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Capullo de dragon (Español)
Flores para la maestra.

Flores para la maestra.

—¿Que el tío Jim hizo qué?

Había sido la reacción de Eri cuando terminó de entender porqué su maestra lo había atacado en la reunión. Pero le había sacado la verdad a mamá tras preguntarle muchas veces.

A Eri le parecía de lo más injusto, su maestra era una mujer muy buena y muy amable aunque la regañara mucho o hablara siempre tan seria. Lo que más le enojaba era que el tío Jim se molestara porque fuera un dragón. Sí, había dragones malos, muy malos incluso, pero podía decirse exactamente lo mismo de todas las otras personas. Era como molestarse con mamá por ser media elfo. Papá le había contado el cuento del príncipe medio elfo que había sido un señor muy malo y le había hecho daño a su familia y a su reino.

Ese día reunió a todos sus amigos con los que tomaba clase, que en realidad eran solo Koro y Mikorin, a los demás no les gustaba la escuela o ya tenían otros maestros. Estaban en la plaza del distrito alto de Artemia, necesitaban un plan.

—No Koro, tiene que hacerse antes de irnos, el viaje va a ser largo y no queremos verla triste todo el tiempo —Para eri, era importante que todo estuviera listo cuanto antes.

—P.. pero... —dijo la pequeña Mikorin, un dedo enredado en uno de sus rizos rubios tratando de hacerse oír a pesar de su tenue voz —es que no sabemos qué podría hacerla feliz, ella nunca habla de sí misma.

El objetivo era encontrar algo que hiciera sonreír a su maestra antes de la clase de la tarde. Sólo les quedaban unos pocos días antes de partir a Pellegrin, y entonces Mikorin no estaría con ellos para verle el rostro, Koro también iría como de costumbre, esta vez incluso iría su mamá.

—Yo lo sé, la maestra ama las flores, siempre se detiene en los maceteros a olerlas, y tiene su casa llena de ellas —dijo Eri orgullosa.

—Pero eso no será suficiente —añadió Koro —siempre tiene flores cerca y no parece sonreír nunca.

—Ella me contó una vez que sus flores favoritas se llaman capullos de sangre. Dice que una vez voló por tres continentes para encontrarlas.

Koro y Mikorin se miraron, ellos apenas se habían enterado del secreto de Lady Mera ahora que todos lo sabían. Koro había dicho que con razón la maestra tenía algo raro.

—Eso es genial Eri —dijo Koro rascándose la nuca —¿Pero tú sabes cómo son esas flores? Nunca había oído de ellas. Tal vez no haya en la ciudad.

—Papá siempre compra flores para mamá cerca de aquí. La señora que las vende sabe mucho, seguro que ella tiene.

—¿O sea que no sabes cómo son?— preguntó Mikorin algo preocupada.

—No, la señora Mera nunca me dijo —Eri juntó las puntas de sus dedos —pero seguro que podemos encontrarlas antes de esta tarde. Tenemos que tratar, el tío Jim la encerró varios días después de que me salvó del dragón, eso la puso muy triste, yo lo sé, estar encerrada es muy feo.

Los tres estaban de acuerdo, juntaron sus mesadas para la ocasión, la de Eri por supuesto era mucho mayor aunque los padres de Mikorin eran nobles menores. Pero todos querían participar. Pusieron sus monedas en una bolsita y corrieron a la florería. Una mujer de cabello violeta hasta los hombros, mas o menos de la edad del tonto de Bestenar les dio la bienvenida con una sonrisa. Eri la visitaba a veces, desde que la conoció, le traía flores a la señora Mera cada semana a su oficina. Era muy amable y linda, amaba las flores con todo su corazón.

Eri estaba fascinada con todas las variedades de flores que había en el lugar, había tanto colorido que tanto ella como Mikorin daban vueltas admirándolas con las bocas y los ojos bien abiertos. Lástima que Koro no supiera apreciar las flores. La muchacha sonreía mientras preparaba un arreglo especialmente complejo.

—Señorita —Dijo Koro a la florista, aburrido de esperar —¿Tiene usted capullos de sangre?

—¿Capullos de sangre? Mi familia se ha dedicado a las flores por décadas, pero no conozco esas. ¿No sabes si tienen otro nombre o cómo son?

—No —dijo Eri girándose hacia la florista, es una flor que se supone que nos gusta mucho a los dragones, pero...—Eri se daba cuenta de que todas las flores de la tienda le encantaban, había contado con ese detalle para encontrarlas.

