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Ese, y la niña.

A Eri no le gustaba viajar en carruaje.

Los carruajes eran cerrados, había que tener cuidado con todo y no podía ver el paisaje, en el carromato había cosas interesantes, era fresco, se veía todo y ahí estaban Koro y el señor cochero, en el carruaje estaban mamá y la señora Mera, pero también estaba él. Eri sólo se subía al carruaje si viajaban de noche o si papá también se subía. Pero siempre estaba él.

Eri se había enojado con muchas personas en su vida, el señor de la puerta, el dragón verde, los bandidos que golpearon a mamá, pero ese, le molestaba más que nadie, verlo la hacía ponerse roja y apretar los puños, ese... ese que se quería robar a papá. En Meyrin, le había dicho cosas horribles y la había hecho llorar, aún no se sentía del todo bien, pero esto...

Cada día del viaje, papá entraba a la tienda de ese y lo despertaba; lo ponía a pulir armaduras, a cuidar a los caballos, a desmontar las tiendas, era muy malo para todo, y papá pasaba toda la mañana con él. Incluso a veces lo obligaba a montar e ir con él a cuidar la caravana, Eri no podía hacer eso, mamá le había regalado un potrillo justo antes de partir para Meyrin, pero era todavía muy chiquito para montarlo y lo habían dejado en Artemia. No era justo, Eri también quería ser escudera. Le habían dicho que las princesas no eran escuderas, pero ese era príncipe.

No se dio por vencida. El tercer día de viaje se levantó con los primeros rayos del sol, se metió entre los caballos y esperó. A la señora Mera no le gustaba que Eri oliera a caballo, pero esto era muy importante.

—Hoy quiero que revises los cascos de los caballos, —le dijo papá a ese mientras se acercaban —los cocheros serán quienes cambien las herraduras, pero debemos decidir a cuáles caballos deben herrar y cuáles pueden esperar. Esto debes hacerlo siempre cuando salgas con una caravana. Cada caballo debe ser atendido si tiene abolladuras, clavos sueltos o grietas. Te mostraré cómo hacer para que el animal te muestre los cascos sin ponerlos nerviosos, ten la escofina a la mano...

—¿Otra vez enseñándome cosas de campesinos? —respondió ese —tenemos personas para eso. Personas de mi rango no pueden perder el tiempo con asuntos tan nimios. Es indignante —cuando ese hablaba, siempre subía la cabeza como las princesas, mamá decía que así se convencía mejor a la gente, pero no parecía funcionarle nunca.

Papá levantó la mano, Eri pensó que debería darle una buena bofetada, pero solo la puso en su hombro.

—Escúchame muchacho —papá parecía hablarles a los zapatos de ese —no te estoy enseñando a herrar caballos, te estoy enseñando a tomar decisiones. Si eres tú quien hace esto, y si lo haces bien, los herreros y mozos de establo cumplirán lo que les digas por puro respeto. Siempre que un líder da una orden debe saber lo que la orden implica, las consecuencias y razones que hay detrás. Debe poder instruir a quien lo haga mal y saber cuándo algo está bien hecho. Podría simplemente ordenar que cada caballo se herrara ahora mismo, pero eso nos quitaría tiempo tanto como añadir un día de viaje, y dime, ¿Sabes cuántas herraduras traen consigo los mozos?

Papá era en verdad genial. Hacía que todo sonara importante.

—Yo sé papi —todos se voltearon a verla, al parecer apenas se habían dado cuenta de que estaba ahí, ella empezó a contar con los dedos, como le había enseñado la señora Mera —el señor cochero dice que traen dos por cada caballito, y traemos... vamos a ver...

—Traemos quince caballos niña —ese siempre se metía en todo —así que traemos treinta herraduras.

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—Muy bien Bestenar —papa le habló con un tono que Eri nunca le había oído, parecido a como hablaban algunos en los castillos —tus matemáticas son mejores que las de una niña de seis años. Ahora, si el viaje dura quince días, y debes tener en cuenta que podría haber imprevistos, ¿Cuántas puedes usar cada día?

Ese puso una cara arrugada, le encantaba esa cara, Eri no sabía por qué, pues lo hacía verse feo.

—No lo sé, me imagino que dos al día, una en algunos días.

