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El pibe isekai [Español/Spanish]
Capítulo 32: El lugar perfecto.

Capítulo 32: El lugar perfecto.

¡Segundo día de inspección de lugares para la construcción de la casa! Hoy elegí a las gemelas como mis acompañantes. Nos tocaba ir al lugar más complicado para construir: el arroyo.

¿Por qué elegí a las gemelas? Bueno, en realidad, ellas se ofrecieron porque decían que estaban aburridas, ya que hoy no hacía falta ir en busca de comida.

Suminia, como siempre que salía en estos últimos días, se enlistó con la lanza que yo le hice y partimos rumbo al lugar más importante de esta zona.

Ambas parecían emocionadas, aunque por motivos diferentes. Samira daba pequeños saltos, como si no pudiera contener la energía, mientras que Suminia mantenía su mirada seria y vigilante.

"No hace falta que le haga ningún retoque, ¿no?"

Señalé el arma entre sus manos. Era una herramienta primitiva, sí, pero Suminia la había recibido con orgullo y dedicación, como si fuera el mejor regalo del mundo. Tal vez era el primero.

"¿Ahora te va mejor la caza con la lanza?"

Hoy podía ser un buen día para hacer las pases con ella y comenzar a llevarnos mejor. Intentaré ser yo el que afloje.

"¡Luciano, mi hermana es la mejor cazadora de todas!" Gritó Samira antes de que su hermana pudiera contestar.

Suminia frunció el ceño, aunque no pude saber si era por las palabras de Samira o por la pregunta en sí. De todos modos, hizo un gesto leve con la cabeza, como si aceptara con un dejo de satisfacción el cumplido de su hermana. No pude evitar sonreír. Aunque intentara esconderlo, se notaba que tenía mucho orgullo dentro suyo.

Nos adentramos entre los árboles y el ruido de las ramas se fue haciendo más fuerte. Hoy había bastante viento.

Mientras avanzábamos, vi que algo pequeño, peludo y marrón se movía entre la hierba alta a unos metros. Era un conejo, un animal rápido y ágil, que seguramente escaparía a la mínima provocación. Pero antes de que pudiera hacer algún comentario sobre lo que había visto, Suminia se movió con una precisión que no había esperado.

“Quietos, los dos”, susurró, y levantó una mano para que nos detuviéramos.

Me congelé en el acto, siguiendo su indicación sin cuestionarla. Ella se deslizó hacia adelante, avanzando en cuclillas, como si fuera una extensión del bosque mismo. Me sorprendió su destreza: sus movimientos eran rápidos, fluidos, sin ruido alguno. Era como si hubiese nacido para esto, como si cazar fuera su manera de interactuar con el mundo. Hasta ahora era la primera vez que la veía así.

Suminia observó al conejo, sujetó su lanza y, en un movimiento rápido, la lanzó hacia él. La lanza se desplazó en el aire y, aunque no alcanzó al conejo, pasó a escasos centímetros de su lomo. El animal, asustado, saltó y se perdió entre las hierbas y árboles. Suminia chasqueó la lengua, pero no parecía molesta; en cambio, mostró una expresión de concentración profunda al recuperar su arma.

“Faltó poco”, acoté, en un intento por aliviar su frustración.

“Te movés muy rápido, Sumi. Casi no escuché nada cuando te acercaste.”

Ella me miró con desdén. Sus ojos se entrecerraron, como si analizara mis palabras, buscando alguna trampa oculta.

“Claro que me muevo rápido. No necesito que me lo digas”, contestó, pero noté un ligero rubor en sus mejillas. Parecía que mi elogio la había desconcertado, aunque intentaba mantener su expresión fría y distante.

"Y no me digas 'Sumi', idiota", agregó, como en un intento desesperado de volver a ser la gemela malvada de siempre.

Durante los siguientes minutos, caminamos en silencio, y aunque ella se mostraba distante, noté que su actitud se había suavizado un poco. Tal vez había algo en mi intento de valorarla como cazadora que había llegado hasta ella. Me acerqué un poco más y, aunque dudaba, decidí intentar algo más.

