Frey se entrenaba en el patio del castillo con un pesado mandoble de práctica, aún le dolía el ojo, Jimmer le había dejado muy claros sus sentimientos acerca del secretismo con que se habían llevado todos los asuntos relacionados con los dragones. Tres soldados elfos estaban heridos y gran parte del sector alto de la ciudad destruido, así como parte de la fachada del castillo. Y Jimmer lo culpaba por no decirle ni que Lady Meracina era un dragón, ni de sus sospechas sobre el cardenal de Atyr. Al final, el hombre con las marcas resultó ser el verdadero cardenal, su nombre era Celhyun. El rey Alistor y Runa habían tenido varias reuniones con él y los dignatarios de Pellegrin. Mientras él había decidido permanecer al margen. No fuera a cometer más errores. Según entendía, les habrían revelado la naturaleza de los dragones. Jimmer había encontrado e interrogado a la mujer dragón antes de su discusión. Gracias a la Diosa su devoción por Eri había evitado que se pusiera en su contra.
Habría otra reunión por la tarde. Runa se estaría arreglando...
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Runaesthera tenía un día terrible con su cabello, horrendo con su vestido y fatal en general. Estaba furiosa con su esposo. Desperdiciando el poco tiempo que les quedaba juntos en estúpidas peleas porque no lograba hacerle entender que lo que había pasado no era su culpa. Insistía en faltar a las reuniones de estado y hablaba de dejar su rango de alto general. Ese amigo suyo Jimmer no había ayudado, obligándolo a revelarle todo lo que sabían de los dragones. Por mucha razón que tuviera, no era justo. Era ella quién había insistido en mentir sobre Meracina, ni siquiera se lo habían dicho a su padre hasta poco antes del suceso. Frey en realidad había odiado la idea hasta que consideró el peligro para Eri y su maestra, entre sus mismos generales había muchos que miraban a todos los dragones como monstruos. Y después de la batalla, todo iba a empeorar. Aunque... quizá revelar el secreto era necesario si habría algún día paz, y no exterminio. El verdadero cardenal se había escandalizado, incluso a pesar de su papel en el ataque. No podía culparlo, un príncipe dragón había interceptado su caravana y lo había obligado a fingir para encontrar a Eri, tenía motivos para recelar.
Y mientras ese tonto de Frey sólo entrenaba sintiendo lastima por sí mismo. Runa quería emparejar los ojos de ese hombre.
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Las sesiones de curación en sus costillas no estaban siendo suficientes, cada movimiento del mandoble enviaba ráfagas de dolor a todo su cuerpo, se sentía bien, como muy necesaria redención. Cada vez que pensaba en Eri y en ese cuchillo... ¿Cuándo había empezado a preocuparse tanto? Agotado, dejó su pesada espada de práctica a un lado y fue a beber un poco de agua.
Ocho años atrás.
Frey tomó a Runa en sus brazos por primera vez, nunca había valido tanto la pena luchar con un dragón, hasta ese día cada cabeza cortada lo había dejado vacío, pero su primera herida en cambio lo había llevado por el camino de conocer nada menos que a una princesa, la sangre se le acumulaba en el rostro mientras intentaba recordar las lecciones que le había dado Jimmer sobre baile.
Era tan pequeña, costaba creer que horas antes lo había derribado con una sola mano, no se estaba comportando como entonces, ni siquiera como hacía unos minutos mientras lo llamaba tonto y abotonaba su chaqueta. Se estaba dejando llevar y le parecía que temblaba por momentos, ¿Acaso él estaba siendo demasiado intimidante? ¿Tendría frío con ese escotado vestido? El pensamiento lo indujo a mirar, sólo un poquito, "sus ojos, concéntrate en sus ojos" le reprendió la voz de Jimmer en su memoria.
Sirvió de poco, ella le estaba evitando la mirada mientras se movían suavemente por el salón de baile. Lo estaba echando todo a perder.
