Luego del difícil momento que acababa de pasar junto a Mirella, decidimos intentar volver a la cueva de la que habíamos venido, ya que no teníamos agua mágica luego de que se me cayera el balde al suelo.
Por un momento pensé en volver a casa y contar lo que nos había sucedido... Al final, creí que lo mejor sería seguir adelante y ayudar a todas estas personas para no tener que volver a ver una escena tan aterradora. Hay que ser fuertes y seguir. No quiero tener que arrepentirme por dejar para mañana las cosas que podría haber hecho hoy.
Por suerte, ella logró encontrar relativamente rápido el camino, así que caminamos durante unos minutos y volvimos a atravesar el pasadizo subterráneo hasta la gran cueva, donde cargamos un poco de agua mágica y volvimos a la cueva vacía. Esta vez decidimos esperar ahí hasta que llegara alguien.
Antes Mirella había encontrado un árbol de nañas, así que me quedé sentado sobre una piedra plana mientras comía.
Ella estaba sentada sobre mi rodilla derecha, pero con el cuerpo mirando hacia mí.
Al terminar la primera de las dos frutas gelatinosas, decidí romper el silencio que nos envolvía.
"Mirella, ahora que estamos a solas quiero hablar de algo importante".
"Dime".
"Es sobre tu crecimiento. Quiero saber hasta cuánto tenés pensado crecer. No quiero que después te arrepientas".
Ella se quedó pensativa un rato, moviendo sus pies por los costados de mi pierna.
"Yo... No sé realmente. Creo que siempre quise ser de tu tamaño, eso es todo".
"¿Por qué querés ser de mi tamaño?"
"Porque tengo miedo de que crezcas tan alto, y yo ser tan pequeña, que ya no puedas verme".
Hizo una pausa, como si estuviera buscando un poco de aire para seguir hablando.
"Quiero ser como tú, alguien grande y fuerte que protege a todos. Quiero seguir siéndote útil".
Cuando Mirella dijo eso, no me sentí muy bien. Su voz era temblorosa, cargada de inseguridad. ¿Por qué esta pequeña hada me veía de esa forma? ¿Como alguien a quien alcanzar? Su deseo de ser útil, de estar a mi altura, me llenaba de una extraña mezcla de orgullo y culpa. Orgullo porque tenía a alguien tan leal y valiente a mi lado, pero culpa porque parecía que había depositado demasiado de su identidad en mí.
Me quedé en silencio, observándola, pensando qué decirle. Su pequeño rostro reflejaba la misma seriedad que el mío.
Movía los pies de un lado a otro, como si el balanceo la ayudara a calmar los nervios. Su vestido celeste se ajustaba a su ahora no tan diminuto cuerpo, que a pesar de su tamaño irradiaba una energía única. Me pregunté cuántas veces había puesto su bienestar en segundo plano por mi causa.
"¿Sabes? Siempre he pensado que ya sos increíblemente fuerte, Mirella. No importa tu tamaño. Sos valiente, decidida y más que capaz de protegerme... y a los demás también".
Le acaricié el cabello con delicadeza, sintiendo la suavidad de sus mechones rubios entre mis dedos.
"No necesitás ser de mi tamaño para ser alguien grande, porque tu corazón ya lo es".
Ella alzó la vista, y sus ojos verdes brillaron con una emoción que no pude descifrar del todo.
"Pero quiero crecer", insistió.
"No solo por ti, sino porque siento que aún no soy suficiente. Si soy más grande, podré hacer más cosas, ¿no? Podré ayudarte mejor".
Suspiré, bajando la mirada a mis manos, ahora descansando sobre mis rodillas.
"Mirella... no quiero que pienses que tenés que cambiar por mí. Me duele que sientas que no sos suficiente. Pero si crecer es algo que realmente deseas, quiero asegurarme de que lo hagas por vos, no porque creas que es lo que yo quiero o lo que espero de vos".
