—Me temo que "nuestros dragones", como usted los ha llamado, señor embajador, son mi hija y su institutriz —dijo Runa, emulando la actitud que su padre y su esposo habían tomado hasta ese momento, su pecho inflamado de orgullo y alegría por haber recuperado a Frey y verlo tan decidido en una reunión como aquella—. Puede que para usted sea lógico que fuera una fachada o un engaño, pero Eri es una niña de seis años, además de la princesa dragón; y recurrimos a la Condesa para que la instruya. Su papel en la guerra es que se encuentra bajo nuestra protección. Se lo he prometido: a pesar de su gran poder, no se pondrá contra otros dragones, salvo que amenacen a mi hija, como sucedió hace unos días.
Ambos embajadores le evitaron la mirada.
—Entonces —se animó por fin Oregdor—, si Artemia ha de ayudarnos será con sus matadragones. ¿Eso es lo que quiere decir?
Miró a Frey; estaba de pie junto a la mesa. No se había vuelto a sentar desde que interrumpió al cardenal de Atyr. No llevaba su camisa, así que los golpes en sus costillas eran muy visibles. Estaría bien en pocas semanas, pero ahora recordaba más a menudo que era un simple hombre.
—Más que eso —le respondió —les ofrecemos información, les compartiremos los encantamientos que pueden atrapar dragones en cuerpos humanos, los metales que perforan sus escamas, los hechizos que pueden afectarlos y si mi esposo, es decir, el alto general está de acuerdo, incluso las técnicas de combate de la orden de los matadragones —Frey asintió con una sonrisa complacida y los brazos cruzados sobre el pecho, era su equivalente a la pose de princesa de Runa, la pose del gran guerrero, sin su camisa el efecto era aún más poderoso, particularmente en ella.
—Imagino que el príncipe y general Freydelhart está dispuesto a visitar nuestra ciudad para entrenar a nuestros soldados en persona —los ojos de Oregdor brillaban, a veces, a Runa se le olvidaba la reputación de su esposo. Ojalá él también la recordara más seguido, así no habrían tenido esa estúpida pelea.
—Bueno...
—Majestad —Se adelantó Jimmer, desde su posición vigilante detrás de lady Meracina —No tema dejar Artemia indefensa, me quedaré atrás protegiendo nuestro reino —Jimmer seguía a Frey a donde fuera, este acto era acaso...
—De acuerdo Jim —Frey se había adelantado a la decisión, se veía aún más complacido. Quién sabe qué pasaba entre esos dos.
—Pues, si ya hemos zanjado el tema, —ese día, el padre de Runa estaba manejando la reunión mucho más de lo que acostumbraba —me gustaría tomar la palabra al cardenal Celhyun, me temo que su interrogatorio se hará aquí, ahora, hemos compartido la información de esta reunión con usted, extenderá esa misma cortesía a los embajadores de Pellegrin, además de a la condesa.
El hombre agachó la cabeza y asintió. Al parecer durante la reunión, había ido comprendiendo la gravedad de su situación. Había participado en un intento de asesinato de un miembro de la familia real. Se le había tratado hasta ese momento como a una víctima y un representante extranjero, pero sus envaradas objeciones hacían pensar que tenía motivos propios.
A una orden de su padre, los soldados elfos se colocaron alrededor del cardenal, dejando a la condesa libre. Ella tomó asiento al extremo de la mesa, le interesaba lo que el hombre tuviera que decir. Jimmer permaneció de pie.
—Príncipe Frey por favor, proceda a interrogar al cardenal. No olvide su rango por favor. —Sin dudas, ese día papá estaba decidido a mantener la fachada de un rey imponente. Y eso que llevaba la barba.
—De acuerdo majestad, su señoría quisiera darle una vez más la oportunidad de narrar los hechos desde su punto de vista —claro, él no había asistido a las reuniones anteriores; ahora todos tendrían que escucharlo de nuevo.
