Frey miró a Runa esperando su aprobación, ella asintió y su noche romántica terminó. El dragón negro no los había visto, las bestias grandes tendían a ignorar todo lo que consideraban demasiado pequeño. Y esta bestia era muy grande. no se comparaba con el rey dragón, pero era mucho más grande que el dragón verde que atacó Artemia, Frey había matado una vez uno casi tan grande, pero esta vez pretendían atraparlo, no lo harían en ese momento, pero podían seguirlo, encontrar su escondite. ¿Por qué no lo habían visto antes? El dragón que los exploradores buscaban se suponía que era rojo, y de tamaño mediano.
El monstruo voló hacia el lago, siempre con la pareja detrás a lomos de Saltarín, el pegaso parecía desacelerar si se acercaban demasiado sin que Frey se lo ordenara, pero no estaba inquieto, era más sabio que temeroso. Cruzó el lago completo hasta llegar a la otra orilla donde dos grandes ríos de montaña formaban un delta, cruzó hasta detrás de la montaña y aterrizó en un valle vacío, la pareja decidió regresar a la ciudad de inmediato. Quién sabe cuánto tiempo estaría allí.
Era noche cerrada cuando tocaron tierra frente a la entrada del palacio. Saltarín resopló agotado y se quedó al cuidado de Frey mientras Runa daba la alarma. Le dio algo de pienso y agua, lo necesitaría fresco, la situación no era simplemente la trampa, cuando un dragón aparecía tan cerca de una población grande, un ataque se aproximaba. Sobre todo si nunca se había visto cerca. El instinto de Frey lo instaba a actuar. Aunque se preguntaba si funcionaría todo lo planeado con un monstruo tan grande. Pero si tenía razón, no había alternativa, tenían que intentarlo.
Los matadragones de Unermia corrían a sus puestos, el ingeniero jefe de la ciudad ladraba órdenes más alto que el príncipe Conerfin, quería reforzar la trampa, varias docenas de trabajadores revisaron cada junta, cada eslabón de las cadenas y recargaron los encantamientos. Runaesthera discutía con el capitán Asterion sobre despertar o no a Eri. Decidieron que lo harían solamente cuando el dragón hubiera caído.
Los preparativos estaban casi listos, el sudor en la frente de Frey poco tenía que ver con el cansancio o el calor de un sol que estaba próximo a salir. Runa se le acercó, su paso firme, su cabeza alta, la mirada fija, espalda derecha, en ese momento era la princesa, más que su esposa.
—Frey —le dijo, su voz cortante, llena de autoridad —esto voy a hacerlo yo.
—¿De qué hablas amor?
—No me llames así ahora, voy a tomar a Saltarín y yo traeré al dragón, tú te vas a preparar para matarlo si es necesario.
—Runa —Frey titubeaba, no tenía sentido —he estado entrenando con el pegaso, soy el mejor matadragones, el éxito…
—Soy mejor que tú en esto Frey, Papá tenía un pegaso hace setenta años, lo monté por más de cuarenta. Saltarín está cansado, soy más liviana, y puedo protegernos con magia, tú no. Creeme, si hubiera más tiempo no haría esto, es lo que tú haces, por lo que vives, pero hoy…
—Basta, me conoces mejor que eso. Prométeme sólamente que vas a estar bien. Que no vas a dejarnos solos a Eri y a mi después de tantas veces que me lo has pedido a mi.
Runa le sonrió, perdiendo la pose de princesa.
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—Tú definitivamente me conoces mejor que eso.
Ambos sabían qué hacer, caminaron el uno hacia el otro, se besaron la que podría ser la última vez y siguieron su camino.
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Antes de montarlo, Runa le habló a Saltarín.
—Sé que no fui yo quién pasó tu prueba, pero te prometo que estaremos bien. anoche pudiste ver mi valor. No te soltaré si tú no me sueltas.