“Me gustaría aprender más sobre la caza. No soy tan hábil como vos, pero… tal vez podrías enseñarme algo”.

Suminia me miró, claramente sorprendida. No dijo nada, pero sus ojos parecían evaluar mis intenciones. Finalmente, asintió de manera breve.

“Si quieres aprender, debes dejar de hacer ruido. Si no controlas tu respiración, los animales siempre te escucharán", susurró.

Intenté imitarla, avanzando con cuidado entre las ramas, evitando los pasos torpes que normalmente daría. Me concentré en mi respiración, en los pequeños sonidos a mi alrededor. Aunque la observaba de reojo, intentando replicar su postura y su manera de desplazarse, me resultaba complicado. Suminia movía su cuerpo como si perteneciera a este lugar, y yo, en cambio, me sentía torpe.

"¿Vos qué opinás, Sami?"

"Mi hermana tiene razón, debes hacerle caso cuando se trata de estas cosas".

"Claro... necesito ir aprendiendo de los mayores".

De repente, un segundo conejo, o tal vez el mismo, apareció a lo lejos, husmeando entre las hojas. Suminia me hizo una seña para que intentara acercarme. Tal vez esta era una oportunidad para demostrarle que estaba tomando en serio su enseñanza. La seguí en silencio, o al menos intenté hacerlo, imitando sus movimientos. Cuando estuve a una distancia razonable, traté de apuntar y lanzar la pequeña piedra que llevaba. No tenía lanza y tampoco tiempo para hacer una, pero era lo más cercano que tenía a un arma en ese momento.

La piedra salió volando y... fallé. El conejo, al escuchar el sonido, huyó a toda velocidad. No pude evitar soltar un suspiro frustrado y un poco exagerado.

“¿Ves? Te dije que debías controlar tu respiración”, dijo Suminia, sin pizca de burla, solo un tono de corrección.

Era extraño, pero en ese momento, la pequeña lección primitiva me hizo verla de otra manera. Ya no era solo la chica arisca que siempre se mantenía a distancia, sino alguien que realmente tenía algo que enseñarme.

“Sí, tenés razón”, respondí con una leve sonrisa.

“Prometo mejorar. Gracias, Sumi”.

Ella giró la cabeza hacia al otro lado y apuró el paso.

Samira se acercó a mí y puso una mano en mi hombro.

"Tranquilo, Luciano, realmente hoy no nos hacía falta cazar".

"Será mejor que nos centremos en la casa por ahora".

"Sí, vamos".

Cuando alcanzamos a Suminia, ella ya estaba caminando por el borde del arroyo, tanteando el terreno golpeando el suelo con su lanza.

"Debo decir que el arroyo es uno de mis lugares favoritos", tiré al aire, intentando buscar opiniones.

"Este lugar no sirve para vivir. No sé a quién se le ocurrió una idea tan estúpida".

"Bueno... a Rundia se le ocurrió".

Al escuchar que mencioné a mi madre, Suminia se detuvo. Sus mejillas se encendieron como si hubieran tocado el sol de lleno. Su mirada pasó rápidamente de la mía al suelo, y luego al arroyo, mientras parecía luchar por encontrar las palabras adecuadas para retractarse de su comentario.

“Bueno… yo… no es que… o sea, tal vez no sea tan estúpido como pensé, pero…” Balbuceó, y con cada palabra que soltaba, su incomodidad se hacía más evidente. Me di cuenta de que, aunque solía mostrarse dura, no le gustaba ni un poco la idea de que yo pudiera contarle esto a Rundia.

Samira soltó una risa traviesa, claramente disfrutando del momento en que su hermana, normalmente tan impenetrable, se encontraba tan avergonzada.

"No te preocupés, Sumi. Yo también pienso que es imposible construir una casa acá. Hay demasiados árboles que deberíamos quitar para hacer el espacio suficiente. Además, habría que tener mucho cuidado con el fuego".

"¿El fuego?" Preguntó Samira.

“Sí, el fuego. Tiene una especie de hambre. Una vez que comienza, es difícil de detener”, expliqué y señalé a nuestro alrededor.