—Esto... bien, como gusten, como saben, mi nombre es Celhyun, soy cardenal de la iglesia de la guerra y el comercio de Atyr, en mi patria, la corona se interesa en mantener la pureza espiritual del mundo, respetamos a los dioses de otras naciones e incluso observamos sus ritos cuando nos encontramos en tierras extranjeras. Pero aconsejamos sobre asuntos de importancia trascendental como la sucesión —miró a Runa, luego a Eri, decidió cambiar de tema —en fin me dirigía a Artemia a cumplir con ese deber rodeando la cordillera de Meyrin, es un camino algo más largo pero generalmente seguro. Mi caravana contaba con ocho miembros. Sin previo aviso, tres dragones, entre los cuales estaba el monstruo blanco que ustedes abatieron por fortuna, cayeron sobre el grupo, en segundos habían acabado con todos, que estén luchando hoy en el campo de batalla final. Me dejaron vivo a mí y a mi segundo Venuem, solo para que él fuera devorado y usurpado por esa bestia. Oh, estaba tan confundido, me hizo mil preguntas sobre la princesa dragón de Artemia, estuvo tres días torturándome hasta que accedí a obedecer y revelarle todo lo que sabía. Pintaron esos horribles glifos en mi espalda con la sangre de mis acompañantes. Solamente para dar credibilidad a su historia. Lamento confesar que mi voluntad nunca estuvo atada por nada que no fuera el miedo. Esa bestia me llevó en sus garras hasta un prado cerca de la ciudad y desde ahí me obligó a guiarle en su forma humana. Yo no conocía el camino a Artemia, así que nos guiamos siguiendo a la distancia la caravana de Pellegrin, que pasó cerca algunos días después. Como ven no fue del todo coincidencia que llegáramos el mismo día.
—¿Sabe usted qué interés tenía el dragón en mi hija? —preguntó Frey, aunque eso ya lo sabían.
—Dijo que su hija era una de cinco príncipes dragón, la llamó "una hermana incómoda que debía morir para que él se alzara como nuevo rey".
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Frey miró a Lady Meracina, ella asintió, lo que el cardenal decía se correspondía con lo sabido.
—¿Y para qué el subterfugio? Un dragón tan poderoso podría haber simplemente atacado el castillo —Era una buena pregunta, ella también lo había pensado.
—No compartió conmigo tanta información. Supongo que conocen la reputación de la ciudad, o tal vez esperaban crear un conflicto entre nuestras naciones...
—No, —interrumpió Lady Mera —lo más probable es que crean que mi señorita tiene ya más de un dragón a su servicio, su poder, como el de otros príncipes, puede obligarnos a someternos en las circunstancias correctas. Cada príncipe suele someter a un pequeño ejército para protegerse, por eso no se han matado entre sí todavía. Usaron el engaño para comprobar si había otros como yo protegiéndola.
Tenía sentido, los dragones rara vez interactuaban mucho entre ellos, era de esperar que no pudieran detectarse fácilmente.
—Asumiremos eso entonces —todos devolvieron la mirada a Frey y el cardenal —eso me lleva a otra cuestión, ¿Era su compañero especialmente fuerte o diestro antes de ser devorado? Demostró un poder inusitado en aquella sala, y según la condesa, un dragón solo es tan fuerte como el cuerpo que usurpa.
—Qué va. Era un hombre dedicado al estudio teológico, estaba en forma como requiere nuestra orden, pero no era ni buscaba ser un guerrero. Tal vez tiene que ver con el fuego que el dragón soplaba sobre sí mismo todos los días.
Todos volvieron a mirar a Meracina.
—La elfa y su esposo me han visto hacer eso, uso mi fuego para rejuvenecer mi cuerpo y curar sus heridas, no tiene que ver con darme poder, tal vez por ser un príncipe... Señorita, —Eri reaccionó poniéndose derecha en su silla, estaba aburrida a mares, cabeceaba perezosa —si fuera tan amable de acercarse.
Eri saltó de su asiento y se acercó a su maestra.
—Señorita —su tono era aún severo, pero salpicado de una dulzura que no empleaba con nadie más —por favor, quiero que intente soplar su fuego sobre mí, pero en lugar de sanar, piense en fortalecer, debería de ser así de sencillo.
—Está bien, lo voy a intentar maestra —Eri inhaló profundo y sopló un fuego anaranjado intenso, diferente a la llama blanquiazul con la que sanaba las heridas. La mujer menuda y de aspecto frágil estuvo pronto rodeada de llamas que ni siquiera quemaban su vestido. Cuando las llamas se consumieron poco después, una sonrisa se dibujó en el rostro de Lady Mera. Súbitamente tomó a Jimmer por el gorjal de su armadura y con una sola mano, lo izó para arrojarlo unos pocos metros hacia atrás, su espalda golpeó la pared con un estruendo de metal contra piedra que sobresaltó a todos.
—Eso es por encerrarme dos días en ese horrible calabozo —Se sentó como si nada hubiera pasado. Mirando a Frey a los ojos —bien, eso lo confirma, el príncipe blanco tenía el poder de fortalecer a sus súbditos en cuerpos usurpados, ahora mi señora tiene el mismo poder, aunque tendremos que experimentar mucho para conocer su alcance.
