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Capullo de dragon (Español)
El reino de las cascadas

El reino de las cascadas

Ya estaba decidido, el plan para capturar un dragón vivo dependía de tener la jaula apropiada, si nunca se había intentado antes era porque el fuego y la fuerza de un dragón hacía casi imposible retenerlos y por supuesto, nunca antes había existido una Eri para traducir el idioma dragón. Se propuso localizar a un dragón en forma humana, que estaba comprobado podían comunicarse con humanos, pero el problema no se solucionaba, en el remoto caso de poder localizar a uno, no sabían cómo impedir que retomara su cuerpo de dragón. Era mucho más sencillo, si usar esa palabra tenía algún sentido, localizar un dragón en su propia forma y apresarlo de alguna manera.

Frey se había planteado la cuestión muchas veces antes, había muchas cosas que no sabían de sus enemigos, pero sus cuerpos siempre estallaban y se comunicaban con rugidos ininteligibles. Si sometían a alguno cortando sus alas y sus patas, su fuego seguía siendo una amenaza, y de escapar, se regeneraría en pocos días. No tenía sentido ninguna otra estrategia que decapitarlos y dejarlos desaparecer consumidos por su propia llama. Pero ahora sabían un poco más, valía la pena intentar si existía la posibilidad de entender siquiera por qué seguían en guerra.

Esa tarde partirían hacia Unermia, reino hermano de Artemia, el rey Alistor ya se había comunicado con el rey Finuaster a través de mensajes que llevaban mensajeros a lomo de hipogrifos. Se habían vuelto a usar entre algunos reinos al ir disminuyendo los ataques de dragones. Aunque sólo unos pocos se lo podían permitir, pues apenas había unos pocos hipogrifos en las ciudades, y muchos menos jinetes.

Freydelhart estaba preparando a los hombres que llevaría y asegurando que su familia viajara cómoda y segura. No solamente por la culpa del camino desde Meyrin, sino porque, oficialmente, era una visita diplomática, El príncipe consorte —por mucho que odiara el título —presentándose junto a su hija a los nobles y diplomáticos de los reinos hermanos. Nadie debía conocer el verdadero propósito del viaje. Ni siquiera se lo había dicho a Eri, aunque ella jugara un papel esencial en la misión.

—Eri, ¿Llevas todo lo que necesitas?

—Si papi —la pequeña cargaba una caja tras otra en el carro de suministros, le parecía un juego divertido tratar de hacer que todas cupieran bien. Era quizá la primera princesa, —y la mejor vestida —que se entretenía cargando carros. No que Runa nunca se hubiera ensuciado las manos, pero lo suyo no era el trabajo pesado.

—¿Estás segura?

—Sí, llevo mis vestidos, mi muñeca, la espada bebé de papá, la corona de mamá, mis juguetes... —Eri no tenía demasiados juguetes, pues prefería jugar con otros niños en la ciudad, pero los mensajeros del Rey Bestolf habían enviado con sus cartas una caja con viejos juguetes de la princesa Erina, que habían encontrado en la sala del trono y a los que Eri tenía cariño, la reina había accedido a que los conservara, pues ella ya no soportaba verlos.

Frey sacó el colgante de esmeraldas de su bolsillo. Lo dejó oscilar como un péndulo mientras la miraba acusador.

—Lo siento papi, lo olvidé... ¿Tengo que usarlo?

—Si mi amor, lo lamento, pero en donde vamos la gente no entiende todavía que eres especial, te prometo que sólo serán unos días —había acordado que no podían guardar a Eri en secreto, sólo querían revelarlo poco a poco —y si te portas bien, cuando lleguemos habrá pastel para tí.

La niña estuvo de acuerdo al final y bajó del carro para recibir el pendiente de su papá. Lo guardó en un bolsillo cosido a su vestido, con la promesa de usarlo cuando se acercaran a su destino, ahora mismo quería disfrutar de ser ella misma. Estaba contenta pues el cochero que le había tenido tanta paciencia en el viaje anterior había accedido a trabajar con ellos en lugar de para el rey de Meyrin, que había sido su jefe, pero había insistido en llevar a su propio hijo para enseñarle el oficio. Frey sabía por los soldados que el pequeño era ya buen amigo de Eri. Frey se fue entonces a buscar el carruaje en que viajarían en familia. Runa había estado ultimando los detalles.

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—Linda ¿Estás conforme con este carro?

—La verdad no lo sé, creo que desde que tenía setenta años no viajaba en un carruaje lujoso, me hace sentir nostalgia, al final, mamá sólo podía moverse en uno de éstos.