“Miren estos árboles, tan juntos unos de otros. Si uno de ellos se enciende, el fuego saltará de rama en rama, y lo que empezó siendo... una fogata, puede acabar en un incendio incontrolable”.

Suminia y Samira me miraron, claramente interesadas, aunque con algo de desconcierto. El concepto de que el fuego pudiera ‘alimentarse’ y esparcirse de esa manera quizás era algo nuevo para ellas, y lo podía ver en sus ojos. Después de todo, en este mundo prehistórico, el fuego es una herramienta poderosa, pero también peligrosa.

“¿Vieron todas las fogatas que siempre hacemos para cocinar la comida?” Pregunté, tratando de hacer una comparación más visual.

Ambas asintieron.

“Imaginemos que dejamos que esa fogata crezca sin control. Si sopla un viento fuerte, el fuego podría tocar algo seco y empezar a esparcirse. Puede devorar árboles, arbustos, y hasta animales. Todo a su paso”.

Samira parecía preocupada.

“Entonces… ¿podría quemarse todo esto?” Señaló el arroyo, los árboles altos, la vegetación verde que nos rodeaba.

Asentí con la cabeza.

“Sí, eso es exactamente lo que podría pasar. Y si nosotros vivimos aquí, nos pondríamos en un gran riesgo. Aunque el agua del arroyo podría ayudarnos a apagar el fuego, aún así sería difícil controlarlo en caso de que llegara a expandirse”.

"¿El agua del arroyo apagaría el fuego? No entiendo", preguntó Suminia.

¿No saben apagar el fuego? Claro, nunca tenemos agua a nuestra disposición dentro de la cueva.

"Tirar agua al fuego es una manera de intentar apagarlo. No funciona siempre, pero suele ser efectivo".

Tampoco iba a entrar en detalles sobre el oxígeno y demás. No había forma de que lo entendieran. Aunque, hasta ahora, es una incógnita lo que saben y lo que no.

"Estás mintiendo... Es imposible que sepas algo así, no tiene sentido".

"Podés probarlo vos misma si querés".

Suminia se quedó mirándome con cara de sospecha.

"No sabes ni cazar y tampoco prender una fogata. ¿En serio crees que voy a creerte?"

Al final terminó soltando una risa burlesca y volvió a caminar por el borde del arroyo.

Samira se me acercó rápidamente.

"No le hagas caso... Eso no es lo que ella piensa realmente".

"¿En serio? A veces sus palabras me hieren mucho".

Bueno, nunca viene mal fingir ser un niño inocente y hacerme la víctima.

"Ya voy a hablar con ella, no te preocupes".

En un movimiento rápido, ella estiró su mano hacia mí. De manera lógica, pensé que iba a volver a apoyarla sobre mi hombro, pero... Ella la llevó hacia mi cabeza, hacia mi cabello.

"¡Ahhh!" El grito salió como si me hubieran pegado un tiro.

El cuerpo se me comenzó a tensar y mis músculos se endurecieron al instante. ¡Odio que me toquen el pelo rojo, maldición!

"¡Perdón! ¡Perdón! ¿Te toqué muy fuerte? ¡No fue mi intención!"

No pude responder, me quedé duro mirando a Suminia venir corriendo.

"¿¡Qué pasó!? ¿¡Le pasó algo a Luciano!?"

"¡Y-Yo solo le toqué la cabeza... nada más!"

De manera instintiva, ella estiró su mano hacia la cima de mi cabeza, pero logré agacharme en el último momento. El efecto ya había pasado.

"Perdón, solo soy un poco... sensible en esa zona. No es tu culpa, Sami".

De pronto, el semblante de Samira cambió al mirar a su hermana.

"¿¡Ves!? ¡Esto pasó porque tratas muy mal al pequeño Luciano!"

Suminia alzó una ceja, como si Samira acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

“¿Tratarlo mal? ¡Yo no trato mal a nadie! Solo digo la verdad. No tengo la culpa de que él sea tan..." Apretó los dientes.

"Simplemente no necesito que me explique cómo funciona el fuego o cualquier otra cosa. Es ridículo”.

