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Capullo de dragon (Español)
Reina de tres reinos.

Reina de tres reinos.

Eri siempre era obediente, porque papá se ponía contento, y mamá ya no se enojaba, pero con la señora Mera, no había forma, su ceño estaba siempre fruncido y sus labios apretados; Le enseñaba cosas divertidas, y estaba segura de que la quería por lo menos tanto como la señora Reina, pero nunca podía verla contenta. Así que no valía la pena ser obediente. Especialmente ese día que estaban en la que había sido su casa. Por eso se había escapado y se escondía de su maestra.

Papá le había explicado que ahora esa era la casa del rey panzón y la señora Reina, y de otras muchas personas que la miraban raro; todos habían sido amables, pero casi todos la miraban mucho, o nada. Mamá decía que era por la hija del rey panzón, que todavía no había regresado. Ojalá volviera pronto, tenía ganas de conocerla. Quizá estaba escondida en algún lugar del castillo. Decidió seguir explorando.

Todo estaba muy diferente a cuando ella vivía allí. No había polvo ni olía feo, a donde mirara había muchas personas haciendo cosas, ¿Porqué no podía haber sido así entonces? Hubiera podido conocer a tanta gente, aprender tantos juegos, sintió un dolorcito en el corazón al recordar que algunas personas le tenían miedo. A lo mejor habían esperado que ella se fuera para vivir ahí, por eso la miraban tan raro...

Alejó ese pensamiento, no podía ser, todos habían sido cariñosos con ella a pesar de todo, igual que en Artemia, todos le daban dulces, y lo mejor era que ahora tenía caramelos de miel a montones, no tenía que comerlos despacito, hasta la habían llevado a conocer a las abejitas que los hacían, unos bichitos parecidos a las hadas, pero mejores porque hacían caramelos de miel.

El pasillo de pronto le pareció familiar, papá la había llevado por ahí aquel día, si seguía podría encontrar el cuarto donde estaba su cama. Ahí tal vez estaría el señor de la puerta, o por lo menos podría sentarse otra vez en la silla bonita. Apuró el paso hasta la enorme puerta, la encontró cerrada, no, estaba un poquito abierta, se asomó dentro antes de entrar, era grosero entrar a lugares de sorpresa.

Habían puesto una gran mesa frente a la silla bonita, había mucha gente diciendo muchas palabras complicadas, pero sí podía entender que estaban hablando de ella. El rey panzón acababa de decir que ella iba a ser una buena reina. Podía ser grosero a veces y olía agrio otras, pero sabía que la quería mucho. Papá estaba ahí, con la cara que ponía cuando la regañaba, y mamá parecía que quería regañarlo a él.

El que estaba junto a papá dijo algo de ser su "consorte" ¿Qué era eso? Ella no era nada de él. Seguro no era algo bueno, porque papá se levantó de la silla y le pegó en toda la cara. Papá nunca hacía eso a las personas, le había dicho que ella nunca debía hacerlo. El rey panzón y otros señores con sombrero de metal los separaron. No entendía nada, pero aprovechó que todos estaban ocupados para entrar despacito y escuchar mejor. Se escondió detrás de una columna, esas cosas eran muy útiles cuando quería esconderse.

"Príncipe Freydelhart, por favor" dijo con voz temblorosa el jovencito con ropa rara, levantándose del suelo "no quise insinuar nada, sólo quería mostrar un fallo en el plan de mi padre".

¿Porqué usaban todos palabras tan difíciles?

"Si la princesa fuese a casarse y tener hijos antes que yo, sus hijos tendrían más derecho que los míos a pesar del acuerdo, y si se diera el caso... " miró a papá, poniendo sus manos entre ellos, luego volteó a ver al rey panzón "...de que en un futuro nos uniéramos, tu plan para alejarme del trono habría fracasado, ¿o le negarías ese derecho incluso a ella con tal de alejarme?"

Todos se quedaron callados,¿Estaba ése hablando de casarse con ella? Mamá decía que eso era algo que se hacía por amor, en los cuentos las princesas se casaban con caballeros guapos y valientes o con príncipes sabios y gentiles, ella era una princesa, no quería a ese muchacho tan raro que hacía enojar a papá. Negó enérgicamente con la cabeza mientras la idea cruzaba su cabeza.

El rey panzón se bajó de la silla bonita y se paró frente al muchacho raro. Le puso una mano en el hombro y le dijo con la cara muy seria.

