Frey se despertó en su improvisado catre en la tienda de los oficiales, Runa se había llevado a Eri a la que hasta la noche anterior había compartido con él. El espacio era precario y habían decidido en favor de que fuera Runa quien la cuidara. La niña era muy obediente hasta ahora. Pero Frey aún se preocupaba de que pudiera ser peligrosa. Por mucho que a veces lo olvidaran, ella era un dragón. Bueno, hoy tocaba explicarlo a sus hombres. Los cuernos y alas, junto a la niña misma habían sido imposibles de ocultar.
La reunión con los otros generales fue intensa, incluso Jimmer, su más leal, tuvo sus dudas. Algunos no creían que fuera un dragón, otros temían que se transformara en una bestia gigante como el hombre del castillo. Otros más se habían mostrado compasivos o suponían que era una niña humana, víctima de alguna maldición; para Frey, nada encajaba salvo lo que ya sabía, cuando logró poner orden el problema fue convencer a sus iguales de que era inofensiva, y, además, como infante que era, merecedora de auxilio y cuidado. Él mismo había sido un huérfano de la guerra con los dragones, por lo que, a pesar de no sentirse muy capaz, argumentó en favor de auxiliarla, al final por respeto a él, todos terminaron por ceder, pero bajo su responsabilidad. Su rango era lo bastante alto para imponerse, y si no, Runa era la princesa, su voto sería definitivo. Pero no fue necesario. Aun así, temió por haber hecho surgir una sombra de miedo entre sus hombres. Si Runa y él decidían adoptar a Eri como ella quería, sería un escollo más que evitar.
El rey de Artemia, Padre de Runa, era un elfo puro, en un reino lleno de personas de ambas razas, se había casado con una humana. Los medio elfos como Runa tenían todas las ventajas de los elfos; una vida y juventud largas, afinidad con la magia, y una belleza etérea, pero por desgracia eran todos estériles, fuera que yacieran con elfos, humanos u otros mestizos. La maternidad le estaba vetada a Runa a cambio de ser por lo demás, un ser casi perfecto.
El rey había consentido su compromiso, pero las cosas eran complicadas, el reino necesitaría un heredero algún día, si ciertamente lejano dada la longevidad de los elfos, terminaría por llegar. La reina tenía décadas fallecida y el rey no aceptaría consorte alguna. Era el destino de Runa reinar algún día. Para ella, Eri era tal vez la oportunidad de ser madre. Pero ¿Eri podría heredar? ¿Se lo permitirían suponiendo que creciera para ser una… persona de bien? Porque Eri era una persona… Carajo, si pensaba eso, cada dragón que había matado en su vida lo era también. La cabeza le dolía de tantos pensamientos, hiciera lo que hiciera, traicionaba una parte de sí mismo.
Eri pasó corriendo a toda velocidad, lo que a su edad significaba apenas más rápido que los adultos que te persiguen, pero suficiente para agotarlos. Parecía llevar algo entre los dientes.
—¡Eri! —Le dijo Frey tomándola del cuello de su vestido. —¿Qué llevas ahí?
—mpmhmhmph— La pequeña llevaba una pata de pollo asado que, al parecer, había sustraído de una de las hogueras. La destrozó apretando los dientes; masticó piel, carne y hueso como si se tratara de una galleta antes de continuar —Los señores no me daban comida, decían que tenía que estar más tiempo al fuego, pero su fuego es tonto, tarda mucho, yo quemé la mía en un ¡swushhh! Y ellos se enojaron, ¿Por qué usan fuego tonto en lugar de quemar su comida como debe ser papá?
—Eri, siempre hay que pedir permiso para tomar las cosas, además recuerda que no todos pueden quemar su comida solos, Eri es especial.
—Papá tampoco puede? —Sus ojos se abrieron incrédulos.
—No —le dijo
—¿Y mamá? —Genial, Runa había terminado de meter en su cabeza que ahora eran sus padres. Jimmer seguramente lo molestaría todo el viaje.
—No Eri, solo tú puedes. No estoy enojado, pero nunca tomes algo sin permiso, aunque tengas hambre o, aunque tú puedas hacer las cosas mejor. —acarició su cabeza mientras hablaba, el gesto le salió natural, como si lo hubiera hecho antes.
—Está bien papá —dijo Eri sonriendo, mostrando unos grandes colmillos… ¿Los tenía antes? —Voy a jugar con los pollos que no nos hemos comido —Salió corriendo detrás de una gallina, el soldado que la había estado persiguiendo estuvo de acuerdo en dejarla estar cuando Frey le prometió que no volvería a pasar.
—Eres un gran padre amor— la voz de Runa le llegó por la espalda mientras ella le daba un abrazo furtivo y se acercaba a su oído, solo lo llamaba así cuando estaban solos —vas a educarla muy bien sin duda alguna —Frey tomó la mano que su prometida apretaba contra su pecho.
—Runa, ¿Crees de verdad que esto funcione? No sabemos nada de ella, si es hija del Rey dragón es como secuestrarla, y es mi deber cazar a su familia entera, a su raza, se siente incorrecto.