El corcel alado bufó acercando su cabeza a la de Runa, un recuerdo bello atravesó la mente de la princesa, pero no había tiempo para la nostalgia. Lo montó de un salto y juntos se elevaron hacia la cascada.
Runa guiaba a Saltarin precisa y experta, no había olvidado cómo hacer bajar y subir a un pegaso, dar órdenes adelantadas y no reactivas; volaba mucho más rápido que Freydelhart pues conocía perfectamente los límites del animal. En pocos minutos ya estaba sobre el lago, volando justo sobre el agua como a veces hacían las aves pescadoras.
El sol asomó perezoso por sobre la montaña tras la que se ocultaba el monstruo. Saltarín desaceleró sin que se lo ordenara, se elevaron para acceder al valle que le había servido de madriguera. Todavía estaba ahí, enroscado sobre sí mismo como un gato en un cojín. Su cuerpo abarcaba todo el espacio del pequeño valle; los árboles que había tenido cedieron todos bajo su peso como meras briznas de hierba.
Inhaló profundo varias veces para detener los temblores. Decidida, levantó la mano derecha para invocar las nubes de tormenta, no se podia usar la magia directamente contra un dragón, pero las fuerzas de la naturaleza eran indetenibles. Acumuló el relámpago girando las nubes una y otra vez.
Cerró los dedos y todo sucedió.
El rugido del dragón se mezcló con el trueno en un aterrador sonido que cruzó la región entera, las aguas del lago temblaron, las hojas de los árboles se agitaron y la tierra misma se sacudió. Runa ya no.
Ordenó a Saltarín que diera una vuelta al dragón para asegurarse de que los viera, que supiera que ellos lo habían atacado, le lanzaba estacas de hielo para llamar aún más su atención. Los enormes ojos amarillos se fijaron en ella, lo había logrado por fin.
Esquivaron una llamarada de un azul etéreo dejandose caer y retomando el vuelo, la habilidad de Runa como jinete no tenía comparación. Lamentaba no haber dejado a su esposo esa batalla, pero no dudaba ni un segundo de su decisión; en su mente veía a Frey caer ante cada ataque de la bestia por un error pequeño o la falta de experiencia. Se elevó en espiral para provocar al dragón a volar tras de ellos.
La bestia picó, sus alas provocaron potentes ráfagas al elevarse pero Runa maniobró a Saltarín como aquel día a lomos de Sol dorado, cuando había cruzado una tormenta con la esperanza de salvar a su madre. Hacia ya más de cuarenta años. Pero ahora no era tiempo para recuerdos. No podía permitirse caer o perder el control.
La bestia negra voló tras Runa rugiendo y lanzando llamaradas, ella usaba escudos mágicos para defender a Saltarín y a ella misma cuando no podía evitar la llamarada, debía seguir adelante a toda velocidad sin mirar atrás; el dragón iría ganando velocidad a medida que ganara impulso en su vuelo, si se desviaba o dudaba, la alcanzaría, no había tiempo para tener miedo.
Llegaron a la catarata, la parte más dificil del plan. Debía volar un poco más lejos y volver, parecia imposible pues tendría que pasar junto al dragón, a no ser que…
En lugar de seguir adelante, voló hacia abajo por la catarata, cuidando de alinearse con la saliente, pero si entraba por ella, el dragón no la vería. En efecto, el monstruo voló abajo tras ella, quien usando un escudo mágico atravesó la catarata, el enorme peso agotó sus reservas de magia, pero logró pasar sin caer, aunque la habian empujado casi al nivel del suelo; miró atrás, esperando…
Un agónico batir de alas y flameantes rugidos trataron de cruzar la catarata pero el agua ahogó sus llamas y tornó inútiles sus alas; estaba sumergido en el lago en unos segundos. Las cadenas y grilletes mágicos que habían preparado lo capturaron de inmediato. Los matadragones con Frey a la cabeza lo rodearon por si lograba sacar la cabeza del agua o se soltaba de alguna forma.
El príncipe Cormin ya traía a Eri de la mano.