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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 20: Visitantes nocturnos.

Capítulo 20: Visitantes nocturnos.

La oscuridad era absoluta. El peso de los escombros sobre mi cuerpo hacía que cada respiración fuera una batalla. Sentía el calor residual de las llamas extinguidas, y el olor a carne quemada se mezclaba con el polvo y la piedra rota. Mi rostro palpitaba por el dolor, la piel chamuscada por el fuego del hombre pájaro que había derrotado apenas segundos antes de que todo se viniera abajo.

Intenté moverme, pero mi cuerpo apenas respondía. Estaba atrapado. Mi respiración se volvía cada vez más superficial. El aire era escaso, y el oxígeno se escapaba a través de las pequeñas fisuras que se abrían en las rocas.

Aun así, lograba escuchar lo que sucedía fuera del pequeño lugar en el que estaba atrapado.

"¡Atrás, aléjense de Luciano! ¡¿Quiénes son ustedes?!" Escuché de la voz de Mirella.

"¡No le hagan daño! ¡Retrocedan ahora mismo! ¡La que va a quitar las piedras es Aya!" Insistió, pero los murmullos continuaban, "Gnomo rojo... gnomo rojo..." Como si estuvieran recitando algún tipo de mantra.

"¡Resiste, Luciano! Estoy intentando sacarte de ahí", esta vez la voz era de Aya.

¿Qué era lo que sucedía y quiénes eran las personas que habían cruzado por el lugar donde se rompió la pared? No lo sé... Solo podía especular, mi mente corriendo a mil por hora.

Sentí una ligera vibración cuando aquellas figuras, o lo que fueran, pasaban por encima del montón de escombros que me cubría. Eran pasos, pero no los típicos de alguien caminando con desesperación o con fuerza. No. Estos eran pasos ligeros, casi como si esas criaturas estuvieran flotando, o quizás caminando con mucho cuidado para no despertar algo que dormía.

De repente, sentí cómo algunas de las rocas que me cubrían comenzaban a moverse lentamente, deslizándose hacia un lado. No estaba claro si estas criaturas estaban también ayudándome o si simplemente querían verme. La presión en mi espalda disminuía gradualmente mientras el peso sobre mí se aligeraba.

Cuando la luz se empezó a filtrar entre las rocas, pude ver el rostro muerto y putrefacto del hombre pájaro.

"¡Buaagh!"

Verlo desfigurado por las quemaduras y el olor a carne quemada me dio tanta repugnancia que me hizo vomitar sobre él. Dios mío... qué asco.

Yo mismo lo maté... pero fue en defensa propia. Aya iba a morir si no hacía algo.

"Dios mío. ¡Qué te pasó!" Gritó Aya, llevándose las manos a la cara mientras me observaba el rostro.

Sí, ni yo mismo querría ver mi cara en este estado tan deplorable.

"Necesito agua mágica", murmuré mientras empezaba a liberarme del peso sobre mis piernas.

Justo a mi lado estaba Mirella, intentando quitar las piedras más pequeñas, pero lo que más me llamó la atención fueron unos seres de muy baja estatura, unos cincuenta centímetros de altura.

Tenían sombreros en punta de color rojo, barbas blancas y espumosas que apenas dejaban ver sus ojos y ropas bien delineadas, aparentemente hechas de pieles de animales.

¿Otra de sus creaciones? Pero no veo partículas mágicas a su alrededor. Creo que son gnomos... justo lo que ellos estaban diciendo al unísono, solo que ahora estaban callados mirando atentamente mis movimientos.

¿Cómo es que tienen esos sombreros tan bien hechos si sus ropas son similares a la nuestra? Yo también quiero ese material rojo.

Aya me ofreció una mano para levantarme.

"Gracias por salvarme antes..."

Mirella, por otro lado, me hizo beber algo de agua de entre sus pequeñas manos. Al parecer en un instante se había ido a buscarla a la cueva.

"Luciano, nos hiciste dar un gran susto".

"Gracias. No se preocupen, así es como nos cuidamos entre todos".

Sentí que mi piel comenzaba a regenerarse. Me limpié con las manos el rostro y miré a las criaturas, eran tres gnomos al frente mío.

"Hola, soy Luciano".

"Gnomo rojo".

