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Alas

Los había tomado desprevenidos en su mayor parte, los vigías del "Lanza de la luna", lo vieron muy tarde, distraídos de su deber por el duelo entre Freydelhart y Valderant. El dragón rojo regresaba lanzando sus llamas purpúreas sobre el velamen del mástil principal, donde estaba el nido de cuervo. Se dio de inmediato la alarma a todos los tripulantes. El orden y confianza mostrados durante el primer ataque fueron reemplazados por el pánico.

Runaesthera, que hasta hacía un momento pensaba que el mayor peligro del barco era Valderant, trató de mantener a su hija cerca mientras levantaba un escudo, habían acordado que ante un ataque de dragón, lo mejor era permitir que Eri absorbiera su fuego, de ese modo no habría explosión, pero para ello debía estar tan cerca como fuera posible.

Eri lanzaba sus llamas anaranjadas a todos los que se acercaban para fortalecerlos, Runa se preguntaba si el fuego de la pequeña tendría algún límite, pues de acuerdo con Mera nunca lo había sentido agotarse o debilitarse. Pero justo ahora, el misterio que le interesaba era por qué había vuelto el dragón rojo y ahora era hostil. ¿Había sido todo una trampa? No parecía probable. Volaba en círculos, atacando con fuego y garras para luego alejarse de nuevo, presto a atacar desde otra dirección. Pero casi siempre parecía buscar el sitio donde estuviera Eri.

El maestro Genwill, que no se había interesado en el duelo, subió a cubierta a trompicones al escuchar el alborto.

—¿Que es tanto escándalo? —preguntó con la voz rasposa, había estado bebiendo otra vez —¿No puede un viejo dormir un rato? —Se percató del fuego en las velas —Oh, ya veo.

Con movimientos precisos a pesar de su estado, el maestro Genwill invocó su cetro mágico como si lo hubiera sacado de la manga de su túnica, le gustaba ser teatral hasta en las situaciones más serias. Giró el cetro sobre su cabeza, el agua de mar flotó hacia él formando flujos parecidos a cintas, cuando el viejo elfo se quedó quieto, las cintas se comprimieron en lo que parecían dos burbujas flotantes del tamaño de Eri. Una de ellas voló despacio hasta estrellarse contra la vela que se quemaba, apagando efectivamente las llamas. El otro se desplomó sobre la cubierta como si se tratase de un balde que hubiesen vaciado para limpiar, mientras el maestro caía al suelo en forma similar, vencido por su embriaguez.

—¡Maestro! —Runa pensó en acudir en su ayuda, pero el dragón rojo estaba concentrándose en ella, a pesar de que Frey y Valderant trataban de llamar su atención saltando hacia él cada vez que se acercaba. El limitado espacio había impedido que fueran precisos y lo alcanzaran con sus espadas, otros tripulantes trataron en vano de usar arcos y flechas, que se desviaban en la brisa marina agitada por los fuertes aleteos del dragón. Jamdar y Oregdor, sabiéndose faltos de experiencia en el combate con dragones, fueron quienes finalmente se llevaron al maestro bajo cubierta y se dedicaron a tratar de transmitir las órdenes de Frey y cuidar de los no luchadores.

—Mami —dijo Eri —algo malo le pasa a ese dragón, está diciendo cosas raras. No le entiendo, es como papá cuando habla dormido.

Si ese era el caso, quizá hubiera otra fuerza controlando a la bestia, a Lady Meracina la habían llevado bajo cubierta, pues en su forma humana corría peligro. Runa pensó en ese momento en cuánto habían llegado a depender de ella. Y cuán lejos había llegado para ayudarles en la guerra. Deseó tenerla cerca para pedir su consejo. El dragón tenía toda la ventaja, no era tan grande o poderoso, pero cada vez que Frey y Valderant intentaban usar los mástiles para ganar altura, el dragón prendía fuego a las velas, no se acercaba, sino que usaba su fuego para atacar a la distancia. Cada tanto se quedaba inmóvil en el aire, como sopesando la situación para después reanudar sus ataques, Runa podría tratar de atacar con magia, pero debía proteger a Eri. Aunque no resistiría mucho más. Algo tendría que cambiar. Frey y Val estaban frente a ella para evitar una embestida, pero no podrían detener las llamaradas. La situación parecía un callejón sin salida. Eri parecía seguir tratando de razonar con ese monstruo.

