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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 16: Familia.

Capítulo 16: Familia.

Mientras mamá sostenía la piedra mágica sobre su oreja, por mi mente pasaron mil cosas. Era imposible que ella sintiera algo, ¿no? Si es un humano normal.

"Me pareció escuchar algo... No importa... Debo estar imaginando cosas, esta es solo una piedra", dijo, para luego lanzarla contra la última piedra con partículas incrustada en una esquina del santuario.

Di un suspiro de alivio antes de ir a recoger la piedrita que brillaba con mucha potencia, pero parecía que no se había llenado de partículas como para liberar al ser que estaba atrapado dentro.

Por ahora, había esquivado la bala, pero el susto no se me pasaba. Esa fue una advertencia clara: debía ser más cuidadoso en el futuro... Cualquier pequeño desliz podría ponerlo todo en riesgo.

"¿Ahora a qué le tengo que apuntar?"

"Creo... que ya está, tienes muy buena puntería, mamá".

"Bueno, me quedaré esperando a que venga tu padre", dijo y se fue hacia la salida del santuario que conectaba con la gran cueva.

Me hice el distraído cuando Tarún se fue junto a Rundia y escondí la piedra debajo de unas hojas que había sueltas en el piso. Todavía no tengo pensado decírselo a Aya, aunque seguro que se va a dar cuenta sola.

Luego de un tiempo, llegaron todos los demás con bastante comida entre sus manos.

Todo transcurrió normal hasta que a la noche desperté a Mirella.

"Psk, psk, Mirella".

Toqué su pequeño cuerpo que reposaba sobre el mío.

"¿Sí?"

Sorprendentemente ella parecía estar despierta.

"Ya sé, me vas a decir sobre lo que escondes bajo esas hojas... Puedo ver algo brillante y creo que son partículas".

"¿Ehhh?" Exclamé en un susurro intenso.

"Bueno, sí... No pensé que ya te habías dado cuenta. No podemos hablar mucho, así que voy a ser breve, vos apareciste desde una piedra como esas, y ahora acabo de juntar todas las piedras que había en este lugar, pero parece que todavía faltan más para liberar al ser mágico que está dentro. Comunícale esto a Aya cuando estén a solas, yo no puedo. Gracias".

Inmediatamente me hice el dormido.

"¡Hey!" Ella subió uno de mis párpados con sus diminutas manos, mirándome desde cerca.

"¿Cómo es eso de que hay otro ser mágico?"

"Habla más despacio... Es como te dije, si ves más piedras con partículas entonces me avisas. Chau, me voy a dormir".

"¡T-Tonto!", dijo y sentí que se acomodaba bruscamente sobre mi panza.

Mirella se quedó en silencio por un momento, seguramente procesando la información. Finalmente dejó escapar un suspiro.

"¿Otro ser mágico? ¿Y si es un hada?" Murmuró para sí misma.

***

Me desperté en medio de la noche sintiendo un cosquilleo en los pies. Cuando abrí los ojos, estaba Mirella investigando mi pie izquierdo.

"Uhm... Algo no está bien", murmuró, comparando con su vista ambos pies, mirándolos desde todos los ángulos.

"Es como si faltara algo".

Intenté no mostrar preocupación y le respondí en voz baja,

"No te preocupés, Mirella. Es algo que ha estado así por mucho tiempo".

Ella se sorprendió, sin darse cuenta que ya me había despertado.

"¡H-Hola! ¿Te desperté? ¡Lo siento!" Miró frenéticamente hacia los costados e infló los cachetes cuando detuvo su mirada en mí. Parecía no poder aguantar el decir algo.

"¡No me digas que la otra hada te hizo esto!"

El grito hizo despertar a varios de los demás en el santuario.

"¿¡Q-Qué!? ¿¡De qué otra hada estás hablando!?" Mi voz salió como un chirrido.

Justo en ese momento, Aya se acercó a nosotros. Aparentemente, estaba despierta y había estado observando desde una distancia prudente.

"¿Qué pasa, chicos? ¿Está todo bien?"

"¡Luciano ha encontrado otra piedra mágica! ¡Podría haber otra hada atrapada dentro!"

No, idiota... ¡No se suponía que debas gritarlo para que escuche todo el mundo!

"¿Piedra mágica?" Se preguntó Aya, poniéndose un dedo en el mentón.

"Luciano, ¿es esto cierto?"

Puse las manos con las palmas abiertas por delante mío, haciendo un gesto de calma.

"Sí, sí... Tranquilas, es solo que Mirella lo exageró un poco. Te explico, ahora no hay ninguna hada nueva ni tampoco hay ningún ser mágico nuevo. Solo es una suposición mía, nada más".