“¡No es eso! ¡Es porque eres grosera, Suminia!” Samira alzó la voz, plantándose frente a su hermana, sin dejarle espacio para ignorarla.

“Siempre lo estás mirando mal, o hablando como si todo lo que hace fuera una tontería”.

Su hermana giró la cabeza, como si quisiera terminar la conversación antes de que empezara, pero Samira no se detuvo.

“¿Alguna vez has pensado en ser un poco amable? Luciano nos cuida y nos enseña cosas. No tiene por qué ser tan...”

“¿Tan qué?” Cortó Suminia. Su mirada era desafiante.

“Tan mandón y sabelotodo, ¿eso querías decir?”

“¡Él no es así!”

Samira parecía tan indignada que tuve que intervenir antes de que esto escalara más de la cuenta.

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“Chicas, esperen, ¡esperen!” Alcé las manos entre ambas, tratando de calmar la situación.

“Creo que las dos están exagerando un poco, ¿no creen? Samira, no pasa nada; a veces Suminia solo… es directa, y eso no es tan malo. Y, Suminia, no tienes que decirlo todo con esa… actitud. No soy perfecto, y sé que tengo mucho que aprender. Pero ustedes son mi familia aquí, ¿sí?”

Ambas me miraron con sorpresa, como si no se esperaran que interviniera de esa forma. Hubo un momento incómodo de silencio hasta que Suminia bufó y apartó la vista.

“¿Familia, dices? Pues no actúas como uno. Y para que lo sepas, no necesito un hermano o algo así”.

Quién iba a querer ser su hermano, ¿no?

“¿Ah, sí? Yo también quero que sepas que yo no mando a nadie. Y si lo hiciera, creeme que habría encontrado una forma de que confíes en mí antes de que Samira tuviera que ponerte en tu lugar”.

Eso arrancó una risita a Samira, quien me miró con un brillo de complicidad. Suminia frunció el ceño y parecía buscar algo cortante que decir, pero en su lugar me lanzó al pecho una pequeña rama que estaba cerca.

Por un momento pensé que iba a clavarme la lanza en el pecho.

“Idiota. Me haces perder el tiempo. Además, si somos familia como tú dices, entonces yo puedo decir lo que quiera. No te creas especial porque Samira te defienda siempre”.

“¿Ah, sí?” Sonreí, decidido a seguirle el juego.

“Pues entonces puedo quejarme yo también, porque vos nunca escuchás a nadie”.

Suminia pareció sorprendida por un momento, y luego soltó una risa corta y sarcástica.

“¡Como si fueras capaz de enseñarme algo!”

“Ay, Sumi, a veces sos tan testaruda...”

"¡Que no me llames Sumi!"

Samira soltó una risa alegre, contenta de que la situación estuviera volviéndose más amistosa.

“Es cierto, Sumi, podrías escucharlo un poco más. Es divertido y tiene cosas interesantes que contar”.

Luego de hablar, me dio un pequeño empujón en el hombro.

Suminia rodó los ojos y resopló, pero su expresión se suavizó un poco. Aunque intentaba mantener su fachada de dureza.

“Bueno, no necesito y no me gusta que me digan qué hacer”, respondió, mirando hacia el arroyo y pateando una pequeña piedra al agua.

“Tal vez… podrías enseñarme alguna otra cosa”, añadió con un susurro.

No pude evitar una sonrisa de satisfacción, aunque traté de que no fuera demasiado evidente. Sabía que, para Suminia, admitir algo así era como bajar un muro que había construido a mi alrededor.

“Cuando quieras, Sumi”, le respondí, dándole unos golpecitos en el hombro. Y, sorprendentemente, ella no se apartó.

"¿Qué querés aprender?"

"A usar tu magia", respondió, poniendo las manos detrás suyo.

La punta de su lanza apenas se veía sobre su pelo negro.

"Este... Bueno, eso sería un poco... complicado, ¿sabes?"

Le sonreí suavemente, con cuidado, pensando en cada palabra antes de decirla. Sabía que con Suminia, cualquier paso en falso podía cerrar la pequeña apertura que me había concedido.

"¿Por qué?"