Hasta que la bestia embistió en su dirección.

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Eri trataba de ser valiente, todo el mundo la estaba cuidando mientras trataba de hacer su parte, pero el dragón se quedaba lejos, podía comerse su fuego pero iba a tardar mucho si no se acercaba. Tenía que hacer algo, Mamá se estaba cansando mientras Papá y la señora Valderant no estaban logrando nada. Pensó ¿Qué haría Papá? Seguramente algo valiente y genial, se arriesgaría a que mamá lo regañara o saliera lastimado.

No se lo pensó más y empezó a rugirle al dragón, la señora Mera le había enseñado palabras que no se podían decir en el idioma de sus padres, pero que los dragones entendían, escogió las que le habían dicho que eran para hacer enojar. Y aprovechó para llamarlo todo tipo de nombres feos. Retándole a acercarse.

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Al parecer funcionó, el dragón se fue derecho hacia ella, Eri trató de absorber el fuego hasta que Mamá la tomó en brazos y saltó con ella a un lado poniendo uno de sus escudos transparentes. De todos modos sus alas las golpearon, el escudo se rompió y el golpe las lanzó más lejos cayendo de bruces en la cubierta. Mamá estaba lastimada, cuando se le acababa la magia siempre se cansaba demasiado, pero esta vez no se levantó. El dragón pasó de largo y volvió a elevarse haciendo un círculo para volver a atacar, el humo que salía de sus alas y su costado mostraba que Papá y la señora Val habían logrado herirlo. Eri lanzó su chispa curativa y una fortalecedora a Mamá sin que pasara nada. Eri estaba muy enojada, ¿Cómo se atrevía ese dragón a lastimar a Mamá?

Se quitó su collar de esmeraldas y sintió sus alas nuevamente. Llevaba siempre la daga que le dio Papá escondida en el pequeño morral donde guardaba sus dulces, lo abrió y se dio cuenta de que la vaina estaba floja, que por fin podría sacarla. Así lo hizo y pudo ver por primera vez desde el día que recibió su nombre las bellas vetas de oro en el acero, Papá era sin duda asombroso. Eri vio venir a la señora Val, mientras Papá corría bajo cubierta. En el cielo, el dragón se acercaba cada vez más.

Entonces Eri tuvo la idea más tonta de todas las que le ocurrieron, agitó sus alas y antes de que nadie llegara a atacarla o protegerla, estaba volando lo más alto que había llegado hasta ese día, unos cinco seis Papás de altura. El Dragón pasó por donde ella había estado cerca del suelo. Eri se dejó caer sobre su lomo agarrándose con todas sus fuerzas de las rojas alas de la bestia que había lastimado a Mamá.

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Se acabó la paciencia de Frey, su esposa estaba herida y el dragón buscaba a su hija, esperar a agotar el fuego ya no le parecía sensato, como tampoco se lo parecían tratar de razonar con él, o en general nada que no fuera acabarlo de inmediato. Necesitaba a su pegaso, juntos podrían acabar con ese juego estúpido que habían estado jugando. Lo encontró bajo cubierta en los establos, encabritado y tratando de soltarse, ese animal sabía que se le necesitaba. Frey cortó todas las ataduras con su espada de un solo tajo y abrió el estrecho corral, Saltarín corrió derecho a la cubierta, derribando cajas, marineros, lo que le estorbara, Frey fue tras él y le saltó al lomo en el mismo momento que alcanzaron la cubierta. Le quitó la gema que ocultaba sus alas y en segundos estaban en el aire, buscando a la temible bestia.