"Si" Todos empezaron a moverse y a hablar bajito entre ellos, aunque todos juntos hicieron mucho ruido. "Creo que lo mejor es que sepas de una vez porqué". Todos volvieron a callarse, chismosos, aunque ella no era quién para juzgar "Una vez más muestras que tu codicia puede más incluso que tu dignidad, o el amor de tu familia" Sacó un papel y lo aplastó contra el pecho del muchacho. Luego se dió media vuelta para darle la espalda.

"Esta es la carta que envié a mamá..." Dijo tras mirarla un momento.

"Es la única carta carta que nos enviaste tras el ataque al castillo" lo interrumpió todavía de espaldas "solo querías poner fecha a tu coronación. Podría creer que como estaba herido, creíste que no sobreviviría, que era un acto de responsabilidad. Pero cuando te respondimos nunca volviste a escribir, nunca fuiste a Artemia a ver a tu madre, ella te necesitaba, incluso más que el reino si acaso tus deseos se hubieran hecho realidad, tu mezquindad me asquea, mucho más porque eres mi hijo, y porque Erina creía en tí. Siempre me dijo que combatía dragones sabiendo que si no regresaba tú estarías aquí para el reino" dio un golpe a la mesa que asustó a todos "no importa qué tenga que hacer, no dejaré a mi reino en manos de un hombre codicioso y mezquino".

El rostro del muchacho se puso rojo. Sus ojos daban miedo.

"¡Te atreves a juzgarme!" gritaba como debería haber gritado cuando papá le dejó ese feo cardenal "¡Cuando prefieres darle el reino a ese monstruo que devoró a mi hermana!"

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El muchacho de pelo rosa salió casi corriendo de la sala, todos estaban haciendo mucho ruido otra vez, papá iba en su caza, el rey panzón estaba rojo, gritaba y señalaba con su dedo, mamá y la señora Reina parecía que iban a llorar.

Estaba... ¿hablando de ella?

De pronto, todo encajó.

La tierra misma tembló ante el sonido de un llanto mezclado con un rugido, duró apenas un segundo, pero fue intenso como el trueno de un relámpago que cayera justo a sus pies. Runa vió a Frey trastabillar mientras trataba de alcanzar a ese mocoso malcriado del príncipe Bestenar, reconoció la voz a pesar de todo, Eri estaba en la sala, quizá había escuchado lo que había dicho. ¡Ay no! Si Frey lo alcanzaba quizá no se limitaría a golpearlo, y la Reina Eyren ya estaba lo bastante mortificada; quiso hacerle una seña para que no fuera tras él, afortunadamente ese hombre amaba a su hija más que a su orgullo, la había encontrado tras la columna y ya venía de camino con ella en brazos.

La pobre no dejaba de sollozar, sus lágrimas empaparon su vestido, golpeaba su propia frente y repetía "soy una princesa" mientras con su otra mano aferraba su collar de esmeraldas, apretándolo con fuerza. Eri siempre había sido rápida para dejar de llorar, se recuperaba como por magia, pero esta vez parecía que no sería así.

La reina quiso consolarla también, pero Eri sólo le pedía perdón, "yo no fui, se lo juro" repetía ahora. Runa quería hacer algo, lo que fuera, para detener el llanto de su hija, no sabía si quería lanzarle un relámpago al príncipe, o dejarlo ir para que su madre no rompiera a llorar tan desconsolada como Eri.

Finalmente, la cargó en sus brazos, como aquel día, en el campamento justo bajando la montaña, la recibió de brazos de Frey y la dejó llorar. Runa pensó en ese momento, que en aquella antigua sala del castillo de Meyrin sólo había sufrimiento para su amada hija, así que se la llevó.

Avanzaba hacia sus habitaciones con su pequeña hija sollozando sonoramente, esforzándose por no gritar, su corazón era de algo más precioso que el oro, no quería dañar a nadie con su voz. Entonces, escuchó un sonido que parecía reclamar su atención, era el ruido de tacones sobre la piedra, los pies que los usaban avanzaban violentamente por los pasillos del castillo hasta que estuvieron frente a Runa. Lady Meracina, el dragón Meraxes, estaba frente a ella, sus ojos invisibles tras anteojos empañados.

"'¡Quien. Fue!" Dijo la pausadamente mujer que se imponía a pesar de su estatura nada sobresaliente.

"Lady Mera, por favor..." quiso decir Runa.

"¿Quien... Fue?!!!"

No tenía caso ocultarlo, terminaría por descubrirlo.

"Le ruego que no dañe al príncipe Bestenar, él solo..."