—¿Qué es lo que te molesta? ¿Darle un hogar a una huérfana o salvar al mundo de un mal ancestral? —Discutir con Runa siempre era así, veía al mundo de forma todo encajaba siempre con su punto de vista tuviera sentido o no —Además ella te quiere, al principio creí que simplemente era cariñosa con todos, pero no es así. Mira a casi todo el mundo como si fueran tontos o fueran a hacerle daño —su tono era de decepción.
—Creo que exageras... pero es verdad que al menos me obedece mejor que a otros. Esto... ¿Es seguro dejarla jugar con las gallinas? —Frey no dejaba de vigilar a Eri que corría detrás de los animales riendo mientras éstos huían cloqueando frenéticos en todas direcciones. Se caía con frecuencia cuando intentaba correr demasiado, seguramente, no hacía mucho ejercicio encerrada…
—No va a pasarle nada, anoche rompió tu taza de cristal con los dedos cuando le di un poco de agua, no se cortó ni un poquito, su piel es más resistente que tu cota de malla —la mirada que le dirigió le recordó que tenía que cambiar su vieja cota de malla, a Runa la preocupaban siempre ese tipo de detalles.
—¿Mi taza? ¿En serio? La que me diste aquella noche cuando...
Unauthorized usage: this narrative is on Amazon without the author's consent. Report any sightings.
—No te preocupes Frey amor —le interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios —te haré otra, más bonita.
—Está bien —dijo al fin, aunque aún le dolía lo de la taza — ya pensaremos en qué hacer —Frey se acercó a Runa para darle un rápido y furtivo beso en los labios —ayúdame a dar las órdenes, nos vamos en una hora de regreso a Artemia.
Los soldados recogieron el campamento con una mezcla de alivio y frustración, los más valientes entre ellos habían esperado una gran batalla, pero ni siquiera tendrían que defender la posición, el rey de Meyrin había enviado ya un destacamento para recuperar el castillo. Con la mayor parte de los dragones en aparente fuga la guerra parecía ganada, a Freydelhart solo le preocupaba que de buenas a primeras apareciera el rey Dragón.
El rey dragón no sería como ninguno de los otros, era una bestia enorme, de escamas de azul tornasol cuyos cuernos eran como torres y sus alas oscurecían el cielo. No tenía sentido que no pudieran encontrarlo hasta ese día, ahora sabían a ciencia cierta que los dragones podían tomar forma humana, o al menos semi humana. Lo que también explicaba que buscaran apoderarse de asentamientos y fortificaciones. El rumor de que había permanecido en el castillo de Meyrin desde el ataque hacía cinco años no había llevado a nada. Si no estaba ahí, podría estar en cualquier parte. Al menos habían recuperado la fortaleza sin baja alguna.
En poco más de una hora, estuvieron listos para ponerse en marcha.
Eri viajaba montada en el carro de suministros, pasaba mucho tiempo durmiendo, así que Runaesthera le había improvisado una camita con su tienda y algunas mantas. El cochero estaba encantado con la niña, incluso cuando despertaba y le hacía un millón de preguntas sobre cada cosa del camino. Frey y Runa cabalgaban cerca, siempre vigilando. Aquellas tierras habían visto tiempos mejores desde que su rey estaba ausente, atravesaron varios pueblos desolados y tierras de labranza abandonadas, las pocas personas con que se encontraban los miraban recelosos.
Inevitablemente la caravana fue separándose a medida que los carros más lentos quedaban atrás, la mayor parte de los soldados iban a la vanguardia protegiendo al resto, un error en la comunicación. Era lo malo de una armada compuesta por soldados de dos naciones; al caer la tarde, los carros de suministros, entre ellos el que llevaba a Eri, se habían alejado de sus protectores, por lo que Frey cabalgó deprisa para ordenar un alto.
Cuando Frey se hubo adelantado, de entre los árboles y de detrás de las colinas cercanas aparecieron bandidos a caballo blandiendo gruesas porras de madera. Los habían estado siguiendo, esperando la oportunidad. Los habían ido rodeando por lo que los pocos jinetes de la caravana fueron sorprendidos por la hábil maniobra. Uno de ellos fue directo a Runa; la derribó de un porrazo antes de que pudiera invocar ningún hechizo u organizar la resistencia. Los demás se apresuraron a atacar a los cocheros y tomar todo lo que pudieran antes de que los soldados regresaran. Eran un grupo pequeño, no más de dos docenas, pero bien organizado. Ellos mismos habían dañado el camino para las ruedas de los carros se atascaran con frecuencia haciéndolos lentos, pero dejando a los jinetes seguir sin problema.
Un grupo de dos bandidos abordaron por el frente el carro donde Eri dormía, dejaron inconsciente al cochero de un artero porrazo y comenzaron a buscar los objetos más valiosos, no tomarían todo, sólo que valiera la pena y no los retrasara al huir de los soldados.
—¿Qué hacemos con la niña? —dijo uno de ellos, un hombre corpulento de voz rasposa, su rostro parecía haber sido moldeado en arcilla y aplastado antes de cocer.