De reojo pude ver a Rin viniendo hacia mí, su rostro denotaba mucha furia.

Empezó a sacudirme por los hombros.

"¿¡Qué mierda te dije!? ¿¡Qué mierda te dije sobre que no te metieras en cosas raras!? ¡Solo eres un niño!"

Cada vez que decía una frase, apretaba fuertemente los dientes. Estaba claro que siempre terminaba desquitando su ira contra mí.

"Pero... no hice nada para causar daño", traté de decir. Mi voz era algo temblorosa, pero no por miedo a él, sino por lo que podía pasar después de esto.

"Solo quería... liberar al ser atrapado. Es parte de mi deber".

Al recordar mi objetivo en este mundo fue cuando comencé a tomar un poco de valor.

En ese momento soltó mis hombros y agarró mi cabeza con ambas manos. Me miró con una intensidad que nunca antes había visto. Sus ojos estaban llenos de furia, pero también había una mezcla de preocupación y desesperación.

"¿Qué deber, maldición? ¿Por qué no puedes comprender que no tienes que meterte en algo que yo no puedo entender? ¡Solo quiero vivir en paz, eso de la magia me tiene harto!"

El agarre de Rin en mi cabeza dolía más emocionalmente que físicamente. No era la primera vez que lo hacía, pero esta vez me golpeó más fuerte. 'Solo quiero vivir en paz', había dicho, pero... ¿Acaso eso no era exactamente lo que yo quería? ¿Paz? ¿Estabilidad? ¿Seguir adelante en este mundo de la mejor manera posible? Pero parecía que él no veía lo mismo.

¿Por qué yo siempre tenía la culpa de todo? Últimamente todo era cuestionado, por más que terminara siendo algo bueno o con buenas intenciones, para él era una molestia. Si no fuera su hijo seguro me hubiera dejado a un lado hace rato, o peor todavía, si yo fuera un extraño, seguro que estaría super contento. Todo por intentar usar magia... La magia era lo mejor que me pasó en esta vida y no tengo pensado abandonarla.

Parecía que él estaba a punto de quebrarse. En ese momento no me importó, porque su hipocresía esta vez sí que me hizo molestar.

En un ataque de furia, agarré su cabeza de la misma forma que él lo estaba haciendo con la mía, con una mano en cada costado.

"Yo también estoy harto... Estoy harto de que me estés hiriendo solo porque crees que nos atacaron por culpa de mi magia. ¿Acaso crees que es culpa mía? ¿Por qué no vas y le gritas a esos estúpidos hombres pájaro que fueron los que quisieron arruinar nuestra vida? ¡Yo no tengo la culpa de haber nacido con un don especial! Yo también quiero vivir una vida en paz, una vida con ustedes, que son mi familia y los quiero a todos".

Miré a mi alrededor, donde todos estaban observando sin intervenir, seguramente sin poder entender cómo es posible que haya confrontado de esta manera a mi padre apenas teniendo un puñado de años.

Solté las manos de su cabeza, ahora poniéndolas sobre sus brazos extendidos. "Por favor... Mirame a los ojos y decime si realmente me odias o te sentís orgulloso de lo que hago".

El silencio que siguió fue tenso, cargado de palabras no dichas y sentimientos reprimidos. Mirella, que siempre me defendía, supo que no debía meterse. Por un momento me pregunté si lo que dije estuvo bien, quizás podía haberme quedado callado, pero... Parecía que nuestro problema iba a terminarse más tarde que temprano.

Sus ojos aún brillaban con una mezcla de emociones que parecían estar a punto de desbordarse y finalmente aflojó las manos, siendo guiadas hacia las mías.

"Yo..." Comenzó diciendo mientras agachaba la cabeza. "No, tienes razón... Solo es que no puedo entender cómo es que mi hijo acabó así, es como si no fueras realmente un niño..." Levantó la mirada, ahora sí mirándome a los ojos. Podía notar que estaban brillosos, reteniendo las lágrimas.

"Aquella vez, cuando te fuiste de la cueva, sentí que te escapabas de mis manos, que no supe cómo controlar a mi hijo. ¡Yo también pensé que nos odiabas!"

Cerró fuertemente los ojos, dejando que las lágrimas fluyan. Por primera vez él estaba abriendo su corazón por completo y en frente de todos.

"Y después apareciste de la nada para salvarnos... Haciendo cosas raras que llamabas magia, parecías tan seguro que yo..." Hizo una pausa mientras apretaba fuertemente los dientes.