Ella se quedó callada un momento, con sus pequeñas manos jugando con el dobladillo de su vestido. Su mirada bajó a mis piernas, pero podía notar que estaba reflexionando sobre mis palabras.
Finalmente, asintió lentamente.
"Lo haré por mí también", dijo con un tono más decidido.
"Quiero ser más fuerte también por mí misma... Aun así, me gusta y me pone feliz pensar que también será por ti, porque quiero estar a tu lado de todas las formas posibles".
Había algo profundamente genuino en su confesión, algo que me hacía querer protegerla aún más, aunque claramente ella no necesitara que lo hiciera.
"Entonces está bien si esa es tu decisión. Eso sí, me tengo que asegurar de que todo esté en orden con tu cuerpo. Tengo que revisarte".
"¿Qué significa eso?"
"Significa que, si vas a seguir creciendo, quiero estar seguro de que tu cuerpo está bien proporcionado. No quiero que te pase algo por beber tanta agua mágica sin control.
Así que necesito que te desvistas, así veo tu cuerpo".
"Está bien", respondió sin dudar.
Entonces se dio la vuelta y empezó a levantarse el vestido, encogiendo las alas hacia dentro para que salieran por el hueco de la ropa.
Cuando se sacó el vestido y lo dejó sobre mi otra rodilla, revelando su pequeño cuerpo, no pude evitar sentir un poco de responsabilidad. No había nada inapropiado en lo que estaba haciendo, al menos no desde mi perspectiva. Esto era por su bienestar.
Pasé mis ojos sobre su figura, asegurándome de que no hubiera algo que se me pasara a simple vista. Su pequeño pecho subía y bajaba con una respiración que parecía tranquila. Claro, para esta gente el verse desnudos no era algo anormal.
Al verle la piel entre las alas, me di cuenta de que estaba un poco sucia, así que la tomé por las axilas y la apoyé sobre el borde del balde.
"Tranquila, no te preocupes", le dije para hacerle entender que no había nada mal en ella.
"Solo tengo que limpiarte un poco".
Mojé un poco el dedo en el agua y se lo refregué contra la piel. La mugre salió fácilmente.
Luego de eso, uní sus dos alas y comparé el tamaño; todo estaba perfecto. Lo siguiente a revisar fueron los brazos, así que los estiré hacia arriba y parecían ser iguales.
Después la levanté y la acosté sobre mi pierna. Ahora tocaba verle sus piernas, así que pasé mis dedos por la superficie, verificando cualquier posible irregularidad. La textura de su piel era tersa, con una leve calidez. Ambas piernas estaban perfectamente proporcionadas y sin señales de algún problema. Sus huesos también parecían ser iguales.
"Mirella, estirá los pies hacia adelante", le pedí mientras me inclinaba un poco.
Ella obedeció sin dudar, moviendo los dedos con una agilidad que casi parecía un juego. Observé la alineación y el tamaño de sus pies y dedos, asegurándome de que no hubiera signos de crecimiento desbalanceado.
"Todo parece estar bien acá también", dije con voz calmada, mientras ella sonreía apenas.
Me di cuenta de que este momento también tenía un peso emocional para ella, aunque intentara ocultarlo bajo una actitud despreocupada.
Luego la senté para revisar su rostro. Me incliné cerca, tomando suavemente su barbilla entre mis dedos. Sus ojos verdes me miraron fijamente, con un poco de curiosidad. Giré su cabeza ligeramente hacia ambos lados, verificando la simetría de su mandíbula y pómulos.
"¿Estás bien? No te duele nada, ¿verdad? No quiero que me ocultes nada", dije mientras le agrandaba mínimamente su anillo.
"No, nada de nada".
Pasé mis dedos por debajo de su cabello, tocando sus orejas. Parecían estar bastante sucias en la parte trasera.
"Mirella, no te olvides de lavarte bien las orejas cuando te bañes".
"¡Uy! Siempre se me olvida", dijo soltando una risita.
Aproveché el momento para cortarle las uñas de las manos y de los pies.
