El silencio que siguió a mi declaración fue casi cómico. Las miradas de todos estaban clavadas en mí como si acabara de decir la mayor locura que habían escuchado en sus vidas. Incluso Aya, que estaba examinando las paredes, levantó las orejas, claramente interesada pero también confundida. Sabía que esto requeriría algo más que solo decir la palabra 'casa'. Ellos no conocían el concepto.
Y sí, lo había hecho a propósito.
Anya fue la primera en hablar, como generalmente sucedía.
"¿Una ca...sa? Nunca escuché algo como eso. ¿Es algo que se hace con tu magia?"
Las siguientes reacciones no tardaron en llegar en cadena, el siguiente fue Rin.
"Luciano, Luciano, Luciano... ¿Qué acabamos de hablar? Te dije que primero debes preguntarnos a nosotros y no decidir por tu cuenta. Además, estás hablando sobre algo que no tenemos idea de qué es".
"¿Otra de tus ideas raras, Luciano?" Se escuchó de Suminia.
"A mí me parece que las ideas de Luciano sí son buenas", dijo Samira, con un tono más bajo que el de los demás.
De fondo, parecía que Aya murmuraba algo por lo bajo, aunque no llegué a escuchar qué decía. Supongo que con oler mi aroma le basta.
Ahora, explicar algo tan básico, algo que en mi vida pasada era natural, no iba a ser fácil en este mundo.
"Déjenme que les explico, así no hay confusiones.
Una casa... es una idea que tuve. Sería como esta cueva, pero más organizado y más lindo. Es un lugar donde podemos vivir juntos, pero de forma más cómoda. Con lugares para cada uno, un espacio para guardar nuestras cosas, y, lo mejor de todo, sin tener que movernos si algo le pasara a esta cueva, ya que una casa se podría expandir. Sería un lugar permanente, un hogar".
Pude ver cómo procesaban la idea. Rundia miraba a Rin con una ceja levantada, como buscando en él alguna señal de si todo esto tenía sentido. Las gemelas simplemente estaban sorprendidas, pero escuchaban en silencio. Anya, que siempre era más abierta para hablar, parecía interesada.
"¿Y cómo sería eso?" Preguntó Rin, visiblemente confundido.
"¿Cómo haríamos algo así? No entiendo cómo podría ser mejor que esta cueva".
Sabía que esto no iba a ser fácil. En este mundo, lo primitivo era lo normal, lo único conocido. En mi vida pasada ese era un simple concepto había sido la base de una vida estructurada. Ahora me tocaba explicarles algo que ni siquiera imaginaban.
A final de cuentas, a esto me enviaron a este mundo.
"Bueno", comencé mientras mordía otro trozo del pescado, "imaginen un lugar hecho con madera, piedra y algún que otro material resistente. Las paredes serían sólidas y, en lugar de tener que vivir todos en un mismo espacio, podríamos tener diferentes áreas. Un lugar donde podríamos comer, otro donde dormir, y otro para guardar nuestras cosas. También podríamos construir barreras mágicas para protegernos. Y, sobre todo, no tendríamos que preocuparnos de que algo nos ataque de repente o que nos expulse de nuestro hogar como pasó la última vez".
Hice una pausa antes de continuar.
"Una vez que tengamos la casa, cada uno irá proponiendo ideas nuevas que se puedan usar para mejorar el lugar. Yo también tengo más ideas... raras, como dice Sumi. solo que necesito ponerlas a prueba para ver si funcionan".
Suminia no pudo evitar ocultar su rostro tras su largo pelo oscuro. Ya sabía que le molestaba que la llamara así.
Aya, que se fue acercando mientras yo explicaba, fue la primera en hablar tras un largo silencio.
"¿Pero... no sería más difícil defender algo tan grande? Si algo o alguien intentara atacarnos, tendríamos que proteger no solo un refugio, sino todo ese espacio de madera y piedras".
