El héroe Freydelhart, príncipe consorte de Artemia se despertó un poco antes que su esposa Runaesthera esa mañana, se sentía raro de dormir en la habitación que el rey Bestolf les había preparado en el gran castillo de Meyrin, que había recuperado casi toda su antigua gloria. Sobre todo por los retratos que había de la princesa Erina, en verdad se parecía demasiado a Eri, era como ver lo que le deparaba el futuro a su pequeña.
Los últimos meses todo estaba cambiando muy deprisa, no sólo era Eri, quien había llegado a su vida para cambiarla de arriba a abajo, sino que gracias a ella el mundo parecía tan distinto. Los dragones eran ahora un enemigo con el que se podía razonar, negociar. La confusión de Freydelhart sobre si eran “personas” se había aclarado por completo, lo eran. Pensaban, razonaban y sentían, si bien de manera muy diferente; había cedido las tierras que el rey le dio siendo un niño a la dragona Meraxes para procurarle una renta, y le había forjado una intrincada tobillera por su mero capricho, todo eso porque había comenzado a sentir culpa; había matado una veintena de dragones, cada vez eso había significado salvar miles de vidas, o eso seguía diciéndose; pero ahora que sabía que la paz era posible, recordaba sus propios actos imaginando a una persona en el lugar de un dragón. Más aún cuando Meraxes le había contado lo que los motivaba.
Lo único que le ayudaba, era recordar aquel día; recordar todo lo que había perdido, al monstruo que los propios dragones temían. Pero Lady Mera… Meraxes ¿Cómo era mejor llamarla? Ella decía que el Rey no aparecía en Nuerin desde el día del ataque al castillo de Meyrin, el día que nació Eri, lo habían visto volando hacia el océano y nada se sabía entre los dragones desde entonces.
Se desperezó y se levantó despacio procurando no despertar a Runa, le gustaba contemplarla cuando dormía, siempre terminaba enredada entre las mantas, despeinada y con brazos y piernas por toda la cama, los cuentos en que las princesas dormían grácilmente luciendo bellas y regias le parecían los más fantasiosos desde que estaba con ella. Pero eso sólo lo hacía amarla más, poder ver algo de ella que nadie más podía era, a su modo de ver, más hermoso que sus más finos vestidos. En fin, empezó a vestirse, Eri ya estaría despierta con toda seguridad, le había prometido entrenar esgrima con ella antes de la reunión.
Salió despacio de la habitación y recorrió el largo pasillo hasta el patio, era el mismo donde había matado al señor de la puerta, el dragón que cuidaba a Eri antes de él; los magos habían tardado en deshacerse del cuerpo y estudiarlo, el único rastro que quedaba de su combate era aquella muesca en el suelo de cantera, que había hecho con su espada al cortarle la cabeza. Tal y cómo suponía, Eri ya lo estaba esperando con su espada de madera preparada. Al menos ese día se había puesto ropa de entrenamiento, no echaría otro vestido a perder.
Lo que no esperaba era que la acompañara Meraxes.
—Lady Meracina —le dijo mirando alrededor, por si alguien podía escucharlos —no la esperaba tan temprano.
—Toda educación que reciba la señorita es asunto mío Freydelhart, —lo llamaba por su nombre completo pero siempre omitía sus títulos, hablaba llena de desdén, Frey nunca pensó que extrañaría que lo llamaran príncipe —si va a enseñarla a combatir debo supervisarla, preferiría que mi ama tuviera sus propias garras, pero supongo que esos sustitutos humanos le pueden servir.
—¡Papá vamos a empezar ya! —Eri lo miraba con un puchero y el ceño fruncido, se impacientaba siempre en estos momentos, no podía culparla pues eran escasos y rara vez duraban más de una hora. Él también los disfrutaba, así que no perdieron más el tiempo.
Se pararon en el centro del patio, Lady Meracina, mejor llamarla así siempre, se sentó en una banca cercana a mirarlos. Comenzaron con la pose de unicornio, con la espada recta, apuntando al frente, a la altura de los hombros, la pierna derecha delante, una rápida estocada y cambio de pie; Eri ya lo seguía sin tambalearse, a sus seis años ya estaba cerca de llegar al segundo movimiento. Cambiaron a la pose de la harpía, la espada sobre la cabeza, apuntando al cielo, avanzar un paso, barrido hacia abajo y repetir…
Pronto Lady Meracina no fue la única observándolos, otros habitantes del castillo, desde soldados, doncellas y mozos de establo hasta nobles detenían sus ocupaciones para mirar al héroe que les había devuelto su hogar y a la legendaria princesa dragón entrenar. Eri llevaba su collar de esmeraldas, pero claro que todos sabían quién era, su cara estaba por todo el castillo y el rey Bestolf no había sido discreto en absoluto a su regreso. Un par de doncellas entradas en años parecían estar sollozando, Frey permaneció estoico y miró a Eri para indicarle que no se distrajera.