Por alguna razón, sus caras parecían de admiración, pero yo nunca los había visto antes. Y eso de gnomo rojo... no sé si es para mí o así se presentan ellos.

De pronto, desde diferentes puntos del santuario, la pared comenzaba a ceder y se desmoronaba. Había otros gnomos de sombrero rojo ingresando al santuario. En sus manos solo tenían algunas piedras relativamente grandes para lo que era su tamaño. ¿Cómo es que rompen la pared tan fácilmente?

"Chicas, este lugar ya no es seguro. Aya, tu santuario..."

No quise ser brusco con ella, su hogar se estaba viniendo abajo y no había forma de salvarlo. Si bien ella aceptó relacionarse con nosotros, no es justo que le haya sucedido esto.

"Sí, lo entiendo... Lo importante es que estamos todos a salvos. Vayámonos, este lugar ya no es lo que era".

Antes de que pudiéramos dar un paso al frente, todos los gnomos se formaron en fila bajo la salida.

"Gnomo rojo, seguir gnomos", dijo el que estaba en primer lugar. Aunque si lo hubiera dicho cualquier otro, sería lo mismo. Todos parecen tener la misma voz y son prácticamente idénticos físicamente.

¿De dónde salieron estos tipos? Son como unos diez en total. Además, llegar justo en este momento... Terminaron de destruir todo el santuario

En sus sombras había variedad de años y meses. Los leí así a la pasada, pero rondaban entre los quince y veinticinco años.

"Está bien, igualmente íbamos a terminar saliendo por ahí", respondí mientras quise buscar alguna de nuestras pertenencias, pero vi que la almohada primitiva de papá estaba completamente destruida. Qué lástima... Ya no hay más plumas para hacer otra.

"¡Hey, Luciano! No les hables tanto con ellos, no sabemos qué es lo que traman".

"Yo nunca había visto a ningún ser así antes", murmuró Aya, mirándolos de reojo.

Los gnomos, sin embargo, no parecían hostiles. A pesar de su capacidad para destruir el santuario con facilidad, no mostraban señales de agresión directa hacia nosotros. Parecía más que sus intenciones estaban relacionadas conmigo, como si esperaran algo o yo fuera especial para ellos.

Vi la piedra brillar en mi mano. Tenía un poco de sangre, pero aun así se podían ver las partículas mágicas a su alrededor. No será que la criatura encerrada es...

"Gnomo rojo, seguir gnomos", repitió otro de ellos, su tono igual de monótono, pero con una insistencia que no podía ignorar.

"Salgamos y veamos qué pasa. Vamos".

Me acomodé un poco el cabello hacia atrás mientras los seguíamos.

Una vez ya en la cueva, Aya se detuvo y se giró hacia atrás, observando cómo todo se desmoronaba poco a poco. Sus cinco colas se agitaban nerviosamente mientras intentaba procesar la situación.

El santuario había sido todo menos un santuario, y allí fue donde pasé alrededor de seis o siete meses encerrado. Sin embargo, me alegra haber conocido a Aya en este lugar, y de que al menos se haya sentido como un refugio seguro.

Se podría decir que tengo buenos y aburridos recuerdos.

Por un segundo, me imaginé si hubiera tenido que ver mi propia casa destruida de esa forma. Pero luego me acordé de que ni siquiera tengo un verdadero hogar aquí. Todo en este mundo es temporal. Un refugio momentáneo antes de que algo lo arruine.

Mirella, al ver la angustia en el rostro de Aya, se acercó a ella y se le subió al hombro.

"Encontraremos otro lugar, amiga. Estaremos todos juntos, eso es lo que importa".

"Lo sé... lo sé..." Murmuró Aya con la voz quebrada, tratando de mantener la compostura. Sus ojos anaranjados, normalmente serenos, estaban llenos de lágrimas.

Crucé un brazo por detrás de su espalda, acariciándola suavemente.

"No quise que todo esto terminara así, perdón. Sé que no te sirve de consuelo unas disculpas, y también sé que yo no tengo la culpa completa de que sucediera todo esto, pero quería decírtelo igualmente. Aun así, aunque hayamos perdido nuestro hogar, sé que todo estará bien, Aya, porque todavía estamos todos juntos. Lo dijiste antes, ¿no? Lo importante es que estamos todos a salvo".