Tenía razón, y esa era una de las preocupaciones más grandes que les podría surgir al sentir que la cueva era algo seguro para todos. Pero también había pensado en ello... Mas o menos, solo hacía falta hablarlo.
"Aya, confío en que vas a dar todo tu potencial para crear la mejor barrera que hayas hecho hasta ahora. Mirella y yo te vamos a ayudar. Ese parte es una de las más importantes".
Rin y Rundia intercambiaron una mirada rápida, y luego él habló, de nuevo.
"Luciano, nunca hemos hecho algo así. Ni siquiera entendemos cómo comenzar. ¿De dónde sacaríamos los materiales? ¿Cómo construiríamos esas... paredes de madera? Si la única madera que conseguimos son las ramas de los árboles".
Bien, me gusta que sepan algunos nombres y de los materiales que hablo. A veces limito un poco mi vocabulario, pero parece que, como yo ya había pensado, reconocen el nombre de todas las cosas que hayan visto.
"Bueno lo primero que necesitamos es madera, como acabás de decir. Mucha madera. Sé que parece algo grande, pero tenemos un montón a nuestro alrededor. Podemos empezar cortando algunos árboles pequeños y trabajando juntos para transportarlos. De a poco iremos armando las paredes. No se preocupen mucho sobre eso, yo voy a usar mi magia para cortar y ustedes ayudarían a transportar las cosas".
Rundia frunció el ceño, pensando en lo que dije.
"Suena como mucho trabajo".
"Lo es", respondí rápidamente.
"Pero pensá en el resultado, Rund... Mamá. Pensá en Lucía, en darle un lugar donde crecer sin tener que... preocuparse por lo incómodo que es vivir en una cueva, en el suelo. Pensá en nosotros, en vivir de manera más cómoda".
No podía dejar de mirar a mi mamá, que seguía mirándome sonriente. En mi mente, la idea de darle una vida mejor, una más parecida a lo que teníamos en la Tierra, se hacía más fuerte cada vez. Quería que ella creciera en un entorno más estable, que tuviera una vida mejor de la que yo tuve aquí al principio. Y si eso significaba trabajar de sol a sol para construir algo desde cero, entonces lo haría.
Antes de que alguien pudiera decir algo, continúe.
"No digo que lo empecemos ya. Es más, todavía tenemos que ver cuál es el mejor lugar para construirla, solo digo que intentemos mejorar nuestra calidad de vida, yo sé que puedo y estoy intentando idear en mi cabeza distintas formas de usar mi magia para el bienestar de todos".
"Yo estoy de acuerdo", dijo Anya.
Luego agregó: "Si podemos hacer algo que nos haga la vida más fácil, vale la pena intentarlo. No tenemos mucho que perder".
Realmente amo cómo es Anya. No es solo por su apariencia, sino que tiene una forma de expresarse que la hace especial.
"¡Exactamente!" Respondí con entusiasmo.
"Es una inversión de tiempo y esfuerzo, pero a la larga, va a darnos muchos beneficios. Imagínense dormir en un lugar más suave y cómodo"
Rin se rascó la cabeza, pensativo.
"Si realmente crees que podemos hacerlo, entonces estoy dispuesto a ayudarte. Pero necesitamos algo claro, porque yo no termino de entender qué es una casa".
Lo miré directo a los ojos, intentando transmitirle toda la confianza que tenía en esta idea.
"Una casa es una versión mejorada de una cueva, por así decirlo... Lo haremos bien. Tengo una visión clara, y voy a liderar esto. No les voy a fallar. Cuento con todos ustedes y pronto les avisaré cuales son los pasos a seguir".
"Es una lástima que no esté Tarún para escucharte. Se pondría muy contento", dijo Anya mientras comenzaba a comer su pescado.
En ese momento, sentí que a mí también me estaba faltando algo. Mirella. Su desaparición repentina me dejó con una incomodidad latente en el pecho. Sabía que, de alguna manera, tendría que buscarla más tarde y arreglar las cosas... O tal vez volvería sola. De todos modos, no podía dejar que esto se quedara en el aire, pero primero tenía que terminar de organizar este plan con los demás.
