“Luciano, ¿necesitas más partículas mágicas?” La voz de Mirella sonaba más seria.
“No es como si te las tuviera que pedir, se transfieren automáticamente”, respondí con los dientes apretados.
El suelo bajo mis manos empezó a temblar cuando comencé el proceso.
La magia requería concentración absoluta, y cualquier error podría resultar en un accidente. El sudor caía por mi frente y se mezclaba con la arena, creando pequeños regueros húmedos sobre la superficie.
La arena comenzó a descender junto a mi cuerpo, hundiéndose poco a poco bajo la presión de mi magia. La sensación era intensa, como si cada partícula estuviera conectada a mi mente, obedeciendo mis órdenes. Podía sentir el roce cálido de las manos de Mirella y cómo se traspasaban sus partículas. Parecía que ella entendía la gravedad del momento, pues no se movía ni un milímetro, manteniéndose en silencio mientras continuaba en contacto con mi cuerpo.
El suelo comenzó a crujir, un sonido profundo que daba miedo, no solo porque yo estaba encima de toda la acción, sino porque estaba jugando con la mismísima naturaleza de este mundo.
La arena que antes había dominado la superficie se hundía más y más, como si yo fuera un gigante invisible que estaba empujándola hacia las entrañas de la tierra. Por encima de eso, las piedras y la tierra se elevaban gradualmente para dejar paso a la arena, formando una capa compacta que iba tomando forma justo donde quería. Cada centímetro ganado me costaba mucho esfuerzo, porque por momentos tenía que fusionar los materiales con la arena para que esta la atravesase.
“Luciano, las piedras están subiendo… se ven desde aquí”, habló en voz alta Aya desde un costado, su voz llena de asombro.
Ella rara vez mostraba una emoción tan evidente. Miré de reojo y vi cómo sus orejas puntiagudas se movían inquietas, como si intentaran captar cada sutil vibración del entorno.
Aya tenía razón, me di cuenta cuando una punta de piedra chocó contra mi pierna izquierda.
Las rocas que le siguieron eran irregulares, como una textura mal cargada en un videojuego, algunas estaban cubiertas de un musgo seco que desprendía el olor húmedo de la tierra. La piedra era clave para la base de lo que sería nuestra casa, un fundamento sólido que soportaría todo lo que vendría después.
Y así seguí por varios minutos hasta que se agotaron las partículas mágicas. Mirella fue a recargarlas rápidamente y volvió para transferírmelas.
Fui arrastrándome por la piedra puntiaguda para seguir extrayendo más y más, ocupando todo el terreno que necesitaba.
Una vez con toda la piedra fuera, empecé a aplanarla, dejando una base recta que sobresalía de la arena que tenía a su alrededor. Íbamos a tener que hacer una escalera del otro lado para tener una salida hacia la playa, porque la principal va a ser en la parte que da al bosque.
"¡Ya terminé!" Grité, levantando los brazos y mirando hacia los demás.
Las miradas de todos se clavaron en el resultado. Me levanté con un pequeño dolor muscular recorriendo mi cuerpo. Un suspiro de alivio escapó de mis labios al ver la superficie completamente transformada. La base de piedra, lisa y compacta, era como un testimonio de los últimos minutos de esfuerzo.
Rin se acercó primero.
"Luciano... ¿esto es lo que tenías en mente? Porque en la casa de miniatura se ve diferente".
Señaló la superficie con una ceja levantada, como si tratara de descifrar un misterio oculto.
Mirella estalló en una carcajada ligera.
"¡Es solo el suelo! ¿En serio pensaste que ya habíamos terminado, Rin?"
Me lanzó una mirada cómplice, mientras balanceaba las piernas de forma despreocupada desde mi hombro.
Lo cierto era que ella se pasó un montón de tiempo dentro de la maqueta de la casa, estudiando cada parte.
"¡Ah, es cierto!" Respondió riéndose y rascándose la cabeza.
Los demás llegaron a paso rápido.
"¡Es enorme!" Gritó Tarún, y empezó a pisotear la piedra.