"¡Yo no lo pude aceptar, maldición! ¡Tú estabas haciendo todo lo que yo no podía hacer! ¡Mi propio hijo! ¡No lo pude aceptar! ¡No lo pude aceptar! ¡No lo quiero aceptar!" Siguió repitiendo mientras golpeaba el piso con los puños cerrados.

Mamá se acercó y lo abrazó por detrás.

"Amor, por favor... Ya está todo bien", dijo mientras acariciaba el cabello negro de Rin.

Durante todo el tiempo que él estuvo hablando yo no supe qué decir. Por un momento me pareció que Rin estaba siendo el más cuerdo de entre nosotros, diciendo las palabras, a su modo, que cualquiera con sentido común pensaría. Él tenía razón, ¿cómo es posible que un niño que no llega ni a los cinco años se desarrolle tan rápidamente? ¿Qué niño abandonaría a su familia en un mundo tan peligroso? ¿Qué niño te podría mirar con una mirada tan adulta?

Yo simplemente soy un farsante, alguien que finge ser lo que no es. ¡Pero es imposible no serlo! Mi vida es diferente a las de los demás, mis pensamientos son diferentes, mi vocabulario es diferente, pero nunca lo van a poder entender... ¡porque no puedo decir la verdad que hay detrás de todo eso!

Todo lo que quería era gritarles la verdad, desatar todo lo que llevaba acumulando desde el día en que me desperté en este maldito mundo.

Pero no puedo.

Porque si lo hiciera, perdería todo. A mi familia, a mis amigos, a Mirella, a Aya. Ninguno de ellos entendería lo que realmente soy. ¿Quién me creería si les dijera que vengo de otro mundo? ¿Que soy alguien que ya murió y fue traído de vuelta por una diosa con un propósito que ni siquiera yo entiendo del todo?

Estoy solo en esto. Siempre lo estaré.

"No puedo... no puedo entenderlo, Luciano. No puedo entender cómo te convertiste en alguien que no puedo reconocer. ¿Por qué no dices nada? ¿Por qué... por qué no puedes ser normal?"

Esa última pregunta salió como un susurro, pero me hizo ver las cosas de otra manera.

Mi corazón latía tan rápidamente que parecía que mi pecho iba a explotar.

No, no era miedo, sino una llama encendiéndose dentro de mí, un fuego que parecía haberse estado formando poco a poco con distintos sentimientos, más buenos que malos. Ese fuego es el que impulsaba a dejar atrás los resentimientos hacia los demás para poder entendernos mejor, así es como podía mantenerse unido un grupo.

Yo debo ser el sostén de este grupo, hoy y para siempre, porque soy su líder.

Me levanté y, aunque sabía que mi figura no imponía nada de respeto, me planté en frente de todos.

"Lo siento por no ser como mi padre pretende. Lo siento por no ser alguien normal y... lo acepto. Yo no soy normal, de hecho, no creo que nunca conozcan a alguien como yo, pero... Yo soy feliz así y quiero que los demás lo sean al igual que yo, sé que no puedo hacer las cosas de manera perfecta y mis decisiones son tan raras que pueden terminar teniendo consecuencias en los que me rodean".

Bajé la vista hacia Rin, que estaba arrodillado en el piso, sus lágrimas habían cesado, casi sin creer lo que estaba escuchando.

"Papá, lo siento, pero no puedo ser como quieres que sea, solo eso. Nunca te faltaré el respeto ni mucho menos, solo pido que me tengas más paciencia y me des más tiempo. Te prometo que no te vas a arrepentir. Mi futuro es con la magia, mi futuro es junto a ustedes, Aya, Mirella, Samira, Suminia, Anya, Tarún, mamá y papá. Ustedes son mi familia".

Tomé aire antes de terminar de hablar.

"Dicho esto, quiero que resolvamos nuestros problemas ahora, así que estoy dispuesto a escucharlos si es que creen que les he causado algún problema".

Y así, esperando alguna respuesta, me di cuenta de algo: ya no era un niño, ni para mí y seguro que ni para ellos. La supuesta inocencia se había perdido en algún punto, y ya no había forma de recuperarla.

El tiempo pareció detenerse cuando nadie respondía y solo se me quedaron mirando. ¿Habría hecho bien en hablar de esa manera? ¿Habría roto algo que no podía repararse? Aunque traté de mantenerme firme, la verdad es que empecé a sentir miedo. Mi mano temblaba un poco, pero la escondí tras mi espalda, no quería que nadie notara el nerviosismo que intentaba contener.

"Luciano..." comenzó a decir papá, rompiendo el silencio con su voz ronca por la emoción.