—Lo siento mucho, si recuerdan algún otro detalle regresen por favor, seguramente tendremos o podamos encontrarlas.

Los niños se apuraron a salir de la tienda. Los ceños fruncidos.

—¿Qué vamos a hacer? —Dijo Mikorin —Si la señora de la florería no sabe, ¿Quien puede ayudarnos?

—No podemos rendirnos —dijo Eri —alguien tiene que saber cómo son.

—Mi papá ha viajado por muchos lugares, tal vez sepa algo —dijo Koro.

—El maestro de mi prima es un señor muy listo —dijo Mikorin —podría saber cuales son.

—En el castillo hay muchos señores barbones, esos casi siempre saben cosas. No tenemos tiempo de ir a todos lados, vamos a separarnos para buscar. Nos vemos acá cuando terminemos.

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Con un asentimiento determinado, los tres pequeños se apresuraron a sus casas. Eri corrió todo lo rápido que podía, quiso volar en algunos tramos, pero le había prometido a mamá usar su colgante de esmeraldas cuando saliera. Llegó al castillo y se puso a buscar el lugar con muchos libros, ella todavía no leía muy bien, pero las personas ahí siempre estaban con las narices metidas en historias y palabras difíciles, alguien tenía que saber. Corrió por el lugar preguntando a uno y a otro.

—Lo siento alteza —le dijo un señor con un extraño sombrero en punta ¿Porqué tanta gente la llamaba alteza si casi siempre era la más pequeña en la habitación?—las flores no son mi campo de estudio,

—mmm, tal vez sea una flor muy roja —le había dicho otro que usaba anteojos como la maestra.

—¡Qué nombre tan terrible para una flor! —una señora que estaba escribiendo en muchos pergaminos y se veía muy cansada.

—Eso me suena a un término que se empleaba para los coágulos en tiempos del rey Alim, según el sabio Zareth...—A ese Eri no le entendió nada, lo dejó hablando solo.

Así se pasó casi una hora, y se le estaban acabando las personas listas, corrió hasta el fondo de la biblioteca buscando a alguien que la ayudara. Ahí, sentado en una mesa apartada, leyendo solo, estaba ese.

Era el fondo del barril, la última persona a quien quería pedir ayuda. La vida seguía poniéndola en esta situación, pero el tonto sabía leer.

—¡Bestenar! —todos se giraron a mirarla, acusadores, en ese lugar tenía que hablar en voz baja, se puso colorada y pidió perdón bajando la cabeza dos veces, para volver a mirar al pupilo de papá —Bestenar, tú sabes leer, necesito tu ayuda.

El muchacho apenas levantó un poco la mirada de su lectura, se veía más taciturno que de costumbre.

—¿Qué quieres ahora? Estoy haciendo mis deberes, necesito tenerlos antes de la clase de esta tarde.

—Es que... —a Eri se le atoraban las palabras, ya debería de haberse acostumbrado, pero siempre había tenido que soportar que la tratara mal cuando le pedía alguna cosa, era una especie de precio que tenía que pagar —es que la maestra está triste, y yo quería darle...

—No me molestes, no voy a darle nada a esa dragona, siempre me trata como a un tonto.

—Es porque eres un tonto, y no tienes que darle nada, nosotros vamos a darle sus flores favoritas aunque tú no nos ayudes —Eri se dio media vuelta para irse, estaba claro que el tonto no sería de ayuda.

—Pues buena suerte encontrando peonias en esta época del año, niña boba.

Eri volvió sobre sus talones.

—¿Qué dijiste?

—Es casi la mitad del otoño, las peonias no se dan en esta época.

—¿Cómo sabes...? —Eri le hablaba como si estuviera enojada, no podía creer que de toda la gente...

—Pues siempre está diciendo que quisiera plantar capullos de sangre, la tonta los llama como les decían hace trescientos años, no sabe nada de flores, aunque pocos me superan eso, claro— se llevó dos dedos a la frente —pero en esos viejos libros que me hace leer hay como cien descripciones, no pueden ser otras.

Eri apretó los puños, pero su naturaleza le ganó hasta al tono tan feo que esa especie de hermano usaba con ella. Dio un saltito y le dio un beso en la mejilla, incluso estaba sonriendo.