"¿Cuándo podremos jugar en la casa?" Preguntó, casi rebotando de la emoción.
"Todavía falta un montón", contesté.
Aya, por su parte, se mantenía un poco apartada.
"Luciano tiene razón, no parece un espacio habitable todavía".
"El próximo paso es traer los troncos hacia acá, así que necesito la ayuda de todos los adultos... Anya, mamá, papá, Tariq y Aya. Síganme".
Me moví rápidamente unos metros hacia donde estaban todos los troncos repartidos por la playa.
"¡Sí, vamos!" Gritó Anya.
Lo bueno es que directamente ahora se ignoran con Tariq, es como si él no existiera para ella.
Tariq, con su altura superior al promedio y su postura recta, fue el primero en dar un paso al frente cuando llegamos al montón de troncos. Era fácil olvidarse de lo flaco que era y que sus músculos no eran tan imponentes al verlo trabajar usando tanta fuerza. Cuando nuestras miradas se cruzaron, él asintió, un gesto simple pero cargado de confianza.
Después estaba Aya, que tenía ese porte tan elegante que contrastaba con todo el trabajo que estaba haciendo. Sus cinco colas pomposas se meneaban tras ella y, de pronto, la vi acercarse a uno de los troncos más finos. Se inclinó, rodeando el tronco con sus brazos y, sin esfuerzo aparente, comenzó a levantarlo, cargándolo sobre su hombro.
Me acerqué rápidamente.
"¡Aya, se suponía que teníamos que hacerlos rodar!"
Sabía que tenía una habilidad natural para la defensa mágica, pero verla transportar un tronco, por más que fuera pequeño, como si fuera una simple rama me dejó anonadado.
"Lo tengo todo controlado", contestó con una voz pausada, aunque pude notar un leve destello de orgullo en su mirada.
"B-Bueno... pero no quiero que te sobre esfuerces".
"Parece que Aya quiere impresionarte, ¿no?" Murmuró Mirella desde mi hombro.
Cuando volteé para verla, sentí más cerca el ruido de la madera moviéndose, era Tariq, que seguía haciendo rodar un tronco él solo.
Un poco más atrás, estaban Anya y Rundia empujando otro.
"Mamá, no te esfuerces demasiado", le advertí, aunque sabía que Rundia era más obstinada de lo que a veces parecía. Su hermoso pelo castaño se movía al compás del viento mientras me lanzaba una mirada que reconocía bien: la de alguien que no se dejaría intimidar por un desafío.
"Ni lo sueñes, hijo. Esto es para nuestro nuevo hogar, y haré lo que haga falta", respondió con una sonrisa que me trajo recuerdos de esas épocas donde la vi levantarse una y otra vez ante las adversidades.
"¡No nos vas a convencer, Luciano!" Gritó Anya mientras se esforzaba por empujar.
Fui caminando un poco más atrás, dejando a las dos mujeres con sus cosas. Ahí estaba Rin, empujando un tronco no muy grande él solo.
Le hice una sonrisa a la pasada, pero creo que no me prestó atención.
Los rayos de sol golpeaban fuerte, y la piel expuesta de todos empezaba a enrojecerse. Incluso así, no había quejas, solo el crujido de la madera siendo movida y el sonido de los pasos sobre la arena.
Por un momento, me sentía como el capataz de una obra, dirigiendo y observando a todos.
Al llegar al montón de troncos, vi a Lucía observándolos muy detenidamente.
"¿Todo bien?" Pregunté.
"Ah. Hola, Luciano. Estaba viendo que hay algunos demasiado grandes, ¿no te parece?"
"Podría dividirlos a la mitad".
Lo cierto era que la mayoría de los troncos no eran muy grandes ni tan robustos.
"¿Voy a buscar más partículas?" Preguntó Mirella.
"Eso sería de gran utilidad, Mirella. Te espero acá".
"¡Ya vuelvo!"
Tomando impulso contra mi hombro, hizo un gran salto y desapareció volando entre los árboles.
