El sol se ponía ya, pero fueron las alas del gran dragón verde las que oscurecieron el patio del castillo de Artemia, de nuevo atravesaba las balistas de los muros sin haber sido visto. Quizá...
Frey dejó las suposiciones para otro momento y asumió su papel. Runa lo infundió de magia y con ella pudo invocar su mandoble. Como humano la magia era un misterio para él, pero por desgracia para los dragones, desde hacía años, nunca estaba solo. La espada era un arma formidable, tan alta como el propio caballero y de oscuro acero veteado, el mithrill podría ser más fuerte, pero no se podía encantar, y el encantamiento de la espada le permitía atravesar las escamas hasta de las bestias mas fuertes.
Los reyes Alistor y Bestolf se alistaron al combate también, el rey elfo hizo aparecer un cetro plateado con un enorme rubí, mientras el otro lanzaba su túnica al suelo revelando la enorme y pesada hacha de guerra que ocultaba siempre bajo la ropa. Así como un cuerpo musculoso a pesar de su apariencia. De todos los presentes, solo la reina Eyren no tenía experiencia en combate.
Runaesthera y su padre usaron su magia para crear destellos en el cielo, señales para los soldados en los matacanes del castillo para preparar las ballestas, arqueros y magos elfos lanzaban proyectiles al dragón para distraerlo de los civiles y mantenerlo cerca. Entonces, Eri corrió hacia su padre y ocultándose tras sus piernas, preguntó.
—Papá ¿Qué es eso? Tengo miedo.
Todos los presentes sintieron el mismo clavo enterrándose en su corazón, por todos los avatares de la diosa de la Paz. Eri no sabía lo que era un dragón, aunque supiera que era uno porque todos se lo decían.
Antes de que Freydelhart se armase de valor para responder, la bestia en el cielo rugió con fuerza, arrojando al suelo a muchos combatientes e inspirando terror en otros tantos. Eri, soltando a su padre, dio un paso al frente y rugió más fuerte si cabe, su voz era como un chillido agonizante y a la vez amenazador, se podía percibir la rabia en lo que fuera que le estuviese diciendo.
Intercambiaron unos pocos rugidos más hasta que Frey vio las lágrimas en los ojos de su hija y decidió que era suficiente. Echó a correr en dirección al dragón, dio una señal a su prometida y ella fue invocando torres de hielo cada vez más altas, el caballero saltó de una a otra para alcanzar al dragón, pero éste lo rechazó batiendo sus alas, lo que le hizo caer. Aunque el rey lo hizo levitar por un momento a tiempo de evitar que golpeara el piso.
La reina Eyren se llevó a Eri a toda prisa, su esposo actuando como una pared entre ella y el dragón mientras corría niña en brazos. La reina ya era un poco mayor pero su valor insufló fuerza a sus piernas y logró ponerse a salvo.
Frey no perdía el tiempo, sabía que debía hacer bajar al dragón, las ballestas habían conseguido evitar que volara más alto, pero no duraría. Era lo bastante grande para que hasta las flechas de los escorpiones apenas lo molestaran. El rey invocó nubes de tormenta y Runa atrajo un relámpago hacia las alas del monstruo. La magia no podía matar a los dragones, pero las fuerzas invocadas por ella sí que podían dañarlos. Aunque fuera como en este caso paralizándolos lo suficiente para traerlos al suelo, el dragón verde se desplomó derribando una de las torres de vigilancia bajo su peso. Freydelhart adoptó su pose de unicornio, corría con la espada apuntando al frente a la altura de los hombros, recta siempre a pesar de los pasos y saltos que daba su portador.
El dragón verde levantó la cabeza y exhaló un fuego blanquiazul contra el caballero, Frey pareció desvanecerse y reaparecer a un lado, esquivando la llamarada y cerrando la distancia. El dragón trató de levantar vuelo y recuperar su ventaja, pero los escombros de la torre entorpecían su aleteo. El breve instante que le tomó incorporarse fue suficiente para que el mandoble de Freydelhart le cercenara un ala. El caballero había alcanzado al dragón de un salto y atacado el ala con amplios tajos.
La sangre de un dragón se encendía al derramarse, al igual que su ira, la bestia rugió de dolor y la fuerza de su grito derribó los muros cercanos, le siguió una llamarada desesperada, ciega, pero Frey era veloz, eficiente, y por supuesto tenía a Runa, quien lo protegía con poderosos escudos mágicos. Frey hirió al gigante con cortes rápidos y poco profundos, esperaba que siguiera enfadado, que se concentrara en él.
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El hacha del rey Bestolf se clavó en la tripa de la bestia liberando un chorro de sangre y fuego. Frey había estado cansándolo, agotando su fuego, y distrayéndolo para darle oportunidad al rey de acercarse. La herida de hacha no sería suficiente para matarlo, pero sí para crear un escape para el fuego del dragón. Reduciendo la explosión cuando muriera.