Nunca lo había pensado mucho, ni tampoco me interesaba tanto, pero creo que estoy empezando a aprender el verdadero valor de la amistad.

Nunca tuve aquellos que se suelen llamar verdaderos amigos, yo los consideraba más como compañeros pasajeros. Los cuales pasaban al olvido cuando las actividades que nos reunían terminaban.

¿Me arrepiento? Absolutamente no. Es más, admiro mi suerte de poder ver las dos caras de la moneda, porque esta vez intentaré que no sean simplemente compañeros, sino verdaderos amigos que se cuidan entre sí.

Pensándolo bien, ya estoy atado a un pacto de amistad y no agresión con Mirella. Ja

A veces la vida te puede traer cosas buenas a partir de las malas. Intento basarme en esa filosofía si es que lo malo no lleva consigo la tragedia.

En cualquier caso, hoy, tanto Mirella como yo, nos convertimos en asesinos.

El rostro desfigurado del hombre pájaro seguía grabado en mi mente. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía, y el asco volvía a subir por mi garganta. Había sido una batalla en la que no tuve otra opción. Si no lo mataba, Aya habría muerto. Pero, aun así, una parte de mí se sentía... rara.

Más allá del shock inicial y la asquerosidad que sentí al verlo muerto, sentirme raro no significa estar mal conmigo mismo, todos actuamos en defensa propia y con el aval de mi diosa.

No puedo dejar que esto me detenga. Este mundo es diferente, no puedo aplicar las mismas reglas que en la Tierra. Aquí, la supervivencia depende de decisiones rápidas y brutales.

Luego de un rato de estar apoyados observando cómo se desmoronaba el interior del santuario, Aya inclinó ligeramente la cabeza, sus orejas puntiagudas se movieron un poco al verme a los ojos. A pesar del dolor que evidentemente sentía, una ligera sonrisa apareció en sus labios, aunque sus ojos todavía reflejaban tristeza.

"Gracias, Luciano... Aprecio mucho tus palabras. Haremos de cualquier lugar que encontremos un nuevo hogar, uno donde podamos estar en paz".

Mirella, todavía posada en el hombro de Aya, asintió.

"¡Exacto! Yo por ahora me encargaré de la luz".

Mirella puso una esfera flotante que emanaba una gran luz sobre nosotros.

Siempre admiro que pueda usar magia de luz, esto nos facilita un montón las cosas. No me imaginaría una vida en la que tuviéramos que llevar antorchas para todos lados.

"Bueno, vámonos de este lugar. Además, parece que los otros ya se nos adelantaron".

Mientras seguíamos el camino de la cueva, el agua mágica a nuestros pies nos iba proporcionando las partículas mágicas que habíamos perdido al usar magia en la batalla.

Mirella me lanzó una mirada preocupada mientras volaba en retroceso frente a mí.

"¿Estás seguro de que podemos confiar en ellos? Son tan... raros".

"No sé si podemos confiar en ellos, pero tengo curiosidad de saber qué es lo que buscan de nosotros. Es posible que esto tenga algo que ver..."

Levanté la mano derecha, donde tenía la piedra mágica.

"¿Entiendes lo que quiero decir?"

Ella seguía volando en retroceso mientras pensaba antes de responder.

"¿Quieres decir que ellos quieren llevarse nuestra piedra?"

"No, Mirella. Lo que Luciano quiere decir es que ellos quieren destruirla para así no liberar a la criatura atrapada. Está claro que tienen una gran habilidad para destruir cosas..."

Esbocé una sonrisa. Si bien las dos tenían un buen punto, no era lo que yo estaba pensando.

"Puede que tengan razón, pero lo que yo creo es que acá adentro está atrapado otro gnomo".

"¿Gnomo? ¿Qué es eso?" Dijo Mirella, luego de agarrar algo de agua mágica entre sus manos para luego beberla.

Cierto... dijeron que nunca habían visto un ser como ellos, no deben saber que así se llaman. Por lo menos así se les decía en la Tierra.

"Bueno, los seres pequeños con los que nos encontramos se llaman gnomos. ¿No los escuchaste cuando decían 'gnomo rojo'?"

"Ah, ahora lo entiendo. No me gustan los gnomos, pero... ¿Cómo sabes que hay uno atrapado en la piedra?"

