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Capullo de dragon (Español)
El reino de las mentiras.

El reino de las mentiras.

La carta de la reina Eyren había aliviado el corazón de Runa. Sentada frente a su mesita, leyó con una sonrisa.

"Estimada princesa Runaesthera, perdone si me salgo del protocolo para agradecerle a usted y a su maravilloso esposo que hayan tenido la bondad de aceptar a mi hijo Bestenar como pupilo, y más aún por haber convencido a mi rey, su padre de aceptarlo como su hijo una vez más. Les pido perdón por sus actos y palabras, ha sufrido mucho y les garantizo que su corazón como sus intenciones, son nobles, a cambio de su generosidad, sólo puedo prometer eterna amistad entre nuestras naciones a nombre de mi amado esposo y rey, y mi sincero aprecio, por favor den un abrazo a su pequeña en mi nombre.

Reina Eyrenerimis de Meyrin."

La mujer era todo corazón. No era de extrañar de alguien que había pasado por tanto en los últimos años. El rey dragón había matado a su hija mayor y robado su hogar el mismo día, y poco después su esposo peleaba a la distancia con su hijo de once años, por lo que ella se había perdido el final de su infancia.

Runaesthera estaba muy orgullosa de su esposo. Siendo un negado de la diplomacia, había sido él quién resolvió la crisis sucesoria y diplomática siendo práctico y amable como siempre era. Lo malo era tener que lidiar con el mocoso. Aunque la influencia de Frey por lo menos lo estaba volviendo prudente, sus comentarios despectivos se habían reducido poco a poco a miradas y gestos. Ojalá pudieran lograr que se llevara mejor con Eri.

Eri nunca había sido rencorosa o deseado mal a nadie que Runa supiera, pero cuando estaba en el mismo cuarto con el mocoso Bestenar le sacaba la lengua, desviaba la mirada o arrugaba la nariz, una vez incluso había soplado una llama diminuta al suelo para que no se le acercara. Y a pesar de todo, pasaban mucho tiempo juntos, Eri se empecinaba en que todo lo que él podía hacer, ella podía también. Runa había puesto límites, Eri podía entrenar la espada, eso ya había cedido un año atrás, pero aún no quería que montara o pasara las tardes en reuniones con militares. En esos momentos tomaría sus lecciones de vuelo o le permitían hacer sus visitas a los ciudadanos. Meracina —se había acostumbrado ya a llamarla así —les daba clases a ambos antes de la cena, y asistían juntos, aunque a Bestenar no le hacía gracia que en ocasiones la oficina de la condesa estuviera llena de niños.

Pero la otra carta era lo que le preocupaba, la firmaba el consejero del rey Bestolf, Rimpidon. Al parecer habían encontrado un grupo de personas conspirando contra la familia real de Meyrin, pues los rumores de que el rey quería nombrar a Eri su heredera se habían filtrado por culpa de la rebelión fallida del príncipe. Habían frustrado un atentado contra el rey y temían uno contra el príncipe. Deseaba ponerlos en alerta. Además esa mañana una delegación de Atyr y otra de Pellegrin habían llegado a la ciudad pidiendo hablar con el rey Alistor.

De Atyr ya sabía qué esperar. Habían venido hace ciento cinco años cuando ella fue nombrada heredera y se habían presentado en Meyrin cuando Erina. Pellegrin era un reino muy lejano, rara vez se metían con los reinos centrales u occidentales. Que llegaran al mismo tiempo era una tremenda coincidencia o un mal presagio.

Se levantó, decidió usar su ropa más formal, un vestido sencillo, nada muy elegante o suntuoso, pero lo bastante fino para no ofender a los dignatarios. Frey iba a llevar a Bestenar a la reunión, para que observara al rey Alistor y a la misma Runa. Eri se quedaría en casa de Meracina, la alejarían de ellos el primer día con el pretexto de su educación. Lo primero era saber qué querían.

Dejó que la doncella le ayudara con su cabello mientras reflexionaba en la carta del consejero. Si existiera un grupo similar en Artemia, ¿De verdad alguien intentaría hacerle daño a Eri? Ella era una niña preciosa, amable, inteligente, se convertiría algún día en una de esas princesas por las que los príncipes se pelean, era una idea incómoda, pero algo provocadora; tal vez así se sentía Frey cuando Eri empuñaba una espada. ¿Quién querría hacerle daño a alguien así? Oh, sí, a veces Runa olvidaba que Eri era un dragón. Uno que según Meracina estaba muy cerca de poder volar.

Ese pensamiento le dio paz, Eri había vuelto, después de casi un mes, a dejar su colgante guardado, y aunque le habían enseñado que no lo necesitaba, volvió a saltar de grandes alturas aleteando con fuerza.

