—¿Por qué si la reina es un dragón su bebé no va a ser dragón también?
Eri tenía su mano en el vientre de la monarca mientras le preguntaba a su madre. Antes, le habían dicho que los humanos tenían bebés humanos y los dragones bebés dragones. Había albergado la esperanza de que el nuevo retoño fuera como ella.
Runaesthera no sabía cómo responder, era muy complicado para una niña de casi siete años. Era muy lista, pero eso lo complicaba más. Llegaba a conclusiones que de cierta forma tenían sentido, explicarle que la realidad no se ajustaba era cómo explicar la magia misma.
—¿O sea que la reina no va a poner un huevo? Qué raro, la señora Mera dice que los bebés vienen de huevos —dijo rascándose la cabeza, estaba adoptando ese hábito del pequeño mozo de cuadras.
—Solo los de los dragones Eri —Mera podía ser muy buena maestra, pero tenía sus desventajas que no fuera realmente humana.
—No es cierto, también los de los pollos, yo los he visto —hablaba ofendida, como si sospechara que le estaban mintiendo —¿Cómo se hacen los bebés entonces? ¿Peonia tampoco vino de un huevo?
—Eri, Primor —le dijo la reina con voz tierna, pero evidentemente apremiada —te prometo decirte todo lo que quieras, pero ahora, por favor dulzura, ¿puedes decirme si puedes ver su alma?
La reina tenía miedo de que a pesar de su optimismo, ya fuera por su cuerpo débil o alguna restricción desconocida, su bebé no fuera a sobrevivir. Los curanderos de Pellegrin y el mismo maestro Genwill le aseguraban que todo estaba bien, esta prueba debía terminar de tranquilizarla. Runa se preguntó si, de haber sido ella, experimentaría esa misma ansiedad. Oregdor tomaba a su reina de la mano, sudando, sin que el sol del desierto tuviera nada que ver.
Eri usó el poder que le había quitado al príncipe verde, una llama púrpura la envolvió mientras exhalaba con los ojos cerrados. Cuando los abrió sus pupilas tenían el mismo brillo violáceo de las llamas.
—Todos tienen como una lucecita en su pecho, ¿Eso es? —La reina asintió a la pregunta de Eri mordiéndose el labio inferior.
—Hay una muy chiquitita en tu pancita. Pero en tu pecho no hay ninguna, tampoco en el de la señora Mera, pero puedo ver sus cuerpos de dragón y su fuego como si se reflejaran en la ventana.
Eso era justo lo que esperaban escuchar. Clessa respiró por fin, volviendo en el acto a ser ella misma. A Runa le costaba reconocerla cuando no sonreía.
—Oh, bendito sol —Runa reflexionó un instante… ¿Los dragones creían en los dioses? —bueno, eso lo zanja todo, Ori, ya puedes volver a tus obligaciones, nos veremos pronto, te lo prometo —el beso que le dio a su ahora prometido no fue nada apropiado estando frente a una niña. Buena cosa que Eri estaba distraída. Cuando usaba ese poder veía cosas muy extrañas.
Oregdor se excusó con los presentes y volvió al interior del palacio seguido por algunos guardias dragón y por Bestenar, quien le instruía en lo único en que era experto además de las flores, ser un príncipe. Runa todavía dudaba de que aquello fuera buena idea. Por más que hubiera cambiado le costaba confiar en el mocoso.
Estaban ante la puerta principal de palacio, es decir, la que había debajo del puente, pues arriba era todo columnas salvo la sala del trono. Cuando se hubo despedido de su futuro consorte, los guio hacia los muelles del río. Quería mostrarles aquel misterioso proyecto. Frey estaba muy callado, desde las noticias sobre Jimmer hablaba poco y le dedicaba sonrisas que resultaban tristes de tan forzadas. Runa sabía cómo se sentía, ya lo había vivido demasiadas veces. En las noches, cuando estaban solos, lo abrazaba y le daba consuelo, él se permitía llorar solamente en esos momentos.
Flotando en río estaba la barcaza que los había traído desde Axandor, la capitaneaba una Valderant que se veía menos satisfecha que nunca, a la embarcación le habían anexado unas vigas de madera que sobresalían del casco horizontalmente a babor y estribor, a estas les habían instalado algo que parecían arneses de cuero y cadenas. Varios ingenieros reales movían todavía balanzas y contrapesos alrededor de la cubierta.