"Es solo una suposición. Es que los veo bastante interesados en mí. Tal vez ya sepan que yo te liberé de una piedra como estas".

Señalé hacia delante, donde se veían los gnomos en fila, pero ahora estaban estáticos.

"Miren, ahí están. No vayan a decir nada sobre lo que hablamos", susurré.

"¡Son los demás!" Gritó Mirella, aumentando la velocidad de su aleteo.

"Padre gnomo rojo, estar agradecidos".

"¿Ustedes quiénes son? Háganse a un lado, tengo que buscar a mi hijo", exclamó Rin, manteniendo la lanza en su mano.

Desvió la mirada hacia mí y vino inmediatamente.

"¡Luciano! ¿Está todo bien? Estábamos volviendo a buscarte porque no venías".

Me asombra lo bien que lo hicieron sin tener alguna luz que les ayudara a ver el camino. Me había olvidado de eso.

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Logré ver que la punta de la lanza tenía sangre. Y él también parecía tener algunas manchas de sangre sobre la piel.

"Papá, ¿todos están bien?" Pregunté, prácticamente siendo la misma pregunta que me hizo él.

"Sí. ¿Qué pasó con los hombres pájaro?"

"Bueno, ellos..."

Antes de que pudiera terminar de hablar, mamá se acercó junto a Anya, la cual esta vez sostenía a Lucía en sus brazos.

"Hijo, ¿estás bien? Nos tenías preocupados"

Me dio un gran abrazo mientras yo intentaba ver el escenario. Había un cuerpo contra la pared... Un hombre pájaro.

"Sí, mamá, estamos todos bien. Pero sobre el santuario... Ya no vamos a poder volver allí".

Anya me hizo una gran sonrisa cuando la miré por encima del hombro de Rundia. Ah... que hermosa.

Su sombra dice que tiene veintiún años y diez meses... No pensé que era tan joven. O sea que fue mamá a los dieciséis años y medio, que locura. Como dije varias veces, solo espero que nadie se haya aprovechado de ella, porque quedar embarazada a los quince... En mi anterior mundo no era normal eso.

También estaban las gemelas y Tarún, que miraban muy interesados a los gnomos.

"Madre gnomo rojo, estar agradecidos".

"No importa, hijo, lo importante es que estés bien. Eres muy valiente, ¿sabes? Te quiero mucho".

Me dio un beso en la frente.

"¿Y ellos quiénes son?" Dijo, mirando hacia los pequeños que portaban esos gorros rojos en punta.

"Eh... son gnomos. Aparecieron de la nada rompiendo la piedra del santuario luego de que peleáramos contra los hombres pájaro.

Por cierto... no quedó ni uno".

Papá tomó la palabra mientras mamá recogía a Lucía de entre los brazos de Anya.

"Nosotros también tuvimos algunos problemas, pero lo resolví con esta cosa".

Levantó la lanza con una mano mientras la giraba para observarla mejor.

"Menos mal que te sirvió, es una lanza.

Otra cosa, papá, tu almohada ya no servía, así que si querés podemos sacarle las plumas a ese de ahí y volver a hacer una nueva".

Señalé al cuerpo del hombre pájaro que tenía una gran herida en el pecho.

"Sí, sí, eso ahora no importa. Dijiste que ya no podemos volver al santuario, ¿no? Hay que ver si volvemos a nuestra anterior cueva".

"Gnomo rojo, encontrar salida".

"Sí... se derrumbó todo el lugar".

Samira se acercó a verme.

"Luciano, eres el mejor. Todos te vimos luchando junto a Aya y Mirella a través de los pequeños huecos".

"Gracias, Samira. Solo intentábamos protegerlos a todos".

"B-Bueno, yo... solo quería agradecerte".

Como siempre ocurría cuando hablaba con Samira, Suminia se acercó inmediatamente.

"Oye, no te olvides que solo eres un niño. No... queremos que te pase nada raro".

Con esas palabras, se dio la vuelta y fue la primera en irse, por más que en frente estuviera todo oscuro

Si esta situación se hubiera dado sin que estuviera ningún adulto, seguro que hubiera soltado un 'idiota' o 'tonto', pero bueno, creo que su odio sin motivo hacia mí se está suavizando con el pasar del tiempo. Eso es bueno para el grupo y para mí también.