"No te preocupes, mañana se lo contaremos".
El silencio se hizo presente por un rato tras mi última frase. Sabía que algunos seguían sin entender bien la magnitud de lo que estaba proponiendo
Samira, que hasta ese momento había estado muy callada, me miró con sus grandes ojos oscuros.
"A mí me gustaría ayudar también. No sé mucho sobre construir cosas, pero puedo aprender".
Sonreí ante su disposición. A pesar de su aparente timidez en algunas ocasiones, siempre se ofrece a ayudar y eso es algo que valoro mucho en ella y ayuda mucho al grupo.
"Gracias, Samira. Toda ayuda es bienvenida".
Y así terminamos la cena de hoy. Hubo alguna que otra aclaración más, pero nada que sea importante. Tampoco tuve la posibilidad de cruzar alguna palabra con mi mamá, así que al rato me fui a dormir.
Esa noche, tras la intensa conversación que había tenido, tanto en la playa como en la cueva, el ambiente se tornó más tranquilo. Había logrado plantar la semilla de la idea en todos, pero sabía que aún faltaba mucho para que la aceptaran completamente. A pesar de todo, el día había sido agotador, tanto física como mentalmente, y lo único que quería en ese momento era descansar.
Mientras me recostaba sobre mis hojas, no pude evitar sentir la ausencia de Mirella. Su pequeña figura siempre rondaba por ahí, haciéndome algún comentario sarcástico o simplemente burlándose de mí con su risa alegre. Ahora, su falta me dejaba un vacío extraño, una sensación de que algo no estaba bien. Era raro no tenerla cerca después de tantísimos días compartiendo todo juntos. ¿Dónde estaría? ¿Y por qué había desaparecido tan fácilmente?
Me di vuelta para un lado, para el otro... Miré al techo y a mis costados. No hubo forma de conciliar el sueño. No sé si porque no me sentía cómodo o en realidad no tenía sueño.
Tal vez me sentía demasiado indefenso al dormir tan cerca de la entrada de la cueva y sin Mirella. ¿Me había mal acostumbrado?
Miré hacia atrás, las primeras que seguían eran las gemelas, despiertas, y luego Aya, que ya dormía apoyada contra la pared, que era un intento de separar dos zonas.
¿Me mirarán raro si les pregunto si puedo dormir a su lado? La verdad es que lo que menos he desarrollado en este mundo es vergüenza.
Suspiré y me levanté, acercándome a ellas mientras arrastraba dos hojas enormes en una mano. Por un momento observé sus sombras, las cuales marcaban doce años y ocho meses para ambas. Menos mal que la bola de luz de la cueva sigue activa a pesar de que Mirella no esté.
"Oigan, ¿creen que pueda dormir con ustedes por esta noche?" Mi voz era un susurro, tampoco quería que todos se enteraran de este momento absurdo.
"Claro que sí, Luciano".
Samira se movió rápidamente, pegándose más contra su hermana para dejarme un espacio, aunque realmente no lo necesitaba.
"Pero Samira... ¿En serio vas a tratarlo tan bien después de cómo me llamó hace un rato?"
Mientras tanto, yo fui acomodando mis hojas sobre el suelo.
"Hermana, ya te dije varias veces que no debes ser tan mala con el pequeño Luciano. ¿No lo escuchaste recién? Dijo que quiere lo mejor para todos nosotros".
"Pero Samira..." Murmuró la hermana, para luego girarse hacia el otro lado.
Todavía no entendía la molestia que le causaba a Suminia, fue desde el primer día que nos conocimos y no veo que le haga lo mismo a Tarún, eh.
"Disculpen si soy una molestia", susurré por lo bajo, haciéndome el pobrecito.
"¡No eres una molestia!" Samira dijo con entusiasmo, un poco más alto de lo que esperaba.
Suminia soltó un suspiro largo, casi como si estuviera frustrada, pero no dijo nada más.