—¡Gracias! —le dijo, y salió corriendo a buscar a Koro y Mikorin, el confundido Bestenar se quedó sentado limpiándose la mejilla. Ingrato, le había dejado una chispa fortalecedora para que se sintiera más fuerte un rato. Como ella se había tardado preguntando a tanta gente, tal vez ya la estarían esperando.

No pudo moverse, la tenía sujeta por el cuello de su vestido. La chispa lo había hecho más rápido y fuerte al parecer.

—Ah, espera, voy contigo. —¿Cómo? ¿Porqué quería ir con ella ahora después de todas las cosas feas que le dijo? —Vamos, yo las pediré por ustedes, si lo haces tú seguro te vas a equivocar.

Eri no entendía pero aceptó su ayuda. Eso sí, tuvo que apresurarlo todo el camino, que chico tan desagradable, cuando no caminaba demasiado rápido, lo hacía demasiado lento. Pero llegaron por fin, los demás ya los estaban esperando.

—Oh, trajiste al príncipe Bestenar Eri —dijo Mikorin, roja, mirándolos desde detrás del hombro de Koro su voz apenas un hilillo.

—Genial, él sabe muchas cosas, seguro que él sabe qué flores son ¿verdad? —Koro siempre miraba feo a Bestenar, pero nunca decía cosas malas de él.

—Si, aquí seguramente... —dijo Bestenar, apenas mirando a los niños —vamos, denme sus monedas —le quitó a Eri la bolsita con las mesadas de todos y entró a la florería, ahora sí se movía rápido.

La mujer de cabello violeta salió al encuentro de Bestenar.

—Ah, hola alteza, me alegro de verle —la sonrisa con que le hablaba era un poquito más amplia, Eri lo sabía.

—Esto... hola señorita Revina —Bestenar no se paraba tan derecho ni en las reuniones con el rey —mi... esto, yo, quería preguntarte si tenían peonias todavía, aunque ya pasó la temporada...

—¡Oh! ¿Esas son las flores que quería Eri? —Se llevó la mano a la boca —Si, creo que tengo un lote que mi padre plantó en el invernadero. ¿Cómo supieron qué flores eran?

—Porque nadie sabe más de flores que mi hermano, ¡Él es genial! —Eri se adelantó a los balbuceos de Bestenar, quien la miró atónito pero no desperdició el cumplido.

—Oh, bueno, si, sé algunas cosas y tenía estos viejos libros. No fue nada.

—No, es impresionante, le pregunté a mi padre y ni siquiera él tenía idea —la chica no despegaba sus ojos del muchacho delgado, que todo fuera dicho, tras meses de entrenar con papá, ya no era tan flaco —seguro que le encantaría charlar contigo.

—Me halaga demasiado señorita, usted y su padre son de encomiar por poder plantar una flor tan delicada en esta época...

Era penoso, los dos adolescentes conversaron varios minutos sobre flores, hasta Eri entendía cuando intercambiaban halagos qué ellos creían que eran sutiles. Pero decidió que se lo debía, no lo interrumpió ni siquiera cuando Koro y Mikorin empezaron a cabecear. Sólo tiró de su chaqueta cuando era hora de ir a clase y cumplir la misión.

—Oh, es verdad, se hace tarde —lo dijo con un tono nada natural en él, sonaba amable —debemos irnos, toma, por las peonias —aunque él no quería que lo viera, Eri pudo ver el brillo de una moneda de oro en su mano junto a la bolsita con los ocho cobres y tres platas que ellos habían reunido. Al final él también había puesto su parte.

Revina trajo las flores, era un arreglo simple pero no importaba, las flores eran bellísimas, las puntas de sus pétalos eran blancas, pero iban ganando color desde un tenue rosa como el cabello de Eri hasta un rojo vivo cerca del tallo, como si si estuvieran destiñendo. Abundantes pétalos rodeaban el aromático pistilo de la flor. Eri entendió la fascinación de su maestra.

Se despidieron de la florista y llevaron las flores a la señora Meracina. Los niños sonrieron al ver por primera vez una furtiva lágrima de alegría en el rostro de su maestra. Quien fiel a su costumbre tras un sentido pero breve agradecimiento, decidió proseguir las lecciones normalmente.

Mientras repetían varias veces las letras de la palabra "flor", Koro le habló a Eri.

—Eri, cuando fui a preguntar a papá me dijo que quiere que vayas mañana al establo, que tu potrillo es una niña y está listo para que lo montes. ¿Cómo la vas a llamar?

Eri se quedó pensando, mirando el arreglo de flores que habían traído, y no tuvo duda alguna.