Los gnomos, que sin querer estaban siendo completamente ignorados, seguían en fila y no daban signos de querer interactuar más allá de la misión que tenían en mente. Uno de ellos, el que parecía ser el líder por estar al frente, se dirigió a mí nuevamente, pero esta vez me tocó la pierna con su dedo.

"Gnomo rojo, seguir salida".

"Ya debemos irnos, veamos si podemos volver a nuestra anterior cueva", hablé para todo el grupo.

Antes de irnos, papá se encargó de sacarle todas las plumas al hombre pájaro que yacía contra una de las paredes rocosas. Luego lo arrastramos hasta la salida, donde él y Mirella se encargaron de incinerar su cuerpo. Así es como se da un 'entierro' en este mundo, así ocurrió con Kuri. Que en paz descanse.

Mientras ellos hacían eso, aproveché de agarrar algunas hojas grandes, poner las plumas encima y utilizar magia para unir las hojas y crear una nueva almohada. Esta tenía más relleno y no había hueco por donde se escapasen las plumas.

Todavía era de noche y ya comenzaba a tener sueño y hambre.

Los demás, salvo los gnomos y Mirella, comenzaban a verse más cansados mientras caminábamos por lo que yo llamo selva.

Debo decir que este mundo no es muy peligroso en cuanto a animales salvajes o cosas así, por lo general podemos caminar tranquilos por esta zona sin ver a ningún oso o demás. En contraparte, lo malo de esto es que no comemos mucha carne, las cazas suelen ser pequeñas, como conejos, iguanas y una gran variedad de peces.

Los gnomos se movían en silencio, sus pequeños pies haciendo un leve ruido sobre las hojas, mientras nosotros avanzábamos en medio de la oscuridad iluminada por la esfera de luz que Mirella había creado luego del derrumbe.

El ambiente estaba cargado de una mezcla de agotamiento y alivio, como si algunos todavía intentáramos procesar lo que acababa de suceder.

Al rato llegamos a la entrada de la cueva de toda la vida. Yo fui el primero en ver su interior, y allí no vi lo que esperábamos ver...

Un hombre y una mujer junto a un niño dormían sentados incómodamente cabeza con cabeza casi al borde de la entrada a la cueva. No los vi bien hasta que la luz de Mirella iluminó mejor sus cuerpos. El hombre era de tez morena, cabello largo y negro y apenas tenía una prenda inferior corta hecha de pieles de animales.

La mujer también tenía el pelo largo y negro, pero su piel era blanca, notándose varios rasguños en ella, no llevaba nada de ropa arriba, pero sí una prenda rodeando sus caderas. Esta forma de vestir era típico de las mujeres que todavía amamantan a sus hijos, Rundia también solía ir sin nada cubriendo sus pechos cuando yo era bebé. Lo mismo había visto con Anya.

El niño era parecido a Tarún en cuanto a su color de piel y cabello, pero mucho más pequeño y no llevaba ropa.

Eso no fue todo lo inesperado, porque de repente desde la oscuridad de la cueva apareció corriendo Fufi, la mascota de Anya.

En alrededor de seis meses que pasé en el santuario, solo vino dos veces y se iba al rato, y por más que le dije que no se fuera, él no me hizo caso. Realmente no es alguien tan fácil de domesticar a pesar de que entiende bien lo que le decimos.

El monstruito pequeño de pelaje azul y rojo se abalanzó con alegría contra Anya apenas la vio llegar, aunque ella, apenas miró hacia la supuesta familia, cambió su cara para peor.

Anya dejó a Fufi a un lado, ignorando su entusiasmo por completo. Su mirada se volvió fría y dura al posar los ojos en el hombre que, hasta hace un momento, dormía plácidamente. Un silencio incómodo se apoderó del lugar mientras se acercaba lentamente a él. Su postura era tensa, y sus ojos, normalmente cálidos y amables, parecían haber perdido todo rastro de la dulzura que me gustaba ver.

"Anya... ¿Está todo bien? ¿Sabes quiénes son ellos?" Preguntó mamá, intentando entrar al interior de la cueva mientras sostenía a su hija en brazos.