A veces me preguntaba si era simplemente su carácter, o si había algo más profundo. Lo que fuera, no iba a forzar nada. Cada quien tiene su ritmo, pero era agotador. Suspiré y cerré los ojos, tratando de dejar todos esos pensamientos de lado. A lo mejor mañana tendría una respuesta o, quién sabe, tal vez nunca. Lo que sí sabía es que necesitaba descanso.
Ahora Samira había quedado en medio de los dos. Siento que últimamente las he dejado un poco a un lado. Debería hablar más seguido con ellas y mejorar nuestra relación.
Giré mi cabeza un poco para observar a Samira. Ella estaba mirando el techo, relajada. Tal vez aún estaba pensando en lo que habíamos hablado antes, o en los cambios que yo había mencionado para el grupo. Quería preguntarle en qué estaba pensando, pero no quería parecer que necesitaba tanto consuelo. A veces sentía que debía ser más fuerte, no mostrar mis dudas ante los demás, pero esa barrera que mantenía me hacía sentir solo de vez en cuando. Es por eso que ahora estoy intentando hablar más con los demás e ir solucionando nuestros problemas de esa manera. Creo que conseguí mejores resultados así, de esa forma... Como lo de Aya y luego lo de mi mamá.
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"Luciano..." Samira rompió el silencio.
"¿Crees que todos terminarán aceptando los cambios que propones? Sé que tienes razón, pero a veces siento que es mucho para nosotros... siempre traes cosas tan nuevas".
Noté la inseguridad en su voz. Ella había sido la más abierta a lo que proponía, pero era obvio que también tenía sus dudas. Después de todo, estábamos hablando de un cambio enorme, de transformar el día a día que conocían. ¿Era justo ponerles esa carga tan de golpe?
"Es normal que te sientas así", respondí en un tono bajo, casi en un murmullo, tratando de no despertar a los demás.
"Es mucho para asimilar, lo sé. Pero no estamos solos en esto. Tengo fe en que lo vamos a lograr... con el tiempo".
"Espero que tengas razón..."
Luego giró su cabeza hacia el otro lado, mirando cómo Suminia volvía a darse la vuelta hacia nosotros.
Quería creer que tenía razón. Pero la verdad era que había muchas cosas fuera de mi control. Aunque trataba de pensar que mi conocimiento del mundo anterior sería suficiente para guiarlos, el hecho era que esto no era la Tierra. Este mundo era más salvaje, más primitivo, y había elementos aquí que nunca había conocido en mi vida anterior.
Pensé en Mirella otra vez, en su desaparición repentina. ¿Dónde estaba? Tal vez se había ido a hacer algo por su cuenta para hacerme la contra, pero de todos modos me preocupaba. Con ella cerca, me sentía seguro, como si siempre tuviera un as bajo la manga.
"¿La extrañas, no?" Suminia habló de repente, rompiendo el silencio.
Me sorprendió que ella fuera la que hablara primero.
"¿De quién hablas?" Pregunté, haciéndome el tonto.
"De Mirella. Sé que te hace sentir más seguro. Es obvio".
Aunque lo dijo en un tono seco, había algo en su voz que indicaba que lo entendía, a su manera.
"Ah... sí. Mirella es mi mejor amiga y es raro no tenerla cerca. Me acostumbré a su presencia".
Suminia no respondió de inmediato, y por un momento pensé que había terminado la conversación. Pero luego fue Samira la que habló.
"¿Y si la vas a buscar ahora?"
"No puedo... No tengo ninguna luz para salir en la oscuridad de la noche".
"Ya veo... Avísame si cambias de opinión".
Quise contestarle, pero de un momento a otro, ya tenía sus ojos cerrados.
Suspiré, acomodándome nuevamente en las hojas que había colocado junto a ellas. La noche afuera debía estar oscura como la boca de un lobo, y sin Mirella, encontrar mi camino sería complicado. Además, ¿y si estaba exagerando? Mirella debería independiente, capaz de manejarse sola. Yo tampoco era su padre como para estar pendiente de ella todo el tiempo.