Hablando de uñas, quiero contar que todos en este mundo se las cortan con los dientes. Sí, hasta las uñas de los pies.
Por suerte, yo tengo este tipo de magia y ya no me hace falta hacer eso.
"Listo. Estás en perfectas condiciones, así que podés seguir tomando agua mágica, pero de a poco".
"Gracias por preocuparte por mí", dijo en voz baja mientras se vestía.
Me puse a comer otra naña hasta que de repente empezó a oírse movimiento fuera. De a poco empezaron a aparecer varias personas; al primero que vi fue a Fausto, ese hombre que tenía unas cejas tan prominentes que era difícil olvidarlo. Luego a su lado apareció una mujer un poquito más alta que él; ella tenía el cabello muy negro, una piel un tanto quemada por el sol y vestía con ropa de pelajes grises con negro. A su lado caminaba de la mano un niño que parecía tener alrededor de un año y medio.
Por último, entró una niña que era más o menos de mi edad. Parecía un poco torpe, porque en tan solo un par de metros se le cayó dos veces la misma papaya.
Supongo que los dos niños eran sus hijos, ya que compartían la misma genética que sus padres: ojos negros y cabello negro. Solamente faltaría Yume, que actualmente vive con Tariq.
Se pusieron a acomodar la comida que trajeron contra una de las paredes de la cueva. Parecía que todavía no nos habían visto, ya que Mirella había apagado la bola de luz. Algo curioso es que Fausto cargaba un recipiente no muy grande de arcilla. Se ve que Tariq logró esparcir un poco esos nuevos conocimientos.
Entonces decidí acercarme a ellos.
Fausto fue el primero en percatarse de mi presencia. Levantó la vista, y sus ojos negros, por un instante, mostraron un poco de sorpresa. A pesar de nuestro encuentro previo, no era un aliado, al menos no del todo.
A pesar de eso, siempre se mostró como una buena persona.
"¿Luciano...?" Se preguntó.
La mujer junto a él, que estaba claro que era su pareja, se giró con una expresión de desconfianza evidente. Su mirada recorrió mi figura, deteniéndose en mi cabello. La niña, en cambio, mostró una expresión completamente diferente: curiosidad. Sus ojos parecieron iluminarse al verme, y noté que reprimía una sonrisa.
"Eres el niño del que todos hablan, ¿cierto? ¡Yo te vi el otro día!" Dijo la niña antes de que nadie más pudiera decir algo. Su voz tenía un tono inocente, casi emocionado.
La mujer chasqueó la lengua y colocó una de las papayas en un rincón de la cueva, claramente irritada por mi presencia.
"Supongo que sí. Todos ustedes ya fueron a verme, ¿no? Supongo que ya saben que me llamo Luciano, así que creo que es mejor presentarles a..."
Mirella de repente se sentó sobre mi cabeza, lo que me hizo morder un poco la lengua.
"¡Yo soy Mirella! ¡Soy un hada y la mejor amiga de Luciano! ¡Encantada de conocerlos!"
La cueva se llenó de silencio por un momento hasta que la niña empezó a correr hacia nosotros, pero en su entusiasmo tropezó con una piedra y cayó de rodillas contra el suelo de la cueva. Su grito de sorpresa fue seguido por un llanto inmediato.
"¡Ay, no!" Exclamó Mirella, volando rápidamente hacia la niña.
"Tranquila, tranquila. Nosotros te ayudaremos".
La madre soltó la mano de su hijo y corrió rápidamente, dándole la espalda a Mirella.
"¿Por qué eres tan torpe, Vicenta?" Preguntó, aunque no había rastro de maldad en sus palabras.
La niña, o, mejor dicho, Vicenta, no paraba de llorar diciendo que le dolía, así que tomé el balde rápidamente y me arrodillé del otro lado del que estaba su madre, que intentaba levantarla.
"No te preocupes, vinimos preparados para mostrarles algo que les va a ayudar mucho".
"¿Ayudarla?" Preguntó la mujer con el ceño fruncido.
"Traje agua mágica. ¿Saben para qué sirve?"