Papá intentó seguir a mamá, pero se detuvo a mitad de camino para observar mejor a las personas.

También pude apreciar que el plato y los cubiertos que había dejado abandonados aquella vez ya no estaban.

El hombre, al oír el nombre de Anya, abrió los ojos lentamente, sus movimientos eran algo torpes por el sueño interrumpido. Se incorporó con un gruñido, frotándose los ojos antes de fijarlos en Anya. Al principio, su expresión era confusa, pero cuando pestañeó un par de veces, su rostro se iluminó con una sonrisa que parecía fuera de lugar en la situación.

"Él es..." Murmuró Anya, con un tono que no admitía dudas, ellos dos se conocían de alguna parte.

Noté que su cuerpo era más flaco que los nuestros, se le notaban algunas costillas y su clavícula estaba bien definida. Es posible que se deba un poco a su altura, que, si bien no sobrepasaba a la de Aya, es más alto que Rin y todos los demás.

Yo no sabía si decir alguna palabra, primero porque no sabía quiénes eran estas personas, y segundo porque Anya parecía tan enojada que estaba seguro que cuando le dijera algo, ella podría contestarme de una manera que no me gustaría escuchar. Entonces preferí ser un espectador más, junto a las gemelas, Tarún y los anonadados gnomos.

"Anya... sabía que te encontraría aquí".

El hombre se levantó e intentó dar un paso hacia delante, pero Anya lo empujó enseguida.

"¡Vete! ¡Fuera! ¡Cómo te atreves a volver luego de abandonar a tu hijo!"

El grito despertó a los otros dos acompañantes mientras el hombre caía contra la pared luego del empujón.

El niño no entendía nada, y la mujer se mantenía observando desde el suelo, vaya a saber si tenía idea de su pasado.

No me digas que este tipo... Ahora sí yo también me enojé. ¿Cómo podría abandonar a semejante mujer? Encima para irse con otra... y ahora aparecía aquí, como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa que no tenía ni el más mínimo derecho a mostrar. Que porquería, lo odio.

Y su edad... veintitrés años. Bueno, al menos eran prácticamente de la misma edad.

"Anya, vine a ver a mi hijo".

De pronto Tarún dio un paso adelante.

"¿Papá?"

"Hijo, no te acerques a él".

Anya puso un brazo delante de Tarún.

"Y tú", dijo, señalando al hombre. "¿Cómo puedes decir eso luego de que te fuiste cuando nació Tarún? ¡¿Acaso tienes idea de todo lo que tuvimos que pasar?! ¡Hubo días en los que no teníamos nada para comer!"

No, Anya... Me vas a partir el alma si seguís diciendo eso.

"Y mientras tanto tú estabas con esa mujer, ¿no? Ya vete de aquí... ¡No te quiero volver a ver nunca más!"

Fufi se interpuso entre los dos, haciéndole a él un leve gruñido que no le había escuchado hacer hasta ahora. Si bien su tamaño no era imponente, no se sabía cómo podía reaccionar, pero en su cerebro entendía perfectamente la situación.

El idiota no supo qué responder, obviamente ella tenía razón en todo. ¿Para qué volvió?

Me dolían las piernas del cansancio, me hubiera gustado simplemente entrar e irme a dormir junto a Mirella, pero no... Está este tipo acá, molestándonos a todos y no tiene pinta de querer irse.

El hombre bajó la cabeza, visiblemente afectado por sus palabras, pero luego alzó la mirada hacia Tarún, que se escondía detrás de su madre. "Hijo, no puedo cambiar el pasado, pero quiero ser parte de tu vida ahora. Quiero hacer las cosas bien. No estoy pidiendo que me perdones, solo que me des una oportunidad para demostrarte que soy diferente".

Esa fue una jugada sucia, ahora quería intentar convencer al niño haciéndose el pobrecito.

La mujer que estaba con él se levantó lentamente, sin decir nada, simplemente miraba la escena con ojos tristes y llenos de... ¿comprensión? Parecía que entendía que este no era su lugar, que su presencia sólo empeoraba las cosas.

Tarún miró al hombre y luego a su mamá.

"Mamá... ¿Por qué papá se fue? ¿Es cierto lo que estás diciendo?"

Antes de que ella pudiera decir una palabra, él dio un paso hacia delante, a pesar de que la postura de Fufi se volvía más agresiva.