"¿Me va a tocar seguir durmiendo con esos dos?"
"¿Con Rin y Rundia? Y sí, mami. ¿Con quién irías a dormir sino? Tenés que acostumbrarte a que son tus padres".
Ella chasqueó la lengua,
"Sí, ya sé... No digo que sean malos, pero no me acostumbro".
Sabía lo difícil que debía ser para ella seguir adaptándose a una realidad tan distinta, siendo la reencarnación de mi madre de la Tierra. Aunque lo manteníamos en secreto, sus actitudes a veces dejaban entrever esa dualidad que solo yo podía percibir.
"Es normal. Uno no se acostumbra uno de un día para el otro. Me pasó lo mismo a mí", respondí, mirando su pestaña roja.
"Sí..."
Ese día trabajamos por varias horas. Hasta hicimos una hoguera en medio de la playa para poder comer.
Una vez que ya era de noche, teníamos todos los troncos sobre la gran base de piedra.
"¿Les parece si seguimos mañana? Además, Tariq ya tiene que volver con su familia".
Tariq asintió, un tanto aliviado.
"Claro, Luciano. Volveré mañana. Será mejor descansar un poco", dijo mientras saludaba con la mano.
"Y gracias por la comida".
"No es nada, nos ayudaste un montón".
"Entonces... ¿Dónde dormimos hoy?" Preguntó Samira con un poco de timidez.
"Vamos a dormir en la cueva hasta que tengamos finalizada la parte exterior de la casa", dije, agarrando la maqueta del suelo.
"Acá no se ve, pero va a haber un techo, que es lo que nos cubrirá del sol".
"Ah... Supongo que está bien así".
Realmente no sé si entendió, pero finalmente partimos rumbo a nuestra cueva, un hogar que dentro de poco iba a quedar en el pasado. Vaya a saber si algún día lo ocupara otra familia.
Esa noche casi que no pude dormir pensando en tantas nuevas ideas que se me habían ocurrido. Lo primero que debía hacer era fabricar un balde para tener agua mágica cuando siga construyendo la casa. Así Mirella no iba a tener que ir y venir para traerme partículas.
Me levanté mientras todos seguían durmiendo, cansados, y agarré una papaya que había por el piso antes de partir hacia la playa mientras la comía.
Una vez ahí, agarré varios cubos de madera y los puse sobre la arena.
Utilizando mi magia, hice el balde que necesitaba, solo que la manija estaba firme hacia arriba. Ahora no tengo muchas ganas de ponerme en los detalles para hacer un buen balde. Además, tengo la idea de enseñarles a hacer sus propios recipientes con arcilla... La cual todavía hay que buscar.
Partí rumbo hacia el arroyo, pasando antes por la cueva y viendo que todos seguían durmiendo.
Estas partículas que formaban parte del agua mágica eran visibles solo para aquellos que podían utilizarlas. De cierta manera, era un regalo que Sariah me había conferido cuando me trajo a este mundo. Sabía que con cada tarea extenuante mis reservas de partículas mágicas en mi cuerpo se reducían, y eso era algo malo en un lugar donde la magia era tan útil, al menos para la que yo puedo hacer con ella.
Fue entonces cuando Tariq apareció.
"Luciano, ¿qué más necesitas que haga hoy?"
La voz me sorprendió mientras estaba cargando el balde con agua.
"¿Cómo sabías que estaba acá?"
"Es que estaba buscando enredaderas y te encontré", respondió, mostrándome las que colgaban en una de sus manos.
Me limpié las manos en la tela de mi rudimentaria ropa antes de contestar.
"Buen trabajo. Acordate que cuando ya no encuentres más, las tenés que dejar donde pusiste las otras".
"Está bien".
Este hombre es bastante trabajador... ¿Y si utilizo a Tariq como mediador en mi plan de enseñarles a los demás a hacer las cosas sin depender de la magia?
"Tariq, me parece que necesito algunas pequeñas ayudas más... Vos ya sabés que yo te hice las ojotas y también te voy a construir una casa en el futuro..."