Pasó poco tiempo hasta que se repitió una escena que no se debería haber repetido... Sí, estaba comiendo papaya sentado en el marco de la entrada a la cueva.
¿Y qué tiene de malo eso? Bueno, es que estaba a punto de irme al arroyo mientras todos seguían durmiendo y justamente ayer me dijeron que no haga estas cosas.
Fui silenciosamente hacia la parte donde dormía mi mamá. Si había algo bueno en caminar descalzo es que no hacía ruido.
Le toqué los piecitos y ella se dio cuenta al instante, viniendo gateando hacia mí.
La tomé entre mis brazos y la cargué hasta llegar afuera.
"¿Para qué me alzas?" Preguntó una vez que la dejé en el suelo.
La tomé de la mano y empezamos a avanzar unos cuantos metros antes de contestarle.
"Porque te secuestré para que me acompañaras a buscar a Mirella".
Tomamos el camino corto hacia el agua mágica, esos setecientos metros que se hacían rápidamente al estar acompañado de alguien. El aire se sentía cálido como siempre y el bosque estaba bastante oscuro, casi sin entrarle luz del sol. Esta debe ser la vez que más temprano he salido fuera, supongo que serán casi como las seis de la mañana en un día de verano común en la tierra
"¿Y desde cuando te volviste tan malvado y desobediente?"
"Este mundo me cambió bastante, supongo que ya lo notaste. No en mi forma de pensar o de hablar, sino que en la forma con la que interactúo con los demás".
"Ya veo... hasta te das el lujo de dormir con mujeres por la noche, ¿no?"
"Quiero aclarar que Mirella es mi mejor amiga", dije, acomodando un poco la voz.
"Sí... sí, claro. Hasta vas a construirte un nidito de amor y todo".
"¿Qué pasa, te quedaste con ganas de ser abuela?"
Mi madre soltó una risa suave, pero noté la chispa en sus ojos. A pesar de que bromeaba, sus palabras tenían un trasfondo que me hacía pensar. Era extraño tenerla de nuevo en mi vida, aunque en un cuerpo completamente diferente. Era un caos emocional intentar conciliar lo que había sido nuestra relación en la Tierra con lo que es ahora. Ella no era la misma mujer que recordaba, pero a la vez lo era.
Lucía... el nombre que le dieron en este mundo, la figura pequeña que me acompañaba ahora, ¿será que este mundo la habrá cambiado en algún sentido?
"Siempre fuiste algo torpe con las chicas, pero parece que aquí... bueno, la cosa ha cambiado bastante. ¿Es que ya olvidaste cómo era en la Tierra?"
"Antes no quería conocerlas, ahora la diferencia es que me las encuentro sin querer".
Ella soltó una risa más fuerte que la anterior.
"¿Y qué pensás hacer al respecto, eh?"
"Por ahora solo pienso en seguir creciendo y dejar todo preparado para el futuro. Por cierto, ¿qué pensás sobre lo de la casa?"
"Y... la idea es buena, solo que me faltaría ver más de tu magia".
"Mañana los voy a sorprender con algunas cosas, ya vas a ver".
Luego de decir esas palabras, ya estábamos frente al arroyo.
"¿Qué te parece si te lavás un rato los pies mientras yo busco a Mirella? Acordate que tenés que seguir fingiendo".
Ella soltó un bufido mientras movía nuestras manos unidas hacia adelante y atrás.
"¡Qué aburrido! Yo quería ver a los enamorados en acción".
"Que no hay ningún enamorado... Solo quedate acá un rato".
"No, me niego. Yo soy tu madre y sos vos el que debería hacerme caso, ¿sabes?"
"Mierda..." Murmuré por lo bajo mientras intentaba parar el movimiento de sus manos.
"Está bien, pero no creas que es porque tenés la excusa de que sos mi mamá, ¡eh! Mirá que ahora sos mi hermanita menor, tenés que actuar como tal".