"Bueno, Sumi", comencé, dándole un tono casual a mi voz, como si no fuera gran cosa.

"La magia es… algo que no todos pueden usar directamente. No es solo cuestión de aprender; en realidad, uno debe nacer con una cierta… afinidad, digamos".

"¿Afinidad? ¿Y eso qué significa? ¿Es solo una excusa para no enseñarme?" Contestó, alzando una ceja, aunque sin sonar tan desafiante como de costumbre.

"No, no es una excusa. Cada persona tiene algo especial dentro de sí, y eso no se puede crear ni enseñar. O la tenés, o no".

Suminia frunció el ceño y pateó otra pequeña piedra, como si buscara en el suelo alguna respuesta que hiciera mi explicación más lógica para ella.

Samira escuchaba en silencio, mirándome de reojo, como si estuviera pendiente de cualquier señal de incomodidad en su hermana.

"No es algo malo", me apresuré a decir, antes de que se terminara enojando.

"De hecho, la mayoría de las personas en este mundo no pueden usar magia. Pero eso no significa que no sean fuertes. Vos misma tenés algo que yo no tengo: fuerza y agilidad natural. Y eso, Sumi… te hace tan especial como a cualquiera que pueda usar magia".

Suminia mantuvo su mirada fija en el arroyo, pensativa, como si estuviera evaluando mis palabras en silencio. Al cabo de un momento, murmuró en voz baja, casi como si hablara para ella misma.

"Pero tú eres humano… y puedes usar magia. Entonces… ¿por qué no podría yo también?"

Antes de que pudiera contestar algo, ella volvió a hablar, ahora más fuerte.

"Si no querías enseñarme algo, me lo hubieras dicho antes".

Con esas palabras, se fue caminando por el borde del arroyo.

Miré a Samira, aunque realmente ya no había mucho más que decir.

Caminamos unos minutos en silencio, escuchando el murmullo del arroyo y el crujido de las hojas bajo nuestros pies.

Me pregunto si realmente se habrá disipado la tensión entre Suminia y yo. Estaría bueno que nos empezáramos a llevar mejor o que, al menos, nos demos una tregua.

Mientras avanzábamos por el borde del arroyo, de vez en cuando Samira y yo compartíamos una sonrisa o alguna mirada cómplice. Me daba una sensación extraña, pero reconfortante, tener este tipo de momento con ellas dos. Aunque siempre discutíamos, parecía que poco a poco empezábamos a entendernos mejor.

De pronto, Samira se giró hacia mí, con una sonrisa en su rostro.

“Entonces, Luciano, ¿qué piensas realmente de vivir cerca del arroyo?”

Por un momento habíamos perdido el verdadero objetivo por el cual vinimos acá.

“Bueno, aunque sería bonito, creo que Rundia entenderá si le explicamos las dificultades. Podríamos buscar algún lugar que esté cerca, pero con más espacio y menos árboles”.

“¿Entonces no vas a hacerle caso solo porque ella lo dijo?” Preguntó Suminia, con un tono casi desafiante.

“No, Sumi. Escucharé sus ideas, igual que escucho las de ustedes. Al final, lo importante es que todos estemos a salvo y cómodos.

Igualmente, me falta probar una última cosa en este lugar”.

"¿Qué cosa?"

"Ver si hay piedra", respondí mientras me ponía de rodillas con las manos sobre el suelo.

Desde que sucedió el problema con el brazo de Harlan, me di cuenta de que no es tan difícil detectar materiales para modificarlos sin verlos. Si bien en esa ocasión diría que parecía que las partículas mágicas actuaban por cuenta propia, he estado practicando a detectar piedra bajo la tierra.

Yo diría que es como si tuviera una esfera invisible, donde yo soy el centro de ella con un radio de tres metros. Allí es donde puedo actuar sobre un material y moldearlo a mi gusto. Y si tengo que unir dos o más materiales, me resulta más fácil hacerlo si los tengo cerca.

Más allá de toda esa explicación, lo único que puedo detectar a la lejanía es la piedra. Creo que es porque es el material con el que estoy más familiarizado.

