Cuando Frey llegó a la enorme cámara de la piscina interior encontró a varios guardias rodeando a alguien en el suelo, se abrió paso para ver que se trataba del anciano rey Finuaster, que había resbalado y caído de espaldas, afortunadamente Eri lo atrapó antes de que golpeara el suelo, aunque la caída misma y el grito del rey había puesto a todos nerviosos, al parecer temían por su salud. Ahora le preocupaba que el despliegue de fuerza llamara la atención sobre Eri.
El rey parecía estar bien, de cualquier modo, su médico real insistió en auscultarlo. Mientras el médico lo revisaba, agradeció a Eri acariciando su cabeza.
—Muchas gracias preciosa, eres una niña muy buena y muy fuerte —Eri sonreía ante la caricia —tus padres han hecho un buen trabajo enseñándote a cuidar a los ancianos como yo.
—El señor de la puerta también se caía a veces, papi dice que hay que cuidarnos a todos, pero primero a los que no se pueden cuidar solitos.
—Freydelhart, debes estar orgulloso de tu retoño, pero dime, ¿Acaso la entrenas? Ya soy solo piel y huesos pero, ella me levantó como una pluma antes de dejarme en el suelo. Una nena tan pequeña no debería pasar sus días de esa manera.
—Papi y yo bailamos con espadas algunos días —Era lo que Eri entendía por entrenar, lo decía haciendo ademanes de estocadas y amplios arcos — ¡Shooosh! Es muy divertido.
—Ya veo, seguro que a tu mami no le gusta ni un poco, de niño a mi nunca me lo permitió. En fin, médico, deje eso ya, estoy bien, lamento haberlos asustado a todos. Disfrutemos del agua tibia y un pequeño refrigerio con nuestros invitados. Guardias, por favor cuiden desde afuera, nos gustaría un poco de intimidad.
Los guardias y el médico salieron poco después. El rey llamó a Eri.
—Pequeña, no deberías mojar así tus joyas, déjame cuidarte ese colgante, para que nades más a gusto.
Eri iba a empezar a poner alguna excusa, no quería que la regañaran, pero Frey se adelantó.
—Está bien Eri, creo que el rey puede entender.
Eri se quitó el colgante revelando sus cuernos y sus alas, miró al rey con esperanza en su rostro, él le sonrió. El príncipe Conerfin le dio un codazo a su hermano como diciendo "te lo dije".
—Eres aún más linda así primor —le dijo acariciando su cabeza entre los cuernos —Alistor me previno que tuviera la mente abierta, pero esto, los rumores son verdad entonces, casi nunca lo son.
—¿Rumores majestad? —Frey y Runa temieron su respuesta.
—Si, me temo que algo como esto interesa a todo el mundo, cuando la ví pensé que quizá los rumores eran chismes malintencionados y que la verdad pudiera ser menos complicada, pero en efecto, Erifreya Verrim Draconis es un dragón, quizá era demasiado obvio que su título no era una mera hipérbole como el de su abuelo.
—Lo que quiere decir es que todo el mundo lo sabe ya.
—O al menos han escuchado al respecto.
—¿Ya puedo ir a nadar? Koro me está esperando.
Ese día tuvo poco para hacer, Frey se permitió jugar con su hija en el agua mientras en su mente tomaba muchas decisiones, ¿Llevarían a Eri a buscar al pegaso? ¿Era de verdad la mejor alternativa o era sólo que en serio tenía muchas ganas de domar un pegaso? ¿Qué quería para su hija en el futuro? Las preguntas del rey lo habían dejado pensando.
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Esa noche llevó a Runa y a Eri a pasear por la ciudad, por su rango, tenían guardias siguiéndoles de cerca, pero podían moverse con cierta libertad. Eri llevaba su colgante a pesar de todo, lo que a Frey le pareció, tranquilizó a varias personas, era mejor que llegaran a quererla, como le pasaba a todo el mundo, antes de darles una razón para juzgarla.
En una pequeña plaza junto a la orilla del lago, un hombre ataviado con una capucha raída contaba historias a los niños acompañado de una lámpara mágica y una mampara, proyectaba sombras de las escenas que describía usando sus manos, su bastón de madera, y lo que pudiera encontrar. Su bigote largo y torcido llamó la atención de Eri y se quedaron a escuchar.
