos desmayado como si fuera el maldito mesías de los pequeños sombrerudos? Esto es ridículo, completamente absurdo. Si alguien me hubiera dicho que, después de morir en la Tierra, iba a terminar comandando un grupo de duendecillos histéricos por la repentina caída de su líder, y encima a los ocho años, me hubiera muerto otra vez, pero de risa. Ahora que lo pienso, ¿qué hago con ellos? ¿Dónde los meto? ¡No puedo llevarlos a casa así sin más! Aya va a perder la paciencia, seguro. No la culpo. Imaginate abrir la puerta de tu casa y que entren doce gnomos ruidosos diciendo que soy su líder. '¡Gnomo rojo nuevo líder!' Ah, claro, porque mi cabello tiene un maldito filamento rojo. ¡Qué criterio tan avanzado para ponerme ese apodo!
Y encima de todo, Forn está inconsciente, con un collar de oro puesto y no tengo ni idea de cuánto tiempo va a tardar en recuperarse. Lo único que falta es que mire a Aya a los ojos y me diga algo como: 'Luciano, ¿puedo saber por qué trajiste un ejército de gnomos a nuestra tranquila vida en la playa?' Ya la imagino frunciendo el ceño, poniendo los brazos en jarra, con esa postura taaaaan elegante y madura que no necesita esforzarse para que me haga sentir culpable de mis acciones.
Y yo le terminaría respondiendo algo así como: 'Pero Aya, yo me autoproclamé líder luego de derrocar a Forn sin querer'. Ah, claro, porque eso va a sonar totalmente razonable.
Y los demás... Bueno, ya me estoy viendo a Suminia fulminándome con la mirada. A esa chica no hay manera de complacerla. Seguramente hará algún comentario pasivo-agresivo sobre cómo siempre arrastro cosas extrañas a nuestra vida. Samira, en cambio, probablemente trate de ser amable como siempre, pero incluso ella tiene un límite. ¡Y Lucía! No puedo dejar a mi hermanita cerca de ellos. Esos gnomos parecen inofensivos, pero conociendo mi suerte, seguro terminan metiéndose en problemas, y no quiero que mi mamita salga lastimada.
¿Por qué no pensé esto mejor? ¡Ah, cierto! Porque decidí actuar de manera imprudente intentando investigar la magia y luego Forn literalmente se desplomó en mis brazos como si hubiera tomado veneno.
Ya estábamos afuera, con una selva que parecía demasiado tranquila para lo que estaba ocurriendo dentro de mi mente.
"¡Cuidado, rama larga!" Gritó uno de los gnomos.
Miré hacia abajo justo a tiempo para evitar tropezar con una enorme rama sobresaliente de un árbol. Perfecto, ahora también me están cuidando como si fuera un niño torpe.
No puedo esperar para ver cómo explico esto cuando lleguemos. ¿Dónde voy a meter a doce gnomos? Mi casa no es un hotel, por el amor de Sariah. Hablando de ella... No me sorprendería que estuviera observándome ahora mismo, riéndose de mí desde su espacio celestial.
Cuando finalmente salimos del bosque, llegamos a nuestro destino. Frente a la puerta de la casa, ahí estaban Aya y Mirella. Aya con su yukata impecable, de pie como si fuera la dueña de mi casa, con las orejas blancas moviéndose apenas por el viento. Por otro lado, Mirella, con sus alas que la hacían mantenerse en el aire, tenía esa sonrisa que siempre lleva cuando está a punto de lanzarse a decir algo demasiado condescendiente. ¿Acaso no debería estar enojada?
Creo que todavía era válido el salir corriendo y perderme en el infinito.
“¿Qué carajos...?” Empezó Aya, frunciendo el ceño mientras sus ojos anaranjados nos miraban peligrosamente.
"Eh... ¿Hola?" Dije, tratando de sonar casual, pero mi voz salió más como un chillido.
Forn seguía sobre los cuatro gnomos, completamente inconsciente, y los gnomos detrás de mí hicieron un desastre al intentar formar una fila cuando yo me detuve de repente. Parecía un desfile ridículo de pequeñines con sombreros rojos más grandes que sus cabezas. Algunos incluso me empujaban, como si no se hubieran dado cuenta de que estaban al borde de una emboscada verbal de nivel apocalíptico.
En la ventana izquierda pude ver a Samira y Suminia observando atentamente, y en la ventana derecha estaban los tres integrantes de mi familia.
