Eri estaba muy contenta esa mañana, Papá había cazado un cerdito salvaje para desayunar y hasta la había dejado usar su propio fuego para cocinar la carne, no hacía eso desde hacía mucho. Además, la noche anterior le habían contado una historia asombrosa, esta vez era de Mamá, casi todas las historias emocionantes eran de Papá o de alguna persona que no conocía. Esta le había encantado.
Desde muy temprano estaban cuidando de las monturas, Peonia parecía estar bien descansada, alrededor de ella las personas siempre se sentían mejor. Ya no le hablaba, eso era extraño, pero estaba segura de que entendía todo lo que le decía, y todavía se comunicaba con gestos de su cabeza. Esa mañana por ejemplo, la estaba frotando contra la suya con cariño. Eri le dio un terrón de azúcar y se comió otro ella sin que papá la viera.
Cuando el sol terminó de salir, volvieron a montar, en pocos minutos estaban cruzando el cielo con rumbo al valle de las hadas, todo era mucho más fácil cuando se podía volar.
El mundo era realmente bello desde arriba, pero Eri preferiría verlo desde el carro de suministros, recostada en una tienda y charlando con Koro, desde tan lejos no se veían los animalitos ni se apreciaba la naturaleza del mismo modo.
En un tramo del camino, Eri desmontó y usó sus propias alas para volar más cerca de sus padres, acarició la cabeza de mamá, le dio su beso fortalecedor y retó a Papá a una carrera, cuando se cansó, Peonia estaba preparada para recibirla. Era como otra persona que siempre la estaba cuidando, y de esas no tenía pocas en su vida.
Papá, Mamá, La señora Mera, el tonto Bestenar, el tío Jim, el abuelo, la tía Clessa, Koro, el señor Pankoro, Mikorin, el señor de la puerta, el maestro de Mamá que olía feo, la señora genial que era como Papá pero en señora, el rey panzón, la reina Eyren, todas las personas a las que le gustaba visitar… En ese momento Eri pensó en lo feliz que era desde ese día maravilloso en que bajó de la montaña en brazos de Papá, su sonrisa se hizo tan grande que casi se comió un bichito que pasaba por ahí.
Aun así, había algo que quería, pero nunca podría hablar de eso. Algunos deseos era mejor no decirlos en voz alta y otros estaban mejor olvidados. Le había preguntado a Mamá una vez y se había puesto triste.
Pocas horas más tarde, encontraron el valle por fin, hasta podía ver el claro con el estanque, como si los árboles les abrieran camino o les indicaran el lugar. Papá le dijo con señas que bajarían justo ahí.
El claro se estaba como cualquier otro día, Eri no veía a las hadas y esperaba que ahí pudiera volver a escuchar la voz de Peonia, le había costado, pero al final recordó que fue precisamente ahí donde la escuchó por primera vez, antes de que naciera. No sucedió, el unicornio seguía en silencio.
—Eri, ahora debes regresar la lanza al estanque —le dijo Mamá poniéndole una mano en el hombro, pero en ese momento Peonia empezó a negar con la cabeza muy insistente.
—¿Qué pasa Peonia? —le preguntó Eri —¿No quieres que la regrese? ¿Me la quedo?
El pequeño unicornio volvió a negar.
—¿Entonces? ¿Estamos en el lugar equivocado?
Otra negación.
—Tal vez… —intervino Papá —debemos esperar. Esa vez Eri vino aquí durante la noche y dijo ver a las hadas.
Esta vez Peonia pareció asentir mientras pateaba el suelo con su casco derecho.
La familia decidió entonces esperar al anochecer, Eri aprovechó el día explorando el valle con sus propias alas mientras sus padres conversaban de cosas complicadas. Encontró frutas en algunos árboles y las fue llevando de regreso al claro en varios viajes, era una niña muy fuerte, pero si tomaba demasiadas se le caían.
Cuando el cielo se puso del color de su fuego fortalecedor, se apresuró a volver antes de que se pusiera del color de la llama que la hacía ver cosas raras. Papá se enojaría si se ponía oscuro y ella no regresaba.
Llegó justo a tiempo, todos miraron el cielo a través de las hojas de los árboles del claro esperando que algo pasara.
Cuando el último rayo de sol desapareció tras las montañas, montones de bichitos, de los que tienen lucecitas en sus traseros volaron desde los matorrales, eran bonitos, pero Eri recordaba bien que las hadas eran distintas, más brillantes y bonitas.
Peonia les señaló el estanque.
Cuando lo miraron, el reflejo de todos era un poco diferente, no demasiado, Eri por supuesto se veía más alta y Papá tenía un poco de barba, Mamá solo tenía el cabello largo en lugar de corto como le gustaba, lo curioso era una sombra borrosa detrás de ellos. Cuando se giraron, no había nadie. Eri recordó que la última vez, Peonia ya estaba con ella en el reflejo.