Lo más seguro era que Yume ya les hubiera contado.
"¡Claro que sí!" Gritó, intentando arrebatarme el balde a la fuerza.
Justo en ese momento apareció Fausto para intentar calmar a la mujer, tomándola del brazo.
"No deberías tratarlo así, amor. Déjalo que haga lo que necesite hacer... ¿Acaso no escuchaste todo lo que nos contó nuestra hija? Él no es el que todos piensan que es".
Ella apretó los dientes y finalmente cedió, sin decir nada.
No perdí más tiempo y creé con magia un pequeño vaso con la piedra de la pared. Luego lo llené y se lo ofrecí.
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"Bebe, por favor".
Vicenta tomó el vaso con mucho cuidado, aunque realmente parecía no tener idea de cómo funcionaba.
Se puso todo el borde contra la boca, haciendo que el líquido cayera para cualquier lado, mojándose ella y también el suelo.
A pesar de su movimiento brusco, pareció lograr tomar algo mientras tosía por el ahogo.
Su madre parecía lista para lanzarme una mirada más acusatoria, pero Fausto la contuvo con un leve gesto de su mano. Mientras tanto, yo observaba atentamente a Vicenta, esperando que el agua surtiera efecto. Siempre me sorprendía lo rápido que actuaba.
Vicenta dejó de quejarse de repente, mirando sus rodillas con asombro. El raspón que se había hecho al caer estaba desapareciendo, la piel regenerándose ante nuestros ojos. Y no solo eso, ya que varias heridas diversas se notaban que desaparecían, dejando una piel lisa y hasta diría yo que más blanca que antes.
“¡Mamá, mira!” Gritó con entusiasmo, moviendo la pierna para demostrar que ya no había dolor.
“¡Es la maginica de verdad!”
La madre frunció el ceño, como si quisiera mantenerse escéptica, pero no pudo evitar agacharse para inspeccionar el cuerpo de su hija más de cerca. Pasó la mano por la piel sana, y su expresión endurecida se suavizó un poco, aunque no lo suficiente para borrar del todo su desconfianza.
“Es impresionante”, admitió Fausto mientras alzaba a su hijo menor.
"Yo la he bebido pocas veces... No es fácil conseguirla estando tan lejos.
Me paré para poder hablar mejor con él.
"Fausto, ¿por qué no usan el recipiente de arcilla para traer agua mágica? Además, si van por los pasadizos subterrán..."
"¡No! ¡Los vamos a hacer enfadar!"
"¿Eh...? ¿Le tienen miedo a los gnomos?"
"¡Esos hombres destruyeron nuestra cueva! Si los hacemos enfadar de nuevo..."
"No, no, no. No es que los hicieran enfadar. Ellos estaban buscando algo, es por eso que rompían todo a su paso.
Pueden usar el camino para llegar a la gran cueva y de ahí sacar el agua mágica. De paso podrían hablar con los hombres, que se llaman gnomos, y van a ver que ellos no están enojados con ustedes".
"¿Estás seguro?"
"Sí, a mí también me lo hicieron".
De pronto, otra conversación se desarrollaba detrás de mí.
“Oye, ¿tú también puedes usar maginica?” Escuché que le preguntaba Vicenta a Mirella.
“¡Por supuesto! Yo soy un hada, ¿qué esperabas? Luciano apenas sabe lo básico. Déjame mostrarte algo”.
¿Lo básico?
Antes de que pudiera decir algo para detenerla, Mirella extendió las manos y comenzó a formar una esfera de luz. La cueva se llenó de un brillo cálido, como el de un amanecer.
Vicenta gritó de emoción y se levantó del suelo mientras los demás observaban en silencio. Incluso la madre de la niña, aunque claramente intentaba mantener su expresión neutral, no pudo evitar mirar con un poco de asombro.
“¡Es increíble!” Exclamó la niña, saltando sobre sus pies.
“¡Yo también quiero aprender a hacer eso!”
"Eso es imposible, los humanos no pueden usar magia", comenté.