¿Acaso se van a quedar ahí sin decir nada, sin ayudarme?
"Luciano, explícame ya por qué trajiste a este hombre de esta manera y a todos los gnomos. ¿Acaso te estás burlando de mí?"
Uff... Empezar con una victimización era un golpe bajo y difícil de remontar. Veremos qué puedo hacer.
"Aya, soy tan solo un niño", dije, levantando un dedo en el aire.
"Y los niños hacen travesuras. A veces buenas, a veces malas".
Sabía que, de alguna manera, esto no iba a terminar con todos contentos, principalmente porque vi que la cara de Rundia se puso más seria después de que Aya hablara.
Mientras tanto, Lucía se estaba reventando de la risa.
"Sabes que eso no es válido en este momento, así que explícate", respondió ella.
Antes de que se me ocurriera algo para decir, Mirella vino y se sentó sobre mi cabeza.
"Vamos, Aya, no seas tan mala con Luciano. Además, ¿no era que estabas preocupada porque se fue sin avisar?"
"¡Mirella! ¡No se suponía que debías decir eso!" Gritó, su voz flaqueando.
"A-Además, ¿acaso no eras tú la que se preocupó más y dijiste que no le quitarías la bola de luz?"
"Sí, claro. Porque somos mejores amigos y siempre me preocupo por él".
Aya se quedó tan con la boca abierta que parecía que el mentón se le caería al suelo.
Mirella siempre tenía la habilidad de hacer que las cosas giraran a mi favor si ella lo quería, incluso cuando yo mismo estaba al borde de rendirme. La miré de reojo mientras ahora flotaba al lado de mi cabeza, con una expresión pícara.
Entonces aproveché el momento para tomar la palabra.
"Bueno, lo que voy a decir no es solo para Aya, sino para todos: los gnomos a partir de ahora serán nuestros amigos. Pero no se preocupen, ellos no van a vivir en nuestra casa, van a vivir en nuestra anterior cueva, con Fufi y su familia".
Mientras hablaba, los demás empezaron a salir de casa, poniéndose al lado de Aya.
"Como verán, hay un gnomo que es diferente a los demás", expliqué, acercándome al cuerpo de Forn y poniendo una mano sobre su panza.
"Él se llama Forn y es como el padre de todos los gnomos, pero resulta que, al usar magia, se agota y se queda dormido por un tiempo, así que no puede hablar con ustedes ahora y también es por eso que yo decidí que los gnomos estarían más cerca de nosotros".
Aya suspiró, llevándose una mano a la frente.
"Esto es ridículo... Pero supongo que mientras no entren a la casa y no causen problemas, puedo tolerarlo".
Las gemelas se percataron de la presencia de Forn y se acercaron de inmediato a él.
"Mira, Sumi. Él es el hombre pequeño del cual nos contaba nuestra abuela".
"Sí, ahora parece que está durmiendo".
"Y miren este", dije, girándome y buscando al gnomo que tuviera menos cara de molesto, tomándolo entre mis manos como si fuera un peluche.
"Miren, este se llama... Jorl. ¿No es adorable? ¿Cómo creen que podría abandonar a estos pequeños? No podía dejarlos solos y que alguien se aprovechara de ellos".
"Gnomo llamarse Liar", contestó el gnomo entre mis manos y empezó a patalear.
Cuando el gnomo en mis manos empezó a moverse así, su sombrero se tambaleó peligrosamente, y yo hice lo posible por no soltarlo en el momento, pero era imposible.
"¡Liar, Jorl, como sea! ¡Tranquilo, hombre!"
Lo dejé cuidadosamente en el suelo, donde se ajustó el sombrero con aire ofendido y se devolvió a su posición.
Mientras veía a mis padres acercarse a ver los gnomos tomados de la mano de Lucía, fui a ver a Aya, que se quedó parada frente a la puerta.
"Aya, sé que tenés un problema personal con los gnomos, pero me gustaría pedirte que ya intentes olvidarte de eso. Ya es parte del pasado, y ahora necesitamos llevarnos todos bien para lo que viene".
Ella evitó mirarme.
"Entiendo..."
"Por cierto, ¿todavía tenemos barreras activas en la otra cueva?"
"Solo dos..."
"¿Tuviste que desactivar una?"
"Sí..."
"Vamos, Aya, no te desanimes", dije mientras le pasaba un poco mi mano sobre su brazo.
"Para la noche te tengo preparada una sorpresa".