Tres cuartos de hora más tarde, Eri cayó presa del cansancio, se esforzaba como muy pocos a su edad, o a cualquier edad, pero seguía siendo una niña.
—Terminamos por hoy Eri, —le dijo acariciando su cabello —lo hiciste muy bien. Descansemos unos minutos y después ve a lavarte para desayunar.
—Sí papi. —Frey era “papá” cuando Eri se enojaba, y “papi” cuando estaba contenta, aunque la sonrisa con que siempre terminaba las conversaciones era más que suficiente para saber su estado de ánimo. La pequeña tomó a su institutriz de la mano y se la llevó a jalones de vuelta a su habitación. Esa mujer buscaba cualquier pretexto para estar cerca de Eri, se había convertido poco a poco en su doncella y niñera, por lo menos durante el viaje a Meyrin. Runa no se había opuesto, y por lo tanto él tampoco. Pero no podía evitar sentir que estaban confiando demasiado en esa mujer dragón.
Las personas regresaron a sus ocupaciones cuando vieron que Frey también abandonaba la explanada, se cambiaría para desayunar con su familia y sus majestades de Meyrin, después de eso Eri tomaría sus lecciones y los demás tenían cosas serias de qué hablar. ¡Orcos gordos montando un pony! Frey esperaba que estos asuntos esperarían hasta que Eri creciera un poco más. Y el príncipe Bestenar había estado observando la práctica también.
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Un par de horas más tarde los participantes fueron llegando al lugar de la reunión, el gran salón del trono de Meyrin, el mundo de Eri, del que Frey poseía la mitad, habían tenido que explicarle a esa niña muchas cosas el día que llegaron, al rey le había hecho mucha gracia, a su hijo, Bestenar, que ahora iba tomando asiento, ninguna, el muchacho de unos diecisiete años tenía permanentemente fruncido el ceño. No se parecía a su padre, era mucho más alto y esbelto, su cabello era rosado como el de su madre y su hermana, lo llevaba corto salvo por una trenza que le nacía directo de la nuca; Y no era un guerrero, sino uno de esos príncipes nobles que a Frey le provocaban desprecio por su propio título, vestía un jubón de seda azul y pantalones a juego; no había estado el día del ataque del Rey Dragón porque había salido en un viaje de placer con sus primos a un ducado lejano. Había permanecido ahí hasta hacía apenas unos pocos días. Estaba claro que la relación con sus padres no era la mejor.
Se había dispuesto la larga mesa de conferencias frente al trono de tal forma que éste quedara a la cabecera, el rey Bestolf quedaba entonces sentado por encima de todos los demás, muy distinto a la costumbre Artemiana de usar una mesa redonda. El príncipe había ocupado el lugar más cercano a la cabecera, quedando justo frente a su madre. Frey y Runa, como cortesía por ser realeza de un país aliado se les ofrecieron los lugares al lado de éstos, quedando igualmente uno frente al otro. Frey había terminado pues, sentado al lado del príncipe, que de vez en cuando le dedicaba una mirada iracunda. Bueno, en eso sí que se parecía a su padre.
Cuando todos los consejeros hubieron tomado asiento, el rey Bestolf se apresuró a tomar la palabra, miró a su hijo un largo momento antes de proseguir.
—La diosa de la paz bendiga esta reunión y nos permita llegar al mejor de los acuerdos, hoy, reunidos con la realeza de Artemia, hemos de discutir, finalmente el problema de la sucesión de Meyrin. Dado que la princesa heredera Erina cayó valientemente luchando contra nada menos que el terror mismo, el rey Dragón, sea placentero su camino al lado de los dioses creadores. —Todos los presentes tomaron un momento de silencio e hicieron la señal de la diosa de la paz, con sus manos, un círculo alrededor del corazón levantando el índice y el medio, simbolizando la protección divina sobre sus almas mortales —la ley de sucesión marca que a mi fallecimiento, el siguiente rey debe ser el mayor de mis hijos que permanezcan con vida, sin embargo, el príncipe Bestenar ha sido despojado de ese derecho…
Un sonoro golpe en la mesa captó la atención de todos los asistentes —¡Eso no es justo padre, no puedes quitarme de la línea por no haber estado aquí! ¡Además no podría haber hecho nada por el castillo! O por Erina —eso último lo dijo en un tono de voz mucho más bajo.