El ruido de los tacones ahora se alejaba. Runa había estado huyendo de ella en su forma de dragón gigante, le había arrojado fuego y estado a punto de devorarla, ¿Porqué hasta hoy la había hecho sudar?

No podía lidiar con todo, Eri era lo primero, el desastre diplomático vendría después. Frey era en verdad muy malo para las reuniones de dignatarios, pero tendría que contar con él para quedarse con el rey Bestolf y sus consejeros. Runa era primero que nada, una madre, aunque no hubiera nacido para serlo.

Unos minutos más tarde, Eri descansaba en su cama, boca abajo, con la cara hundida en su almohada. Runa, sentada en el borde, acariciaba su cabello y le repetía lo mucho que la amaba, que la amaban todos, y que por eso querían que algún día, fuera la persona más importante del mundo. Pero Eri se limitó a seguir llorando, en algún momento, parecía querer hablar, pero las palabras se le atragantaban.

Un par de horas después, la situación no parecía mejorar, Runa se sentía impotente, estaba ahí dispuesta a todo por su pequeña, pero no sabía qué hacer, a sus ciento trece años, no sabía cómo sacar a su propia hija de su tristeza. En eso pensaba cuando el sonido de tacones, aún petulante pero mucho menos violento, volvió a oírse al otro lado de la puerta.

Meraxes entró empujando a un pequeño niño castaño al que le faltaba un diente hacia el interior de la habitación.

El pequeño mozo de cuadras no sabía lo que pasaba hasta que vió a Eri, olvidando todo protocolo o educación corrió hasta la cama y trepó a ella para agitar a Eri como a una almohada polvosa.

"¡Eri! ¿Qué tienes? No llores por favor"

Eri por fin giró la cabeza y el pequeño la soltó para dejar que se incorporara, las dos mujeres miraron la escena sin intervenir, a Runa le costaba creer que Meraxes hubiera ido a buscar al niño hasta los establos, sólo rogaba a la diosa de la paz que el rojo en sus uñas fuera un mal barniz.

"Koro" dijo Eri con los ojos aún húmedos "¿Tú me perdonarías si me hubiera comido a una persona?"

"Eri, no digas tonterías, tú jamás harías eso"

"Es que... yo... me..."

"No lo digas Eri. Nunca lo digas, nunca repitas las mentiras que digan de tí" La voz del niño había pasado a sonar urgente "No importa quién lo haya dicho, es mentira".

"Koro" la voz de Eri se hacía débil, entrecortada "Es que yo creo que sí lo hice, la señora Mera me enseñó que si un dragón se come a una persona, puede parecerse a ella" Eri señaló con sus manos al retrato de la princesa Erina que adornaba la pared detrás de ella. El pequeño Koro, que no había reparado en él, se quedó de piedra al ver el parecido.

"¿Eso es lo que le preocupa señorita Erifreya?" La dragona interrumpió en su habitual tono altanero "temo que aunque lo que le enseñé es cierto, no hay manera de que usted haya devorado a la susodicha princesa. Es simplemente imposible. Para que el conjuro funcione debería comerla entera y viva. Su padre, me informó que encontraron los huesos de la mujer, además, señorita, no quiero que piense mal pero, vamos, intente comer a alguien, quien sea, entero y vivo".

Eri abrió su diminuta boca todo lo que pudo, su maestra intentó meter su puño en ella sin éxito alguno.

"Lo ve, ese príncipe de pacotilla simplemente es uno de tantos ignorantes simplones que le temen sin razón".

El pequeño Koro se rascaba la cabeza escuchando las palabras de Lady Mera, Eri se limpiaba sus últimas lágrimas con sus manecitas, la luz de su rostro, su sonrisa, se asomó tímida, reacia una vez más. El daño estaba hecho, las palabras de ese malnacido quizá habían dejado una herida imborrable en el corazón de Eri, pero en ese momento Runa agradeció a la diosa de la paz por haberles enviado al pequeño Koro, y a Meraxes.

Frey llegó poco después, dejó las noticias de la reunión para otro momento, abrazó a su hija y agradeció a todos por ayudarla a recuperarse, esa tarde la pasaron explicándole cuánto sabían de la princesa Erina, decididos a no mentirle más. Pero Runa veía cómo Frey miraba de reojo la ventana o la puerta cada tanto. Algo no estaba del todo bien.

Más tarde esa noche, cuando Eri se había dormido y Mera la vigilaba, Frey se lo dijo al fin.

"El príncipe Bestenar huyó de la ciudad, lo vieron alejarse a caballo montaña abajo con un grupo de soldados, al parecer está incitando a la gente a la rebelión".