"¿Sí...?"
"Además de seguir consiguiendo enredaderas, necesito que busques algo más específico hoy, o cuando puedas".
"¿Qué cosa?"
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"Arcilla".
Tariq frunció el ceño, sus ojos negros apenas visibles bajo su expresión de confusión.
"¿Arcilla? ¿Qué es eso?"
Me agaché y recogí un poco de tierra húmeda entre mis dedos, mostrándosela.
"La arcilla es un tipo de tierra que, cuando se mezcla con agua, se vuelve maleable. Se puede usar para moldear objetos, y cuando se seca, se endurece. Si encontramos suficiente, podríamos hacer recipientes como este, pero sin usar magia".
Levanté un poco el balde con mitad de agua.
Tariq asintió lentamente, asimilando la idea.
"Eso suena... interesante. ¿Cómo la reconocemos? ¿Qué es eso que hiciste?"
"Primero que nada, esto es un balde. Lo uso para transportar agua".
Se lo di para que lo agarrara de la manija.
"Es algo bastante útil".
"Por lo general, la arcilla se encuentra cerca de ríos o arroyos. Te enseñaré a buscarla".
Hice un gesto para que me siguiera y juntos caminamos hasta el borde del arroyo.
Nunca había encontrado arcilla, aunque tampoco me había detenido a buscarla bien. Sé que estuve un tiempo recolectando oro en el arroyo, pero nada más que eso.
"Si esto es madera, ¿cómo vamos a hacer algo como esto pero de tierra?"
"Como dije, luego se endurece. Sé que no va a quedar igual, pero..." Me detuve un momento, pensando bien qué iba a decir.
"Tampoco quiero que todo lo haga yo con magia, ¿sabes? También quiero enseñarles para que lo hagan ustedes mismos".
"Realmente no sé cómo se te ocurre todo esto o cómo le das nombres a cosas raras. ¿Cómo puedo hacer para que a mí también se me ocurran esas ideas?"
"Eh... Me parece que puede ser un efecto de la magia", mentí.
"Pero si te tuviera que dar un consejo, deberías buscarle un segundo uso a las cosas".
"Eso suena difícil".
"Entonces veamos si encontramos arcilla y luego hablamos sobre eso".
"Está bien".
El suave sonido del agua corriendo a nuestro lado servía de banda sonora para el día que apenas comenzaba, y las primeras luces del amanecer bañaban el paisaje, que ya de por sí era hermoso. Tariq caminaba a mi lado, observando el entorno y sosteniendo el balde en su mano izquierda y las enredaderas en la derecha. No pude evitar recordar la primera vez que lo vi; en ese entonces, la sola mención de su nombre me producía un nudo de desprecio en el estómago. Había juzgado su abandono a Anya como un acto imperdonable. Pero en este momento, caminando juntos en busca de arcilla, me di cuenta de que mi percepción de su persona había cambiado sutilmente.
Aun así, nunca lo perdonaré.
Al menos ahora, estaba dispuesto a colaborar y aprender, lo cual ya era un avance importante. Y si iba a seguir adelante con mi plan de enseñar a los demás a crear por sí mismos, necesitaba un aliado que pudiera inspirar a otros humanos a seguir sus pasos. Él podría ser esa chispa, o al menos un experimento para ver hasta qué punto un humano común podía innovar sin depender de la magia.
"Oye, ¿te ha pasado alguna vez que ves algo y te imaginas que podría servir para otra cosa?" Pregunté, rompiendo el silencio.
"Sí, el fuego sirve para cocinar la comida y también para quemar cosas".
"Bueno, eso sería algo que ya descubriste".
"Entonces..." Comenzó, mirándose ambas manos.
"Podríamos hacer ropa con estas enredaderas".
Bueno... era un avance.
"Sería complicado, pero es cierto que con hojas grandes sí se podría hacer ropa".
De repente, noté un cambio en el suelo, una textura más densa y oscura que me llamó la atención. Me agaché y hundí los dedos en la tierra; tenía una consistencia más pegajosa, como una masa de pan antes de hornearse. Era posible que hubiéramos encontrado lo que buscábamos.