"¡No le mientas a mi hija!" Arremetió la mujer, levantando un dedo acusador,
"¡Ya sabemos que tú sí puedes usar la maginica! ¡¿Acaso quieres guardarte el secreto para siempre?! ¡¿Por qué solo tú?!"
Luego de esas palabras, todo comenzó a encajar en mi cabeza: su hostilidad, la mirada desconfiada de los adultos, las preguntas curiosas pero cargadas de intención de la gente, las acusaciones... No era miedo lo que sentían hacia mí; era frustración. Frustración por algo que no podían comprender ni poseer. Para ellos, yo no era solo un extraño; era un recordatorio constante de lo que ellos no podían hacer.
"Entiendo", dije con un tono calmado, dejando que las palabras salieran despacio para no encender más las tensiones.
"Así que eso es lo que piensan... Que me estoy guardando algo, ¿no?"
La mujer no respondió de inmediato, pero su mirada era suficiente. Fausto, que hasta ahora había tratado de ser un mediador, desvió la vista, incómodo. Incluso Vicenta, en su inocencia, parecía captar que algo más serio se estaba discutiendo.
"Escuchen, no es que no quiera compartir lo que sé o cómo lo conseguí. Es que... no funciona así", empecé diciendo, mintiendo un poco.
"La magia, o la ‘maginica’, como le dicen ustedes, no es algo que cualquiera pueda usar. No se trata de un secreto que yo pueda enseñarles, ni de algo que esté guardándome para mí. Es como… No sé, como tener un color de ojos diferente. No es algo que uno elige, es algo con lo que uno nace".
"Entonces, ¿por qué tú sí? ¿Qué te hace especial? Porque nosotros también tenemos manos, y también tenemos deseos de proteger a nuestras familias..."
De pronto, se quebró y comenzó a llorar.
"¿Por qué no puedo construir un mejor hogar para mis hijos? ¿Por qué no puedo crear armas para traer más comida para ellos? ¡Dímelo! ¿¡Por qué tú sí y yo no!?"
Su impotencia era demasiado grande.
Carajo... Yo también estoy lagrimeando, no lo puedo evitar.
Me acerqué un poco a ella, refregando su brazo mientras ella se tapaba la cara, llorando desconsoladamente.
"Tranquila... señora.
Solo puedo decir que no pedí ser diferente. Simplemente... pasó. No puedo cambiar eso, pero lo que sí puedo hacer es usar lo que tengo para ayudarlos a ustedes. Eso es todo lo que intento hacer".
En ese momento, el niño también se largó a llorar mientras Fausto lo sostenía entre sus brazos.
Lo peor de todo era que estaba tergiversando la historia en sus caras para ocultar el hecho de que yo era un reencarnado al que la diosa de este mundo le implantó una porción de su poder. Era imposible explicar algo así, y ni siquiera podía hacerlo a pesar de que esta mujer estaba llorando frente a mí.
Lo único que puedo hacer es ayudar y que ellos aprendan de mí.
La niña se quedó abrazada a su madre, con la cara contra su panza.
"Mamá, ya no llores..."
Mirella, que había estado en silencio todo este tiempo, decidió intervenir con un estilo despreocupado.
"¡Claro que pueden confiar en Luciano! Si no fuera por él, yo seguiría atrapada en esa roca horrible. Además, él nunca hace nada malo... Bueno, casi nunca".
Me lanzó una mirada juguetona, como si intentara aligerar el ambiente.
La mujer dejó de llorar gradualmente, aunque su rostro seguía tenso y agotado. Era como si el peso de varios años de frustraciones se hubiera derramado en un instante. Su marido permanecía en silencio, acariciando suavemente la cabeza del niño, quien sollozaba contra su pecho.
"Escuchen... no quiero que piensen que estoy acá para imponerme o para presumir algo que ustedes no tienen.
