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Capullo de dragon (Español)
Madre de un dragón.

Madre de un dragón.

Runaesthera Verrin der Artemia era una mujer de ciento doce años, entre su raza era todavía una niña pero había vivido cuatro veces la vida de su esposo, y más de veinte la de su querida hija. En ese tiempo había aprendido mucho, y aún así, a veces simplemente no sabía qué hacer.

Eri era una niña muy tierna y obediente, cuando quería, es decir con su padre, con ella Eri siempre buscaba una forma de desobedecer, no la contradecía ni ignoraba, pero si le prohibía saltar de un árbol, saltaba de una almena, si le pedía que usara su colgante de esmeralda, se lo ataba a una mano en lugar de al cuello, le había mandado hacer ropa sencilla, resistente para que jugara y para los viajes, Eri se ponía sus vestidos más bonitos para correr por el bosque, o jugar con los animales. Frey la disciplinaba bien, ¿Por qué ella no podía?

El camino de regreso desde el valle había sido una constante lucha, La niña se había puesto su mejor vestido y se había acostado sobre una paca de heno en el carro de suministros. Ella misma se había sacudido perfectamente después, pero ¿Qué necesidad tenía de ensuciarlo? Además se había dormido en una posición poco decorosa y su falda se le subía hasta el vientre, tenía que aprender a conservar el pudor como una princesa, pero era difícil cuando terminaba casi de cabeza casi dejando ver el forro de su vestido. En tres días de viaje la había reprendido siete veces por lo mismo. No es que fuera desobediente, siempre terminaba haciendo las cosas bien, pero era descuidada y voluntariosa.

Durante los largos viajes, como el que hicieron de Artemia a Unermia, le enseñaba a comportarse en una corte, a usar los cubiertos, y a veces, las bases de la magia, pasarían años antes de que Eri pudiera hacer hasta el hechizo más sencillo, ella misma tenía treinta cuando hizo sus primeras chispas, y no había sido apta para pelear hasta los setenta. Pero Eri disfrutaba las lecciones, decía que podía sentir la magia. Ahora que, por lo general, los dragones eran inmunes… Quizá Eri no podría usar magia. Sería cuestión de tiempo saber.

Esa mañana habían llegado por fin a Unermia con el pegaso, le habían hecho una gema como la esmeralda de Eri para esconder sus alas, y Frey lo había montado todo el camino para acostumbrarlo. Era un niño con su juguete nuevo, y era adorable. Era tan raro verlo portarse así, mostrarse relajado y feliz, tenía la esperanza que, terminada la guerra, fuera ese su estado natural. Como siempre, había querido compartirlo con Eri, pero de ninguna manera iba a permitir que se la llevara volar, esa niña ya estaba demasiado motivada y quién sabe de qué tan alto debía caer para por fin lastimarse. Frey necesitaba pensar más en su seguridad.

Es que tendrían tan poco tiempo juntos. No iba a permitir que terminara ni un segundo antes.

El rey Finuaster los recibió con el príncipe Conerfin en la sala de guerra, era maravilloso estar en aquella ciudad tan fresca después de un viaje tan caluroso. Pero lo que los esperaba era una tarde de hacer planes para la segunda parte del plan, había que atraer a un dragón. Lo primero, localizarlo.

—Bienvenidos todos, hermano, veo que tienes nuevas cicatrices para tu colección —Conerfin se veía complacido y a la vez, algo decepcionado, quizá sintiera envidia de su hermano —Hemos hecho los preparativos pertinentes, justo debajo de la saliente el lago es lo bastante profundo para que un dragón promedio quede sumergido, el peso del agua se verá menguado, pero hemos preparado grilletes mágicos, en el momento que caiga le aferrarán el cuello, normalmente deberían poder romperlas, pero el peso de la cascada nos dará tiempo para inmovilizarlo del todo. El equipo de matadragones de Unermia se ha ofrecido voluntario para esto, son hombres excepcionales, ya lo verá, los he seleccionado de entre los que tengan por lo menos una baja en su historial, los novatos mirarán y aprenderán, con el permiso de sus majestades.

Stolen story; please report.