"Mirá esto", dije, llamando a Tariq.
Él se agachó a mi lado, dejando las cosas a un lado y observando cómo manipulaba la tierra entre mis dedos.
"¿Es eso... lo que vinimos a buscar?" Preguntó, casi incrédulo.
"Exacto", respondí con una sonrisa de triunfo, aunque en realidad no sabía si estaba en lo cierto.
El primer paso estaba hecho. Sin esperar mucho, le expliqué cómo debía juntar un poco y unirlo con otro poco. Mientras lo hacía, Tariq se movía con torpeza pero también con determinación. Era como si un nuevo interés se hubiera encendido en él. Eso era bueno.
Si esto funcionaba, Tariq podría ser mi aliado en el futuro, alguien que ayudara a extender el conocimiento sin que yo estuviera presente. Pero, si no... bueno, siempre tendría a los demás para intentarlo.
"Tariq, quiero que hoy te quedes haciendo esto. Quiero que con la arcilla formes algo que sea parecido al balde que te di recién, el que tiene agua dentro".
Tariq levantó la vista, claramente confundido.
"¿Pero no íbamos a seguir construyendo todos juntos?"
"Sí, pero esto también es importante. Sé que no será fácil al principio, pero aprender a moldear esta arcilla puede abrir un montón de posibilidades para nosotros. Y además, es algo que no depende de la magia. Es algo que vos podés hacer por tu cuenta, ¿entendés?"
Se quedó pensativo, uniendo y despegando dos trozos de arcilla.
"No sé si podré hacerlo. Se ve complicado".
"Mirá, no tiene que ser perfecto, ni siquiera parecido al que tengo yo. Solo quiero que experimentes. Si lográs moldear algo que pueda contener agua, habremos avanzado un montón. Y si no... bueno, al menos habrás aprendido algo en el intento".
Con esas palabras, me levanté del suelo, sacudiendo mis manos entre sí.
"Podrías empezar haciendo algo pequeño".
"Voy a intentarlo. Solo debe tener un hueco donde entre agua, ¿no?"
"Sí, como esto", dije mientras usaba magia para moldear un poco de arcilla, formando un vaso.
"Tomá, usalo como ejemplo".
Tariq lo recibió con sus manos sucias y lo observó detenidamente, luego lo metió al agua del arroyo. Claramente, el agua que tomó empezó a ponerse sucia.
"La arcilla debe endurecerse antes de poder usarla de verdad. Una vez que termines de moldearla, hay que dejarla en un lugar que le dé el sol".
"Ah, cierto. Ya me lo habías dicho, perdón".
"No importa, así es como se aprende", hice una risa suave.
"Me llevo el balde y las enredaderas. Vos quedate haciendo eso y después... También quiero que se lo expliques a Yume y a Kiran".
"Claro, si me va bien se los voy a mostrar".
"En realidad no es por el resultado en sí, sino por el proceso de aprendizaje".
"¡Ah! ¡Un niño me está enseñando muchas cosas!"
"¿Eh?"
Él pegó un tercer trozo de arcilla a lo que ya tenía hecho.
"Es que me acordé cuando te dije que un niño no podía decirme qué hacer".
"Ah..."
Hice una risa absurda mientras buscaba el balde y las enredaderas.
"Supongo que soy un poco entrometido y me gusta hacer cosas nuevos".
"Por la magia..."
"Ya me tengo que ir, Tariq. Me voy a mi cueva, adiós".
A paso rápido, me esfumé entre los árboles.
Luego de una breve explicación sobre la utilidad del balde, ya estábamos en la playa, aunque sin las gemelas y Mirella, que fueron a cazar.
A pesar de que expliqué que el balde servía para transportar agua, los demás humanos normales siguen sin entender lo de las partículas mágicas.
"Bien, esto tiene que funcionar", murmuré mientras me inclinaba hacia uno de los troncos que había puesto en el borde de la base de piedra.