No vine para demostrar que soy diferente, ni para que ustedes se sientan menos. Vine porque creo que, juntos, podemos cambiar las cosas. Si yo tengo un poder especial, quiero usarlo para ustedes, pero necesito que confíen en mí, aunque sea un poco. ¿Podemos empezar por ahí?"
La mujer movió la cabeza lentamente; sus ojos estaban enrojecidos.
"¿Y cómo piensas hacer eso? ¿Por qué... nosotros?"
"Es que no hay ninguna razón en especial. Simplemente llegué acá desde los pasadizos subterráneos, intentando encontrar a alguien con el que hablar y aclarar que yo no soy alguien malo. Yo no soy alguien que tiene el poder del Rey Demonio, como dijo el padre de Tariq.
Mi objetivo es que todos podamos empezar a mejorar nuestras vidas mediante nuevas cosas, como el agua mágica".
Hice una pausa, tomando el vaso de piedra que había quedado en el suelo y lo cargué de nuevo. En ese momento, Fausto se fue al lado de su mujer y le entregó al niño.
"Primero que nada, mi magia sirve para moldear los materiales a mi antojo. Puedo modificar la forma de cualquier cosa menos las que sean creadas por otra magia.
Es por eso que pude crear esta cosa a la que llamé vaso".
Lo levanté un poco hacia ellos y lo moví un poco para que el líquido se notara más.
"Es como los recipientes de arcilla, pero más pequeño. Sirve para tomar agua".
"Pero el agua se cae", acotó Vicenta.
"Eso es porque lo tomaste mal. Hay que poner el borde contra la boca para que el agua vaya cayendo de a poco".
Lo demostré haciendo el gesto, bebiendo un poquito de agua.
"Seguro que deben pensar que esta agua es igual que cualquiera que hayan visto... Por cierto, ¿de dónde sacan el agua para beber o bañarse?"
"Hay un arroyo muy cerca. Acabamos de venir de ahí", contestó Fausto mientras se tocaba un poco su desordenada barba.
"Ah, perfecto. Bueno, como decía, todas las aguas lucen iguales, pero justamente la que está en el otro arroyo tiene esta particularidad, que es el poder curar cualquier herida.
Realmente no hay forma de diferenciarlas..." Dije, tosiendo un poco al tratar de evitar hablar sobre las partículas mágicas.
"Mientras la saquen de ahí, van a saber que esa es la buena".
Los adultos se miraron entre sí, tal vez no entendiendo muy bien a dónde llevaba esta conversación.
"Yo les propongo una cosa: quiero que cambien de cueva y vayan a vivir cerca de nosotros, a la cueva que anteriormente era de Kuri. ¿Conocen dónde es?"
"¡Claro que no!" Negó rotundamente la mujer.
Nadie se atrevió a decir nada más; parecían estar de acuerdo con su decisión.
"Bueno, yo pensé que sería algo bueno. Así me sería más fácil enseñarles cómo vivimos y demás... ¿Qué les parece si nos empiezan a visitar a menudo a nuestra casa?"
"Pero Harlan se enojaría", respondió Fausto, rascándose la cabeza de manera nerviosa.
"¿Y qué tiene que ver Harlan? ¿Qué más da si se enoja? La idea es que ustedes puedan mejorar su vida y la de sus hijos".
"Es que él a veces nos da comida... Carne".
"Entonces cacen peces, ¿no? Si me acaban de decir que tienen un arroyo cerca".
Asomé un poco la cabeza intentando mirar el lugar donde habían dejado lo que recolectaron. No parecía haber nada más que frutas.
"Ah, los peces... Ya hace tiempo que no hay".
¿Acaso estaban sufriendo por haber cazado indiscriminadamente, por decirlo de alguna manera?
"Ah, ya veo..."
Ese comentario me dejó pensativo. Si ellos ya habían agotado los peces del arroyo, ¿qué garantía tenía de que no harían lo mismo con otros recursos? Es más, ¿qué pasaría si yo, con mi grupo, también comenzara a consumir carne sin control? Si estábamos en una isla, no sería un lugar enorme, y aunque el bosque y la selva ofrecían abundancia ahora, esa abundancia no sería eterna. Tendríamos que idear una forma de sostenernos a largo plazo, algo como una granja... pero en este mundo prehistórico, eso era más fácil de imaginar que de implementar.