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Runa se dejó guiar por el capitán cuyo nombre le avergonzaba no poder pronunciar, o siquiera recordar, la música era hermosa, pero ella ya no podía escucharla, si podía seguir el ritmo era porque él la llevaba bien, o eso creía, sólo pensaba en ese conflicto entre lo mucho que le atraía y el hecho de que objetivamente no debería. Era tan malo para expresarse, tan descuidado, se creía listo, esos eran los peores, se había dejado herir para acercarse a ella...
Pero al mismo tiempo se esforzaba tanto, hablaba con extrema propiedad para evitar ofenderla, se movía por la pista de baile despacio, tan delicadamente como podía un hombre de su complexión, estaba dispuesto a quedar como un tonto con tal de acercársele, esos eran los mejores, es decir, se había dejado herir para acercarse a ella...
No quería mirarlo a los ojos, sentirlos sobre ella, sobre todo cuando evidentemente buscaba su escote, la hacía temblar de anticipación.
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Frey empezó a relajarse, parecía que iba dominando esto del baile, quizá podría intentar algo arriesgado, se acercaba el final de la melodía...
Con las últimas notas, se atrevió a inclinarse hacia delante mientras la sujetaba como había visto a otros hacer al final de los bailes. Su pie ansioso se posó sobre el vestido, la gran diferencia de estatura hizo que la forzara a inclinarse demasiado hacia atrás, la princesa perdió el equilibrio, sólo logró mantenerse en pie porque él ya la estaba sujetando.
La mirada que le dirigió mientras la ayudaba a equilibrarse lo llenó de vergüenza, no supo qué decirle, ella no estaba enfadada, lo miraba como se mira a un niño que ha hecho un dibujo terrible del que está muy orgulloso, le puso esa pequeña, delicada mano con la que lo derribó sobre el hombro, luego le acarició el rostro, la sensación era algo desconocido para él, tomó esa mano con la suya y se miraron por fin.
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La estaba mirando, todo lo que había necesitado para atreverse a devolverle la mirada había sido ese tropiezo, ahora ¿Qué hacer? ¿Qué debía decir? ¿Por qué él no decía nada? ¿Dónde estaban? Por un momento olvidó todo a su alrededor...
Un fuerte carraspeo la devolvió a la realidad.
—Hija mía, —Orcos panzones papá, ¿Por qué justo ahora? —veo que el capitán te ha encontrado por fin, te estuvimos esperando largo tiempo me temo.
—Lo siento padre, mi doncella me convenció de usar un atuendo diferente a lo acostumbrado y no tuvo en cuenta el tiempo que tomaría prepararlo.
—Eso veo, eso veo, lo deduje cuando me percaté de lo ansioso que estaba el capitán Freydelhart —¡Freydelhart! Se aseguraría de no olvidarlo esta vez... un momento...
—Padre, ¿Qué dices? No insinúes cosas a nuestro honorable soldado. Capitán... —¡OH POR TODOS LOS TRASGOS! —Frey, ¿Podría por favor traerme un poco de vino de la mesa de allá?
Obedeció, una buena señal.
—Padre —le dijo sin ocultar su vergüenza —yo no estaba —una mano paternal se levantó para indicarle que escuchara.
Stolen story; please report.
—Mi niña, actúa deprisa, aprendimos de tu madre lo efímeros que son los humanos. Si vas a buscar justo ahí tu felicidad, exprime cada momento que puedas, no te pierdas en la vergüenza, el miedo o la indecisión.
¿Era así de obvio? No quería admitirlo, pero...
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Frey recogió dos copas de vino caminando muy despacio, por un lado, sabía que lo habían alejado a propósito, y por el otro se había puesto demasiado nervioso por la situación. ¿Qué quería el rey? ¿Acaso le estaba aconsejando que no se fijara en alguien de tan baja cuna? En teoría Frey era conde de Cormin, podría reclamar el título al cumplir dieciocho, tenía el documento que el rey le dio de niño. Odiaba esa idea, toda su vida había evitado la compañía de los nobles, los títulos le daban asco. Además, no estaba seguro de que un condado lo llevara a un nivel para pretender a la princesa. Diosa, Jimmer tenía razón, lo había flechado, tenía un día de conocerla, ella le había gritado la mitad de ese día y él ya pensaba en traicionar sus principios para albergar esperanzas de un futuro con ella...