Cuando mencioné eso, noté cómo las orejas de Aya se movieron ligeramente hacia arriba, como si hubieran captado algo inesperado. Su mirada, que antes evitaba cruzarse con la mía, se levantó despacio.
"¿Sorpresa?" Murmuró.
“Sí, una sorpresa. Bueno, en realidad sería como un regalo. Se me ocurrió cuando te vi enojada”, expliqué, sonriendo para intentar calmar el ambiente.
"Bueno... Dependiendo de lo que sea, veré si te perdono o no".
Con esas palabras, se metió a casa.
A todo esto, Tarún y Anya no estaban. Qué lástima.
Las gemelas y Mirella, que parecía un poco molesta luego de escuchar lo del regalo a Aya, me acompañaron a llevar a los gnomos a la cueva donde vivimos por mucho tiempo y que ahora se la había adueñado Fufi y su nueva familia.
Sí, ahora el monstruito azul y rojo tenía una pareja hembra que se distinguía por tener cambiado el pelaje rojo por un naranja claro.
Aparte de ellos dos, había otros dos pequeñines machitos.
Le expliqué a Fufi que los gnomos vivirían acá por un tiempo hasta que su líder despertara, y que cuando eso sucediera, me buscara y me avisara.
Supongo que comprendió, ya que se quedó mirándome todo el tiempo que yo le hablaba y luego se fue a recostar con su familia. Creo que ni le interesa si los gnomos viven ahí o no.
Con el asunto de los gnomos relativamente bajo control, aproveché para quitarle el collar de oro encantado a Forn.
Mientras sostenía el collar en mis manos, sentí una leve vibración mágica. Me hizo recordar que tendría que inventar una excusa creíble para cuando Forn despertara y preguntara por qué se lo había quitado.
No es tanto cosa de que Aya haya estado enojada y demás, sino que pienso que, al ella usar magia defensiva, llevar más protección defensiva encima podría beneficiarla en algo. Por más que esta fuera contra el calor... o fuego.
Después de eso, la tarde avanzó sin demasiados contratiempos. Anya regresó más tarde con Tarún, y tuve que sentarlos a ambos para explicarles la situación de los gnomos. Como era de esperar, entendieron la situación a la perfección.
Cuando la comida de la noche terminó, junto a varias preguntas de por medio, y todos se retiraron a descansar, llegó el momento que había estado esperando.
En la habitación que compartía con Mirella y Aya, el ambiente ahora era más íntimo. La luz de una pequeña bola mágica iluminaba ampliamente la habitación. Mirella ya estaba sentada en el borde de la cama, jugando distraídamente con una hebra de su cabello rubio mientras me miraba de reojo.
Ay, Mirella... Su cara se había tornado algo fruncida cuando mencioné la sorpresa para Aya. La sabía celosa, y no podía evitar pensar que ese tipo de cosas sólo complicaban más la relación que tenía con ella.
Respiré hondo y saqué el collar de oro encantado del cajón de la mesita de luz que estaba entre las dos camas. Este no era cualquier objeto; era un regalo que podría ayudar a Aya más adelante, ya que ella sería la que podría verse más afectada por el fuego, más que todo por su cuerpo grande, su pelaje y esa ropa que le cubre casi todo el cuerpo.
Aya entró casi al instante, viéndome parado al lado de su cama, con una mano detrás de la espalda.
"¿Y bien?" Preguntó, acercándose.
"¿Estaban esperándome?"
Mirella no respondió nada, pero yo sí.
"Sí, estaba esperándote para mostrarte algo que hoy hice junto a Forn".
Puse la mano que ocultaba hacia delante, mostrando el collar de oro.
"Esto se llama collar".
En ese instante, pude ver que Mirella se dio la vuelta hacia mí, todavía sin decir nada.
"¿Un co... co...?"
"Un collar. Sirve como adorno para el cuerpo, pero este tiene una cosa más, algo que realmente sí lo hace útil".
"¿Qué cosa tiene?"
"Está encantado".
"¿Qué significa eso? No entiendo la palabra".
Le di un par de golpecitos por encima a su colchón primitivo.
"Vení, sentate".
"Está bien", respondió y caminó hasta su cama, sentándose en el medio del borde.
En ese momento, Mirella gateó por nuestra cama y se sentó del otro lado; ahora estaba frente a Aya. No sabía si tenía curiosidad por el objeto nuevo o si estaba queriendo escuchar atentamente para luego usarlo en mi contra.