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Los dignatarios de Atyr eran los mismos remilgosos sacerdotes que enviaban siempre, era curioso que un reino famoso por su flota y su comercio siempre fuera representado por religiosos, sus dioses eran distintos, Frey no los comprendía, sobre todo porque siempre visitaban el templo de la paz y oraban según los ritos de la diosa. Usaban la cabeza afeitada igual que el rostro, pero se dejaban crecer un mechón de barba el cual trenzaban con cuentas de colores. Lucían pintorescos sobre las sobrias túnicas grises.

En cambio, los de Pellegrin eran hombres duros, de tez afilada bronceada por el sol del desierto llevaban barbas tupidas pero perfectamente recortadas, el cabello en trenzas intrincadas, usaban chalecos y amplios pantalones ceñidos por un cinturón amplio en el que llevaban armas, muchas armas, las habían entregado al entrar a la ciudad, con ellas se hubiera podido armar a un pelotón. Eso aunque Pellegrin no había visto la guerra en muchas generaciones. Ni siquiera con los dragones.

Cada delegación era apenas de dos miembros. Estaban ya sentados alrededor de la mesa que el rey Alistor presidía. Bestenar se sentaba detrás de él, tenía órdenes de escuchar y aprender en silencio, de entre todas sus tareas y obligaciones, esta se la tomaba en serio, incluso tenía tinta y pergamino para tomar la minuta de la reunión. Comenzaron en cuanto Runa se hubo sentado a la derecha de su padre, frente a él, se veía tan hermosa. Más tarde se lo diría. El rey fue quien abrió.

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—Me he reunido en privado con ambas delegaciones y he decidido que la información debe ser compartida y discutida con todos los presentes. Cedo la palabra al delegado de Atyr, puede usted expresarse libremente su eminencia —¿Eminencia? ¿Se trataba entonces de uno de los cardenales?

—Le agradezco majestad, quisiéramos en nombre del dios de la guerra y el comercio, asegurar a los presentes que en lo tocante a este tema, hablamos con la verdad. —Siempre daban rodeos aunque a Frey le llamó la atención la parte de "en lo tocante a este tema" — hace algunos meses, recibimos una misiva de parte del reino de Meyrin, al parecer sus magos confirmaron que los dragones toman forma humana y son capaces de infiltrarse entre nosotros, con esa información, su majestad el rey Hadren de Atyr ordenó buscar cualquier posibilidad de que algún ciudadano fuera en realidad un dragón. Dicha investigación nos llevó a encontrar a uno de ellos entre los trabajadores del puerto. Afortunadamente nuestros propios artífices pudieron crear una marca mágica que le impide volver a su forma real.

Mientras decía eso último, su compañero se levantó de su asiento y se quitó la túnica, revelando un intrincado tatuaje sobre toda su espalda. Algunos de los presentes, entendiendo la implicación se levantaron nerviosos.

—Por favor tranquilos, —continuó el cardenal —Vernier es ahora un miembro de nuestro claustro, ha demostrado ser inofensivo. Lo importante es la información que amablemente nos ha proporcionado, adelante por favor Vernier.

—Yo... Me llamo Vernier, es mi nombre de dragón, en mi disfraz me hacía llamar Venuem, me he escondido entre los humanos por muchos años. —hablaba entrecortado, se detenía entre cada frase para mirar al cardenal —me he ofrecido para negociar la paz entre dragones y humanos a nombre de nuestro reino.

Uno de los dignatarios de Pellegrin intervino antes de que Frey pudiera decir nada.

—Si eso cierto, llega usted en momento muy oportuno —su acento era muy marcado, Pellegrin hablaba la lengua común a todo el continente, pero de una forma muy particular —nosotros venimos a solicitar ayuda, dragones se acercan a gran ciudad, Pellegrin sin matadragones. Estamos indefensos. Somos fuertes, pero no sabemos combatirlos. Artemia es famosa por orden de matadragones. Pero si Atyr ofrece paz, queremos escuchar.

Frey se levantó dispuesto a dar su opinión, pero Runa y el rey lo miraron, no querían que dijera nada.

—Esto... Excelencia, —carraspeó para darse un momento —me parece que hemos dicho demasiado, el escribano podría haber perdido algunas palabras... —miró a Bestenar, quien puso los ojos en blanco y siguió escribiendo.

Todos lo miraron hasta que se sentó. Se había puesto en vergüenza, ojalá que Runa tuviera un plan, era obvio lo que estaba haciendo el cardenal.