—Ignórala, no somos monstruos, si despierta no creo que pueda hacernos nada, llévate una tienda, estoy harto de dormir en el condenado bosque —el hombre que respondió era aún más feo, pero de corta estatura y una nariz larga y ganchuda, su voz parecía sonar a través de un cornetín de feria de tan chillona y nasal.
—¿Eso que tiene en la cabeza son cuernos?
—Tal vez una diadema de juguete, creo que los hijos de Pirri tenían una, tú apresúrate, lleva estos sacos de grano también, usa esa espalda jorobada para algo útil.
Eri despertó por las voces desconocidas, se frotó los ojos con sus manecitas sin darse cuenta de la situación.
—Mamá, ¿Ya llegamos? —cuando abrió los ojos, los hombres estaban justo frente a ella. —¿Ustedes quiénes son? —Les preguntó amablemente.
Los bandidos hicieron caso omiso y continuaron su saqueo. Estaban arrojando sacos fuera del carro.
—Oigan, eso es del señor cochero, él me pidió que lo cuidara, no se lo pueden llevar —les dijo levantando la voz, pero solo un poquito. Al ver que no reaccionaban miró alrededor buscando al cochero o algún otro adulto.
El cochero estaba inconsciente en su asiento, un hilo de sangre se entreveía bajando hacia su cuello por el golpe que le habían dado.
—¡Señor cochero! —Lo agitó despacio, como papá le había dicho para no lastimarlo, al no tener respuesta, Eri se abalanzó sobre uno de los bandidos, tirando de sus pantalones —¡No! ¡Eso no es de ustedes! —Sus finos dedos arrancaron un trozo a los gruesos pantalones de cuero del bandido como si fueran tiras de papel.
—¿Qué carajo? ¡Maldita mocosa! —El bandido grandulón alejó a Eri de una patada haciéndola caer del carro. Los dos truhanes aprovecharon para bajar unos pesados sacos que dejaron sobre los que habían arrojado.
—¿Qué hiciste salvaje? —el bandido de la gran nariz dio un salto para golpear el hombro de su compañero.
—Esa niña rompió mi pantalón, hay algo raro con ella.
—Lo único raro es que tus trapos viejos hayan aguantado hasta ahora sin romperse, espero que no la hayas matado, o esos soldados nos darán caza. —se acercaron despacio esperando ver algún signo de movimiento.
Eri se levantó como si nada, sacudió su vestido del polvo del suelo y con el ceño fruncido miró a los bandidos. De sus delicados labios salió una sola palabra.
—¡NO!
El estruendo de su voz fue como el rugir de una tormenta e igualmente destructivo. Los bandidos volaron hacia atrás por la tremenda fuerza de su grito, los demás la rodearon confundidos hasta que empezó a arrojarles llamas en forma de pequeños regaños. Cada grito lanzaba un bandido por los aires. O chamuscaba las ropas de otro.
Los llamaba "malos", "feos" o hasta "caras de popó" mientras respiraba largas lenguas de fuego sobre ellos. El pánico cundió entre los malhechores que corrían confundidos, algunos trataron de montar, pero sus caballos que no estaban atados a los carros habían huido con el primer grito. Eri los perseguía implacable, más de la mitad de ellos yacía en el suelo víctima de los atronadores gritos de la dragoncita cuando uno de ellos destrozó su porra de dura madera contra su cabeza a traición, llenando su perfecto cabello de astillas, pero nada más. Eri respondió agarrándolo de la pierna y lanzándolo contra una pila formada de varios maleantes inconscientes como si fuera un muñeco.
Los jinetes regresaron con Frey a la cabeza, la mayor parte de los bandidos había escapado, algunos soldados fueron tras los rezagados mientras otros sometieron a los demás y ayudaron a los heridos, Frey bajó de su caballo y corrió hacia Eri que lloraba tras haber terminado su hazaña.
—Eri, ¿Dónde está mamá? —levantó a la pequeña del suelo buscando tranquilizarla.
—Papi, perdóname, yo no quería, pero ellos estaban…
—Tranquila, hiciste bien esta vez, ¿Dónde está Runa?
Uno de sus soldados la encontró maniatada e inconsciente junto a uno de los carros, tenía un golpe fuerte en el costado de la cabeza por caer de su caballo. La habían sorprendido completamente. El soldado que la atendía trató de despertarla.
—Princesa Runaesthera, ¿Está usted bien?
—Eri... —dijo Runa mientras despertaba. —¿Eri está bien?
Eri saltó de los brazos de Frey a los de Runa cuando la vio.
—Mami, ¿Estás bien? ¿Te duele? —enterró su carita en el pecho de la mujer a quien llamaba madre después de un par de días de conocerla. Las dos se dieron un dulce abrazo protector, Runa la tranquilizaba acariciando su cabello, quitándole las astillas. Eri simplemente volvió a quedarse dormida.
Para Frey, la visión del amor de su vida herida y las lágrimas en el rostro dormido de la pequeña encendieron su determinación. En su corazón juró que nunca más permitiría a ninguna de las dos sufrir. Fuera por artes de hombres o dragones, él las protegería de todo mal.
Y aunque ella no lo escuchó, la llamó “hija mía” por primera vez.