Jimmer se levantó del suelo doliéndose de la nuca, pero por lo demás intacto. Indicó con señas que estaba bien y que continuaran, al parecer en este punto había aceptado merecer la ira del dragón. Aún así todos en la sala se quedaron de pie, los soldados con las armas preparadas.
Frey dió la vuelta a la mesa, acercándose a Eri sin perder de vista a Mera.
—¿Hija, crees que puedes hacer lo mismo conmigo?
—No funcionará caballero matadragones —el tono era aún más estricto, salpicado esta vez con desdén —la señorita es una princesa dragón, sus poderes son de nuestra raza.
—No estoy tan seguro condesa, vamos Eri, sólo un poco, estaré bien incluso si no funciona.
Eri miró a su padre con los ojos muy abiertos y una mueca en la boca, le preocupaba lastimarlo. Aún así, sopló despacio sobre él.
El fuego anaranjado rodeó a Frey con un aura tenue. Tardó mucho más en desaparecer, pero no le hizo ningún daño.
—Creo que no funcionó —dio un golpe a la mesa para probar, destrozó el lugar del golpe haciendo saltar astillas por la sala —o quizá sí, aunque teniendo en cuenta mi propia fuerza, no hay tanta diferencia.
Eri sonrió de oreja a oreja.
—¡Ayudé Papá! ¿Ahora puedo ayudarte cuando pelees?
A Runa se le hizo un nudo en la garganta al pensar en ello.
—Cuando seas mas grande mi niña...—le dijo Frey antes de que nadie pudiera decir nada más —tú serás quien defienda al reino y a los que amas, ahora mismo, déjale eso a Papá y a Mamá. Pero te prometo que podrás ayudarnos en otras muchas formas.
Eri no se quedó satisfecha, pero era la respuesta correcta, lo mejor que podría haber dicho. La pequeña volvió a sentarse, era tan educada cuando quería, seguramente haría su berrinche después.
—Bien, eso zanja otra de nuestras dudas —Frey se acercó al cardenal Celhyun para mirarlo a los ojos. —Ahora, díganos honestamente, si deseaba que el atentado tuviera éxito.
La pregunta llegó súbita como había sido el propio atentado, era absurdo esperar que si la respuesta era afirmativa el cardenal fuese sincero, pero de su reacción dependía el futuro de las relaciones entre Artemia y Atyr.
—No mi señor —dijo sin dudar —le confieso que cuando el asesino me reveló su intención pensé que lo que haría sería matar a otro dragón, no me opuse, aunque había escuchado las historias, pensaba que los dioses de la guerra y el comercio bendecirían quitar de la línea sucesoria a una mujer, a un dragón nada menos. Pero cuando entró de la mano de su institutriz, ví con mis propios ojos la verdad, nunca desearía el mal a una niña, y la princesa lo es, por sobre todo lo demás. Mis dioses pueden ser firmes, pero nunca despiadados.
Runa lo creyó, Eri tenía ese efecto en la gente. El ceño de Frey decía que no estaba igualmente convencido.
La voz regia del padre de Runa invadió la sala.
—Cardenal, esto no es un juicio contra usted, será enviado con escolta de regreso a Atyr donde mi homónimo ha reclamado el derecho de juzgarle y dictar sentencia. Hasta entonces gozará de la hospitalidad que ofrecemos a los dignatarios extranjeros, pero permanecerá recluido. Confío que comprenda nuestras razones.
Los soldados se llevaron al cardenal, la pregunta de Frey era necesaria y todos deseaban saber cómo respondería, pero había convertido el interrogatorio en un juicio, no podrían continuar sin crear un problema diplomático. Nadie le reprochó nada, Runa menos que nadie.
La reunión había terminado, Eri se acercó a sus padres con el permiso de su abuelo y su maestra.
—Mami, Papi, ¿Pueden venir a mi práctica hoy?
Se miraron, los dos asintieron sin decir nada, pero la expresión de sus rostros devolvió la luz al de Eri, quien dio un salto alegre antes de correr hacia el patio del castillo. Incluso fue a buscar a Bestenar al que tiró del brazo hasta que la siguió, al parecer, ese día quería mostrarles a todos sus avances.
Y en efecto, ese día el patio del castillo de Artemia fue el lugar donde Eri por primera vez, logró elevarse por sí sola hasta la altura de un hombre, y se mantuvo ahí por varios minutos, ante los ojos asombrados de su familia.