Mi mamá, o mejor dicho, Lucía, soltó otra risita.
¿Hasta cuando se iba a estar riendo?
Sentí un ligero tirón en mi mano mientras caminábamos hacia la cueva que conecta con el santuario, y me di cuenta de lo fuerte que se había vuelto el lazo que compartíamos en este mundo. Aunque su apariencia ahora fuera de una niña pequeña, todavía podía sentir esa presencia familiar, esa esencia de quien había sido la persona más importante para mí en mi vida anterior. Pero todo se sentía distorsionado, como un reflejo en el agua que no termina de verse claro.
Aun así, no podía negar que su compañía me hacía sentir un poco más tranquilo en este mundo lleno de incertidumbre. La forma en que se aferraba a mí, insistiendo en seguirme, era algo tan típico de mi mamá.
¿Cuánto tiempo podría sostener este secreto frente a los demás?
"Ah, no sé si ya te enteraste que si tomás de esta agua te podés curar cualquier herida, hasta los simples raspones en los pies".
"Sí, ya me enteré".
No pasó mucho tiempo hasta que notamos que había un cambio de iluminación en frente. Se notaba claramente ante la falta de luz en lo que se empezaba a convertir en una selva.
"Mirella..." Murmuré.
Al llegar a la entrada de la gran cueva, notamos que de allí provenía la intensa luz. Al adentrarnos, pudimos ver un montón de bolas de luz en el aire, inmóviles.
Eran de diferentes tamaños, algunas eran más pequeñas que las que Mirella hacía normalmente, esas se mantenían normales, pero las que eran más grandes parecían inestables al verlas titilar velozmente.
"¿Esto lo hizo tu amiguita?"
"Parece que sí, pero no es normal que haga esto".
La inmensa iluminación hizo que notara cosas brillando por el suelo, estancadas contra piedras más grandes del suelo. Por el color amarillento, claramente era oro, el cuál no debimos haber visto antes a causa de la poca iluminación que teníamos. Bueno, tampoco es como si alguna vez le hubiera pedido a Mirella que pusiera tantas luces al mismo tiempo, siempre nos manejamos con una o dos.
Miré hacia arriba, realmente el lugar era más grande de lo que creía. Pude notar algún que otro mineral, pero estaban tan altos que ni siquiera tenía ganas de intentar llegar hacia ellos.
"No vayas a tocar las bolas de luz, por las dudas te digo".
"Está bien".
Mientras más seguíamos avanzando, la cantidad de iluminación era la misma, hasta ya comenzaba a cansarme la vista.
"Mami, vos quedate acá. Yo voy a ver si la encuentro".
"¿Estás loco? ¡Yo también quiero ver qué está haciendo!"
"Te entiendo perfectamente, pero no quiero que te metas en un posible peligro, ¿entendés? Te saqué sin permiso y no quiero que pase algo raro", dije, soltándole la mano.
"Te voy a dejar una tarea muy importante, quiero que vayas recogiendo las piedras brillantes que están al borde del agua. ¿Las ves?" Agregué, señalando hacia una de ellas, la que brillaba más bajo la luz de una bola cercana.
"¿Y esas cosas brillantes qué son? No me digás que son esas tonterías que junta tu nueva madre".
¿Eso piensa de ella?
"¿No ves el color? Es oro... Las cosas que junta Rundia para rezar a su dios vienen de la playa".
"¿Y desde cuándo te interesa el oro?" Preguntó con una ceja levantada, mientras se acercaba una de las piedras con cierto desdén.
"No es que me interese el oro en sí. Es más una cuestión práctica. En este mundo, cualquier cosa que tenga valor material puede ser útil para construir el futuro".
"No te olvidés de lo importante. La gente que te rodea. Las personas son lo que realmente importa, no las piedras brillantes".
Ella dejó caer una de las rocas al suelo, con un ruido seco, como si quisiera hacer énfasis en sus palabras.