Freydelhart adoptó la pose del hipogrifo, y con un amplio mandoble, finalmente le decapitó. Al ver caer la cabeza, todos corrieron a cubierto mientras los magos invocaban escudos para proteger a tanta gente como fuera posible.
El cuerpo finalmente estalló, dañando severamente la explanada, y consumiéndose hasta las cenizas.
Todo frente a los ojos de Eri.
—Papi... ¿Eso era un dragón? ¿Eso soy... yo?
La reina Eyren la tenía en sus brazos. La niña miraba las llamas agonizantes de la explanada y las torres derribadas. Tocando sus cuernos con sus suaves manitas.
—Eri —Frey aún se veía aterrador, espada en mano y cubierto de sangre y ceniza —tú no eres como eso.
—Pero... él me dijo... que yo era mala, que me iba a matar porque yo debía estar con él, pero me dijo palabras muy feas, de las que sólo yo puedo entender, y que yo era un monstruo. ¿Es verdad papi? ¿Soy un monstruo como ese? —sus ojos se llenaron de lágrimas —¿Me vas a matar como a él?
Runaesthera quiso hablar, pero miró a Eri, supo que debía oírlo de él. Aunque le doliera, esa era la relación única de esos dos.
—Mi niña, Eri, esa es quien tú eres, por encima de todo lo que seas o llegues a ser. Eres nuestra amada hija, y te juro que no voy a dañarte, ni a permitir que nadie te dañe, mientras me quede vida —atrajo a su prometida a su lado —como se lo juré un día a tu mami. Por eso si nos dejas, queremos darte un nombre.
—Yo tengo nombre, es —volvió a rugir como aquel día en el trono de Meyrin. —Aunque me gusta más cómo suena Eri.
—Si quieres, Eri puede ser tu nombre de verdad. Así tal vez puedas entender que ahora eres nuestra niña— Runa abrazaba a Frey mientras miraba a su hija pasar por tanto sufrimiento y confusión.
—¿Mi nombre también va ser largo y tonto como los de ustedes?
—Un nombre en este reino, tiene varias partes, un nombre puro, propio, uno en honor a sus ancestros y un título — explicó Frey.
—Mi madre se llamaba Estheramina, Runa es mi nombre puro, Esthera es por mi madre. Verrin der Artemia significa Princesa de Artemia en élfico.
—¿Puedo escoger? Eripapimami, no, eso suena tonto... —al parecer ya estaba más calmada. Todos sonrieron ante el desplante amoroso de ésta, en palabras del rey Alistor, muy irritante familia.
Pocas semanas más tarde, el pueblo entero de Artemia se reunía en la capital para presenciar el evento del milenio, a llevarse a cabo en la catedral de la paz primero y después por toda la ciudad, pues cada señor, comerciante y dueño de taberna ofrecería un festejo por la ocasión, el día que la princesa desposaría al héroe. La ceremonia fue grande, hasta convencieron a Freydelhart de usar un traje hecho a medida y no un uniforme. Runa usó un vestido que por si solo había mantenido ocupados a todos los costureros, sastres y modistos de la capital. Y eso que el proyecto había comenzado varios años atrás. La cola no estaba solamente adornada con flores sino que era prácticamente un jardín. Al terminar, se darían las flores a los hombres jóvenes para que las regalaran a las doncellas a modo de invitacion a los muchos bailes que se celebraban ese día por toda la ciudad. El vestido en sí era un ceñido vestido blanco cuyo diseño recordaba al que usó Runa en aquel primer baile cuando se conocieron.
Los novios intercambiaron regalos. Runa le dio a Frey una hermosa copa de cristal, la cual dejó caer como broma, para mostrarle que la había encantado y no se rompería. Aunque solo ellos dos entendieron el significado. Frey le entregó un brazalete muy intrincado con motivos élficos. Ninguno de los dos regalos era costoso o impresionante, era tradición que los novios hicieran sus regalos.
Y al final, la sacerdotisa de la diosa de la paz los declaró unidos en su nombre atando dos trozos de rudimentaria cuerda de cáñamo. Y su beso selló el contrato.
Eri asistió a la boda de sus padres por supuesto, pero esa tarde fue su turno. Su nombramiento fue tan concurrido o más que la boda, quizá por las dudas que muchos empezaban a tener sobre ella. Recibió bellos regalos también, la daga de vetas de oro de su padre y una bella corona de su madre. Los reyes de Meyrin junto al rey Alistor le dieron un colgante de esmeraldas, al ponérselo, sus cuernos, alas y colmillos desaparecieron, no eran invisibles, el hechizo la hacía tomar auténtica forma humana mientras llevara el colgante, aunque no era tan poderoso para desaparecer su enorme fuerza, ni el fuego de su interior. Eri recibió todos sus regalos con el cariño que la caracterizaba, aunque pronto fue evidente cuál era su favorito.
La misma sacerdotisa bendijo a Eri con el nombre que sus padres le daban. Erifreya Verrin Draconis.