"¿Qué estás haciendo?" Preguntó Samira, agachándose junto a mí.

"Buscando piedra con mi magia. Y sí, sí la hay".

"¿Cómo... lo haces? No... ¿Para qué necesitas saber si hay piedra debajo nuestro?"

"Porque el suelo de nuestra casa va a ser de piedra, y lo más fácil sería extraerla desde debajo, así también tendríamos algo más resistente", respondí mientras me enderezaba y sacudía las rodillas.

"Entonces... realmente puedes hacer lo que quieras con tu magia".

"Podría decir que sí, solo que debo tener la capacidad para imaginarme cosas nuevas".

De pronto, sentí algo pinchudo en la espalda. Era la gemela malvada, golpeándome suavemente con la punta de su lanza.

Me tomé unos segundos para ver sus ojos oscuros. Podía sentir que su actitud era diferente, aunque no sabía cómo explicarlo.

“Parece que sabes lo que haces”, dijo Suminia, inclinándose ligeramente hacia adelante, sin perder su expresión desafiante.

"¿Crees que podrías... hacerme un favor?"

Suminia apartó la mirada, y por un momento, la vi vulnerable, casi como una niña que deseaba algo, pero no sabía qué.

"Claro. ¿En qué puedo ayudarte?"

Suminia bajó la lanza. Sus ojos se encontraron con los míos, como si tratara de decidir si realmente podía confiar en mí para lo que estaba a punto de pedir. Se llevó una mano al cabello, enredando un mechón entre sus dedos, algo que nunca la había visto hacer antes. Era un gesto que traicionaba un nerviosismo inesperado.

“Quiero que hagas algo para mí… algo diferente”, dijo al fin, en un tono que intentaba sonar casual, pero que traía consigo una carga de expectativa.

Me incliné un poco, interesado y algo confundido. Si aceptaba lo que fuera que me pidiera, era el último paso para que finalmente dejáramos de estar en malos términos, aunque yo realmente no supiera por qué le producía rechazo.

“¿Algo diferente? Claro, decime qué necesitás”.

Suminia tomó aire, sus pómulos parecían enrojecer un poco bajo la luz del atardecer que se filtraba a través de las hojas. Miró a Samira, que observaba la escena con curiosidad , y luego volvió a fijar su mirada en mí.

"Quiero que construyas... algo para... ¡Quiero algo que cubra mis pies así no sigo lastimándolos! Ya sé que si tomamos esta agua nos curamos, pero no quiero seguir dependiendo de eso, es tonto. Además... si tuviera algo que cubriera mis pies, me sería más fácil correr y cazar a los animales".

Entrecerré los ojos y la observé detenidamente, intentando procesar lo que acababa de escuchar. ¿Zapatillas? Si bien era obvio que no sabría su nombre, era sorprendente que alguien en este mundo, tan rudimentario y carente de ciertas comodidades, pensara en algo tan específico y avanzado. Sentí una satisfacción al ver que ella tenía la capacidad como para pensar en algo así, o su instinto de cacería iba más allá de lo normal.

Por otro lao, era un poco gracioso verla hablar de esa forma tan decidida y avergonzada al mismo tiempo.

"Si acepto, ¿me conseguirías los materiales?" Pregunté, intentando darme un poco de tiempo para visualizar un calzado primitivo.

En su momento había pensado en hacer uno con hojas, pero sería mejor tener algo más duradero o de mejor calidad.

"Sí, obvio", respondió con confianza.

"Entonces... necesito pieles y ramas. Puedes ir dejando todo dentro de alguno de los bolsones vacíos que hay cerca de nuestra cueva".

Con esas palabras. me di media vuelta.

"Nos vamos".

"¡Está bien, me esforzaré!"

Samira caminó rápidamente hasta mi lado, mirándome con esa sonrisa cómplice, como si todo lo ocurrido tuviera un matiz divertido para ella. Sabía que la situación entre Suminia y yo aún estaba lejos de resolverse por completo, pero me sentía optimista. Después de todo, no importaba cuán duro fuera su exterior, yo también sabía que ella no era inmune a los cambios. Quizás solo necesitaba tiempo, o una oportunidad.