"Lo que no quiero es perderte, no quiero que te alejes tanto que no pueda alcanzarte. Pero si este es el camino que has elegido... entonces tendré que aprender a caminar junto a ti, a mi manera".

Se levantó del suelo, refregándose la cara y el pelo.

"Solo... dejémoslo así por ahora", dijo y se fue en dirección a su esquina, donde hasta hace un rato estaba durmiendo.

Aún con papá fuera de la escena, me quedé parado esperando las respuestas de los demás.

Rundia fue la primera que vino rápidamente hacia mí, dándome un fuerte y cálido abrazo. Pude sentir su panza de embarazada contra mis mejillas. "Mi pequeño... Siempre has sido especial para nosotros, no importa lo que pase o cómo cambies, siempre serás mi hijo. Estoy tan orgullosa de ti".

"Rundia, tu hijo es muy valiente, ¿no?" Dijo Anya, sumándose al abrazo.

"¡L-Luciano! Lo siento por haberte metido en este lío, pero... A veces las cosas no son fáciles. Recuerda que yo siempre estaré a tu lado".

"¡Yo sí creo que él es normal! ¡Y es un niño muy b-bueno con todos!"

"Luciano es un poco tonto, pero... Supongo que todo sería un poco aburrido sin él... ¿¡Q-Qué estoy diciendo!?"

"Bueno, supongo que ya no tengo que guardar el secreto sobre la maginica..."

El ambiente en el santuario se había vuelto más cálido luego de que todos hablaran. Hubo muchas emociones compartidas y verdades finalmente dichas. La tensión que había llenado el espacio parecía disiparse poco a poco.

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Anya tomó la palabra y pareció hablar por todos.

"Luciano, todos aquí te queremos, sino no hubiéramos decidido quedarnos junto a ustedes. Yo te quiero mucho".

"Gracias a todos", solté en un abrazo grupal mientras se asomaba alguna que otra lágrima tonta.

***

Los días y meses siguientes a la confrontación fueron los más alegres que hemos vivido juntos hasta ahora, con todos expectantes por el nacimiento del hijo de Rundia, así que tocaba hacer los preparativos.

También en su momento tuve que intentar explicarle a Mirella sobre la situación, ya que ella no lograba comprender del todo el tema de tener hijos.

"¡Conmigo no cuenten!" Gritó Aya, y salió corriendo aterrorizada del santuario.

Me sorprendí un poco, realmente pensé que un zorro místico de su edad podía tener algo de experiencia en estas cosas. Tal vez no debería sacar conclusiones apresuradas solo porque su apariencia se parece a la de un animal y es físicamente la más grande del grupo.

"Este... ¿Alguno se ofrece?"

Anya dio un paso al frente con una sonrisa en el rostro.

"Nunca dejaría a una amiga en estos momentos, así que yo la ayudaré. Además, también soy madre, así que creo que tengo algo de experiencia".

Siempre me pregunté cuál es la edad de Anya, es tan joven que apenas parece mayor de edad. ¿Será que tuvo a Tarún como a los quince años o por ahí? Tampoco quise preguntar dónde está el padre, pero... Espero que nadie se haya aprovechado de ella.

"Gracias, Anya. Seguro que mi mamá te lo agradecerá mucho. Ya tenemos a mi padre y a Anya, ¿alguno más quiere ayudar?"

"B-Bueno... si me lo permiten, yo podría intentar ayudar en algo".

"Claro, Samira, todos pueden ayudar en lo más mínimo que sea. Yo no estaré, pero voy a dejarles hecho algo que seguro les va a servir mucho, vengan".

Gracias a dios, todavía soy un niño y tengo esa excusa para no tener que participar en este momento.

Me fui hacia el centro del lugar, donde iban a poder hacer las cosas más cómodamente, y puse las manos sobre el suelo, empezando a elevar el terreno y formando una especie de camilla que en realidad se parece más a... una tabla de planchar.

Con una altura prudente para que Rundia se pueda subir, terminé de moldear la parte de arriba para que sea bien ancha y resistente.

"Listo, si mi mamá se acuesta acá, va a ser más cómodo para ella y ustedes. Cualquier cosa me avisan si necesitan que haga algún retoque".

Mientras hablaba, todos se quedaron boquiabiertos. Hacía rato que no me veían usar mi magia.

"Luciano es increíble, ¿no?" Dijo Mirella volando hasta posarse sobre la piedra.

De pronto se acercó mamá, que apenas podía caminar. Sostenía la mano en su vientre mientras llegaba a paso lento para ver lo que había hecho.

"Mi hijo... es... increíble", apenas pudo decir mientras se la escuchaba suspirar por el dolor.

Papá, que ya no parecía tan escéptico con el tema de la magia, se apresuró para ayudarla a sostenerse.