Encontraría la forma, lo primero era ganar su favor, sin eso todo lo demás era inútil.
Se acercó a la princesa Runaesthera tendiéndole una copa tan elegantemente como fue capaz.
—Muchas gracias capitán —le dijo ella, su sonrisa más hermosa que antes, no podía entender por qué —oh, pero por favor tenga cuidado, parece que la suya se ha agrietado.
La copa de su mano izquierda tenía una evidente grieta recorriéndola desde dónde la sujetaba, había sido él, sin duda. Seguía arruinando las cosas. ¿Cómo esperaba acercarse a la princesa si no podía ni sujetar una copa?
Ella volvió a sonreírle, recibió la copa de su mano derecha y la tomó para llevarlo a una mesa.
Esa noche, ella le hizo mil preguntas y contestó las mil que él tenía, a pesar de su inseguridad, pudo comprender que sutilmente, se estaban diciendo dónde y cuándo podían encontrarse, ella ahora sabía que estaría de permiso la siguiente semana, él, que ella siempre paseaba por la plaza los días de asueto, y los demás practicaba magia en el distrito alto. Compartieron los hábitos de sus respectivas figuras de autoridad...
Hoy.
Frey miró la copa de la cual bebía. Grueso cristal moldeado, algo digno de una fragua élfica, un diseño sencillo, funcional, como era él, de un material hermoso e intrincado, como era ella. Empezó a caminar...
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Runa por fin se veía decente, había estado demasiado distraída para arreglarse bien, por suerte no se trataba de un evento de gala ¿Cuánto hacía que se arreglaba para reuniones y eventos? Había llegado a cumplir ciento cuatro años apenas necesitando a las doncellas y ahora le parecía que debía solicitar más.
Era él, eran sus ojos, la miraba así con cualquier ropa que se pusiera, pero amaba sus ojos cuando él notaba algún cambio en ella y más aún cuando ese cambio le gustaba, no sabía disimular. Pero si él no estaría ahí ¿Qué caso tenía? Tal vez ya se había habituado, o tal vez tenía la esperanza de que sacudiera esa cabezota de piedra y se presentara.
Ocho años antes. Una semana después del baile.
—¡Orco testarudo! —Runa estaba golpeando a Frey en la cabeza con uno de sus zapatos, la arena de la playa junto al puerto de Artemia le quemaba el pie descalzo, pero le importaba un bledo —¿Por qué no fuiste al banquete de anoche?
—Runa, espera, por favor —ni hablar, había pasado, ella lo había llamado Frey tantas veces que él se había atrevido a llamarla por su nombre puro, como si fueran íntimos, apenas se defendió de sus ataques —yo no tengo el rango para acudir por mi cuenta a un evento así.
—¡Eres un conde pedazo de troll! Sí, mi padre me lo dijo, y no me salgas con el pretexto de tu ropa, sé que tienes ya tu uniforme nuevo. Respóndeme, ¿Por qué no fuiste? Te estuve esperando, yo...
Se había arreglado sólo para él. No había bailado ni conversado con nadie por estarlo esperando...
Frey no podía decirle a Runa lo mucho que detestaba los títulos, pero ese no era el único problema. No olvidaba sus errores del baile en su honor, si se presentaba solo, sin el apoyo de Jimmer no sabría qué hacer, era imposible que ella se fijara en él en un entorno como ese, al final su miedo había podido más que su determinación, quizá por primera vez.
—Yo, lo lamento, no puedo darte una explicación satisfactoria. —El rojo de la cara de Runa lo decía todo, a Frey le parecía atractivo que a pesar de su tez morena siempre fuera evidente su rabia o su vergüenza —simplemente no quería...
—¿No querías qué? ¿No querías estar conmigo? —Casi podía ver las lágrimas en sus ojos, no podía dejar que ella pensara eso.
—No, yo... —no tenía las palabras correctas, no supo completar su frase.
—Ahí estás otra vez —le dijo ella —siempre escapas o te escondes. En una semana de vernos todos los días no lo has dicho ni una vez. No me conformo con que sea obvio, no me importa si no es perfecto, quiero oír de ti lo que sientes por mí.