Aunque claro, nosotros ya habíamos empezado por otro lado, cultivando la tierra.
"Entiendo... Entonces, no hay peces porque los han cazado todos, ¿verdad?" Pregunté con calma, intentando no sonar acusador.
"No lo sé... Antes había, pero se fueron acabando poco a poco".
"Eso significa que necesitan encontrar otra forma de conseguir comida. Una que no dependa de lo que la naturaleza les da de forma inmediata", dije, tratando de plantar la idea en sus mentes sin sonar demasiado crítico.
La mujer frunció el ceño, confundida.
"¿Qué quieres decir? ¿De dónde más podríamos sacar comida?"
"Les estoy diciendo que podemos trabajar juntos para crear un lugar donde puedan cultivar plantas para comer. Es algo que donde vivimos lo hacemos. Pero claro, necesitaríamos organizarnos y aprender cómo hacer que sea para todos", respondí, observando sus reacciones.
"¡Ahhh...! ¡Es lo que nos contó Yume, amor!" Exclamó el hombre, asintiendo con la cabeza y mirando a su mujer, la cual todavía no sé su nombre.
"Nos dijo que hacían aparecer nuevas comidas de la tierra porque metían dentro algo que era... Ah, sí, las semillas".
"Sí, las semillas. Las semillas son una parte que tienen la mayoría de las frutas y demás cosas comestibles que crecen de las plantas y árboles.
Si uno mete las semillas bajo tierra y les da agua y sol, al tiempo esa planta crecerá y dará más frutas. Pueden verlo si nos visitan, estamos consiguiendo bayas, tomates y una hoja llamada acelga de esa manera. También estamos hirviendo agua para cocinar la acelga, la carne y también para conseguir sal".
La expresión en sus rostros comenzó a cambiar lentamente, como si las palabras que les estaba diciendo fueran pequeñas semillas de esperanza. La mujer, que había estado tan cerrada y un poco hostil antes, ahora parecía algo menos tensa. Fausto también se veía un poco más relajado, como si algo en su interior estuviera comenzando a hacer clic, como si la idea de un futuro mejor comenzara a tomar forma. Me observaban como si estuvieran tratando de desentrañar qué tan real podía ser lo que les proponía.
Vicenta, la niña que seguía abrazada a su madre, levantó la cabeza al escuchar la conversación.
“¿Entonces… todos tendríamos comida suficiente?”
“Sí, con tiempo y esfuerzo, todos podrían tener suficiente. No se trata de hacer magia, sino de trabajar juntos y compartir lo que sabemos. ¿Se imaginan no tener que preocuparse por la comida todos los días?” Les lancé una mirada significativa, buscando que la idea se metiera en sus mentes.
“¡Eso suena demasiado bueno para ser verdad!” Exclamó Fausto, como si le costara creer que algo así pudiera funcionar.
“Pero si nuestra hija nos dijo que funciona, y tú nos dices que podemos ver cómo funciona…”
"Exactamente. Mi grupo y yo hemos empezado a hacerlo ya. Por eso les dije que vengan a ver cómo lo estamos haciendo. Puedo mostrarles cómo preparar la tierra, plantar las semillas y cuidar las plantas. No es nada que tenga que ver con la magia, solo trabajo en equipo y paciencia".
"¡Sí! ¡A mí no me gusta comer, pero las plantaciones de Luciano son geniales y muy coloridas!" Gritó Mirella, que estaba quedando un poco relegada de la conversación.
"¿Pero y si Harlan...?" Murmuró Fausto.
Tiré el agua mágica del vaso en el balde de madera y deshice la piedra, juntándola con la del suelo.
"Yo solo se los dejo para que lo piensen. Después es decisión de ustedes si deciden venir o no", dije mientras tomaba el asa del balde.