"Hijo, yo ya cambié, es por eso que vine para quedarme contigo. Entendí que un padre debe estar con su hijo".

"¡No digas tonterías! ¡¿Qué piensas hacer con él?!" Gritó Anya, señalando al otro niño que estaba siendo tomado en brazos por la que supuestamente era su madre.

"¿Acaso piensas que puedes tener dos familias, así como si nada? ¡No te dejaré tener a Tarún, por más que seas su padre! ¡Vete ya!"

La mujer se posicionó detrás del padre de Tarún mientras miraba hacia otro lado, intentando no hacer contacto visual con ninguno de nosotros.

La discusión se iba a seguir acalorando más mientras el hombre no cambiara su postura. Mientras tanto, Suminia y Samira aprovecharon un espacio y se metieron dentro de la cueva.

Por lo que he visto en este mundo, las demás personas no se meten en los problemas familiares de los otros, es como una regla general. Es por eso que por más que Rundia en este momento lo mire con una desagradable cara de desprecio, ella no acota nada.

"Tarún merece conocer a su padre, incluso si yo no lo merezco. Vine aquí porque quiero intentarlo, quiero ser parte de su vida y demostrar que soy un hombre diferente. Entiendo que estés enojada, pero... deja que él elija".

"Tarún no necesita que vengas a confundirlo más. ¿Crees que unas palabras bonitas y arrepentimiento van a borrar todo el dolor y abandono?"

"Tarún, ¿cierto que quieres conocer a tu papá? Mi nombre es Tariq", dijo, ahora comenzando a ignorarla y centrarse en persuadir al pequeño.

"Es parecido al tuyo, ¿no? Es porque yo lo elegí".

Sentí el impulso de intervenir, de decirle a Tariq que se largara, que no tenía derecho a volver después de tanto tiempo, pero algo me detuvo. Este no era mi lugar, esta era la lucha de Anya, y solo Tarún tenía la decisión final. Pero no podía contener mi enojo por dentro; apreté los puños, tratando de contener la rabia que crecía en mi pecho. Mirella se dio cuenta y se sentó en mi hombro, sabía que su propia presencia me tranquilizaría.

Y entonces la escena se volvió a repetir: Tarún miro a su padre y luego a su madre antes de hablar.

"Yo... quiero estar con mi mamá".

Su madre sonrió entre lágrimas mientras lo miraba y le acariciaba la cabeza.

Tariq se quedó pasmado. Humedecía sus labios con la lengua, seguramente pensando qué decir, sin embargo...

"Pero también quiero conocer a mi papá".

Y al final, aunque siempre haya estado con su madre, él se decidió por los dos.

Sin darme cuenta, solté un suspiro que me había estado guardando. ¿Qué acababa de decir? Esa mezcla de inocencia y curiosidad infantil, el deseo de saber más, de entender lo que había pasado con su padre, lo llevó a decir lo que nadie esperaba. Ni siquiera yo, que me las daba de entender algo de la psicología humana, vi venir esta vuelta.

A final de cuentas, ¿quién podría a culpar a un niño por tener curiosidad de conocer a su padre?

La sonrisa de Anya se borró mientras veía a Tariq avanzar hasta agarrar a su hijo por debajo de las axilas. Fufi no hizo más que gruñir y mirarlo.

"Hijo mío..."

Vi que algunas lágrimas caían de su rostro. Solo podré saber la verdadera historia si dejo que él toque mi pelo rojo. Así podría preguntarle a Sariah, pero eso realmente no me incumbe y no creo que cambiaría mucho mi pensamiento: los padres no deben abandonar a sus hijos.

Acá no hay abogados ni ninguna ley que pueda ayudar a solucionar estos problemas familiares. Todo se debe solucionar verbalmente o por la fuerza, así que, por más que yo aborrezca a este hombre, al fin y al cabo, solo ellos pueden solucionar sus problemas.

"Tarún... no creas que yo voy a perdonar a este hombre, nunca lo haré. Tú haz lo que quieras, ya está, pero no te olvides que él nos dejó para irse con otra mujer y tener otro hijo. No es una buena persona".

Inmediatamente, el hombre contrarrestó las palabras de Anya.