"Bueno, lo primero que hay que saber es que Forn tiene la magia de encantar determinados tipos de cosas. En este caso, este collar está hecho de oro, como el que yo conseguí y puse en las estanterías.
Encantar significa darle un poder a ese objeto. Y si ese objeto lo tienes puesto, entonces tendrás ese poder".
"¿Y qué poder tiene este collar?"
Antes de responderle, se lo puse. Ella reaccionó haciendo la cabeza un poco hacia atrás, pero ya estaba dentro.
Su cabello blanco apenas llegaba más allá de sus hombros, así que no fue difícil ponérselo rápidamente.
"Tiene el poder de proteger contra el calor. Es decir, si nos encontramos a alguien con magia de fuego, se supone que podrías resistir mejor si te ataca".
"Gracias, Luciano. Se ve muy bonito".
"Este es el regalo que te prometí. Me pareció que podría ayudarte mucho en el futuro".
Aya bajó la mirada al collar con curiosidad, tocándolo con la punta de sus dedos. Sus orejas se movieron ligeramente hacia arriba, delatando que estaba intrigada. Sin embargo, antes de que pudiera comentar algo más, Mirella, quien hasta ese momento había estado observando en silencio, soltó un comentario cargado de ironía.
"Ah, claro, porque Aya necesita un regalo especial, ¿no? Mientras tanto, yo aquí, esperando que te acuerdes de que existo".
Me giré para verla; su tono melodramático estaba acompañado de un puchero exagerado y un leve cruce de brazos. A pesar de sus palabras, había una chispa de diversión en su mirada, como si estuviera disfrutando un poco de su propia escena.
"Mirella, no seas así... Ya sabés que vos sos especial para mí, pero el tamaño de este collar realmente no era para vos".
Ella me lanzó una mirada escéptica, pero después de unos segundos de silencio, suspiró con resignación.
"Está bien, está bien. Pero no te olvides de que yo también tengo necesidades, ¿eh?"
"Por supuesto que no. De hecho, ya tengo algo en mente para vos", respondí, aunque improvisando un poco.
Entonces me acerqué a la estantería, mirando los dos lingotes de oro.
¿Qué podría hacerle para mantenerla contenta? ¿Un accesorio? No, seguro que se quejaría porque no está encantado...
Ya sé, voy a crearle algo nuevo.
Sin perder tiempo, tomé uno de los lingotes de oro de la estantería. La magia se activó en mis dedos mientras lo sostenía, moldeándolo como si fuera cera. Mi idea era clara: un peine de corte pequeño.
Claro, no era el modelo que usualmente usaría una mujer para arreglar su cabello, pero Mirella no necesitaba saber eso. Además, nunca había hecho uno antes, así que iba a ser interesante.
Moldeé el oro en dientes finos, alineándolos cuidadosamente. Hacer tantos y tan finos era complicado, pero me esforcé por hacer que el diseño fuera práctico y algo bonito. Bueno, lo bonito se lo daría el color dorado.
Dejando el lingote, ahora un poco más pequeño, en la estantería, me dirigí hacia Mirella con el peine en una mano y me senté a su lado.
"¿Eso es para mí?" Preguntó Mirella, inclinándose hacia mí.
"Sí, Mirella. Esto se llama peine. Sirve para arreglar el cabello, desenredarlo y darle un poco de forma".
Se lo entregué para que lo viera antes de mostrarle cómo se usaba.
Ella lo tomó con cuidado, girándolo para verlo desde diferentes ángulos.
"¿Y cómo funciona un peine?"
"Es simple. Dejame mostrarte", respondí y, suavemente, aparté un mechón de su cabello rubio.
"Solo tenés que pasarlo así, desde el comienzo hasta las puntas".
Deslicé el peine por su cabello, que caía como seda bajo los dientes dorados. La combinación de colores era un deleite para la vista.
"¿Ves? Ayuda a mantenerlo ordenado y limpio".
"¡Auch!" Gritó cuando se atascó un poquito y me lo sacó inmediatamente.
"¡Mira, me arrancaste un pelo!"
"Pero eso es completamente normal. Los que se quedan son los pelos más fuertes".
Mirella dejó escapar un suspiro largo y dramático.
"Bueno, no es tan impresionante como un collar con poderes, pero supongo que estoy conforme".
De pronto, Aya se levantó de su cama. Ahora era raro verla con semejante porte físico y esa cadena de oro tan gruesa.
"Oye, Luciano... ¿Yo también podría llegar a... peinar mis colas?"
Qué nochecita me espera...