"Rundia... no debes caminar en este estado", dijo, y la dejó apoyada contra el borde de la camilla primitiva.

"Mamá, cuando sientas que... ya sabes, le tenés que avisar a Rin, así él te ayuda a subir acá arriba".

"Estoy aquí contigo", le susurró papá a Rundia, sujetándole la mano.

"Todo va a estar bien".

La atmósfera en el santuario era una mezcla de nerviosismo y emoción. Anya, con su habitual confianza, empezó a preparar todo lo necesario para el parto. Puso la almohada de papá sobre la camilla improvisada y algunas hojas grandes esparcidas por el lugar. Mientras tanto, Samira, aunque visiblemente nerviosa, hacía su mejor esfuerzo para ayudar en lo que podía, aunque su ayuda iba a ser más moral que otra cosa.

"Creo... que quiero recostarme..." Murmuró mamá, aunque su mirada se desviaba hacia la almohada que papá se había apropiado en aquel momento.

Me quedé mirándolos, todavía no caigo en que nuestra familia se va a agrandar en un momento tan peligroso como este. Pensar que voy a tener una hermana o un hermano me hace feliz porque me hace recordar a mi vida pasada, aquella familia estaba compuesta por Leo, mi padre; Carolina, mi madre y Agustina, mi hermana menor. Luego estaba yo, Luciano, un muchacho normal que solo quería vivir una vida tranquila como la que estaba teniendo, pero todo cambió aquel maldito día de junio del dos mil cuarenta y nueve.

Si alguna vez llego a crear un calendario en este mundo, a ese día lo voy a poner como feriado, algo así como 'el día de la resurrección'.... Mejor no, queda horrible.

Morir se sintió más como una decepción que un dolor, se podría decir que fue indolora pero devastadora. Después apareció la diosa Sariah para darme una nueva vida. La verdad es que al principio no lo quería aceptar, pero... otra opción no había. La realidad era esa, que estaba muerto.

Volver a nacer en este mundo fue algo que ahora no me disgusta, pero los primeros días lo pasé fatal. No quería ser un bebé, no quería tener que depender de mis padres para limpiarme o movilizarme. Sin embargo, con el pasar del tiempo fueron apareciendo nuevas personas y nuevas experiencias. Un hada, un zorro místico, la magia, los hombres pájaros... Bueno, eso no es un grato recuerdo, pero también es algo que conocía por primera vez.

Pienso triunfar en este mundo, o por lo menos dar lo mejor de mí para darle esa ayuda que le prometí a mi diosa. Tengo cientos de cosas en mi mente, cosas que debo crear, cosas que quiero probar, cosas que quiero cambiar y también quiero disfrutar. Pero tiempo al tiempo; si empiezo a hacer las cosas siendo tan pequeño, no sé cómo podrían reaccionar los demás, más sabiendo todo lo que dije antes en ese pequeño discurso.

También... quiero sentir lo que es amar y ser amado. Obviamente, por mi actual edad no encontré a mi mujer ideal, pero siento que puedo intentarlo cuando crezca. Es un sentimiento que nunca pude experimentar, y eso que ya tenía veinte años cuando fallecí. Qué decepción... pero acá hay muchas bellezas, así que si tengo un poco de suerte es posible que algún ser mágico se fije en mí, aunque tener una esposa del tipo humano como Anya o Rundia tampoco estaría mal.

Me pregunto cómo se sentirían mis verdaderos padres si supieran que su hijo ahora vive en otro mundo, con otros padres, con otros amigos, con otro herman...

"Luciano, ¿crees que tu mamá va a estar bien? ¿Qué va a pasar ahora?"

La voz de Mirella me hizo volver a la realidad luego de no sé cuánto tiempo pensando en mis cosas y mirando al infinito. Papá me miraba con una cara como diciendo "¿te vas o te quedas?" mientras sostenía la mano de mamá.

"Sí, Mirella, todo va a salir bien, ¿querés que salgamos a caminar un rato?"

Al darme vuelta, todos los demás ya se habían esfumado. Al menos me hubieran tocado el hombro para avisarme, ¿no?

Fuimos subiendo la cueva junto a una de las esferas mágicas de Mirella. La luz que irradiaba era un poco más tenue de lo normal, probablemente por su nerviosismo de no entender bien estas cosas de bebés, sexualidad y demás. No la culpo, después de todo fue creada de la nada por un dios.

Durante el recorrido no nos topamos con nadie del grupo, y como tampoco estaban mis padres, podía aprovechar para volver a ver la luz del sol, aquella que no había visto desde que escapamos hace unos seis meses.