El cardenal carraspeó —Alteza Freydelhart, gracias por su consideración, iremos un poco más despacio. A tenor de esta oferta que nos han hecho los dragones, el pueblo de Atyr se ha tomado la consigna de servir de puente entre nuestras razas. Hemos venido a Artemia primero por la misma razón que los nobles de Pellegrin, porque son los mayores matadragones en el continente y la paz depende en gran medida de que mostremos como raza, nuestra buena voluntad.

¿No se habían enterado? ¿O acaso consideraban que Eri no podía representar a los dragones por su forma humana o su edad? No, claro que no, simplemente no lo creían, confiaban en que fuera un invento, eso era lo que el rey y Runa querían dar a entender hasta poder aprovecharlo. Creían que por eso la estaban ocultando.

La reunión prosiguió afinando detalles. Los Atyrianos deseaban que los matadragones retiraran sus campamentos y unidades de las fronteras de Atyr, mientras los de Pellegrinos necesitaban lo contrario, la solución sería obvia si no estuviesen en extremos opuestos del continente, y si no hubiera poblaciones que corrían riesgo de ser atacadas. Pero en ese momento, trataron de ceder...

Por la tarde, con la reunión concluída, dejaron que los dignatarios se retiraran a descansar. Runa y Frey permanecieron con el rey para decidir cómo actuar.

—El cardenal de Atyr trama algo, su supuesto dragón es un cuento —dijo Frey al rey, —lo que dijo en la reunión no tiene ningún sentido.

—Eso es evidente Frey —le dijo el rey —aunque no supiéramos lo que sabemos, su historia es inverosímil, probablemente el rey de Atyr intenta expandir sus fronteras e ideó esta treta para alejar a nuestros soldados de ellas. Mientras menos atacan los dragones, más pelean los hombres me temo...

—Padre —interrumpió Runa —Lady Mera y Eri conocen formas de comprobar su historia, necesitamos pruebas antes de acusar a un emisario de otro reino o tendremos una guerra en nuestras manos de todos modos.

El rey se mesó una barba inexistente, no llevaba puesta la barba falsa —Si resultara cierto que ese sacerdote es un dragón, sería peligroso confrontarlos, la marca podría ser falsa, nunca había visto encantamientos como esos, y no están en élfico. Lo mejor sería confrontarlos en un espacio cerrado o usar un grillete de los nuestros, si es que hay alguno disponible.

—Tenemos el que usamos para capturar a Meraxes —respondió Runa —lo reemplazamos por uno más complejo en forma de tobillera al llegar a Artemia, puedo imbuirlo de magia para asegurarnos de que funcione todavía. Hacer otro llevaría unos días

—Entonces, —terminó Frey —podemos organizar que los dignatarios conozcan a Eri en compañía de su institutriz en el palacio, ella deberá llevar su collar de esmeralda, —con suerte podrán confirmar nuestra sospecha sin causar alboroto. Si su dragón es falso no hay de qué preocuparse. Y estaremos preparados por si no lo es, y decide atacarnos.

Lo prepararon todo, citaron al cardenal y a su sacerdote dragón en una de las salas privadas del palacio para presentarles a Eri. Lo único que no estaba previsto era que Bestenar hubiera insistido en estar presente, no le habían querido informar del plan pues no confiaban en él, pero era difícil alejarlo de una reunión supuestamente diplomática.

Ellos esperaban sentados ante una mesa de té mientras Eri llegaba.

—Me siento muy honrado de que hayan decidido presentarnos a la pequeña princesa, tengo entendido que es... adoptada ¿Cierto? —El cardenal hablaba con una voz suave, mucho más compuesto y educado que durante la reunión.

—Espero que no le importe si pongo este grillete en su compañero, para tranquilizar a mi hija —dijo Frey —le han dicho que es un dragón y tenía miedo de venir, le dijimos que con esto no podría hacerle nada.

—Oh, pero qué interesante concepto, si en verdad existen tales grilletes capaces de sellar un dragón, nos encantaría llevarnos alguno para hacer los nuestros, no fue nada fácil poner la marca en Vernier, esto parece mucho más práctico.

—Trabajamos en ello con los magos de Meyrin, pero aún no tenemos uno que funcione.

—Bien, de igual forma no hay problema, si la pequeña se siente mejor así, Vernier no tendrá objeciones, ¿verdad que no?

El hombre solamente asintió, Frey pudo ponerle el grillete sin resistencia. Hizo una seña para que dejaran pasar a Eri y Mera. Entraron de la mano a la pequeña habitación.

En el momento que cruzaron la puerta, los ojos de Eri se clavaron en el cardenal, Lady Mera se sobresaltó...

—Te encontré hermanita... —susurró el cardenal mientras se abalanzaba cuchillo en mano contra Eri.