La textura rugosa de la madera me raspó los dedos al tantear cuál sería la primera pieza que usaría.
A mi lado, Aya observaba con curiosidad el balde con agua a mi lado y al mismo tiempo lo que yo hacía. Había desplegado sus cinco colas, que se movían suavemente al ritmo del viento y de vez en cuando rozaban mi espalda.
"¿Crees que funcionará?" Preguntó, sus ojos anaranjados fijos en la madera.
"Obvio que va a funcionar".
Ella no respondió, solo dejó escapar un pequeño suspiro y me dio un leve empujón con una de sus colas.
"Hazlo ya. Quiero ver si tu idea loca realmente funciona".
Claro, para alguien que no ha visto nunca una planificación tan grande, esto podría resultarle una locura.
"Ahí voy".
A todo esto, Aya ya tiene cuarenta años. Debo decir que se mantiene en una espléndida forma física.
Puse las palmas sobre un tronco y enfoqué mi intención. Quería que se fusionara con la roca de una forma natural, como si ambos hubieran crecido juntos desde el principio. Al principio, la energía titubeó, pero porque yo titubeé. Todavía no había decidido el ancho de la pared...
Hagámoslo de cinco centímetros, es lo máximo que puedo estirarme con la cantidad de madera que tenemos.
Lentamente, vi cómo la base del tronco comenzaba a unirse con la piedra. Este era un proceso que conocía muy bien y no me costaba nada de esfuerzo. Creo que hoy podría terminar todas las paredes externas.
"¡Aya, necesito que traigas ese tronco!" Ordené, señalando el más cercano.
Sin ningún tipo de reproche, Aya asintió y se movió con esa rapidez que la distinguía.
Cuando miré hacia atrás, vi a todos los demás parados fuera del suelo de piedra. Rin se estaba acercando.
"Luciano, ¿quieres que ayude?"
"Tal vez necesite la ayuda de todos, porque quiero que ubiquen algunos de los troncos sobre los bordes de la piedra".
"¡Claro que lo haremos!" Gritó Anya mientras venía a ayudar.
La energía fluía con una facilidad increíble desde mis manos hasta la base de cada tronco. Cada unión entre madera y roca era perfecta, como si estuviera viendo el nacimiento de una estructura viva, algo que pertenecía a este mundo pero que había salido de mi mente. Era casi adictivo. Sentía cada partícula mágica moverse según mi voluntad, siguiendo un patrón que ya se había vuelto casi instintivo.
"¡Más troncos!" Grité, mi voz resonando por encima del sonido del cálido viento que venía desde el mar.
"¡Más madera!"
Aya apareció casi de inmediato, arrastrando un tronco que parecía demasiado pesado. Lo dejó a mi lado con una expresión tranquila. A su lado, Rin, Anya y Rundia traían más madera.
"¡Perfecto! Pónganlos aquí", señalé el borde donde estaba levantando la pared.
"Rápido, rápido, que todavía tengo energía para rato".
Aya inclinó la cabeza, apoyando una mano en su cadera mientras su cola más cercana se balanceaba perezosamente.
"Pareces muy seguro de ti mismo, Luciano".
"¡Lo estoy! Esto es increíble, ¿no lo ves? Está quedando perfecto. Este lugar será indestructible cuando terminemos. Será el comienzo de algo grande, Aya".
Con cada tronco que añadía, la pared subía más y más. Pronto, la estructura comenzó a parecerse a algo real, algo funcional. Un espacio protegido, un refugio seguro. Algo que yo había imaginado y que ahora estaba tomando forma gracias a mí.
Necesité cuatro troncos para terminar una pared... Que sería la del lado izquierdo del comedor si lo veo desde la perspectiva de la entrada que estará del lado del bosque. A este paso, solo voy a terminar haciendo tres salas.
Está bien, seguiré así y luego voy a tener que avisarles que falta mucha madera más. Por lo pronto, achicaré el ancho en aproximadamente un centímetro.
El siguiente objetivo era la entrada principal.