"Mirella, si llegamos hasta la salida, ¿crees que mi padre me regañará?"

"No creo, nadie se va a dar cuenta de eso ahora. L-Lo importante es que Rundia esté bien".

"Es cierto, solo vamos a disfrutar un poco del agua del arroyo".

Luego cambié de tema.

"¿No te parece que estamos un poco indefensos? Ya sabés, los hombres pájaros quieren al hijo de mi madre, así que no sería raro que vuelvan a querer atacarnos luego de estar desaparecidos tanto tiempo. O por lo menos eso es lo que me dicen ustedes, que ellos no los estuvieron atacando y tampoco los vieron".

"Sí, eso es cierto. No los hemos vuelto a ver en nuestras salidas. Tu padre también me pedía que revisara a escondidas el lugar donde estuvieron, pero allí no había nadie. Es como si hubieran desaparecido. ¿Crees que los hombres pájaros realmente nos buscan? ¿No deberían haberse olvidado de nosotros ya?" Preguntó Mirella, su voz temblando ligeramente.

La cueva empezaba a volverse un poco más estrecha mientras íbamos avanzando hacia la salida.

"Obvio que no, es posible que estén planeando algo grande, por eso no aparecen. No es fácil predecir qué harán esos seres, especialmente cuando se trata de una obsesión. Voy a pedirle a Aya que ponga más barreras mágicas, total tenemos el agua mágica al lado, sería fácil para ella mantenerlas activas".

Recordar al maldito hombre pájaro acosándome toda mi vida me hizo estremecer. Su porte, su personalidad, su todo me daba temor. Sé que si fuera más adulto no le tendría miedo, pero siendo un niño... todavía me siento indefenso.

Mirella deshizo su esfera de luz cuando al fin llegamos a la salida. Todos estaban ahí, esperando a que alguien les hiciera una señal para poder entrar. Tampoco era necesario que se fueran hasta la salida, pero bueno... Parece que querían acompañar a Aya, la cual estaba con las manos apoyadas contra el tronco de uno de los tantos árboles de la selva, esperando el momento justo para cazar lo que parecía ser una... ¿iguana? Que reposaba sobre una piedra lejana.

"Aya, ¿no tenemos suficiente comida ya? Me gustaría hablar con vos un rato".

Ella sacudió su ropa y dejó a los niños con la pequeña caza, luego se acercó a nosotros, pero se la notaba algo incómoda en sus movimientos.

"No quiero hablar sobre lo de antes".

Sus orejas de zorro, normalmente alertas, estaban un poco caídas.

"No es sobre el tema del parto", dije, viendo cómo la tensión en Aya se relajaba ligeramente.

No quería ahondar más en el tema por ahora, supongo que Aya tendrá sus motivos.

"Quiero hablar sobre algo más importante", agregué, señalando el borde del arroyo.

"¿Nos sentamos un rato?"

Los tres nos sentamos mientras mojamos nuestros pies en el agua mágica. A la derecha tengo a Aya y en mi hombro a Mirella.

"Aya, ¿cuántas barreras mágicas tenés activas?"

"Ya te había dicho, tres a lo largo de la cueva y una en la entrada al santuario".

"Si, ya sé que me habías dicho, pero necesitaba saber si las cosas seguían igual. La situación es delicada".

"Como dije, tengo tres barreras en la cueva y una en la entrada al santuario. Si crees que necesitamos más, puedo intentar hacer una más, pero eso requerirá tiempo y concentración".

Moví bruscamente los pies, un poco molesto por la contestación de Aya. Estaba claro que no necesitaba tiempo y concentración para hacer una barrera.

"Es solo una sensación, Aya", dije, rompiendo el silencio.

"No me gusta cómo se siente el aire. Algo va a pasar".

Aya asintió lentamente, pero no parecía del todo convencida. Su mirada fija en el agua, esas orejas caídas que delataban lo que intentaba esconder. No era solo la tensión por mamá, era algo más profundo.

"Entiendo tu preocupación, Luciano, pero con las barreras activas, no debería haber forma de que los hombres pájaros puedan atacarnos por sorpresa otra vez. Hemos aprendido de lo que ocurrió". Su tono era frío, pero no distanciado, como si tratara de reafirmar más para sí misma que para mí.

Mis pensamientos volvieron al parto. Mamá ahí, en la cueva, enfrentándose a su propio tipo de batalla. ¿Qué tan seguro era todo realmente? Me dolía el estómago solo de pensar que podría suceder algo mientras nosotros aquí estábamos distraídos. Y si en algún momento los hombres pájaros encontraban una manera de romper las barreras... No. No podía permitir que algo le pasara a mi familia. Tenía que asegurarme de que todos estuviéramos preparados y con la guardia alta.