La encontró volando errática, cayendo y aleteando como un toro herido. Cuando la vió, su corazón de detuvo un instante, Eri, con su vestido vuelto jirones por las púas del dragón, se aferraba a su espalda con una mano mientras con la otra lo apuñalaba una y otra vez con la pequeña daga que le había regalado, niña desobediente, esa daga debía estar en su cajón en Artemia.

Frey podría terminar con el dragón, sería fácil montando a saltarín y estando distraído, pero debía correr muchos riesgos con Eri, lo consideró un instante hasta que Saltarín embistió en dirección al dragón, más decidido que su jinete, pero sin duda llegando a la misma determinación, confiarían en el poder de Eri.

Mientras se acercaban más y más a la bestia, Eri logró equilibrarse, tomó la daga con ambas manos y rugió sonoramente, antes de enterrar la daga con todas sus fuerzas en las escamas del dragón, el dolor y el rugido lo aturdieron lo suficiente para que Frey y Saltarín lograran acercarse a toda velocidad, y cortaran su cabeza con un movimiento limpio de la pose del hipogrifo.

Sangre humeante manó del cuello de la bestia, pero no se encendió, Eri había logrado su cometido.

—¡Erifreya! —Le gritó con su voz más autoritaria, esa niña iba a estar en problemas cuando estuviera a salvo — ¡Vuela! ¡Voy a por ti!

Eri aleteó con fuerza para permanecer en el aire mientras el cuerpo sin vida del dragón rojo caía al mar. Frey consiguió alcanzarla poco antes de que se agotara.

—Mi niña, —le dijo con la voz apagada, al final, el alivio de verla bien había reemplazado a la rabia y al miedo—nunca vuelvas a preocuparme así —la aferró con todas sus fuerzas hasta que estuvieron a salvo nuevamente en cubierta. La pequeña enterraba la cara en su pecho, abrazándolo un poco demasiado fuerte, pero no se quejó. Escuchó los tenues sollozos de su hija que trataba de apagar con todas sus fuerzas —tranquila Eri, ya estás a salvo.

—Es que —le dijo ella, los ojos llenos de lágrimas —me duele mi dedito.

Frey la separó para revisar su mano, tenía un minúsculo corte en el dedo índice de la mano izquierda. No era nada de importancia, hasta que se dio cuenta de que era la primera vez en toda su vida que Eri tenía una herida. Se preocupó sin duda de las implicaciones, pero desechó centrarse en eso al ver que la herida no humeaba, la poca sangre que llegó a salir era roja y no parecía diferente, la trató limpiándola con agua fresca de un barril cercano. Mientras apretaba la pequeña mano y le dedicaba palabras de aliento. Le hizo un vendaje improvisado con uno de los trozos de su vestido roto aunque para entonces ya no sangraba. Era una forma de decirle que su dolor era importante, sería poco, pero para la pequeña tal vez era una nueva experiencia.

Runa llegó poco después, había salido herida en el ataque, el poder de Eri había parado la hemorragia, pero no sería suficiente. Frey apenas se había rasguñado un poco en la pelea, se maldijo a sí mismo por permitir que fuera su familia quien sufriera. El brazo de su esposa en su hombro ayudó a mitigar el sentimiento. Aunque, todavía quería saber algo. Mientras daba un reconfortante abrazo a sus dos personas más importantes, quiso mirar a Eri y preguntar.

—Eri, ¿Qué le dijiste al dragón al final?

—Oh, —le evitó la mirada, avergonzada, este... yo grité "¡La pose del dragón!".

Bueno, era la pose de la harpía con el arma apuntando abajo. Pero el orgullo de Frey le obligó a asentir y pensar si añadir o no esa pose al entrenamiento, y cuál podría ser el segundo movimiento. El Maestro estaría molesto.