—Pequeña princesa, me alegro de volver a verte —Eri reconoció la voz en su cabeza como la de Peonia.
—Ya me hablas de nuevo, ¡Qué felicidad! Pero si nos estamos viendo todo el día.
—Mi niña, tu unicornio es solamente mi conducto, no es ella quien te hablaba.
Todos podían oír la voz, porque Papá y Mamá la estaban buscando con la mirada. Miraban arriba y abajo, hacia todos lados, pero la voz parecía venir de adentro, como si les hablara desde sus cabezas.
El reflejo del estanque se convirtió en mil luces de un blanco tan puro como el agua en que flotaban. En un instante estaban volando por todo el claro, los rodearon girando una y otra vez muy despacio, como si los vigilaran, pero no transmitían amenaza alguna, al contrario, una sensación de paz parecía hacerse presente.
If you stumble upon this narrative on Amazon, be aware that it has been stolen from Royal Road. Please report it.
Como si siempre hubiera estado ahí, la figura de una mujer se materializó sobre el estanque, apareciendo como la luz misma cuando se enciende una vela. Eri pensó que era bonita, era alta con largo cabello rubio, de piel clara y ojos dorados como las monedas; vestía una túnica parecida a la de la tía Clessa pero mucho más larga, colgaba hasta el suelo aunque quien la usaba estuviera volando usando unas alas parecidas a las de los bichitos, eso sí mucho más bonitas. Cada vez que se movía, las luces alrededor se movían con ella.
—Mi nombre es Fae, no teman, soy simplemente la mayor de las hadas que cuidan a las criaturas del mundo, Así como Peonia es mi emisaria, yo soy emisaria de la Diosa de la paz —sonreía con esa misma sonrisa de todos los que conocían a Eri por primera vez, su voz era más dulce que antes, le recordó a Mamá aquellos días en que recién se conocieron.
—¿Usted es quien me hablaba entonces? —Eri tomó la palabra al ver que sus padres estaban demasiado sorprendidos para decir nada —¿Por qué ya no me quiso hablar? ¿Hice algo malo?
—Perdóname pequeña, —le dijo con una voz que sonaba sincera —la verdad es que tengo prohibido ayudar a nadie en una batalla, pero pude ayudarte a sanar a las personas aquella horrible noche, además solo puedo hablarte desde el anochecer hasta la medianoche.
—Mi mami me manda a dormir al anochecer casi todas las noches. Por eso nunca podemos hablar.
—Así es pequeña pura de corazón, tras varios siglos esperando a alguien digno de la lanza de plata y la montura sagrada, me visita el retoño de la ladrona la lanza, quien ya la tiene en su poder, y su deseo es tan bello y tan humilde, pero no puedo concederlo…
Papá y mamá se miraron aún más sorprendidos, Papá fue quien se adelantó a preguntar.
—¿Quiere decir que Eri es…? —A Papá se le atragantaron las palabras, como aquel día que tenía que decir la palabra “prometida” y Mamá se enojó.
—Eri es el resultado del mayor pecado de Erina, me temo, yo pude verlo, pues veo todo lo que hace el portador de la lanza. Quiso acabar con una vida inocente: el dragón en el huevo. El cuerno de unicornio no puede usarse así, no daña a los inocentes sin importar su naturaleza. En lugar de destruirlo, comenzó a curarlo, pero el fuego era demasiado poderoso, acabó con Erina y por poco acaba con la vida que apenas se iba formando dentro de ella. Entonces, el antiguo cuerno de unicornio fundió ambas vidas en una consumiéndose por completo para darles una oportunidad. La lanza quedó oculta en el corazón de la bebé, hasta que a través de Peonia y su cuerno, pude llegar hasta ella, hasta ti, pequeña pura de corazón.
—No entiendo señora —Eri había querido preguntar de dónde venían los bebés humanos pero la tía Clessa no tuvo oportunidad de explicarle —¿Vine de un huevo o no?
Mamá se adelantó —Sí mi amor, en parte al menos —le puso las manos alrededor de los hombros, no la iba a dejar seguir preguntando —hada Fae, hemos venido a regresar la lanza de plata, y además preguntarle, si es que nos permite, el paradero del rey dragón.
—Princesa —La señora hada le habló a Mamá como Mamá le hablaba a Eri —el rey dragón y yo somos realidades de este mundo, parte de su mismísima esencia, no es el destino de simples mortales enfrentarlo, mucho menos vencerlo. Tú ya lo has visto Eri, tu destino es combatirlo al lado de Peonia. Pero a su tiempo. Por ahora, él descansa en otro continente, muy lejos, no volverá en muchos años, cuando haya recuperado su poder. Tomaste la mayor parte cuando naciste. Y por ello, ya nunca habrá un nuevo príncipe dragón nacido del rey.