Mirella notó la turbulencia del agua por culpa de mis movimientos y se sentó sobre la rodilla de mi pierna izquierda, haciendo una sonrisa tierna, pero mis ojos se terminaron desviando hacia un pececito que se detuvo justo entre mis pies.

"¡Luciano, mira! Creo que llamaste su atención. ¡No deberías hacer tanto ruido!"

El pequeño pez era igual a aquél que trajo Fufi una vez, naranja con algunos pequeños tintes azules. Se podía ver claramente su cuerpo a través del agua cristalina.

Pasaron unos segundos y el animal seguía ahí, ¿acaso quería que lo cazaran? Tampoco es como si tuviera ganas de hacerlo yo mismo, pero Aya seguro que sí, en algún momento se iba a activar su instinto felino.

"Yo... no estoy haciendo ruido", respondí a Mirella mientras él parecía observarme a los ojos, lo que no era nada normal.

¿No será que reencarnó para cobrarse venganza?

Nah, no creo, pero el verle a los ojos me daba un ligero temor.

"¿Qué están viendo?"

"Nada".

"¿Cómo que nada? ¡Aya, es un pececito!"

Luego de las palabras de Mirella, sentí un pinchazo en la mano izquierda, la cual tenía apoyada contra el suelo.

Con un quejido, la saqué inmediatamente, viendo una fila de hormigas que avanzaban al borde del arroyo, o por lo menos parecían ser hormigas, porque eran negras y pequeñas.

"¡Qué hormigas de mierda!".

Sacudí la mano y me fijé si tenía alguna marca en el costado de la mano, pero no parecía verse nada.

Mirella caminó por mi pierna, acercándose a ver si estaba todo bien. "Luciano, ¿qué pasó? ¿Esos bichitos se llaman hormigas?"

Las gemelas y Tarún también se acercaron luego de escuchar mi insulto. Samira y Suminia me hablaron nada más verme levantarme. Entonces me di cuenta de que me deben ver como un niño mal educado... qué se le va a hacer.

"¿Qué te pasó, Luciano? ¿Estás bien? ¿Te duele algo?"

"Menos mal que no te escuchó tu padre... Tanto grito por una tontería, tontito".

También volví a confirmar que Suminia aprovecha para insultarme cuando no están mis padres.

Tarún se fue a ver las hormigas, que ahora habían empezado a cambiar su rumbo.

"Es que me picó una de esas hormigas de mier... Una de esas hormigas de ahí, del suelo".

"¿Hormigas?" Preguntaron las gemelas al unísono

Al parecer los demás no sabían que esos bichos se llamaban hormigas, o tal vez acá en este mundo tienen otro nombre. No sé y tampoco me interesa mucho ahora.

"Mejor me voy de vuelta a la cueva, ustedes recuerden no alejarse tanto".

Los nervios me consumían mientras entré de nuevo a la cueva, Mirella puso una bola de luz en el aire mientras me seguía sin decir una palabra.

"Mirella, no sé qué hacer. No sé si quedarme acá por si llegan a venir los hombres pájaros o ir hasta el santuario para ver si todo sigue bien.

Tal vez vos deberías quedarte junto a Aya y yo bajar... No, mejor deberíamos bajar todos juntos... No sé para qué carajos se quedaron afuera".

Me empecé a rascar la mano izquierda, justo donde me había picado la hormiga.

"Em... Bueno, si quieres voy a decirles que vengan todos adentro".

Culpa mía siempre Mirella tenía que poner la cara o defenderme, aunque tampoco es como que siempre le pida que lo haga. La mayoría de veces se ofrece sola o actúa sin preguntar, pensando en que defender mi postura es la mejor opción.

Mejor que se queden ahí, hasta podrían terminar descubriendo si esas hormigas son buenas o malas. Tampoco quiero estar escuchando a Suminia rezongarme por yo quejarme de una picadura.

"No, mejor vamos dentro nosotros solos, gracias igual".

"Bueno, ¡vayamos con tu madre entonces!"

De pronto se me conectaron dos neuronas.

¡Agua mágica! Es cierto, si la bebo ahora se me va a ir la molestia de la picadura.

El agua del arroyo era algo que bebían a menudo aquellos que iban a buscar recursos fuera del santuario, porque curaba absolutamente todo, desde quebraduras de hueso hasta pequeños rasguños en la planta del pie, es por eso que nuestra piel puede mantenerse perfecta a lo largo del tiempo.

El sabor es igual al agua común, además, parece ser que no tiene efectos secundarios como pensaba, pues yo ya la tomé por primera vez hace como un año o más.