Su esposa había tenido más de cuarenta años para superar la pérdida de su madre, y todavía de vez en cuando algún detalle la ponía así.

—Esta vez vamos a crear nuestros recuerdos juntos, tú serás la madre y Eri te acompañará.

—¡Ah no! Ni creas, no te vas a ir cabalgando en la vanguardia, vas a venir con nosotras, eres el príncipe consorte, y si yo tengo que portarme como una princesa en este viaje tú también.

—Pero... el protocolo...

—Podrás entrar a la ciudad a caballo en último día, hasta entonces te quedas con nosotras. Ya tendrías que estarte acostumbrando al título...

—Es verdad que no me agrada mucho lo de príncipe, pero...

—Me refiero al título de padre. Eri podrá ser un dragón, y yo la maga más fuerte de Artemia, pero igual te necesitamos, te queremos aquí, sobre todo Eri, y sobre todo yo...

La vergüenza le subió a las mejillas como una fiebre de invierno, no se consideraba un mal padre o un mal esposo en general, pero las últimas semanas no había estado con su familia tanto como él mismo quisiera. Sintió que debía terminar la guerra tan pronto fuera posible, antes de que su vida se acabara, antes de que Eri creciera. Nunca antes se había sentido tan presionado.

—Así lo haré amor. Jimmer encabezará la marcha —Jimmer ya se había acercado a él, advirtiéndole que eso pasaría, qué buen amigo, Frey pensaba que la vida sería como un enorme rompecabezas para él si no estuviera su compañero para explicarle las cosas sencillas, y a Frey no le gustaban los rompecabezas. Era una pena que en años recientes, su salud no fuera la de antes...

Terminados los preparativos, se despidieron del Rey Alistor, —el rey Bestolf y la reina Eyren, habían salido hacia Meyrin hacía pocos días —partieron con una compañía de soldados liderados por Jimmer con rumbo al suroeste, los bosques montañosos de Artemia fueron reemplazados en pocos días con las calurosas llanuras de Unermia, mientras más se acercaban a su destino, el camino parecía bajar más y más. Encontraron ríos y lagos frecuentemente en los que Eri experimentó por primera vez la alegría de nadar y conoció criaturas nuevas, como los hipocampos, enormes animales parecidos a caballos con largas colas en lugar de patas traseras y aletas en lugar de crin. El pequeño Koro fue su fiel compañero de aventuras. Unos momentos de infancia feliz, que la dejaron disfrutar, al llegar, las cosas podrían ser menos sencillas.

El undécimo día de viaje el camino se hizo rocoso y empinado, y los carros se detuvieron para que todos pudieran admirar las gigantescas cataratas de Unermia. Cientos de ríos de montaña alimentaban un lago inmenso que caía por una ladera tan larga como la misma ciudad de Artemia. El viaje terminaría pronto.

Frey se paró ante una de las paredes de roca de las salientes cercanas, la inspeccionó y asintiendo, pidió a Runa que lanzara el conjuro para que todos pudieran ver el camino oculto detrás de ella. Un túnel amplio para los carros, pero estrecho para los dragones, encendieron antorchas y luces mágicas para seguir por él durante algunas horas, hasta que al final, salieron nada menos que a la ciudad de Unermia, una ciudad tallada en roca sólida oculta detrás de la enorme catarata.

El sonido del agua cayendo acompañaba a la maravilla que era a los ojos, aquel pequeño reino, parecía una gran pirámide escalonada que subía por la pared de piedra, a sus pies, decenas de muelles daban cobijo a barcos pesqueros y de comerciantes, la piedra con que estaba construída la ciudad tenía un tono azulado y oscuro que la hacía fundirse con el lago mismo, las personas vestían prendas pequeñas y ligeras apropiadas para el calor y la humedad de la región, cientos de lámparas mágicas iluminaban los senderos y las escaleras por las que la gente se movía como a través de un campo de luciérnagas. El color azul predominaba en todo, la luz, la piedra, la ropa, si Frey no hubiera estado ahí antes quizá hubiera pensado como Eri, que la ciudad estaba en realidad bajo el agua.

Un grupo de soldados armados con lanzas aparecieron para escoltar a la familia real y dar instrucciones a los demás para su alojamiento. Condujeron a Frey, Runa y Eri por las escaleras hasta una gran puerta de piedra casi al centro de la ciudad piramidal. Se abrió para mostrar que como toda la ciudad y el camino que los había traído, la mayor parte del palacio real estaba bajo tierra.

Ahí, sentado en su trono pétreo, los esperaba el rey Finuaster.