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La taza de cristal

La expedición llevaba ya tres días, Frey se sentía mucho más a gusto cabalgando por aquellos difíciles caminos de montaña de lo que nunca podría sentirse en un lujoso carruaje, lo habían dejado en la ciudad con la mayor parte de su séquito que trabajarían en preparar la trampa, parecía que hasta Runa estaba más en su elemento sobre su corcel blanco, y Eri estaba feliz viajando en el único carro de suministros, con el cochero que de alguna forma se había vuelto parte de la familia. Eso sí, aunque habían decidido traer a Eri, el pequeño Koro no era un dragón, así que se había quedado a pesar del berrinche de Eri. Que había que reconocerle, se había limitado a un puchero y a un día entero de mal humor, Eri estaba cada vez más consciente de su fuerza y se moderaba muy bien.

Las montañas que rodeaban el valle que buscaban no eran especialmente altas, pero no había ningún camino. Abrirse paso era lento mientras buscaban las mejores rutas para el carro y los caballos. Era fácil imaginar porqué nadie iba en esa dirección, para cualquier observador, seguir por ahí era inútil, era mejor rodear las montañas por el camino regular.

El prospecto de encontrar al pegaso se sentía más seguro a cada paso, ya habían visto varias criaturas raras, ninguna realmente peligrosa, Eri no dejaba de preguntar por las hadas, ¿Cómo explicarle que las hadas no existían? Era solamente un cuento.

Asterion, el hijo del rey, quien encabezaba la marcha anunció:

—Pasando esta última cima está el valle, acamparemos en las lindes externas, los menos experimentados esperarán en el campamento y los demás buscaremos al pegaso, a máximo medio día de distancia, todos los exploradores deben estar en el campamento al anochecer, sin excepciones. Si no podemos encontrar su rastro levantaremos el campamento y avanzaremos hasta el claro que se vé por allá e intentaremos de nuevo. No hemos documentado todas las criaturas que hay en el valle, así que nadie se va solo, y debe haber un guerrero en cada equipo. No me interesa su rango, en esta expedición mando yo, obedezcan y todos estaremos bien, desobedezcan y podría poner en peligro a todos. Nadie ha muerto en este valle todavía, mantengámoslo así.

Freydelhart estaba acostumbrado a obedecer órdenes, había sido soldado toda su vida y si bien ahora era príncipe, era también un hombre casado con la hija del rey, así que siempre tenía a alguien de rango superior. Runa por otro lado se irritaba cada vez que el capitán de exploradores —Frey pensó que era un rango muy bajo para el hijo de un rey —ordenaba un alto abrupto o le pedía que no se alejara del grupo.

Subieron la pendiente justo al atardecer, la vista que les esperaba por sí sola hizo que el largo viaje valiera la pena. Un prístino río de montaña destellaba con últimos rayos de sol, extensas praderas cubiertas de flores de todos colores llenaban todo de su dulce aroma, los pájaros más variados surcaban los cielos para posarse en los altos árboles de los bosques que cubrían el valle.

—¡Es el bosque de las hadas! —Dijo Eri con su mejor sonrisa, bajó del carro para correr alrededor emocionada.

—No eres la primera que lo dice pequeña —Le respondió Asterion aún montado en su corcel —ese cuento es popular en esta región, no me extrañaría que muchos hayan encontrado este valle y pensado que encontrarían a las hadas en aquel claro, pero nosotros al menos, no vimos a ninguna.

—¡Papi! Vamos a buscar a las hadas ¡Quiero pedir un deseo!

—Ya oíste al capitán, mañana por la mañana saldremos todos a buscar rastros del pegaso, te prometo que pasaremos por ahí. Ahora debes ayudar al señor cochero a bajar las tiendas como le prometiste.

—Oww, está bien —la dragoncita fue obediente como siempre, pero con un puchero.

Asterion de acercó a Frey.

—Oye, no quiero decir nada con esto, pero… ¿Qué le impide a esa niña hacer lo que quiera? No creo que ninguno de nosotros pudiera impedirle irse o tomar lo que quisiera.

Stolen story; please report.

—Ella simplemente no es así, el rey Alistor me concede crédito por eso, pero creo que Eri siempre ha sido así. A veces dice que le doy miedo, pero nunca escapa de mí, está bien consciente de su poder, y ella misma se contiene para no lastimar a nadie.

—No Frey, no creo que ella simplemente fuera así —Intervino Runa —los primeros días causó muchos problemas, no controlaba su fuerza, robaba comida y miraba a todos con desprecio y desconfianza. Solo tú podías evitar que quemara todo el campamento.