Se quedó ahí en medio de una playa vacía frente a la mujer más hermosa del mundo, que le había dado siete maravillosos días y que le pedía algo tan simple como decirle que la quería. Había estado frente a bestias gigantes que respiraban fuego y maldecían las heridas, eso podía enfrentarlo con un salto y un mandoble. Esto era demasiado difícil para él.
Una de las manos de Runa brilló con una luz escarlata mientras en la otra ráfagas de viento formaban remolinos, con movimientos audaces atrajo arena hacia los remolinos mientras usaba el fuego de su otra mano para convertirla en una gota de cristal del tamaño de su puño, siguió moviendo sus manos para darle forma, en pocos minutos tuvo algo parecido a un pequeño vaso de cristal, era un poco más denso de un lado, y los remolinos habían hecho su forma irregular, funcionaría para beber sin duda, pero no se le podía considerar un objeto hermoso. Ella la puso en las manos de Frey, quien notó que se había hecho pequeñas quemaduras.
—¿Estás bien? —quiso decir al ver sus manos.
—Cállate tonto, toma, es para ti, mi madre me enseñó a hacerlas, nunca me han salido bien, en más de ochenta años es lo mejor que puedo hacer, ¿Lo rechazarás?
Frey no sabía si entendía lo que trataba de decirle, pero el mismo valor absurdo que lo inundaba al combatir surgió como un fuego que se extendiera por un páramo seco, quemando hasta las cenizas su inseguridad.
—Runa, —le dijo tomando la taza de cristal con una mano y la cintura de la hermosa medio elfa con la otra —te amo.
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¿Espera que? ¿De qué estaba hablando? Era muy pronto, además no quería que la tocara, estaba enfadada todavía...
—Runaesthera Verrin der Artemia, —este loco lo iba a decir —por la tradición de la Diosa, y la ley del Rey, te pido que me concedas el derecho de reclamar tu mano en matrimonio.
Ella se liberó derribándolo con la bofetada más intensa que había dado nunca. Él cayó protegiendo la tacita de cristal, idiota, no se hubiese roto al caer en la arena.
—Pedazo de estúpido —ella misma no podía creer que estuviera usando insultos de verdad, ¿Qué diría su madre si la viera? pero sus emociones emulaban la magia que había usado para hacer la taza, eran como ardientes remolinos en su cabeza y corazón —acepto.
El hombre la miraba desde el suelo con los ojos abiertos, sin parpadear —¿Hablas en serio?
Ella se agachó a quitarle la taza —Sí, sólo no lo mencionemos a nadie por un tiempo, pero si no quieres que me arrepienta, piensa en este regalo, no necesitas hacerlo todo bien, solo te pido que estés ahí para mí, a pesar de tus errores o de los míos... —se levantaron juntos, frente a frente, su primer beso vino después de hacerse aquella promesa de amor eterno, eran en verdad unos torpes, los dos, con todo, ese beso tan espontáneo había sido perfecto —y por cierto, esa declaración fue terrible, demasiado formal, sin testigos, ¿Y cómo invocas la tradición de la Diosa si no llevas contigo una ofrenda apropiada? Cuando le digamos a Papá tendrás que hacerlo mucho mejor.
Hoy
Runa salió de sus aposentos en su vestido sencillo que tanto trabajo le había costado hacer lucir bien, y su cabello rebelde perfectamente conquistado.
Él la estaba esperando. Llevaba su ropa de entrenamiento, había estado sudando, olía mal, ni siquiera tenía puesta una camisa... era totalmente perfecto. No dijeron nada, ella lo besó en la mejilla, le sonrió traviesa.
—Ven —le dijo con voz autoritaria, su pose de princesa activa —no voy a esperar a que te arregles, la reunión ya va a empezar. Espero que te comportes a la altura y que seas de utilidad. Eres el príncipe ahora.
Él le ofreció un brazo desnudo y sudoroso, y ella lo aceptó
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Cuando el rey Alistor vio el espectáculo de su hija y su yerno entrando a la sala de reuniones, se llevó los dedos al entrecejo, acarició la cabeza de su nieta que estaría presente esta vez.
—Mi niña, qué padres te has conseguido.