Un poco de agua en mi mano, partículas amarillas revoloteando, la satisfacción de saciar la sed... Todo para nada, es más, la comezón se fue transformando en una punzada intensa. No sirvió.

Eso sí, la pequeña mancha de la picadura que se fue formando ya no estaba.

"¿Luciano? Tienes una expresión extraña... ¿La picadura te duele mucho? ¡No te preocupes, yo estoy aquí!" Su voz se notaba forzada, como un payaso intentando animar a un niño que llora.

"Creo que..." Respondí, mi voz sonando un poco más tensa de lo que quería. "Las cosas no están yendo a mi favor".

El ambiente en la cueva, que ya de por sí era sombrío, parecía oscurecerse más. El malestar en mi mano no era normal, y comenzaba a sospechar que no se trataba de una simple picadura.

Ya sé, es posible que el agua mágica no pueda interferir en lo que va por la sangre, recuerdo que un día papá se enfermó levemente y le duró unos días la tos y demás. Él tomaba el agua a diario, así que es posible que no pueda curar enfermedades.

Hay que pensar en positivo, solo es una picadura de una hormiga. Tal vez el dolor me dure dos o tres días, no va a pasar nada. Ya me han picado hormigas en la tierra y no pasó nada, a lo sumo puedo ser alérgico ahora, pero nada más que eso

Mirella se adelantó en su vuelo, mirándome de frente.

"Por cierto, nunca me dijiste sobre lo de tu pie raro".

"Nunca le digas a nadie sobre eso... No te preocupes, no es nada malo".

No hacía falta traer el tema de mi pie sin uñas a la conversación, ya demasiado era una molestia el tener que soportar ser deforme por culpa de un pacto de no agresión. Pero bueno, yo también sentiría curiosidad por saber qué pasó si veo a alguien que le falta una parte del cuerpo, aunque solo sean las uñas.

Me pregunto si los demás se habrán dado cuenta de eso, no creo que sean tan tontos de no notarlo. Mirella es la única que me lo dijo y eso que ya estoy así hace como dos o tres años. No... si mamá se hubiera dado cuenta ya me hubiera preguntado, sería su instinto maternal.

Es cierto que cuando vivía solo con mis padres, ellos se la pasaban fuera recogiendo recursos porque siempre encontraban muy pocos, así que esa puede ser una de las razones para no notar el cambio repentino.

Los demás tal vez deben pensar que no me gustaría hablar de eso o quizás les debe parecer normal. No sé la verdadera respuesta y también me pone nervioso, nunca se me ocurrió qué responderles si se diera el caso. Creo que debería hacerme un calzado, aun así, sea hecho de hojas.

Ya casi estamos llegando a la entrada del santuario, así que debo mantener la compostura al hablar con ellos o directamente no entrar y mirarlos desde lejos.

Mierda, siento que estoy pensando demasiado las cosas, dije que debía pensar en positivo.

"¡Luciano! ¡Dime ya de una vez qué es lo que te pasa! ¡Estás caminando raro!"

Mirella se había plantado en frente mío, volando a la altura de mi cabeza. Su rostro no intimidaba para nada, pero su voz era potente, distinta a la habitual.

La sensación de dolor comenzó a moverse lentamente desde mi mano hacia el brazo, causando un leve entumecimiento en los dedos.

"Es un poco de dolor, nada más. No te preocupes".

Intenté esquivarla, pero al pasar a su lado ella me tomó del pelo.

"¿Qué no me preocupe!? Mírate, estás transpirando y no mueves la mano izquierda al caminar. ¿¡Por qué cada vez que te pregunto sobre si estás bien me dices que no me preocupe?

¡Siempre repites lo mismo! ¡Claro que me voy a preocupar por ti, siempre estoy a tu lado y te cuido porque eres mi mejor amigo!"

Creo que ella seguía diciendo un montón de cosas, pero no pude entenderlas. La vista se me empezó a poner borrosa y me mareé hasta el punto de no poder mantenerme en pie.

Caí de lleno contra la poca agua que había en el piso. Por un momento se sintió como un deja vu.

"¡Luciano! ¡Luciano! ¿¡Qué te pasa!?"

No puedo responderle, mi cuerpo estaba adormecido...

No puedo pensar con claridad...

No puedo moverme...

Mirella...

El aire se siente denso... ya no sé si estoy respirando.

La oscuridad me envolvió, pero en algún rincón de mi conciencia, escuchaba los gritos desesperados de Mirella. Era como si su voz viniera de muy lejos, una vibración aguda y persistente que luchaba por alcanzarme.