"¿Crees que puedes manejar eso que te pidió mi hermana?"

"Claro, ya imaginé cómo lo voy a hacer. Solo faltan los materiales".

Samira se quedó mirándome, como si quisiera decir algo más.

"No te preocupés, a vos también te voy a hacer lo mismo".

"B-Bueno..."

***

Tercer y último día de inspección de lugares para la construcción de la casa... Fue un poco complicado comunicarle a Rundia que el arroyo era el lugar más complicado para construir debido a la alta densidad de árboles.

En consecuencia, ella reclamó su imaginario derecho a ser la que me acompañaría el día de hoy. También trajo a mi mamá, quien en este mundo era mi hermana menor.

Es un poco enredado nuestro nuevo vínculo familiar. Digamos que físicamente mi madre es Rundia, pero espiritualmente mi madre es Lucía, o mejor dicho, Carolina.

No tardamos mucho en llegar hasta la parte de la playa que era más cercana a nosotros.

Las olas del mar, u océano, golpeaban suavemente la orilla, el sonido era relajante y casi hipnótico. El viento que traía el aroma salado y fresco se entrelazaba con los cálidos rayos del sol que acariciaban nuestra piel.

Bueno, demasiado poético todo, ¿no? Vamos, a trabajar.

Rundia, sosteniendo la mano de Lucía, caminaba cerca de mí, con un paso decidido, aunque algo tenso por la pequeña tensión que había entre nosotros hoy día.

"Las chicas estaban bastante contentas cuando salieron hoy, ¿no? Dijeron que iban a cazar mucho".

Me lanzó una mirada seria, que pocas veces había visto.

"¿Pasó algo ayer?"

No sabía que ella podría llegar a ser tan orgullosa. Esta faceta es desconocida para mí.

"Les prometí que iba a crear más.. ropa".

"Así que no solo te convencieron de que el arroyo era un mal lugar, sino que hasta ahora les haces favores... Ya veo".

"Eso no es cierto. Yo decidí que no era buen lugar", respondí mientras miraba a Lucía formársele una sonrisa suave.

"Ya te dije, hay demasiados árboles por esa zona. Si lo que ansiabas era el agua sanadora, ya tengo una solución para eso".

"¿Una solución?"

"Sí, voy a crear algo que transporte el agua, como cuando la encontramos en la entrada de nuestra cueva. ¿Te acordás de eso?"

"Nunca lo olvidaría... Está bien, voy a confiar en que elegirás un buen lugar para todos".

"Sí... Pero no solo se trata de que yo elija, por eso es que estamos acá los tres".

Más que investigar la zona, estábamos caminando hasta casi llegar al agua.

"Bueno, aunque Lucía no debe entender muy bien lo que estamos haciendo", dijo mientras le soltaba la mano.

"¡Yo sí sé!" Respondió ella fingiendo una voz de niña inocente.

Rundia soltó una risa suave mientras miraba hacia los costados.

"Entonces, ¿qué hay que ver del lugar?"

"Vamos a caminar un poco más. Quiero ver más de cerca lo que tenemos acá".

Decidí que lo primero era encontrar el sitio más adecuado para lo que queríamos hacer. Algo que, aunque sencillo, nos ofreciera el espacio, la calma y, sobre todo, la protección que necesitábamos. ¿Sería este el lugar? No podía quedarme con la duda, no sin explorar cada rincón, cada posibilidad.

Como opinión personal, y probablemente la que más tenga peso en este nuevo futuro, creo que la playa es mi lugar favorito para construir una casa.

A ver... Estamos lo más alejados posibles del volcán y tenemos el agua al lado nuestro, lo que nos facilitaría muchas cosas, como cazar peces, bañarnos y varias cosas más que necesito implementar. Una de esas cosas nuevas es el hervir agua. También podríamos limpiar la comida, las frutas, las lanzas...

Ese punto es demasiado fuerte como para dejarlo pasar. Pero en contraparte, vivir en la playa implicaría tener mucho cuidado con las olas, porque si bien el agua es super calmada en esta zona, nunca se sabe si puede llegar a haber un terremoto, o una tormenta muy intensa como para elevar el agua y que nos eche a perder todo.