Este era el tipo de avance que me llenaba de energía, no solo física, sino mental. Miré hacia mi izquierda, donde iba la entrada principal, meditando en cómo debía diseñarla. Si esta sería la primera estructura de verdad en este lugar, debía tener una entrada que estuviera a la altura de las expectativas.
"Ahora viene la parte interesante", murmuré mientras medía mentalmente la distancia entre los bordes del marco de la puerta. No podía ser muy bajo, o sería incómodo para los más altos del grupo. Aya... claro, Aya es la clave acá.
"¡Aya!"
"¿Qué pasa ahora? ¿Te quedaste sin ideas?" Preguntó con un tono ligeramente burlón.
Creo que... ella me ha estado hablando de otra forma últimamente. ¿Cómo se dice cuando...? Ah, sí. Entramos un poco más en confianza y esta faceta suya me gustaba.
"Al contrario. Necesito que pases por acá".
Señalé el espacio donde iría el marco de la puerta, a mitad del largo de la base de piedra de esta sala.
Se acercó despacio, con ese andar elegante que la caracterizaba. Se detuvo justo al borde, cruzando los brazos sobre su pecho.
"¿Y qué se supone que haga?"
"Solo pasá. Quiero calcular la altura. Sos la más alta de todos, y no quiero que tengas que agacharte cada vez que entres".
"¡Ah! Acá va la puerta, ¿no? ¿Era así como dijiste que se llamaba?" Preguntó mientras sus pies llegaban hasta la arena, que luego terminaría convirtiéndose en tierra.
Observé cada detalle: sus orejas puntiagudas, la longitud de su cuerpo, incluso la amplitud de sus hombros.
"Sí, ahí va la entrada a la casa".
Ella se giró para volver a entrar al suelo de piedra.
"¿Ahora qué?"
"Necesito que traigan madera, más troncos", respondí, también mirando a los demás.
"¡Ya lo escucharon!" Gritó Anya, y a los segundos se comenzó a sentir el crujido de la madera rodando.
Gastando un total de la mitad de mis partículas mágicas iniciales, terminé con toda la pared y el marco.
"Perfecto", dije, satisfecho.
"Ahora, a trabajar en las paredes que siguen".
Rundia se quedó un momento observando el marco de la futura puerta, acariciando uno de los bordes con una expresión pensativa.
"Tienes una forma interesante de hacer las cosas, hijo. No es solo por esa magia... es como si estuvieras haciendo algo que nosotros no llegaríamos a pensar nunca".
Le sonreí de reojo mientras comenzaba con la tercer pared, la paralela a la primera que había hecho.
"Es que no se trata solo de hacer una casa, mamá. Es sobre cómo podemos crecer juntos, hacer algo distinto… algo mejor. Si querés empezar a ver las cosas de manera diferente, tenés que primero entender su significado y luego sus posibles utilidades".
Ella asintió lentamente, sin apartar la vista del trabajo. Sus dedos seguían acariciando la madera, como si intentara entender cómo algo tan simple podía volverse tan... especial.
"¿Y cómo hago eso?"
Era un buen momento para que los demás también escucharan.
"Yo creo que el primer paso es ver más detenidamente las cosas y buscarle una segunda utilidad".
Me tomé un momento para observarla en silencio. Había algo en esa mirada que me impulsó a profundizar más, a buscar no solo que entendiera el propósito de lo que hacía, sino que encontrara su propia manera de verlo.
"Mamá", comencé, mientras miraba que los demás detenían su trabajo para también prestar atención.
"¿Alguna vez pensaste en cómo algo tan común como un árbol puede ser mucho más que solo un árbol?"
Ella me miró, sus cejas ligeramente fruncidas.
"¿Más que un árbol? ¿Te refieres a que puede darnos sombra o madera?"
"Sí, pero eso es solo lo básico. Mirá esto, es un marco", dije señalándolo.
"A simple vista, es solo madera bien puesta. Pero si lo pensás, es más que eso. Terminará siendo el soporte para la futura puerta. Una idea. Una conexión entre lo que está adentro y lo que está afuera. Algo que cambia cómo nos movemos, cómo nos relacionamos con el lugar".