—No interrumpas príncipe Bestenar, eres un mocoso egoísta e ignorante, tanto que ignoras hasta el motivo de tu deshonor. Ni siquiera estamos aquí para debatir eso. No está en discusión por mucho que tu madre haya decidido abogar por tí —El rey no levantó la voz, no parecía él mismo ese día, le habían servido una copa de vino y ésta seguía llena —pero hoy tienes la oportunidad de demostrarme que no eres el despojo humano que creo que eres.
El príncipe, se tragó su rabia y se sentó, no parecía ser especialmente persistente, o valiente, más allá de ser apuesto, Frey no le encontraba virtud alguna.
—Estimados príncipe y princesa de Artemia, —prosiguió finalmente el rey —cuando nos honraron con vuestra hospitalidad tuvimos el honor de conocer a su hija adoptiva, es aún muy pequeña, pero las cualidades que posee la elevan por encima de muchos de nosotros, no solo por su naturaleza, sino por la pureza de su corazón. Su capacidad para aprender y su don de gentes son sin igual. Saben pues, que tanto la reina Eyren como yo mismo hemos llegado a quererla casi como quisimos a nuestra amada Erina —el asco en el rostro del príncipe Bestenar fue tan evidente que más de la mitad de los presentes lo miró —mis consejeros y yo hemos llegado a una conclusión, queremos pedirles que nos permitan nombrar a Erifreya de Artemia, heredera de Meyrin.
La sala quedó en silencio. Runa parecía irritada pero esperó a dejar al rey terminar… si es que tenía algo más que decir, no tenía sentido… ¿o si? Uno de los consejeros, un anciano en una sencilla túnica blanca tomó la palabra desde el otro extremo de la mesa.
—Majestades, entendemos que no es algo convencional, pero… hemos encontrado una solución al problema de la sucesión que si el príncipe aquí presente acepta, nos salvará de una guerra civil. Verán, los magos han descubierto que es muy posible que la princesa Erina muriese en presencia del huevo de dragón que puso el rey, y que de alguna forma, tomara su carne y sangre para formarse en quien hoy conocemos como la princesa Erifreya, si esto es verdad, ella es sangre de la dinastía y tiene por tanto, derecho a ser nombrada heredera, por supuesto, el rey no pretende hacerse llamar su padre ni nada por el estilo, no, será como nombrar heredero a un pariente lejano por decreto, pero como se darán cuenta, es un reclamo débil comparado al del príncipe aquí presente. Por lo que para que funcione, necesitamos que el propio príncipe reconozca su derecho y se haga a un lado.
Runa por fin habló.
—Majestad, aún si el príncipe aceptara, Eri es ya segunda en la línea de Artemia detrás de mí. No es inaudito que un monarca reciba más de un reclamo regio, pero…
—Mi señora —continuó el anciano, estamos muy concientes, y no, no es que tengamos la voluntad de poner nuestro reino en manos de otro así nada más. La verdad es que no pretendemos que llegue a heredar. El trato es que el príncipe debe sentar cabeza y tener un hijo a la brevedad, ese hijo o hija será el nuevo heredero cuando alcance la edad, mientras tanto, la princesa Erifreya será quien ocupe el vacío, y si su majestad llegara a morir, la diosa no lo permita, mientras es todavía una niña, tenemos algunos candidatos muy sólidos para ejercer la regencia hasta que ella alcance la mayoría de edad. Estará obligada a dimitir en favor del siguiente heredero en cuanto éste alcance la edad.
—En cualquier caso —Dijo el príncipe con la voz agria —Debo entregar mi derecho a esa niña o a mis hijos, ¿Qué pasa si nunca los tengo?
—En ese caso, —dijo el rey —la dinastía muere contigo, y como ella es un dragón, probablemente vivirá para siempre. Tengo fé en que será una gran reina.
Todo parecía otro de los ardides del rey Bestolf, lo fuera o no… ¿Qué deberían hacer? Runa probablemente lo tenía más claro.
—Tú ganas padre, me haré a un lado en favor de mis hijos, tengo un par de prospectos para una prometida. Pero contéstame esto Padre.
—¿Qué pretendes Bestenar?
—¿Y si mi consorte fuera la propia princesa Erifreya?