—¿Por qué tenía que ser una de mis embarcaciones? —dijo Val, siempre reacia a todo lo que tuviera que ver con dragones, o con ella —Ya he aceptado entrenar a su tonta orden de jinetes de dragón. ¿Por qué ahora tengo que hacer esto?
—Te has vuelto insolente querida —Clessa entrecerró los ojos, amenazadora, eran ojos de dragón —eso es bueno, significa que estás entrando en confianza, pronto podremos ser amigas —subió a la cubierta para poner su mano en el hombro de la mujer rubia —pero tus prejuicios todavía no te dejan distinguir las oportunidades. Déjate de mezquindades, pon a esos marineros a trabajar, ya han tenido tiempo de practicar con el nuevo velamen.
Runa no podía ver velas por ningún lado, incluso habían removido el mástil principal.
—De acuerdo majestad —Valderant cargaba la palabra de resignación más que de desdén o sarcasmo, era un progreso —las dos pruebas salieron bien, podemos llevar esta monstruosidad hasta Meyrin sin problemas.
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—¿Ya has estimado el tiempo querida?
—Los ingenieros creen que podemos llegar en ocho horas, pero recomiendo que bajemos el ritmo un poco, estimo diez, máximo doce horas. Sí encontramos alguna tormenta.
Era inconcebible recorrer la distancia entre ambos reinos en medio día, excepto quizá volando como a lomos de Saltarín o Peonia, pero cada uno solo podía llevar un jinete.
—Si la pequeña nos presta su poder —Clessa acariciaba la cabeza de Eri mientras hablaba —no será necesario. Por favor, vamos a mostrarles a nuestros huéspedes lo que les tenemos preparado.
Los ingenieros abandonaron la barcaza dejando a dos fornidos guardias de la reina, a los marineros, la propia reina y a la familia real de Artemia en cubierta, usaron pértigas para desplazarla hasta que pasaron el puente y estuvieron bajo el sol.
Entonces, ambos guardias se transformaron en dragones. Eran pequeños si se les comparaba con los presentes, pero levantaron vuelo inmediatamente para no hundir la barcaza, cada uno posó sus patas traseras en una de las vigas a los lados de la embarcación. Los marineros se apresuraron a atar los arneses y cadenas a las criaturas con la misma eficiencia con que otrora arreaban velas. Unos cuantos aleteos y la embarcación se elevaba firme sobre el río parecía mentira lo bien que se coordinaban los dragones para que no bamboleara demasiado.
—Ellos son Ektaren y Ekteran, son unos amores —la reina los miraba con esos ojos coquetos que usaba con los humanos —van a llevarlos hasta Meyrin mañana por la mañana y volverán aquí, no se preocupen, la capitana conoce el camino y sabrá guiarlos. Estos días ha aprendido diligentemente que si nos hablan con amor, los dragones entendemos. Amaría ir con ustedes, pero me dijo el curandero que puede ser malo para mi pequeña.
Runa estaba asombrada, pero Freydelhart cambió por completo su semblante, le recordó aquellos días en Unermia cuando consiguieron a su pegaso, se paró en la proa mirando hacia todos lados, quizá pensando en cuan alto podrían llegar en aquella extraña embarcación.
—Tía Clessa —en los ojos de Eri el miedo se había esfumado hacía semanas, pero lo que le estaba naciendo era algo nuevo, diferente a lo que sentía por Runa o por Mera —¿Ya puedes explicarme de dónde vienen los bebés de las personas?
—Oh mi niña, por supuesto, verás, — se agachó un poco mientras levantaba un dedo y explicaba con una sonrisa —a diferencia de los dragones, los cuerpos de las mujeres…
Runa puso una mano en el hombro de Clessa a tiempo para detenerla.
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—Entonces, ¿No te importa que sea un dragón? —Bestenar estaba sentado en aquel mismo establecimiento donde los había sorprendido el falso amanecer con Oregdor y Freydelhart, el maestro-campesino había querido invitarles a beber, pronto todos iban a separarse.