—¿Cuántas patas tienen los caballos Bestenar?

Esta vez la cara que puso a Eri le pareció muy graciosa. No quiso responder.

—Por eso hacemos esto, lo ideal es cambiar todas las herraduras de un caballo, lo mejor es no usar las herraduras disponibles a no ser que sea necesario, no traemos suficientes para herrar a todos...

—Yo sé —Eri levantaba la mano y daba saltitos, como cuando iba a clase con la señora Mera —porque son pesadas y usan demasiado espacio, el señor cochero siempre me hace mover las cajas con herraduras o cosas pesadas.

Papá le sonrió a Eri, ella le sacó la lengua a ese.

—Eri, —le dijo aun sonriendo —si tu mamá no se opone, puedes venir hoy con nosotros, quizá puedas aprender algunas cosas, el príncipe puede enseñarte lo que ya ha aprendido.

Aunque Eri no quería que ese le enseñara nada, si podía pasar más tiempo con papá no le importaba.

—¡Si! El señor cochero y Koro me han mostrado muchas cosas. Quiero ayudar.

—Esto ya es bastante malo niña, no te necesito por aquí, —¿A ese quién le había preguntado nada? —no pienso cuidarte si algo pasa.

—Y por eso es que tienes que pasar por esto Bestenar —papi era en verdad increíble —un líder nunca pierde oportunidad de ser un maestro. Sé que tienes el potencial dentro de tí. Eri es tu oportunidad inagotable para ser un ejemplo, cuando ella se nos una, tú serás responsable de lo que ella aprenda, si ella aprende, sabré que tú lo has dominado.

Eri miró a ese, quien también la miraba con su cara arrugada, los dos asintieron, pero eso iba a ser muy poco divertido. Ese sólo sabía quejarse; pero Eri nunca dejaría que le robara a papá.

—Bien, ahora revisen a los caballos.

Les enseñó a revisar si los animales estaban nerviosos, a levantar solo un poco la pata delantera, que los caballos podían patear hacia delante y hacia atrás, esa lección le fue muy útil a ese, que por poco se lleva un golpazo por impacientarse al tirar de la pata trasera de un potro joven especialmente nervioso. Eri se esforzaba mucho, pero lo cierto era que le estaba costando. Sabía bien lo que estaba haciendo, pero necesitaba ayuda, a su pesar, fue con ese, quién no se lo estaba pasando mejor.

—Amm... oye... tú —su nombre se le atoraba —necesito ayuda para calmar a los caballitos.

—Vete niña, yo tampoco puedo calmarlos lo suficiente, éste casi me hace daño, no sé qué hago mal.

—Yo sé —le dijo — tienes que acariciarlo en el cuello así —dio una palmadita en su propio cuello —pero sólo si se porta bien, si lo haces cuando está enojado se enoja más. Entonces tienes que...

—¿Si sabes tanto por qué no lo haces sola?

Eri respondió con la cara rojita —No alcanzo. Y... me da miedo lastimarlos.

—No puedes hablar en serio —papá que los miraba, torció la boca desde el tronco donde se había sentado a beber un té caliente, ese casi rugió —argh, está bien, yo calmaré al caballo, mientras tú levanta sus patas y revisa si necesitan herraduras nuevas. Sólo dime otra vez qué tengo que hacer si está enojado.

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La niña había venido a complicarlo todo, no bastaba el constante sermoneo del campesino, se creía tan listo, se habían tardado una eternidad en revisar a los caballos y la caravana había partido tarde, no demasiado, además habían encontrado que uno de los que tiraban del carruaje real se dolía de una piedra en el casco, el cochero lo había reemplazado y le había sacado la piedra. Eso explicaba por qué a veces el carruaje iba más despacio.

Era como Erina otra vez, esa niña era la fascinación de todos, se metía hasta en su castigo, tenía que tenerlo todo. A esa niña la trataban mejor incluso de lo que sus padres habían tratado a Erina. Pero esta vez...

Esta vez le había tocado ser el hermano mayor. Era... lindo que alguien lo necesitara. No podía decir exactamente qué sentía, pero cuando al final de la tarea ella le dijo "Gracias Bestenar"...

Él había respondido "de nada Eri".