"Aun así, les recomiendo que no se dejen llevar tanto por lo que los otros les dicen. Si no, después pueden llegar a arrepentirse".
Noté que él se humedeció un poco los labios, tal vez intentando pensar en alguna respuesta inmediata. Luego miró a su mujer, que tampoco parecía saber qué responder.
"No se preocupen, pronto hablaré con mi abuelo sobre la situación. Quiero involucrar a todas las personas".
Me acerqué un poco más a ellos, mirando a la mujer.
"Por cierto, señora, todavía no sé su nombre ni el de su hijo. ¿Sería tan amable de decírmelos?"
"Yo soy Dana, y este pequeño aquí", dijo mientras pasaba una mano cariñosa por la cabeza del niño que no dejaba de observarme con un par de dedos en la boca.
"Es mi hijo Felipe".
"¡Felipe! ¡Felipe!" Empezó a gritar el niño mientras movía las manos.
Parecía darle gracia o algo así el simple hecho de decirlo, porque se reía mientras lo hacía.
"Es un gusto conocerlos, Dana, Felipe.
Ahora ya debo irme. Espero volver a verlos pronto; ya saben que los estaré esperando".
"¡Yo también los estaré esperando!" Exclamó Mirella.
La pequeña hada se subió a mi hombro y me giré para irme, pero entonces sentí un tirón en mi brazo izquierdo. Era Vicenta. Sus ojos grandes se clavaron en los míos con una intensidad que me desarmó por completo.
“¡Yo sí quiero volver a verte, Luciano!” Gritó de repente, con un tono firme y esperanzado que contrastaba con su cuerpo pequeño, que en realidad era del mismo tamaño que el mío.
"Quiero aprender lo que tú haces... y también ver esos colores que dijo Mirella".
Sonreí ampliamente.
"Entonces espero verte pronto, Vicenta. Vos también podés aprender a cuidar las plantas, y quizá, algún día, podrías enseñárselo a otras personas".
Ella asintió vigorosamente, pero de repente, para mi sorpresa, se lanzó hacia mí y me abrazó con fuerza. Fue un gesto torpe y espontáneo, pero lleno de sinceridad. Por un segundo me quedé congelado, sorprendido por lo inesperado, pero luego levanté la mano y le di un par de palmadas suaves en la espalda.
"Eres una buena niña, como tu hermana, ¿sabes? Yume también es una chica muy buena, muy educada".
"Sí, Yume es genial, pero ahora casi que no puedo verla... ¿Ella está bien?"
"Sí. Ella está viviendo bien; Tariq la cuida".
"Qué bueno".
Cuando ella se alejó un poco, aproveché para quitar el vaso con agua desde dentro del balde.
"Tomá, es mejor que se lo queden ustedes... Digamos que es como un regalo".
"¿En serio es para mí?" Preguntó mientras lo tomaba entre sus manos.
"Sí. Ahí hay agua mágica, así que asegurate de que no se te caiga y bébanla cuando les haga falta. Recuerden que siempre pueden buscar más avanzando desde los pasadizos subterráneos hasta alguna de las dos grandes cuevas".
"¡Gracias!"
Ella levantó la cabeza y me sonrió, aunque tenía los ojos un poco húmedos.
“Entonces, te veré pronto”, dijo, como si fuera una certeza absoluta, algo que ni siquiera sus padres podían cuestionar.
Luego de despedirnos, me di la vuelta y comencé a caminar de regreso por los pasadizos subterráneos. En ese momento sentí algo dentro de mí cambiar. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, hubiera tocado algo verdaderamente humano en esas personas. La desconfianza, el miedo, la desesperanza... todo eso que parecía tan arraigado en este mundo empezaba a mostrar pequeñas grietas.
"Vaya, Luciano. Eres realmente asombroso".
"¿Por qué lo decís?"
"No lo sé, pero yo digo que sigas haciendo lo que haces".
"No te preocupes, no cambiaré".
Uh... Creo que me olvidé un trozo de naña en esa cueva.