—Por supuesto príncipe Conerfin, les agradecemos toda la ayuda prestada hasta ahora y la que nos ofrecen, cualquier secreto que el dragón llegue a revelar lo compartiremos con Unermia, como reinos hermanos que somos —Runa recitaba esos discursos tras décadas de práctica con su padre en diplomacia, quizá hubiera sido ideal que Eri escuchara… pero no, mejor que jugara con su amigo, tenían siglos para esa enseñanza, ellas sí.

—Me alegro de escuchar eso princesa Runaesthera, me preocupa que tanto dependa de su pequeña hija, sólo ella puede comunicarse con los dragones, y habrá que ponerla en peligro. Asumo que en este sentido ya se han decidido.

—En efecto, mi esposo y yo hemos planeado hacer esto, Eri sabe ya lo que debe hacer, nosotros la protegeremos y contamos con sus matadragones para el mismo propósito una vez inmovilizado el objetivo —miró a Frey, estaba muy callado esa reunión, era cierto que cuando se trataba de la realeza, prefería dejarle a ella las negociaciones, pero hoy en particular… —Ahora debemos pasar a la segunda fase, localizar al dragón que intentaremos capturar.

—No debería ser un problema, el área de Unermia recibe pocos ataques, especialmente la capital debido a la cascada, pero los informes de avistamientos nos indican que podemos esperar encontrar dragones en estas tres áreas —el príncipe señaló en el mapa tres áreas montañosas, todas algo lejos de la ciudad —el último avistamiento fue hace seis meses justo aquí, creemos que la criatura podría tener ahí una madriguera. Sin embargo, las descripciones en las tres áreas coinciden lo suficiente para que creamos que se trata del mismo dragón. No podemos entender por qué se mueve cada cierto tiempo sin atacar asentamientos.

Los dragones se comportaban así, se les podía ver volando por grandes áreas como si las vigilaran, pero en la mayoría de los casos, podían pasar años sin que atacaran pueblos o ciudades, hasta que de pronto sucedía.

—El mayor problema —añadió el rey —es que no podemos predecir el comportamiento de un dragón, si lo provocamos podría huir o atacar una ciudad diferente, podría intentar cruzar la cascada a nado tras caer y si no lo atrapamos, podría atacar esta ciudad.

—En ese caso majestad, mi esposo hará lo que mejor hace, el plan es importante, pero la población es la razón de todo nuestro esfuerzo.

—Tan confiable es tu esposo nana Runa, me alegro, me alegro, en fin, eso es todo lo que yo quería escuchar, mañana enviaremos a los exploradores de mi hijo a ver qué encuentran del dragón. Yo estoy cansado, los dejo para que decidan los detalles.

—Si no le molesta al príncipe Conerfin, quisiera continuar más tarde, el viaje ha sido largo y me gustaría acostar yo misma a mi hija —Runa sabía la clase de reacción que tenían los nobles con ella, no tenía doncellas ni niñeras, pero ¿Qué sabe noble alguno de disfrutar una maternidad que hasta ahora se le había negado?

—Vaya majestad, le confieso que yo mismo estoy ansioso de que el príncipe Fray nos muestre su nuevo corcel.

Runa salió del palacio sola, Frey se portaría otro rato como un niño presumiendo sus juguetes. Se dirigió a su propio establo, el cochero estaría cuidando de Eri y de su yegua. Ese hombre merecía un aumento.

Al llegar a los establos, vió a Eri contándole el viaje al pequeño Koro quien no se creía una palabra, claro que en la versión de Eri la mantícora era mucho más grande y con dos colas, y había hadas y un unicornio involucrados. Qué imaginación. Decidió aprovechar y ver a su yegua para dar a Eri otro rato, cuando la vió, la notó algo rara…

—Cochero, este… señor…

—Pankoro majestad, por favor, no necesita ser tan formal conmigo, soy su humilde servidor.

Un aumento, definitivamente.

—Perdone, mi yegua tiene algo extraño, está inquieta, y bueno, alrededor del hocico, y también…

—Oh sí, debía informarle, parece que su yegua está encinta, si el padre es cualquiera de los caballos ya sería maravilloso, el potrillo será de muy buena sangre.

—Pero… —Runa no había visto que los otros caballos se le acercaran en algún tiempo, quizá esa noche en el manantial, cuando escapó pero… estaba sola. —Bueno es raro, pero es un momento feliz.

Acarició a su yegua y le dio un poco de azúcar. Cruzaron una mirada cómplice que hizo sonreír a la medio elfa.