"Hijito, a veces los adultos no toman las mejores decisiones. A veces se equivocan y lastiman a las personas que más quieren. Pero lo que importa ahora es lo que tú sientes. Nadie puede decirte qué hacer, ni siquiera tu madre".

Él seguía jugando sucio usando el sentimentalismo a su favor, y eso es lo que hacía enojar a Anya. Estaba claro que no le importaba ella y lo peor de todo es que tampoco sabíamos las verdaderas intenciones de su regreso, pero ahí estaba y se veía dispuesto a salir victorioso.

"Te odio. No sabes cuánto te odio. ¡Escoria, basura, porquería!".

Y así, Anya se perdió entre la oscuridad del interior de la cueva, donde la luz de Mirella todavía no llegaba. Las gemelas la vieron pasar mientras lloraban en silencio sentadas contra la pared. Seguramente esto le trajo algún que otro mal recuerdo sobre sus padres, los cuales no conozco y supongo que ya fallecieron.

Ella había usado las mismas palabras degradantes que usé aquella vez contra el hombre pájaro que tenía a Suminia como rehén. Las reconocí al instante porque papá me regañó mucho por decir eso.

Tarún aún seguía en brazos de su padre, pero se lo veía preocupado.

"Quiero conocerte, pero no quiero que mamá se ponga triste. ¿Podrías... Podrías quedarte cerca pero no aquí?"

"No te preocupes, voy a quedarme en la otra cueva, donde vivíamos antes", respondió, dejándolo en el piso y señalando a la mujer detrás de él.

"Ella es Yume, y él es tu hermano, Kiran. Ya los conocerás mejor en otra oportunidad, ahora es mejor que nos vayamos".

Tariq le dio un beso en la frente a Tarún y ambos se despidieron sin decirse nada más. En realidad, ya estaba todo dicho.

Las sombras de los otros dos nuevos integrantes de su familia eran demasiado lejanas como para leer su edad, pero intuyo que la mujer es más joven que Anya, y el bebé debe tener poco más de un año.

Me acerqué lentamente a Tarún, asegurándome de no apresurarme para no asustarlo más.

"Tarún... Sabés que nosotros estamos acá para vos, solo no te olvides de hablar con tu mamá, de decirle que la querés mucho, ¿sí?"

Le di unas palmaditas en la espalda, animándolo a ir al interior de la cueva.

Él me miró con sus ojos cansados y llenos de incertidumbre.

"Luciano... ¿Crees que mi papá se quedará esta vez?"

"Sí, vos no te preocupés que todo va a estar bien. Ahora andá a dormir con tu mamá".

La verdad es que el que más se quería ir a dormir era yo.

Él simplemente asintió y se fue corriendo mientras su largo cabello negro se movía de un lado al otro.

Mirella, que había estado escuchando todo desde mi hombro, puso una nueva esfera de luz que se dirigía al centro de la cueva.

"¿Vamos a dormir?" Susurró a mi oído.

En ese momento su voz se sintió tan angelical que me podría haber dormido ahí mismo, de parado. Seguramente lo había hecho a propósito.

"Sí... vamos a dormir los dos juntitos".

Aya apareció de repente detrás de nosotros. La había perdido de vista en toda esta discusión, al igual que los gnomos.

Nos han pasado tantas cosas que ya no puedo estar al tanto de todo y de todos.

"Chicos... estuve hablando con estos gnomos, como Luciano les dice, y me contaron que están intentando liberar a su líder".

"Ya veo... es un tema muy complicado ese. ¿Te parece si lo charlamos mañana? Si podrías decírselo a ellos... te lo agradecería".

Lo único que quería era dormir, encima estaba con el estómago vacío.

"Claro, Luciano. Hoy ya pasaste por mucho, es mejor que descanses. Voy a asegurarme de que los gnomos estén cómodos y entiendan la situación.

Te lo encargo, Mirella", dijo, mirándome a mí. ¿Me habrá visto tan mal?

A la pasada saludé a mamá y papá y me anda terminé desplomando sobre unas hojas. Me sentía agotado, tanto física como mentalmente, y ese era un recordatorio de lo duro que es vivir en este mundo, más si cargo en mis espaldas a un grupo tan grande de personas.

Al menos todo el esfuerzo de hoy valió la pena.

Ah... Qué sueño...