Fui girando la vista para ver a los otros tres.
"Ustedes han vivido mucho más tiempo que yo, ¿no es así? ¿Nunca tuvieron nuevas necesidades? Como por ejemplo... Papá, sé que te gusta cortarte el cabello porque me viste hacerlo una vez, ¿pero no crees que usar una piedra afilada serviría para cortar otras cosas?"
Él se acercó, pero no lo dejé hablar,
"A partir de ahora, cada vez que vean algo, pregúntense: '¿Qué más podría ser esto?' Y dejen que tu imaginación haga el resto".
Me apoyé en el marco de madera recién ensamblado, dejando que mis dedos recorrieran su superficie rugosa mientras ellos reflexionaban sobre lo que acababa de decir.
Hubo unos segundos de silencio donde ellos se miraron sin saber qué decir. Hasta Aya se había quedado pensativa.
"No hace falta que actúen de inmediato. Solo quiero que observen mejor lo que está a su alrededor... Tariq también está en eso".
"Ya veo..." Murmuró Anya.
Necesitaba más partículas mágicas para seguir trabajando.
Miré hacia el balde de agua. Estaba estratégicamente colocado em un borde de la base de piedra. Me acerqué con cuidado, manteniendo un aire despreocupado mientras Aya, Rin y Rundia seguían acomodando los troncos.
"Un momento, necesito revisar algo", dije, dándome la vuelta rápidamente hacia el balde.
El problema era que ahí estaban mi mamá y Tarún.
"¡Hola, chicos!" Alcé la voz mientras veía que Lucía miraba atentamente dentro del balde primitivo.
"¿Qué hacen?"
"¡Jugando!" Gritó Tarún mientras saltaba en el lugar.
"Hola, Luciano", dijo ella haciendo un guiño.
Realmente no sabía qué estaban haciendo, pero no tenía mucho tiempo.
"A ver cómo está el agua..."
Haciéndome el desentendido, me incliné como si simplemente estuviera inspeccionándolo. Mi mano tocó la superficie del agua, y las partículas comenzaron a traspasarse violentamente, fluyendo hacia mí con una velocidad nunca antes vista. Hasta parecía que se peleaban por venir hacia mí.
En ese momento, Lucía acercó su oído hacia mi brazo.
Ah, ya veo... Está escuchando cosas.
"¡Qué linda está el agua!" Exclamé, mirando a Tarún.
"Recuerden que es del arroyo, así que tómenla cuando necesiten, ¿sí? Pórtense bien".
"¡Sí, hermano!" Gritó mi mamá, o, mejor dicho, mi hermana menor en este mundo.
A veces fingía bastante bien.
Me tomé un segundo para ver el bosque mientras mi mano se secaba. ¿Les estará yendo bien a las chicas con la cacería? Mirella me dijo que ella se encarga de encontrar los animales y Suminia los caza.
Mi atención se desvió involuntariamente hacia la playa. Al principio pensé que solo era mi imaginación jugando con las formas del paisaje. La arena se extendía blanca y lisa, un lienzo perfecto bajo la luz del sol. Pero entonces lo vi.
Una figura.
Era gigantesca, casi desproporcionada. Caminaba lentamente en dirección al bosque.
Desde la distancia, su silueta parecía una mezcla de humano y bestia, con cuernos que se retorcían en el aire. No... parecía tener uno quebrado o más pequeño. La piel, o lo que podía distinguir de ella, era de un color marrón oscuro, casi negro. También parecía portar partículas mágicas en su cuerpo.
¡Este es el Rey Demonio!
Entonces noté el objeto que arrastraba en su mano.
No. No era un objeto. Era un... cuerpo.
Él sostenía el cadáver desde la cabeza, desde su cabellera oscura, como si fuera un muñeco de trapo, mientras los restos desmembrados se balanceaban con cada movimiento. Parecía faltarle la mitad de una pierna y los dos brazos, pero no había rastros de sangre