Mientras recogía las piedras brillantes, mi mamá seguía hablando, y yo no podía evitar sonreír al escucharla. Aunque su cuerpo ahora fuera de una niña pequeña, su personalidad seguía tan fuerte y dominante como siempre. Su actitud me hacía recordar a esos momentos en la Tierra cuando no dudaba en decirme lo que pensaba, sin filtro alguno.
La dejé ahí, haciendo su trabajo mientras se movilizaba ágilmente a través de los obstáculos brillantes.
Era bueno tener a alguien a quien compartirle todo lo que pienso y hago, cada vez que cruzo una palabra con ella me
El calor que emanaban las esferas se sentía en mi piel, haciéndome sudar. Más al fondo de la cueva, pude vislumbrar a Mirella, flotando cerca de una de las paredes, rodeada por una cantidad absurda de pequeñas bolas de luz.
"Mirella", llamé su nombre en un tono firme pero preocupado.
"¿Qué está pasando acá? Vine a pedirte perdón. No quiero que estemos así, separados".
Ella se giró lentamente hacia mí. Había algo diferente en su expresión, una mezcla de satisfacción y ansiedad que rara vez había visto en ella.
"¡Luciano! Estaba esperando que llegaras", dijo, con una sonrisa que parecía demasiado amplia para su rostro.
"¿Te gusta lo que he hecho?"
¿En serio me estaba esperando? Entonces no pensaba volver pronto.
"¿Qué es todo esto?" Pregunté, haciendo un gesto con la mano hacia las luces que estaban flotantes por todas partes.
"Nunca habías hecho algo así antes".
"Estoy practicando", respondió con un tono dulce, casi infantil.
"Quiero ser más fuerte, Luciano. Quiero poder protegerte mejor. Quiero que me sigas usando en las peleas, como hicimos con los hombres pájaro. Quiero serte más útil".
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Siempre supe que Mirella tenía un fuerte deseo de protegerme, pero esta intensidad… no era lo que uno llamaría normal. Debo elegir cuidadosamente mis palabras.
"Mirella, necesito que hablemos sobre esto", exclamé, acercándome a ella.
"Vení, vamos a sentarnos acá".
Me senté sobre el suelo y apoyado contra la piedra rocosa, donde el agua no cruzaba.
Ella se paró sobre el suelo, entre mis piernas.
"No entiendes, Luciano. Si no me vuelvo más fuerte, no podré ayudarte cuando me necesites. ¿Qué pasa si algo más peligroso aparece? ¿Qué pasa si alguien intenta hacerte daño de nuevo? No quiero que me apartes de nuevo".
"Como dije antes, vine a pedirte perdón, no quise ignorarte. Pero por otro lado, no me gusta que sigas pensando que yo te dejo de lado cuando quiero tener tiempo a solas con tras personas. Es simplemente eso, no es posible estar todo el tiempo juntos".
Ella estaba a punto de hablar, pero puse las manos abiertas delante, indicándole que espere un momento.
"Voy a ser claro, no me gusta que tengas estas actitudes raras. Ni siquiera es que no me gusten, sino que no hacen falta. Esas actitudes solo generan malestar en los demás, no podés estar enojándote por algo tan tonto como lo es que alguien te pida un momento para hablar con otra persona".
Luego agregué: "Y ya habíamos hablado algo parecido antes, cuando estábamos solos junto a Aya en el santuario. Me prometiste que ibas a intentar controlar los celos y la ira, ¿no?"
En realidad, lo de la ira lo agregué yo.
Mirella permaneció inmóvil frente a mí.
Podía ver la tensión en sus pequeñas manos, apretadas en puños, mientras trataba de procesar mis palabras. El eco del agua cercana y las luces titilantes a nuestro alrededor sólo intensificaban el silencio que se había formado entre nosotros. Respiré hondo, esperando su respuesta, sintiendo una punzada de ansiedad mientras observaba cómo sus labios se entreabrían, pero sin emitir sonido alguno.
"Luciano..." Comenzó finalmente, su voz suave, pero cargada de algo más profundo. "No es tan simple para mí. Tú no entendés lo que pasa por mi cabeza cuando veo que no soy suficiente para ti".