No podía negar que la playa tenía un atractivo visual poderoso. Pero, a su vez, tenía eso que me inquietaba. La naturaleza siempre tenía esa capacidad de sorprender y, en ocasiones, mostrarse de formas impredecibles. Vivir cerca del mar podía ser hermoso, sí, pero también arriesgado.

"¿Qué opinas, Rundia?" Pregunté, aunque ya sabía que la decisión final la terminaría tomando yo, por más que intentara consultar a todos. Era una forma de involucrarla, de darle importancia a su perspectiva y poner todo en una balanza.

Rundia se detuvo unos pasos detrás de mí, observando el agua con una mirada pensativa. Lucía, con su energía desbordante, correteaba cerca de la orilla, jugando con las olas que tocaban suavemente sus pies pequeños.

"Es hermoso", respondió, al fin rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.

"No sé cómo es una casa, pero hay mucho espacio para hacerla".

"¿Te gusta que haya agua cerca? No será el agua curativa, pero yo creo que es bueno".

Haciéndome el distraído, agarré la mano de Lucía. También necesitaba su opinión.

"Además, tenemos lleno de esas cosas que brillan y usás para tu lugar especial. Lo de Adán".

"Tienes razón", respondió mientras se acercaba a la orilla.

"Podrías aprovechar y recoger algunas".

Sin responder, ella se agachó sobre la arena húmeda.

Era el momento para hablar con mi mamá.

"Mami, hablemos rápido. ¿Te convence este lugar? Las otras opciones son un claro en el bosque y el arroyo, pero ese casi que no cuenta", dije en un susurro.

"El que vos quieras, hijo".

"¿Pero no querés opinar nada?"

Lo que de verdad quería era que me detuviera a pensarlo, que me pidiera que eligiera con más cuidado, que estuviera más involucrada. Pero no, respondió lo más cortante posible.

"Ah, no sabía que mi opinión también contaba".

"Daaaale, no me vas a decir eso justo ahora. Si sabés que es complicado mantener..."

"¡Miren todo lo que recogí!" Gritó Rundia, cortando la conversación.

Rundia había interrumpido mi intento de conversación con Lucía, y aunque en ese momento me sentí algo frustrado, no quería perder tiempo. Las prioridades eran claras: encontrar el lugar adecuado para nuestra nueva vida, pero las preguntas seguían rondando en el aire. ¿Qué tan perfecto era este sitio, realmente? Y más importante aún, ¿qué tan seguro era?

"Son muy lindas, mamá", dije mientras ella mostraba sus dos manos abiertas con varias cosas que parecían piedras pero con forma de estrellas. Nunca me había detenido a verlas tan de cerca.

"Antes de irnos, tengo que verificar una cosa".

Rápidamente fui hasta la parte en que la arena comenzaba a convertirse en tierra y puse las manos sobre el suelo.

Mientras canalizaba mi magia, pensé en lo fácil que sería derrumbar estos árboles cercanos y no tener que trasladar tanta madera con los bolsones.

"¡Hay piedra!" Grité, aunque ellas no tuvieran la mínima idea de lo que estaba haciendo.

Fui moviendo las manos, confirmando que a los alrededores también la había.

"¿Piedra?" Preguntó Rundia mientras se acercaba rápidamente.

"¡Hay piedra para hacer la base de nuestra casa! Creo que... Creo que este es el lugar indicado para establecernos. Es un lugar hermoso".

"¡Sí!" Gritó Lucía, algo que contrastaba con su anterior tono de voz.

¿Se estaba burlando de mí?

"¡Vamos, tenemos que avisarles a los demás!"

Corrí rápidamente entre los árboles del bosque hasta que de pronto me topé con las gemelas paradas atrás de unos de los bolsones hechos de hojas.

Samira tenía muchas ramas entre sus brazos y Suminia sostenía un conejo muerto en cada mano, uno era gris, y el otro; marrón, como el que encontramos ayer.

"¡Estamos listas!"

Algo me decía que hoy iba a ser un buen día.