—... Y fue entonces que el pequeño niño, se fue en búsqueda de la legendaria planta de mandrágora —proyectó lo que parecía la sombra de un niño moviendo las piernas en la mampara, se alejó de la lámpara para hacer parecer que el niño en verdad se movía — cruzó por montañas y valles, ríos y lagos, llanuras y estepas —sus manos se movieron raudas para crear las sombras de cada paisaje que mencionaba, Frey parpadeó cuando en verdad creyó ver la sombra de un río en la mampara ¿Los ríos tenían sombra siquiera? —y cuando ya había recorrido la mitad de la tierra, encontró un valle escondido entre las más altas cimas lleno de hermosos bosques, en los que vivían los unicornios, los grifos puros, los jackalopes, y también las simples cabritas —la historia parecía estar hecha para enumerar cosas que el hombre pudiera crear en sombras, los niños gritaban de asombro cada vez que sus ágiles manos improvisaban una nueva forma, o tomaba prestado un caramelo de manos de alguno que de pronto era el cuerno de un unicornio, o la cabeza de una cabra, el hombre tenía talento.
—En el centro del valle —continuó el hombre —en lugar de una mandrágora, encontró nada menos que un manantial, pero su agua pura y mágica no era lo más impresionante —de un saquito atado a su cintura sacó un puñado de un polvo brillante y lo arrojó al aire, los niños chillaron de emoción al ver la lluvia de luces, Eri la primera —sino que era el hogar de las hadas perdidas, y ellas, a cambio de que no revelara dónde estaba su hogar a otros humanos, le concedieron un deseo. Díganme niños ¿Qué hubieran pedido ustedes?
Los niños gritaron sus respuestas al unísono, unos pedían caramelos sin fin, otros una espada mágica, Frey escuchó a uno decir que quería ver a su abuelito. Eri dijo a todo pulmón que quería volar.
Runa se estremeció bajo sus brazos, seguramente imaginar a Eri volando con sus propias alas, o intentando con peligrosos saltos como acostumbraba la ponía nerviosa, pero para él, era muy obvio, por supuesto, ¿Quién no quería volar? Se imaginó montado en el pegaso, surcando un cielo limpio y azul, su hija a su lado volando con sus propias alas. A pesar de lo que todos pensaban, esa parte de él era todavía un niño.
—Pero el niño no pidió nada de eso, ¿Un chico aburrido, no es verdad? En su lugar, pidió que su madre fuera curada de la maldición, aquella que había iniciado su viaje. Y las hadas le concedieron entonces el poder de curar maldiciones y enfermedades provocadas por monstruos. El niño fue feliz un momento, hasta que se dio cuenta de que, para volver, debía volver a cruzar la mitad de la tierra. Para cuando regresó y sus poderes curaron la maldición devolviendo a su madre la capacidad de hablar, habían pasado diez años, y el niño, ya no era un niño —proyectó la sombra del niño en la mampara no solo más grande, sino más robusta, era como verlo crecer de verdad —y cuando contó sus aventuras a su querida madre, ella le dijo: Mi deseo hubiera sido pasar esos diez años contigo.
La lámpara se apagó lentamente, dejando a la última sombra morir devorada por la oscuridad.
Los presentes aplaudieron y los niños se dispersaron por toda la plaza emocionados por jugar a que eran el héroe o las criaturas del cuento, el desgarbado artista pasó el sombrero entre los padres, Frey y Runa le dieron cada uno una moneda de oro, oculta entre dos de cobre, habían disfrutado el espectáculo. Tras agradecer, el cuentacuentos desapareció entre la gente, camino a la siguiente plaza.
En susurros, le preguntó a su esposa, el amor de su vida.
—¿Cuál hubiera sido tu deseo?
—Que cada día de nuestra vida fuera como hoy. ¿Y el tuyo? —Frey se quedó pensando, quizá demasiado rato —No te avergüences, ya sé que sería volar —Runa se rio como en aquellos días, cuando apenas se conocían, cuando él apenas se daba cuenta de cuánto la quería, cuánto la necesitaba.
—Creo —dijo al fin —que desearía nunca tener que dejarlas.
Esa noche decidieron que, si el príncipe Conerfin los apoyaba, debían llevar a su hija, simplemente, para estar con ella mientras fuera esa inocente cosita que todos adoraban.