—Amor, creo que exageras.

—Claro que no, esa actitud la está imitando de tí. Tú eres exactamente igual. Y tampoco lo fuiste siempre.

Frey recordó ese primer baile que tuvo con Runa, lo nervioso que estaba, lo torpe que se sentía, se había acercado a ella porque le había gustado, sin saber quien era, se había dejado herir para tener una razón. Diosa de la paz lo ayudara, ese día no había parado de avergonzarse a sí mismo, su camisa rota, su evidente ansiedad por verla, y lo peor, al final del baile, había sido demasiado brusco y por poco la hizo caer. Estaba tan angustiado después de eso que no se percató que había agrietado la copa de la que bebía.

Días más tarde, la princesa, es decir, Runa, le había obsequiado una delicada y frágil taza de cristal, había puesto sus manos alrededor de las suyas y le había dicho: “cuida este obsequio como me cuidarías a mi”. Era una prueba. Siete años después, Eri había roto esa taza, y la copa encantada que la había reemplazado había llevado el mensaje: “soportaré lo que venga sin romperme, para estar contigo”, aunque sólo él lo entendiera.

Frey era quizá el hombre más fuerte del reino, y en compañía de su familia, había aprendido a ser delicado, considerado de los demás. Y había pasado eso a su hija.

—Creo —dijo por fin —que el mérito es todo tuyo mi bella Runa —ella se sonrojó como una niña, hacía mucho que él no la llamaba así —somos un equipo después de todo…

Se dieron cuenta de que el capitán Asterion los había dejado solos, o tan solos como podían estar a unos pasos del resto de la caravana. Aprovecharon para darse un beso, no que ya no lo hicieran cómo antes, pero el momento parecía apropiado, uno en el que se sintieron como aquellos días que se cortejaban. El último rayo de sol desapareciendo detrás de las montañas, fue el marco perfecto.

Terminado el beso, regresaron a sus deberes.

Esa noche hicieron planes alrededor de la fogata, al otro día saldrían en tres equipos para buscar al pegaso, la familia real de Artemia sería uno por imposición del capitán. El mismo Capitán y su segundo liderarían cada uno un equipo de 3 exploradores, el grupo era pequeño, el cochero y los dos sirvientes presentes se quedarían en el campamento.

Por la mañana Eri fue la primera en despertar, aunque había sido por mucho también la primera en dormirse. Despertó a Frey tirando de su brazo suplicando que salieran ya. Ni siquiera le pasaba por la cabeza desayunar o lavarse la cara, aunque a su madre por supuesto que no se le olvidaría. Pero en menos de una hora estuvieron todos listos y partieron rumbo al claro.

Eri caminaba entre sus padres, Frey por delante y Runa por detrás, sus piernas cortas hacían la marcha un tanto lenta, pero su entusiasmo compensaba con creces. Frey no esperaba encontrar nada significativo en el claro, pero suponía que pudiera servir de abrevadero algunas veces a su presa, si era así encontraría algún rastro. Runa recolectó algunas bayas y nueces del valle, para ir comiendo en el camino, en el fondo sería un viaje de placer.

Llegaron al claro del manantial poco después, el lugar era en verdad como en el cuento, a esa hora la luz del sol se colaba entre los árboles creando un entorno casi místico al hacer brillar también el agua. Eri corrió por todos lados buscando a las hadas, si habían estado ahí, seguro que habrían huído de la escandalosa niña dragón, Frey se agachó cerca de los estanques buscando huellas, pelo, lo que fuera. Tras varios minutos, no pudo encontrar nada.

—Amor —Dijo runa —Tengo una idea, ¿y si pedimos un deseo en esta fuente? No hay hadas, pero no perdemos nada, podría ser divertido para Eri.

—¡Si! —dijo Eri —Yo quiero pedir un deseo.

—No es mala idea, muchas buenas historias comienzan con un simple deseo.

La tradición cuando se rezaba a la diosa o se pedía un deseo era juntar las manos y desear en silencio, se decía que si lo decías en voz alta o abrías los ojos mientras lo deseabas, no se podría cumplir, pues tanto las hadas como la diosa, recolectaban los deseos sin ser vistas.

Tras un breve minuto, los tres abrieron los ojos, se sonrieron entre sí y siguieron su camino, Frey pensaba probar todos los cuerpos de agua cercanos.

Cerca del mediodía, uno de los cuernos de alarma sonó, seguido por un rugido poco familiar.