—Si ese es el caso —dijo Papá — ¿Hay alguna forma de vencerlo? ¿O acaso será posible razonar con él?
—Eso solo está al alcance de Erifreya, —el hada se elevó un poco sobre ellos —le pedí a Peonia que me ayudara a hablar con ustedes, porque tras todos sus sacrificios, y su deseo de combatir al rey dragón, decidieron regresar la lanza.
Una imagen como la del estanque se reflejó en el aire mismo, Era Eri con sus padres, con los ojos cerrados frente al estanque, pidiendo su deseo, las luces brillantes los rodeaban.
—Cuando estuvieron aquí, —les dijo la señora Fae —igual que todo el mundo, pidieron un deseo. Las hadas somos seres generosos, le damos a la gente que llega hasta nosotras algo que deseen, o los ponemos en el camino de conseguirlo. A ustedes, en su lugar, les ayudé con su misión de encontrar al pegaso. Pues su deseo está fuera de mi alcance, solo un Dios creador como la misma Diosa de la paz podría concederlo.
—Señora Fae —Eri la miró triste, su deseo era algo muy importante —¿Puedo hablar con ella? ¿Con la Diosa de la paz?
—Ya lo haces pequeña, cada que juntas tus manos y cierras los ojos.
—Pero es que nunca me responde nada.
—La Diosa de la paz te habla a través del mundo mismo, yo misma nunca he escuchado su voz, ni estado en su presencia, tienes que creer que tus palabras son escuchadas.
—Entonces, ¿Es posible que si lo pido mucho mucho mucho, me lo conceda?
La bella hada sonrió dulcemente por toda respuesta. La pequeña Eri sabía que cuando la gente no respondía sus preguntas, era porque no sabían tampoco, pero no querían reconocerlo. Los adultos eran demasiado complicados.
—¿Estás lista ahora pequeña princesa Dragón? Si me das la lanza, no estará en el estanque, me la llevaré de este mundo hasta que la Diosa escoja una nueva portadora —El hada estiró una mano gentil mientras se ponía en cuclillas para estar al nivel de Eri.
—Sí señora —Eri volvió a poner la mano en su corazón, y con un resplandor, la lanza comenzó a salir de su pecho, Eri la tomó para sacarla, era increíble que apareciera de aquella luz en su corazón, como si se la hubiesen clavado, cuando estuvo fuera, la puso en la mano de Fae, donde se convirtió en una bolita de luz, parecida a las que rodeaban el claro, antes de volar alrededor y desaparecer.
El silencio que siguió al acto fue breve, pero significativo. Realizada la misión, ¿Algo más debería pasar? Eri recordaba que los héroes solían recibir recompensas de las hadas en los cuentos. Pero al mismo tiempo, se sentía mal esperar un premio por hacer lo correcto, estaba devolviendo algo robado, era como cuando los niños malos se llevaron la pelota de Mikorin. Eri solo quería que su amiga volviera a sonreír.
Las luces se hicieron más sutiles, revelando la forma detrás de cada una, en efecto, eran hadas, con la forma de bellas mujeres que vestían trajes hechos de un material brillante. Sus pequeñas alas parecidas a las de las libélulas se movían frenéticas. Cada diminuto rostro le estaba sonriendo. Eri estaba tan orgullosa de siempre haber tenido razón sobre ellas, y tan feliz de ver sus sonrisas, que la suya propia fue la más amplia de todas.
Los brillantes seres les rodearon una vez más, volando cerca de todos ellos formando líneas de luz que los envolvieron, justo antes de desaparecer súbitamente, como si nunca hubieran estado ahí. La propia Fae no estaba ya por ninguna parte.
La familia se encontró a oscuras en medio del claro hasta que Eri encendió la leña que Papá había reunido, decidieron pasar allí la noche, hablando de lo que el futuro pudiera depararles. No llevaban una tienda, así que se recostaron cerca del fuego, bajo las estrellas.
Poco después de la medianoche, cuando la familia dormía presa del cansancio de un largo viaje, pudieron escucharse como susurros, los ecos de sus deseos. Los que habían pedido aquel día.
“Si tan solo pudiera dejarles…”
“Es que yo siempre quise darle a mi esposo y a mi hija…”
“Yo quiero saber lo que es tener uno de verdad, y mis papás nunca hablan de eso…”
A la mañana siguiente, mamá dijo que sentía un fuerte dolor en su vientre, bajo su pancita.