Luego de esas palabras, algunas de las esferas de luz desaparecieron. Apenas había sido alrededor de un diez porciento del total, pero al menos era una señal de que algo estaba cambiando.
"Mirella, no es cuestión de ser suficiente o no. Sabés que me importás, ¿no? Vos sos parte de todo esto, y siempre lo vas a ser. Pero tenés que entender que también necesito a los demás".
Esto no se trataba sólo de celos, ira o sentimientos así, sino de una inseguridad mucho más arraigada. La promesa que me hizo, de estar siempre a mi lado, de protegerme, no era sólo una promesa para mí; era una promesa que se había hecho a sí misma. Y lo peor de todo es que su miedo no era hacia los demás, sino hacia la posibilidad de fallar.
Tenía que ser firme. Mirella tenía una obsesión con estar a mi lado, y si no la ayudaba a controlarlo, todo se volvería insostenible.
"Escuchame bien", dije, volviendo a tomar la palabra y asegurándome de sonar claro y decidido.
"Vos no tenés que ser la más fuerte para ser importante para mí. No es un tema de poder. Lo que me importa es que estés conmigo, que podamos confiar uno en el otro. Las peleas, la magia... todo eso es secundario. No quiero que te pongas en peligro sólo para demostrarme algo. No tenés que demostrar nada... Creo que ya te lo había dicho".
"Pero... pero siempre me dejas de lado, Luciano", replicó en un susurro.
"Siempre estás con los demás... y yo... yo solo quiero estar contigo. No quiero que me olvides".
Dios mío, esta mujer tiene un problema grave con la exageración.
"A ver... decime cuándo es ese 'siempre', porque, que yo sepa, apenas fue una vez que te pedí que no me siguieras".
"Bueno... yo..."
Y ahí se quedó. Rodó los ojos hacia varios lugares, tal vez intentando buscar alguna excusa, pero no la había.
"¿Viste que yo tengo razón?"
"Está bien... lo voy a intentar", dijo finalmente, aunque todavía había un dejo de duda en su voz.
"Pero tienes que prometerme que no me dejarás de lado, que no me vas a reemplazar".
"¿Cómo te voy a reemplazar si sos la única hada que conozco? Además, somos mejores amigos. Eso no lo olvides nunca".
De repente empezó a parpadear muchas veces, su cara moldeándose de distintas formas hasta que dejó salir un grito ahogado.
"¡Luciano!"
Se acercó rápidamente hacia mí corriendo por mis piernas hasta abrazarme a la altura de la panza, buscando refugio en mi cercanía.
Por un momento, todo el caos que había sentido antes comenzó a disiparse. La cueva ya no parecía tan amenazante, y las luces ahora se apagaban una a una, dejando sólo una suave iluminación alrededor nuestro.
Mientras abrazaba su pequeña figura, pensé en lo difícil que sería manejar esta situación a largo plazo. Mirella era fuerte, pero también vulnerable en muchos aspectos. Si no la ayudaba a superar estos sentimientos, su devoción podría convertirse en una obsesión peligrosa. Pero tenía fe en que, con el tiempo, ella encontraría el equilibrio que necesitaba.
Por ahora, al menos, habíamos logrado dar un pequeño paso hacia adelante... Bueno, hasta que ella levantó la mirada y habló.
"L-Luciano... no quiero que liberes a la otra criatura mágica".
Señaló varias veces la bolsita que colgaba de mi ropa, moviendo su dedo índice hacia adelante y atrás.
"¿Te preocupa que ahí haya otra hada?"
Ya sabía que ella había armado una escena por eso antes. Aquella vez eso derivó en que todos se enteraran de la piedra mágica y también que yo tuviera una discusión con Rin.
"Bueno... No sé".
Mierda... esto de seguir solucionando cada problema de manera verbal comenzaba a ser abrumador.
¿Ahora cómo le sacaba de la cabeza esa idea?