—Pues no, como puedes ver, no me importa, y ahora que sé que nunca fue cosa de su poder, menos aún. Crecimos juntos, un poco a escondidas, mi padre es embajador, como ya saben, un hombre de confianza del consejo, así que iba mucho al palacio entre sus viajes y sus ocupaciones. El día que me envió a mí, no solo a mi padre a Artemia, creí que estaba molesta conmigo. Que me quería lejos, creo que no supe ver que me estaba preparando para esto, quería que fuera importante, que aprendiera, así podríamos estar juntos. También tengo que agradecerles a ustedes por eso, el apoyo del maestro y la reputación que me dio recibir la cimitarra que rechazaste suavizaron mucho al consejo cuando les anunciamos nuestros planes.
—Estoy feliz por tí muchacho —ese remedo de caballero rara vez perdía la ocasión de hacerse el paternal, lo que más le molestaba a Bestenar, era que a veces lo necesitaba —pero para serte honesto estás por entrar por entrar a uno de los mayores retos de tu vida, no es fácil mantener a estos seres de tu lado, y a la menor provocación, pueden volverse en tu contra y acabar contigo.
—Alteza, príncipe Freydelhart, Maestro…
—Frey, por favor Oregdor.
—Frey, seguro alguien como usted puede manejar la idea de tener a un dragón en su familia, no puede estar hablando en serio.
—¿Qué? Oh no, yo estoy hablando de las mujeres.
Todos rieron un poco entre dientes, aunque el comentario había sido vergonzoso.
—Pues mira Frey —le dijo riendo bajo esa tupida barba tan común en Pellegrin —preferiría tomar tu consejo sobre los dragones que sobre las mujeres.
Esta vez solo rieron Bestenar y Oregdor.
—Pues toma este de todos modos, cuídala como si te necesitara, y cuida de tí mismo, los seres de largas vidas perciben el tiempo diferente, serás un instante en su vida, haz de ese instante el mejor en los milenios que ha vivido.
Todos callaron un momento.
—Bueno, eso es un buen consejo Frey, gracias —Bestenar vio algo en los ojos de Oregdor que le hizo sentirse afortunado de amar a alguien con vida humana.
Se levantaron tras un largo rato charlando sobre lo que les deparaba el futuro, de sus esperanzas para el mundo, y por supuesto que siguieron hablando de mujeres y dragones. Al final de esa noche, quizá ya no volverían a verse, pero dejarían en cada uno un recuerdo, una cadena que los uniría quisieran o no, porque así era la amistad entre aquellos que se han unido para pelear y defender lo que aman.
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Eri pasaría la última noche en casa de la tía Clessa, ya no le gustaba llamarla de otros modos, Mamá había llegado a quererla mucho, como lo hacía Papá con el tío Jim, le parecía que era lo apropiado. Aunque en realidad fuera algo así como su hermana mayor, no era esa su relación, no se parecía lo que tenía con el tonto Bestenar.
Koro y Orval estaban ahí, Orval incluso los acompañaría a Meyrin con su mamá. Que raro, papá decía que si también iba a decirle “tía” a la señora Valderant, no le molestaba, pero mamá se había enojado así que no lo llegó a hacer.
Lo que Eri no comprendía era que cada vez que ella se alejaba un poco, Orval le susurraba algo a Koro, cuando regresaba él estaba rojo y Orval se reía como tonto. La última vez Koro le gritó, y le pegó en la cabeza.
—Basta niños —Eri se dio cuenta de que hablaba como Mamá —ya no se peleen.
—No estamos peleando —le dijo Orval —es que tu amigo Koro es un cobarde.
—Cállate, no soy cobarde —le respondió Koro casi mordiéndose la lengua del coraje.
Eri salió en defensa de Koro —Es cierto, Koro siempre va conmigo a lugares peligrosos.
—Pero aún así es un cobarde, tiene miedo de…
—¡Cállate! —Koro y Orval se persiguieron un rato hasta que fue hora de dormir, Eri agradeció a la Diosa no ser tan tonta como Papá, aunque se había tardado un poquito.
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A la mañana siguiente, subieron todos a la barcaza voladora, Valderant la había llamado la “lanza del sol”. La reina Clessa le dio a Runa unos pergaminos para crear una barca similar, que pudiera soportar el vuelo y ser estable. Pero con la particularidad de que estaba diseñada para un sólo gran dragón. No dejaron que Lady Mera lo viera.